I n t r odu cción
La concisión, am enidad y eficacia didáct ica caract eríst icas de I saac Asim ov hacen de
est a Breve Hist oria de la Quím ica un inst rum ent o inm ej orable para t odo aquel que
est é int eresado en aproxim arse a est a ciencia. Asim ov t raza la evolución de est e
ám bit o de conocim ient o desde el m om ent o en que el hom bre com enzó a efect uar
alt eraciones en la nat uraleza de las sust ancias de una form a int uit iva, hast a la edad
m oderna, m om ent o en el que, a t ravés de la adquisición progresiva de rigor
m et odológico y la acot ación del t erreno de est udio, se va const it uyendo plenam ent e
com o disciplina cient ífica.
Ca pít u lo 1
La a n t igü e da d
Cont enido:
1. La piedra y el fuego
2. Los m et ales
3. Grecia: los elem ent os
4. Grecia: los át om os
1 . La pie dr a y e l fu e go
Los prim eros hom bres que em pezaron a ut ilizar inst rum ent os se servían de la
nat uraleza t al com o la encont raban. El fém ur de un anim al de buen t am año o la
ram a arrancada de un árbol eran m agníficas garrot as. Y, ¿qué m ej or proyect il que
una piedra?
Con el paso de los m ilenios, los hom bres prim it ivos aprendieron a t allar las piedras,
dándoles un borde cort ant e o una form a que perm it iera asirlas fácilm ent e. El
siguient e paso consist ió en unir la piedra a un ast il de m adera t allado para est e
propósit o. Pero, de t odas form as, sus piedras t alladas seguían siendo piedras, y su
m adera t allada seguía siendo m adera.
Sin em bargo, había ocasiones en que la nat uraleza de las cosas sí cam biaba. Un
rayo podía incendiar un bosque y reducirlo a un m ont ón de cenizas y rest os
pulverizados, que en nada recordaban a los árboles que había ant es en el m ism o
lugar. La carne conseguida m ediant e la caza podía est ropearse y oler m al; y el j ugo
de las frut as podía agriarse con
el
t iem po,
o convert irse en
una bebida
ext rañam ent e est im ulant e.
Est e t ipo de alt eraciones en la nat uraleza de las sust ancias ( acom pañadas, com o a
veces descubrían los hom bres, de cam bios fundam ent ales en su est ruct ura)
const it uyen el obj et o de la ciencia que hem os dado en llam ar Quím ica. Y una
alt eración fundam ent al en la nat uraleza y en la est ruct ura de una sust ancia es un
cam bio quím ico.
La posibilidad de beneficiarse deliberadam ent e de algunos fenóm enos quím icos se
hizo realidad cuando el hom bre fue capaz de producir y m ant ener el fuego ( lo que
en t érm inos hist óricos se conoce com o «descubrim ient o del fuego») . Tras est e
hallazgo el hom bre se convirt ió en un quím ico práct ico al idear m ét odos para que la
m adera - u ot ro m at erial com bust ible- se com binase con el aire a una velocidad
suficient e y producir así luz y calor, j unt o con cenizas, hum o y vapores. Había que
secar la m adera y reducir a polvo una part e para ut ilizarla com o yesca; había que
em plear algún m ét odo - com o el frot am ient o- para alcanzar la t em perat ura de
ignición, y así sucesivam ent e.
El calor generado por el fuego servía para producir nuevas alt eraciones quím icas:
los alim ent os podían cocinarse, y su color, t ext ura y gust o cam biaban. El barro
podía cocerse en form a de ladrillos o de recipient es. Y, finalm ent e, pudieron
confeccionar cerám icas, piezas barnizadas e incluso obj et os de vidrio.
Los prim eros m at eriales que usó el hom bre eran universales, en el sent ido de que
se encuent ran en cualquier part e: m adera, hueso, pieles, piedras... De t odos ellos la
piedra es el m ás duradero, y los út iles de piedra t allada son los docum ent os m ás
claros de que disponem os act ualm ent e para conocer aquel dilat ado periodo. Por eso
hablam os de la Edad de la Piedra.
Aún est aba el hom bre en est a época de la piedra t allada cuando, unos 8.000 años
a. de C, en la región que ahora conocem os com o Orient e Medio, se int roduj o un
cam bio revolucionario en la producción de alim ent os: hast a ahora el hom bre obt enía
la com ida cazando, igual que cualquier ot ro anim al. Pero a part ir de est e m om ent o
aprendió a dom est icar y cuidar anim ales, disponiendo así siem pre de com ida
abundant e y segura. Y, lo que es aún m ás im port ant e, aprendió a cult ivar las
plant as. Com o consecuencia de la acum ulación de alim ent os que t raj eron consigo la
cría de anim ales y la agricult ura, se regist ró un im port ant e aum ent o de la población.
La agricult ura exige fij ar el lugar de residencia, y así nuest ros ant ecesores
const ruyeron viviendas, desarrollándose poco a poco las prim eras ciudades. Est a
evolución det erm ina lit eralm ent e el com ienzo de la «civilización», pues est a palabra
viene del t érm ino que en lat ín significa «ciudad».
Durant e los dos prim eros m ilenios de est a civilización nacient e, la piedra se
m ant uvo com o m at erial caract eríst ico de los inst rum ent os, si bien se descubrieron
nuevas t écnicas de m anufact ura. Est a Nueva Edad de la Piedra o Neolít ico se
caract erizó por un cuidadoso pulido de la piedra. La alfarería fue ot ro de los fact ores
que cont ribuyeron al desarrollo. Lent am ent e, los logros del Neolít ico superior se
ext endieron fuera de la región de Orient e Medio. Hacia el año 4000 a. de C.
aparecen caract eríst icas de est a cult ura en el oest e de Europa. Pero en est a época
las cosas ya est aban suficient em ent e m aduras en Orient e Medio, Egipt o y Sum eria,
lo que hoy es I rak, para que se produj esen nuevos cam bios.
El hom bre em pezaba a servirse de unos m at eriales relat ivam ent e raros. Alent ado
por
las út iles propiedades de est os m at eriales,
aprendió
a
sobrellevar
las
incom odidades de una búsqueda t ediosa y unos procedim ient os com plicados y
llenos de cont rariedades. A est os m at eriales se les conoce por el nom bre de
m et ales, palabra que expresa ella m ism a el cam bio, ya que probablem ent e deriva
del vocablo griego que significa «buscar».
2 . Los m e t a le s
Los prim eros m et ales debieron de encont rarse en form a de pepit as. Y con seguridad
fueron t rozos de cobre o de oro, ya que ést os son de los pocos m et ales que se
hallan libres en la nat uraleza. El color roj izo del cobre y el t ono am arillo del oro
debieron de llam ar la at ención, y el brillo m et álico, m ucho m ás herm oso y
sobrecogedor que el del suelo circundant e, incom parablem ent e dist int o del de las
piedras corrient es, im pulsaban a cogerlos. I ndudablem ent e, el prim er uso que se
dio a los m et ales fue el ornam ent al, fin para el que servía casi cualquier cosa que se
encont rara: piedrecillas coloreadas, perlas m arinas...
Sin em bargo,
los m et ales present an
una vent aj a sobre los dem ás obj et os
llam at ivos: son m aleables, es decir, que pueden aplanarse sin que se rom pan ( la
piedra, en cam bio, se pulveriza, y la m adera y el hueso se ast illan y se part en) . Est a
propiedad fue descubiert a por casualidad, indudablem ent e, pero no debió pasar
m ucho t iem po ent re el m om ent o del hallazgo y aquel en que un ciert o sent ido
art íst ico llevó al hom bre a golpear el m at erial para darle form as nuevas que
pusieran m ás de relieve su at ract ivo.
Los art ífices del cobre se dieron cuent a de que a est e m et al se le podía dot ar de un
filo cort ant e com o el de los inst rum ent os de piedra, y que el filo obt enido se
m ant enía en condiciones en las que los inst rum ent os de piedra se m ellaban.
Post eriorm ent e vieron cóm o un filo de cobre rom o podía volver a afilarse con m ás
facilidad que uno de piedra. Solam ent e la escasez del cobre im pidió que su uso se
ext endiera m ás, t ant o en la fabricación de herram ient as com o en la de obj et os
ornam ent ales.
El cobre se hizo m ás abundant e cuando se descubrió que podía obt enerse a part ir
de unas piedras azuladas. Cóm o se hizo est e descubrim ient o, o dónde o cuándo, es
algo que no sabem os y que probablem ent e no sabrem os j am ás.
Podem os suponer que el descubrim ient o se hizo al encender un fuego de leña sobre
un lecho de piedras en el que había algunos t rozos de m ineral. Después, ent re las
cenizas, dest acarían pequeñas got as de cobre brillant e. Quizá est o ocurrió m uchas
veces ant es de que alguien observara que si se encont raban piedras azules y se
calent aban en un fuego de leña, se producía siem pre cobre. El descubrim ient o final
de est e hecho pudo haber ocurrido unos 4.000 años a. de C. en la península del
Sinaí, al est e de Egipt o, o en la zona m ont añosa sit uada al est e de Sum eria, lo que
hoy es I rán. O quizá ocurriera sim ult áneam ent e en am bos lugares.
En cualquier caso, el cobre fue lo suficient em ent e abundant e com o para que se
ut ilizara en la confección de herram ient as en los cent ros m ás avanzados de la
civilización. En una t um ba egipcia se ha encont rado una sart én con una ant igüedad
aproxim ada de 5.200 años a. de C. En el t ercer m ilenio a. de C. se descubrió una
variedad de cobre especialm ent e dura, obt enida al calent ar j unt os m inerales de
cobre y de est año, casi seguro que por accident e ( fig. 1) . A la aleación ( t érm ino que
designa la m ezcla de dos m et ales) de cobre y est año se le llam ó bronce, y hacia el
año 2000 a. de C. ya era lo bast ant e com ún com o para ser ut ilizado en la confección
de arm as y corazas. Se han hallado inst rum ent os de bronce en la t um ba del faraón
egipcio I t et is, que reinó aproxim adam ent e 3.000 años a. de C.
El acont ecim ient o hist órico m ás conocido de la Edad del Bronce fue la guerra de
Troya, en la que soldados con arm as y corazas de bronce disparaban flechas con
punt a de est e m et al cont ra sus enem igos. Un ej ércit o sin arm as de m et al est aba
indefenso frent e a los «soldados de bronce», y los forj adores de aquella época
gozaban de un prest igio sem ej ant e al de nuest ros físicos nucleares. Eran hom bres
poderosos que siem pre t enían un puest o ent re los reyes. Y su oficio fue divinizado
en la persona de Hefaist os, dios m it ológico de la fragua. I ncluso hoy día - y no por
casualidad- «Sm it h, o alguno de sus equivalent es, es el apellido m ás com ún ent re
los pueblos de Europa 1 .
La suert e iba a favorecer de nuevo al hom bre de la Edad del Bronce, que descubrió
un m et al aún m ás duro: el hierro. Por desgracia era dem asiado escaso y precioso
com o para poder usarlo en gran cant idad en la confección de arm aduras. En efect o,
en un principio las únicas fuent es de hierro eran los t rozos de m et eorit os,
nat uralm ent e m uy escasos. Adem ás, no parecía haber ningún procedim ient o para
ext raer hierro de las piedras.
El problem a radica en que el hierro est á unido m ucho m ás firm em ent e, form ando
m ineral, de lo que est aba el cobre. Se requiere un calor m ás int enso para fundir el
hierro que para fundir el cobre. El fuego de leña no bast aba para est e propósit o, y
se hizo necesario ut ilizar el fuego de carbón veget al, m ás int enso, pero que sólo
arde en condiciones de buena vent ilación.
El secret o de la fundición del hierro fue por fin desvelado en el ext rem o orient al de
Asia Menor, y al parecer en una época t an t em prana com o 1.500 años a. de C. Los
hit it as, que habían levant ado un poderoso im perio en Asia Menor, fueron los
prim eros en ut ilizar corrient em ent e el hierro en la confección de herram ient as. Se
conservan cart as que un rey hit it a envió a su virrey, dest acado en una región
m ont añosa rica en hierro, fechadas aproxim adam ent e en el 1280 a. de C, y en las
que se dan det alles inequívocos sobre la producción del m et al.
El hierro puro ( hierro forj ado) no es dem asiado duro. Sin em bargo, un inst rum ent o
o una arm adura de hierro m ej oraban al dej ar que una cant idad suficient e de carbón
veget al form ara una aleación con ese m et al. Est a aleación - que nosot ros llam am os
acero- se ext endía com o una piel sobre los obj et os som et idos a t rat am ient o y les
confería una dureza superior a la del m ej or bronce, m ant eniéndose afilados durant e
m ás t iem po. El descubrim ient o en t errit orio hit it a de la m anufact ura del acero
m arca el punt o crucial en la m et alurgia del hierro. Un ej ércit o prot egido y arm ado
con hierro duro podía enfrent arse a ot ro ej ércit o pert rechado de bronce con m uchas
probabilidades de vencer. Est am os en la Edad del Hierro.
1
«Sm it h» = for j ador, herrero. ( N. del T.)
Mineral de hierro y Crisol
Figura 1. Crisoles prim it ivos ideados para alcanzar la t em perat ura adecuada para la
reducción de los diferent es m inerales. En el horno para cobre ( a) la m ena fundía en
un crisol sobre fuego de leña. La reducción del m ineral de hierro ( b) requería m ás
calor, y para obt enerlo se llenaba el horno de carbón veget al, sum inist rando
oxígeno m ediant e un fuelle.
Los dorios, ant igua t ribu griega, equipados con arm as de hierro, invadieron la
península de Grecia desde el nort e, m ás o m enos en el 1100 a. de C, y
gradualm ent e fueron venciendo a los pueblos m icénicos que, pese a su m ás
avanzada civilización, sólo disponían de arm am ent o de bronce. Ot ros grupos de
griegos penet raron en Canaán port ando arm as de hierro. Eran los filist eos, que t an
im port ant e papel j uegan en los prim eros libros de la Biblia. Frent e a ellos los
israelit as perm anecieron indefensos hast a que, baj o el m ando de Saúl, fueron
capaces de fabricarse sus propias arm as de hierro.
El prim er ej ércit o abundant em ent e equipado con hierro de buena calidad fue el
asirio, lo que le perm it ió, 900 años a. de C., form ar un poderoso im perio.
Ant es de que apunt aran los días gloriosos de Grecia, las art es quím icas habían
alcanzado un est ado de desarrollo bast ant e not able. Est o era part icularm ent e ciert o
en Egipt o, donde los sacerdot es est aban m uy int eresados en los m ét odos de
em balsam ado y conservación del cuerpo hum ano después de la m uert e. Los
egipcios no sólo eran expert os m et alúrgicos, sino que sabían preparar pigm ent os
m inerales y j ugos e infusiones veget ales2 .
De acuerdo con ciert a t eoría, la palabra khem eia deriva del nom bre que los egipcios
daban a su propio país: Kham . ( Est e nom bre se usa t am bién en la Biblia, donde, en
la versión del rey Jacobo, se t ransform a en Ham .) Por consiguient e, khem eia puede
ser «el art e egipcio».
Una segunda t eoría, algo m ás apoyada en la act ualidad, hace derivar khem eia del
griego khum os, que significa el j ugo de una plant a; de m anera que khem eia sería
«el art e de ext raer j ugos». El m encionado j ugo podría ser sust it uido por m et al, de
suert e que la palabra vendría a significar el «art e de la m et alurgia».
Pero, sea cual sea su origen, khem eia es el ant ecedent e de nuest ro vocablo
«quím ica».
3 . Gr e cia : los e le m e n t os
Hacia el año 600 a. de C, el sut il e int eligent e pueblo griego dirigía su at ención hacia
la nat uraleza del Universo y la est ruct ura de los m at eriales que lo com ponían. Los
erudit os griegos o «filósofos» ( am ant es de la sabiduría) est aban m ás int eresados en
el «por qué» de las cosas que en la t ecnología y las profesiones m anuales. En
resum en, fueron los prim eros que - según nuest ras not icias- se enfrent aron con lo
que ahora llam am os t eoría quím ica.
El prim er t eórico fue Tales ( aproxim adam ent e 640- 546 a. de C) . Quizá exist ieron
griegos ant eriores a Tales, e incluso ot ros hom bres ant eriores a los griegos, capaces
de m edit ar correct a y profundam ent e sobre el significado de los cam bios en la
nat uraleza de la m at eria, pero ni sus nom bres ni su pensam ient o han llegado hast a
nosot ros.
2
Las art es quím icas t am bién se desarrollar on en I ndia y China. Sin em bargo, la línea del progreso int elect ual en
quím ica arranca de Egipt o, por lo cual voy a lim it ar m i exposición a est a línea.
Tales fue un filósofo griego nacido en Milet o ( Jonia) , región sit uada en el Egeo, la
cost a oest e de lo que ahora es Turquía. Tales debió de plant earse la siguient e
cuest ión: si una sust ancia puede t ransform arse en ot ra, com o un t rozo de m ineral
azulado puede t ransform arse en cobre roj o, ¿cuál es la nat uraleza de la sust ancia?
¿Es de piedra o de cobre? ¿O quizá es de am bas cosas a la vez? ¿Puede cualquier
sust ancia t ransform arse en ot ra m ediant e un det erm inado núm ero de pasos, de t al
m anera que t odas las sust ancias no serían sino diferent es aspect os de una m at eria
básica?
Figura 2. La cosm ología alquim ist a incorporó los «cuat ro elem ent os» de Arist ót eles
j unt o con las equivalencias t errest res y celest es, haciendo corresponder los m ism os
sím bolos a los planet as y a 105 m et ales. Est e grabado es original de Robert Fludd
( 1574- 1637) , que dio la espalda al espírit u cient ífico de su época y se lanzó a la
búsqueda de lo ocult o.
Para Tales la respuest a a la últ im a cuest ión era afirm at iva, porque de est a m anera
podía int roducirse en el Universo un orden y una sim plicidad básica. Quedaba
ent onces por decidir cuál era esa m at eria básica o elem ent o 3 .
Tales decidió que est e elem ent o era el agua. De t odas las sust ancias, el agua es la
que parece encont rarse en m ayor cant idad. El agua rodea a la Tierra; im pregna la
at m ósfera en form a de vapor; corre a t ravés de los cont inent es, y la vida es
im posible sin ella. La Tierra, según Tales, era un disco plano cubiert o por la
sem iesfera celest e y flot ando en un océano infinit o.
La t esis de Tales sobre la exist encia de un elem ent o a part ir del cual se form aron
t odas las sust ancias encont ró m ucha acept ación ent re los filósofos post eriores. No
así, sin em bargo, el que est e elem ent o t uviera que ser el agua.
En el siglo siguient e a Tales, el pensam ient o ast ronóm ico llegó poco a poco a la
conclusión de que el cielo que rodea a la Tierra no es una sem iesfera, sino una
esfera com plet a. La Tierra, t am bién esférica, est aba suspendida en el cent ro de la
cavidad form ada por la esfera celest e.
Figura 2a. Robert Fludd
3
«Elem ent o» es un vocablo lat ino de origen inciert o. Los griegos no lo ut ilizaron, pero es t an im port ant e en la
quím ica m oder na que no hay m anera de ev it ar su em pleo, incluso al refer irse a Grecia.
Los griegos no acept aban la noción de vacío y por t ant o no creían que en el espacio
que hay ent re la Tierra y el dist ant e cielo pudiera no haber nada. Y com o en la part e
de est e espacio que el hom bre conocía había aire, parecía razonable suponer que
t am bién lo hubiese en el rest o.
Tal pudo haber sido el razonam ient o que llevó a Anaxím enes, t am bién de Milet o, a
la conclusión, hacia el 570 a. de C, de que el aire era el elem ent o const it uyent e del
Universo. Post uló que el aire se com prim ía al acercarse hacia el cent ro, form ando
así las sust ancias m ás densas, com o el agua y la t ierra ( figura 2) .
Por ot ra part e, el filósofo Heráclit o ( aproxim adam ent e 540- 475 a. de C) , de la
vecina ciudad de Éfeso, t om ó un cam ino diferent e. Si el cam bio es lo que
caract eriza al Universo, hay que buscar un elem ent o en el que el cam bio sea lo m ás
not able. Est a sust ancia, para él, debería ser el fuego, en cont inua m ut ación,
siem pre diferent e a sí m ism o. La fogosidad, el ardor, presidían t odos los cam bios4 .
En la época de Anaxím enes los persas invadieron las cost as j ónicas. Tras el fracaso
de un int ent o de resist encia, el dom inio persa se volvió m ás opresivo, y la t radición
cient ífica ent ró en decadencia; pero ant es de derrum barse, los em igrant es j onios
t rasladaron est a t radición m ás al oest e.
Pit ágoras de Sam os ( aproxim adam ent e 582- 497 a. de C.) , nat ural de una isla no
pert enecient e a Jonian, abandonó Sam os en el 529 a. de C. para t rasladarse al sur
de I t alia, donde se dedicó a la enseñanza, dej ando t ras de sí un influyent e cuerpo
de doct rina.
Em pédocles ( aproxim adam ent e 490- 430 a. de C) , nacido en Sicilia, fue un
dest acado discípulo de Pit ágoras, que t am bién t rabaj ó en t orno al problem a de cuál
es el elem ent o a part ir del que se form ó el Universo. Las t eorías propuest as por sus
predecesores de la escuela j ónica lo pusieron en un com prom iso, porque no veía de
qué m anera iba decidirse por una u ot ra.
4
Result a fácil sonreír ant e est as incipient es t eor ías, pero en realidad las ideas legadas por Grecia eran bast ant e
profundas. Probem os a sust it uir los t érm inos «aire», «agua», «t ierra» y «fuego» por los m uy sim ilar es de «gas»,
«líquido» «sólido» y «energía». Los gases pueden volv erse líquidos al enfr iarse, y sólidos si el enfriam ient o
cont inúa. La sit uación es m uy sem ej ant e a la im aginada por Anaxím enes. Y la idea que Heráclit o t enía sobre el
fuego result a m uy parecida a la que ahor a se t iene sobre la energía; agent e y consecuencia de las reacciones
quím icas.
Pero, ¿por qué un solo elem ent o? ¿Y si fueran cuat ro? Podían ser el fuego de
Heráclit o, el aire de Anaxím enes, el agua de Tales y la t ierra, que añadió el propio
Em pédocles.
Arist ót eles ( 384- 322 a. de C) , el m ás influyent e de los filósofos griegos, acept ó est a
doct rina de los cuat ro elem ent os. No consideró que los elem ent os fuesen las
m ism as sust ancias que les daban nom bre. Es decir, no pensaba que el agua que
podem os t ocar y sent ir fuese realm ent e el elem ent o «agua»; sim plem ent e es la
sust ancia real m ás est recham ent e relacionada con dicho elem ent o.
Arist ót eles concibió los elem ent os com o com binaciones de dos pares de propiedades
opuest as: frío y calor, hum edad y sequedad. Las propiedades opuest as no podían
com binarse ent re sí. De est e m odo se form an cuat ro posibles parej as dist int as, cada
una de las cuales dará origen a un elem ent o: calor y sequedad originan el fuego;
calor y hum edad, el aire; frío y sequedad, la t ierra; frío y hum edad, el agua.
Sobre est e esquem a avanzó t odavía un paso m ás al afirm ar que cada elem ent o
t iene una serie de propiedades específicas que le son innat as. Así, es propio de la
t ierra el caer, m ient ras que en la nat uraleza del fuego est á el elevarse. Sin
em bargo, los cuerpos celest es present aban caract eríst icas que parecían diferent es
de las de las sust ancias de la Tierra. En lugar de elevarse o caer, est os cuerpos
daban la im presión de girar en círculos inalt erables alrededor de la Tierra.
Arist ót eles supuso que los cielos deberían est ar form ados por un quint o elem ent o,
que
llam ó
«ét er»
( t érm ino
que
proviene
de
una
palabra
que
significa
«resplandecer», ya que lo m ás caract eríst ico de los cuerpos celest es es su
lum inosidad) . Com o los cielos no parecían cam biar nunca, Arist ót eles consideró al
ét er com o perfect o, et erno e incorrupt ible, lo que lo hacía m uy dist int o de los cuat ro
elem ent os im perfect os de la t ierra.
Est a t eoría de los cuat ro elem ent os im pulsó el pensam ient o de los hom bres durant e
dos m il años. Si bien ahora est á ya m uert a, al m enos en lo que a la ciencia se
refiere, t odavía pervive en el lenguaj e corrient e. Por ej em plo, hablam os de la «furia
de los elem ent os» cuando querem os expresar que el vient o ( aire) y las nubes
( agua) se m anifiest an violent am ent e por efect o de la t orm ent a. En cuant o al
«quint o elem ent o»
( ét er) ,
se vio t ransform ado por
la lengua lat ina en
la
quint aesencia, y cuando hablam os de la «quint aesencia» de algo, queriendo indicar
que se encuent ra en el est ado m ás puro y concent rado posible, est am os en realidad
invocando la perfección arist ot élica.
4 . Gr e cia : los á t om os
Ot ro im port ant e t em a de discusión encont ró un am plio desarrollo ent re los filósofos
griegos: el debat e sobre la divisibilidad de la m at eria. Los t rozos de una piedra
part ida en dos, incluso reducida a polvo, siguen siendo piedra, y cada uno de los
fragm ent os result ant es puede volver a dividirse. Est as divisiones y subdivisiones
¿pueden cont inuar indefinidam ent e?
El j onio Leucipo ( aproxim adam ent e 450 a. de C.) parece que fue el prim ero en
poner en t ela de j uicio la suposición aparent em ent e nat ural que afirm a que
cualquier t rozo de m at eria, por m uy pequeño que sea, siem pre puede dividirse en
ot ros t rozos aún m ás pequeños. Leucipo m ant enía que finalm ent e una de las
part ículas obt enidas podía ser t an pequeña que ya no pudiera seguir dividiéndose.
Su discípulo Dem ócrit o ( aproxim adam ent e 470- 380 a. de C.) , afincado en Abdera,
ciudad al nort e del Egeo, cont inuó en est a línea de pensam ient o. Llam ó át om os, que
significa «indivisible», a las part ículas que habían alcanzado el m enor t am año
posible. Est a doct rina, que defiende que la m at eria est á form ada por pequeñas
part ículas y que no es indefinidam ent e divisible, se llam a at om ism o.
Dem ócrit o supuso que los át om os de cada elem ent o eran diferent es en t am año y
form a, y que eran est as diferencias las que conferían a los elem ent os sus dist int as
propiedades. Las sust ancias reales, que podem os ver y t ocar, est án com puest as de
m ezclas de át om os de diferent es elem ent os, y una sust ancia puede t ransform arse
en ot ra alt erando la nat uraleza de la m ezcla.
Todo est o t iene para nosot ros un indudable aire de m odernidad, pero no debe
olvidarse que Dem ócrit o no apeló a la experim ent ación para corroborar sus
afirm aciones. ( Los filósofos griegos no hacían experim ent os, sino que llegaban a sus
conclusiones argum ent ando a part ir de los «prim eros principios».)
Para m uchos filósofos, y especialm ent e para Arist ót eles, la idea de una part ícula de
m at eria no divisible en ot ras m enores result aba paradój ica, y no la acept aron. Por
eso la t eoría at om ist a se hizo im popular y apenas se volvió a t ener en cuent a hast a
dos m il años después de Dem ócrit o.
