Un amor imposible | Loca por Juan Ramón Jiménez: la tragedia de Margarita Gil Roësset - XL Semanal

Un amor imposible Loca por Juan Ramón Jiménez: la tragedia de Margarita Gil Roësset

Era apasionada, creativa, intensa y se enamoró locamente de Juan Ramón Jiménez. La artista Margarita Gil Roësset empezó a acudir al domicilio del escritor y de su mujer, Zenobia Camprubí, para esculpir sus bustos. Escribió en su diario sus anhelos, angustias y muchos «¡cómo te quiero!». Al no ser correspondida, acabó pegándose un tiro. Ahora se publica aquel diario, acompañado de los poemas reflexiones que el poeta y su mujer dedicaron a la muchacha.

Por Fátima Uribarri

Miércoles, 24 de Mayo 2023

Tiempo de lectura: 7 min

Cuando Marga Gil Roësset, una escultora de 24 años, llega a la casa de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí, en Madrid, solo encuentra al poeta. La chica está nerviosa. Lleva una carpeta de papeles. La deja en una mesita y le pide a Juan Ramón que espere a leer el contenido. Durante tres meses ha sido visitante asidua del domicilio del matrimonio Jiménez: ha esculpido el busto de Zenobia. Ese día, 28 de julio de 1932, ha intentado citarse con Zenobia, pero la mujer del poeta estaba ocupada. Tras dejar los papeles, se va corriendo. Llorando.

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Casi perfecto. «Eres casi perfecto, pero al casi que no es perfecto tuyo le quiero como al otro», apuntó Marga Gil Roësset en su diario. Pero sabía que su amor era imposible: Juan Ramón Jiménez le doblaba la edad y estaba casado. Esta foto se la tomó ella misma al escritor. Y la foto de ella en la apertura del reportaje se la regaló ella al poeta, hecho especialmente para él.

Unas horas después, la madre de la chica llama al autor de Platero y yo. Marga ha desaparecido. Zenobia y Juan Ramón participan en una búsqueda que termina a las 9:30 de la noche en la clínica Omnia de Las Rozas. «Estaba en la mesa de operaciones. Un tiro en la cabeza, con la belleza no destrozada, descompuesta. Su mano estaba caliente, latía su pulso. Sangre a borbotones por la boca, la frente vendada de gasa. Una mirada ancha, dilatada», así describe Juan Ramón su última visión de Margarita Gil Roësset, una artista de talento, culta, guapa, de buena familia... la chica que se suicidó porque lo amaba.

Marga robó libros de la Biblioteca Nacional y de la consulta del doctor Marañón para regalárselos a Juan Ramón

El paquete que había dejado en su casa contenía el diario de Marga, 47 folios en los que explica que se ha enamorado de él y que ese amor imposible la tortura. «Si tú, espontáneamente, me dieras un beso y me trajeras así estrechamente dejándome oír en tu pecho latirte el corazón y un poco también la plata de tu voz. Sería glorioso. Pero tengo bastante miedo, me parece que tendré que morirme triste, sin beso, ni corazón, ni voz de plata, ni versos», escribe.

El diario de Marga sufrió su propia aventura. El día de su muerte, Marga lo llevó al domicilio de Juan Ramón Jiménez. Durante la guerra civil asaltaron la casa; entre lo robado estaba el manuscrito. Carlos Martínez Barbeito, uno de los saqueadores, se lo entregó a Juan Guerrero, que se negó a devolverlo. Su viuda, finalmente, se lo dio a Francisco Hernández-Pinzón, sobrino del poeta.

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Una joven instruida.Marga Gil Roësset era hija de un militar y de una gallego-francesa de buena familia. Tuvo una educación 'intelectual': aprendió música, varios idiomas, viajó por el mundo... A los nueve años ilustró un cuento de su hermana Consuelo y ambas se lo llevaron a Zenobia Camprubí.

La Fundación José Manuel Lara lo publicó acompañado de los poemas que Juan Ramón dedicó a Marga, de sus reflexiones sobre la chica y de los textos en los que Zenobia cuenta cómo vivió ella los trágicos acontecimientos.

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Artista pionera.No hay apenas obras ni imágenes de Marga: antes de morir, reunió todas las que pudo y las destruyó. Los expertos creen que su carrera era prometedora. Fue autodidacta y una de las primeras españolas en esculpir directamente sobre la piedra. Algunos sostienen que Antoine de Saint-Exupéry pudo inspirarse en sus ilustraciones para concebir El principito.

Juan Ramón y Zenobia quedaron estupefactos y doloridos ante el suicidio de Marga. Pusieron el busto de Zenobia que ella había realizado en un lugar preferente de su casa. Guardaron los enseres de la muchacha y decidieron mantener viva su memoria. «Acaso te recordaremos, pero nuestro recuerdo te será fiel y firme. No te olvidaremos, no te olvidaré nunca. […] Descansa en paz, en la paz que no supimos darte, Marga bien querida», escribe Juan Ramón tras acudir al entierro de la chica.

'Alguna vez me has hablado y sonreído. Cómo no me habré muerto, entonces, de contento', anota Marga en su diario

Cuenta Marga en su diario los días en casa del poeta, cómo cada gesto de él, cada roce, cada mirada, provocan en ella un terremoto interno que le produce una angustia infinita, porque es amiga de Zenobia, porque sus padres se llevarían un inmenso disgusto al saber que su niña se había enamorado de un hombre de 50 años, casado, pero sobre todo porque sabe que no es correspondida. Porque si lo fuera, dejaría todo por él: «Puedo, a pesar de todos, Zenobia, padres... todos, si tú me quisieras, ¡ay! Casarme, irme contigo, lo que fuera, como tú quisieras, sintiendo que me querías», confiesa.

