El reinado de Alfonso XIII

 Hispanoteca - Lengua y Cultura hispanas

 

El reinado de Alfonso XIII

(comp.) Justo Fern�ndez L�pez

Espa�a - Historia e instituciones

www.hispanoteca.eu

horizontal rule

El REINADO DE ALFONSO XIII

REGENCIA DE MAR�A CRISTINA DE HABSBURGO (1885-1902)

A mediados de 1885 el c�lera hizo aparici�n en Espa�a, extendi�ndose por toda la Pen�nsula. El 25 de noviembre de 1885 fallec�a en El Pardo Alfonso XII v�ctima de la tuberculosis. No hab�a heredero, pero la reina esperaba un nacimiento p�stumo. Tras el alumbramiento de dos hijas (Mar�a de las Mercedes y Mar�a Teresa), se hallaba embarazada cuando muri� su esposo el 25 de noviembre de 1885, momento en el cual asumi� la regencia sin saber si el hijo esperado habr�a de ser var�n. El 17 de mayo de 1886 nace en Madrid el futuro rey Alfonso XIII, que rein� bajo la regencia de su madre hasta el 17 de mayo de 1902, y de manera efectiva a partir de ese d�a, al cumplir 16 a�os.

Mar�a Cristina ejerci� como regente en un periodo pol�tico tranquilo gracias al llamado Pacto de El Pardo, acordado durante la convalecencia del moribundo monarca entre Antonio C�novas del Castillo y Pr�xedes Mateo Sagasta, jefes respectivamente de los dos partidos din�sticos principales, el Conservador y el Liberal: el compromiso fij� un pac�fico �turnismo� (alternancia en el poder) de ambas formaciones. Durante los casi 17 a�os completos en los que ejerci� el cargo de regente, s�lo cuatro personas distintas desempe�aron la presidencia del gobierno: Sagasta, en cuatro ocasiones; C�novas, en dos; Marcelo Azc�rraga, en igual n�mero; y Francisco Silvela, que form� un �nico gabinete en ese periodo.

En 1898, bajo un gabinete encabezado por Sagasta, tuvo lugar la Guerra Hispano-estadounidense y la consiguiente p�rdida del resto de las posesiones coloniales espa�olas en Am�rica y en Asia tras la firma del Tratado de Par�s a finales de ese a�o.

El 17 de mayo de 1902, su hijo Alfonso XIII, subi� al trono al cumplir la mayor�a de edad prevista, con lo que se puso fin a la regencia. A partir de entonces, la Reina Madre se dedic� a obras de beneficencia, quedando en un segundo plano en cuestiones pol�ticas. Falleci� el 8 de febrero de 1929, en Madrid.

EL REINADO DE ALFONSO XIII (1902-1931)

RESUMEN

 

Regencia de Mar�a Cristina de Habsburgo durante la minor�a de edad de Alfonso XIII. La regencia empieza en noviembre de 1885 cuando fallece el rey Alfonso XII, meses antes de que naciera Alfonso XIII, y termina en mayo de 1902 cuando Alfonso XIII cumple los diecis�is a�os y jura la Constituci�n de 1876, inici�ndose as� su reinado personal.

Mantenimiento del r�gimen bipartidista de la Restauraci�n: turnismo o gobierno de los dos partidos din�sticos, es decir, defensores de la monarqu�a. Sigue el caciquismo con la exclusi�n de los sectores no integrados en el sistema pol�tico: socialistas, reformistas, republicanos, sindicatos socialistas (UGT) y anarquistas (CNT). Pero estos grupos marginados siguieron aspirando a participar en la vida pol�tica.

Exist�a un gran movimiento regionalista (vascos, gallegos y catalanes), que deseaban una amplia autonom�a para sus regiones y una constituci�n m�s flexible.

Segundo levantamiento revolucionario en Cuba en 1897.

Guerra con Estados Unidos en 1898 y p�rdida definitiva de las �ltimas colonias de ultramar: Cuba y Filipinas.

Liquidaci�n del imperio colonial espa�ol.

Gobierno personal de Alfonso XIII que jura la Constituci�n de 1876, el 17 de mayo de 1902. El propio rey intervino activamente en el gobierno e introdujo un nuevo factor de inestabilidad.

Principales gobernantes: Antonio Maura (conservador) y Jos� Canalejas (liberal).

Problem�tica social causada por la Guerra de Marruecos: guerra en Melilla en 1909, desastre de Annual en 1921, desembarco de Alhucemas y rendici�n de Abd-el-Krim en 1925.

Semana Tr�gica de Barcelona entre el 26 y el 31 de julio de 1909: huelga general contra el embarque de reservistas a la guerra de Marruecos. Estado de sitio y radicalizaci�n de la protesta. Dura represi�n. Protestas internacionales y ca�da del gobierno de Maura (conservador).

Atraso industrial y descontento obrero.

Creaci�n de la Confederaci�n Nacional del Trabajo (CNT), sindicato anarquista (anarcosindicalismo) en 1910.

Desde 1870 a 1945, Europa ha conocido tres guerras brutales de las que ha estado ausente Espa�a. En la primera Guerra Mundial (1914-1918), Alfonso XIII declar� que Espa�a se mantendr�a neutral.

Huelga general en 1917. Acci�n de las Juntas Militares de Defensa.

Desarrollo del pistolerismo patronal y terrorismo anarquista entre 1918 y 1923.

Reivindicaciones nacionalistas no satisfechas.

Asesinato del presidente del Gobierno Jos� Canalejas (liberal) en 1912 a manos del anarquista Manuel Pardi�as Serrano.

Gobierno de concentraci�n entre 1917 y 1923.

Golpe de Estado del capit�n general de Catalu�a, Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923.

Dictadura de Primo de Rivera desde septiembre de 1923 hasta el 28 de enero de 1930.

En 1929 se celebraron la Exposici�n Universal en Barcelona y la Iberoamericana en Sevilla.

El 29 de enero de 1930 Alfonso XIII aparta a Miguel Primo de Rivera del gobierno y nombra presidente del consejo de ministros al general D�maso Berenguer con la intenci�n de retornar al r�gimen constitucional. Este nuevo periodo se conoci� enseguida como �la Dictablanda�, por contraste con la dictadura anterior.

Tras la ca�da del dictador, aumentaron las manifestaciones antimon�rquicas, que acusan al rey de haber auspiciado la dictadura de Primo de Rivera y de tener responsabilidades en el Desastre de Annual.

Los partidos republicanos se unen frente a la monarqu�a con la firma del Pacto de San Sebasti�n, promovido por la Alianza Republicana el 17 de agosto de 1930 a la que asistieron representantes de todos los partidos republicanos, a excepci�n del Partido Federal Espa�ol. Se acord� la estrategia para poner fin a la monarqu�a de Alfonso XIII y proclamar la Segunda Rep�blica Espa�ola. En octubre de 1930 se sumaron al Pacto, en Madrid, las dos organizaciones socialistas, el PSOE y la UGT.

En febrero de 1931 el almirante Juan Bautista Aznar fue designado presidente del consejo por Alfonso XIII. Su gobierno convoc� elecciones municipales el 12 de abril de 1931. Al conocerse en las elecciones mencionadas la victoria en las ciudades de las candidaturas republicanas, el 14 de abril se proclam� la Segunda Rep�blica.

Alfonso XIII abandon� el pa�s ese mismo d�a, con el fin de evitar una guerra civil.

En 1901 sube al trono Alfonso XIII. Nacido el 17 de mayo de 1886 en Madrid, hijo p�stumo del monarca Alfonso XII, fruto del matrimonio de �ste con Mar�a Cristina de Habsburgo-Lorena, rein� bajo la regencia de su madre hasta el 17 de mayo de 1902, y de manera efectiva a partir de ese d�a (cuando, al cumplir 16 a�os, accedi� a la mayor�a de edad prevista para el ejercicio de la monarqu�a).

Alfonso XIII fue rey de Espa�a entre 1901 y 1931, a�o en que se proclama la Segunda Rep�blica. Parte de su reinado estuvo dirigido por el capit�n general Primo de Rivera, jefe del gobierno en tanto que presidente del Directorio Militar y del Directorio Civil, cargos desde los cuales ejerci� la dictadura (1923-1930). Reinar�a en una Espa�a muy diferente de la que hab�a visto la luz en 1876, cuando su padre visitaba los campos de batalla de la �ltima guerra carlista.

Aunque el reinado de Alfonso XIII se inicia como una continuaci�n de la Restauraci�n, pronto asistir� a la ca�da sucesiva de los pilares del sistema pol�tico sobre el que se hab�a montado: el turno pac�fico de los dos partidos din�sticos, las Cortes, la Constituci�n de 1876 y el rey. La crisis pol�tica fue la t�nica general del periodo de 1902 a 1923, en el que se sucedieron 32 gobiernos.

La inestabilidad pol�tica se deb�a a la personalidad del propio rey, que particip� activamente en pol�tica y que se rodeaba de los sectores m�s conservadores. Cuando desaparecen los dos pilares de la Restauraci�n, C�novas y Sagasta, comienzan las divisiones entre los dos partidos din�sticos que se turnaban en el poder: entre Maura y Dato en el partido conservador, y Canalejas y Romanones en el liberal. El sistema de manipulaci�n electoral basada en el caciquismo encuentra cada vez m�s dificultades debido al crecimiento de la poblaci�n urbana, entre la que los partidos van adquiriendo cada vez m�s importancia.

Dos viejos problemas heredados del siglo XIX, el clerical y el militar, obligan a los partidos del turno a emprender cambios �desde arriba�, pero sin arriesgar democratizar el sistema.

�Los cambios sociales, la reflexi�n sobre Espa�a promovida por los intelectuales a ra�z del 98, las agitaciones obreras, el auge del catalanismo... sacudieron los viejos cimientos de la Restauraci�n. Amanec�a el siglo XX para los partidos mon�rquicos con fuertes tensiones internas, crisis cr�nicas de jefatura, sonoros problemas sociales, el recuerdo del asesinato de C�novas del Castillo y la muerte de Silvela y Sagasta. Todav�a aturdidos por el desastre, los gobiernos fallecen sin duelo y nacen sin alegr�a porque la pol�tica se convierte en la trampa de las grandes palabras. La urgencia, si embargo, de dar autenticidad al sistema llev� a los conservadores de Maura y a los liberales de Canalejas a embarcarse en una imposible revoluci�n desde arriba. Ellos ayudaron a que el sistema de la Restauraci�n sobreviviese alg�n tiempo m�s.� [Garc�a de Cort�zar 2004: 237]

Cerca de treinta a�os iba a reinar el segundo Borb�n de la Restauraci�n, presenciando el turno de partidos y con algunos acontecimientos de importancia, como las guerras de �frica, o de tipo social, como la Semana Tr�gica de Barcelona (1909) y los movimientos sociales. La inquietud extremista se hab�a manifestado ya en 1906, cuando la boda del rey con Victoria Eugenia de Battemberg, en que los reci�n casados fueron objeto de un atentado terrorista en la Calle Mayor de Madrid.

Alfonso XIII fue educado para comportarse como un rey-soldado, en una r�gida disciplina cat�lica y una conciencia liberal. El contacto con la realidad pol�tica del pa�s le hizo ver el alejamiento entre la Espa�a oficial y la Espa�a real; de ah� su empe�o en conectar directamente con esta �ltima en medio de las ficciones del sistema canovista, dominado por el caciquismo.

Alfonso XIII tuvo que afrontar problemas derivados de la etapa anterior, pero tambi�n otros que surgir�n con el nuevo siglo: el problema social, el radicalismo de las organizaciones obreras, las guerras de Marruecos, la quiebra del turnismo pol�tico, el surgimiento de los nacionalismos catal�n y vasco, y otros. Demostr� siempre una tendencia a intervenir personalmente en la pol�tica, lo cual le era permitido por la propia Constituci�n de 1876.

Su reinado ocupa todo el primer tercio del siglo XX y es dif�cil periorizarlo por la inestabilidad pol�tica y la gravedad de algunos acontecimientos.   Hasta 1923 hubo una continuaci�n del r�gimen de la Restauraci�n. De 1923 a 1930, en que cae la monarqu�a, tiene lugar la dictadura del general Primo de Rivera con el consentimiento real. En 1931 es proclamada la Segunda Rep�blica y Alfonso XIII tiene que abdicar.

EL DESASTRE COLONIAL Y LA GENERACI�N DE 1898

La primera gran crisis de la Restauraci�n fue provocada por la p�rdida de las �ltimas colonias de ultramar. En 1895 hab�a empezado una nueva sublevaci�n en Cuba. Pero ahora Estados Unidos interviene como potencia emergente. En 1898 el acorazado norteamericano Main, anclado en la Habana, sufre una explosi�n. Bajo la presi�n de la opini�n p�blica americana, que exige responsabilidades, el Congreso estadounidense declara la guerra a Espa�a. La derrota espa�ola fue absoluta y por el Tratado de Par�s de 1898 Espa�a tiene que ceder a los Estados Unidos Puerto Rico y las Filipinas y conceder la independencia a Cuba.

La p�rdida de los restos del imperio colonial espa�ol, cuando Europa se estaba repartiendo �frica, produjo en Espa�a una conmoci�n inmensa. Entre pol�ticos e intelectuales, que comenzaron a buscar las causas del aislamiento pol�tico y cultural de Espa�a, planteando propuestas para la regeneraci�n y modernizaci�n del pa�s. Tanto pol�ticos conservadores como Silvela, que hablaba de una �Espa�a sin pulso�, y republicanos y socialistas, que hab�an criticado la pol�tica colonial canovista, como intelectuales regeneracionistas como Joaqu�n Costa, promovieron una revisi�n de la situaci�n de Espa�a, poniendo en cuesti�n la �Espa�a gloriosa� del pasado. Espa�a se convirti� en problema. En 1949 La�n Entralgo escribir�a su libro Espa�a como problema, en pol�mica con Espa�a sin problema de Rafael Calvo Serer, dentro del llamado debate sobre el Ser de Espa�a. 

Lo que se pretend�a dilucidar era si exist�a un car�cter nacional o Ser de Espa�a: cu�les son �las esencias� de �lo espa�ol�, y sobre todo, por qu� es algo problem�tico en s� mismo o no lo es, frente al aparente mayor consenso nacional de otras naciones �m�s exitosas� en su definici�n, como la francesa o la alemana. El debate se prolong� por d�cadas. �Lo que nos pas� y nos pasa a los espa�oles es que no sabemos lo que nos pasa�, dec�a Jos� Ortega y Gasset. Desde el desastre colonial de 1898, dir� luego Manuel Aza�a, �corre por v�lida la especie de que ser espa�ol es una excusa de impotencia�.

El debate se centr� en la disyuntiva de europeizar Espa�a (Ortega y Gasset: �Espa�a es el problema, Europa la soluci�n�) o iberizar Europa (Unamuno: ��que inventen ellos!). La generaci�n literaria del 98 identific� Espa�a con Castilla y lo castellano como la esencia de �lo espa�ol�. A la generaci�n de 1898 sucedi� la generaci�n de 1814, m�s europe�sta y modernizadora.

El desastre del 98 provoc� una crisis de conciencia nacional, unas propuestas de reformas y modernizaci�n pol�tica exigidas por los regeneracionistas y dio un mayor empuje y protagonismo a los nacionalismos perif�ricos. Se demostraban las limitaciones del r�gimen de la Restauraci�n para afrontar los problemas de la modernizaci�n y el progreso de Espa�a y se se�alaban las cuestiones y problemas sociales que marcar�an la historia del siglo XX.