Sin em bargo, el at om ism o nunca m urió del t odo. Epicuro ( 342- 270 a. de C.) lo
incorporó a su línea de pensam ient o, y el epicureism o se granj eó m uchos
seguidores en los siglos siguient es. Uno de ellos fue el poet a rom ano Tit o Lucrecio
Caro ( 95- 55 a. de C) , conocido sim plem ent e por Lucrecio. Expuso la t eoría at om ist a
de Dem ócrit o y Epicuro en un largo poem a t it ulado De Rerum Nat ura ( «Sobre la
nat uraleza de las cosas») . Muchos lo consideran el m ej or poem a didáct ico j am ás
escrit o.
En cualquier caso, m ient ras que los t rabaj os de Dem ócrit o y Epicuro perecieron,
quedando apenas unas pocas cit as suelt as, el poem a de Lucrecio sobrevivió ínt egro,
preservando los hallazgos del at om ism o hast a nuest ros días, en que los nuevos
m ét odos cient íficos se incorporan a la lucha y la conducen a la vict oria final.
Ca pít u lo 2
La a lqu im ia
Cont enido:
1. Alej andría
2. Los árabes
3. El despert ar en Europa
4. El fin de la alquim ia
1 . Ale j a n dr ía
En la época de Arist ót eles, Alej andro Magno de Macedonia ( un reino sit uado al nort e
de Grecia) conquist ó el vast o I m perio Persa. El im perio de Alej andro se disgregó
después de su m uert e en el año 323 a. de C., pero los griegos y m acedonios
m ant uvieron el cont rol de grandes áreas de Orient e Medio. Durant e varios siglos ( el
«Período Heleníst ico») t uvo lugar una fruct ífera m ezcla de cult uras.
Pt olom eo, uno de los generales de Alej andro, est ableció un reino en Egipt o, cuya
capit al fue la ciudad de Alej andría ( fundada por Alej andro) . En Alej andría, Pt olom eo
y su hij o ( Pt olom eo I I ) levant aron un t em plo a las Musas ( el «Museo») que cum plía
el m ism o fin de lo que hoy llam aríam os un I nst it ut o de I nvest igación y una
Universidad. Junt o a él se const ruyó la m ayor bibliot eca de la ant igüedad.
La m aest ría egipcia en la quím ica aplicada se unió y fundió con la t eoría griega, pero
est a fusión no fue t ot alm ent e sat isfact oria. En Egipt o el saber quím ico est aba
ínt im am ent e ligado con el em balsam ado de los m uert os y el rit ual religioso. Para los
egipcios, la fuent e de t odo conocim ient o era Thot , el de la cabeza de ibis, dios de la
sabiduría. Los griegos, im presionados por la alt ura de los conocim ient os de los
egipcios, ident ificaron a Thot con su propio Herm es y acept aron una buena dosis de
m ist icism o.
Los ant iguos filósofos j onios habían separado la religión de la ciencia. Est a nueva
unión operada en Egipt o ent orpeció seriam ent e los post eriores avances en el
conocim ient o.
Com o el art e de khem eia aparecía t an est recham ent e relacionado con la religión, el
pueblo llano recelaba a m enudo de quienes lo pract icaban, considerándolos adept os
de art es secret as y part ícipes de un saber peligroso. ( El ast rólogo con su inquiet ant e
conocim ient o del fut uro, el quím ico con su at erradora habilidad para alt erar las
sust ancias, incluso el sacerdot e con sus secret os sobre la propiciación de los dioses
y posibilidad de invocar cast igos servían com o m odelos de cuent os populares de
m agos, bruj os y hechiceros.)
Los dest inat arios de est os recelos no solían m ost rarse resent idos, sino que con
frecuencia se crecían, conscient es de que aum ent aban su propio poder y quizá
t am bién su seguridad. Después de t odo, ¿a quién se le iba a ocurrir ofender a un
m ago?
Est e respet o o recelo popular im pulsó a los pract icant es de la khem eia a redact ar
sus escrit os m ediant e sim bolism os oscuros y m ist eriosos. El sent im ient o de poder y
de est ar en posesión de un saber ocult o aum ent aba aún m ás con esa oscuridad.
Por ej em plo, había siet e cuerpos celest es considerados «planet as» ( «errant es»,
porque cont inuam ent e cam biaban de posición con respect o al fondo est rellado) y
t am bién eran siet e los m et ales conocidos: oro, plat a, cobre, hierro, est año, plom o y
m ercurio ( véase figura 2) . Pareció at ract ivo em parej arlos, y llegó un m om ent o en
que el oro se designaba com únm ent e com o «el Sol», la plat a com o «la Luna», el
cobre com o «Venus» y así sucesivam ent e. Los cam bios quím icos pudieron ent onces
incluirse en una corrient e m it ológica.
Aún quedan recuerdos de aquella época. La denom inación del com puest o ahora
llam ado nit rat o de plat a era «cáust ico lunar». Est e nom bre, ya en desuso, es un
claro indicio de la ant igua relación ent re la plat a y la luna. El m ercurio debe su
act ual nom bre al planet a Mercurio. El verdadero nom bre ant iguo era hydrargyrum
( «plat a líquida») , y el nom bre inglés ant iguo era el casi idént ico de «quicksilver».
Est a oscuridad m ás o m enos deliberada sirvió a dos desafort unados propósit os.
Prim ero, ret ardó el progreso, ya que los que t rabaj aban en est a m at eria ignoraban en part e o del t odo- lo que los ot ros est aban haciendo, de m odo que no podían
beneficiarse de los errores ni aprender de la lucidez de los dem ás. En segundo
lugar, perm it ió que charlat anes y engañadores - cont ando con la oscuridad del
lenguaj e-
se present aran a sí m ism os com o t rabaj adores serios. No podía
dist inguirse al em baucador del est udioso.
El prim er pract icant e de la khem eia greco- egipcia que conocem os por su nom bre
fue Bolos de Mendes ( aproxim adam ent e 200 a. de C) , una población del delt a del
Nilo. En sus escrit os ut ilizó el nom bre de Dem ócrit o, por lo que se le conoce com o
«Bolos- Dem ócrit o» o, a veces, com o «seudo- Dem ócrit o».
Bolos se dedicó a lo que se había convert ido en uno de los grandes problem as de la
khem eia: el cam bio de un m et al en ot ro y, part icularm ent e, de plom o o hierro en
oro ( t ransm ut ación) .
La t eoría de los cuat ro elem ent os consideraba que las diferent es sust ancias del
universo diferían únicam ent e en la nat uraleza de la m ezcla elem ent al. Est a hipót esis
podría ser ciert a según se acept ase o no la t eoría at om ist a, ya que los elem ent os
podrían m ezclarse com o át om os o com o una sust ancia cont inua. Realm ent e parecía
razonable
pensar
que
t odos
los
elem ent os
eran
int ercam biables
ent re
sí.
Aparent em ent e el agua se convert ía en aire al evaporarse, y ret ornaba a la form a
de agua cuando llovía. La leña, al calent arla, se t ransform aba en fuego y vapor ( una
form a de aire) , y así sucesivam ent e.
¿Por qué, ent onces, considerar algunos cam bios com o im posibles? Probablem ent e
t odo era cosa de dar con la t écnica apropiada. Una piedra roj iza podía convert irse
en hierro gris a t ravés de un procedim ient o que aún no se había descubiert o en
t iem po de Aquiles, quien t uvo que usar arm as de bronce. ¿Qué razón había para
que el hierro gris no pudiera convert irse en oro am arillo m ediant e alguna t écnica
aún no descubiert a en t iem po de Alej andro Magno?
A t ravés de los siglos m uchos quím icos se esforzaron honradam ent e en hallar el
m edio de producir oro. Sin em bargo, algunos est im aron m ucho m ás sencillo y
provechoso pret ender hallarse en posesión de la t écnica y com erciar con el poder y
la reput ación que ello les proporcionaba. Est e engaño se m ant uvo hast a la época
m oderna, pero no voy a t rat ar de ello en est e libro.
Aunque Bolos en sus escrit os da aparent em ent e det alles o t écnicas para la
obt ención del oro, no podem os realm ent e considerarlo un fraude. Es posible alear
cobre y cinc, por ej em plo, y obt ener lat ón, que t iene un t ono am arillo parecido al
del oro, y es bast ant e probable que para los ant iguos art esanos la preparación de
un m et al dorado fuese lo m ism o que la preparación de oro.
Durant e la dom inación rom ana el art e de la khem eia ent ró en declive, j unt o con la
decadencia general del conocim ient o griego. Después del año 100 d. de C. es
práct icam ent e im posible encont rar
ninguna aport ación nueva y se asist e al
surgim ient o de una t endencia a volver cada vez m ás a las int erpret aciones m íst icas
de los prim eros pensadores.
Por ej em plo, hacia el año 300 d. de C. un t rat adist a nacido en Egipt o, Zósim o,
escribió una enciclopedia en veint iocho volúm enes que abarcaba t odo el saber sobre
khem eia acum ulado en los cinco o seis siglos precedent es, y en la que había m uy
poco de valor. Para ser exact os, se puede encont rar ocasionalm ent e un pasaj e con
alguna novedad, com o la que parece referirse al arsénico. Tam bién parece que
Zósim o describió m ét odos para preparar acet at o de plom o y que t uvo conocim ient o
del sabor dulce de est e com puest o venenoso ( que se ha llam ado hast a hoy «azúcar
de plom o») .
La m uert e final sobrevino a causa del m iedo. El em perador rom ano Diocleciano
t em ía que la khem eia perm it iera fabricar con éxit o oro barat o y hundir la
t am baleant e econom ía del im perio. En t iem pos de Zósim o ordenó dest ruir t odos los
t rat ados sobre khem eia, lo que explica el escaso núm ero de ellos que han llegado
hast a nosot ros.
Ot ra razón es que, con el nacim ient o de la Crist iandad, el «pensam ient o pagano»
cayó en desgracia. El m useo y la bibliot eca de Alej andría result aron gravem ent e
dañados a causa de los m ot ines crist ianos ocurridos a part ir del año 400 d. de C. El
art e de la khem eia, por su est recha relación con la religión del ant iguo Egipt o, se
hizo part icularm ent e sospechoso, convirt iéndose práct icam ent e en clandest ino.
En ciert a m anera el pensam ient o griego desapareció del m undo rom ano. La
Crist iandad se había escindido en sect as; una de ellas era la de los nest orianos, así
llam ados porque sus m iem bros seguían las enseñanzas del m onj e sirio Nest orio,
que vivió en el siglo v. Los crist ianos ort odoxos de Const ant inopla persiguieron a los
nest orianos, algunos de los cuales huyeron hacia el est e, hast a Persia. Allí los
m onarcas persas los acogieron con gran deferencia ( posiblem ent e con la esperanza
de ut ilizarlos cont ra Rom a) .
Los nest orianos llevaron consigo a Persia el pensam ient o griego, incluyendo m uchos
libros de alquim ia, y alcanzaron el cenit de su poder e influencia hacia el año 550 d.
de C.
2 . Los á r a be s
En el siglo VI I los árabes ent raron en escena. Hast a ent onces habían perm anecido
aislados en su península desért ica, pero ahora, est im ulados por la nueva religión del
I slam fundada por Mahom a, se ext endieron en t odas direcciones. Sus ej ércit os
vict oriosos conquist aron ext ensos t errit orios del oest e de Asia y nort e de África. En
el 641 d. de C. invadieron Egipt o y, t ras rápidas vict orias, ocuparon t odo el país; en
los años siguient es Persia sufrió el m ism o dest ino.
Fue especialm ent e en Persia donde los árabes encont raron los rest os de la t radición
cient ífica griega, ant e la que quedaron fascinados. Est a adm iración quizá se viera
t am bién increm ent ada por un com bat e de gran significación práct ica. En el año 670
d. de C, cuando sit iaron Const ant inopla ( la m ayor y m ás poderosa ciudad crist iana) ,
fueron derrot ados por el «fuego griego», una m ezcla quím ica que ardía con gran
desprendim ient o de calor sin poder apagarse con agua, y que dest ruyó los barcos
de m adera de la flot a árabe. Según la t radición la m ezcla fue preparada por
Callinicus, un pract icant e de khem eia que había huido de su Egipt o nat al ( o quizás
de Siria) ant e la llegada de los árabes.
En árabe khem eia se convirt ió en al- kím iya, siendo al el prefij o correspondient e a
«la». Finalm ent e la palabra se adopt ó en Europa com o alquim ia, y los que
t rabaj aban en est e cam po eran llam ados alquim ist as. Ahora el t érm ino alquim ia se
aplica a t odo el desarrollo de la quím ica ent re el 300 a. de C. y el 1600 d. de C.
aproxim adam ent e, un período de cerca de dos m il años.
Ent re los años 300 y 1100 d. de C. la hist oria de la quím ica en Europa es
práct icam ent e un vacío. Después del 650 d. de C. el m ant enim ient o y la ext ensión
de la alquim ia greco- egipcia est uvo t ot alm ent e en m anos de los árabes, sit uación
que perduró durant e cinco siglos. Quedan rest os de est e período en los t érm inos
quím icos derivados del árabe: alam bique, álcali, alcohol, garrafa, naft a, circón y
ot ros.
La alquim ia árabe rindió sus m ej ores frut os en los com ienzos de su dom inación. Así,
el
m ás
capacit ado
y
célebre
alquim ist a
m usulm án
fue
Jabir
ibn- Hayyan
( aproxim adam ent e 760- 815 d. de C) , conocido en Europa siglos después com o
Geber. Vivió en la época en que el I m perio Árabe ( con Harún al Raschid, fam oso por
Las m il y una noches) se hallaba en la cúspide de su gloria.
Sus escrit os fueron num erosos y su est ilo era relat ivam ent e avanzado. Muchos de
los libros que llevan su firm a pueden haber sido escrit os por alquim ist as post eriores
y at ribuidos a él. Describió el cloruro de am onio y enseñó cóm o preparar albayalde
( carbonat o de plom o) . Dest iló vinagre para obt ener ácido acét ico fuert e, el ácido
m ás corrosivo conocido por los ant iguos. Preparó incluso ácido nít rico débil que, al
m enos en pot encia, era m ucho m ás corrosivo.
Sin em bargo, la m ayor influencia de Jabir reside en sus est udios relacionados con la
t ransm ut ación de los m et ales. Consideraba que el m ercurio era el m et al por
excelencia, ya que su nat uraleza líquida le confería la apariencia de poseer una
proporción m ínim a de m at erial t erroso. Por su part e, el azufre poseía la not able
propiedad de ser com bust ible ( y adem ás poseía el color am arillo del oro) . Jabir creía
que los diversos m et ales est aban form ados por m ezclas de m ercurio y azufre, y
solam ent e rest aba hallar algún m at erial que facilit ase la m ezcla de m ercurio y
azufre en la proporción necesaria para form ar oro.
La ant igua t radición sost enía que est a sust ancia act ivadora de la t ransm ut ación era
un polvo seco. Los griegos lo llam aban xerion, derivado de la palabra griega
correspondient e a «seco». Los árabes la cam biaron por al- iksir, y en Europa se
convirt ió finalm ent e en elixir. Com o una prueba m ás de que se le at ribuían las
propiedades de seca y t errosa direm os que en Europa fue llam ada vulgarm ent e la
piedra filosofal. ( Recordem os que t odavía en 1800, un «filósofo» era lo que ahora
llam am os un «cient ífico».)
El sorprendent e elixir est aba dest inado a poseer ot ras m aravillosas propiedades, y
surgió la idea de que const it uía un rem edio para t odas las enferm edades y que
podía conferir la inm ort alidad. Por ello se habla del elixir de la vida, y los quím icos
que t rat aban de conseguir oro podían conseguir igualm ent e la inm ort alidad
( t am bién en vano) .
En efect o, durant e los siglos post eriores, la alquim ia se desarrolló según dos vías
paralelas principales: una m ineral, en la que el principal obj et ivo era el oro, y ot ra
m édica, en la que el fin prim ordial era la panacea.
Seguidor de Jabir, y poseedor de análogos conocim ient os y reput ación, fue el
alquim ist a persa Al Razi ( aproxim adam ent e 850- 925) , conocido m ás t arde en
Europa com o Rhazes. Tam bién él describió cuidadosam ent e su t rabaj o, preparando,
por ej em plo, em plast o de París, y describiendo el m odo en que podía em plearse
para hacer enyesados que m ant uviesen en su sit io los huesos rot os. I gualm ent e
est udió y describió el ant im onio m et álico. Al m ercurio ( que era volát il, est o es,
form a vapor al calent arlo) y al azufre ( que era inflam able) añadió la sal com o t ercer
principio en la com posición general de los sólidos, porque la sal no era ni volát il ni
inflam able.
Al Razi se int eresó m ás por la m edicina que Jabir, y est o dio origen a los aspect os
m édicos de la alquim ia, que cont inuaron con el persa I bn Sina ( 979- 1037) , m ucho
m ás conocido com o Avicena, versión lat inizada de su nom bre. En realidad, Avicena
fue el m édico m ás im port ant e ent re la época del I m perio Rom ano y los orígenes de
la ciencia m oderna. Había aprendido lo bast ant e de los fracasos de siglos y siglos
com o para dudar de la posibilidad de form ar oro a part ir de los m et ales. Aunque en
est o era, y sigue siendo, una excepción ent re los alquim ist as.
3 . El de spe r t a r e n Eur opa
La ciencia árabe declinó rápidam ent e después de Avicena. Eran t iem pos difíciles
para el m undo islám ico y se hicieron m ás difíciles aún com o result ado de las
invasiones y vict orias de los t urcos y m ongoles, pueblos relat ivam ent e bárbaros. La
palm a del liderazgo cient ífico abandonó a los árabes al cabo de t res siglos, para no
volver m ás, y pasó al oest e de Europa.
Los europeos occident ales t uvieron su prim er cont act o ínt im o y m ás o m enos
pacífico con el m undo islám ico com o result ado de las Cruzadas. La prim era Cruzada
fue en 1096, y los crist ianos europeos conquist aron Jerusalén en 1099. Durant e casi
dos siglos consecut ivos exist ió un dom inio crist iano en la cost a siria, com o una
pequeña isla en el océano m usulm án. Hubo ciert a fusión de cult uras y el fluir de
crist ianos que volvían a Europa occident al t raj o consigo una ciert a apreciación de la
ciencia árabe. En est e m ism o período, los crist ianos españoles iban reconquist ando
gradualm ent e el t errit orio que habían perdido ant e el I slam en los prim eros ocho
siglos. De est a form a, t ant o ellos com o en general t oda la Europa crist iana t uvieron
una nueva noción de la brillant e civilización m orisca que se había desarrollado en
España.
Los europeos supieron que los árabes poseían libros de profundo cont enido cient ífico
que habían sido t raducidos de los originales griegos - los t rabaj os de Arist ót eles, por
ej em plo- , así com o sus propias producciones - los t rabaj os de Avicena, ent re ot ros.
A pesar de la relat iva aversión a m anej ar los t rabaj os de aquellos que parecían
enem igos m ort ales e irreconciliables, surgió un m ovim ient o para t raducirlos al lat ín
con obj et o de que pudiesen ut ilizarlos los est udiosos europeos. El hum anist a francés
Gerbert ( aproxim adam ent e 940- 1003) , fut uro Papa Silvest re I I en el año 999, fue
uno de los prim eros alent adores de est e m ovim ient o.
El escolást ico inglés Robert de Chest er figura ent re los prim eros que t raduj eron una
obra árabe de alquim ia al lat ín, acabando dicho t rabaj o en 1144. Siguieron m uchos
ot ros, y
el principal t raduct or
fue el erudit o it aliano Gerardo de Crem ona
( aproxim adam ent e 1114- 87) . Pasó m ucho t iem po de su vida en Toledo, que había
sido t om ado por las t ropas crist ianas en 1085. Traduj o novent a y dos t rabaj os
árabes, algunos de ellos ext raordinariam ent e largos.
Así, pues, a part ir de 1200 aproxim adam ent e los escolást icos europeos pudieron
asim ilar
los hallazgos alquim ist as del pasado e int ent ar
avanzar
con ellos,
encont rándose, desde luego, con m ás callej ones sin salida que am plias vías de
progreso.
El prim er alquim ist a europeo im port ant e fue Albert o de Bollst adt ( aproxim adam ent e
1200- 80) , m ás conocido com o Albert o Magno. Est udió int ensam ent e los t rabaj os de
Arist ót eles, y fue a t ravés de él com o la filosofía arist ot élica adquirió t ant a
im port ancia para la erudición de finales de la Edad Media y principios de la Moderna.
Albert o Magno describió el arsénico con t ant a claridad en el t ranscurso de sus
experim ent os de alquim ia, que en ocasiones se le considera com o descubridor de
est a sust ancia, aunque, al m enos en form a im pura, era probablem ent e conocida por
los ant iguos alquim ist as.
Un cont em poráneo de Albert o Magno fue el m onj e inglés Roger Bacon ( 1214- 92) , a
quien hoy día se le conoce m ej or por su creencia claram ent e expresada de que en la
experim ent ación y en la aplicación de t écnicas m at em át icas a la ciencia residiría la
principal esperanza de progreso. Tenía razón, pero el m undo no est aba t odavía en
condiciones de acept arlo.
Bacon int ent ó escribir una enciclopedia universal del saber, y en sus escrit os se
encuent ra la prim era descripción de la pólvora negra. Se le considera a veces com o
su descubridor, pero no lo fue; el verdadero descubridor es desconocido.
En aquella época la pólvora negra cont ribuyó a dest ruir el orden m edieval de la
sociedad, proporcionando a los ej ércit os un m edio de arrasar los m uros de los
cast illos, y a los hom bres de a pie una oport unidad de disparar cont ra los de a
caballo en el com bat e. Fue el prim er sím bolo del progreso t ecnológico que conduj o a
los ej ércit os europeos a conquist ar ot ros cont inent es durant e los cinco siglos
t ranscurridos ent re 1400 y 1900, conquist a que sólo en nuest ros días est á
invirt iendo su signo.
La alquim ia en una orient ación m ás m íst ica se encuent ra en t rabaj os at ribuidos a
los españoles Arnaldo de Vilanova ( aproxim adam ent e 1235- 1311) y Raim undo Lulio
( 1235- 1315) , aunque no es seguro que fueran ellos los verdaderos aut ores. Est os
escrit os est án profundam ent e apoyados en la idea de la t ransm ut ación, y se ha
supuest o incluso ( por t radición) que Lulio fabricó oro para el derrochador Eduardo I I
de I nglat erra.
Pero el m ás im port ant e de los alquim ist as m edievales no se conoce por su nom bre,
ya que escribió con el seudónim o de Geber, el alquim ist a árabe que había vivido dos
siglos ant es. Nada se sabe de est e «falso Geber» except o que fue probablem ent e
español y que escribió alrededor de 1300. Fue el prim ero en describir el ácido
sulfúrico, la sust ancia sim ple m ás im port ant e de las ut ilizadas por la indust ria
quím ica en la act ualidad ( después del agua, aire, carbón y pet róleo) . Describió
t am bién la form ación de ácido nít rico fuert e. Est os ácidos se obt enían de los
m inerales, m ient ras que los ácidos conocidos con ant erioridad, com o el acét ico y el
vinagre, procedían del m undo orgánico.
El descubrim ient o de los ácidos m inerales fuert es fue el adelant o m ás im port ant e
después de la afort unada obt ención del hierro a part ir de su m ena unos t res m il
años ant es. Los europeos lograron llevar a cabo m uchas reacciones quím icas y
disolver num erosas sust ancias con ayuda de los ácidos m inerales fuert es, cosa que
no podían conseguir los griegos ni los árabes con el vinagre, el ácido m ás fuert e de
que disponían.
En realidad los ácidos m inerales eran m ucho m ás im port ant es para el bienest ar de
la hum anidad de lo que hubiera sido el oro, incluso de haberlo obt enido por
t ransm ut ación. El valor del oro habría desaparecido t an pront o com o ést e dej ase de
ser raro, m ient ras que los ácidos m inerales son t ant o m ás valiosos cuant o m ás
barat os y abundant es. No obst ant e, la nat uraleza hum ana es t al, que los ácidos
m inerales no causaron gran im presión, m ient ras que el oro siguió buscándose
ávidam ent e.
Pero ent onces, después de un prom et edor com ienzo, la alquim ia em pezó a
degenerar por t ercera vez, com o había ocurrido prim ero ent re los griegos y después
ent re los árabes. La caza del oro se convirt ió en dom inio casi absolut o de
charlat anes, aunque los grandes erudit os ( Boyle y Newt on ent re ellos) no pudieron,
ya en el siglo XVI I resist irse a dedicar a ello sus conocim ient os.
Una vez m ás, igual que baj o el dom inio de Diocleciano m il años ant es, el est udio de
la quím ica fue prohibido, m ás por m iedo al éxit o en la obt ención de oro que por
indignación ant e la charlat anería. El papa Juan XXI I la declaró anat em a en 1317, y
los alquim ist as honrados, obligados a t rabaj ar a escondidas, se volvieron m ás
oscuros
que
ant es,
m ient ras
que,
com o
siem pre,
florecieron
los
quím icos
deshonest os.
Nuevos vient os se agit aban cada vez con m ás violencia en Europa. Los rest os del
I m perio Bizant ino, con su capit al en Const ant inopla, se ext inguían a t odas luces. En
1204 fue brut alm ent e saqueado por los cruzados del oest e de Europa, y m uchos
docum ent os del saber griego, que hast a ent onces habían perm anecido int act os, al
m enos en aquella ciudad, se perdieron para siem pre.
Los griegos recuperaron la ciudad en 1261, pero a part ir de ent onces sólo fue una
som bra de lo que había sido ant es. En los dos siglos post eriores, los ej ércit os t urcos
pusieron cerco sin t regua a la ciudad y, finalm ent e, en 1453, cayó Const ant inopla,
que desde ent onces ha sido t urca. Tant o ant es com o después de la caída los
erudit os griegos huyeron a Europa Occident al, llevando consigo la part e de sus
bibliot ecas que pudieron salvar. El m undo occident al sólo llegó a heredar rest os del
saber griego, pero aun así fueron enorm em ent e est im ulant es.
Est a fue t am bién la época de las grandes exploraciones, a lo que cont ribuyó en el
siglo XI I I el descubrim ient o de la brúj ula. En 1497 se exploró la cost a de África y se
dio la vuelt a al cont inent e. Con la posibilidad de llegar a la I ndia por m ar y evit ar el
m undo islám ico, Europa podía com erciar direct am ent e con el lej ano Orient e. Aún
m ás espect aculares fueron los viaj es de Crist óbal Colón ent re 1492 y 1504, gracias
a los cuales pront o se reveló ( aunque el m ism o Colón nunca adm it ió est e hecho)
que se había descubiert o una nueva part e del m undo.
Los europeos est aban descubriendo t ant os hechos desconocidos para los grandes
filósofos griegos que em pezó a cundir la idea de que, después de t odo, los griegos
no eran superhom bres om niscient es. Los europeos, que habían dem ost rado ya su
superioridad en la navegación, t am bién podían m ost rarse superiores en ot ros
aspect os.
Se dest ruyó así una especie de bloqueo psicológico, y result ó m ás fácil poner en
duda los hallazgos de los ant iguos.
En est a m ism a «Era de la Exploración» un invent or alem án, Johann Gut enberg
( aproxim adam ent e 1397- 1468) , proyect ó la prim era im prent a práct ica, ut ilizando
t ipos m ovibles que podían ser desm ont ados y colocados j unt os para im prim ir
cualquier libro que se desease. Por prim era vez en la Hist oria fue posible producir
libros en cant idad y económ icam ent e, sin m iedo de que se produj esen errores en
las copias ( aunque, por supuest o, podía haber errores en la com posición) .
