Rodada en Sudáfrica con producción de Sam Raimi y con el alemán Moritz Mohr como director debutante en el largometraje, Contra todos es uno de esos cocoliches pop, una acumulación de múltiples fuentes, elementos y citas que podría haber quedado muy mal, pero que de manera sorpresiva salió bastante bien.

Veamos: Boy (Bill Skarsgård) queda huérfano y sordomudo de pequeño y su único objetivo en la vida parece ser el de vengarse de la archivillana Hilda Van Der Koy (Famke Janssen). Para ello, es entrenado durante años en la clandestinidad por un enigmático chamán (Yayan Ruhian). O sea, hasta aquí algo de la distopía de Los juegos del hambre mixturado con Karate Kid.

Pero usamos el término venganza, así que Contra todos recicla no pocos elementos de las sagas de John Wick y Kill Bill, y coreografías de luchas cuerpo que remiten al cine del indonesio Timo Tjahjanto, pero con espíritu de videojuego y estética de cómic.

La película no intenta justificar otras motivaciones que no sean las de la mencionada venganza ni tampoco se preocupa demasiado por desarrollar la psicología de los personajes (Boy tiene recurrentes visiones en las que aparece su rebelde hermana menor). El resultado es una orgía de violencia explícita matizada con bienvenidas irrupciones de humor negro. Un film inmersivo, sin demasiados matices, que va “a los bifes”, a lo concreto, a la acción más pura y extrema (los cadáveres se cuentan de a decenas) y que, en ese sentido, funciona porque cumple exactamente con lo que promete.



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