El fr�volo optimismo oficial, el f�cil patriotismo callejero, dejaron paso a una consternaci�n universal, que en unos fue simple rellano para otra etapa intrascendente y en otros sentimiento de humillaci�n y verg�enza, de jurad voluntad de cambio, ya por los caminos de la exaltaci�n nacionalista, ya por los del internacionalismo revolucionario. Estos dos �ltimos grupos estaban de acuerdo en que aquello �el gobierno, la sociedad, la vida cursi y boba, el enga�o, la rutina y la pereza� no pod�a seguir sin provocar la extinci�n de Espa�a. Pero �qu� era Espa�a? A esta pregunta se contest� en forma muy varia. Espa�a era Castilla, Espa�a era �frica, Espa�a era una entelequia. Espa�a era la suma de las regiones aut�nomas de la �poca de los Reyes Cat�licos, etc. [...] Sobre qu� forma se dar�a a la futura Espa�a que ambicionaban aquellos hombres, hubo divergencia de miras: los perif�ricos, sobre todo los catalanes, predicaron una soluci�n optimista, constructiva, burguesa e historicista; los castellanos, en cambio, se caracterizaron por su pesimismo, el desgarro de su pasado, su aristocratismo y su abstractismo. Ambos grupos ten�an su raz�n de ser en un nacionalismo ardiente, que deseaba quemar etapas y restaurar la grandeza de Espa�a. Si ello no era posible, si Espa�a estaba muerta, los catalanes, los vascos, los gallegos habr�an de renunciar a conllevar el peso de Castilla. Todo el problema estaba ah�. El impacto de esta inquieta mentalidad en la masa espa�ola suscit�, de momento, una recuperaci�n intelectual y literaria de primer orden, que no cedi� a lo largo de los decenios sucesivos. Pero las ideas que conten�a �ideas explosivas, capaces de hacer saltar al pa�s en pedazos� solo trascendieron a la pol�tica hacia 1917, despu�s de una condigna elaboraci�n filos�fica e hist�rica.

La divergencia generacional a que hemos aludido �y que expresamos en el doble grafismo: 1898 para Castilla, 1901 para Catalu�a� provoc� un disentimiento de criterios entre Castilla y Catalu�a respecto a cu�l hab�a de ser la organizaci�n del Estado Espa�ol. [...] Para cohonestar ambas tendencias, los nacionalistas catalanes solicitaban un r�gimen de autonom�a. Su propuesta fue envidriada por anquilosadas concepciones y por el temor de que iba a producirse el cuarteamiento del Estado espa�ol surgido del Renacimiento o bien el declive de la misi�n hist�rica de Castilla como entidad nacional fundadora del mismo. [...]

El dualismo de la generaci�n del Desastre en Castilla y Catalu�a es obvio. Pero as� como aquella ha tenido buenos historiadores, esta ha pasado casi desapercibida. [...] Sin embargo, no solo ha existido, sino que lo ha hecho con mayor plenitud que la generaci�n de 1898 en Castilla, reducida a un pu�ado de eminentes intelectuales y a unos pol�ticos de mayores ambiciones que buena fe. En Castilla el pa�s estuvo ausente de la labor de aquellos hombres en los momentos aurorales. [...] A medida que se progrese en la investigaci�n se observar� el peso decisivo que tuvo en la generaci�n catalana el optimismo burgu�s y en la castellana el pesimismo profesional.� [Vicens Vives 2003: 149-150 y 176-177]

LOS INTELECTUALES DEL 98 Y EL DESARROLLO CULTURAL

En 1913, Jos� Mart�nez Ruiz, alias Azor�n, acu�� el t�rmino Generaci�n del 98 para referirse a los escritores que comenzaron a publicar su obra en los primeros a�os del siglo XX, tras el desastre colonial de 1898. Azor�n no se refer�a solamente a un grupo de literatos, sino m�s a un conjunto de intelectuales comprometidos con los problemas sociales y culturales de la Espa�a de entonces. Era intelectuales con una actitud cr�tica frente a la Espa�a oficial. Con ellos comienza la llamada Edad de Plata de la cultura espa�ola (la de Oro tuvo lugar entre el siglo XVI-XVII).

Los escritores del 98 (Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Ramiro de Maeztu, P�o Baroja, Azor�n, etc.) denunciaban en su obra literaria no solo la mediocridad cultural y la corrupci�n pol�tica reinantes, sino que se ocupaban tambi�n de la cuesti�n social, denunciando la miseria y la explotaci�n del pueblo trabajador. Se enfrentaban a la cultura de la gran burgues�a conservadora que se hab�a enriquecido con el sistema caciquil de la Restauraci�n, que exclu�a a todos los partidos no din�sticos, es decir, no defensores de la monarqu�a.

A los escritores del 98 sigui� la generaci�n de 1914 o novecentista, generaci�n con un punto de vista m�s positivo que el de sus antecedentes del 98. Son j�venes con formaci�n universitaria que tuvieron importante presencia en la vida p�blica espa�ola como creadores de opini�n: Jos� Ortega y Gasset, que en 1908 clamaba: Hay que formar un partido de la cultura; Gregorio Mara��n, internista y ensayista; el historiador Am�rico Castro; el abogado y escritor �lvaro de Albornoz; el pol�tico Manuel Aza�a. Todos ve�an la necesidad de modernizar Espa�a y ponerla culturalmente a la altura de Europa. La europeizaci�n deb�a sacar a Espa�a del aislamiento. El compromiso de estos intelectuales se manifest� en la vida p�blica con publicaciones en peri�dicos y revistas, con la participaci�n en m�tines y manifestaciones, con la creaci�n de asociaciones, como la Liga de la Educaci�n Pol�tica (1913), la Liga de Derechos del Hombre (1922), o partidos pol�ticos como Acci�n Republicana (1925). Ortega, Mara��n y P�rez de Ayala, fundadores de la Agrupaci�n al Servicio de la Rep�blica  en 1931.

La Instituci�n Libre de Ense�anza (ILE), instituci�n de renovaci�n cultural y pedag�gica, creada en Madrid en 1876 por un grupo de profesores universitarios de pensamiento liberal y humanista bajo la direcci�n de Francisco Giner de los R�os, adquiere en el primer tercio del siglo XX su m�ximo desarrollo e influencia. La ILE se declaraba laica y neutra, respetuosa con todas las creencias religiosas. El Ministerio de Instrucci�n P�blica, creado en 1900, dio rango oficial a alguno de sus proyectos.

Espa�a adolec�a de un sistema educativo eficiente. La creaci�n del Ministerio de Instrucci�n P�blica en 1900 asumi� el pago de los sueldos de los maestros y el control de la red de escuelas primarias. Los gobiernos integraron en el presupuesto y responsabilidad de este ministerio algunas de las propuestas de la Instituci�n Libre de Ense�anza (ILE).

Frente al programa educativo de la ILE, surgen nuevos proyectos de izquierda cuyo objetivo es crear una escuela popular y proletaria ligada a las aspiraciones revolucionarias. Estos proyectos educativos consideraban el reformismo escolar de la ILE como elitista y peque�o burgu�s. Ejemplos de estos proyectos son la Escuela Moderna, fundada en 1901 en Barcelona por el pedagogo y libertario catal�n Francisco Ferrer Guardia (Francesc Ferrer i Gu�rdia). El objetivo esencial de la escuela era �educar a la clase trabajadora de una manera racionalista, secular y no coercitiva�. Ferrer Guardia recogi� la tradici�n moderna iniciada por Rousseau en el siglo XVIII �contraria a la autoridad y a la cosmovisi�n religiosa�, para adaptarla al anarquismo y el librepensamiento que florec�a en las ciudades industriales.

Al ser la primera escuela mixta y laica de Barcelona, en un pa�s cat�lico, obtuvo una amplia antipat�a entre el clero y los devotos. Ferrer fue condenado a muerte por un consejo de guerra que lo acus� de haber sido uno de los instigadores de los sucesos de la Semana Tr�gica de Catalu�a de julio de 1909. Su condena a muerte y su posterior ejecuci�n levantaron una oleada de protestas por toda Europa y por Am�rica, y tambi�n en Espa�a que acabaron provocando la ca�da del gobierno de Maura.

Otro proyecto con programa educativo revolucionario y progresista fue el de la Escuela Nueva, funda en 1910 por N��ez de Arenas, quien da de ella la siguiente definici�n: �Todo programa de reorganizaci�n de la instrucci�n p�blica en Espa�a ha de inspirarse en este principio fundamental: la socializaci�n de la cultura.� Se crean tambi�n los ateneos libertarios, instituciones populares ligadas al sindicalismo anarquista que organizaban sus propios cursos dirigidos a los trabajadores.

En la d�cada de los 20 los intelectuales espa�oles se radicalizaron, tomando partido frente a la dictadura del general Primo de Rivera. Se abrieron a las vanguardias art�sticas del momento y a las nuevas corrientes culturales europeas. Son los �nietos� del 98, la general del 27 (1927).

EL CONSERVADOR ANTONIO MAURA Y MONTANER (1853-1925)

El comienzo del reinado de Alfonso XIII coincidi� con un cambio generacional decisivo de los partidos din�sticos (el Conservador y el Liberal). Desaparecidos los dos l�deres de los partidos din�sticos que eran el sost�n de la Restauraci�n, el conservador Antonio C�novas del Castillo (muri� asesinado el 8 de agosto de 1897 por un anarquista italiano) y el liberal Pr�xedes Mateo Sagasta (fallecido el 5 de enero de 1903), varios pol�ticos se disputaron el liderazgo dentro de cada formaci�n pol�tica. Las dos nuevas figuras de estas formaciones fueron el conservador Antonio Maura y el liberal Jos� de Canalejas.

Antonio Maura y Montaner fue jefe del Partido Conservador, ministro y presidente del gobierno en varias ocasiones durante el reinado de Alfonso XIII. Pertenec�a a una familia de la peque�a burgues�a de Palma de Mallorca. En 1881 inici� su carrera pol�tica en las filas del Partido Liberal de Sagasta, como diputado por Mallorca. En 1886 fue elegido vicepresidente del Congreso y en 1892, ministro de Ultramar. En 1895 volvi� al gobierno como ministro de Gracia y Justicia y se convirti� en uno de los m�s destacados representantes del regeneracionismo tras la crisis de 1898. Plante� la necesidad de una serie de reformas radicales en el sistema pol�tico de la Restauraci�n, caracterizado por la corrupci�n administrativa y el fraude electoral.

Tras la salida del Partido Liberal de Gamazo, su cu�ado, y la muerte de este en 1901, Maura pas� a engrosar las listas liberales, que luego se integraron en el Partido Conservador de Francisco Silvela. En 1902, nombrado ministro de Gobernaci�n, intent� eliminar el fraude electoral, pero no consigui� acabar con el caciquismo. Al retirarse Silvela, Maura se convirti� en el l�der de los conservadores y en 1903, Alfonso XIII le encarg� la presidencia del gobierno. En diciembre de 1904, un enfrentamiento con el rey dio lugar a su salida del gobierno. Volvi� al poder en 1907 y llev� a cabo una amplia labor legislativa, en la que destacaron la ley electoral, ley de huelgas, la modernizaci�n de la Marina de guerra y el proyecto de reforma de la administraci�n local que, por su car�cter descentralizador, consigui� el apoyo de algunos sectores del catalanismo aunque finalmente no se lograra la aprobaci�n de la ley.

El pol�tico conservador pretend�a consolidar el dominio espa�ol en el norte de Marruecos cuando las potencias europeas compet�an por la conquista del continente africano. Maura intent� recuperar el prestigio de Espa�a en el concierto mundial. Su plan de desplegar una pol�tica expansionista en el norte de Marruecos choc� con la incipiente corriente antimilitarista en Espa�a. Promovi� el acercamiento a Francia y Gran Breta�a como medio de asegurar los intereses espa�oles en Marruecos, pero su gobierno hubo de enfrentarse con graves problemas de orden p�blico que culminaron durante la Semana Tr�gica de Barcelona (1909).

En julio de 1909 un mal preparado ej�rcito espa�ol provoc� el desastre del Barranco del Lobo en Marruecos que dej� a miles de soldados pudri�ndose en las arenas del Rif. Maura se vio obligado a movilizar a los reservistas, lo que hizo saltar la chispa del descontento popular contra la nueva intentona colonial y la ret�rica patri�tica de la derecha que mandaba a los soldados de la clase obrera a la guerra mientras que los hijos de los burgueses se libraban de ir a luchar a Marruecos pagando mil quinientas pesetas para librarse del servicio militar.

Al grito de ��Tirad vuestros fusiles, que vayan los ricos; o todos o ninguno. Que vayan los frailes!� comenzaba la Semana Tr�gica de Barcelona en 1909. Los reservistas se fund�an con las masas populares en una protesta pac�fica que estalla en guerra cuando el ej�rcito toma las calles y comienza a embarcar a prisioneros en el puerto. El torbellino popular se revuelve contra la Iglesia, arrasa conventos, templos y escuelas, levanta barricadas en las calles. La dura represi�n y la avalancha de detenciones y procesos sumarios levantaron una oleada de indignaci�n contra el gobierno de Maura. El fusilamiento de Ferrer i Gu�rdia, acusado de ser el principal instigador, provoc� una dur�sima campa�a contra Maura dentro y despert� en Europa la imagen de la Espa�a negra de la Contrarreforma.

La p�rdida confianza de Alfonso XIII en el l�der del Partido Conservador, la fuerte oposici�n republicana y socialista a la guerra de �frica y la represi�n de la Semana Tr�gica llev� a la ca�da del gobierno de Maura en octubre de 1909. Los grupos de izquierda mantuvieron su postura de rechazo a Maura, por lo que en 1913 �ste abandon� la jefatura del partido cuando Alfonso XIII encarg� formar un nuevo gobierno conservador a Eduardo Dato. Maura continu� siendo una figura de referencia dentro de la pol�tica espa�ola, por el prestigio que le daban su rectitud moral y su honestidad, por lo que volvi� a ser llamado al gobierno en momentos especialmente complicados para la monarqu�a de Alfonso XIII, sin que pudiera llevar a cabo una acci�n de gobierno verdaderamente eficaz.

Antonio Maura defendi� siempre la existencia de gobiernos fuertes para garantizar la defensa del sistema liberal y las libertades p�blicas. El mismo Primo de Rivera lo consideraba un ejemplo de gobernante honesto, lo que no impidi� que Maura condenara el gobierno dictatorial de Primo de Rivera. Muchos de sus seguidores ocuparon altos cargos en los gobiernos de la dictadura.

EL REGENERACIONISTA Y LIBERAL JOS� CANALEJAS M�NDEZ

Jos� Canalejas M�ndez (1854-1912) fue abogado y pol�tico regeneracionista y liberal. Fue presidente del Consejo de Ministros y muri� asesinado en un atentado terrorista, siguiendo la estela de Juan Prim en 1870 y de Antonio C�novas del Castillo en 1897, aunque no ser�a el �ltimo. Fue ministro de Gracia y Justicia durante el reinado de Alfonso XIII y elegido presidente del Congreso de los Diputados durante la Legislatura de 1906-1907.

Era simpatizante del Partido Dem�crata Progresista, de ideas republicanas, pero en la Restauraci�n abandon� estas ideas para incorporarse al Partido Liberal de Sagasta. En 1897 viaj� a Cuba donde se alist� como voluntario y luch� como un soldado m�s, lo que le vali� la concesi�n de la Cruz del M�rito Militar con distintivo rojo. Vuelto a Espa�a inform� a Sagasta de la dram�tica situaci�n en la isla del Caribe, pero Sagasta desoy� sus recomendaciones. Tras la p�rdida de las colonias de ultramar en 1898, Canalejas fund� en 1902 fund� el Liberal-Dem�crata, corriente izquierdista de ideas democr�ticas que postulaba la separaci�n de la Iglesia y el Estado.

Al gobierno largo de Antonio Maura sigui� el gobierno del liberal Segismundo Moret, que dur� pocos meses, pues su aproximaci�n a los republicanos abri� una crisis en el partido liberal que fue aprovechada por el Alfonso XIII para nombrar en febrero de 1910 a Jos� Canalejas como nuevo presidente del gobierno. Seg�n el rey, Moret hab�a sido demasiado complaciente con los republicanos y consideraba que Canalejas, si bien de ideas avanzadas, era inteligente y activo y sab�a imponer su autoridad.

Jos� Canalejas presidi� el Gobierno entre febrero de 1910 y noviembre de 1912. Tras el gobierno largo de Antonio Maura, el de Canalejas fue el segundo intento de �regeneraci�n desde dentro� del r�gimen pol�tico de la Restauraci�n. El asesinato de Canalejas por un anarquista en la Puerta del Sol de Madrid trunc� su proyecto de democratizaci�n de la Monarqu�a de Alfonso XIII.