Gracias a la im prent a, las concepciones poco populares no se ext inguirían
necesariam ent e por falt a de alguien que cargara sobre sus espaldas la laboriosa
t area de copiar el libro. Uno de los prim eros que apareció en form a im presa fue el
poem a de Lucrecio, que difundió la concepción at om ist a a lo largo y ancho de t oda
Europa.
En el año 1543 se publicaron dos libros revolucionarios que en la época ant erior a la
im prent a fácilm ent e hubieran perm anecido ignorados por los pensadores ort odoxos,
pero que ahora se ext endieron por t odas part es y no pudieron ignorarse. Uno de
ellos había sido escrit o por un ast rónom o polaco, Nicolás Copérnico ( 1473- 1543) ,
quien m ant enía que la Tierra no era el cent ro del universo, com o habían dado por
sent ado los ast rónom os griegos, sino que lo era el Sol. El ot ro libro est aba escrit o
por
un anat om ist a flam enco, Andreas Vesalius ( 1514- 1564) , quien t razó la
anat om ía hum ana con una exact it ud sin precedent es. Se basaba en observaciones
del propio Vesalius y rechazaba m uchas de las creencias que dat aban de las
ant iguas fuent es griegas.
Est e derrocam ient o sim ult áneo de la ast ronom ía y la biología griegas ( aunque las
concepciones griegas m ant uvieran su influencia en algunas zonas durant e un siglo o
m ás) m arcó el com ienzo de la «Revolución Cient ífica». Est a revolución sólo penet ró
ligeram ent e en el m undo de la alquim ia, pero infundió algún vigor t ant o en los
aspect os m ineralógicos com o m édicos de la m ism a.
4 . El fin de la a lqu im ia
El nuevo espírit u
hizo act o de presencia en
los t rabaj os de dos m édicos
cont em poráneos, uno alem án, Georg Bauer ( 1494- 1555) , y ot ro suizo, Teophrast us
Bom bast us von Hohenheim m ( 1493- 1591) .
Bauer es m ás conocido com o Agrícola, que en lat ín quiere decir cam pesino ( lo
m ism o que 'Bauer' en alem án) . Se int eresó en la m ineralogía por su posible
conexión con los fárm acos. De hecho, la conexión ent re la m edicina y los fárm acos
y la com binación m édico- m ineralogist a fue un rasgo dest acado en el desarrollo de la
quím ica durant e los dos siglos y m edio siguient es. El libro de Agrícola De Re
Met allica ( «Sobre la Met alurgia») ( ver fig. 3) se publicó en 1556, y en él se reúnen
t odos los conocim ient os práct icos que podían recogerse ent re los m ineros de la
época.
Est e libro, escrit o en un est ilo claro y con excelent es ilust raciones de m aquinaria
para la m inería, se popularizó rápidam ent e y hoy día aún perm anece com o un
not able clásico de la ciencia 5 . De Re Met allica, el m ás im port ant e t rabaj o sobre
t ecnología quím ica ant erior a 1700, est ableció la m ineralogía com o ciencia. ( El libro
m ás valioso sobre m et alurgia y quím ica aplicada ant erior al de Agrícola fue el del
m onj e Theophilus, posiblem ent e griego, que vivió hacia el año 1000 d. de C.)
5
Es int eresant e que la única t raducción en lengua inglesa del t rabaj o de Agrícola, publicada en 1912, se deba al
que después sería President e de los Est ados Unidos Herbert Hoover, ingeniero de m inas de profesión, y a su
esposa. Una m agnífica edición con ilust raciones t om adas del original ha sido realizada por Dover Pub.
En cuant o a von Hohenheim , es m ás conocido por su aut o seudónim o Paracelso,
que significa «m ej or que Celso». Celso fue un rom ano que escribió sobre m edicina,
y cuyas obras habían sido recient em ent e im presas. Am bos fueron obj et o de una
desm edida y, en el caso de Paracelso, errónea idolat ría.
Figura 3. Port ada del libro De Re Met allica, de Agrícola
Paracelso, com o Avicena cinco siglos ant es, represent ó un desplazam ient o del
cent ro de int erés de la alquim ia, el oro, hacia la m edicina. Paracelso m ant enía que
el fin de la alquim ia no era el descubrim ient o de t écnicas de t ransm ut ación, sino la
preparación de m edicam ent os que curasen las enferm edades. En la ant igüedad lo
m ás frecuent em ent e usado para est os fines eran las preparaciones con plant as,
pero Paracelso est aba sinceram ent e convencido de la eficacia de los m inerales com o
fárm acos.
Paracelso fue un alquim ist a de la viej a escuela, a pesar de su insist encia en cont ra
de la t ransm ut ación. Acept ó los cuat ro elem ent os de los griegos y los t res principios
( m ercurio, azufre y sal) de los árabes. Buscó incesant em ent e la piedra filosofal en
su función de elixir de la vida, e incluso insist ió en que la había encont rado.
Tam bién, con m ás fundam ent o est a vez, obt uvo el m et al cinc y con frecuencia se le
considera su descubridor, pese a que el cinc, en form a de m ineral o de aleación con
cobre ( lat ón) , era conocido desde la ant igüedad.
Paracelso siguió siendo una figura polém ica durant e m edio siglo después de su
m uert e. Sus seguidores aum ent aron el cont enido m íst ico de sus concepciones, y en
algunos aspect os las reduj eron a sort ilegios sin sent ido. A est a corrupción se unió
las desvent aj as de un m om ent o en el que la alquim ia apunt aba cada vez m ás hacia
una et apa de claridad y racionalidad.
Por ej em plo, el alquim ist a alem án Andreas Libau ( aproxim adam ent e 1540- 1616) ,
m ás conocido por el nom bre lat inizado de Libavius, publicó una Alquim ia en 1597.
Est e libro era un resum en de los logros m edievales en alquim ia, y puede
considerarse com o el prim er t ext o de quím ica de nom bre conocido, pues est aba
escrit o con claridad y sin m ist icism o. De hecho, at acó con saña las oscuras t eorías
de los que él llam aba «paracelsianos», si bien est aba de acuerdo con Paracelso en
que la función principal de la alquim ia era la de auxiliar de la m edicina.
Libavius fue el prim ero en describir la preparación del ácido clorhídrico, t et racloruro
de est año y sulfat o am ónico. Tam bién describió la preparación del agua regia, una
m ezcla de ácidos nít rico y clorhídrico cuyo nom bre viene de su capacidad para
disolver el oro. I ncluso sugirió que las sust ancias m inerales pueden reconocerse por
la form a que adopt an los crist ales originados al evaporarse sus soluciones.
Sin em bargo, est aba convencido de que la t ransm ut ación era posible, y de que el
descubrim ient o de m ét odos para fabricar oro era un im port ant e fin del est udio de la
quím ica.
En 1604, un alem án llam ado Johann Tholde publicó un t ext o m ás especializado ( no
se sabe nada m ás sobre su aut or) . At ribuyó el libro a un m onj e alem án, Basil
Valenine, pero es casi seguro que est e nom bre no es sino un seudónim o. El
volum en, t it ulado La carroza t riunfal del ant im onio, t rat a sobre los usos m édicos de
est e m et al y sus derivados.
Más t arde, un quím ico alem án, Johann Rudolf Glauber ( 1604- 68) , descubrió un
m ét odo para preparar ácido clorhídrico por m edio de la acción del ácido sulfúrico
sobre la sal com ún. En el proceso obt uvo un residuo, el sulfat o sódico, que
act ualm ent e se sigue llam ando «sal de Glauber».
Glauber se fam iliarizó con est a sust ancia, la est udió int ensivam ent e y advirt ió su
act ividad laxant e. La llam ó «sal m irabile» ( «sal m aravillosa») y la consideró com o
un curalot odo, casi el elixir de la vida. Glauber se dedicó a la fabricación de est e
com puest o, así com o de ot ros que consideró de valor m edicinal y que t am bién
result aron ser de gran valor com o m odo de ganarse la vida. Si bien est a ocupación
era m enos espect acular que la fabricación de oro, result ó m ás út il y provechosa.
La realidad económ ica hablaba a grit os incluso para aquellos que se m ost raban
im penet rables al razonam ient o cient ífico. Había dem asiado de út il y provechoso en
el conocim ient o de los m inerales y las m edicinas com o para perder el t iem po en una
int erm inable carrera de locos t ras el oro.
De hecho, en el curso del siglo XVI I la alquim ia ent ró en franca decadencia, y en el
XVI I I se t ransform ó en lo que hoy llam am os quím ica.
Ca pít u lo 3
La t r a n sición
Cont enido:
1. La m edida
2. La ley de Boyle
3. La nueva concepción de los elem ent os
4. El flogist o
1 . La m e dida
Con t odo, y a pesar de su avance, el conocim ient o quím ico quedó ret rasado
respect o a ot ras ram as de la ciencia.
La im port ancia de las m ediciones cuant it at ivas y de la aplicación de t écnicas
m at em át icas a la ast ronom ía había sido reconocida desde m uy ant iguo. Una razón
para ello es que los problem as ast ronóm icos que ocupaban a los ant iguos eran
relat ivam ent e sim ples, y algunos de ellos podían abordarse bast ant e bien incluso
con la geom et ría plana.
El cient ífico it aliano Galileo Galilei ( 1564- 1642) , que en los años 1590- 99 est udió el
com port am ient o de los cuerpos durant e su caída, prot agonizó espect acularm ent e la
aplicación de las m at em át icas y las m ediciones cuidadosas a la física. Los result ados
de su t rabaj o conduj eron, casi un siglo después, a las im port ant es conclusiones del
cient ífico inglés I saac Newt on ( 1642- 1727) . En su libro Principia Mat hem at ica,
publicado en 1687, Newt on int roduj o sus t res leyes del m ovim ient o, que durant e
m ás de dos siglos sirvieron com o base a la ciencia de la m ecánica. En el m ism o libro
Newt on present ó su t eoría de la gravit ación, que t am bién durant e m ás de dos siglos
const it uyó una explicación adecuada de las observaciones sobre el universo y que,
dent ro de los lím it es de nuest ras observaciones personales y de las velocidades que
podem os alcanzar, cont inúa siendo válida en la act ualidad. En relación con est a
t eoría Newt on ut ilizó el cálculo infinit esim al, una nueva y poderosa ram a de las
m at em át icas que él m ism o ideó.
Con Newt on, la revolución cient ífica alcanzó su clím ax. Ya no quedaba ningún
problem a pendient e, ni de los griegos ni de la ant igüedad en general. Europa
Occident al los había superado am pliam ent e, y nunca m ás volvería a m irar hacia
at rás.
Pero est e cam bio de la descripción m eram ent e cualit at iva a las cuidadosas m edidas
cuant it at ivas no se regist ró en la quím ica hast a un siglo después del decisivo t rabaj o
de Newt on. De hecho, Newt on, m ient ras const ruía la est ruct ura de la ast ronom ía y
la física con una belleza y una solidez que dej aron at ónit o al m undo de la ciencia,
perm anecía inm erso en la alquim ia buscando ardient em ent e por t oda Europa
recet as para fabricar oro por t ransm ut ación.
Est a persist encia en el error no puede achacarse por com plet o a los quím icos. Si
fueron m ás t ardos en adopt ar las t écnicas m at em át icas cuant it at ivas de Galileo y
Newt on fue porque el m at erial con el que t rabaj aban result aba m ás difícil de
present ar en una form a lo bast ant e sim ple com o para ser som et ido a un
t rat am ient o m at em át ico.
Con t odo, los quím icos hacían progresos, y ya en la época de Galileo aparecen
débiles indicios de la fut ura revolución quím ica. Tales indicios surgen, por ej em plo,
en los t rabaj os del m édico flam enco Jean Bapt ist e Van Helm ont ( 1577- 1644) .
Cult ivó
un
árbol
en
una
cant idad
det erm inada
de
t ierra,
añadiendo
agua
periódicam ent e y pesándolo con cuidado a m edida que crecía. Desde el m om ent o en
que esperaba descubrir el origen de los t ej idos vivient es form ados por el árbol,
est aba aplicando la m edición a problem as de quím ica y biología.
Hast a la época de Van Helm ont , la única sust ancia aérea conocida y est udiada era el
aire m ism o, que parecía lo suficient em ent e dist int o de las ot ras sust ancias com o
para servir de elem ent o a los griegos. En realidad, los alquim ist as habían obt enido
con frecuencia «aires» y «vapores» en sus experim ent os, pero eran sust ancias
escurridizas, pesadas de est udiar y observar y fáciles de ignorar.
El m ist erio de est os vapores est aba im plícit o en el nom bre que se dio a los líquidos
fácilm ent e vaporizables: «espírit us», una palabra que originalm ent e significaba
«suspiro» o «aire», pero que t am bién t enía un sent ido evident e de algo m ist erioso y
hast a sobrenat ural. Todavía hablam os de «espírit us» para ciert os alcoholes o para
la t rem ent ina. El alcohol es, con m ucho, el m ás ant iguo y m ej or conocido de los
líquidos volát iles; t ant o, que en inglés la palabra «spirit s» ha t erm inado por aludir
específicam ent e a los licores alcohólicos.
Van Helm ont fue el prim ero en considerar y est udiar los vapores que él m ism o
producía. Observó que se parecían al aire en su apariencia física, pero no en t odas
sus propiedades. En part icular, obt uvo los vapores de la m adera al arder, que
parecían aire, pero que no se com port aban com o t al.
Para Van Helm ont , est as sust ancias parecidas al aire, sin volum en ni form a
det erm inados, eran algo sem ej ant e al «chaos» griego: la m at eria original, inform e y
desordenada, a part ir de la cual ( según la m it ología griega) fue creado el universo.
Van Helm ont aplicó a los vapores el nom bre de «chaos», que pronunciado con la
fonét ica flam enca se conviert e en gas. Est e t érm ino se aplica t odavía a las
sust ancias parecidas al aire.
Van Helm ont llam ó al gas que obt uvo de la m adera «gas silvest re» ( «gas de
m adera») . Era el que act ualm ent e llam am os dióxido de carbono.
El est udio de los gases, la form a m ás sencilla de m at eria, fue el prim ero que se
prest ó a las t écnicas de m edición precisa: sirvió de cam ino al m undo de la quím ica
m oderna.
2 . La le y de Boyle
Hacia el final de la vida de Van Helm ont , los gases - en part icular el aire, por ser el
gas m ás corrient e- alcanzaron una nueva y decisiva im port ancia. El físico it aliano
Evangelist a Torricelli ( 1608- 47) logró probar, en 1643, que el aire ej ercía presión.
Dem ost ró que el aire podía sost ener una colum na de m ercurio de set ent a
cent ím et ros de alt ura y con ello invent ó el baróm et ro.
Los gases, de repent e, perdieron su m ist erio. Eran m at eriales, poseían peso, com o
los líquidos y los sólidos m ás fácilm ent e est udiados. Se diferenciaban de ellos sobre
t odo en su densidad m ucho m ás baj a.
La presión ej ercida por el peso de la at m ósfera fue dem ost rada de m odo
espect acular por el físico alem án Ot t o von Guericke ( 1602- 86) . I nvent ó una bom ba
de aire con la que se podía ext raer ést e de un recipient e, de m anera que la presión
del aire en el ext erior no llegaba a igualarse con la presión del aire int erior.
En 1654, Guericke preparó dos sem iesferas de m et al que encaj aban m ediant e un
reborde engrasado. Después de unir las dos sem iesferas y ext raer el aire que
cont enían
m ediant e una
bom ba,
la
presión
del
aire
ext erior
m ant enía
las
sem iesferas unidas. Yunt as de caballos unidas a cada una de las dos sem iesferas y
fust igadas para que t irasen lo m ás posible en direcciones opuest as, no lograron
separar las sem iesferas. Sin em bargo, en cuant o se perm it ió que el aire volviese a
penet rar en las sem iesferas, pudieron separarlas.
Figura 4. La ley de Boyle, que est ableció la relación de proporcionalidad inversa
ent re la presión y el volum en de un gas a t em perat ura const ant e, deriva del
experim ent o ilust rado. El m ercurio vert ido en la ram a larga del t ubo em puj a el aire
encerrado hacia la ram a cort a. Doblando la alt ura de la colum na de m ercurio, la de
aire se reduce a la m it ad. La relación viene expresada en la curva de la part e
superior, que es una sección de una ram a de hipérbola.
Est e t ipo de dem ost raciones despert aron gran int erés por las propiedades del aire. Y
excit aron en part icular la curiosidad del quím ico irlandés Robert Boyle ( 1627- 91) ,
quien proyect ó una bom ba de aire m ás perfeccionada que la de Guericke. En vez
de,
por
así decir,
ext raer
el
aire
procedim ient o opuest o de com prim irlo.
de
un
recipient e
aspirándolo,
probó
el
Edm e Mariot t e
Robert Boyle
En sus experim ent os, Boyle halló que el volum en de una m uest ra de aire variaba
con la presión según una proporción inversa sim ple ( ver figura 4) , y lo descubrió
vert iendo m ercurio got a a got a en un t ubo m uy largo, de const rucción especial, y
dej ando una m uest ra de aire en el ext rem o cort o, cerrado, que se aj ust aba
m ediant e una espit a. Añadiendo m ás m ercurio al ext rem o largo y abiert o podía
increm ent ar la presión del aire encerrado. Si añadía suficient e m ercurio com o para
som et er el aire a una presión doble ( doble peso de m ercurio) , el volum en del aire
encerrado se reducía a la m it ad. Si la presión se t riplicaba, el volum en se reducía a
un t ercio. Por ot ra part e, si se reducía la presión el aire se expandía. Est a relación
en la que el volum en dism inuía a m edida que aum ent aba la presión se publicó por
vez prim era en 1622, y t odavía nos referim os a ella com o la ley de Boyle.
Est e fue el prim er int ent o de aplicar m ediciones exact as a los cam bios en una
sust ancia de part icular int erés para los quím icos6 .
6
Es preciso señalar, sin em bargo, que el cam bio est udiado por Boy le no era un cam bio quím ico. El air e, t ant o si se
com pr im e com o si se expande, cont inúa siendo aire. Tal cam bio en volum en es un cam bio físico. El est udio de los
cam bios físicos de los com puest os quím icos concierne a la quím ica física. Ést a no t uvo exist encia r eal hast a dos
siglos después de la época de Boyle ( véase capít ulo 9) , per o él puso los cim ient os.
Boyle no especificó que la t em perat ura debe m ant enerse const ant e para que dicha
ley sea válida. Probablem ent e lo realizó así, y supuso que se daría por hecho. El
físico francés Edm e Mariot t e ( 1630- 1684) , que descubrió independient em ent e la ley
de Boyle hacia el año 1680, especificó que la t em perat ura debe m ant enerse
const ant e. Por est a razón, en la Europa cont inent al se alude con frecuencia a la ley
de Boyle com o la ley de Mariot t e.
Los experim ent os de Boyle ofrecían un cent ro de at racción para el crecient e núm ero
de at om ist as. Com o se ha dicho ant es, el poem a de Lucrecio, publicado en una
edición im presa, había at raído la at ención de los hum anist as europeos hacia las
opiniones griegas sobre el at om ism o. Un filósofo francés, Pierre Gassendi ( 15921655) , se convirt ió com o result ado de ello en un at om ist a convencido; y sus
escrit os im presionaron t ant o a Boyle que, a raíz de ello, t am bién ést e se convirt ió al
at om ism o.
Mient ras la at ención se siguió cent rando en los líquidos y sólidos solam ent e, las
pruebas del at om ism o no fueron m ayores en t iem po de Boyle que en el de
Dem ócrit o. Los líquidos y sólidos no pueden com prim irse m ás que en proporciones
insignificant es. Si se com ponen de át om os, est os át om os deben de est ar en
cont act o, y no pueden sit uarse m ás j unt os de lo que est án. Por lo t ant o, es difícil
argum ent ar que los líquidos y los sólidos t ienen que est ar com puest os de át om os,
porque si est uviesen hechos de una sust ancia cont inua sería t am bién m uy difícil
com prim irlos. ¿Por qué ent onces preocuparse por los át om os?
Sin em bargo, el aire, com o ya se había observado en los t iem pos ant iguos y com o
Boyle ponía ahora en claro espect acularm ent e, podía com prim irse con facilidad.
¿Cóm o podía ocurrir eso, a m enos que est uviese form ado por át om os m inúsculos
separados por el espacio vacío? La com presión del aire significaría sim plem ent e,
desde est e punt o de vist a, la supresión del espacio vacío en el volum en, colocando a
los át om os en est recho cont act o.
Si se acept a est a opinión sobre los gases, es m ás fácil creer que t am bién los
líquidos y sólidos est án com puest os de át om os. Por ej em plo, el agua se evapora.
¿Cóm o podía ocurrir est o, a no ser que desapareciese en form a de part ículas
m inúsculas? Y, ¿qué sería m ás sim ple, ent onces, que suponer que pasa a vapor
át om o a át om o? Si el agua se calient a, hierve, y el vapor se form a de m odo visible.
El vapor de agua t iene las propiedades físicas de una sust ancia sem ej ant e al aire y,
por t ant o, es nat ural suponer que est á com puest o de át om os. Pero, si el agua est á
com puest a de át om os en su form a gaseosa, ¿por qué no en su form a líquida, así
com o en su form a sólida de hielo? Y si est o es ciert o con el agua, ¿por qué no para
t oda la m at eria?
Est e t ipo de argum ent os result aban im presionant es, y por prim era vez desde que se
habían im aginado los át om os, dos m il años ant es, el at om ism o com enzó a ganar
num erosos adept os. Ent re ellos, por ej em plo, New t on.
No obst ant e, los át om os seguían siendo un concept o nebuloso. Nada podía decirse
sobre ellos, except o que si se acept aba su exist encia, era m ás fácil explicar el
com port am ient o de los gases. Tuvo que pasar ot ro siglo y m edio ant es de que el
at om ism o adquiriese un enfoque bien delineado.
3 . La n u e va con ce pción de los e le m e n t os
Los est udios de Boyle m arcan el final de los t érm inos «alquim ia» y «alquim ist a».
Boyle suprim ió la prim era sílaba del t érm ino 7 en su libro El Quím ico Escépt ico,
publicado en 1661. Desde ent onces, la ciencia fue la quím ica, y los que t rabaj aban
en est e cam po eran los quím icos.
Boyle era «escépt ico» porque ya no est aba dispuest o a acept ar ciegam ent e las
ant iguas conclusiones que se habían deducido de los prim eros principios. A Boyle le
desagradaban especialm ent e los ant iguos int ent os de ident ificar los elem ent os del
universo por m edio de m eros razonam ient os. En lugar de ello, definía los elem ent os
de una form a real, práct ica. Un elem ent o, t al com o se había considerado siem pre
desde el t iem po de Tales, era una de las sust ancias sim ples prim arias de las cuales
se com ponía el universo. Pero ahora cualquier supuest o elem ent o debería ser
exam inado con el fin de ver si era realm ent e sim ple. Si una sust ancia podía
descom ponerse en sust ancias m ás sim ples, no se t rat aba de un elem ent o, pero las
sust ancias m ás sim ples sí podían serlo, hast a el m om ent o en que los quím icos
aprendiesen a descom ponerlas en sust ancias aún m ás sencillas.
7
En inglés es «alchem ist » y «chem ist ». ( N. del T.)
Adem ás, dos sust ancias que fuesen sendos elem ent os podían unirse ínt im am ent e
para form ar una t ercera sust ancia, llam ada un com puest o, y en ese caso el
com puest o debería poderse descom poner en los dos elem ent os originales.
El t érm ino «elem ent o», en est e cont ext o, t iene sólo un significado práct ico. Una
sust ancia com o el cuarzo, por ej em plo, podía considerarse un elem ent o hast a el
m om ent o en que los quím icos experim ent ales descubriesen el m odo de convert irla
en dos o m ás sust ancias m ás sim ples t odavía. En realidad, según est a concepción,
ninguna sust ancia podía ser nunca un elem ent o except o en un sent ido provisional,
ya que nunca había la seguridad de que, al avanzar en los conocim ient os, no fuese
posible idear un procedim ient o para descom poner un supuest o elem ent o en dos
sust ancias m ás sim ples.
Hast a la llegada del siglo XX no pudo definirse la nat uraleza de los elem ent os en un
sent ido no provisional.
El solo hecho de que Boyle exigiese un enfoque experim ent al al definir los
elem ent os ( enfoque que se adopt ó post eriorm ent e) , no significa que supiese lo que
eran los diversos elem ent os. Podía haber result ado, después de t odo, que el
enfoque experim ent al dem ost rase que los elem ent os griegos, fuego, aire, agua y
t ierra, eran elem ent os.
Boyle est aba convencido, por ej em plo, de la validez del punt o de vist a alquim ist a de
que los m et ales no eran elem ent os, y que un m et al podía convert irse en ot ro. En
1689 pidió al gobierno brit ánico que aboliese la ley cont ra la fabricación alquim ist a
de oro ( t am bién ellos t em ían al t rast orno de la econom ía) , porque creía que
form ando oro de un m et al básico, los quím icos podrían ayudar a dem ost rar la t eoría
at óm ica de la m at eria.
Pero Boyle se equivocó en est o; los m et ales dem ost raron ser elem ent os. En efect o,
nueve sust ancias que reconocem os ahora com o elem ent os había sido conocidas por
los ant iguos: los siet e m et ales ( oro, plat a, cobre, hierro, est año, plom o y m ercurio)
y dos no m et ales ( carbono y azufre) . Adem ás, había cuat ro sust ancias reconocidas
ahora com o elem ent os, que habían llegado a ser fam iliares para los alquim ist as
m edievales: arsénico, ant im onio, bism ut o y cinc.
El m ism o Boyle est uvo a punt o de ser el descubridor de un nuevo elem ent o. En
1680 preparó fósforo a part ir de orina. Sin em bargo, unos cinco o diez años ant es,
el hecho había sido conseguido por un quím ico alem án, Henning Brand ( ¿aproxim adam ent e 1692) .
Thom as Savery y su m áquina “ El am igo del m inero” .
A Brand se le llam a a veces «el últ im o de los alquim ist as», y realm ent e su
descubrim ient o t uvo lugar cuando est aba buscando la piedra filosofal, que pensaba
hallaría ( de ent re t odos los sit ios) en la orina. Brand fue el prim er hom bre que
descubrió un elem ent o que no se había conocido, en ninguna form a, ant es del
desarrollo de la ciencia m oderna.
4 . El flogist o
Los descubrim ient os del siglo XVI I relat ivos a la presión del aire y al fenóm eno
insólit o que se podía llevar a cabo produciendo un vacío y dej ando act uar a la
presión del aire dieron im port ant es result ados. A varias personas se les ocurrió que
podía producirse un vacío sin ut ilizar la bom ba de aire.
Supongam os que se hierve agua y se llena una cám ara con el vapor, enfriando
después la cám ara con agua fría. El vapor que hay dent ro de la cám ara se
condensará en got as de agua, y en su lugar se form ará un vacío. Si una de las
paredes de la cám ara fuese m óvil, la presión del aire ext erior em puj aría ent onces la
pared hacia dent ro de la cám ara.
