Si uno se para a pensar, los niños no aprenden directamente a leer sino que aprenden a observar dibujos e imágenes a los que luego se les dota de un concepto que a posteriori se puede expresar con una caligrafía –letras y símbolos como las tildes– y unas normas lingüísticas acomodadas a cada realidad cultural. Algo que salvando las distancias puede plantearse con la ciudadanía de la edad media que en su inmensa mayoría era analfabeta funcional y a la que había que transmitir determinadas dogmas y conceptos. A ello, bajo la tutela de la Iglesia y de la nobleza de cada período, se dedicaban una importante cohorte de oficios relacionados con la transmisión de conocimiento. Oficios que iban desde los dedicados a la confección de los papiros de lino y otros materiales sobre los que escribir y dibujar, pasando por los artesanos que creaban plumas utilizando diversos materiales como obtenidas de las aves –sobre todo de aves no voladoras– pero también de metal, pasando por los químicos que preparaban los tintes con moluscos, hierbas, o minerales y finalmente los escribas, copistas, ilustradores y miniaturistas que acompañaban con imágenes los textos en los manuscritos del saber a transmitir.

Ana Prestamero, Javier Gandarillas y Marisa Lacarta. Emilio Zunzunegi

Un concepto sencillo que este pasado sábado compartieron con maestría Ana Prestamero, Javier Gandarillas y Marisa Lacarta, tres especialistas en la historia del arte, la caligrafía y el dibujo concitados por la ferrería de El Pobal para celebrar el Día Internacional de los Museos que se vio desbordada por el interés de numerosas personas que no pudieron acceder a la sala de acogida de la ferrería.

Oficio invitado

Una jornada que además sirvió para inaugurar –con motivo del 20 aniversario del museo foral– un nuevo programa que cada año permitirá conocer un oficio antiguo, existente o desparecido, relacionado o no con la ferrería o el molino harinero muskiztarras. Uno de los aspectos que más llamó a la atención de los asistentes fue sin duda la complejidad –además del tiempo necesario– que suponía elaborar estos manuscritos –”oraciones” según definió la calígrafa Marisa Lacarta– que no decayeron como transmisores del saber hasta la aparición de la imprenta. “Manuscritos que lo mismo recogían oraciones –libros de horas –, textos bíblicos o vidas de santos, que bestiarios, herbarios o viajes de aventureros”, reseñó Ana Prestamero. “Era un trabajo brillante”, sentenció el dibujante Javier Gandarillas.