Todo le gusta de Juan Ramón: «Sugestivo, persa, ojos, qué ojos, ¡dios, qué ojos!, nariz, boca, ¡labios! Dientes, pómulos nobles, espresión (utiliza la ortografía juanramoniana). Todo tú desde todos los aspectos, cómo me gusta, ¡cómo te quiero!», anota Marga, enamorada.

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La escultura.«Hubiera preferido que Marga esculpiera a mi gato persa». Eso pensó Zenobia, al principio, de la escultura que Marga le hizo. Había visto otras esculturas de la chica y le parecían 'crustáceos'. Luego quedó encantada con la obra. Marga Gil le parecía una chica atractiva, pero triste, introvertida, atormentada y con «trágicos ojos sombríos».

Cuando ya ha decidido matarse «para dar un alivio a estas penas que me parten la frente y el alma», dice, cuenta a Zenobia que se va a ir de viaje. «Te vas, me parece muy bien», le comenta el poeta a la chica al día siguiente. Ese 'me parece muy bien' son martillazos para Marga: «He estado toda la noche y todo el día... En mi cabeza tu voz constante... [...] Me encuentras confusa y misteriosa cuando es tan claro ver todo, hombre», anota ella en su diario.

'Me parece que tendré que morirme triste', escribió Marga al saber que su amor por Juan Ramón era imposible

«Si supieras cómo me haces sufrir siendo bueno como eres». «Qué bruma, densa noche negra, noche enferma, cuando siento que apenas si te importo»... Marga se desespera.

El poeta y Zenobia no se percatan de su pasión. «Juan a menudo se sentía absorto ante el trabajo de Marga y molesto por las interrupciones de Consuelo (hermana de Marga). Marga quería complacer a Juan, captar en mí lo que él captaba», escribe Zenobia en un texto donde cuenta cómo la conoció y cómo fueron aquellas jornadas posando para ella.

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La mujer de él.Juan Ramón y Zenobia Camprubí Aymar se conocieron en 1913. Él se enamoró profundamente. Se casaron en los Estados Unidos en 1916 y estuvieron juntos hasta la muerte de ella, en 1956, tres días después de que a él le concediesen el Premio Nobel de Literatura. Él jamás se recuperaría de esta pérdida. Murió dos años después en San Juan de Puerto Rico, donde vivían en el exilio.

La chica disimulaba trabajando con ahínco. «Deja de tomar tanto café, me preocupa, tienes que tomar leche y no sigas adelgazando, te estás pareciendo a tu propia sombra», escribe Zenobia.

Cada día la joven llegaba a la casa con un regalo: flores, un adorno, libros que, confiesa en el diario, robaba para Juan Ramón. Eran ejemplares difíciles de encontrar y sabía que el poeta los quería. «Me daba mucha vergüenza, pero me hacía tanta ilusión llevártelos que volvería a hacerlo cien y cien veces», apunta en su diario. De la consulta del doctor Marañón se llevó Arias tristes, del propio Juan Ramón. Otros libros los birló del Ateneo, incluso de la Biblioteca Nacional.

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'Fuerte, viril'.Así definió el poeta a Marga. «Con el alma fuera».

«Zenobia, claro, no puede de ningún modo comprenderlo», anota Marga. Y no quiere disgustarla: a ella la admiró antes que a él. Siendo una niña, le llevó un ejemplar de un cuento de su hermana Consuelo ilustrado por ella. Las hermanas Gil Roësset adoraban a Zenobia porque había traducido a Tagore. Años después, Consuelo y Zenobia se volvieron a encontrar y quedaron en verse en un concierto al que también acudió Marga. De la charla en el palco surgió la idea de que la chica esculpiera los bustos de la pareja. A Zenobia le parecía que Marga era una mujer atractiva: «Era como si tuviera un imán, como un libro cerrado que cuando lo abres te quedas cautivado», escribió. «Amarga. Persa. Fuerte, viril», así la describió Juan Ramón. «Llevaba el alma fuera».

«Venía contenta, nueva, salida de sus nubes. Nos traía jenerosa (sic) el regalo de cada día, de cada mediodía, de cada hora: rosas, libros, frutas, papeles, cintas de colores. Sin duda se encontraba a gusto trabajando con nosotros. Era un ejemplo de vitalidad exaltada, de voluntad constante, de capricho enérjico (sic). Trabajaba, hora tras hora sin descanso, de pie, con dolor físico, cabeza, hígado, muelas. [...] Se iba ya de noche, corriendo. Siempre corriendo, subiendo, bajando. Dormía poco, abandonaba el comer. No le importaba seguramente vivir. Una estoica», escribió el poeta.

Y, mientras, Marga sisaba de su casa el dinero para aquellos obsequios. Y se ilusionaba con cualquier gesto del poeta: «Alguna vez me has hablado y sonreído y mirado... Vida. Tú a mí, y yo cómo no me habré muerto, entonces, de contento», anota en los primeros días del diario. Los apuntes se van ensombreciendo. El busto de Zenobia se termina. Sus padres le dicen que ahora tiene que hacer un Quijote, que espere la cabeza de Juan Ramón. Y ella no puede. «A qué esperar, ¡ay! Así ya no puede ser. Ya no quiero vivir sin ti [...], debes vivir sin mí. Sobro». Las anotaciones llegan hasta la última noche: «En la muerte, ya nada me separa de ti».

Marga Gil Roësset dejó huella en el poeta, que le dedicó versos como estos: «¡Qué solo suena el tiempo rojo y verde / contra tu comenzada ausencia eterna!». Se prometió no olvidarla y ocuparse de que no cayera en el olvido. «Tu sufrimiento, muerta tú, / se ha quedado espandido (sic) sobre mí».