La pared m ovible podría em puj arse «de nuevo hacia afuera, form ando m ás vapor y
perm it iéndole ent rar en la cám ara; y podría volver a desplazarse hacia adent ro si,
una vez m ás, se condensase el vapor. Si im aginam os que la pared m ovible form a
part e de un pist ón, observarem os que el pist ón se m overá hacia dent ro y hacia
fuera, y que est e vaivén podría ut ilizarse, por ej em plo, para im pulsar una bom ba.
El result ado de t odo est o fue que, por vez prim era, la hum anidad ya no t endría que
depender m ás de sus propios m úsculos ni de la fuerza anim al. Nunca m ás habría de
est ar a expensas de la fuerza favorable o desfavorable del vient o, ni de la energía
localizada en algunos punt os del agua corrient e.
Figura 5. La m áquina de bom beo de Newcom en, que funciona a presión
at m osférica. El agua pulverizada en el int erior del cilindro condensa el vapor,
creado un vacío. El pist ón desciende en el vado, para volver hast a arriba del
ém bolo por una nueva inyección de vapor.
En su lugar disponía de una fuent e de energía a la que podía recurrir en cualquier
m om ent o y en cualquier lugar con sólo hervir agua sobre un fuego de leña o de
carbón. Est e fue el fact or decisivo que señaló el com ienzo de la «Revolución
I ndust rial».
El crecient e int erés despert ado a part ir de 1650 por la posibilidad de encont rar
nuevas aplicaciones al fuego y, por m edio de las m áquinas de vapor, obligarle a
realizar los t rabaj os duros de la t ierra, llevó a los quím icos a una nueva conciencia
del fuego. ¿Por qué algunas cosas arden y ot ras no? ¿Cuál es la nat uraleza de la
com bust ión?
Según las ant iguas concepciones griegas, t odo lo que puede arder cont iene dent ro
de sí el elem ent o fuego, que se libera baj o condiciones apropiadas. Las nociones
alquím icas eran sem ej ant es, salvo que se concebían los com bust ibles com o algo que
cont enían el principio del «azufre» ( no necesariam ent e el azufre real) .
En 1669,
un quím ico alem án, Johann Joachim
Becher
( 1635- 82) , t rat ó de
racionalizar m ás est a concepción, int roduciendo un nuevo nom bre. I m aginó que los
sólidos est aban com puest os por t res t ipos de «t ierra». Una de ellas la llam ó «t érra
pinguis» ( «t ierra crasa») , y la int uyó com o el principio de la inflam abilidad.
Georg Ernest St ahl ( 1660- 1734)
Un seguidor de las doct rinas, m ás bien vagas, de Becher fue el quím ico y físico
alem án Georg Ernest St ahl ( 1660- 1734) . Propuso un nom bre aún m ás nuevo para
el principio de la inflam abilidad, llam ándole flogist o, de una palabra griega que
significa «hacer arder». Desarrolló después un esquem a - basado en el flogist o- que
pudiera explicar la com bust ión.
St ahl m ant enía que los obj et os com bust ibles eran ricos en flogist o, y los procesos
de com bust ión suponían la pérdida del m ism o en el aire. Lo que quedaba t ras la
com bust ión no t enía flogist o y, por t ant o, no podía seguir ardiendo. Así, la m adera
t enía flogist o, pero las cenizas no.
Adem ás, St ahl sost enía que el enm ohecim ient o de los m et ales era análogo a la
com bust ión de la m adera, y afirm ó que los m et ales cont enían flogist o, pero no así
cuando est aban enm ohecidos ( o «calcinados») . La idea era im port ant e, porque
perm it ió proponer una explicación razonable sobre la conversión de las m enas
m inerales en m et al, el prim er gran descubrim ient o quím ico del hom bre civilizado. La
explicación consist ía en est o: una m ena m ineral, pobre en flogist o, se calient a con
carbón veget al, m uy rico en flogist o. El flogist o pasa desde el carbón al m ineral, es
decir, el carbón veget al rico en flogist o se t ransform a en cenizas pobres en flogist o,
m ient ras que con el m ineral ocurre precisam ent e lo cont rario.
St ahl consideró que el aire result aba út il en la com bust ión sólo de un m odo
indirect o. Servía únicam ent e com o t ransport ador, capt ando el flogist o según
abandonaba la m adera o el m et al y t ransfiriéndolo a alguna ot ra cosa ( si es que la
había disponible) .
La t eoría de St ahl sobre el flogist o encont ró oposición al principio, en part icular la de
Herm ann
Boerhaave
( 1668- 1738) ,
un
físico
holandés,
quien
argüía
que
la
com bust ión ordinaria y el enm ohecim ient o no podían ser diferent es versiones del
m ism o fenóm eno.
Est á claro que en un caso hay presencia de llam a y en el ot ro no. Pero para St ahl la
explicación era que en la com bust ión de sust ancias t ales com o la m adera, el flogist o
se libera t an rápidam ent e que su paso calient a los alrededores y se vuelve visible en
form a de llam a. En el enm ohecim ient o, la pérdida de flogist o es m ás lent a, y no
aparece llam a.
A pesar de la oposición de Boerhaave, la t eoría del flogist o ganó popularidad a lo
largo del siglo xviii. En la década de los set ent a era casi universalm ent e acept ada
por los quím icos, desde el m om ent o en que parecía explicar t ant as cosas y t an
claram ent e.
Pero quedaba una dificult ad que ni St ahl ni sus seguidores lograron explicar. Las
sust ancias m ás com bust ibles, com o la m adera, el papel y la grasa, parecían
consum irse en gran part e al arder. El hollín o las cenizas rest ant es eran m ucho m ás
ligeros que la sust ancia original, lo cual era de esperar, ya que el flogist o había
abandonado la sust ancia original. Sin em bargo, cuando los m et ales se enm ohecían,
t am bién perdían flogist o, de acuerdo con la t eoría de St ahl, pero el m et al
enm ohecido era m ás pesado que el original ( un hecho que los alquim ist as habían
observado ya en 1490) . ¿Podía el flogist o t ener peso negat ivo, de m odo que una
sust ancia al perderlo pesaba m ás que ant es, com o m ant enían algunos quím icos del
siglo XVI I I ? En ese caso, ¿por qué la m adera perdía peso al arder? ¿Había dos t ipos
de flogist o, uno con peso posit ivo y ot ro con peso negat ivo?
Est e problem a sin resolver no era t an serio en el siglo xviii com o nos parece hoy a
nosot ros. Acost um brados com o est am os a m edir los fenóm enos con precisión,
cualquier cam bio inexplicable en el peso nos daría que pensar. Pero los quím icos del
siglo XVI I I aún no habían acept ado la im port ancia de las m ediciones cuidadosas, y
no les preocupaban t ales cam bios. Mient ras la t eoría del flogist o explicase los
cam bios de aspect o y las propiedades, cabía ignorar, pensaban ellos, las variaciones
en el peso.
Ca pít u lo 4
Los ga se s
Cont enido:
1. Dióxido de carbono y nit rógeno
2. Hidrógeno y oxígeno
3. El t riunfo de la m edida
4. La com bust ión
1 . D ióx ido de ca r bon o y n it r óge n o
La explicación de los enrevesados cam bios de peso durant e la com bust ión había que
encont rarla, nat uralm ent e, en los gases que aparecían o desaparecían m ient ras se
form aban los com puest os. Pese al paulat ino desarrollo del conocim ient o de los
gases desde t iem pos de Van Helm ont , un siglo ant es en la época de St ahl aún no se
había int ent ado t om arlos en cuent a com o no fuese para reparar en su exist encia.
Pensando en los cam bios de peso durant e la com bust ión, los invest igadores
solam ent e t enían oj os para los sólidos y los líquidos. Las cenizas eran m ás ligeras
que la m adera, pero, ¿qué ocurría con los vapores liberados por la m at eria ardient e?
No se consideraban. La herrum bre era m ás pesada que el m et al, pero, ¿había
t om ado la herrum bre algo del aire? No se consideraba.
Ant es de poder subsanar est as deficiencias era preciso que los quím icos se
fam iliarizaran m ás con los gases. Había que vencer el m iedo a una sust ancia t an
difícil de coger, confinar y est udiar.
El quím ico inglés St ephen Hales ( 1667- 1761) dio un paso en la dirección correct a, a
principios del siglo XVI I I , al recoger gases sobre el agua. Los vapores form ados
com o result ado de una reacción quím ica pudieron conducirse, a t ravés de un t ubo,
al int erior de un recipient e que se había colocado lleno de agua y boca abaj o en una
j ofaina con agua. El gas burbuj eaba dent ro del recipient e, desplazando el agua y
forzándola a t ravés del fondo abiert o. Al final, Hales obt uvo un recipient e del gas o
gases form ados en la reacción.
Hales m ism o no dist inguió ent re los diferent es gases que preparó y confinó, ni
t am poco est udió sus propiedades, pero el solo hecho de haber ideado una t écnica
sencilla para ret enerlos era de la m ayor im port ancia.
El quím ico escocés Joseph Black ( 1728- 99) dio ot ro im port ant e paso adelant e. La
t esis que le m ereció una graduación en m edicina en 1754 t rat aba sobre un
problem a quím ico ( era la época en que la m edicina y la m ineralogía est aban
est recham ent e int errelacionadas) , y publicó sus result ados en 1756. Lo que hizo fue
calent ar fuert em ent e la piedra caliza ( carbonat o cálcico) . Est e carbonat o se
descom puso, liberando un gas y dej ando cal ( óxido de calcio) t ras de sí. El gas
liberado pudo recom binarse con el óxido de calcio para form ar de nuevo carbonat o
cálcico. El gas ( dióxido de carbono) era idént ico al «gas silvest re» de Van Helm ont ,
pero Black lo llam ó «aire fij ado», porque cabía com binarlo ( «fij arlo») de t al m anera
que form ase part e de una sust ancia sólida.
Los descubrim ient os de Black fueron im port ant es por varias razones. En prim er
lugar, m ost ró que el dióxido de carbono puede form arse calent ando un m ineral, lo
m ism o que quem ando m adera; de est e m odo se est ableció una im port ant e conexión
ent re los reinos anim ado e inanim ado.
En segundo lugar, dem ost ró que las sust ancias gaseosas no sólo son liberadas por
los sólidos y líquidos, sino que pueden com binarse con ellos para producir cam bios
quím icos. Est e descubrim ient o quit ó a los gases m ucho de su m ist erio y los
present ó m ás bien com o una variedad de la m at eria que poseía propiedades en
com ún ( al m enos quím icam ent e) con los sólidos y líquidos m ás fam iliares.
Por ot ro lado, Black dem ost ró que cuando el óxido de calcio se abandona en el aire,
vuelve lent am ent e a carbonat o cálcico. De est o deduj o ( correct am ent e) que hay
pequeñas cant idades de dióxido de carbono en la at m ósfera. He aquí la prim era
indicación clara de que el aire no es una sust ancia sim ple y que, por lo t ant o, pese a
la concepción griega, no es un elem ent o según la definición de Boyle. Consist e en
una m ezcla de por lo m enos dos sust ancias diferent es, el aire ordinario y el dióxido
de carbono.
Est udiando el efect o del calor sobre el carbonat o cálcico, Black m idió la pérdida de
peso im plicada. Tam bién m idió la cant idad de carbonat o cálcico que neut ralizaba
una det erm inada cant idad de ácido. Est e fue un paso gigant e hacia la aplicación de
m ediciones cuant it at ivas a los cam bios quím icos, un m ét odo de análisis que pront o
iba a alcanzar su plena m adurez con Lavoisier.
Est udiando las propiedades del dióxido de carbono, Black observó que una vela no
podía arder en su seno. Una vela encendida en un recipient e cerrado lleno de aire
ordinario t erm ina por apagarse, y el aire que queda no puede volver a m ant ener
una llam a. Ést e descubrim ient o parece ciert am ent e razonable, puest o que la vela
encendida ha form ado dióxido de carbono. Pero cuando el dióxido de carbono del
aire encerrado se absorbe m ediant e com puest os quím icos, queda algo de aire sin
absorber. Est e aire que queda y que no t iene dióxido de carbono, t am poco puede
m ant ener una llam a.
Black pasó est e problem a a uno de sus alum nos, el quím ico escocés Daniel
Rut herford ( 1749- 1819) . Rut herford m et ió un rat ón en un volum en cerrado de aire
hast a que m urió. Encendió luego una vela en el gas que quedaba, hast a que se
apagó. Después encendió fósforo en lo que quedaba, hast a que el fósforo dej ó de
arder. A cont inuación pasó el aire a t ravés de una sust ancia capaz de absorber el
dióxido de carbono. El aire rest ant e era incapaz de m ant ener la com bust ión; un
rat ón no pudo vivir en él y una vela colocada en su seno se apagó.
Rut herford inform ó de est e experim ent o en 1772. Puest o que t ant o él com o Black
est aban convencidos de la validez de la t eoría del flogist o, t rat aron de explicar sus
result ados en t érm inos de dicha t eoría: a m edida que el rat ón respiraba y las velas
y el fósforo ardían, el flogist o se liberaba y se unía al aire, j unt o con el dióxido de
carbono form ado. Al absorber m ás t arde el dióxido de carbono, el aire rest ant e
seguía cont eniendo m ucho flogist o, t ant o, que est aba sat urado de él; no podía
acept ar m ás. Por eso los obj et os no seguían ardiendo en él.
Por
est e
razonam ient o,
Rut herford
llam ó
al
gas
que
había
aislado
«aire
flogist icado». Hoy día lo llam am os nit rógeno, y concedem os a Rut herford el crédit o
de su descubrim ient o.
2 . H idr óge n o y ox íge n o
Ot ros dos quím icos ingleses, am bos part idarios de la t eoría del flogist o, avanzaron
aún m ás en el est udio de los gases por est a época.
Uno de ellos fue Henry Cavendish ( 1731- 1810) . Era un excént rico acaudalado que
invest igó en diversos cam pos, pero que se guardaba para sí los result ados de su
t rabaj o y pocas veces los publicaba. Afort unadam ent e, sí publicó los result ados de
sus experiencias sobre los gases.
Cavendish est aba especialm ent e int eresado en un gas que se form aba cuando los
ácidos reaccionaban
con
ciert os m et ales.
Est e
gas había
sido
aislado
con
ant erioridad por Boyle y Hales, y quizá por ot ros, pero Cavendish, en 1766, fue el
prim ero en invest igar sus propiedades sist em át icam ent e. Por eso se le at ribuye por
lo general el m érit o de su descubrim ient o. Dicho gas recibió m ás t arde el nom bre de
hidrógeno.
Cavendish fue el prim ero en m edir el peso de volúm enes det erm inados de
diferent es gases, es decir, det erm inó la densidad de cada gas. Averiguó que el
hidrógeno es ext raordinariam ent e ligero, con una densidad de sólo una cat orceava
part e la del aire ( y hoy día sigue siendo el m enos denso de los gases conocidos) .
Tenía una segunda propiedad ext raña: a diferencia del dióxido de carbono y del
m ism o aire, era fácilm ent e inflam able. Cavendish, considerando su ext rem a ligereza
e inflam abilidad, especuló con la posibilidad de que fuese el m ism o flogist o aislado.
El segundo quím ico fue Joseph Priest ley ( 1733- 1804) , m inist ro unit ario que est aba
profundam ent e int eresado, por afición, en la quím ica. Hacia finales de 1760 se hizo
cargo de una parroquia en Leeds, I nglat erra, j unt o a la que, casualm ent e, había una
cervecería. La ferm ent ación del grano produce dióxido de carbono, que Priest ley
podía así obt ener en abundancia para sus experim ent os.
Recogiendo dióxido de carbono sobre agua, observó que una part e se disolvía y
daba al agua un agradable sabor ácido. Era lo que en la act ualidad llam am os
«selt z» o «agua de soda». Y com o sólo se necesit a añadir esencia y azúcar para
producir bebidas gaseosas, Priest ley puede considerarse com o el padre de la
m oderna indust ria de refrescos.
Priest ley em pezó a est udiar ot ros gases a com ienzos de la década 1770- 79. En esa
época sólo se conocían t res gases diferent es: el aire m ism o, el dióxido de carbono
de Van Helm ont y Black, y el hidrógeno de Cavendish. Rut herford añadiría el
nit rógeno com o cuart o gas. Priest ley, por su part e, procedió a aislar y est udiar
algunos ot ros gases.
Su experiencia con el dióxido de carbono le había enseñado que los gases pueden
ser solubles en agua y, para no perderlos en sus experim ent os, int ent ó recogerlos
sobre m ercurio. Por est e m ét odo logró recoger y est udiar gases com o el óxido
nit roso, am oniaco, cloruro de hidrógeno y dióxido de azufre ( para darles sus
nom bres act uales) , t odos los cuales son dem asiado solubles en agua para resist ir el
paso a su t ravés.
En 1774, el uso del m ercurio en su t rabaj o con los gases dio lugar al descubrim ient o
m ás im port ant e de Priest ley. El m ercurio, cuando se calient a en el aire, form a un
«calcinado» de color roj o ladrillo ( que ahora llam am os óxido de m ercurio) . Priest ley
puso algo de est e calcinado en un t ubo de ensayo y lo calent ó con una lent e que
concent raba los rayos del sol sobre él. El calcinado se t ransform ó de nuevo en
m ercurio, que aparecía com o bolit as brillant es en la part e superior del t ubo de
ensayo. Adem ás, la descom posición liberaba un gas de propiedades m uy ext rañas.
Los com bust ibles ardían ant es y con m ás brillo en est e gas que en el aire. Un
rescoldo de m adera int roducido en un recipient e que cont uviese dicho gas ardía con
llam a.
Priest ley t rat ó de explicar est e fenóm eno recurriendo a la t eoría del flogist o. Puest o
que los obj et os ardían t an fácilm ent e en est e gas, t enían que ser capaces de liberar
flogist o con ext raordinaria facilidad. ¿Cóm o podría ser eso, a m enos que el gas
fuese una m uest ra de aire de la que se hubiera ext raído el flogist o, de t al m odo que
acept aba un nuevo aport e con especial avidez? Así, Priest ley llam ó a est e nuevo gas
«aire desflogist icado». ( Sin em bargo, pocos años después fue rebaut izado com o
oxígeno, nom bre que aún conserva.)
Realm ent e, el «aire desflogist icado» de Priest ley parecía ser el opuest o al «aire
flogist icado» de Rut herford. Un rat ón m oría en est e últ im o, pero era part icularm ent e
act ivo y j uguet ón en el prim ero. Priest ley probó a respirar algo de ese «aire
desflogist icado», y se sint ió «ligero y cóm odo».
Pero t ant o Rut herford com o Priest ley habían sido precedidos por un quím ico sueco,
Karl Wilhelm Scheele ( 1742- 1786) , uno de los quím icos que llevaron a Suecia a la
vanguardia de la ciencia en el siglo XVI I I .
Uno de ellos, George Brandt ( 1694- 1730) , est udió hacia 1730 un m ineral azulado
que parecía m ena de cobre, pero que, para desesperación de los m ineros, no daba
cobre cuando se som et ía al t rat am ient o habit ual. Los m ineros pensaban que era
m ineral em bruj ado por los espírit us de la t ierra, a los que llam aban «kobolds»
( gnom os) . Brandt logró dem ost rar que el m ineral no cont enía cobre, sino un nuevo
m et al ( que parecía hierro por sus propiedades quím icas) al que llam ó cobalt o, en
honor a los espírit us de la t ierra.
En 1751, Axel Fredric Cronst edt ( 1722- 65) descubrió un m et al m uy sem ej ant e, el
níquel; Johann Got t lieb Gahn ( 1745- 1818) aisló el m anganeso en 1774, y Pet er
Jacob Hj elm ( 1746- 1813) aisló m olibdeno en 1782.
El descubrim ient o de est os nuevos elem ent os por los suecos dem ost ró la avanzada
m ineralogía que él pract icaba en aquella nación. Cronst edt , por ej em plo, int roduj o
el soplet e en el est udio de los m inerales ( ver figura 6) . Consist ía ést e en un t ubo
largo que se est rechaba hacia uno de los ext rem os y que, cuando se soplaba por el
ext rem o ancho, producía un chorro de aire en el ext rem o apunt ado. Est e chorro,
dirigido hacia la llam a, increm ent aba su calor.
Figura 6. El soplet e, int roducido en el laborat orio por el quím ico sueco Const edt
( 1722- 1765) , fue un inst rum ent o clave de análisis durant e m ás de un siglo, y se
ut iliza t odavía. El aire soplado por el t ubo aum ent a y dirige el calor de la llam a.
La llam a calent ada, act uando sobre un m ineral, perm it ía obt ener inform ación acerca
de la nat uraleza y com posición del m ineral a part ir del color de la llam a, de la
nat uraleza de los vapores form ados, de los óxidos de sust ancias m et álicas que
quedaban, et c. El soplet e se m ant uvo com o herram ient a clave de t rabaj o en análisis
quím ico durant e un siglo.
Mediant e las nuevas t écnicas - com o la del soplet e- se adquirió t ant o conocim ient o
sobre los m inerales que Cronst edt creyó j ust ificado sugerir que debían clasificarse
no sólo de acuerdo con su apariencia, sino t am bién de acuerdo con su est ruct ura
quím ica. En 1758 se publicó un libro det allando est a nueva form a de clasificación.
Est e t rabaj o fue superado por el de ot ro m ineralogist a sueco Torbern Olof Bergm an
( 1735- 84) . Bergm an desarrolló una t eoría para explicar por qué una sust ancia
reacciona con ot ra, pero no con una t ercera. Supuso la exist encia de «afinidades»
( es
decir,
at racciones)
en
diverso
grado
ent re
las
sust ancias.
Preparó
esm eradam ent e unas t ablas donde se regist raban las diversas afinidades; est as
t ablas fueron m uy fam osas en vida de él y aún varias décadas después.
Scheele, que se inició com o aprendiz de bot icario, at raj o la at ención de Bergm an,
que le favoreció y apadrinó. Scheele descubrió una serie de ácidos ent re los que se
cuent an el ácido t art árico, ácido cít rico, ácido benzoico, ácido m álico, ácido oxálico y
ácido gálico en el reino veget al; ácido láct ico y ácido úrico en el anim al, y ácido
m olíbdico y ácido arsenioso en el m ineral.
Preparó e invest igó t res gases alt am ent e venenosos: fluoruro de hidrógeno, sulfuro
de hidrógeno y cianuro de hidrógeno. ( Se supone que su t em prana m uert e fue el
result ado de un lent o envenenam ient o por los com puest os con los que t rabaj ó, y
que norm alm ent e probaba.)
Scheele part icipó en el descubrim ient o de la m ayoría de los elem ent os cuya
obt ención se at ribuye a sus colegas suecos. Pero lo m ás im port ant e es que preparó
oxígeno y nit rógeno en 1771 y 1772. Preparó oxigeno calent ando det erm inado
núm ero de sust ancias de las que se separaba con facilidad y que incluían el óxido de
m ercurio ut ilizado por Priest ley un par de años después.
Scheele describió sus experim ent os cuidadosam ent e, pero por negligencia de su
edit or, las descripciones no aparecieron en prensa hast a 1777. Para ent onces ya
habían aparecido los t rabaj os de Rut herford y de Priest ley, que se llevaron la fam a
de los descubrim ient os.
3 . El t r iu n fo de la m e dida
Los num erosos e im port ant es descubrim ient os hechos en relación con los gases
t enían que ser reunidos en una t eoría global, lo que ocurrió hacia finales del siglo
XVI I I . Su aut or est aba en escena. Era el quím ico francés Ant oine Laurent Lavoisier
( 1743- 94) .
Desde
el
principio
de
sus
invest igaciones
quím icas,
Lavoisier
reconoció
la
im port ancia de las m ediciones precisas. Así, su prim er t rabaj o im port ant e, en 1764,
t rat a sobre una invest igación de la com posición del yeso: lo calent ó para ext raer el
agua que cont enía, y m idió luego la cant idad de agua liberada. Se unió así a los
que, com o Black y Cavendish, aplicaban la m edición a los cam bios quím icos.
Lavoisier, sin em bargo, era m ás sist em át ico, y la ut ilizó com o inst rum ent o con el
que derribar las ant iguas t eorías que, ya inservibles, no harían sino ent orpecer el
progreso de la quím ica.
Ant oine Laurent de Lavoiser y señora
Todavía había quienes, por ej em plo, aún en 1770 se aferraban a la viej a concepción
griega de los elem ent os, y m ant enían que la t ransm ut ación era posible, puest o que
el agua se t ransform aba en t ierra calent ándola durant e m ucho t iem po. Est a
suposición parecía razonable ( incluso, en un principio, a Lavoisier) , puest o que
calent ando agua durant e varios días en un recipient e de crist al, se form aba un
depósit o sólido.
Lavoisier decidió exam inar est a supuest a t ransm ut ación con algo m ás que una
sim ple inspección ocular. Durant e 101 días hirvió agua en un aparat o que
condensaba el vapor y lo devolvía al m at raz, de m anera que en el curso del
experim ent o no se perdía sust ancia alguna. Y, por supuest o, no olvidó la m edida.
Pesó el agua y el recipient e, ant es y después del largo período de ebullición.
El sedim ent o sí apareció, pero el agua no cam bió de peso durant e la ebullición. De
form a que el sedim ent o no pudo haberse form ado a part ir del agua. Sin em bargo, el
recipient e, una vez ext raído el sedim ent o result ó que había perdido peso, una
pérdida que era j ust am ent e el peso del sedim ent o. En ot ras palabras, el sedim ent o
no era agua convert ida en t ierra, sino m at erial del vidrio at acado por el agua
calient e y precipit ado en fragm ent os sólidos. He aquí un ej em plo claro en el que la
m edida pudo conducir a la dem ost ración de un hecho razonable, m ient ras que el
t est im onio de los oj os sólo llevaba a una conclusión falsa.
Lavoisier se int eresó en la com bust ión, prim ero, porque ést e era el gran problem a
de la quím ica del siglo xviii, y segundo, porque uno de sus prim eros t riunfos fue un
ensayo sobre la m ej ora de las t écnicas del alum brado público en 1760- 69. Em pezó
en 1772, cuando se unió a ot ros quím icos para com prar un diam ant e que calent ó en
un recipient e cerrado hast a que desapareció. La form ación de dióxido de carbono
fue la prim era dem ost ración clara de que el diam ant e era una form a de carbono y,
por lo t ant o, est aba est recham ent e relacionado con el carbón, m ás que con ninguna
ot ra cosa.
Calent ó m et ales com o el est año y el plom o en recipient es cerrados con una cant idad
lim it ada de aire. Am bos m et ales desarrollaron en su superficie una capa de
«calcinado» hast a un m om ent o det erm inado en que ést a no avanzaba m ás. Los
part idarios de la t eoría del flogist o dirían que el aire había absorbido del m et al t odo
el flogist o que podía ret ener. Pero, com o era bien sabido, el calcinado pesaba m ás
que el propio m et al, y sin em bargo, cuando Lavoisier pesó t odo el recipient e ( m et al,
calcinado, aire, et c.) después del calent am ient o, pesaron j ust am ent e lo m ism o que
ant es de calent arlos.
De est e result ado se deducía que si el m et al había ganado peso al calcinarse
parcialm ent e, ent onces algo en el recipient e t enía que haber perdido una cant idad
de peso equivalent e.
Ese algo, al parecer, podría ser el aire, y en ese caso debería haber un vacío parcial
en el recipient e. Efect ivam ent e, cuando Lavoisier abrió el m at raz, el aire se precipit ó
en él, t ras lo cual com probó que el m at raz y su cont enido habían ganado peso.