En el gobierno Canalejas moder� su radicalismo, intent� establecer relaciones con el Partido Conservador. El giro moderado de su pol�tica provoc� las cr�ticas de socialistas y republicanos. En su proyecto de �regeneraci�n democr�tica� condec�a un especial protagonismo al rey que no deb�a asumir un papel simb�lico sino implicarse en el proyecto de reformas, lo que fue muy del agrado de Alfonso XIII. El programa defend�a el intervencionismo liberal que ve�a en el Estado el agente modernizador del pa�s. Su Gobierno tuvo que hacer frente la oposici�n republicano-socialista, que reclamaba la revisi�n del caso Ferrer, y a la del Partido Conservador, que rechazaba el proyecto de restricci�n de las actividades de las �rdenes religiosas conocido como la Ley del Candado.

En cuanto a la cuesti�n social, Canalejas ve�a en el arbitraje y la negociaci�n entre patronos y obreros la �nica forma de resolver los conflictos laborales. As� favoreci� el papel mediador del Instituto de Reformas Sociales (IRS) creado en 1903, bajo el gobierno del conservador Francisco Silvela. Mejor� las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera: regul� los contratos de aprendizaje, para acabar con los ni�os obreros; prohibi� el trabajo nocturno para las mujeres; y reform� los tribunales industriales. No logr� ver aprobado su proyecto estrella, la ley de contratos colectivos de trabajo, por la encarnizada oposici�n de los otros partidos.

Canalejas se ocup� de dos de las m�s antiguas reivindicaciones de las clases populares:  la abolici�n de los impuestos indirectos conocidos como los consumos que gravaban los productos b�sicos, aumentando as� su precio; y las desigualdades a la hora de hacer del servicio militar. En 1912 se estableci� el servicio militar obligatorio, aunque s�lo en tiempo de guerra, lo que supon�a poner fin a la �redenci�n en met�lico� que permit�a a las familias acomodadas que sus hijos no hicieran el servicio militar pagando una determinada cantidad de dinero.

Frente a las revueltas de la clase obrera, Canalejas intent� alternar el arbitraje con la represi�n. Tras la huelga general revolucionaria de 1911 que motiv� la disoluci�n de la CNT y el procesamiento de los dirigentes de UGT, Canalejas propuso al rey la conmutaci�n de las penas de muerte, sabiendo las consecuencias que para Antonio Maura hab�a tenido la dura represi�n de la Semana Tr�gica de Barcelona en 1909.

Canalejas tuvo �xito con el problema de Marruecos, al conseguir en mayo de 1911 asegurar el control de la �zona de influencia� espa�ola con la toma de Arcila, Larache y Alcazarquivir, en respuesta a la toma de Fez por los franceses, lo que le permiti� negociar con Francia, contando con la mediaci�n de Gran Breta�a, el establecimiento definitivo del protectorado espa�ol de Marruecos. A principios de noviembre de 1912 se hab�a llegado al acuerdo definitivo con Francia sobre Marruecos, pero la firma del tratado prevista para finales de mes, no la pudo realizar Canalejas porque fue asesinado el d�a 12 por un anarquista en la Puerta del Sol de Madrid. La desaparici�n de Canalejas tuvo una gran importancia en la vida pol�tica espa�ola pues dej� sin liderazgo a uno de los partidos del turno, el liberal, que durante el resto del reinado de Alfonso XIII no fue capaz de reconstruir, resultando dividido en fracciones, lo que contribuy� a la crisis del r�gimen pol�tico de la Restauraci�n.

PERSISTENCIA DEL CACIQUISMO DEL SIGLO XIX

La pr�ctica electoral llevada a cabo durante gran parte del siglo XIX persiste a principios del siglo XX. Esta pr�ctica electoral de intervenir en los resultados electorales a favor del candidato designado por los respectivos grupos olig�rquicos, que alcanz� su culminaci�n a finales del siglo XIX, cuando Joaqu�n Costa se propuso denunciar los males del sistema y pronunci� la famosa conferencia Oligarqu�a y caciquismo como la forma actual de gobierno en Espa�a, en el Ateneo de Madrid, publicada en 1902.

Originariamente el nombre de cacique significaba �se�or de vasallos en alguna provincia o pueblo de indios�, m�s tarde pas� a significar la �persona que en una colectividad o grupo ejerce un poder abusivo�. Los descubridores espa�oles llamaron se�ores, principales o reyes, a los jefes de las tribus o grupos sociales que encontraron. Pero al llegar al Per� se encontraron con que en el Imperio Inca exist�a una organizaci�n administrativa a nivel local al frente de la cual estaban los �curacas� o �se�ores principales�, �potentados� o �gobernadores�, jefes locales de los grupos ind�genas que estaban encargados de velar por el rendimiento del trabajo de sus s�bditos y el control de la recogida de tributos. Fue el Inca Garcilaso de la Vega el que comenz� a llamarles caciques.

La pr�ctica del caciquismo ya exist�a en el r�gimen absolutista y bajo el reinado de Isabel II. Pero fue con la instauraci�n del sufragio universal masculino en 1890 cuando el caciquismo se convirti� en una pr�ctica electoral generalizada que domin� todo el r�gimen pol�tico. Estas pr�cticas caciquiles desprestigiaron tanto el sistema pol�tico de la Restauraci�n, que hab�a establecido Antonio C�novas del Castillo, que caciquismo y Restauraci�n se convirtieron casi en sin�nimos. El caciquismo introdujo un elemento antidemocr�tico en el sistema electoral de la Restauraci�n, un elemento que burlaba la voluntad de los electores. El sistema funcionaba de arriba abajo.

El sistema part�a del convencimiento de que ser�a nefasta la imposici�n del n�mero (masa) a la calidad (minor�as), resultado de lo cual se desembocar�a en un libre juego electoral. La Constituci�n de 1876 daba pie para entender las atribuciones del monarca de dos formas distintas. Seg�n una, al rey se le conced�a amplia y generosa potestad. Otra interpretaci�n abrigaba la esperanza de una evoluci�n institucional hacia una democracia acorde con los tiempos y modelos de otros pa�ses. La interpretaci�n basada en el texto constitucional delegaba las responsabilidades m�s altas a la decisi�n real. La segunda interpretaci�n, que estaba abierta a los cambios democr�ticos, chocaba con la realidad electoral del momento: un parlamentarismo sin opini�n p�blica, unos partidos sin respaldo de mayor�as populares, unas elecciones corrompidas por el caciquismo, un parlamentarismo sin legitimidad. Subsanar estas deficiencias democr�ticas supon�a beneficiar a los grupos pol�ticos excluidos de la alternancia de los partidos en el poder (el conservador y el liberal). Las clases dirigentes nada tem�an m�s que el ascenso al poder de los revolucionarios, de las masas empobrecidas y analfabetas a trav�s de un sufragio universal libre y sin manipulaciones caciquiles. A finales de los a�os veinte del siglo XX, el fil�sofo Jos� Ortega y Gasset escrib�a una serie de art�culos en la prensa bajo el t�tulo de La rebeli�n de las masas, en los que avisaba del peligro de que la masa (el n�mero) tomara las decisiones pol�ticas que solo una minor�a cualificada (la calidad) pod�a tomar por ella. Las minor�as deber�an hacerse responsables de la direcci�n de las masas.

Cuando las �familias pol�ticas� en el poder se divid�an (bien dentro del Partido Conservador o bien dentro del otro partido clave del sistema, el Liberal), el monarca retiraba la confianza al presidente del gobierno y encargaba dicho cometido al jefe de la oposici�n. Este cambiaba autom�ticamente a los gobernadores civiles, cuya misi�n primordial era realmente fabricar una nueva mayor�a. Jam�s ning�n encargado de formar gobierno fracas� en la tarea de conseguir una mayor�a parlamentaria c�moda. Los mecanismos para fabricar mayor�as eran m�ltiples: compra de votos, reparto de promesas, invitaciones (�cuba abierta�), �partidas de porra� (palizas), incluso rotura de urnas. La cr�tica del sistema caciquil se fue generalizando hasta convertirse en un t�pico. Uno de los jefes del Partido Conservador, Antonio Maura, intent� cortar de ra�z el caciquismo (1907-1909), pero fracas� ante una nutrida oposici�n parlamentaria. Sus pervivencias aun se dejaron sentir, si bien de una forma mucho menor, incluso durante la II Rep�blica (1931-1936).

Un Parlamento de escasa representatividad (caciquismo electoral) y en manos de unas oligarqu�as poco responsables, exoneraba al monarca, que pod�a verse impulsado por el deber patri�tico a tomar decisiones. Las atribuciones constitucionales del monarca estaban pensadas para casos de absoluta emergencia. Dejarle tanto poder constitucional al rey implicaba un riesgo a largo plazo. La alternativa era una paulatina reforma desde arriba, desde el poder. Los intentos de reforma del conservador Antonio Maura y del liberal Jos� Canalejas quedaron truncados por la resistencia de los intereses creados y por haber sido emprendidos muy tarde, cuando el parlamentarismo liberal estaba en decadencia en Europa superado por la ola de autoritarismo.

LAS GUERRAS DE MARRUECOS

Tras el desastre del 98, el imperialismo espa�ol hab�a visto reducido su �mbito de acci�n a �frica, especialmente a la zona norte de Marruecos. La necesidad de intervenciones militares en la zona fue constante y supuso un fuerte desgaste humano, econ�mico y pol�tico. Solo razones de prestigio exterior explican la insistencia de Espa�a por permanecer en estos territorios a tan elevado precio.

Tras las conferencias de Berl�n y Algeciras, donde las potencias colonialistas se repartieron el mundo colonizado, Espa�a y Francia ocupan el Magreb. Los espa�oles controlan el territorio rife�o salvo T�nger, que quedar� como puerto franco, libre de impuestos. Para sacarse la espina de la p�rdida de las colonias de ultramar en 1898, Espa�a se embarca en la guerra marroqu� y se mete en un verdadero avispero, en un territorio de pocas posibilidades econ�micas y con unos habitantes muy combativos. Fue un error hist�rico.

La presencia espa�ola en el Magreb se reduce a la franja costera del Rif, �rea de influencia de las ciudades de Ceuta y Melilla (espa�olas desde el siglo XV y XVI), adem�s de Ifni y S�hara occidental, zonas muy pobres y conflictivas. Las dos primeras d�cadas del siglo XX, hasta el fin de la guerra con el desembarco de Alhucemas durante la dictadura de Primo de Rivera, Marruecos se va a convertir en la pesadilla del Ej�rcito espa�ol. Los militares ser�n ahora el blanco de anarquistas, socialistas, republicanos y nacionalistas, especialmente los catalanes. Pero tambi�n de los regeneracionistas que ven con impotencia como Espa�a pierde sus �ltimos recursos en una guerra imposible, sangrienta y de gran crueldad, como la costumbre de cortar las cabezas a los prisioneros.

La Guerra de Marruecos provoc�, adem�s, revueltas sociales por la necesidad de enviar al frente marroqu� soldados de origen humilde, hijos de obreros que no pod�an pagar la cuota exigida para elegir destino o para evitar ser movilizados.

La larga guerra de Marruecos se prolong� entre 1909 y 1927 con numerosos conflictos. La constituci�n en 1907 de la Sociedad Minas del Rif, como consecuencia de la firma de un acuerdo con El Roghi, caudillo local de la zona de Melilla, que permit�a explotar las minas de la zona, pronto llev� a soldados espa�oles a Marruecos.

En 1898 Espa�a, perdido el imperio ultramarino (Cuba, Puerto Rico y Filipinas), se volc� en Marruecos. Lo primero que se impon�a era delimitar con precisi�n entre Francia y Espa�a las respectivas zonas de influencia, para evitar posibles roces suplementarios. Distintos acuerdos (1902, 1904) redujeron la zona de influencia espa�ola, hasta que en 1912 se fijaron las fronteras definitivas. Se estableci� la figura de derecho internacional del Protectorado, que entr� en vigencia a partir de 1927, en que se consigui� pacificar el territorio.

En 1909 los rife�os de la zona de Melilla desencadenaron la guerra. El conflicto tuvo dos frentes: uno social, con epicentro en Barcelona (Semana Tr�gica), y otro militar con el rev�s sufrido por las tropas espa�olas en el Barranco del Lobo. El momento culminante de la confrontaci�n militar tuvo lugar en julio de 1921 con el llamado desastre de Annual, que abri� el camino hacia la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Ya en el poder, Primo de Rivera se decidi� a acabar con la conflictiva situaci�n marroqu� con el desembarco de Alhucemas en 1925, que en 1927 dar�a fin a las largas guerras de Marruecos.

Canalejas consigui� en mayo de 1911 asegurar el control de la �zona de influencia� espa�ola y negociar con Francia, con la mediaci�n de Gran Breta�a, el establecimiento definitivo del protectorado espa�ol de Marruecos. A partir de este momento, el Alfonso XIII empieza a centrarse e intervenir en la pol�tica espa�ola sobre Marruecos, interes�ndose sobre las explotaciones mineras en aquella regi�n y manteniendo relaci�n directa con las autoridades espa�olas en el norte de �frica, as� como con Francia, al margen de los gobiernos. En 1911 visit� Melilla, acompa�ado de Canalejas, las minas del Rif, e intervino en la elaboraci�n de los planes militares de ocupaci�n del territorio marroqu�, enviando al general Barrera para estudiar la viabilidad de la ocupaci�n de Tetu�n.

Uno de los militares que inform� al rey de la situaci�n en Marruecos fue el entonces teniente coronel Manuel Fern�ndez Silvestre, el futuro jefe de las tropas espa�olas en el desastre de Annual, quien en un informe le dijo que era �un problema de transcendental importancia para nuestra personalidad como naci�n europea el dar cima a la empresa confiada a transformar un pueblo de las condiciones de Marruecos�. Una idea sobre la �misi�n� de Espa�a en Marruecos que compart�an el rey y la mayor parte de la clase pol�tica espa�ola.

Tras el reparto de la mayor parte de �frica, el territorio de lo que hoy es Marruecos era una de las pocas regiones por repartir en el continente. Las potencias se reunieron en la Conferencia de Algeciras en 1906 y all� se acord� el reparto de Marruecos entre Francia, que se qued� la mayor parte del territorio, y Espa�a que se apoder� de la monta�osa franja norte del pa�s, que se convirti� en protectorado en 1912.

Durante el reinado de Alfonso XIII, Espa�a sostuvo diferentes guerras en el Rif, regi�n con zonas monta�osas del noroeste de �frica, con costa en el Mediterr�neo, regi�n tradicionalmente aislada y desfavorecida. Sus habitantes son bereberes.

Muy pronto aparecieron los conflictos con los ind�genas. Las c�bilas del Rif se agruparon bajo el liderazgo de Abd-el-Krim. El ej�rcito espa�ol, mal pertrechado y dirigido, sufri� importantes reveses. En 1909 el ej�rcito espa�ol sufri� un desastre en el Barranco del Lobo. Antonio Maura tuvo que enviar tropas que recuperaron el Gurug� y las plazas de Nador y Zelu�n. Los rife�os pidieron la paz en 1912.

A pesar de los incidentes antimilitaristas de la Semana Tr�gica de Barcelona (1909), los partidos din�sticos siguieron luchando en el avispero marroqu�. Para Alfonso XIII la guerra colonial deber�a dar a Espa�a el lugar que le correspond�a en el mundo. Pero era la oligarqu�a financiera la que m�s intereses ten�a en mantener la aventura colonial de Marruecos: las minas de hierro all� encontradas y la construcci�n del ferrocarril compensaban las p�rdidas de las colonias de ultramar en 1898. La guerra colonial era tambi�n de inter�s para el ej�rcito, que pod�a vengar el honor perdido en la guerra de Cuba contra los Estados Unidos y rehabilitarse ante la sociedad con las haza�as b�licas en el Marruecos colonial.

