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Un reencuentro imposible: Análisis de la película “Perdí mi cuerpo” de Jérémy Caplin

05/04/2020- Por Sofía Buscaglia - Realizar Consulta

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“J ai perdu mon corps” de Jérémy Caplin es una cinematografía exquisita que tácticamente traduce la carrera a destiempo de un reencuentro imposible con nuestro cuerpo y lo perdido, acentuando la importancia de un lazo amoroso que nos constituya como sujetos y nos amarre a la vida.

 

 

                                  

 

Ficha técnica:

 

Título original: J'ai perdu mon corps aka 

Año 2019

Duración 81 min.

País Francia

Dirección Jérémy Clapin

Guión Jérémy Clapin, Guillaume Laurant

Música Dan Levy

Animación, Productora Xilam. Distribuida por Netflix

Género Fantástico. Drama. Romance | Animación para adultos

Sinopsis: Una mano cortada se escapa de un laboratorio con un objetivo crucial,  volver a encontrar su cuerpo. A medida que avanza por los escollos de París, recuerda su vida con el joven al que una vez estuvo apegado... hasta que conocieron a Gabrielle.

 

Premios en 2019

 

Premios Oscar: Nominada a mejor largometraje animación

Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor película de animación

Premios del Cine Europeo: Nominado a Mejor film de animación

Asociación de Críticos de Los Angeles: Mejor película animada y música

Premios Annie: Mejor película independiente, guion y música. 6 nominaciones

Premios César: Mejor film de animación y bso. 3 nominaciones

Critics Choice Awards: Nominada a mejor película animada

Sitges Film Festival: Mejor música

Asociación de Críticos de Chicago: Nominada a mejor film de animación

Círculo de Críticos de San Francisco: Mejor película de animación

 

  

  Siempre sentí aversión por el cine francés. Creo porque supone el esnobismo de parlar un idioma tan ajeno a mi lengua materna. Mi madre me habló en inglés, y me adueñé de esa rivalidad ancestral ajena. Pero la animación me trae un poco más acá de las impresiones familiares.

 

  Será por la cantidad de cinematografía infantil que devoraba, los gustos gráficos de mi madre que encontraban su aplomo en las fiestas de cumpleaños donde sus producciones vestían las paredes y la bailarina muñeca de Camila, tardío descubrimiento artístico que florece en sus ilustraciones.

 

  “J” ai perdu mon corps” o “Perdí mi cuerpo”, traducción auspiciada por Netflix, es una película animada galardonada. Dos historias que se entrejen entre Naoufel y la que suponemos tácitamente como su mano.

 

  Mano, pequeño objeto desaprendido del cuerpo que habita para tomar vida propia desde la frialdad de un refrigerador. Se embarca en un singular viaje atravesando las micro realidades de una vida metropolitana, cada detalle microscópico cuenta, hacia un destino inefable.

 

  Algo perdido para siempre que promete un reencuentro imposible.

 

                

 

  La primera escena nos traduce un diálogo entre Naoufel y su padre quién presta saber acerca de una tarea “¿Cómo se atrapa una mosca?” “Apuntás al costado. Siempre será más rápida que tú. Si le apuntas, para cuando golpees ya se habrá escapado. No apuntes donde está, sino donde estará. No dije que fuera fácil, no siempre ganarás, así es la vida”

 

  Un saber sobre algo que acontece siempre a destiempo, en el intento de atrapar algo que siempre se nos escapa ¿una imagen de cuerpo tal vez? ¿la respuesta al che voi? Cuando algo se supone sabido, unificado, encapsulado, un torbellino nos retorna aquel punto de docta ignorancia nuevamente.

 

  La mano, pequeño objeto en falta, no azarosamente recorre las inmundas vidas que permanecen en los márgenes, restos deshechos marginales: ratas, palomas, cucarachas, latas vacías, basura, rieles, mugre, sangre. No escatima en detalle. Anhela la mano habitar la trama en la historia singular de nuestro personaje: sus tropiezos, pinchazos, el piano, la cálida sensación de la arena en sus dedos, los juguetes, las manos de su madre.