Lavoisier dem ost ró de est a m anera que la calcinación de un m et al no era el
result ado de la pérdida del m ist erioso flogist o, sino la ganancia de algo m uy
m at erial: una part e del aire.
Ahora le era posible avent urar una nueva explicación sobre la form ación de los
m et ales a part ir de sus m enas; la m ena era una com binación de m et al y gas.
Cuando se calent aba con carbón, ést e t om aba el gas del m et al, form ando dióxido de
carbono y dej ando t ras de sí el m et al.
Así, m ient ras St ahl decía que el proceso de obt ención de un m et al por fusión del
m ineral correspondient e im plicaba el paso de flogist o desde el carbón al m ineral,
Lavoisier decía que lo im plicado en el proceso era el paso de gas desde el m ineral al
carbón. Pero est as dos explicaciones, aunque inversas, ¿no explicaban el m ism o
hecho? ¿Había alguna razón para preferir la explicación de Lavoisier a la de St ahl?
Sí, la había, porque la t eoría de Lavoisier sobre la t ransferencia de gas podía
explicar los cam bios de peso durant e la com bust ión.
El calcinado era m ás pesado que el m et al a part ir del cual se form aba, a
consecuencia del peso de la porción de aire que se incorporaba. La m adera t am bién
ardía con adición de aire a su sust ancia, pero no se observaba aum ent o de peso
porque la nueva sust ancia form ada ( dióxido de carbono) era a su vez un gas que se
desvanecía en la at m ósfera. Las cenizas que quedaban eran m ás ligeras que la
m adera original. Si se quem ara m adera en un espacio cerrado, los gases form ados
en el proceso quedarían dent ro del sist em a, y ent onces podría dem ost rarse que las
cenizas, m ás los vapores form ados, m ás lo que quedaba de aire, m ant endrían el
peso original de la m adera m ás el aire.
Lavoisier not ó, en efect o, que si en el curso de los experim ent os se t enían en cuent a
t odas las sust ancias que t om aban part e en la reacción quím ica y t odos los product os
form ados, nunca habría un cam bio de peso ( o, ut ilizando el t érm ino m ás preciso de
los físicos, un cam bio de m asa) .
Por eso, Lavoisier m ant uvo que la m asa no se creaba ni se dest ruía, sino que
sim plem ent e cam biaba de unas sust ancias a ot ras. Est a es la ley de conservación de
la m asa, que sirvió de piedra angular a la quím ica del siglo XI X8 .
Las conclusiones a que llegó Lavoisier m ediant e el uso de la m edida fueron de t al
m agnit ud, com o puede verse, que los quím icos acept aron sin reservas a part ir de
est e m om ent o el uso de est e procedim ient o.
4 . La com bu st ión
Lavoisier no est aba, em pero, t ot alm ent e sat isfecho. El aire se com binaba con los
m et ales para form ar un calcinado y con la m adera para form ar gases, pero no t odo
el aire se com binaba de est a m anera, sino que sólo lo hacía aproxim adam ent e una
quint a part e. ¿Por qué ocurría de est e m odo?
Priest ley, descubridor del «aire desflogist icado», visit ó París en 1774 y describió a
Lavoisier sus hallazgos. Lavoisier com prendió inm ediat am ent e su significado, y en
1775 publicó sus punt os de vist a.
El aire no es una sust ancia sim ple, propuso, sino una m ezcla de dos gases en una
proporción de 1 a 4. Un quint o del aire era el «aire desflogist icado» de Priest ley ( si
bien Lavoisier, desgraciadam ent e, olvidó conceder a Priest ley el debido m érit o) . Era
est a porción del aire, y sólo ést a, la que se com binaba con los m at eriales en
com bust ión o en proceso de enm ohecim ient o; la que se t ransfería desde el m ineral
al carbón, la que era esencial para la vida.
Fue Lavoisier quien dio a est e gas su nom bre, oxígeno, derivado de los vocablos que
en griego significan «product or de ácidos», pues Lavoisier t enía la idea de que el
oxígeno era un com puest o necesario de t odos los ácidos. En est o, com o se
dem ost ró post eriorm ent e, est aba equivocado.
Las cuat ro quint as part es rest ant es del aire, que no podían m ant ener la com bust ión
ni la vida ( el aire «flogist icado» de Rut herford) , const it uían t am bién un gas
diferent e. Lavoisier lo llam ó «ázoe» ( de la palabra griega que significa «sin vida») ,
pero post eriorm ent e lo reem plazó el t érm ino nit rógeno. Est a palabra significa «que
8
A principios del siglo XX se halló que est a ley era incom plet a, pero la corrección que se hizo necesaria a causa del
crecient e refinam ient o de la ciencia de est e siglo es m uy pequeña, y puede despreciarse en las reacciones que
ordinariam ent e t ienen lugar en los laborat or ios.
form a salit re», ya que se descubrió que el nit rógeno form aba part e de la sust ancia
de est e m ineral.
Lavoisier est aba convencido de que la vida se m ant enía por algún proceso
sem ej ant e a la com bust ión 9 , puest o que lo que inspiram os es aire rico en oxígeno y
pobre en dióxido de carbono, m ient ras que el que exhalam os est á em pobrecido en
oxígeno y enriquecido en dióxido de carbono. Él y su colaborador, Pierre Sim ón de
Laplace ( 1749- 1827) - que m ás t arde se convert iría en un fam oso ast rónom oint ent aron m edir el oxígeno t om ado y el dióxido de carbono liberado por los
anim ales. Los result ados fueron algo desconcert ant es, pues part e del oxígeno
inhalado no aparecía en el dióxido de carbono espirado.
En 1783 Cavendish aún est aba t rabaj ando con su gas inflam able. Quem ó una
m uest ra de ést e y est udió sus consecuencias, com probando que los vapores
producidos al arder se condensaban para form ar un líquido que, al invest igarlo,
result ó ser nada m ás y nada m enos que agua.
Est e experim ent o fue de im port ancia crucial. En prim er lugar, era ot ro duro golpe a
la t eoría griega de los elem ent os, porque dem ost ró que el agua no era una
sust ancia sim ple, sino el product o de la com binación de dos gases.
Lavoisier,
ent erado
del
experim ent o,
llam ó
al
gas de Cavendish
hidrógeno
( «product or de agua») , y deduj o que el hidrógeno ardía por com binación con el
oxígeno, y que, por t ant o, el agua era una com binación de hidrógeno y oxígeno.
Tam bién consideró que la sust ancia de los alim ent os y de los t ej idos vivos cont enía
una com binación de carbono e hidrógeno, de m anera que cuando se inhalaba aire,
el oxígeno se consum ía form ando no sólo dióxido de carbono a part ir del carbono,
sino t am bién agua a part ir del hidrógeno. Est a explicación aclaraba el hecho de que
part e «del oxígeno no podía m edirse en sus prim eros experim ent os sobre la
respiración 10 .
9
10
En est o dem ost ró est ar en lo cier t o.
El quím ico ruso Mij aíl Vasilievich Lom onósov ( 1711- 65) se adelant ó en casi v eint e años a las t eorías de Lavoisier,
al rechazar en 1756 la t eoría del flogist o y sugerir que los obj et os se com binan al arder con una part e del air e. Por
desgracia publicaba en ruso, y los quím icos de Europa Occident al, incluido Lavoisier, no t uv ieron not icia de su
t rabaj o. Lom onósov t am bién t enía punt os de vist a sorpr endent em ent e m odernos sobre los át om os y el calor, que
est aban cincuent a o cien años por delant e de su t iem po. Fue un hom br e m uy not able que sufr ió la m ala suer t e de
haber nacido en Europa Orient al en un m om ent o en que el avance cient ífico est aba concent rado en Occident e.
Las nuevas t eorías de Lavoisier suponían una com plet a racionalización de la
quím ica. Todos los m ist eriosos «principios» habían caído con ella. En el fut uro
solam ent e int eresarían a los quím icos los m at eriales que pudieran pesarse o
m edirse.
Tras est ablecer est a base, Lavoisier com enzó a levant ar la superest ruct ura. Durant e
la década de 1780- 89, en colaboración con ot ros t res quím icos franceses, Louis
Bernard Guyt on de Morveau ( 1737- 1816) , Claude Louis Bert hollet ( 1748- 1822) y
Ant oine
François
de
Fourcroy
( 1755- 1808) ,
elaboró
un
sist em a
lógico
de
nom enclat ura que se publicó en 1787.
La quím ica no volvería a ser un fárrago de nom bres com o en los días de la alquim ia,
cuando cada t rat adist a ut ilizaba su propio sist em a y confundía a los dem ás.
Figura 7. Los experim ent os de Lavoisier fueron ilust rados en sus Elem ent os de
Quím ica con dibuj os de Mm e. Lavoisier.
Se t endría en lo sucesivo un sist em a reconocido que t odos pudieran usar; un
sist em a basado sobre principios lógicos, de m odo que cualquiera pudiese deducir los
elem ent os de que est aba form ado un com puest o a part ir del nom bre de ést e. Por
ej em plo, el óxido de calcio est aba hecho de calcio y oxígeno; el cloruro sódico, de
sodio y cloro; el sulfuro de hidrógeno, de azufre e hidrógeno; et c.
Asim ism o, se puso a punt o un cuidadoso sist em a de prefij os y sufij os que
proporcionara alguna indicación acerca de las proporciones en las que est aban
present es los dist int os elem ent os. Así, el dióxido de carbono cont enía m ás oxígeno
que el m onóxido de carbono. Por ot ra part e, el clorat o de pot asio t enía m ás oxígeno
que el clorit o, m ient ras que el perclorat o t enía aún m ás que el clorat o, y el cloruro
no t enía nada de oxígeno.
En 1789 Lavoisier publicó un libro ( Trat ado elem ent al de Quím ica) que aport ó al
m undo una visión unificada del conocim ient o quím ico en base a sus nuevas t eorías
y nom enclat ura. Fue el prim er t ext o m oderno de quím ica.
Ent re ot ras cosas, el libro incluía una list a de t odos los elem ent os conocidos hast a
ent onces ( o, m ás bien, de t odas las sust ancias que Lavoisier consideró elem ent os
según el crit erio de Boyle, y que no pudo descom poner en ot ras m ás sencillas)
( véase fig. 8) . Es un m érit o que hay que reconocer a Lavoisier el que de las 33
sust ancias enum eradas solam ent e dos est aban com plet am ent e equivocadas. Est as
dos eran la «luz» y el «calórico» que, com o result ó evident e en las décadas
post eriores a Lavoisier, no eran sust ancias, sino form as de energía.
De las 31 rest ant es, algunas eran verdaderos elem ent os de acuerdo con los
requisit os act uales. Ést os incluían sust ancias - com o el oro y el cobre- que se
conocían desde ant iguo, así com o ot ras, com o el oxígeno y el m olibdeno, que se
habían descubiert o pocos años ant es de la publicación del libro de Lavoisier. Ocho
de las sust ancias enum eradas ( la cal y la m agnesia, por ej em plo) no se volvieron a
acept ar com o elem ent os, puest o que ya en la época de Lavoisier se habían
descom puest o en sust ancias m ás sencillas. Pero, en cualquier caso, una de aquellas
sust ancias sim ples result ó ser un nuevo elem ent o.
Hubo alguna oposición ant e los nuevos punt os de vist a de Lavoisier ( que se han
m ant enido hast a la act ualidad) , sobre t odo por part e de ciert os part idarios
acérrim os del flogist o, Priest ley ent re ellos. Pero ot ros acept aron con ent usiasm o la
nueva quím ica. Bergm an, en Suecia, fue uno de ést os. En Alem ania, el quím ico
Mart in Heinrich Klaprot h ( 1743- 1817) fue uno de los prim eros conversos. Su
acept ación de las t eorías de Lavoisier fue im port ant e, ya que al ser St ahl alem án,
había ciert a t endencia ent re los germ anos a adherirse al flogist o com o gest o
pat riót ico. ( Klaprot h alcanzó la fam a después de haber descubiert o algunos
elem ent os: el uranio y el circonio, en 1789.)
Figura 8. List a de elem ent os reunidos por Lavoisier, aparecida en sus Elem ent os de
Quím ica
El m ism o año en que se publicó el libro de Lavoisier, t riunfó la Revolución Francesa,
degenerando rápidam ent e en
los feroces excesos del Terror.
Lavoisier,
por
desgracia, est aba relacionado con una organización de recaudadores de im puest os
que los revolucionarios consideraban un inst rum ent o de corrupción de la odiada
m onarquía. Ej ecut aron en la guillot ina a t odos los funcionarios que lograron
prender. Uno de ellos era Lavoisier.
Así, en 1794, uno de los m ás grandes quím icos que j am ás ha exist ido, fue m uert o
innecesaria e inút ilm ent e en lo m ej or de su vida. «Bast ó un inst ant e para cercenar
esa cabeza, y quizá un siglo no bast e para producir ot ra igual», dij o Joseph
Lagrange, el insigne m at em át ico. Lavoisier es universalm ent e recordado en la
act ualidad com o «el padre de la quím ica m oderna».
Figura 8 a y b.
Ca pít u lo 5
Los á t om os
Cont enido:
1. La ley de Proust
2. La t eoría de Dalt on
3. Hipót esis de Avogadro
4. Pesos y sím bolos
5. Elect rólisis
1 . La le y de Pr ou st
Los éxit os de Lavoisier est im ularon a los quím icos a buscar y explorar ot ras áreas
en las que las m ediciones precisas pudieran ilum inar el est udio de las reacciones
quím icas. Los ácidos const it uían una de est as áreas.
Los ácidos form an
un
grupo nat ural que com part en
un
ciert o núm ero de
propiedades. Son quím icam ent e act ivos, reaccionando con m et ales t ales com o el
cinc, est año o hierro, disolviéndolos y produciendo hidrógeno. Tienen sabor agrio ( si
se diluyen o rebaj an lo suficient e com o para probarlos con im punidad) , provocan
m anchas y cam bian los colores de un m odo det erm inado, et c.
Opuest o a los ácidos hay ot ro grupo de sust ancias llam adas bases. ( Las bases
fuert es se llam an álcalis.) Son t am bién quím icam ent e act ivas, de sabor am argo,
cam bian el t ono de los colores de m odo opuest o al inducido por los ácidos, et c. En
part icular, las soluciones de ácidos pueden neut ralizar soluciones de bases. En ot ras
palabras, si los ácidos y las bases se m ezclan en proporciones convenient es, la
m ezcla m uest ra unas propiedades que no son ni de ácido ni de base. La m ezcla será
una solución de sal, que, en general, es un com puest o m ucho m ás ligero que un
ácido o una base. Así, si una solución de ácido clorhídrico, fuert e y cáust ico, se
m ezcla con la cant idad convenient e de hidróxido sódico, álcali fuert e y cáust ico, se
t ransform ará en una solución de cloruro sódico, sal com ún de cocina.
El quím ico alem án Jerem ías Benj am ín Richt er ( 1762- 1807) dirigió su at ención hacia
est as reacciones de neut ralización y m idió la cant idad exact a de los diferent es
ácidos que se precisaban para neut ralizar una cant idad det erm inada de una base
part icular,
y
viceversa.
Por
m edio
de m ediciones cuidadosas halló
que se
necesit aban cant idades fij as y definidas. No exist ía el m argen con que un cocinero
puede cont ar en la cocina, donde un poco de m ás o de m enos en algunos
ingredient es no es dem asiado im port ant e. En lugar de ello había algo así com o un
peso equivalent e: un peso fij o de un com puest o reaccionaba con un peso fij o de
ot ro. Richt er publicó su t rabaj o en 1792.
Dos quím icos franceses est aban em peñados en una enconada bat alla para ver si
est a suert e de exact it ud exist ía no solam ent e en la neut ralización ácido- base, sino a
t ravés de t oda la quím ica. Dicho brevem ent e: si un com puest o det erm inado est aba
form ado de dos elem ent os ( o t res, o cuat ro) , ¿est án esos elem ent os siem pre
present es en est e com puest o en las m ism as proporciones fij as o pueden variar
est as proporciones según el m ét odo de preparación del com puest o? Bert hollet , uno
de los que colaboraron con Lavoisier en el est ablecim ient o de la m oderna
t erm inología quím ica, pensaba lo últ im o. De acuerdo con el punt o de vist a de
Bert hollet , un com puest o form ado por los elem ent os x e y podía cont ener una
cant idad de x m ayor si se preparaba ut ilizando un gran exceso de x.
Opuest a a los punt os de vist a de Bert hollet est aba la opinión de Joseph Louis Proust
( 1754- 1826) , quien hizo su t rabaj o en España, a salvo ( durant e algún t iem po) de
las convulsiones de la Revolución Francesa. Ut ilizando análisis cuidadosos y
concienzudos, Proust dem ost ró en 1799 que el carbonat o de cobre, por ej em plo,
cont enía cobre,
carbono
y
oxígeno en
proporciones definidas en
peso,
no
im port ando cóm o se hubiera preparado en el laborat orio ni cóm o se hubiera aislado
de las fuent es nat urales. La proporción era siem pre de 5,3 part es de cobre por 4 de
oxígeno y 1 de carbono.
Proust llegó a dem ost rar que una sit uación sim ilar prevalecía t am bién para m uchos
ot ros com puest os, y form uló la generalización de que t odos los com puest os
cont enían elem ent os en ciert as proporciones definidas y no en ot ras com binaciones,
independient em ent e de las condiciones baj o las que se hubiesen form ado. Est o se
llam ó la ley de las proporciones definidas o, a veces, ley de Proust . ( Proust t am bién
dem ost ró que Bert hollet , al present ar la evidencia de que ciert os com puest os
variaban en su com posición de acuerdo con el m ét odo de preparación, se equivocó
por culpa de los análisis poco precisos y por el uso de product os que habían sido
purificados insuficient em ent e.)
Durant e los prim eros años del siglo XI X quedó bast ant e claro que Proust est aba en
lo ciert o. Ot ros quím icos verificaron la ley de las proporciones definidas, y ést a se
convirt ió en la piedra angular de la quím ica 11 .
A part ir del m om ent o en que se dio a conocer la ley de Proust em pezaron a
plant earse dent ro del panoram a de la quím ica una serie de problem as m uy
im port ant es.
Después de t odo, ¿por qué había de ser ciert a la ley de las proporciones definidas?
¿Por qué un ciert o com puest o t enía que est ar hecho siem pre de 4 part es de x y 1
part e de y, pongam os por caso, y nunca de 4,1 part es de x o 3,9 part es de x por 1
part e de y? Si la m at eria fuese cont inua, sería difícil de ent ender est o. ¿Por qué no
podrían los elem ent os m ezclarse en proporciones ligeram ent e variables?
Por el cont rario, ¿qué ocurriría si la m at eria fuese de nat uraleza at óm ica?
Supongam os que un com puest o se form a cuando un át om o de x se une con un
át om o de y y no de ot ra m anera. ( Tal com binación de át om os acabaría por llam arse
m olécula, de la palabra lat ina que significa «pequeña m asa».) Supongam os, a
cont inuación, que cada át om o de x pesase 4 veces m ás que cada át om o de y.
Ent onces, el com puest o t endría que t ener exact am ent e 4 part es de x y 1 part e de y.
Para variar t ales proporciones sería necesario que un át om o de y est uviese unido a
un poco m ás o un poco m enos que un át om o de x. Toda vez que un át om o, ya
desde el t iem po de Dem ócrit o, se había considerado com o una part e de m at eria
indivisible, no era razonable esperar que una pequeña part e pudiera abandonar un
át om o, o que una fracción de un segundo át om o pudiera añadirse a él.
En ot ras palabras, si la m at eria est aba form ada de át om os, ent onces la ley de las
proporciones definidas se deducía com o una consecuencia nat ural. Por ot ra part e, a
part ir del hecho de que la ley de las proposiciones definidas fue observada
efect ivam ent e, puede deducirse que los át om os son verdaderam ent e obj et os
indivisibles.
11
Es ciert o que algunas sust ancias pueden variar, dent ro de cier t os lím it es, en su const it ución fundam ent al. Son
casos especiales. Los com puest os sencillos que at raj eron la at ención de los quím icos de 1800 se at enían
firm em ent e a la ley de las pr oporciones definidas.
2 . La t e or ía de D a lt on
El quím ico inglés John Dalt on ( 1766- 1844) consideró det enidam ent e est a cadena de
razonam ient os, ayudado por un descubrim ient o propio. Dos elem ent os, averiguó,
pueden com binarse, después de t odo, en m ás de una proporción, en cuyo caso
exhiben una gran variación de proporciones de com binación y en cada variación se
form a un com puest o diferent e ( ver fig. 9) .
Figura 9. Sím bolos de Dalt on para algunos de los elem ent os y com puest os. Ent re
ellos, hidrógeno ( 1) ; carbono ( 3) ; oxígeno ( 4) ; cobre ( 15) ; plat a ( 17) ; oro ( 19) ;
agua ( 21) . Se equivocó con el agua, describiéndola com o H20 en lugar de H20,
pero sus fórm ulas para el m onóxido de carbono ( 25) y dióxido de carbono ( 28)
eran correct as
Com o ej em plo sencillo considerem os los elem ent os carbono y oxígeno. Las
m ediciones m uest ran que t res part es de carbono ( en peso) com binarán con ocho
part es de oxígeno para form ar dióxido de carbono. Sin em bargo, t res part es de
carbono y cuat ro part es de oxígeno producen m onóxido de carbono. En t al caso se
com prueba que las diferent es cant idades de oxígeno que se com binan con una
cant idad fij a de carbono est án relacionadas en la form a de núm eros ent eros
sencillos. Las ocho part es present es en el dióxido de carbono son exact am ent e el
doble que las cuat ro part es present es en el m onóxido de carbono.
Est a es la ley de las proporciones m últ iples. Dalt on, después de observar su
exist encia en una ciert a cant idad de reacciones, la publicó en 1803.
La ley de las proporciones m últ iples encaj a lim piam ent e con las nociones at om ist as.
Supongam os, por ej em plo, que el peso de los át om os de oxígeno sea siem pre 1- 1/ 3
veces el peso de los át om os de carbono. Si el m onóxido de carbono se form a a
t ravés de la com binación de un át om o de carbono con un át om o de oxígeno, el
com puest o debe const ar de t res part es en peso de carbono y cuat ro part es de
oxígeno.
Ent onces, si el dióxido de carbono est á form ado de un át om o de carbono y dos
át om os de oxígeno, la proporción debe ser nat uralm ent e de t res part es de carbono
por ocho de oxígeno.
Las relaciones en
form a
de
m últ iplos sencillos reflej arían
la
exist encia
de
com puest os cuya const it ución difiere en át om os com plet os. I ndudablem ent e, si la
m at eria consist iese en pequeños át om os indivisibles, ést as serían precisam ent e las
variaciones en su const it ución que esperaríam os encont rar, y la ley de las
proporciones m últ iples t endría pleno sent ido.
Cuando Dalt on expuso en 1803 su nueva versión de la t eoría at óm ica basada en las
leyes de las proporciones definidas y de las proporciones m últ iples, reconoció su
deuda con Dem ócrit o m ant eniendo el t érm ino «át om o» para las pequeñas part ículas
que form aban la m at eria.
En 1808 publicó Un Nuevo Sist em a de Filosofía Quím ica, en el que discut ía con gran
det alle su t eoría at óm ica. En ese m ism o año su ley de las proporciones m últ iples
quedó rat ificada por las invest igaciones de ot ro quím ico inglés, William Hyde
Wollast on ( 1766- 1828) . A part ir de ent onces Wollast on prest ó el apoyo de su
influencia a la t eoría at óm ica, y con el t iem po la opinión de Dalt on ganó una
acept ación general.
De est e m odo, la t eoría at óm ica fue un golpe m ort al ( si es que hacía falt a alguno) a
la creencia en la posibilidad de la t ransm ut ación en t érm inos alquím icos. Toda la
evidencia parecía apunt ar hacia la posibilidad de que cada uno de los diferent es
m et ales const ase de un t ipo dist int o de át om os. Toda vez que los át om os se
consideraban generalm ent e com o indivisibles e invariables, no cabía pensar en
t ransform ar un át om o de plom o en ot ro de oro baj o ninguna circunst ancia. El
plom o, por lo t ant o, no podría t ransm ut arse en oro 12 .
Los át om os de Dalt on eran, claro est á, dem asiado pequeños com o para verse,
incluso al m icroscopio; la observación direct a era im pensable. Sin em bargo, las
m edidas indirect as podían aport ar inform ación sobre sus pesos relat ivos.
Por ej em plo, una part e ( en peso) de hidrógeno se com binaba con ocho part es de
oxígeno para form ar agua. Si se suponía que una m olécula de agua const aba de un
át om o de hidrógeno y un át om o de oxígeno, ent onces podía deducirse que el át om o
de oxígeno era ocho veces m ás pesado que el át om o de hidrógeno. Si se decide
t om ar el peso del át om o de hidrógeno arbit rariam ent e igual a 1, ent onces el peso
del át om o de oxígeno en est a escala sería 8.
Por ot ra part e, si una part e de hidrógeno se com bina con cinco part es de nit rógeno
para form ar am oniaco, y si se supone que la m olécula de am oniaco est á form ada de
un át om o de hidrógeno y ot ro de nit rógeno, puede deducirse que el át om o de
nit rógeno t iene un peso de 5.
Razonando de est e m odo, Dalt on confeccionó la prim era t abla de pesos at óm icos.
Est a t abla, aunque quizá sea su m ás im port ant e cont ribución individual, result ó
est ar bast ant e equivocada en m uchos punt os. El principal fallo reside en la
insist encia de Dalt on en que las m oléculas est aban form adas por el apaream ient o
de un solo át om o de un elem ent o con un solo át om o de ot ro. Sólo se apart ó de est a
posición cuando era absolut am ent e necesario.
Con el t iem po se vio, sin em bargo, que esa com binación uno- a- uno no era
necesariam ent e el caso m ás frecuent e. El desacuerdo se m anifest ó concret am ent e
12
Un siglo después de Dalt on est a opinión hubo de ser m odificada. Un át om o podía, después de t odo,
t ransfor m arse en ot ros Los m ét odos usados para logr arlo, sin em bargo, eran t ales que ningún alquim ist a los
im aginó j am ás, ni podr ía haberlos llevado nunca a cabo.
en relación con el agua, incluso ant es de que Dalt on hubiese propuest o su t eoría
at óm ica.
Aquí, por vez prim era, la fuerza de la elect ricidad invadió el m undo de la quím ica.
El conocim ient o de la elect ricidad dat a de los ant iguos griegos, quienes hallaron que
el ám bar, al frot arlo, adquiere el poder de at raer obj et os ligeros.
Siglos después, el físico inglés William Gilbert ( 1540- 1603) fue capaz de dem ost rar
que no es solam ent e el ám bar el que se com port a así, sino que t am bién ot ras
sust ancias adquieren poder de at racción al frot arlas. Hacia 1600 sugirió que las
sust ancias de est e t ipo se llam asen «eléct ricas», de la palabra que en griego
significa ám bar. En consecuencia, una sust ancia que adquiere t al poder, por
frot am ient o o de ot ra m anera, se dice que lleva una carga eléct rica o que cont iene
elect ricidad.
El quím ico francés Charles François de Cist ernay du Fay ( 1698- 1739) descubrió en
1733 que había dos t ipos de carga eléct rica:
( «elect ricidad vit rea»)
una que surgía en el vidrio
y ot ra que podía crearse en el ám bar ( «elect ricidad
resinosa») . Las sust ancias que port aban un t ipo de carga at raían a las de t ipo
cont rario, m ient ras que dos sust ancias que llevasen el m ism o t ipo de carga se
repelían ent re sí.