�Pero la quimera africana, reforzada en 1912 con la consolidaci�n del Protectorado, solo gustaba a la derecha y al rey, que azuzaron a los ya convencidos generales para extender el dominio espa�ol por las �ridas tierras del Rif. Los catorce a�os de guerra modificar�an la fisonom�a del militar espa�ol, al reducir su horizonte mental al patriotismo bullicioso, la disciplina cuartelaria del ordeno y mando y el escarnio de la democracia. Alejados de la Pen�nsula Ib�rica, lanzados a la conquista de ascensos y medallas, los oficiales africanistas se convencer�n de la superioridad de la milicia y de su misi�n hist�rica en la regeneraci�n de Espa�a. Con el paso del tiempo en los cuarteles de Melilla fermentar�a una fuerte ideolog�a nacionalista que exaltaba la Espa�a del Imperio y la Castilla ancestral de la Reconquista y ve�a en el ej�rcito la reencarnaci�n de la patria. [...]

La cercan�a de la muerte, el asedio de las enfermedades... alimentaban las ganas de vivir de los miles de soldados que aprovechaban la intermitencia de la contienda para perderse en la barah�nda del placer y la juerga con los ojos inflamados de sue�o y vino. M�s de sesenta y cinco mil soldados fueron enviados a morir o reverdecer las glorias de la patria en tierras marroqu�es. Para aquellos j�venes arrancados de los pueblos y la f�brica y llevados a la fuerza al matadero del Rif con el entusiasmo de un pu�ado de empresarios y la aquiescencia del rey, Marruecos no fue m�s que un campo de batalla, un burdel, una taberna y una tumba.� [Garc�a de Cort�zar 2004: 239-240]

Una estampa de lo que fue la guerra de Marruecos nos la ofrece novelista Arturo Barea en sus tres novelas autobiogr�ficas escritas en Inglaterra entre 1940 y 1945: La forja de un rebelde. I. La forja. II. La ruta. III. La llama. La segunda, La ruta, cuenta su experiencia militar en Marruecos durante la guerra contra los independentistas rife�os, donde llega a conocer y a contar algunas an�cdotas sobre el entonces comandante Francisco Franco y el fundador de la Legi�n Espa�ola, Mill�n Astray.

La guerra de Marruecos provoc� la divisi�n paulatina del Ej�rcito entre el peninsular y el de �frica, los peninsulares y los africanistas. Los militares peninsulares no ve�an con buenos ojos que los oficiales que serv�an en la guerra de Marruecos fueran ascendidos m�s r�pidamente que los peninsulares. Por ejemplo, Francisco Franco se hab�a convertido en el general m�s joven de Europa con tan solo 33 a�os gracias a sus servicios en Marruecos (1926).

GUERRA DEL RIF Y DESASTRE DEL BARRANCO DEL LOBO (1909)

Desastre del Barranco del Lobo, derrota militar espa�ola contra las tropas del l�der rife�o Abd-el-Krim, ocurrida el 27 de julio de 1909 en el despe�adero hom�nimo, situado en las estribaciones del macizo monta�oso Gurug� (que domina la ciudad de Melilla), durante la guerra de Marruecos.

El Rif, regi�n monta�osa del norte de Marruecos y de lengua y cultura bereber, se consideraba �zona de influencia espa�ola� por el tratado firmado con Francia el 5 de octubre de 1904. El Rif pertenec�a a la parte de Marruecos conocida como Bled es-Siba o Pa�s del Desgobierno, donde la autoridad pol�tica del sult�n no hab�a sido nunca efectiva. Los rife�os, por tanto, no se consideraban implicados por los acuerdos que pudiera haber alcanzado el poder central con las potencias europeas.

En 1907 se descubri� que en la cabila (territorio de tribus bereberes) albergaba riquezas mineras. La Compa��a del Norte Africano, de nacionalidad espa�ola pero de capital franc�s, consigui� la explotaci�n de las minas de plomo argent�fero; y la Compa��a Espa�ola de Minas del Rif, propiedad de la familia del conde de Romanones y de la casa G�ell, las de hierro. La concesi�n tambi�n inclu�a el permiso para construir un tren minero que uniera los yacimientos con el puerto de Melilla.

La zona oriental, con centro en Melilla, comenz� a ser hostigada desde principios de julio de 1909 por los rife�os (tribus norteafricanas que ocupaban la regi�n del Rif), quienes atacaron principalmente a los obreros que trabajaban en la construcci�n de un ferrocarril minero.

La entrada en combate en la zona conocida como Barranco del Lobo result� un aut�ntico desastre para los espa�oles, ampliamente derrotados a manos de las fuerzas de Abd-el-Krim, el 27 de julio. La noticia conmocion� a toda Espa�a, pero especialmente a Barcelona, lugar de procedencia de la mayor�a de los cerca de mil hombres muertos en el desigual encuentro b�lico y donde se desencaden� indirectamente la denominada Semana Tr�gica de Barcelona y la derrota pol�tica del entonces presidente del gobierno Antonio Maura.

SEMANA TR�GICA DE BARCELONA (1909)

En el protectorado de Marruecos la insurgencia ataca la plaza de Melilla y los obreros que est�n construyendo la v�a f�rrea entre Melilla y las minas de la zona del Rif, dadas en concesi�n al grupo del conde de Romanones, G�ell y el marqu�s de Comillas. Estas empresas presionaron en la zona para garantizar la seguridad de la actividad minera con operaciones policiales puntuales contra las cabilas que hostigaban a los trabajadores espa�oles. Estas escaramuzas terminaron en una guerra con numerosas bajas.

El pueblo espa�ol era consciente de que la acci�n militar estaba destinada solamente a defender los intereses particulares de algunos empresarios. Como dec�a la copla popular: �los obreros de la mina est�n muriendo a montones para defender las minas del conde de Romanones, que luego los asesina�. En Barcelona, al ver que los barcos en que iban a transportar las tropas para Melilla eran del marqu�s de Comilla, con participaci�n en la Compa��a Espa�ola de Minas del Rif, y ante una movilizaci�n de reservistas para ser enviados al frente, los �nimos del pueblo se crispan. Los nuevos reclutas eran padres de familia de la clase obrera que no pod�an pagar las mil quinientas pesetas que exig�a el Gobierno para librarse de ir al frente marroqu�. Esta redenci�n a met�lico solo favorec�a a los hijos de los ricos, responsables de la guerra. El reservista que iba al frente privaba a su familia de la persona que tra�a el sustento a casa.

�La situaci�n explota cuando un grupo de bienintencionadas y acomodadas damas se presenta a repartir escapularios entre ellos. Los insultos degeneraron en un mot�n que se extendi� por toda la ciudad y otras poblaciones. Empezaron a quemar iglesias. La polic�a se emple� a fondo en lo que se conoce como la Semana Tr�gica (1909).� [Ord��ez 2014]

Este acontecimiento puso de manifiesto el escaso apoyo social del r�gimen de la Restauraci�n. La situaci�n social y sindical de Barcelona, el n�cleo m�s industrializado de Espa�a, era realmente explosiva en los primeros a�os del siglo XX. Adem�s, se hab�an logrado niveles muy altos de concienciaci�n y organizaci�n obrera. El anarquismo, especialmente contaba con muchos seguidores. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos de la guerra de Marruecos en el �rea pr�xima a Melilla, el gobierno presidido por Antonio Maura recurri� en el verano de 1909 al reclutamiento de reservistas, en su mayor�a padres de familia integrados en sus puestos de trabajo. El embarque del contingente barcelon�s, que tuvo lugar a partir del 11 de julio, provoc� siete d�as m�s tarde importantes tumultos. El pueblo se opuso al env�o de tropas a Marruecos, no estaba de acuerdo en que los m�s pobres tuvieran que ir a arriesgar su vida para defender las colonias espa�olas y durante una semana, Barcelona se convirti� en un campo de batalla con la quema de conventos e iglesias y asesinatos.

Las organizaciones obreras anarquistas y socialistas de Catalu�a acordaron convocar para el 26 de julio una huelga general, que tuvo un amplio seguimiento. El gobierno recurri� al Ej�rcito para acabar con la sedici�n, pese a la oposici�n del gobernador civil Ossorio y Gallardo. El gobierno de Antonio Maura decret� el estado de guerra. El 31 de julio, el gobierno desbarat� la insurrecci�n desplegando una contundente represi�n. La Semana Tr�gica se sald� con m�s de un millar de arrestados y 17 condenados a muerte, 5 de los cuales fueron ejecutados, entre ellos el pedagogo anarquista Francesc Ferrer i Gu�rdia, fundador de la Escuela Moderna. La ejecuci�n de Ferrer i Gu�rdia desencaden� una campa�a de condenas internacionales.

Se carg� la responsabilidad al nacionalismo catal�n y al republicanismo anticlerical de Alejandro Lerroux. Por otro lado, se responsabiliz� de la dureza de la represi�n a Antonio Maura. Las izquierdas espa�olas se unieron por primera vez formado un frente com�n (Bloque de Izquierdas), cuya presi�n oblig� al joven Alfonso XIII a retirar la confianza al gobierno conservador presidido por Antonio Maura y a entreg�rsela a Segismundo Moret. La actitud de Moret ante los sucesos de la Semana Tr�gica supuso la ruptura del Pacto de El Pardo, que desde 1885 hab�a sido la base del bipartidismo y la alternancia pol�tica entre liberales y conservadores.

LA CONJUNCI�N REPUBLICANO-SOCIALISTA

La Conjunci�n Republicano-Socialista fue la  alianza electoral entre los partidos republicanos y el Partido Socialista. La primera Conjunci�n Republicano-Socialista tuvo lugar en 1909. Como consecuencia de los sucesos producidos en Barcelona durante la Semana Tr�gica (1909), el Gobierno conservador de Antonio Maura inici� una dura pol�tica de represi�n y suspendi� las garant�as constitucionales. Ante la dureza de la represi�n, el Partido Socialista Obrero Espa�ol (PSOE) y buena parte de las organizaciones republicanas se unieron para defender la democracia. Para los socialistas, la uni�n con el resto de las fuerzas republicanas supon�a dejar a un lado su pol�tica obrerista y acercarse a posturas m�s burgueses. Pero el reto del gobierno de Antonio Maura les oblig� el 7 de noviembre de 1909 a formar una coalici�n, conocida como la Conjunci�n Republicano-Socialista, presidida por el novelista Benito P�rez-Gald�s.

El PSOE fue fundado en Madrid el 2 de mayo de 1879, a los pocos a�os de iniciarse la Restauraci�n. Su nacimiento se debe a la escisi�n del peque�o grupo obrero madrile�o seguidor del marxismo (�grupo de los nueve�) respecto de la Federaci�n Regional Espa�ola (FRE) de la I Internacional o Asociaci�n Internacional de los Trabajadores (AIT), corriente mayoritaria de signo anarquista. En agosto de 1888 se funda en Barcelona la Uni�n General de Trabajadores (UGT), organizaci�n sindical obrera vinculada al socialismo marxista del PSOE, aunque se declara apol�tica.

El PSOE comenz� su andadura hist�rica en solitario, sin alianzas con fuerzas burguesas y seg�n la estrategia rigorista dise�ada por Pablo Iglesias, el principal dirigente del partido y del sindicato hasta 1925. Este aislamiento perjudic� la popularidad del partido y en las elecciones obten�a d�biles resultados. Con motivo de las duras medidas con las que el gobierno de Antonio Maura reprimi� los disturbios de la Semana Tr�gica de Barcelona (1909), el PSOE dio un giro t�ctico y form� el 7 de noviembre de 1909 una coalici�n con los republicanos: la Conjunci�n Republicano-Socialista. En las elecciones del 12 de diciembre de 1909 la Conjunci�n Republicano-Socialista obtiene un relativo �xito que favorece su afianzamiento. Poco despu�s, en las elecciones legislativas convocadas por Jos� Canalejas para el 8 de mayo de 1910, Pablo Iglesias obtendr� su primer acta de diputado, la primera que consigue un socialista en Espa�a.

Los socialistas vascos asumieron r�pidamente el compromiso con los republicanos. El Pa�s Vasco fue la zona de Espa�a en la que la colaboraci�n fue m�s estrecha. Algunas de las figuras m�s relevantes del socialismo vizca�no, como Indalecio Prieto, consiguieron que buena parte de la organizaci�n socialista vasca se volcase en el trabajo activo a favor de la Conjunci�n Republicano-Socialista. De alguna forma aquel primer movimiento fue el inicio de una moderaci�n progresiva del socialismo vasco y el abandono del obrerismo y de las posturas de intransigencia pol�tica.

En el proceso de formaci�n de la Conjunci�n Republicano-Socialista, los l�deres del PSOE, con escasa formaci�n ideol�gica, se resisten al cambio t�ctico, en contraste con una propensi�n de las bases del partido a colaborar con las bases y electorados republicanos.

Los republicanos, por su parte, tienen dificultades con su fraccionamiento y con el protagonismo de sus jefes. De esta forma se imposibilita la realizaci�n de un programa com�n que no se limitase a pedir el advenimiento de la rep�blica y que integrara a los liberales progresistas.

En 1912 el sector republicano m�s moderado, liderado por Melqu�ades Alvarez, forma el Partido Reformista. Melqu�ades fue un convencido republicano, aunque apoy� a Alfonso XIII y presidi� el Congreso de los Diputados durante parte de su reinado.

En diciembre de 1919, el PSOE abandona la Conjunci�n Republicano-Socialista.

En 1921 el sector leninista del partido socialista se escinde del PSOE y funda el Partido Comunista de Espa�a (PCE).

En 1925 muere Pablo Iglesias. Bajo la direcci�n de Largo Caballero, el PSOE colabora con la Dictadura. Manuel Aza�a funda Acci�n Republicana.

En 1926 se crea la Alianza Republicana, formada por Acci�n Republicana (Manuel Aza�a) y el Partido Radical (PR) (Alejandro Lerroux).

LAS JUNTAS MILITARES DE DEFENSA

En junio de 1917 se legalizan las Juntas de Defensa, organizaciones corporativas militares. Nacidas en 1916, agrupaban a los jefes y oficiales con destino en la pen�nsula (�peninsulares�) que reclamaban el aumento de sus salarios (su poder adquisitivo hab�a disminuido a causa de la inflaci�n provocada por la Gran Guerra) y que tambi�n protestaban por los r�pidos ascensos por "m�ritos de guerra" que obten�an sus compa�eros destinados en Marruecos (�africanistas�), que les permit�an aumentar sus ingresos y progresar en el escalaf�n. El ej�rcito peninsular exig�a la abolici�n de los privilegios de los oficiales que prestaban sus servicios en Marruecos, los militares �africanos�. En la crisis de 1917 estas Juntas Militares de Defensa cobraron un especial protagonismo.

Los oficiales se organizaron para reforzar su influencia en el Estado y mejorar sus ingresos y para ejercer presi�n para alcanzar sus objetivos, que eran:

Oponerse al ascenso por m�ritos de guerra. Equiparar los sueldos de los soldados peninsulares a los de los militares �africanos�. Exigir que los Gobiernos y el pueblo tuvieran m�s respeto al Ej�rcito.

En junio de 1917 el coronel M�rquez, bas�ndose en un vago programa regeneracionista, pidi� al Rey convocatoria de Cortes Generales, la desaparici�n del caciquismo y, en general, una renovaci�n del mundo pol�tico e intent� un acercamiento a Maura. El miedo a un pronunciamiento militar, el fantasma contra el que hab�a luchado C�novas en los inicios de la Restauraci�n, volvi� a aparecer en el ambiente. Pocas semanas despu�s, la escalada en la conflictividad social gener� una sensaci�n de inseguridad tan acusada entre los grupos en el poder, la burgues�a y las clases medias que el Ej�rcito, preocupado por la defensa del orden, abandon� sus veleidades reformistas.

El resultado de estas reivindicaciones fue la Ley del Ej�rcito de junio de 1918 que trajo la subida de los sueldos y la regulaci�n de los ascensos por una Junta de Clasificaci�n que fren� los ascensos espectaculares por m�ritos de guerra como hab�a sido el caso de Francisco Franco, que en 1926 se hab�a convertido en el general m�s joven de Europa con tan solo 33 a�os.

