"Un espectáculo nuevo y excepcional, tan inesperado como todas las grandes sorpresas. Imagínense todos los colores de una paleta; todos los tonos de una charanga: ¡eso es el jardín de Monet!". Así describía un periodista francés su primera visita a la residencia de Claude Monet en la pequeña localidad de Giverny, donde el pintor cultivó pacientemente durante años un exuberante jardín acuático con sauces llorones, bambúes, un puente japonés y los famosos nenúfares que reflejó compulsivamente en más de 250 pinturas durante cuatro décadas. El lugar –donde los colores se mezclaban con el brillo de la luz y el agua transformando el paisaje a cada momento– se convirtió en un verdadero jardín del Edén impresionista y su pasión por la luz.