Benj am ín Franklin ( 1706- 90) , que fue el prim er gran cient ífico nort eam ericano, así
com o gran est adist a y diplom át ico, sugirió en 1740 la exist encia de un solo fluido
eléct rico. Cuando una sust ancia cont enía una cant idad de fluido eléct rico m ayor que
la norm al, poseía uno de los dos t ipos de carga; cuando cont enía m enos cant idad
que la norm al, poseía el ot ro t ipo.
Franklin supuso que era el vidrio el que t enía una cant idad de fluido eléct rico
superior al norm al, de m odo que le asignó una carga posit iva. La resina, según él,
llevaba una carga negat iva. Los t érm inos de Franklin se vienen ut ilizando desde
ent onces, si bien su uso lleva a un concept o de fluj o de corrient e opuest o al que
ahora se sabe que ocurre de hecho.
El físico it aliano Alessandro Volt a ( 1745- 1827) avanzó un paso m ás. En 1800 halló
que dos m et ales ( separados por soluciones capaces de conducir una carga eléct rica)
podían disponerse de m odo que una nueva carga se crease t an pront o com o la viej a
se alej ase a lo largo de un alam bre conduct or. De est e m odo invent ó la prim era
bat ería eléct rica y produj o una corrient e eléct rica.
La corrient e eléct rica se m ant enía gracias a la reacción quím ica que im plicaba a los
dos m et ales y a la solución int erm edia. El t rabaj o de Volt a fue la prim era indicación
clara de que las reacciones quím icas t enían algo que ver con la elect ricidad, una
sugerencia que no fue t ot alm ent e desarrollada hast a el siglo siguient e. Si una
reacción quím ica puede producir una corrient e eléct rica, no parecía dem asiado
descabellado el suponer que una corrient e eléct rica podría im plicar lo cont rario y
provocar una reacción quím ica.
De hecho, a las seis sem anas de describir Volt a su t rabaj o, dos quím icos ingleses,
William Nicholson ( 1753- 1815) y Ant hony Carlisle ( 1768- 1840) , dem ost raron la
acción cont raria. Hicieron pasar una corrient e eléct rica a t ravés del agua y hallaron
que em pezaban a aparecer burbuj as de gas en las varillas de m et al conduct oras que
habían int roducido en el agua. El gas que aparecía en una varilla era hidrógeno y el
que aparecía en la ot ra, oxígeno.
En efect o, Nicholson y Carlisle habían descom puest o el agua en hidrógeno y
oxígeno; t al descom posición por una corrient e eléct rica se llam a elect rólisis. Habían
realizado el experim ent o inverso al de Cavendish, en el que el hidrógeno y el
oxígeno se com binaban para form ar agua.
Al recoger el hidrógeno y el oxígeno en t ubos separados a m edida que burbuj eaban,
result ó que se había form ado un volum en de hidrógeno j ust am ent e doble que de
oxígeno. El hidrógeno era el m ás ligero en peso, con t oda seguridad, pero el m ayor
volum en indicaba que podía haber m ás át om os de hidrógeno que de oxígeno en la
m olécula de agua.
Com o el volum en de hidrógeno era j ust o doble que el de oxígeno, result aba
razonable suponer que cada m olécula de agua cont enía dos át om os de hidrógeno y
uno de oxígeno, en vez de uno de cada, com o propusiera Dalt on.
Pero aun así, seguía siendo ciert o que 1 part e de hidrógeno ( en peso) se com binaba
con 8 part es de oxígeno. Se deduj o ent onces que un át om o de oxígeno era ocho
veces m ás pesado que dos de hidrógeno j unt os, y por t ant o dieciséis veces m ás
pesado que un solo át om o de hidrógeno. Si el peso del hidrógeno se considera 1,
ent onces el peso at óm ico del oxígeno debería ser 16, no 8.
3 . H ipót e sis de Avoga dr o
Los hallazgos de Nicholson y Carlisle se vieron reforzados por el t rabaj o de un
quím ico
francés,
Joseph
Louis
Gay- Lussac
( 1778- 1850) ,
que
invirt ió
los
argum ent os. Descubrió que 2 volúm enes de hidrógeno com binaban con 1 volum en
de oxígeno para dar agua. Llegó a averiguar, de hecho, que cuando los gases se
com binan ent re sí para form ar com puest os, siem pre lo hacen en la proporción de
núm eros ent eros pequeños. Gay- Lussac dio a conocer est a ley de los volúm enes de
com binación en 1808.
Est a proporción de núm eros ent eros en la form ación del agua con hidrógeno y
oxígeno parecía de nuevo indicar que la m olécula de agua est aba com puest a de dos
át om os de hidrógeno y uno de oxígeno. Tam bién podía argüirse, siguiendo líneas de
razonam ient o sim ilares, que las m oléculas de am oniaco no procedían de la
com binación de un át om o de hidrógeno y ot ro de nit rógeno, sino de un át om o de
nit rógeno y t res át om os de hidrógeno. Part iendo de est a evidencia podía concluirse
que el peso at óm ico del nit rógeno no era aproxim adam ent e 5, sino 14.
Considerem os a cont inuación el hidrógeno y el cloro. Est os dos gases se com binan
para form ar un t ercero, el cloruro de hidrógeno. Un volum en de hidrógeno se
com bina con un volum en de cloro, y parece razonable suponer que la m olécula de
cloruro de hidrógeno est á form ada por la com binación de un át om o de hidrógeno
con uno de cloro.
Supongam os ahora que el gas hidrógeno const a de át om os de hidrógeno aislados y
m uy separados unos de ot ros, y que el gas cloro const a de át om os de cloro,
t am bién m uy separados. Est os át om os se aparean para form ar las m oléculas de
cloruro de hidrógeno, m uy alej adas t am bién unas de ot ras.
Vam os a suponer que em pezam os con 100 át om os de hidrógeno y 100 át om os de
cloruro, dando un t ot al de 200 part ículas separadas. Los át om os se aparean para
form ar 100 m oléculas de cloruro de hidrógeno. Las 200 part ículas am pliam ent e
espaciadas ( át om os)
se t ransform an en sólo 100 part ículas m uy separadas
( m oléculas) . Si el espaciado es siem pre igual, hallarem os que un volum en de
hidrógeno m ás un volum en de cloro ( 2 volúm enes en t ot al) result arían solam ent e
en un volum en de cloruro de hidrógeno. Est o, sin em bargo, no es así.
A part ir de las m ediciones reales, un volum en de hidrógeno com bina con un
volum en de cloro para form ar dos volúm enes de cloruro de hidrógeno. Ya que hay
dos volúm enes al em pezar y dos volúm enes al acabar, debe haber el m ism o núm ero
de part ículas am pliam ent e separadas ant es y después.
Pero supongam os que el gas hidrógeno no consist e en át om os separados sino en
m oléculas de hidrógeno, cada una form ada por dos át om os, y que el cloro est á
com puest o de m oléculas de cloro, cada una con dos át om os. En est e caso, los 100
át om os de hidrógeno exist irían
en
la form a de 50
part ículas am pliam ent e
espaciadas ( m oléculas) , y los 100 át om os de cloro en la form a de 50 part ículas
separadas. Ent re los dos gases hay en t ot al 100 part ículas am pliam ent e espaciadas,
la m it ad de ellas hidrógeno- hidrógeno y la ot ra m it ad cloro- cloro.
Al com binarse, los dos gases se reagrupan para form ar hidrógeno- cloro, la
com binación at óm ica que const it uye la m olécula de cloruro de hidrógeno. Com o hay
100 át om os de hidrógeno en t ot al y 100 át om os de cloro, hay 100 m oléculas de
cloruro del hidrógeno ( cada una cont eniendo un át om o de cada t ipo) .
Ahora nos encont ram os con que 50 m oléculas de hidrógeno m ás 50 m oléculas de
cloro se com binan para form ar 100 m oléculas de cloruro de hidrógeno. Est o es
com pat ible con lo observado en la práct ica: 1 volum en de hidrógeno m ás 1 volum en
de cloro dan 2 volúm enes de cloruro de hidrógeno.
El razonam ient o ant erior da por sent ado que las part ículas de los diferent es gases ya est én form adas por át om os sim ples o por com binaciones de át om os- est án en
realidad igualm ent e separadas, com o hem os venido repit iendo. En ese caso,
núm eros iguales de part ículas de un gas ( a una t em perat ura dada) darán siem pre
volúm enes iguales, independient em ent e del gas de que se t rat e.
El prim ero en apunt ar la necesidad de est e supuest o - en los gases, igual núm ero de
part ículas ocupan volúm enes iguales- fue el quím ico it aliano Am adeo Avogadro
( 1776- 1856) . La suposición, propuest a en 1811, se conoce por ello com o hipót esis
de Avogadro.
Si se t iene en cuent a est a hipót esis, es posible dist inguir con claridad ent re át om o
de hidrógeno y m oléculas de hidrógeno ( un par de át om os) , e igualm ent e ent re los
át om os y las m oléculas de ot ros gases. Sin em bargo, durant e m edio siglo después
de Avogadro su hipót esis perm aneció ignorada, y la dist inción ent re át om os y
m oléculas de elem ent os gaseosos im port ant es no est aba definida claram ent e en el
pensam ient o de m uchos quím icos, persist iendo así la incert idum bre acerca de los
pesos at óm icos de algunos de los elem ent os m ás im port ant es.
Afort unadam ent e, había ot ras claves para averiguar los pesos at óm icos. En 1818,
por ej em plo, un quím ico francés, Pierre Louis Dulong ( 1785- 1839) , y un físico
francés, Alexis Thérése Pet it ( 1791- 1820) , t rabaj ando en colaboración, hallaron una
de ellas. Descubrieron que el calor específico de los elem ent os ( el aum ent o de
t em perat ura que sigue a la absorción de una cant idad fij a de calor) parecía variar
inversam ent e con el peso at óm ico. Es decir, si el elem ent o x t uviera dos veces el
peso at óm ico del elem ent o y, la t em perat ura del elem ent o x subiría solam ent e la
m it ad de grados que la del elem ent o y, después de absorber am bas la m ism a
cant idad de calor. Est a es la ley del calor at óm ico.
Así, pues, bast a m edir el calor específico de un elem ent o de peso at óm ico
desconocido para obt ener inm ediat am ent e una idea, siquiera aproxim ada, de dicho
peso at óm ico. Est e m ét odo funcionaba sólo para elem ent os sólidos, y t am poco para
t odos, pero era m ej or que nada.
Por ot ra part e, un quím ico alem án, Eilhardt Mit scherlich ( 1794- 1863) , había
descubiert o hacia 1819 que los com puest os de com posición sem ej ant e t ienden a
crist alizar j unt os, com o si las m oléculas de uno se ent rem ezclasen con las
m oléculas, de configuración sem ej ant e, del ot ro.
De est a ley del isom orfism o se deduj o que si dos com puest os crist alizan j unt os y se
conoce la est ruct ura de uno de ellos, la est ruct ura del segundo puede suponerse
sim ilar. Est a propiedad de los crist ales isom orfos perm it ió a los experim ent adores
corregir
errores que pudieran
surgir
de la
consideración
de los pesos de
com binación solam ent e, y sirvió com o guía para la corrección de los pesos
at óm icos.
4 . Pe sos y sím bolos
El punt o decisivo llegó con el quím ico sueco Jons Jakob Berzelius. Fue, después del
m ism o Dalt on, el principal responsable del est ablecim ient o de la t eoría at óm ica.
Hacia 1807, Berzelius se lanzó a det erm inar la const it ución elem ent al exact a de
dist int os com puest os. Mediant e cient os de análisis, proporcionó t ant os ej em plos de
la ley de las proporciones definidas que el m undo de la quím ica no podría dudar
m ás de su validez y t uvo que acept ar, m ás o m enos gust osam ent e, la t eoría
at óm ica que había nacido direct am ent e de dicha ley.
Berzelius em pezó ent onces a det erm inar los pesos at óm icos con m ét odos m ás
avanzados que los que Dalt on había sido capaz de em plear. En est e proyect o,
Berzelius hizo uso de los hallazgos de Dulong y Pet it y de Mit scherlich, así com o de
la ley de los volúm enes de com binación de Gay- Lussac. ( No ut ilizó, sin em bargo, la
hipót esis de Avogadro.) La prim era t abla de pesos at óm icos de Berzelius, publicada
en 1828, puede confront arse favorablem ent e con los valores acept ados hoy día,
except o en dos o t res elem ent os.
Una diferencia im port ant e ent re la t abla de Berzelius y la de Dalt on fue que los
valores de Berzelius no eran, por lo general, núm eros ent eros.
Los valores de Dalt on, basados sobre la consideración del peso at óm ico del
hidrógeno com o 1, eran t odos ent eros. Est o conduj o al quím ico inglés William Prout
( 1785- 1850) a sugerir, en 1815, que t odos los elem ent os est aban en definit iva
com puest os de hidrógeno ( sugerencia que hizo en un principio anónim am ent e) .
Según él, los diversos elem ent os t enían dist int os pesos porque est aban com puest os
de diferent e núm ero de át om os de hidrógeno aglut inados. Est o llegó a llam arse la
hipót esis de Prout .
La t abla de Berzelius pareció acabar con est a at ract iva hipót esis ( at ract iva porque
reducía el crecient e núm ero de elem ent os a una sust ancia fundam ent al, a la m anera
de los griegos, y parecía así increm ent ar el orden y la sim et ría del universo) . Sobre
una base de hidrógeno- igual- a- 1, el peso at óm ico del oxígeno era aproxim adam ent e
igual a 15,9, y difícilm ent e podría visualizarse al oxígeno com o form ado por quince
át om os de hidrógeno m ás nueve décim as part es de ot ro át om o de hidrógeno.
Durant e el siglo siguient e se publicaron cada vez m ej ores t ablas de pesos at óm icos,
y el descubrim ient o de Berzelius de que los pesos at óm icos de los dist int os
elem ent os no son m últ iplos ent eros del peso at óm ico del hidrógeno result ó cada vez
m ás claro.
En la década de 1860, por ej em plo, el quím ico belga Jean Servais St as ( 1813- 91)
det erm inó los pesos at óm icos con m ás exact it ud que Berzelius. Más t arde, a
com ienzos del siglo xx, el quím ico am ericano Theodore William Richards
( 1869- 1928) , t om ando fant ást icas precauciones, encont ró valores que podrían
represent ar la últ im a aproxim ación posible por m ét odos puram ent e quím icos.
Si el t rabaj o de Berzelius había dej ado plant eadas algunas dudas, el de St as y
Richards no. Los valores no ent eros de los pesos at óm icos sim plem ent e habían de
ser acept ados, y la hipót esis de Prout parecía m orir un poco m ás a cada golpe. Sin
em bargo, no había Richards t erm inado de com plet ar sus exact ísim os result ados
cuando la cuest ión volvió a plant earse en t oda su am plit ud. Había que revisar de
nuevo t odo el significado de los pesos at óm icos, y la hipót esis de Prout renació de
sus cenizas, com o verem os m ás adelant e.
El hecho de que los diferent es pesos at óm icos no est uviesen relacionados de un
m odo sim ple puso sobre el t apet e la cuest ión del pat rón adecuado con el que m edir
los pesos. Parecía lógico asignar al hidrógeno un peso at óm ico igual a 1, y t ant o
Dalt on com o Berzelius lo probaron. Pero est e pat rón daba una vez m ás al oxígeno el
irregular e inconvenient e peso at óm ico de 15,9. Después de t odo, era el oxígeno el
que se usaba para det erm inar las proporciones en que se com binaban los diferent es
elem ent os, ya que se com binaba fácilm ent e con m uchos de ellos.
Para dar al oxígeno un peso at óm ico convenient e, con una int erferencia m ínim a con
el pat rón hidrógeno = 1, su peso se t ransform ó de 15, A en 16,0000. Sobre est e
pat rón oxígeno = 16, el peso at óm ico del hidrógeno era aproxim adam ent e igual a
1,008. El pat rón oxígeno = 16 se m ant uvo hast a m ediados del siglo xx, en que se
acept ó uno m ás lógico, realizando m uy ligeros cam bios en el peso at óm ico.
Una vez acept ada la t eoría at óm ica podían represent arse las sust ancias com o
com puest as de m oléculas con un núm ero fij o de át om os de diferent es elem ent os.
Parecía m uy nat ural int ent ar represent ar t ales m oléculas dibuj ando el núm ero
convenient e de pequeños círculos y sim bolizar cada t ipo de át om o por un t ipo
específico de círculo.
Dalt on ensayó est e sim bolism o. Represent ó el át om o de oxígeno m ediant e un
círculo sim ple; un círculo con un punt o cent ral era un át om o de hidrógeno; con una
línea vert ical un át om o de nit rógeno; un círculo negro un át om o de carbono, y así
sucesivam ent e.
Pero
com o
result aba
difícil
invent ar
círculos suficient em ent e
diferent es para cada elem ent o, Dalt on dej ó algunos indicados con una let ra
apropiada. Así, el azufre era un círculo cont eniendo una S, el fósforo uno que t enía
una P, et cét era.
Berzelius vio que los círculos eran superfluos y que bast aban las iniciales solas.
Sugirió, por t ant o, que cada elem ent o t uviese un sím bolo válido t ant o para
represent ar el elem ent o en general com o para un át om o del elem ent o, y que est e
nom bre consist iese en principio en la inicial del nom bre lat ino del elem ent o. Si dos o
m ás elem ent os poseían la m ism a inicial, podía añadirse una de las let ras siguient es
del nom bre. Así se const it uyeron los sím bolos quím icos de los elem ent os, y hoy día
hay consenso sobre ellos y son acept ados int ernacionalm ent e.
Los sím bolos quím icos del carbono, hidrógeno, oxígeno, nit rógeno, fósforo y azufre
son C, H, O, N, P y S, respect ivam ent e. Los sím bolos quím icos del calcio y cloro
( con
preferencia
del
carbono
sobre
la
m ayúscula
única)
son
Ca
y
Cl,
respect ivam ent e. Los sím bolos son m enos obvios cuando los nom bres lat inos
difieren de los cast ellanos. Así, los sím bolos quím icos de la plat a, el m ercurio y el
sodio
son
Ag
( «argent um ») ,
Hg
( «hidrargirium »)
y
Na
( «nat rium ») ,
respect ivam ent e.
Es fácil ut ilizar est os sím bolos para indicar el núm ero de át om os en una m olécula. Si
la m olécula de hidrógeno est á form ada por dos át om os de hidrógeno, es H2. Si la
m olécula de agua cont iene dos át om os de hidrógeno y uno de oxígeno, es H20 ( los
sím bolos sin núm ero represent an un solo át om o) . El dióxido de carbono es C02 y el
ácido sulfúrico S04H2, m ient ras que el cloruro de hidrógeno es ClH. Las fórm ulas
quím icas de est os com puest os sencillos se explican por sí m ism as.
Las fórm ulas quím icas pueden com binarse para form ar ecuaciones quím icas y
describir una reacción. Si querem os expresar el hecho de que el carbono se com bina
con el oxígeno para form ar dióxido de carbono, podem os escribir:
C + O2 —> CO2 .
Tales ecuaciones deben cuidar de que la ley de conservación de m asas de Lavoisier
se cum pla para t odos los át om os. Por ej em plo, en la ecuación ant es cit ada se
em pieza con un át om o de C ( carbono) y dos át om os de O ( la m olécula de oxígeno)
y se acaba con un át om o de C y dos át om os de O ( la m olécula de dióxido de
carbono) .
Pero supongam os que se quiere expresar que el hidrógeno se com bina con el cloro
para form ar cloruro de hidrógeno. Si escribim os sencillam ent e
H 2 + Cl 2 —> HCl
podría deducirse que hay dos át om os de hidrógeno y dos de cloro al em pezar, per o
solam ent e uno de cada al final. Para escribir una ecuación quím ica aj ust ada, debe
ponerse:
H 2 + Cl 2 —> 2 HCl.
Del m ism o m odo, para describir la com binación del hidrógeno y el oxígeno para
form ar agua, podem os form ular una ecuación aj ust ada:
2 H 2 + 0 2 —> 2 H2 0.
5 . Ele ct r ólisis
Mient ras t ant o, la corrient e eléct rica, que había sido ut ilizada con t an buen
result ado por Nicholson y Carlisle, produj o result ados aún m ás espect aculares en el
aislam ient o de algunos nuevos elem ent os.
Desde la definición de «elem ent o» dada por Boyle siglo y m edio ant es fueron
descubiert as cant idades asom brosas de sust ancias calificadas com o elem ent os
según esa definición. Y, lo que era m ás frust rant e, se conocían algunas sust ancias
que no eran elem ent os, pero que cont enían elem ent os no descubiert os que los
quím icos no podían est udiar aisladam ent e.
Los elem ent os se encuent ran frecuent em ent e en com binación con oxígeno ( com o
óxidos) . Para liberar el elem ent o era necesario elim inar el oxígeno. Si se int roduj ese
un segundo elem ent o con una afinidad m ás fuert e por el oxígeno, quizá ést e
abandonase el prim er elem ent o para unirse al segundo. Se halló que el m ét odo
funcionaba, siendo el carbono el que a m enudo desem peñaba est e papel. Así, el
m ineral de hierro, que es fundam ent alm ent e óxido de hierro, puede calent arse con
coque ( una form a de carbono relat ivam ent e pura) . El carbono puede com binarse
con el oxígeno para form ar m onóxido de carbono y dióxido de carbono, quedando
at rás el hierro m et álico.
Pero considerem os ahora la cal. Por sus propiedades, la cal parece ser t am bién un
óxido. Sin em bargo, no se conoce ningún elem ent o que form e cal al com binarse con
oxígeno, y puede concluirse que la cal es un com puest o de un elem ent o
desconocido con oxígeno. Para aislar ese elem ent o desconocido cabe calent ar la cal
con coque; pero así no ocurre nada. El elem ent o desconocido se une al oxígeno t an
firm em ent e que los át om os de carbono son im pot ent es para elim inar los át om os de
oxígeno. Tam poco hay ningún ot ro com puest o que pueda liberar a la cal de su
oxígeno.
A un quím ico inglés, Hum phry Davy ( 1778- 1829) , se le ocurrió que lo que no podía
separarse por com puest os quím icos podría ser forzado por el ext raño poder de la
corrient e eléct rica, que lograba escindir la m olécula de agua con facilidad cuando los
com puest os quím icos result aban t ot alm ent e ineficaces.
Davy procedió a const ruir una bat ería eléct rica con m ás de 250 placas m et álicas, la
m ás pot ent e const ruida hast a el m om ent o. Envió int ensas corrient es procedent es de
est a bat ería a t ravés de soluciones de com puest os sospechosos de cont ener
elem ent os desconocidos, pero sin result ado. Solam ent e obt uvo hidrógeno y oxígeno
procedent es del agua.
Evident em ent e, t enía que elim inar el agua. Sin em bargo, cuando usó las propias
sust ancias sólidas, no logró hacer pasar la corrient e a t ravés de ellas. Finalm ent e se
le ocurrió fundir los com puest os y hacer pasar la corrient e a t ravés de la sust ancia
fundida. Trat ó, por así decirlo, de obt ener un líquido conduct or sin usar agua.
La idea era buena. El 6 de oct ubre de 1807, Davy hizo pasar una corrient e a t ravés
de pot asa fundida ( carbonat o pot ásico) y liberó pequeños glóbulos de un m et al que
inm ediat am ent e llam ó pot asio. ( Era t an act ivo que liberaba al oxígeno del agua
desprendiendo hidrógeno con energía suficient e com o para provocar su com bust ión
con llam a.) Una sem ana después, Davy aisló sodio del carbonat o sódico, un
elem ent o un poco m enos act ivo que el pot asio.
En 1808, ut ilizando una m odificación del m ét odo sugerido por Berzelius, Davy aisló
varios m et ales de sus óxidos:
m agnesio
de la
m agnesia,
est roncio
de la
est roncianit a, bario de la barit ina y calcio de la cal.
Ent re ot ras cosas, Davy t am bién m ost ró que un ciert o gas verdoso, que Scheele
había descubiert o en la generación ant erior y había pensado que era un óxido, era
en realidad un elem ent o. Davy sugirió el nom bre de cloro, del vocablo griego
«verde». Davy t am bién dem ost ró que el ácido clorhídrico, aunque era un ácido
fuert e, no cont enía ningún át om o de oxígeno en su m olécula, desest im ando la
sugerencia de Lavoisier de que el oxígeno era un com ponent e necesario de los
ácidos.
El t rabaj o de Davy sobre la elect rólisis fue am pliado por su ayudant e y prot egido
Michael Faraday ( 1791- 1867) , quien llegó a superar en valía cient ífica a su m aest ro.
Figura 10. La acción elect rolít ica fue explicada por Faraday según la línea sugerida
en est e dibuj o esquem át ico. Los let reros expresan la nom enclat ura que él invent ó.
Faraday, t rabaj ando en elect roquím ica, int roduj o una serie de t érm inos que se
ut ilizan t odavía en la act ualidad ( ver fig. 10) . Fue, por ej em plo, quien propuso el
nom bre de elect rólisis para la rupt ura de m oléculas por una corrient e eléct rica. A
sugerencia
del
erudit o
inglés
William
Whewell
( 1794- 1866) ,
Faraday
llam ó
elect rolit os a los com puest os o soluciones capaces de t ransport ar una corrient e
eléct rica. Las placas o varillas de m et al int roducidas en la sust ancia fundida o
solución recibieron el nom bre de elect rodos; el elect rodo que llevaba una carga
posit iva era el ánodo, el que llevaba una carga negat iva era el cát odo.
La corrient e eléct rica era t ransport ada a t ravés del m at erial fundido o la solución
por ent idades que Faraday denom inó iones ( de la palabra griega que significa
«viaj ero») . Los iones que viaj aban al ánodo eran aniones; los que viaj aban al
cát odo eran cat iones.
En 1832 pudo proclam ar la exist encia de ciert as relaciones cuant it at ivas en
elect roquím ica. Su prim era ley de la elect rólisis est ableció que la m asa de sust ancia
liberada en un elect rodo durant e la elect rólisis es proporcional a la cant idad de
elect ricidad que se hace pasar a t ravés de la solución. Su segunda ley de la
elect rólisis afirm a que el peso de m et al liberado por una cant idad dada de
elect ricidad es proporcional al peso equivalent e del m et al.
Así, si con una cant idad det erm inada de oxígeno puede com binarse 2,7 veces m ás
plat a que pot asio, para una cant idad dada de elect ricidad se liberará de sus
com puest os 2,7 veces m ás plat a que pot asio.
Las leyes de la elect ricidad de Faraday parecían indicar, según la opinión de algunos
quím icos, que la elect ricidad podía subdividirse en pequeñas unidades definidas,
igual que la m at eria. En ot ras palabras, había «át om os de elect ricidad».
Supongam os que cuando la elect ricidad pasa a t ravés de una solución los át om os de
la m at eria son arrast rados, bien hacia el cát odo, bien hacia el ánodo, por «át om os
de elect ricidad». Y supongam os t am bién que en la m ayor part e de los casos un
«át om o de elect ricidad» bast e para m anej ar un át om o de m at eria, pero que a veces
hagan falt a dos y hast a t res «át om os de elect ricidad». En ese caso, las leyes de
Faraday podrían explicarse fácilm ent e.