Amparadas por el rey ejercieron como grupo de presi�n militar sobre el poder civil, interviniendo activamente en la vida pol�tica y contribuyendo as� a la crisis del r�gimen de la Restauraci�n. Reconvertidas en comisiones informativas fueron abolidas en noviembre de 1922, diez meses antes del golpe de Estado de Primo de Rivera que puso fin al periodo constitucional del reinado de Alfonso XIII.

LA CUESTI�N REGIONAL � LA MANCOMUNIDAD DE CATALU�A

Canalejas se hab�a mostrado siempre partidario del Estado centralista, pero cuando lleg� a la presidencia del gobierno moder� su postura y se propuso satisfacer las demandas de la catalanista Lliga Regionalista mediante la creaci�n de una nueva instancia regional que integrara a las cuatro diputaciones catalanas bajo el nombre de Mancomunidad de Catalu�a y que estar�a encabezada por uno de los l�deres de la Lliga Enric Prat de la Riba.

Pero este proyecto se vio obstaculizado por un sector de su propio partido encabezado por Segismundo Moret, y apoyado por el diputado Niceto Alcal� Zamora. El proyecto fue aprobado el 5 de junio de 1912 por el Congreso de Diputados, pero cuando muri� Canalejas a�n no hab�a sido ratificado por el Senado, por lo que no entr� en vigor hasta diciembre de 1913, y la Mancomunidad de Catalu�a no se constituir�a hasta marzo de 1914.

En 1905 las elecciones municipales en Catalu�a dieron el triunfo a la Lliga. La prensa lanz� cr�ticas muy duras al r�gimen. La reacci�n de los oficiales de la guarnici�n de Barcelona fue contundente: destrozaron los locales de dos peri�dicos catalanes. Se suspendieron las garant�as constitucionales y se exigi� que los hechos fueran juzgados por tribunales militares. Los regionalistas de la Lliga advirtieron al Congreso que no deb�a confundir el separatismo con el regionalismo.

En marzo de 1906, ante la cr�tica al ej�rcito, el Gobierno aprob�  la Ley de Jurisdicciones: las cr�ticas al ej�rcito son consideradas como cr�ticas a la Patria y ser�n juzgadas por la jurisdicci�n militar. En esta ley se establec�a que en el C�digo de Justicia Militar quedar�an incluidos los delitos de injuria al Ej�rcito. Esto romp�a el principio fundamental del liberalismo: la unidad jurisdiccional. Como reacci�n se form� una nueva coalici�n, la Solidaritat Catalana, que consigui� una clara victoria electoral en 1907. La Ley de Jurisdicciones de 1906 trajo un reforzamiento del anticlericalismo y antimilitarismo  en la ciudad. La pol�tica autoritaria del gobierno de Maura no ayud� a calmar los �nimos.

La industrializaci�n desde principios de siglo hab�a fomentado el auge de los movimientos obreros, que culmina en 1907 con la creaci�n de Solidaridad Obrera, organizaci�n anarquista, como respuesta a la nacionalista Solidaritat Catalana, creada por la burgues�a de Catalu�a.

La Liga Regionalista o Lliga Regionalista, era un partido pol�tico representante del nacionalismo catal�n conservador durante la mayor parte de la Restauraci�n. Fue fundada en Barcelona el 25 de abril de 1901, como resultado de la uni�n del Centre Nacional Catal� y la Uni� Regionalista, con el objeto de presentarse a las elecciones de mayo de ese a�o para defender, desde la posici�n pol�tica de la burgues�a conservadora, la autonom�a hegem�nica de Catalu�a dentro del Estado espa�ol. Desapareci� en 1936 despu�s de haber cambiado su denominaci�n en 1933, bajo la II Rep�blica, por la de Lliga Catalana (Liga Catalana). Sus iniciales dirigentes m�s relevantes fueron Enric Prat de la Riba y Francesc Camb�. Pronto se convirti� en uno de los partidos m�s influyentes, gracias a una estructura organizativa de la que carec�an las restantes formaciones integradas en el sistema pol�tico del reinado de Alfonso XIII.

MOVIMIENTOS OBREROS Y CLASES SOCIALES

Los gobiernos de la Restauraci�n, tanto en el siglo XIX como en el XX, consideraban el problema de los movimientos obreros bajo la �ptica de orden p�blico. El 4 de noviembre de 1918 el fil�sofo Jos� Ortega y Gasset, en un art�culo en el diario El Sol, titulado Idea de un programa m�nimo, resum�a los tres temas esenciales de una �pol�tica inminente�: reforma constitucional, descentralizaci�n, pol�tica social. En cuanto al problema de las reivindicaciones obreras, advert�a el fil�sofo: �Hasta ahora, cuanto se ha hecho en materia social fue inspirado por una intenci�n conservadora, en el peor sentido de este adjetivo. Desear que las cosas no se hagan de pronto, que lleguen paulatinas en lenta evoluci�n, puede arg�ir delicadeza de temperamento y mansedumbre de humor. Para los conservadores, lejos de ser un ideal el socialismo, es la terrible amenaza que se cierno sobre la historia contempor�nea. Hacer una ley social significa para ellos levantar un talud que contenga el socialismo. Si invertimos los t�rminos, tenderemos una pol�tica social de signo contrario a la conservadora. Deseamos la socializaci�n de la sociedad: esto supone le equiparaci�n del obrero con las dem�s clases sociales, no solo en el orden jur�dico, sino en el econ�mico, en el moral y en el intelectual.� [Jos� Ortega y Gasset: �Idea de un programa m�nimo�, en Obras Completas. Madrid: Revista de Occidente, 1969, vol. X, p. 470-471]

Los anarquistas irrumpen en el siglo XX con la misma violencia que lo hab�an hecho en el siglo XIX: asesinatos de Dato y Canalejas, atentados al rey Alfonso XIII, al conservador Antonio Maura y al dictador Primo de Rivera. Durante la dictadura de Primo de Rivera, el movimiento anarquista estuvo sometido por el r�gimen, pero reto�ar�a con virulencia en los �ltimos a�os de la monarqu�a y jugar�a un papel decisivo en la Segunda Rep�blica en la victoria del Frente Popular en 1936, a�o en el que la anarcosindicalista Federaci�n Nacional de Trabajadores (CNT), fundada en 1910, llegar�a a tener 1.527.000 afiliados, por encima del sindicato rival fundado en 1888, la socialista Uni�n General de Trabajadores (UGT) con 1.444.474.

El estrato superior de la sociedad, durante el reinado de Alfonso XIII, lo segu�a constituyendo la nobleza y una burgues�a muy reforzada por la prosperidad econ�mica durante el primer tercio de siglo: terratenientes, industriales, comerciantes, banqueros y especuladores o �nuevos ricos�, a la defensiva frente a un proletariado creciente, con gran fuerza y capacidad de organizaci�n.

Luego estaban las clases medias, integradas por grupos muy diferentes en cuanto a nivel econ�mico y social: propietarios rurales, comerciantes, propietarios de medianas empresas, empleados de la administraci�n, profesionales, militares y cl�rigos. Pol�ticamente formaban un grupo un tanto ambiguo: su objetivo era reformar el Estado, acabando con el dominio de la oligarqu�a, pero temen todo movimiento revolucionario no burgu�s que ponga en peligro su seguridad.

El �ltimo estrato estaba formado por las clases trabajadoras, que viven en condiciones econ�micas muy precarias y sin acceso a la cultura y la educaci�n. El proletariado obrero estaba concentrado en los n�cleos industriales y mineros y, para mejorar su situaci�n, comienzan a asociarse en sindicatos y organizarse para emprender acciones colectivas: las huelgas, el terrorismo y la acci�n directa mediante la violencia anarquista.

Las masas campesinas, el proletariado rural, eran m�s numerosas que las industriales y sufr�an bajo un r�gimen de propiedad de la tierra anacr�nico y tremendamente injusto. La propiedad estaba mal repartida. Los que m�s padec�an la desigualdad social eran los jornaleros, campesinos sin tierra que, desde las leyes de desamortizaci�n del siglo XIX, trabajaban los latifundios por un m�sero salario.

Estas clases trabajadoras comenzaron a organizarse y el movimiento obrero con sus constantes reivindicaciones adquiri� un enorme crecimiento y fue en aumento durante las dos primeras d�cadas del siglo XX, con sucesos como las huelgas generales de jornaleros en 1903 y la Semana Tr�gica de Barcelona en 1909. 

El movimiento anarquista adquiri� estructura organizativa y en 1910 se cre� la Confederaci�n Nacional del Trabajo (CNT) y con ella comenz� la gran expansi�n del anarcosindicalismo que tanto protagonismo iba adquirir m�s tarde durante la Segunda Rep�blica (1931-1936) y la Guerra Civil (1936-1939). El sindicato socialista Uni�n General de Trabajadores (UGT) agrupaba al proletariado industrial y urbano. En 1931 lleg� a tener 280.000 afiliados. El sindicato anarquista Confederaci�n Nacional de Trabajadores (CNT) logr� r�pidamente un gran n�mero de afiliados; en 1931 agrupaba a 800.000 trabajadores. El movimiento obrero cat�lico no pudo competir con socialistas (UGT) y anarcosindicalistas (CNT).

La presi�n de los movimientos obreros logr� que se promulgaran varias leyes que intentaban mejorar las condiciones de vida y la protecci�n legal de los trabajadores. En 1903 se cre� el Instituto de Reformas Sociales (IRS); en 1906, el Reglamento de Inspecci�n del Trabajo para regular la cuesti�n de los accidentes laborales; en 1907, la Ley de Emigraci�n; en 1908, el Instituto Nacional de Previsi�n para atender a las pensiones; y en 1909, la Ley de Huelga.

El gobierno del liberal Jos� Canalejas pretendi� llevar a cabo diversas reformas: di�logo con los sindicatos, limitaci�n del poder eclesi�stico, reforma del servicio militar, entre otras. Pero fue asesinado en 1912 y, con su muerte, se acentu� la dispersi�n pol�tica de los dos grandes partidos.

El 14 de noviembre de 1921 se funda el Partido Comunista de Espa�a (PCE), partido marxista formado a ra�z de una escisi�n del Partido Socialista Obrero Espa�ol (PSOE) de personas disconformes con la socialdemocracia. La intenci�n inicial del PCE era sumarse a la III Internacional convocada por Lenin. Se caracteriz� por su lucha contra la dictadura franquista, en la que era ilegal, y en su esfuerzo por el establecimiento de la democracia. Fue legalizado en 1977 por Adolfo Su�rez, como una de las fuerzas necesarias para instaurar la democracia en Espa�a.

El crecimiento de la sociedad espa�ola en el primer tercio del XIX produjo un fuerte desequilibrio social, agudizado por el enriquecimiento de unos pocos con la Primera Guerra Mundial y el empobrecimiento de la poblaci�n por la inflaci�n y el encarecimiento de la vida. El ego�smo y estrechez de miras de la clase dirigente, las atrasadas estructuras de la propiedad y el escaso nivel econ�mico y social de las masas contribuyeron a fomentar la violencia de los movimientos obreros, que se fueron radicalizando hasta explotar en el estallido de la guerra civil en 1936.

�Cada hora empuja hacia temperamentos anarquistas nuevos grupos sociales ayer pac�ficos y d�ciles. Fernando de los R�os, el profesor y diputado socialista, me refer�a hace pocas semanas sus leales apuros cuando al recomendar a los obreros granadinos procedimientos de legalidad y esperanza en una pol�tica evolutiva, estos le dec�an: ��Pero, don Fernando, no ve usted mismo c�mo no hay ley para nosotros! Nos cierran los centros, nos persiguen en las f�bricas, nos llevan esposados por los caminos, nos apalean las espaldas..., nos trata como a perros. �Qu� va usted a esperar de la ley?� Y el prudente interlocutor sent�a, al o�r esto, verg�enza, ira, desesperanza... Ahora nos toca a nosotros pasar nuestra hora de canes. Formaremos jaur�a con los obreros y prepararemos nuestra gran fiesta venatoria. Nos unir�n el asco y la indignaci�n y haremos que suene de mar a mar el ladrido y el halal�. Andando el tiempo, las cr�nicas narrar�n que en tiempos de Alfonso XIII, amigo de la caza, todos los espa�oles honestos tuvieron que volverse alanos y usar del colmillo.� [Jos� Ortega y Gasset: �Sobre la Real Orden� (1920), en Obras Completas. Madrid: Revista de Occidente, 1969, t. X, p. 665-666 � Publicado en El sol, 7 de agosto de 1920]

CONGRESO FUNDACIONAL DE LA CNT EN 1910

El 1 de noviembre de 1910 se funda en Barcelona la Confederaci�n Nacional del Trabajo (CNT), uni�n confederal de sindicatos aut�nomos de ideolog�a anarcosindicalista, adherida a la organizaci�n de car�cter mundial Asociaci�n Internacional de los Trabajadores (AIT). Se la conoce por este motivo tambi�n con el nombre de CNT-AIT. Se cre� a partir de grupos organizados en torno al sindicato Solidaridad Obrera y recogi� el testigo del esp�ritu del movimiento anarquista espa�ol que se traza desde la creaci�n de la Federaci�n Regional Espa�ola (FRE), m�s tarde Federaci�n de Trabajadores de la Regi�n Espa�ola (FTRE), organizaci�n que sucedi� a la secci�n espa�ola de la Primera Internacional.

Durante el gobierno de Canalejas se produjo un gran incremento de las huelgas, motivado por el fortalecimiento y la expansi�n de las organizaciones obreras. El abandono del aislamiento por parte de los socialistas con la formaci�n en noviembre de 1909 de la Conjunci�n Republicano-Socialista que llev� al Congreso de los Diputados a su secretario general Pablo Iglesias estimul� la r�pida expansi�n del Partido Socialista Obrero Espa�ol (PSOE) y sobre todo de su sindicato Uni�n General de Trabajadores (UGT), mientras que la corriente obrera mayoritaria anarcosindicalista se consolid� con el nacimiento en 1910 de la Confederaci�n Nacional del Trabajo (CNT).

La respuesta del gobierno de Canalejas fue alternar el arbitraje con la represi�n, como ocurri� con la huelga general revolucionaria de 1911 que motiv� la disoluci�n de la CNT y el procesamiento de los dirigentes de UGT. Aunque Canalejas fue indulgente proponiendo al rey la conmutaci�n de las penas de muerte a los seis condenados por los sucesos de Cullera, a diferencia de lo que hab�a hecho Antonio Maura tras la Semana Tr�gica de Barcelona.

LA ASAMBLEA DE PARLAMENTARIOS

Desde febrero de 1917 estaban cerradas las Cortes. Francesc Camb�, l�der de la Lliga Regionalista y de la burgues�a catalana, solicit� la apertura de las Cortes para tratar el tema de las Juntas de Defensa, amenazando de, si el gobierno denegaba la solicitud, constituir�a una Asamblea de Parlamentarios para crear un gobierno de concentraci�n y as� salvar la situaci�n en la que se encontraba el pa�s. El Gobierno desech� la petici�n de que se abrieran las Cortes y en julio se reunieron cincuenta y nueve diputados y senadores catalanes para intentar remediar la situaci�n.

Los acuerdos de la Asamblea iban dirigidos a la disoluci�n del r�gimen. Valoraban positivamente el movimiento de las Juntas Militares de Defensa; propugnaban la formaci�n de un Gobierno nacional que convocase Cortes Constituyentes y se proclamaban partidarios de una transformaci�n de la vida p�blica en un sentido democr�tico. Seg�n Melqu�ades �lvarez, el l�der reformista: "no acataremos m�s soberan�a que la del pueblo". Su debilidad era su falta de verdadera representatividad y la heterogeneidad de los grupos que aglutinaba. Al igual que en el caso de las Juntas Militares, los acontecimientos en el campo sindical atemperaron mucho sus exigencias de reforma.

El Gobierno tach� la Asamblea de separatista y la disolvi�. Ni las Juntas militares ni las derechas aceptaron colaborar con la Asamblea catalana por miedo a una revoluci�n social que los sindicatos intentar�an con la huelga general del 10 de agosto de 1917. Ante la falta de apoyos, la Asamblea se fue diluyendo en los meses siguientes.

