La industrialización de la novela
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Cultura

La industrialización de la novela

La novela futura, la que huya de los sistemas prefabricados, tendrá que ahondar en lo más profundo del alma humana

La industrialización de la novela

Alejandra Svriz.

Desde sus orígenes, la novela ha sido el resultado de un oficio artesanal que ha permanecido idéntico a sí mismo en el trascurso del tiempo. Al final del siglo XX era uno de los pocos oficios artesanales que aún quedaban en Occidente, pero esa tradición tan larga que vincula y emparenta, por su naturaleza artesanal, novelas escritas antes de Jesucristo con novelas concebidas ahora mismo, empieza a correr serios peligros ante lo que va a ocurrir, ante lo que está ocurriendo ya: la industrialización del género.

Hace algún tiempo aventuré la hipótesis, que mis amigos consideraban extravagante, de que en el futuro se impondría el nombre del editor por encima del nombre del autor, la marca por encima del escritor. Recuerdo que algunos de mis maestros de París como Foucault, Barthes y Deleuze se deleitaban en sus clases profetizando la muerte del autor, muerte que consideraban deseable y necesaria. Aquellos doctos no se planteaban un regreso a la Edad Media pero tampoco llegaron a imaginar que la muerte del autor iba a tener una razón industrial.

Vamos a imaginar una empresa al estilo de las grandes plataformas digitales que creara una auténtica fábrica de novelas, formando buenos equipos de operarios digitales con conocimientos de literatura, que trabajarían de forma mucho más mecánica que los equipos de guionistas de Hollywood. Las novelas serían en buena parte creaciones de la IA donde el autor se limitaría a dirigir la narración y elegir las respuestas que le pareciesen más verosímiles y convincentes. Estas novelas, que podrían resultar muy entretenidas y con toques de cierta intensidad literaria y sentimental, llevarían el nombre de la fábrica y desaparecería el nombre del autor. Serían, por ejemplo, las novelas de la plataforma Centauro. Aparecerían más marcas, especializadas en determinadas tendencias morales o sexuales, y todo sería literatura industrial producida a gran escala. Alzando la mirada hacia el futuro, prefiero no pensar en el poder combinatorio que tendrá la inteligencia artificial de un ordenador cuántico.

Es evidente que se va a industrializar todo, y se trata de un proceso que comenzó hace tiempo. En el siglo pasado empezaron a industrializarse dimensiones del ser que antes no podían convertirse en una industria. Los alemanes industrializaron la muerte en los campos de exterminio, como bien sabía Heidegger, y nuestro sistema actual está industrializando la soledad, convirtiéndose en una fábrica de soledades en masa que forman rizomas horizontales como la muerte. En algún momento, nuestro sistema podría industrializar el suicidio: aunque para eso ya tiene la guerra, y podría igualmente industrializar la amistad, creando amigos fantasmales con apariencia real y en grandes cantidades para todos los solitarios del planeta. En esta tesitura, era inevitable que la industrialización iba a llegar a la literatura, como ha llegado a la pintura, a la escultura, al cine. Se van a industrializar también las diferencias de género, el amor, el deseo en todas sus manifestaciones, las relaciones interpersonales y el contenido mismo de la vida.

«Las novelas más proclives a la industrialización serían las de género»

Un experto en la materia me asegura poder demostrar que ya circulan por ahí novelas industriales. Yo le digo que su voz no cuenta, ni la suya ni la de nadie. En un futuro nada remoto, las empresas a las que me referí antes podrían declarar que sus novelas son por supuesto industriales, si bien de la mejor factura: novelas que van a funcionar necesariamente, porque están concebidas desde el principio para eso, tras haber explorado lo que busca la multitud y ofrecérselo reluciente y niquelado, con la seguridad de que se trata de un producto que no puede fallar: un cálculo acertado y definitivo, casi un cálculo exacto. Y se podría llegar a la circunstancia de que el lector se fiase más de la casa editorial que del escritor-montador. Un momento extraño de la historia en el que los novelistas pasarían de ser escritores libres a ser operarios de una fábrica textual. En esta nueva fase de la cultura, las novelas más proclives a la industrialización serían las de género, en parte porque las novelas de género ya tienen algo de industrial al introducir, como la industria, la dimensión serial y el recurso al estereotipo.

La nueva novela, la que huya de los sistemas combinatorios y prefabricados que va a imponer la narración industrial, tendrá que ahondar en lo más profundo del alma humana, atreviéndose a la reflexión de hondo calado. Serán novelas en las que se sienta la respiración total de una conciencia, más proyectadas a profundizar en la existencia que a narrar una historia amena para leer en el tren: de eso se va a encargar la inteligencia artificial. La industrialización de los productos del espíritu no ha hecho más que empezar.

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