Aún no había t erm inado el siglo XI X cuando quedó est ablecida est a opinión, y los
«át om os de elect ricidad» fueron localizados. El m ism o Faraday, sin em bargo, nunca
fue un ent usiast a de los «át om os de elect ricidad» ni, ciert am ent e, del at om ism o en
general.
Ca pít u lo 6
Qu ím ica or gá n ica
Cont enido:
1. La crisis del vit alism o
2. Los ladrillos con los que se const ruye la vida
3. I sóm eros y radicales
1 . La cr isis de l vit a lism o
Desde el descubrim ient o del fuego, el hom bre est uvo inevit ablem ent e suj et o a
dividir
las sust ancias en
dos clases,
según
ardiesen
o no.
Los principales
com bust ibles de la ant igüedad fueron la m adera y las grasas o aceit es. La m adera
era un product o del m undo veget al, m ient ras que la grasa y el aceit e eran
product os del reino anim al o del veget al. En su m ayor part e, los m at eriales del
m undo m ineral, t ales com o el agua, la arena y las rocas, no ardían. Tienden, m ás
bien, a apagar el fuego.
La idea inm ediat a era que las dos clases de sust ancias - com bust ibles y no
com bust ibles- podían considerarse convenient em ent e com o las que provenían
solam ent e de cosas vivient es y las que no provenían de ést as. ( Por supuest o, hay
excepciones a est a regla. El carbón y el azufre, que parecen product os de la part e
no vivient e de la t ierra, son com bust ibles.)
El crecient e conocim ient o del siglo XVI I m ost ró a los quím icos que el m ero hecho de
la com bust ibilidad no era t odo lo que separaba a los product os de la vida de los de
la no- vida. Las sust ancias caract eríst icas del m edio no- vivo pueden soport ar
t rat am ient os enérgicos, m ient ras que las sust ancias provenient es de la m at eria viva
- o que est uvo viva- no pueden. El agua podía hervirse y recondensarse de nuevo; el
hierro o la sal podían fundirse y re- solidificarse sin cam biar. El aceit e de oliva o el
azúcar, sin em bargo, sí se calent aban ( incluso baj o condiciones que evit asen la
com bust ión) , procedían a hum ear y carbonizarse. Lo que quedaba no era ni aceit e
de oliva ni azúcar, y a part ir de est os residuos no podían form arse de nuevo las
sust ancias originales.
Las diferencias parecían fundam ent ales y, en 1807, Berzelius sugirió que las
sust ancias com o el aceit e de oliva o el azúcar, product os caract eríst icos de los
organism os, se llam asen orgánicas. Las sust ancias com o el agua o la sal,
caract eríst icas del m edio no- vivient e, eran inorgánicas.
Un punt o que no dej ó de im presionar a los quím icos fue que las sust ancias
orgánicas eran fácilm ent e convert ibles, por calent am ient o u ot ro t rat am ient o
enérgico, en sust ancias inorgánicas. El cam bio inverso, de inorgánico a orgánico,
era sin em bargo desconocido, al m enos a com ienzos del siglo XI X.
Muchos quím icos de aquella época consideraban la vida com o un fenóm eno especial
que no obedecía necesariam ent e las leyes del universo t al com o se aplicaban a los
obj et os inanim ados. La creencia en est a posición especial de la vida se llam a
vit alism o, y había sido int ensam ent e predicada un siglo ant es por St ahl, el invent or
del flogist o. A la luz del vit alism o, parecía razonable suponer que era precisa alguna
influencia especial ( una «fuerza vit al») , operando solam ent e sobre los t ej idos vivos,
para convert ir los m at eriales inorgánicos en orgánicos. Los quím icos, t rabaj ando con
sust ancias y t écnicas ordinarias y sin ser capaces de m anej ar una fuerza vit al en su
t ubo de ensayo, no podrían alcanzar est a conversión.
Por est a razón, se argum ent aba, las sust ancias inorgánicas pueden encont rarse en
t odas part es, t ant o en el dom inio de la vida com o en el de la no- vida, al igual que el
agua puede encont rarse t ant o en el océano com o en la sangre. Las sust ancias
orgánicas, que precisan de la fuerza vit al, solam ent e pueden encont rarse en
conexión con la vida.
Est a opinión fue subvert ida por vez prim era en 1828 por el t rabaj o de Friedrich
Wöhler ( 1800- 82) , un quím ico alem án que había sido discípulo de Berzelius. Wöhler,
int eresado part icularm ent e por los cianuros y com puest os relacionados con ellos,
calent ó en ciert a ocasión un com puest o llam ado cianat o am ónico ( considerado en
aquella época com o una sust ancia inorgánica, sin ningún t ipo de conexión con la
m at eria viva) . En el curso del calent am ient o, Wöhler descubrió que se est aban
form ando crist ales parecidos a los de la urea, un product o de desecho elim inado en
cant idades considerables en la orina de m uchos anim ales, incluido el hom bre.
Est udios m ás precisos m ost raron que los crist ales eran indudablem ent e urea, un
com puest o claram ent e orgánico, sin duda.
Wöhler repit ió el experim ent o un ciert o núm ero de veces y halló que podía convert ir
una sust ancia inorgánica ( cianat o am ónico) en una sust ancia orgánica ( urea) a
volunt ad. Com unicó est e descubrim ient o a Berzelius, y aquel hom bre t erco ( que
raram ent e condescendía a abandonar sus posiciones) se vio obligado a acept ar que
la línea que había t razado ent re lo inorgánico y lo orgánico no era t an nít ida com o
había pensado.
La im port ancia del t rabaj o de Wöhler no debe ser sobres- t im ada. En sí m ism o no
era m uy significat ivo. Había fundam ent os para argüir que el cianat o am ónico no era
verdaderam ent e inorgánico y, aunque lo fuera, la t ransform ación de cianat o
am ónico en urea ( com o finalm ent e se puso en claro) era sim plem ent e el result ado
de una alt eración de la posición de los át om os dent ro de la m olécula. La m olécula
de urea no est aba, en ningún sent ido real, const ruida a part ir de sust ancias
com plet am ent e dist int as.
Pero t am poco puede despreciarse el hallazgo de Wöhler. Si bien era, realm ent e, un
hecho m enor en sí m ism o, sirvió no obst ant e para rom per la influencia del vit alism o
sobre el pensam ient o de aquella época 13 , y para anim ar a los quím icos a int ent ar la
sínt esis de sust ancias orgánicas, cuando de ot ro m odo hubieran dirigido sus
esfuerzos en ot ras direcciones.
En 1845, por ej em plo, Adolph Wilhelm Herm ann Kolbe ( 1818- 84) , un alum no de
Wöhler, sint et izó ácido acét ico, una sust ancia indudablem ent e orgánica. Más
adelant e lo sint et izó por un m ét odo que m ost ró que puede t razarse una línea
definida de t ransform ación quím ica desde los elem ent os const it uyent es, carbono,
hidrógeno y oxígeno, hast a el product o final, ácido acét ico. Est a sínt esis a part ir de
los elem ent os o sínt esis t ot al es lo m áxim o que puede pedírsele a la quím ica. Si la
sínt esis de la urea por Wöhler no dej ó resuelt a la cuest ión de la fuerza vit al, la
sínt esis de Kolbe sí.
Quien llevó las cosas aún m ás lej os fue el quím ico francés Pierre Eugéne Marcelin
Bert helot ( 1827- 1907) . Durant e la década de 1850 efect uó sist em át icam ent e la
13
En realidad sólo fue una derrot a inicial del vit alism o, que m ant uvo su influencia en ot ras par t es de la quím ica.
Pese a su lent o debilit am ient o a lo largo del siglo xix, el v it alism o no ha m uer t o com plet am ent e ni siquiera hoy día.
Para una descr ipción m ás com plet a de las diversas et apas de la caída del vit alism o, v er m i libro A Short Hist ory of
Biology .
sínt esis de com puest os orgánicos, confeccionando unas t ablas. I ncluían ést as
sust ancias t an conocidas e im port ant es com o el alcohol m et ílico, alcohol et ílico,
m et ano, benceno y acet ileno. Con Bert helot , cruzar la línea ent re lo inorgánico y lo
orgánico dej ó de ser una avent urada incursión en lo «prohibido» para convert irse en
algo puram ent e rut inario.
2 . Los la dr illos con los qu e se con st r u ye la vida
Pero los com puest os orgánicos form ados por Wöhler, Kolbe y Bert helot eran t odos
relat ivam ent e sim ples. Lo m ás caract eríst ico de la vida eran las sust ancias m ucho
m ás com plej as, com o el alm idón, grasas y prot eínas. Ést os eran m enos fáciles de
m anej ar; su exact a com posición elem ent al no era t an fácil de det erm inar y en
general present aban el incipient e reino de la quím ica orgánica com o un problem a
realm ent e form idable.
Todo lo que podía decirse al principio de est as com plej as sust ancias era que podían
escindirse en unidades o «ladrillos» relat ivam ent e sim ples, calent ándolas con ácidos
o bases diluidas. El pionero en est e cam po fue un quím ico ruso, Got t lieb Sigism und
Kirchhoff ( 1764- 1833) . En 1812 logró convert ir alm idón ( calent ándolo con ácido) en
un azúcar sim ple que llam ó finalm ent e glucosa.
En 1820, el quím ico francés Henri Braconnot t rat ó de la m ism a m anera la gelat ina y
obt uvo el com puest o glicina. Se t rat a de un ácido orgánico que cont iene nit rógeno y
pert enece a un grupo de sust ancias que Berzelius llam ó am inoácidos. La m ism a
glicina no fue sino el precursor de unos veint e am inoácidos diferent es, t odos los
cuales fueron aislados de prot eínas durant e el siglo siguient e.
Tant o el alm idón com o las prot eínas poseían m oléculas gigant es que est aban
hechas ( com o finalm ent e se supo) de largas cadenas de unidades de glucosa o de
am inoácidos, respect ivam ent e. Los quím icos del siglo xix pudieron hacer poco en el
sent ido de const ruir en el laborat orio t an largas cadenas. El caso fue dist int o con las
grasas.
El quím ico francés Michel Eugéne Chevreul ( 1786- 1889) pasó la prim era part e de
una vida profesional increíblem ent e larga invest igando las grasas. En 1809 t rat ó
j abón ( fabricado por calent am ient o de grasa con álcali) con ácido, y aisló lo que
ahora se llam an ácidos grasos. Más t arde m ost ró que cuando las grasas se
t ransform an en j abón, el glicerol se separa de la grasa.
El glicerol posee una m olécula relat ivam ent e sim ple sobre la que hay t res punt os
lógicos de anclaj e para grupos de át om os adicionales. Hacia la década de 1840, por
t ant o, pareció bast ant e lógico suponer que m ient ras el alm idón y las prot eínas
est aban form adas por un gran núm ero de unidades m uy sencillas, no ocurría lo
m ism o con las grasas. Podían const ruirse grasas con sólo cuat ro unidades, una
m olécula de glicerol, m ás t res de ácidos grasos.
Aquí int ervino Bert helot . En 1854 calent ó glicerol con ácido est eárico, uno de los
ácidos grasos m ás com unes obt enidos de las grasas, y se encont ró con una
m olécula form ada por una unidad de glicerol unida a t res unidades de ácido
est eárico. Era la t riest earina, que dem ost ró ser idént ica a la t riest earina obt enida a
part ir de grasas nat urales. Est e fue el product o nat ural m ás com plicado sint et izado
en aquella época.
Bert helot procedió a dar un paso aún m ás espect acular. En lugar de ácido est árico
t om ó ácidos que eran sem ej ant es, pero que no se habían obt enido a part ir de
grasas nat urales. Calent ó est os ácidos con glicerol y obt uvo sust ancias m uy
parecidas a las grasas ordinarias pero dist int as a t odas las grasas conocidas en la
nat uraleza.
Est a sínt esis m ost ró que el quím ico podía hacer algo m ás que reproducir los
product os de los t ej idos vivos14 . Podía ir m ás allá y preparar com puest os análogos a
los orgánicos en t odas sus propiedades, pero que no eran ninguno de los product os
orgánicos producido en los t ej idos vivos. Durant e la segunda m it ad del siglo xix
est os aspect os de la quím ica orgánica fueron llevados a alt uras verdaderam ent e
asom brosas. ( Ver capít ulo 10.)
No es de ext rañar que hacia m ediados del siglo xx la división de los com puest os en
orgánicos e inorgánicos sobre la base de la act ividad de los t ej idos vivos se quedase
ant icuada. Exist ían com puest os orgánicos que nunca habían sido sint et izados por un
organism o. No obst ant e, la división era t odavía út il, puest o que quedaban
14
El quím ico no ha reproducido los product os m ás com plicados de los t ej idos vivos ni siquiera hoy día. Sin em bargo
se acept a generalm ent e que, en principio, la obt ención de la m olécula m ás com plej a sólo necesit a t iem po y
esfuerzo ( en algunos casos una cant idad ciert am ent e prohibit iva de t iem po y de esfuerzo) .
im port ant es diferencias ent re las dos clases, t an im port ant es que las t écnicas de la
quím ica orgánica eran t ot alm ent e diferent es de las de la quím ica inorgánica.
Em pezó a verse cada vez m ás claro que la diferencia residía en la est ruct ura
quím ica, puest o que parecían est ar im plicados dos t ipos de m oléculas t ot alm ent e
dist int os. La m ayoría de las sust ancias inorgánicas que m anej aban los quím icos del
siglo XI X poseían pequeñas m oléculas form adas por dos a ocho át om os. Había m uy
pocas m oléculas inorgánicas que alcanzasen una docena de át om os.
Hast a las m ás sencillas de las sust ancias orgánicas t enían m oléculas form adas por
una docena de át om os o m ás; la m ayoría por varias docenas. En cuant o a las
sust ancias com o el alm idón y las prot eínas, poseían lit eralm ent e m oléculas gigant es
que pueden cont ar sus át om os por cient os y aun cient os de m iles.
No es de ext rañar, pues, que las com plej as m oléculas orgánicas pudieran rom perse
fácilm ent e y de m odo irreversible incluso por fuerzas rupt oras poco enérgicas, t ales
com o el calent am ient o suave, m ient ras que las m oléculas inorgánicas sencillas se
m ant enían firm es incluso baj o condiciones m uy duras.
Tam bién result ó cada vez m ás necesario señalar que t odas las sust ancias orgánicas,
sin excepción, cont enían uno o m ás át om os de carbono en su m olécula. Casi t odas
cont enían t am bién át om os de hidrógeno. Com o el carbono y el hidrógeno eran
inflam ables, no result aba sorprendent e que los com puest os de los que form an una
part e t an im port ant e fueran t am bién inflam ables.
Fue
el
quím ico
alem án
Friedrich
August
Kekulé
von
St radonit z
( 1829- 86) ,
generalm ent e conocido com o Kekulé, quien dio el paso lógico. En un libro de t ext o
publicado en 1861 definió la quím ica orgánica sim plem ent e com o la quím ica de los
com puest os de carbono. La quím ica inorgánica era ent onces la quím ica de los
com puest os que no cont enían carbono, definición que ha sido generalm ent e
acept ada. Sigue siendo ciert o, no obst ant e, que algunos com puest os de carbono,
ent re ellos el dióxido de carbono y el carbonat o cálcico, se parecen m ás a los
com puest os t ípicos inorgánicos que a los orgánicos. Tales com puest os de carbono
se t rat an generalm ent e en los libros de quím ica inorgánica.
3 . I sóm e r os y r a dica le s
Los com puest os inorgánicos sencillos im plicados en los grandes avances quím icos
del siglo xviii recibieron fácil int erpret ación en t érm inos at óm icos. Parecía suficient e
indicar los dist int os t ipos de át om os present es en cada m olécula y el núm ero de
cada uno de ellos. Podía escribirse la m olécula de oxígeno com o 0 2 , el cloruro de
hidrógeno com o ClH, el am oniaco com o NH 4 el sulfat o de sodio com o S0 4 Na 2 , et c.
Tales fórm ulas, que no dan m ás que el núm ero de át om os de cada t ipo present es
en la m olécula, se llam an fórm ulas em píricas ( la palabra «em pírico» significa
«det erm inado por experim ent ación») . Era nat ural creer, en la prim era m it ad del
siglo xix, que cada com puest o t enía una fórm ula em pírica propia, y que dos
com puest os dist int os no podían t ener la m ism a fórm ula em pírica.
Las sust ancias orgánicas, con sus grandes m oléculas, result aron engorrosas desde
el principio. La fórm ula em pírica de la m orfina ( un com puest o orgánico bast ant e
sim ple si se lo com para, por ej em plo, con las prot eínas) se sabe ahora que es
C17 H 19 N0 3 . Con las t écnicas de principios del siglo xviii habría sido m uy difícil, quizás
incluso im posible, decidir si la correct a era esa o, digam os, C16 H 20 NO3 . La fór m ula
em pírica del ácido acét ico, m ucho m ás sim ple ( C2 H 4 0 2 ) que la de la m orfina,
provocó grandes cont roversias en la prim era m it ad del siglo XI X. Sin em bargo, para
aprender algo acerca de la est ruct ura m olecular de las sust ancias orgánicas, los
quím icos t enían que em pezar por las fórm ulas em píricas.
En 1780, Lavoisier t rat ó de det erm inar las proporciones relat ivas de carbono e
hidrógeno en com puest os orgánicos quem ándolos y pesando el dióxido de carbono y
el agua que producían. Sus result ados no fueron m uy precisos. En los prim eros años
del siglo XI X, Gay- Lussac, descubridor de la ley de los volúm enes de com binación, y
su colega el quím ico francés Louis Jacques Thénard ( 1777- 1857) , int roduj eron una
m ej ora. Mezclaron la sust ancia orgánica con un agent e oxidant e, t al com o el clorat o
de pot asio. Al calent arla, est a com binación produj o oxígeno que, ínt im am ent e
m ezclado con la sust ancia orgánica, provocó su m ás rápida y com plet a com bust ión.
Recogiendo el dióxido de carbono y el agua form ados, Gay- Lussac y Thénard
pudieron det erm inar las proporciones relat ivas de carbono y de hidrógeno en el
com puest o original. Con la t eoría de Dalt on recién present ada, est a proporción
podía expresarse en t érm inos at óm icos.
Muchos com puest os orgánicos est án form ados únicam ent e por carbono, hidrógeno y
oxígeno. Una vez m edidos el carbono y el hidrógeno y dando por supuest a la
presencia de oxígeno para explicar cualquier residuo, podía det erm inarse a m enudo
la fórm ula em pírica. Hacia 1811 Gay- Lussac había obt enido, por ej em plo, las
fórm ulas em píricas de algunos azúcares sim ples.
Est e procedim ient o fue post eriorm ent e m ej orado por un quím ico alem án, Just us von
Liebig ( 1803- 73) , quien, en 1831, obt uvo com o result ado fórm ulas em píricas
claram ent e fiables15 . Poco después, en 1833, el quím ico francés Jean Bapt ist e André
Dum as ( 1800- 84) ideó una m odificación del m ét odo que perm it ía al quím ico recoger
t am bién el nit rógeno ent re los product os de com bust ión. De est a m anera podían
det ect arse las proporciones de nit rógeno en una sust ancia orgánica.
Est os pioneros del análisis orgánico obt uvieron en el curso de sus invest igaciones
result ados que acabaron con la creencia en la im port ancia de la fórm ula em pírica.
Ocurrió de est a m anera:
En 1824, Liebig est udió un grupo de com puest os, los fulm inat os, m ient ras Wöhler
( que después sería ínt im o am igo de Liebig y que pront o sint et izaría la urea, est aba
est udiando ot ro grupo de com puest os, los cianat os. Am bos enviaron inform es de su
t rabaj o a una revist a edit ada por Gay- Lussac.
Gay- Lussac not ó que las fórm ulas em píricas dadas para est os com puest os eran
idént icas y que, sin em bargo, las propiedades descrit as eran m uy diferent es. Por
ej em plo, el cianat o de plat a y el fulm inat o de plat a const an am bos de m oléculas que
cont ienen un át om o de plat a, carbono, nit rógeno y oxígeno.
Gay- Lussac com unicó est a observación a Berzelius, a la sazón el quím ico m ás
fam oso del m undo; pero Berzelius descubrió que dos com puest os orgánicos, el
ácido racém ico y el ácido t art árico, si bien poseían propiedades diferent es, parecían
t ener la m ism a fórm ula em pírica ( que ahora se sabe es G4 H 6 0 6 ) .
Com o los elem ent os est aban present es en est os diferent es com puest os en las
m ism as proporciones, Berzelius sugirió que t ales com puest os se llam asen isóm eros
15
Liebig fue uno de los grandes m aest ros de quím ica de t odos los t iem pos. Enseñó en la univ ersidad de Giessen,
donde est ableció el prim er curso real de laborat orio quím ico. Num erosas quím icos est udiaron y aprendieron con él
t écnicas de laborat orio. Liebig fue uno de los que influyeron para que la quím ica, de m ar cado predom inio francés en
el siglo XVI I I , se convirt iese casi en un m onopolio alem án en el XI X.
( de la palabra griega que significa «iguales proporciones») , y la sugerencia fue
adopt ada. En las décadas siguient es se descubrieron ot ros casos de isom ería.
Parecía claro que si dos m oléculas est aban hechas del m ism o núm ero de cada t ipo
de át om os, y si poseían propiedades dist int as, la diferencia debería residir en el
m odo com o los át om os est aban enlazados dent ro de la m olécula. En el caso de las
m oléculas sencillas de los com puest os inorgánicos m ej or conocidos, podía ocurrir
que sólo fuera posible un ordenam ient o de los át om os en la m olécula. Por esa
razón, no podían darse isóm eros, y la fórm ula em pírica sería suficient e. Así, H2 0
sería agua y nada m ás que agua.
Sin em bargo, en las m oléculas orgánicas m ás com plicadas, había lugar para
diferent es ordenam ient os y, por t ant o, para isóm eros. En el caso de los cianat os y
fulm inat os, los diferent es ordenam ient os son fáciles de descubrir, pues cada
m olécula no cont iene m ás que unos pocos át om os. El cianat o de plat a puede
escribirse AgOCN, m ient ras que el fulm inat o es AgNCO.
Aquí solam ent e int ervienen cuat ro át om os. Cuando la cant idad es m ayor, el núm ero
de ordenam ient os posibles se hace t an grande que es realm ent e difícil decidir cuál
de ellos corresponde a cada com puest o. I ncluso el caso del ácido racém ico y el
ácido t art árico, con dieciséis át om os en sus m oléculas, eran dem asiado difícil de
m anej ar en la prim era m it ad del siglo XI X. La sit uación se volvería sim plem ent e
im posible ( así debió parecer ent onces) al considerar m oléculas aún m ayores.
El problem a de la est ruct ura m olecular t endría que haber sido abandonado sin
esperanza, t an pront o com o se det ect ó la verdadera nat uraleza del problem a, de no
haber surgido una posibilidad de sim plificación.
A part ir de 1810 Gay- Lussac y Thénard t rabaj aron con cianuro de hidrógeno ( CNH) ,
dem ost rando que era un ácido, aunque no cont enía oxígeno ( est o, j unt o con el
descubrim ient o casi sim ult áneo de Davy sobre el m ism o hecho referido al ácido
clorhídrico, refut aba la creencia de Lavoisier de que el oxígeno era el elem ent o
caract eríst ico de los ácidos) , Gay- Lussac y Thénard hallaron que la com binación CN
( el grupo cianuro) podía desplazarse de un com puest o a ot ro sin que se separasen
los át om os de carbono y nit rógeno. En efect o, la com binación CN act uaba del
m ism o m odo que un át om o aislado de cloro, brom o, et c., hast a el punt o de que el
cianuro sódico ( CNNa) t enía algunas propiedades en com ún con el cloruro sódico
( CI Na) y el brom uro sódico ( BrNa) 16 .
Tal grupo de dos ( o m ás) át om os que perm anecían com binados al pasar de una
m olécula a ot ra se denom inó un radical, vocablo que proviene de la palabra lat ina
que significa «raíz». La razón de est e nom bre est aba en la creencia de que las
m oléculas podían const ruirse a part ir de un núm ero lim it ado de com binaciones de
át om os pequeños. Los radicales serían ent onces las «raíces» a part ir de las cuales la
m olécula crecería, por así decirlo.
Desde luego, el grupo CN era m uy sencillo, pero Wöhler y Liebig, t rabaj ando j unt os,
describieron un caso m ucho m ás com plej o. Descubrieron que el grupo benzoílo
podía t raspasarse de una m olécula a ot ra sin ser dest ruido. La fórm ula em pírica del
grupo benzoílo se sabe act ualm ent e que es C7 H 5 0.
En resum en, com enzó a verse que para resolver el m ist erio est ruct ural de las
grandes m oléculas había que resolver prim ero las est ruct uras de det erm inado
núm ero de radicales diferent es. Las m oléculas podrían después const ruirse sin
m ucha dificult ad ( así se esperaba) a part ir de los radicales. ¡Las cosas prosperaban!
16
«Algunas propiedades» no significa, desde luego, t odas las propiedades. El cloruro sódico es esencial para la vida,
el brom uro sódico es levem ent e t óx ico y el cianuro sódico es un veneno v irulent o de acción inm ediat a.
Ca pít u lo 7
Est r u ct u r a m ole cu la r
Cont enido:
1. La t eoría de los t ipos
2. Valencia
3. Fórm ulas est ruct urales
4. I sóm eros ópt icos
5. Moléculas t ridim ensionales
1 . La t e or ía de los t ipos
Berzelius hizo suya la idea de que los radicales podían ser las unidades a part ir de
las cuales se const ruyesen las m oléculas orgánicas. Creía que las m oléculas
orgánicas est aban form adas de radicales, igual que las m oléculas inorgánicas
est aban form adas de át om os individuales, y llegó a pensar que los radicales eran
casi t an indivisibles e inm ut ables com o los propios át om os.
Berzelius m ant uvo que la fuerza que une a los át om os en una m olécula inorgánica o
en un radical orgánico era de nat uraleza eléct rica ( lo que finalm ent e acabaría siendo
ciert o) . Cada m olécula, pues, debía cont ener una part e posit iva y una part e
negat iva, ya que sólo exist ía at racción ent re los elem ent os de cargas opuest as.
Para las sust ancias inorgánicas sim ples com o el cloruro sódico, est e concept o de
posit ivo y negat ivo dem ost ró finalm ent e concordar con los hechos. Para que est o se
cum pliese en las sust ancias orgánicas, Berzelius t uvo que insist ir en que los
radicales consist ían en carbono e hidrógeno solam ent e, siendo el carbono negat ivo
y el hidrógeno posit ivo. Por t ant o, m ant uvo que el radical benzoílo ( C7 H 5 0) no
cont enía ni podía cont ener oxígeno, lo que se cont radecía con los est udios
realizados sobre est e radical. Berzelius est aba seguro t am bién de que era im posible
sust it uir un elem ent o negat ivo por ot ro posit ivo sin cam biar drást icam ent e las
propiedades del com puest o.
Rápidam ent e se dem ost ró que est aba equivocado en est a últ im a afirm ación. Dum as
era un ent usiast a defensor de Berzelius, pero uno de los alum nos de Dum as,
August e Laurent ( 1807- 53) , consiguió sust it uir por át om os de cloro algunos de los
át om os de hidrógeno exist ent es en la m olécula de alcohol et ílico. Est e experim ent o
asest ó el golpe m ort al a la t eoría de Berzelius, ya que el cloro se consideraba
negat ivo y el hidrógeno posit ivo, y sin em bargo se podía sust it uir el uno por el ot ro
sin que cam biasen de form a drást ica las propiedades del com puest o.