HUELGA GENERAL REVOLUCIONARIA DE 1917

La Huelga general 1917 fue una huelga general revolucionaria que tuvo lugar el mes de agosto de 1917, provocada por el malestar social. Fue convocada por la Uni�n General de Trabajadores (UGT), sindicato socialista y el Partido Socialista Obrero Espa�ol (PSOE), y apoyada en algunos lugares por el sindicato anarquista Confederaci�n Nacional del Trabajo (CNT), impresionados por los acontecimientos de la revoluci�n bolchevique en Rusia. Los objetivos principales de la huelga era forzar la ca�da de la monarqu�a y organizar unas elecciones generales sinceras. La huelga fue liderada por el PSOE y la UGT, mientras que la burgues�a republicana, atemorizada, no respondi� y los campesinos estuvieron ausentes del estallido de violencia en las calles de Barcelona, Madrid, Vizcaya y Asturias. El ej�rcito decapit� el movimiento revolucionario tras una semana de dura represi�n. La huelga no derribar a Alfonso XIII, pero evidenci� la debilidad del r�gimen y su dependencia del ej�rcito al tiempo que enterr� el turno de partidos y encon� el problema social. Se abre la �poca dorada del sindicato anarquista Confederaci�n Nacional del Trabajo (CNT); el fracaso de la huelga general compromete a sus organizadores, el PSOE y su sindical obrera UGT, cuyos l�deres son condenados a cadena perpetua.

En mayo de 1916, el Congreso de la Uni�n General de Trabajadores (UGT) hab�a propuesto una huelga general para, con el apoyo de los partidos republicanos, exigir la salida del rey y la formaci�n de un gobierno provisional. El sindicato socialista UGT y el anarquista Confederaci�n Nacional del Trabajo (CNT) pidieron al Gobierno tratar asuntos concretos, como el abaratamiento de la subsistencia. La CNT anarquista planeaba hacer una huelga general para hacer frente al creciente deterioro de las condiciones de vida de las clases trabajadoras como consecuencia del impacto econ�mico que estaba teniendo en Espa�a la Primera Guerra Mundial: inflaci�n, crisis de subsistencias, deterioro de los salarios reales, aumento del desempleo, desabastecimientos. En mayo de 1916 el sindicato socialista UGT aprob� una resoluci�n en favor de la convocatoria de una huelga general de protesta. Comenzaron los contactos entre los dos sindicatos. El resultado fue el hist�rico "Pacto de Zaragoza" firmado en 17 de julio de 1916 por ambas. El gobierno del conde de Romanones orden� la detenci�n de los firmantes del Pacto. Finalmente el 26 de noviembre CNT y UGT convocaron un huelga general de veinticuatro horas para el 18 de diciembre. La huelga cont� con el apoyo de las clases medias y una simpat�a generalizada en el pa�s.

Tras el �xito de la huelga y la nula respuesta del Gobierno, los dos sindicatos obreros acordaron, en un Manifiesto conjunto del 27 de marzo de 1917, promover la huelga indefinida. La nueva huelga general, esta vez indefinida, ten�a ahora un car�cter revolucionario pues su objetivo ya no era solo exigir al gobierno medidas para paliar la crisis de subsistencias, sino que persegu�a �una transformaci�n completa de la estructura pol�tica y econ�mica del pa�s� (Largo Caballero). Este nuevo objetivo revolucionario de la huelga llev� a los socialistas a buscar el apoyo de los l�deres de los partidos republicanos: Alejandro Lerroux y Melquiades �lvarez. El sindicato anarquista CNT comenz� a desconfiar de los contactos que hab�an mantenido los socialistas con los "pol�ticos burgueses", que recordaba la conjunci�n republicano-socialista de 1910 que hab�a llevado al Congreso de Diputados al fundador del Partido Socialista Obrero Espa�ol, Pablo Iglesias, al Congreso.

Pese a la dur�sima actitud del Ej�rcito, la huelga tard� en ser sofocada. El factor esencial fue la colaboraci�n del Ej�rcito con el Gobierno en la represi�n del movimiento huelguista. El balance oficial de la represi�n fueron 71 muertos (37 de ellos en Catalu�a), 200 heridos y 2.000 detenidos.

Para facilitar la salida de la crisis, el rey sustituy� al conservador Eduardo Dato por el liberal Manuel Garc�a Prieto, al frente de un gobierno de concentraci�n nacional en el que tambi�n entr� el catalanista Camb�. Los miembros del Comit� de Huelga fueron sometidos a un consejo de guerra y condenados a cadena perpetua el 29 de septiembre de 1917. Largo Caballero, Saborit, Besteiro y Anguiano fueron conducidos al penal de Cartagena, hasta que el PSOE los incluy� en sus listas de candidatos para las elecciones generales de febrero de 1918, resultando elegidos los cuatro, que junto a Pablo Iglesias e Indalecio Prieto formaron la minor�a socialista del Congreso de los Diputados. La elecci�n como diputados oblig� al gobierno a concederles la amnist�a el 8 de mayo de 1918.

Los cuatro miembros de Comit� de Huelga en las Cortes comenzaron a tomar parte en los debates parlamentarios, poniendo de manifiesto los motivos que hab�an originado el conflicto: la crisis de subsistencias y la crisis de trabajo y la nula repuesta que hab�an encontrado en el Gobierno al que reprocharon la extrema dureza con que hab�a reprimido la huelga.

En el XIII Congreso del sindicato socialista UGT en octubre de 1918, Indalecio Prieto afirm� que �la huelga fracas� en el momento en que el comit� decret� que fuese pac�fica�, y que de no hacerse �revolucionariamente� habr�a sido mejor no hacerla.

�En 1917 intentan obreros y republicanos una revolucioncita. El desmandamiento militar de julio les hab�a hecho creer que era el momento. �El momento de qu�? �De batallar? No; al rev�s; el momento de tomar posesi�n del Poder p�blico, que parec�a yacer en medio del arrollo, como �res nullius�. Por esto, aquellos socialistas y republicanos no quisieron contar con nadie, no llamaron con palabras fervorosas y de elevada liberalidad al resto de la naci�n. Supusieron que casi todo el mundo deseaba lo mismo que ellos, y procedieron a dar el �grito� en tres o cuatro barrios de otras tantas poblaciones.� [Jos� Ortega y Gasset: Espa�a invertebrada (1921), en Obras Completas. Madrid: Revista de Occidente, 1962, t. III, p. 83-84]

La repercusi�n m�s importante del movimiento sindical fue la influencia que su existencia y actividad tuvo en el desarrollo de los otros dos movimientos de oposici�n al r�gimen de la Restauraci�n: las Juntas Militares y la Asamblea de Parlamentarios. Coincidiendo con la reuni�n de estos �ltimos en Barcelona estall� un conflicto en el sector ferroviario en Valencia que condujo a la huelga, hay quien dice que fomentada por provocadores, precisamente para hacer cundir la alarma entre los m�s conservadores de los all� reunidos. La rigidez de la Compa��a ferroviaria, que contaba con el apoyo del gobierno, al negarse a readmitir a ciertos huelguistas, llev� a todo el sector a la huelga el 9 de agosto y oblig� a los socialistas a convocar una huelga general, para la que a�n no estaban preparados y que, en cierto modo, les vino impuesta por las circunstancias.

La huelga, en la que tambi�n particip� la CNT, dio lugar a graves incidentes de orden p�blico y el gobierno termin� recurriendo a la intervenci�n del Ej�rcito que, abandonando sus veleidades reformistas, contribu�a ahora a sostener al R�gimen.

Las luchas sindicales y el terrorismo se reproducir�an poco despu�s, y tendr�an un papel importante en la ca�da del r�gimen de la Restauraci�n. Pero esto no iba a ocurrir con la huelga general revolucionaria de 1917, que contribuy� a aglutinar en un s�lido bloque en defensa del R�gimen a aquellos sectores que en esos momentos m�s empe�ados estaban en su ca�da. Las reivindicaciones de las Juntas de Defensa y de la Asamblea de Parlamentarios quedaron defraudadas por el efecto paralizador que el miedo tuvo sobre los reformistas. El r�gimen de la Restauraci�n estaba cada vez m�s alejado de la Espa�a real, pero las divergencias entre sus opositores le permitieron continuar existiendo unos a�os m�s.

EL SURGIMIENTO DE LOS NACIONALISMOS PERIF�RICOS

Galicia, el Pa�s Vasco y Catalu�a empezaron a cuestionar el centralismo estatal y el ideol�gico de los intelectuales de la generaci�n del 98 que equiparaban Espa�a a Castilla y ve�an en lo castellano la esencia de lo hispano. Desde la segunda mitad del siglo XIX, Galicia y Catalu�a hab�an comenzado a recuperar su propia identidad cultural, rehabilitando su lengua propia y su literatura.

A finales del siglo XIX, los regionalismos catal�n y vasco evolucionan hacia el nacionalismo. La primera organizaci�n pol�tica del catalanismo fue la Lliga Catalanista (1901). El primer catalanismo se organiz� en torno a la burgues�a que defend�a la creciente industrializaci�n y la econom�a de la regi�n.

En 1895, Sabino Arana, de ideolog�a reaccionaria y racista, hab�a fundado el Partido Nacionalista Vasco (PNV), que impuls� el estudio del vasco, dio el nombre de Euzkadi al Pa�s Vasco y dise�� la bandera vasca, la ikurri�a. Arana defend�a los valores de la vida rural, la �nica que consideraba vasca, contra la creciente industrializaci�n que atra�a mano de obra de las regiones pobres peninsulares.

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL (1914-1918)

Tras el asesinato de Canalejas, se produce la ruptura del bipartidismo pol�tico de los �ltimos treinta y cinco a�os que tan malos resultados hab�a dado al pa�s. Los conservadores se dividieron en distintas corrientes, lo mismo que los liberales, en enfrentamientos fratricidas e irreconciliables.

El a�o 1917 se convirti� en un a�o esencial para la descomposici�n del sistema pol�tico de la Restauraci�n. La guerra trajo a Espa�a varios problemas: dividi� y enfrent� a los espa�oles en dos bandos, aliad�filos y german�filos, y produjo una gran alteraci�n econ�mica que trajo serias consecuencias para el pa�s. En el verano de 1917 se produjo una crisis que debilit� definitivamente el r�gimen de la Restauraci�n. Coincidieron tres revoluciones: la de los militares, la de la burgues�a y la del proletariado.

La Primera Guerra Mundial se inici� el 28 de julio de 1914 y a los dos d�as se public� el Decreto de neutralidad y de no intervenci�n. El gobierno conservador de Eduardo Dato decidi� mantener a Espa�a neutral, porque en su opini�n, compartida por la mayor�a de la clase dirigente, carec�a de motivos y de recursos para entrar en el conflicto. El rey Alfonso XIII tambi�n estuvo de acuerdo, aunque seg�n confes�, le habr�a gustado que Espa�a entrara en la guerra del lado aliado y parece que acusaba a los pol�ticos espa�oles de cobardes. Esta neutralidad hizo que surgiera una fuerte crisis en la familia real. La reina madre Mar�a Cristina de Habsburgo- Lorena era austriaca y en consecuencia simpatizaba con los Imperios centrales, mientras que la reina Victoria Eugenia era inglesa y apoyaba a los aliados.

Despu�s de la Primera Guerra Mundial la situaci�n pol�tica social y econ�mica en el pa�s era grav�sima, de forma que Alfonso XIII tuvo que amenazar con dimitir para que el conservador Maura aceptara un gobierno de Unidad Nacional. La crisis pol�tica se fue agravando y la situaci�n interior del pa�s a nivel social se iba deteriorando a grandes pasos. A ello se le uni� el desastre marroqu� de Annual, en la que tuvo una desafortunada intervenci�n Alfonso XIII y gran parte de responsabilidad en este desastre.

Espa�a era un pa�s econ�micamente atrasado, con solo el Pa�s Vasco y Catalu�a con una industria importante, un pa�s que tras el Desastre del 98 y el posterior tratado con Alemania en 1899 se hab�a quedado sin colonias, estaba moralmente destrozado, con el sistema de gobiernos del �turno� cuestionado, con un ej�rcito que se encontraba anticuado, casi sin armada naval, y con el problema de Marruecos que desembocaron en crisis y huelgas como la Semana Tr�gica en 1909.

Espa�a era un Estado de segundo rango, que carec�a de la potencia econ�mica y militar suficiente como para presentarse como un aliado deseable a cualquiera de las grandes potencias europeas. El estado precario del ej�rcito fue fundamental para decidir la neutralidad. Se acababa de meter en la aventura del protectorado del norte de Marruecos. Por otro lado, la armada hab�a sido considerada una de las principales culpables de la derrota del 98 y hab�a perdido dos escuadras enteras en esa guerra.

Despu�s de 1917, tras la revoluci�n rusa, estallan los conflictos sociales en Espa�a, debido a la cada vez mayor conciencia de clase de los obreros. El desarrollo y crecimiento de sindicatos y partidos de izquierda, sobre todo republicanos, ajenos al �turno� caracter�stico de la pol�tica del pa�s, cobraba mayor importancia debido a episodios como la Semana Tr�gica de Barcelona de 1909 o el asalto de miembros del ej�rcito a peri�dicos catalanes en 1905. Si Espa�a hubiera intervenido en la guerra y el desarrollo de la guerra no era favorable, se hubiera podido producir una revoluci�n como la Revoluci�n Bolchevique que afect� a Rusia.

Pero mucho m�s importante que el mero conflicto ideol�gico fueron las repercusiones econ�micas y sociales que la guerra tuvo en la Pen�nsula. Su situaci�n como pa�s neutral permiti� a Espa�a aprovecharse y comerciar con ambos bandos. Las potencias en conflicto ten�an necesidad de art�culos alimenticios de primera necesidad, tejidos destinados a los soldados, y metales y minerales estrat�gicos. Todo ello se lo proporcion� Espa�a en cantidades y condiciones desconocidas hasta entonces. La balanza comercial con el exterior pas� a ser ampliamente favorable, multiplic�ndose los beneficios fundamentalmente de sectores industriales y del comercio.

Los beneficios que esta situaci�n gener� no se repartieron de forma equitativa entre los diferentes grupos sociales. Los negocios derivados de la neutralidad durante la guerra mundial enriquecieron desmesuradamente a unos y hundieron en la miseria a la mayor�a. Aument� la demanda exterior y la balanza de pagos ten�a un excedente. Esto provoc� una aguda inflaci�n y carest�a que afect� de modo especial a las clases obreras. El aumento de la exportaci�n caus� una escasez de productos dentro del pa�s, lo que encareci� los precios, lo que afect� principalmente a las clases bajas. El rapid�simo enriquecimiento de unos pocos provoc� el malestar y la indignaci�n de la clase obrera, que comenz� a apoyar el sindicalismo m�s radical. La situaci�n del pa�s fue empeorando y se acentuaron a�n m�s las diferencias entre las clases.

La primera guerra mundial no solo dividi� a los espa�oles en dos bandos espiritualmente beligerantes sino que tambi�n provoc� una gran alteraci�n econ�mica con alzas de precios, desorganizaci�n del mercado interior y enriquecimientos s�bitos. Madrid era entonces una ciudad cosmopolita y secreta, refugio de apartidas de medio continente y capital de esp�as, agentes furtivos, especuladores, arribistas y empresarios sin escr�pulos. En esa atm�sfera de negocios y turbias inversiones, la burbuja de la prosperidad econ�mica promovida por la neutralidad solo sirvi� para redondear las fortunas de la burgues�a, que no dejaba a los dem�s ni las migajas del gran bot�n del siglo, y disparar la conflictividad social. Bailes, fiestas, excursiones en autom�vil..., la euforia de la burgues�a contrastaba con la miseria de las familias obreras, que despu�s de arrancar a duras penas al patrono un peque�o aumento de salario, contemplaban c�mo el coste de la vida sub�a un cincuenta por ciento.