 

  Nirvana de completud y unicidad. Indicios que vienen del Otro y lo constituyen “Yo quiero ser pianista y astronauta” a lo que su padre le responde “Ese es mi hijo”. Nada queda en el azar. Un narcisismo primario que se arma en tanto identificación a ese falo, pero la mosca se sigue escapando.

 

  En un intento de captación de todo, nuestro pequeño Naoufel recurre a su grabadora portátil, registrando en la casetera todo sonido o palabra. Hacer permanente lo inmanente. Huella a la cual recurrirá una y otra vez en un intento de inscribir otra pérdida que no tendrá consuelo y que retornará como pérdida en lo real.

 

  En aquella cinta se imprime la trágica secuencia automovilística que llevará a la caída de una escena. Inferimos que sus padres mueren y, con ellos, todos los lugares posibles de identificación. La escena siguiente ya nos muestra a nuestro personaje adulto habitando un lugar tan ajeno y marginal como aquellos escenarios donde su mano se desplaza.

 

 Atrás quedó el Ideal que sostenía al astronauta o al pianista, sobre ese monolito se erige un repartidor ineficiente, que insiste siempre al destiempo con sus llegadas tardes. No está a la altura… ¿de su deseo?

 

  La primera mirada que devuelve una inscripción, un registro de existencia es aquella voz a través del comunicador que averigua distraídamente “¿Te lastimaste?” VUELVE A VIVIR. Una pregunta que devuelve al sujeto un reconocimiento de existencia, de corporeidad. Te veo, te escucho, estas ahí para mí. Su pregunta tiene efectos: nuestro personaje se detiene con perplejidad.

 

  Un ojo que se posa en aquel lugar justo que nombra un cuerpo y un lugar en el mundo a alguien caído de una escena amorosa. Un signo simbólico inaugural que instala una búsqueda incesante por ubicarse en aquel lugar de don.

 

  ¿Relanza el deseo en un tiempo detenido? Naoufel renuncia a su puesto como repartidor y, guiado nada más y nada menos que por el deseo, la contingencia lo ubica frente a otra marca amorosa: la carpintería. Lo artesanal del saber hacer que se transmite como don y pone las manos al servicio de la creación. Las manos son la herramienta que transforma un material, lo reconstruye.

 

  Una vida que se vuelve a perfilar. Se reencuentra con las cintas y el reloj de su padre, lo coloca sobre su oreja con un marcar que instala un nuevo tiempo, lo que no ha muerto y late con la aguja de aquél segundero.

 

  El reencuentro con aquel lugar añorado tambalea rápidamente. Su gesto de amor no es bienvenido y deviene en la reedición de un trágico accidente donde la pérdida retorna en lo real. El precio de ser más rápido es que el pasado de lo detenido regresa, y se lleva con él la herramienta de poder transformador.

 

  ¿Qué se sucede después? Un encuentro por poco perfecto entre lo perdido y lo reencontrado pero dura un suspiro. Una mano que se acomoda a la herida, pero que fugazmente se desacomoda y vuelve a ocultarse.

 

  Finalmente una nueva inscripción en la cinta donde insistía lo doloroso de una pérdida: una carrera y un salto. Esta vez fue más rápido. ¿Un acto? ¿Quién comanda allí? ¿Un deseo o la angustia? ¿O acaso no serán un ambos? ¿Reencuentro con aquél cuerpo perdido?

 

  El cuerpo unificado por la mirada amorosa y el deseo, el cuerpo al servicio del placer, el cuerpo de la infancia que se moldea con las palabras de quien dona y construye preformativamente subjetividad… ¿O acaso estaremos siempre un poco más atrás de él, como la mosca que se nos desliza entre los dedos?

 

 

Bibliografía

 

Lacan, J. (1954) “La tópica de lo imaginario” en Seminario 1: Los escritos técnicos de Freud. Ed. Paidos, Buenos Aires 2015 

Lacan, J. “Información sobre el informe de Daniel Lagache: Psicoanálisis y estructura de la personalidad” en Escritos 2. Ed. Siglo veintiuno, Buenos Aires 2013 


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