El ruido por la carest�a de vida alcanz� tambi�n los cuarteles, donde las clases medias imitares se amotinaron contra los salarios menguantes, la ro�a del armamento, la sangr�a de la guerra de Marruecos y el tr�fico de influencias en el escalaf�n, al que no era ajeno el mismo rey.� [Garc�a de Cort�zar 2002: 241-242]

Hubo sectores agrarios, incluso industriales, que pasaron serias dificultades y, sobre todo, la exportaci�n desmedida provoc� en algunos casos un desabastecimiento que gener� inflaci�n. Productos de primera necesidad experimentaron un s�bito encarecimiento, lo que produjo el l�gico descontento entre las clases populares. La tensi�n social y sindical iba en aumento. 

�La derecha espa�ola fue german�fila en la guerra del 14 y lo volvi� a ser en la de 1939. �Razones? Enemistad con Francia la laica, la de la separaci�n de Iglesia y Estado. En muchas almas quedaba todav�a el recuerdo de los imp�os franceses de la guerra de la Independencia. Pero si la tradici�n volteriana francesa es cierta, lo dif�cil era considerar como defensores de la ortodoxia a los alemanes que estaban dirigidos, no por los cat�licos b�varos sino por los junkers prusianos, de protestantismo m�s que intenso. Ante este dilema, los cat�licos espa�oles entre los que hab�a muchos sacerdotes, hicieron lo que los espa�oles �ejemplo Don Quijote� hacen a menudo cuando se encuentran ante una realidad que no est� de acuerdo con sus esperanzas. Cambiarla. Y se inventaron que Guillermo II era secretamente cat�lico, pero que no pod�a manifestarse como tal por respeto a su pueblo.� [D�az Plaja 1973: 528-529]

�Tras la Gran Guerra comenzaron a difundirse los elementos que conforman la cultura c�vica: exigencia de mayor representaci�n, y de erradicaci�n de la corrupci�n electoral y del clientelismo, avanzado proceso de secularizaci�n de la vida y p�rdida en el �mbito urbano de los valores tradicionales de deferencia vinculados al poder de la Iglesia y de la aristocracia, aparici�n de los primeros partidos de masas [el carlista, el radical, el socialista, la Lliga o el PNV] y de grandes sindicatos [CNT y UGT], presencia p�blica de elites intelectuales. La Restauraci�n por el contrario, s�lo pod�a sostenerse en una sociedad predominantemente rural, con miles de n�cleos aislados de poblaci�n, con un limitado mercado nacional y, sobre todo, con reducidas y poco organizadas clase media urbana y clase obrera.� [Juli� 1999: 71-72]

Los acontecimientos del verano de 1917 pondr�an al sistema de la Restauraci�n contra las cuerdas. Tres grandes fuerzas (militares, parlamentarios y obreros) coincidieron en un pulso a un sistema pol�tico en el que no encuentran respuesta a sus necesidades.

EL DESASTRE DE ANNUAL EN 1921

El el 22 de julio de 1921 los marroqu�es de la colonia espa�ola, dirigidos por Abd-el-Krim, atacaron las posiciones que defend�an la ciudad de Melilla y las desbordaron. El ej�rcito espa�ol sufri� una derrota humillante, con unas catorce mil bajas.

El 12 de febrero de 1920 el general Manuel Fern�ndez Silvestre tom� posesi�n del cargo de Comandante General de Melilla. Este general bravuc�n, amigo de Alfonso XIII, sali� al mando del ej�rcito de Melilla con la idea de llegar hasta la bah�a de Alhucemas, centro de operaciones de las tribus rife�as m�s belicosas. En enero de 1921 empez� el avance para acabar con la escasa resistencia existente, sin dar conocimiento de su maniobra al jefe militar espa�ol en Marruecos, general Berenguer, que ante el ataque de los rife�os se tiene que refugiar en Annual. En mayo de 1921, el grueso del ej�rcito espa�ol estaba en el campamento base instalado en la localidad de Annual. Desde all� Silvestre esperaba realizar el avance final sobre Alhucemas, pero sufre una terrible derrota en su pretensi�n por alcanzar la bah�a de Alhucemas a toda costa, sin haber tomado las mas m�nimas precauciones para defender y reforzar la retaguardia. Los rebeldes de Abd-el-Krim frenaron su avance a medio camino, en la ratonera de Annual, y lo obligaron a batir sus tropas en retirada. El viaje de regreso a Melilla fue una cacer�a, los soldados caen por disparos o mueren por extenuaci�n y sed.

El l�der de la insurgencia era un funcionario de Melilla al servicio de Espa�a, Abd-el-Krim, oriundo de un poblado cercano al pe��n de Alhucemas, ocupado por Espa�a desde 1673. Era hijo de un �moro pensionado�, que recib�a �pensi�n� de Madrid.

�Alfonso XIII acababa de jalear en un telegrama al general Manuel Fern�ndez Silvestre que llevaba las tropas al matadero: ��Ol� tus cojones! �Vivan los hombres! Haz como yo te digo y no ganas ning�n caso del ministro de la Guerra, que es un imb�cil�. Silvestre muri�. Fue una de las  8.668 bajas. En doce d�as, Espa�a pierde el territorio conquistado en doce a�os. Una Espa�a indignada pide responsabilidades, se se�ala a Alfonso XIII, y se abre una investigaci�n militar que saca a flote numerosas miserias. Se descubre que las tropas estaban mal instruidas, con escaso armamento, muy viejo y que fallaba muy a menudo. Mandos corruptos se quedaron con parte del presupuesto asignado a carreteras, blocaos y fortines.

Los impresentables militares braman cuando se decide negociar el pago de un rescate por los 326 supervivientes de los 560 cautivos que hab�an hecho las huestes de Abd-el-Krim. Ellos prefer�an arranc�rselos al moro por la fuerza. El industrial vasco Horacio Echevarrieta pagar� cuatro millones de pesetas. Cuentan que cuando el criticado Alfonso de Borb�n fue informado del precio del rescate, dijo: ��Qu� cara es ahora la carne de gallina!� [Ord��ez 2014]

La guerra de Marruecos, una aventura obstinada que m�s de media Espa�a no quiso, acab� revolvi�ndose contra los partidos mon�rquicos, el propio rey, de quien se especulaba que hab�a animado al general Silvestre en su delirio africano, y los mandos del ej�rcito. Republicanos, socialistas y liberales exigieron el castigo de los temerarios, pero no encontraron demasiado eco entre los conservadores, partidarios de minimizar las responsabilidades.� [Garc�a de Cort�zar 2002: 245]

Ante la presi�n de la opini�n p�blica, que exig�a depurar responsabilidades, se encarg� al general de divisi�n Juan Picasso la redacci�n de un informe sobre el desastre de Annual y el abandono de las posiciones. El Informe Picasso se encontr� con todo tipo de trabas por parte de las empresa mineras como del Gobierno, que ve�a que hab�a que proteger la imagen del monarca, ya deteriorada y en entredicho por algunas ligeras palabras del monarca que sonaban a injerencias en el asunto militar y podr�an haber influido en la derrota del general Silvestre.

Cuando el informe compilado iba a ser dado a conocer y era clamorosa la demanda de justicia, el capit�n general de Catalu�a, Miguel Primo de Rivera, da un golpe de Estado y exige tomar las riendas del Gobierno, a lo que Alfonso XIII accede, sancionando as� la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Los responsables del desastre de Annual se iba as� de rositas y jam�s ser�an juzgados.

La incapacidad de reacci�n y fragmentaci�n del r�gimen, la divisi�n y falta de decisi�n en los sectores ajenos al sistema, los graves conflictos sociales que desembocaban en terrorismo, las tensiones en el ej�rcito, el miedo en las clases medias, todo parec�a facilitar el camino a un �cirujano de hierro� que sacase al pa�s del atolladero. La burgues�a desorientada, desoyendo las voces de los intelectuales, solo esperaba el cuartelazo de un ej�rcito que no estaba dispuesto a aguantar el banquillo de acusaci�n de los civiles.

En 1923, el golpe de Estado del general Primo de Rivera enterraba el decadente sistema de la Restauraci�n con el consentimiento del rey y la burgues�a catalana, junto con la pasividad del conjunto de la sociedad espa�ola.

CRISIS DEL R�GIMEN DE LA RESTAURACI�N (1902-1923)

Durante el reinado de Alfonso XIII (1902-1931) se intentaron algunas soluciones para vencer las dificultades con que tropezaba la organizaci�n de la sociedad espa�ola. La primera fue la aplicaci�n correcta del r�gimen parlamentario, tal como estaba regulado en la Constituci�n de 1876 y como Antonio C�novas, autor, no hab�a querido desarrollar. El art�fice de esta pol�tica de reformas fue la del conservador Antonio Maura. Su gran idea fue la reforma de la administraci�n local con el objeto de descuajar el caciquismo y dar cabida a los deseos autonomistas de Catalu�a. Pero los sucesos de la Semana Tr�gica de Barcelona (1909) determinaron el fracaso del intento de reforma. M�s tarde, el liberal Jos� Canalejas preconiz� algunos avances, pero su asesinato y la declaraci�n de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) dieron al traste con aquella esperanzadora experiencia reformista.

Tras el desastre colonial de 1898, surgen actitudes reformistas incubadas ya con anterioridad al desastre, el deseo de cambio ya era un clamor. Pero el r�gimen pol�tico era incapaz de una renovaci�n a fondo, debido a su incapacidad para integrar a las nuevas fuerzas emergentes, al hilo del proceso de modernizaci�n de la realidad espa�ola.

Los gobiernos de turno intentaron reformas controladas por el sistema (Maura, Canalejas), pero fracasadas por no llevar a cabo los planteamientos regeneracionistas y no asumir el nuevo talante democr�tico que impon�a la irrupci�n de las masas en la vida p�blica. A esto hay que a�adir la crisis interna del sistema tras la desaparici�n de los l�deres hist�ricos de la Restauraci�n: C�novas en 1897 y Sagasta en 1903.

Los conservadores encontraron en Antonio Maura a un l�der indiscutible, pero tras la Semana Tr�gica de julio de 1909, se sentaron las bases para una escisi�n entre los partidarios de Dato, los mauristas, adem�s de otras facciones m�s autoritarias y oportunistas que se agruparon en el �ciervismo�. Entre los liberales se impuso como l�der Jos� Canalejas, pero su asesinato a manos de un anarquista el 12 de noviembre de 1912 fragmentar�a al partido entre los liberales ortodoxos de Romanones y los liberal-dem�cratas de Garc�a Prieto.

Hasta 1917 se mantuvo el turno bipartidista, y en el Congreso predomin� la mayor�a mon�rquica de los partidos din�sticos: el conservador de Antonio Maura y el liberal de Jos� Canalejas. Pero fueron en aumento los diputados que representaban a nuevas corrientes del pa�s, en del republicanismo y del catalanismo.

La crisis del 17 no derrib� al r�gimen, pero lo dej� bastante tocado. De 1917 a 1923 se sucedieron en el poder catorce gobiernos, entre ellos varios de coalici�n o salvaci�n nacional, que a pesar de incluir en sus filas a prestigiosos reformistas, como Alba o incluso Camb�, tampoco fueron eficaces. La multiplicaci�n hasta casi el infinitivo de los grup�sculos y familias, incluso la necesidad de tener que recurrir a gobiernos de coalici�n eran una buena prueba de que ni siquiera el sacrosanto turno resist�a la crisis.

Todo el periodo est� caracterizado por una gran inestabilidad pol�tica. Se suceden los gobiernos de corta duraci�n y hay gran cantidad de presidentes del Consejo. Hasta 1923 habr� un total de 16 presidentes del Consejo, algunos de los cuales repetir�n cargo varias veces.

Hasta 1912 dominan el panorama pol�tico las figuras de Antonio Maura, l�der de los conservadores, pero procedente de los liberales, y Jos� Canalejas, l�der del partido liberal. Antonio Maura fue presidente del gobierno en cinco ocasiones y Jos� Canalejas desempe�� la presidencia del gobierno del 9 de febrero de 1910 al 12 de noviembre de 1912. Maura era un cat�lico practicante, convencido de la coincidencia entre la moral p�blica y privada. Era enemigo del caciquismo y comprometido con �la revoluci�n desde arriba� para lograr la pureza efectiva en el sistema electoral.

Estas dos figuras sustituyeron a los dos pol�ticos m�s representativos del periodo anterior: Antonio C�novas del Castillo, presidente del gobierno en reiteradas ocasiones (desde diciembre de 1874 hasta 1895), art�fice del sistema pol�tico de la Restauraci�n y figura se�era del conservadurismo espa�ol, y Pr�xedes Mateo Sagasta, presidente del gobierno en ocho ocasiones, entre 1870 y 1902, l�der de una de las dos formaciones pol�ticas principales del �ltimo periodo del siglo XIX, el Partido Liberal.

El gobierno del conservador Antonio Maura (entre enero de 1907 y octubre de 1909) dur� casi tres a�os y por eso se le llam� �gobierno largo� ya que en la �poca los gobiernos sol�an durar mucho menos y tambi�n para diferenciarlo del gobierno que presidi� Maura entre diciembre de 1903 y de 1904 y que solo dur� un a�o. Durante el gobierno largo Maura aplic� su programa pol�tico que defini� como revoluci�n desde arriba pero no lo pudo completar como consecuencia de su ca�da a finales de 1909 tras los sucesos de la Semana Tr�gica de Barcelona y la posterior represi�n, que tuvo entre sus v�ctimas al pedagogo y activista anarquista Francisco Ferrer Guardia.

Antonio Maura intenta una regeneraci�n del sistema por medio de una nueva Ley de Administraci�n Local que acabe con los fraudes del sistema caciquil y pueda crear un verdadero cuerpo electoral. Intenta solucionar el problema regionalista catal�n mediante un acuerdo con Camb�, l�der de la agrupaci�n de los partidos de Catalu�a. Su proyecto no prosper� por la oposici�n de los elementos no integrados en el sistema pol�tico: republicanos, socialistas, anarquistas y laicistas. Al final los acontecimientos de la Semana Tr�gica de Barcelona (1909) y la dura represi�n por parte del Gobierno provoc� una campa�a de protestas, tambi�n en el extranjero, lo que llev� a la ca�da del gobierno de Maura y el surgimiento del antimaurismo.

�Don Antonio Maura, en medio de no pocos aciertos, cometi� el error de �pronunciarse�. Fue un �pronunciado� de levita. Crey� que exist�a una masa de espa�oles, la m�s importante en n�mero y calidad, apartada de la vida p�blica por asco hacia los usos pol�ticos. Presumi� que esta �masa neutra�, ardiendo en convicciones id�nticas a las suyas, gustaba del r�gido gesto autoritario, profesaba el m�s fervoroso y tradicional catolicismo y se deleitaba con la prosa churrigueresca de nuestro siglo XVII. Bastaba con dar el �grito� para que aquel torso de Espa�a despertara a la vida p�blica. A lo sumo, convendr�a hostigar un poco su inveterada inercia, haciendo obligatorio el sufragio. Y �los dem�s, los que no coincid�an de antemano con �l? �Ah! Esos no exist�an, y si exist�an, eran unos precitos. En vez de atraerlos, persuadirlos o corregirlos, lo urgente era excluirlos, eliminarlos, distanciarlos, trazando una m�gica l�nea entre los buenos y los malos. De aqu� el famoso �Nosotros somos nosotros�. En su �poca culminante, D. Antonio Maura no ha hecho el menor adem�n para convencer al que no estuviese ya convencido.� [Jos� Ortega y Gasset: Espa�a invertebrada (1921), en Obras Completas. Madrid: Revista de Occidente, 1962, t. III, p. 84]

Al gobierno largo de Antonio Maura sucedi� el gobierno del liberal Segismundo Moret, que dur� pocos meses. Su aproximaci�n a los republicanos abri� una crisis en el Partido Liberal lo que lleg� al rey a intervenir y nombrar en febrero de 1910 a Jos� Canalejas como nuevo presidente del gobierno. Moret hab�a comenzado a negociar con el l�der republicano Alejandro Lerroux y con el reformista Melquiades �lvarez, sus aliados para derribar a Antonio Maura, lo que provoc� el descontento entre el resto de l�deres liberales que se sintieron relegados y que hicieron llegar su inquietud al rey. En febrero de 1910 el rey nombr� nuevo presidente del gobierno a Jos� Canalejas, de quien consideraba que �tiene ideas avanzadas pero es inteligente y activo; sabr� imponer su autoridad�. Se abr�a as� una nueva etapa pol�tica.

El gobierno liberal de Jos� Canalejas (1910-1912), tras el gobierno largo de Antonio Maura, fue el segundo intento de �regeneraci�n desde dentro� del r�gimen pol�tico de la Restauraci�n. Canalejas recoge el impulso de la pol�tica renovadora de Maura iniciando el proyecto de la creaci�n de la Mancomunidad Catalana, suprimi� algunos impuestos y elimin� la posibilidad de no prestar el servicio militar pagando una determinada cantidad de dinero. Uno de los problemas fundamentales del momento era el crecimiento del movimiento obrero.

En diciembre de 1910, Canalejas promueva la llamada Ley del candado, una ley que prohib�a durante dos a�os el establecimiento de nuevas congregaciones religiosas. La ley prohib�a la entrada de nuevas �rdenes religiosas procedentes de Francia y Portugal, donde cada vez ten�an m�s dificultades. Con esta ley, Canalejas, de orientaci�n liberal progresista, pretend�a mitigar la confesionalidad cat�lica consagrada en la Constituci�n de 1876 al tiempo que frenar el creciente anticlericalismo de amplias capas sociales, reforzando el car�cter laico del Estado. Ante la negativa papal a negociar el Concordato de 1851, opt� por limitar unilateralmente la actividad de las �rdenes religiosas.

Canalejas llev� a cabo la negociaci�n con Francia sobre Marruecos. A principios de noviembre de 1912 se hab�a llegado al acuerdo definitivo con Francia sobre Marruecos, pero la firma del tratado prevista para finales de mes, no la pudo realizar Canalejas porque fue asesinado el d�a 12 por un anarquista en la Puerta del Sol de Madrid. El asesinato de Canalejas trunc� su proyecto de democratizaci�n de la Monarqu�a de Alfonso XIII y dej� sin liderazgo a uno de los partidos del turno, el liberal, que durante el resto del reinado de Alfonso XIII se fue dividiendo en fracciones, lo que contribuy� a la crisis del r�gimen pol�tico de la Restauraci�n.

A partir del asesinato de Canalejas desaparece todo intento de renovaci�n del viejo sistema pol�tico y los dos partidos que se alternaban en el gobierno pasan a ser liderados por pol�ticos de poco talento, como Eduardo Dato y el conde de Romanones, que contin�an con el turnismo o alternancia en el poder de los dos partidos, pero no hacen frente a los problemas que verdaderamente acuciaban a la sociedad.

Se agudiza la crisis en varios frentes. La crisis militar provocada por la aparici�n de las Juntas de Defensa o sindicato militar, que defend�a los intereses econ�micos de los militares peninsulares ante el aumento de los precios y los corporativismos en cuanto a los criterios de ascensos. El Gobierno intenta disolver las Juntas, pero las legaliza temiendo un golpe militar, lo que signific� conceder cierta autonom�a a los militares frente al poder pol�tico. Los regionalistas catalanes exigen una autonom�a para Catalu�a y convocan una Asamblea de Parlamentarios en Barcelona al margen del Gobierno que se negaba a convocar a las Cortes. El rey tuvo que comprometerse a aceptar dos ministros de la Lliga catalana, lo que no acab� con el problema. La crisis social empieza con la huelga de ferroviarios en Valencia, extendi�ndose por otras regiones y apoyada por todos los sectores no integrados en el sistema pol�tico: socialistas, reformistas, republicanos, sindicatos socialistas (UGT) y anarquistas (CNT). La represi�n por parte del Gobierno acab� con el movimiento.

LOS GOBIERNOS DE CONCENTRACI�N (1917-1923)

A partir de 1917, Espa�a entr� en una fase de agudizaci�n de los problemas: La inestabilidad pol�tica, el auge del movimiento obrero y la lucha sindical y, nuevamente, los fracasos coloniales en Marruecos hicieron inviable el sistema bipartidista de la Restauraci�n. El r�gimen de los turnos instaurado con la Restauraci�n no estaba preparado para afrontar los nuevos retos y a partir de 1917 ante la profunda crisis el desgaste del sistema es evidente.

El 1 de noviembre de 1917, por primera vez en la historia de la Restauraci�n, se form� un �gobierno de concentraci�n� de conservadores, de liberales y de la Lliga presidido por el liberal Manuel Garc�a Prieto. Afuera quedaban las facciones del conservador Dato y del liberal Santiago Alba. El gobierno convoc� las elecciones de febrero de 1918 que deber�an ser �limpias�, pero el caciquismo electoral de siempre sigui� funcionando poniendo en evidencia la divisi�n de los partidos din�sticos. Dada su fragmentaci�n estas Cortes resultaron ingobernables porque ning�n grupo dispon�a de una mayor�a clara.

El �gobierno de concentraci�n� dur� muy pocos meses. Una huelga de funcionarios acab� con el gobierno y el rey reuni� a todos los jefes de facci�n liberales y conservadores para que buscaran una salida, amenaz�ndoles con abdicar si no aceptaban la formaci�n de un �gobierno de concentraci�n� donde estuvieran todos ellos presidido por Antonio Maura. As� naci� el Gobierno Nacional que incluy� a todos los jefes de las facciones din�sticas. Pero este gobierno no logr� aprobar los presupuestos del Estado, que estaban siendo prorrogados desde 1914, por lo que Maura present� la dimisi�n al rey en noviembre de 1918.

Tras el fracaso de los dos �gobiernos de concentraci�n volvi� la alternancia de los partidos din�sticos (turnismo): conservadores y liberales. En los dos a�os y medio siguientes se llegaron a suceder hasta siete gobiernos. �Pocas veces se habr� dado el caso de una clase pol�tica tan convencida de la necesidad de dr�sticas reformas en las leyes y en las pr�cticas pol�ticas y tan incapaz de llevarlas a cabo. Los pol�ticos de la Restauraci�n hab�an diagnosticado mil veces que el caciquismo era el mal, pero no sab�an c�mo gobernar prescindiendo de sus cacicatos�. [Santos Juli�]

Los gobiernos de concentraci�n eran un intento desesperado de salvar el tradicional turno de los partidos e impedir que los partidos no mon�rquicos (�los no din�sticos�) adquirieran m�s poder. Pero estos gobiernos fueron ef�meros e incapaces de lograr suficiente consenso y autoridad ante el pa�s.

Antonio Maura vuelve a entrar en la escena pol�tica e intenta democratizar el sistema, cambian la Constituci�n, limitando los poderes de la Corona, reconociendo las autonom�as, pero no logra el suficiente consenso para llevar a cabo su proyecto de reformas. El clima de revuelta social provocado por los conflictos laborales y los atentados anarquistas, as� como el pistolerismo empresarial, agravado todo por el temor a que cundiera el ejemplo de la revoluci�n bolchevique en Rusia (1917), provoca una reacci�n conservadora.

Barcelona se erige en cabeza de la Espa�a conflictiva con los anarquistas dejando a oscuras la ciudad, obligando al cierre de f�bricas y ganando batallas laborales contra los patronos intransigentes. La Federaci�n Patronal de Catalu�a se defiende financiando bandas de pistoleros a sueldo, apoyadas por el gobierno y los catalanistas. Los capitalistas catalanes sue�an con aniquilar el sindicalismo revolucionario. Caen acribillados patronos, guardias, pol�ticos, sindicalistas, obreros. En 1921 es asesinado el jefe de gobierno, Eduardo Dato por autorizar la ley de fugas. Dos a�os despu�s cae tiroteado Salvador Segu�, el anarcosindicalista m�s influyente.

Entre 1917 y 1923 se sucedieron trece gobiernos: cuatro liberales, ocho conservadores y uno de concentraci�n. Esta inestabilidad demostraba claramente la crisis del sistema. Tras veintitr�s crisis de Gobierno entre 1917 a 1923, era imposible mantener los fundamentos de la Restauraci�n: la alternancia en el poder de los dos partidos din�sticos, la manipulaci�n electoral y el caciquismo.

En el verano de 1921, las tropas espa�olas se embarcaron en una acci�n mal planificada dirigida por el general Fern�ndez Silvestre. En este ej�rcito destacaban los Regulares, tropas ind�genas, y la Legi�n, fundada por Francisco Franco y Mill�n Astray a imagen de la Legi�n extranjera francesa. Los choques que las c�bilas rife�as concluyeron con una retirada desordenada y la masacre de las tropas espa�olas. El Desastre de Annual cost� m�s de trece mil muertos, entre ellos el general Fern�ndez  Silvestre.

El desastre de Annual provoc� una terrible impresi�n en una opini�n p�blica contraria a la guerra. Hubo grandes protestas en el pa�s y los republicanos y socialistas se apresuraron a reclamar el abandono de Marruecos y a exigir responsabilidades por el desastre. La presi�n de la opini�n p�blica llev� a la formaci�n de una comisi�n militar de investigaci�n de los acontecimientos. El informe final fue redactado por el General de Divisi�n Juan Picasso, es el Expediente Picasso. Pese a las trabas que le pusieron las compa��as mineras y altos cargos del gobierno y el ej�rcito, el expediente pon�a en evidencia enormes irregularidades, corrupci�n e ineficacia en el ej�rcito espa�ol destinado en �frica.

Las consecuencias del desastre de Annual fueron muy profundas, entre ellas un aumento del desprestigio del Ej�rcito y de las Juntas de Defensa. La crisis pol�tica que provoc� esta derrota fue una de las m�s importantes de las muchas que socavaron los cimientos de la monarqu�a liberal de Alfonso XIII. El expediente no lleg� a suponer responsabilidades pol�ticas ni criminales. Se responsabiliz� al mismo rey de los hechos. El r�gimen se salv� de momento gracias a un golpe de Estado. Antes de que la comisi�n del Congreso encargada de su estudio fuera a emitir su dictamen el 1 de octubre de 1923, el 13 de septiembre el capit�n general de Catalu�a, Miguel Primo de Rivera, dio un golpe de Estado y exige que se le d� el Gobierno, a lo que Alfonso XIII accede. Da comienzo as� la dictadura militar del general Primo de Rivera (1923-1930).

En 1923, el r�gimen de la Restauraci�n estaba muy debilitado y era incapaz de solucionar los tres problemas clave: el de Marruecos, la radicalizaci�n de los movimientos obreros (auge del anarquismo) y el regionalismo, cuya problem�tica era m�s aguda en Catalu�a que en otras regiones.

El Gobierno de Concentraci�n Liberal no ofrec�a en septiembre de 1923 ninguna esperanza de renovaci�n. Como dice Javier Tusell: �El mayor defecto de la la Concentraci�n Liberal fue posiblemente el haber vivido en una especie de campana neum�tica que le aislaba de la opini�n p�blica y evitaba que se diera cuenta de hasta qu� punto estaba bordeando el golpe de estado.�

En estas condiciones, en septiembre de 1923, el capital general de Catalu�a, Miguel Primo de Rivera, da un golpe de Estado, suspende la Constituci�n y abre una etapa de dictadura que durar� hasta su dimisi�n en 1930.

SISTEMA ELECTORAL Y PARTIDOS POL�TICOS HASTA 1923

En 1890, un Gobierno liberal, presidido por el liberal Sagasta, sustituye el sufragio censitario, limitado a propietarios y personas que demuestren unas determinadas "capacidades", por el derecho a voto de todos los ciudadanos varones mayores de 25 a�os. La ley electoral de 1890 solo cambi� la extensi�n del sufragio multiplic�ndolo, en t�rminos absolutos por seis, hasta alcanzar el 24 por ciento de la poblaci�n. La aprobaci�n del voto femenino no llegar�a hasta 1931 durante la 2� Rep�blica. Se aplic� por primera vez en las elecciones de 1932. El franquismo suprimi� las elecciones libres pero sigui� manteniendo el censo electoral, restringido para la celebraci�n de los referendos de consolidaci�n del r�gimen de 1947 y 1966. La llegada de la democracia con la Ley de Reforma Pol�tica de 1977 cambi� completamente el sistema electoral y, con ello, los �rganos que lo gestionan. 

Seg�n Antonio C�novas del Castillo, el mu�idor de la Restauraci�n borb�nica, la Corona no solo deb�a ser la representaci�n por excelencia de la soberan�a, sino tambi�n la principal fuente de su ejercicio. C�novas quer�a alejar a los militares de la escena pol�tica y evitar que un solo grupo monopolizara el poder recurriendo a pronunciamientos y revoluciones, como bajo el reinado de Isabel II. Para ello el monarca deb�a constituirse en el �rbitro de la alternancia de los partidos en el gobierno: uno conservador (C�novas) y otro liberal (Sagasta).

Al finalizar el siglo XIX, el consenso respecto al r�gimen, entre los grupos pol�ticos era muy amplio. Ambos partidos se alternaron regularmente en el poder y siguieron siendo partidos de notables a lo largo de toda la Restauraci�n.

El resto de partidos estaba contra el sistema, pero segu�a participando en las instituciones representativas: los republicanos del Sexenio Democr�tico (1868-1874), con gran arraigo social en la clase media y la clase trabajadora urbana, y el Partido Socialista Obrero Espa�ol, fundado en 1879 y escasamente desarrollado. Ambos partidos de oposici�n al r�gimen canovista ten�an una influencia pol�tica muy reducida en el primer tercio del siglo XX.

Quedaban completamente al margen del sistema los anarquistas que rechazaban toda participaci�n en el juego pol�tico de los dem�s partidos y combat�an toda forma de Estado como fuente de la opresi�n. Ten�an arraigo sobre todo en el sur, en el campo, y en las nuevas zonas industriales, sobre todo en Catalu�a.

Lo aparici�n de nuevos partidos republicanos, los nacionalismos perif�ricos, el desarrollo del Partido Socialista Obrero Espa�ol (PSOE) y la reorganizaci�n de los anarquistas en el sindicato Confederaci�n Nacional de Trabajadores (CNT), fundado en 1910, no logran romper el control bipartidista de los partidos din�sticos sobre las elecciones. El sistema pol�tico de la Restauraci�n se mantuvo inmutable, si bien no estable, durante las primeras d�cadas del siglo XX, hasta que fue suspendido por el golpe militar del general Primo de Rivera en 1923.

A C�novas y a los partidos din�sticos parece que no les preocupaba mucho la pasividad perezosa de la mayor�a y la manipulaci�n caciquil de las elecciones. Ninguno de los dos partidos que se alternaban en el poder ten�a el sincero deseo de mejorar el sistema representativo. Ni siquiera el partido liberal, que vot� a favor de la ley de sufragio universal m�s bien por motivos t�cticos debidos a las divisiones internas. Un pol�tico tan democr�tico como Canalejas tampoco se atrevi� a llevar a cabo su intenci�n de movilizar la opini�n p�blica. Castelar defendi� el sufragio universal, aunque sigui� haciendo uso del fraude electoral. Joaqu�n Costa denunci� abiertamente el caciquismo, sin embargo no era gran entusiasta de las elecciones ni del Parlamento. Para Alejandro Lerroux, republicano y populista, las elecciones no eran el centro de su atenci�n. Total que las elecciones no eran un valor primordial ni para los partidos del gobierno ni para los de la oposici�n.

Los historiadores han dado varias explicaciones a este desinter�s de los pol�ticos por la reforma de un sistema pol�tico como el de la Restauraci�n que no era aut�nticamente representativo. Se preguntan si los resultados electorales reflejaban el apoyo de grupos de la poblaci�n al sistema pol�tico, una aceptaci�n benevolente por parte de las instituciones, o si m�s bien eran la consecuencia de la represi�n que los medios oficiales ejerc�an sobre la opini�n p�blica y del control por parte de las oligarqu�as.

horizontal rule

Impressum | Datenschutzerkl�rung und Cookies

Copyright � 1999-2018 Hispanoteca - Alle Rechte vorbehalten