Adem ás, en est e com puest o clorado el carbono debía est ar unido direct am ent e al
cloro y, si am bos eran át om os negat ivos, ¿cóm o era ello posible? Las cargas
eléct ricas negat ivas se repelían ent re sí. Siguiendo el m ism o razonam ient o, ¿cóm o
podían unirse dos át om os de cloro para form ar una m olécula de cloro? Est as
cuest iones no se clarificaron hast a un siglo m ás t arde, com o verem os m ás adelant e.
Berzelius, t est arudo y ext rem adam ent e conservador en sus últ im os años, rehusó
cam biar sus ideas. Al ent erarse del inform e de Laurent , at acó fieram ent e los nuevos
hallazgos. El m ism o Dum as, en 1839, había sust it uido cloro en el lugar ocupado por
t res át om os de hidrógeno en el ácido acét ico. No obst ant e, ant e la oposición de
Berzelius, Dum as se ret ract ó cobardem ent e y no reconoció el t rabaj o de Laurent .
Pero Laurent se m ant uvo firm e y cont inuó acum ulando pruebas en el sent ido de que
los radicales no eran t an indest ruct ibles, t an est ables, com o Berzelius creía, y de
que no se debía sobreest im ar la cuest ión de lo posit ivo y lo negat ivo. La ira de
Berzelius alej ó a Laurent de los laborat orios m ás fam osos, y, m ient ras Berzelius
vivió, su versión de la t eoría de los radicales siguió exist iendo por la sola fuerza de
su personalidad. A la m uert e de Berzelius en 1848, su t eoría m urió y la de Laurent
ganó popularidad.
Laurent dej ó por com plet o de insist ir en las fuerzas eléct ricas. Creía que una
m olécula orgánica t enía un núcleo ( que podía ser un solo át om o) al que se
enlazaban los diferent es radicales. Las m oléculas orgánicas podían agruparse así en
fam ilias o t ipos ( de ahí el nom bre de t eoría de los t ipos) . Todos los m iem bros de un
t ipo t endrían un núcleo idént ico al cual podía unirse cualquiera de una serie de
radicales sem ej ant es; y dent ro de los radicales exist ían m uchas posibilidades de
variación.
Un det erm inado t ipo m olecular podía incluso ext enderse al reino de lo inorgánico.
Por ej em plo, la m olécula de agua ( H2 0) podía considerarse form ada por un át om o
cent ral de oxígeno ( el núcleo) al que est aban unidos dos át om os de hidrógeno. Si se
sust it uye un át om o de hidrógeno por los dist int os radicales de una serie, se form ará
un t ipo de com puest o que incluirá ent re sus m iem bros al agua, así com o a diversas
m oléculas orgánicas.
Si un át om o de hidrógeno se sust it uye por un grupo m et ilo ( CH3 ) o un grupo et ilo
( C2 H 5 ) ,
se
t endría
CH3 OH
( alcohol
m et ílico)
y
C2 H 5 OH
( alcohol
et ílico) ,
respect ivam ent e. Muchos ot ros alcoholes podrían const ruirse del m ism o m odo. Y en
realidad los alcoholes no sólo t ienen m uchas sem ej anzas ent re sí, sino que, com o
clase, m anifiest an t am bién ciert as sem ej anzas con el agua. Los alcoholes m ás
sim ples, com o el alcohol m et ílico y el et ílico, se m ezclan con el agua en cualquier
proporción. El m et al sodio reacciona con los alcoholes del m ism o m odo que con el
agua, aunque m ás lent am ent e, et c.
Ent re los años 1850 y 1852, el quím ico inglés Alexander William William son ( 18241904) dem ost ró que la fam ilia de com puest os orgánicos llam ada ét eres podía
t am bién form arse según el «t ipo agua». En est e caso los dos hidrógenos del agua
eran sust it uidos por radicales orgánicos. El ét er com ún, que com enzaba ent onces a
ut ilizarse com o anest ésico, t iene am bos hidrógenos reem plazados por grupos et ilo,
de m anera que su fórm ula es C2 H 5 0 C2 H 5 .
Ant es de est o, en 1848, el quím ico francés Charles Adolphe Wurt z ( 1817- 84) había
est udiado un grupo de com puest os relacionados con el am oniaco y que recibieron el
nom bre de am inas. Dem ost ró que pert enecían a un t ipo con un núcleo de nit rógeno.
En el am oniaco, un át om o de nit rógeno est aba unido a t res át om os de hidrógeno.
En las am inas, uno o m ás de est os hidrógenos est aban reem plazados por radicales
orgánicos.
La t eoría de los t ipos ganó popularidad debido a que podía usarse para organizar el
núm ero cada vez m ayor de com puest os orgánicos que se est aban est udiando. El
quím ico ruso- germ ano Friedrich Konrad Beilst ein ( 1838- 1906) publicó en 1880 un
vast o com pendio de com puest os orgánicos y ut ilizó la t eoría de los t ipos de Laurent
para organizar dichos com puest os dent ro de un orden racional.
No obst ant e, la t eoría, t al com o surgió del t rabaj o de Laurent , era incom plet a.
Todavía ut ilizaba los radicales com o unidades y, m ás que resolver la cuest ión de la
est ruct ura
m olecular,
la
evadía.
Para
resolverla
correct am ent e
había
que
enfrent arse a la pregunt a: ¿cuál es la disposición at óm ica real dent ro de los m ism os
radicales?
2 . Va le n cia
La t eoría de los t ipos im presionó a algunos quím icos por el hecho de que el át om o
de oxígeno se com binaba siem pre con ot ros dos át om os o radicales. Podía
com binarse con dos át om os de hidrógeno para form ar agua, con un át om o de
hidrógeno y un radical orgánico para form ar un ét er. Pero en cualquier caso el
át om o de oxígeno se unía a dos ent idades.
De m anera sim ilar, el át om o de nit rógeno siem pre se com binaba con t res át om os o
radicales.
Kolbe
y
ot ros quím icos em pezaron
a
escribir
fórm ulas para
los
com puest os orgánicos en las que se daba por supuest a t al const ancia en el núm ero
de enlaces del oxígeno o del nit rógeno.
El hecho fue generalizado por el quím ico inglés Edward Frankland ( 1825- 99) , el
prim ero en int eresarse por los com puest os organo- m et álicos, en los cuales
agrupaciones orgánicas se enlazan a át om os de m et ales com o el cinc17 . Aquí est aba
m uy claro que cada át om o m et álico podía enlazarse sólo a det erm inado núm ero de
grupos orgánicos y que est e núm ero variaba para los diferent es m et ales. Los
át om os de cinc, por ej em plo, se com binaban exact am ent e con dos agrupaciones
orgánicas.
En 1852 Frankland propuso lo que después llegaría a conocerse com o t eoría de la
valencia ( de la palabra lat ina que significa «poder») : cada át om o t iene un poder de
com binación fij o. Por ej em plo, en condiciones norm ales, un át om o de hidrógeno
solam ent e se com binará con ot ro át om o. Est o es t am bién ciert o para el sodio, cloro,
plat a, brom o y pot asio. Todos ellos t ienen una valencia de 1.
Los át om os de oxígeno pueden com binarse con dos át om os diferent es, igual que los
de calcio, azufre, m agnesio y bario. Todos est os elem ent os t ienen una valencia de
2. El nit rógeno, fósforo, alum inio y oro t ienen una valencia de 3. El hierro puede
t ener una valencia de 2 ó de 3, y así sucesivam ent e. A la larga, la cuest ión de la
valencia reveló que no era ni m ucho m enos t an sim ple com o parecía en un
17
En el verdadero com puest o organam et álico, el át om o de m et al est á fir m em ent e unido a un át om o de carbono.
Los com puest os com o el acet at o de cinc ( un t ipo de sust ancia conocido ant es de la época de Frankland) son sales
de ácidos orgánicos. En dichas sales el át om o de m et al est á unido a un át om o de oxígeno, y ést os no se consideran
aut ént icos com puest os organom et álicos.
principio, pero incluso est a versión sim plificada de la t eoría encerraba ya un valor
inest im able.
Ent re ot ras cosas, el concept o de valencia ayudó a clarificar la diferencia ent re peso
at óm ico y peso equivalent e de un elem ent o. Todavía a m ediados del siglo xix,
m uchos quím icos confundían am bos concept os.
Experim ent alm ent e se puede dem ost rar que una part e de hidrógeno se com bina con
35,5 part es de cloro, puest o que un át om o de hidrógeno se une a un át om o de cloro
para form ar cloruro de hidrógeno, y el át om o de cloro es 35,5 veces m ás pesado
que el de hidrógeno. Es decir, el cloro t iene un peso at óm ico de 35,5. Pero una
part e de hidrógeno no se com binará con t odos los elem ent os en proporción a sus
pesos at óm icos. Por ej em plo, el oxígeno t iene un peso at óm ico de 16, pero cada
át om o de oxígeno se une a dos át om os de hidrógeno, al t ener el oxígeno una
valencia de 2. Por lo t ant o, 16 part es de oxígeno se com binan con 2 part es de
hidrógeno. El peso equivalent e del oxígeno es la cant idad de oxígeno que se
com bina con una part e de hidrógeno, es decir, 16/ 2 u 8.
Del m ism o m odo, el át om o de nit rógeno, con un peso at óm ico de 14 y una valencia
de 3, se com bina con t res át om os de hidrógeno. El peso equivalent e del nit rógeno
es, en consecuencia, 14/ 3, o aproxim adam ent e 4,7.
En general, el peso equivalent e de un át om o será igual a su peso at óm ico dividido
por su valencia.
Por ot ra part e, la segunda ley de la elect rólisis de Faraday est ablece que el peso de
m et al liberado por una cant idad det erm inada de corrient e eléct rica es proporcional
al peso equivalent e de dicho m et al. Est o significa que una cant idad det erm inada de
corrient e eléct rica liberará com o m ucho sólo la m it ad en peso de un m et al de
valencia 2 frent e a un m et al de valencia 1 de igual peso at óm ico.
La sit uación puede explicarse suponiendo que es preciso «un át om o de elect ricidad»
para t ransport ar un át om o univalent e, m ient ras que hacen falt a dos para un át om o
bivalent e. Sin em bargo, est a conexión ent re valencia y «át om os de elect ricidad» no
fue reconocida del t odo hast a m edio siglo después.
3 . Fór m u la s e st r u ct ur a le s
Kekulé aplicó la noción de valencia con especial int erés a la est ruct ura de las
m oléculas orgánicas. Em pezó con la sugerencia de que el carbono t iene una
valencia de 4, y procedió en 1858 a elaborar sobre est a base la est ruct ura de las
m oléculas orgánicas m ás sim ples, así com o la de los radicales. La represent ación
gráfica de est e concept o se debe al quím ico escocés Archibald Scot t Couper ( 18311892) , quien sugirió represent ar esas fuerzas com binadas ent re át om os ( enlaces,
com o se las llam a norm alm ent e) en form a de pequeños t razos. De est a m anera, las
m oléculas orgánicas podían const ruirse com o verdaderas est ruct uras de «m ecano».
Est a represent ación perm it ió ver m uy claram ent e por qué las m oléculas orgánicas
eran, en general, m ucho m ás grandes y com plej as que las m oléculas inorgánicas.
De acuerdo con la idea de Kekulé, los át om os de carbono podían enlazarse unos con
ot ros por m edio de uno o m ás de sus cuat ro enlaces de valencia, para form ar largas
cadenas, lineales o ram ificadas. Ningún ot ro át om o parecía disfrut ar de esa
propiedad en un grado t an m arcado com o el carbono.
Así, los t res hidrocarburos ( m oléculas form adas solam ent e por át om os de carbono y
de hidrógeno) m ás sim ples, que son m et ano ( CH4 ) , et ano ( C2 H 6 ) y propano ( C3 H 8 ) ,
pueden represent arse con cada át om o de carbono provist o de cuat ro enlaces, y
cada át om o de hidrógeno provist o de uno, t al com o sigue:
Est a serie puede cont inuarse añadiendo át om os de carbono hast a la longit ud que se
desee, práct icam ent e. Añadiendo oxígeno, con dos enlaces, y nit rógeno, con t res,
puede represent arse la m olécula del alcohol et ílico ( C2 H 6 O) y la de m et ilam ina
( CH 5 N) com o sigue:
Tales fórm ulas est ruct urales pueden hacerse m ás flexibles si se perm it e la
exist encia de dos enlaces ( un doble enlace) o t res enlaces ( un t riple enlace) ent re
dos át om os adyacent es. Así, el et ileno ( C2 H 4 ) , acet ileno ( C2 H 2 ) , el cianuro de m et ilo
( C2 H 3 N) , acet ona ( C3 H 6 0) , y ácido acét ico ( C2 H 4 0 2 ) pueden represent arse com o
sigue:
Las fórm ulas est ruct urales hacían gala de una ut ilidad t an obvia que m uchos
quím icos las acept aron inm ediat am ent e, quedando desfasados por com plet o t odos
los int ent os de represent ar las m oléculas orgánicas com o est ruct uras const ruidas a
part ir de radicales. Ahora podría const ruirse nada m enos que una represent ación
át om o por át om o.
En part icular, un quím ico ruso, Alexander Mij ailovich But lerov ( 1828- 86) , apoyó el
nuevo sist em a. Durant e la década de 1860 señaló cóm o el uso de las fórm ulas
est ruct urales podía explicar la exist encia de isóm eros. Por ej em plo, para ut ilizar un
caso m uy sencillo, el alcohol et ílico y el ét er dim et ílico, si bien poseen propiedades
m uy
diferent es,
t ienen
la
m ism a
fórm ula
em pírica:
C2 H 6 0.
Las
fórm ulas
est ruct urales de los com puest os son:
No es de ext rañar que el cam bio en el enlace de los át om os lleve a dos conj unt os de
propiedades m uy diferent es. En el caso del alcohol et ílico, uno de los seis át om os de
hidrógeno est á enlazado a un át om o de oxígeno, m ient ras que en el ét er dim et ílico
los seis est án fij ados a át om os de carbono. Los át om os de hidrógeno se fij an al
át om o de oxígeno m ás débilm ent e que al carbono, de m odo que el sodio m et álico
añadido al alcohol et ílico desplaza exact am ent e un sext o del cont enido de
hidrógeno. Si se añade sodio al ét er dim et ílico, no desplaza nada de hidrógeno. Así,
la reacción quím ica sirve com o guía para la fórm ula est ruct ural, y las fórm ulas por
su part e sirven com o guía para reacciones desconocidas.
But lerov t rat ó específicam ent e con un t ipo de isom ería llam ada t aut om ería, en la
que ciert as sust ancias aparecían siem pre com o m ezcla de dos com ponent es. Si uno
de est os com ponent es se aislaba en form a pura, podría t ransform arse rápidam ent e,
en part e, en el ot ro. But lerov m ost ró que la t aut om ería consist ía en una
t ransferencia espont ánea de un át om o de hidrógeno desde un enlace con un át om o
de oxígeno a un enlace con un át om o de carbono cercano ( y a la inversa) .
El benceno, un hidrocarburo sim ple cuya fórm ula em pírica es C6 H 6 , supuso un
problem a capit al en los prim eros años de las fórm ulas est ruct urales. Ninguna
fórm ula est ruct ural parecía sat isfacer los requisit os de valencia, y al m ism o t iem po
explicar la gran est abilidad del com puest o. Est o es, las fórm ulas est ruct urales que
se sugirieron al principio se parecían a las de ot ros com puest os que eran m uy
inest ables.
De nuevo fue Kekulé quien salvó la sit uación. Un día de 1865 ( según el m ism o
Kekulé) , m edio dorm ido en un óm nibus, le pareció ver át om os ej ecut ando una
danza. De pront o, la cola de una cadena se unió a su cabeza y form ó un anillo
circular. Hast a ent onces, las fórm ulas est ruct urales se habían form ado solam ent e
con cadenas de át om os de carbono, pero ahora Kekulé pensó t am bién en la
posibilidad de anillos de carbono. Sugirió la siguient e fórm ula est ruct ural para el
benceno:
La explicación fue acept ada, y la idea de las fórm ulas est ruct urales descansó sobre
bases m ás firm es que nunca 18 .
4 . I sóm e r os ópt icos
Pese a su ut ilidad, las fórm ulas est ruct urales de Kekulé no t erm inaban de explicar
un
t ipo
de
isom ería
part icularm ent e
sut il,
en
la
que
int ervenía
la
luz.
Considerém osla brevem ent e.
18
No obst ant e, la presencia de t res dobles enlaces en el benceno cr eaba un problem a, ya que los com puest os con
dobles enlaces sufrían norm alm ent e det er m inados t ipos de reacciones que el benceno no solía sufr ir. Pasaron casi
t res cuart os de siglo ant es de que encont rase explicación al rom pecabezas de los dobles enlaces que no act úan
com o dobles enlaces.
En 1801, el inglés Thom as Young ( 1773- 1829) , personaj e ext raordinario que fue el
prim ero en ent ender la fisiología del oj o, había efect uado experim ent os que
dem ost raban que la luz se com port aba com o si consist iese en pequeñas ondas. Más
t arde, hacia 1814, el físico francés August in Jean Fresnel ( 1788- 1827) m ost ró que
las ondas de luz pert enecen a un t ipo part icular conocido com o ondas t ransversales.
Est as ondas oscilan perpendicularm ent e a la dirección en la que viaj a la onda en
conj unt o. La sit uación se visualiza m ej or en relación con las olas del agua, t am bién
de nat uraleza t ransversal. Cada part ícula de agua se m ueve vert icalm ent e, m ient r as
las olas se desplazan horizont alm ent e.
Las ondas lum inosas no est án lim it adas a una superficie, de m anera que no se
m ueven sim plem ent e hacia arriba y hacia abaj o. Pueden m overse a izquierda y
derecha, o de nordest e a suroest e, o de noroest e a sudest e. De hecho, hay un
núm ero infinit o de direcciones en que las ondas de luz pueden oscilar en ángulo
rect o a la dirección de su desplazam ient o. En un rayo de luz ordinaria, algunas
ondas est án oscilando en una dirección, ot ras en ot ra, et c. No hay una dirección
preferent e.
Pero si ese rayo de luz at raviesa ciert os crist ales, el ordenam ient o de los át om os
dent ro de los crist ales fuerza al rayo de luz a oscilar en un plano det erm inado, un
plano que perm it irá a la luz deslizarse a t ravés de y ent re las hileras de át om os.
A la luz que oscila en un solo plano se la llam a luz polarizada, nom bre propuest o en
1808 por el físico francés Et ienne Louis Malus ( 1775- 1812) . Por esa época, la t eoría
ondulat oria no había sido aún acept ada, y Malus creía que la luz const aba de
part ículas con polos nort e y sur, y que en la luz polarizada t odos los polos est aban
orient ados en la m ism a dirección. Est a t eoría desapareció rápidam ent e, pero la
expresión quedó, y t odavía se usa.
Hast a 1815, las propiedades y el com port am ient o de la luz polarizada parecían
pert enecer exclusivam ent e al dom inio de la física. En ese año, el físico francés Jean
Bapt ist e Biot ( 1774- 1867) m ost ró que si la luz polarizada pasa a t ravés de
det erm inados crist ales, el plano en que las ondas vibran experim ent a un giro. Unas
veces gira en el sent ido de las aguj as del reloj ( dext rógiro) y ot ras en sent ido
cont rario ( levógiro) .
Ent re los crist ales que present aban est a propiedad de act ividad ópt ica est aban los
de los com puest os orgánicos. Adem ás, algunos de est os com puest os orgánicos,
com o son det erm inados azúcares, m ost raban act ividad ópt ica incluso cuando no
est aban en form a crist alina, sino en solución.
Tal com o acabó por descubrirse, había sust ancias que diferían solam ent e en sus
propiedades ópt icas. I dént icas en lo dem ás, una de ellas podía girar el plano de luz
polarizada en el sent ido de las aguj as del reloj , y la ot ra en el sent ido cont rario. En
ocasiones, una t ercera podía no girarlo en absolut o. Los isóm eros ácido racém ico y
ácido t art árico, que Berzelius había descubiert o, diferían en propiedades ópt icas.
Tales isóm eros ópt icos no quedaban bien explicados por las fórm ulas est ruct urales
de Kekulé.
El prim er indicio de com prensión de la act ividad ópt ica apareció en 1848, cuando el
quím ico francés Louis Past eur ( 1822- 95) em pezó a t rabaj ar con crist ales de t art rat o
am ónico sódico.
Past eur observó que los crist ales eran asim ét ricos: es decir, un lado del crist al t enía
una pequeña cara que no se present aba en el ot ro. En algunos crist ales, la cara se
present aba en el lado derecho, en ot ros en el izquierdo. Ut ilizando un crist al de
aum ent o, separó cuidadosam ent e con pinzas los crist ales, y disolvió cada grupo por
separado. Las propiedades de cada grupo parecían idént icas, except uando la
act ividad ópt ica. Una solución era dext rógira, la ot ra levógira.
Parecía, pues, que la act ividad ópt ica era el result ado de la asim et ría. Y parecía
t am bién que el hecho de que el plano de la luz polarizada fuera girado en una
dirección o en ot ra dependía de que los crist ales, por lo dem ás idént icos, t uvieran
una asim et ría de «m ano derecha» o de «m ano izquierda».
Est a t eoría result aba sat isfact oria en el caso de los crist ales, pero ¿qué decir acerca
de la act ividad ópt ica en soluciones? En solución las sust ancias no exist en com o
crist ales, sino com o m oléculas individuales flot ando al azar. Si la act ividad ópt ica
im plicaba asim et ría, ent onces dicha asim et ría debía exist ir en la m ism a est ruct ura
m olecular.
Las fórm ulas est ruct urales de Kekulé no m ost raban la necesaria asim et ría, pero est a
falt a no invalidaba necesariam ent e la relación ent re asim et ría y act ividad ópt ica.
Después de t odo, las fórm ulas est ruct urales de Kekulé est aban escrit as en dos
dim ensiones sobre la superficie plana de la pizarra o de un t rozo de papel. Y,
nat uralm ent e, no era de esperar que en realidad las m oléculas orgánicas fuesen
bidim ensionales.
Parecía ciert o que los át om os en una m olécula hubieran de dist ribuirse en t res
dim ensiones, y en ese caso su disposición podría present ar la asim et ría precisa para
exhibir act ividad ópt ica. Sin em bargo ¿cóm o aplicar la necesaria t ridim ensionalidad
a la m olécula?
Los át om os j am ás habían sido vist os, y su verdadera exist encia podía ser
sim plem ent e una ficción convenida, ut ilizada para explicar las reacciones quím icas.
¿Podía
t om arse
confiadam ent e
su
exist encia
t an
lit eralm ent e
que
pudieran
dist ribuirse en t res dim ensiones?
Hacía falt a un hom bre j oven para dar el paso siguient e, alguien que no hubiese
adquirido t odavía la sabía prudencia que viene con los años.
5 . M olé cu la s t r idim e n sion a le s
Est a persona fue el j oven quím ico danés Jacobus Hendricus Van't Hoff ( 1852- 1911) .
En 1874, sin t erm inar aún su t esis para el doct orado, sugirió at revidam ent e que los
cuat ro enlaces del carbono est aban dist ribuidos en las t res dim ensiones del espacio
hacia los cuat ro vért ices de un t et raedro.
Figura 11. El enlace t et raédrico de los át om os de carbono perm it e dos
configuraciones de los át om os en los com puest os, siendo una de ellas la im agen
especular de la ot ra. Est e m odelo m uest ra las disposiciones en im agen especular de
la m olécula de ácido láct ico, CH 3 , CHOCCO2 H.
Para ver est o, im aginem os que t res de los enlaces del carbono est án colocados
com o las pat as de un t rípode aplast ado, m ient ras que el cuart o enlace apunt a
direct am ent e hacia arriba. Cada enlace equidist a ent onces de los ot ros t res, y el
ángulo ent re un enlace y cualquiera de sus vecinos es de aproxim adam ent e 109°
( véase figura 11) .
Los cuat ro enlaces del át om o de carbono est án colocados sim ét ricam ent e alrededor
del át om o, y la asim et ría se int roduce solam ent e cuando cada uno de los cuat ro
enlaces est á fij ado a un t ipo de át om o o grupo de át om os diferent es. Los cuat ro
enlaces pueden disponerse ent onces exact am ent e de dos m aneras dist int as, siendo
una la im agen especular de la ot ra. Est e m odelo aport aba precisam ent e el t ipo de
asim et ría que Past eur había encont rado en los crist ales.
Casi sim ult áneam ent e, el quím ico francés Joseph Achille Le Bel ( 1847- 1930) publicó
una sugerencia sim ilar. El át om o de carbono t et raédrico es conocido a veces com o
t eoría de Van’t Hoff- LeBel.
El át om o t et raédrico explicaba t ant as cosas y de form a t an clara que fue
rápidam ent e acept ado. Cont ribuyó a ello el libro publicado en 1887 por el quím ico
alem án Johannes Adolf Wislicenus ( 1835- 1902) , que colocaba la aut oridad de un
ant iguo y m uy respet ado cient ífico en apoyo de la t eoría.
Y sobre t odo, no había enm ascaram ient o de los hechos. Los com puest os que
poseían át om os de carbono asim ét ricos ( los que est aban enlazados a cuat ro grupos
diferent es) poseían act ividad ópt ica, m ient ras que los que no poseían t ales át om os,
carecían de ella. Adem ás, el núm ero de isóm eros ópt icos era siem pre igual al
núm ero predicho por la t eoría de Vant Hoff- LeBel.
En las últ im as décadas del siglo XI X la concepción t ridim ensional de los enlaces se
ext endió m ás allá de los át om os de carbono.
El quím ico alem án Vikt or Meyer ( 1848- 97) m ost ró que los enlaces de los át om os de
nit rógeno, concebidos en t res dim ensiones, podían explicar t am bién ciert os t ipos de
isom erías ópt icas. Por su part e, el quím ico inglés William Jackson Pope ( 1870- 1939)
m ost ró que lo m ism o era aplicable a ot ros át om os t ales com o los de azufre, selenio
y est año, el germ ano- suizo Alfred Werner ( 1866- 1919) añadió el cobalt o, crom o,
rodio y ot ros m et ales.
( A com ienzos de 1891, Werner desarrolló una t eoría de la coordinación de la
est ruct ura m olecular. Est a idea, según él, le vino en sueños, despert ándole a las
dos de la m adrugada con un sobresalt o. Esencialm ent e, est a t eoría m ant iene que
las relaciones est ruct urales ent re át om os no t ienen por qué est ar rest ringidas a los
enlaces ordinarios de valencia, sino que - part icularm ent e en ciert as m oléculas
inorgánicas relat ivam ent e com plej as- los grupos de át om os podrían dist ribuirse
alrededor de algún át om o cent ral, de acuerdo con ciert os principios geom ét ricos que
no parecen t ener en cuent a el enlace de valencia ordinario. Pasó casi m edio siglo
ant es de que las nociones de valencia se afinasen lo bast ant e com o para incluir
t ant o los com puest os sim ples que se aj ust aban a las nociones de Frankland y
Kekulé, com o los com puest os de coordinación de Werner.)
La idea de est ruct ura t ridim ensional llevó rápidam ent e a ult eriores avances. Vikt or
Meyer había dem ost rado que si bien las agrupaciones de át om os ordinariam ent e
pueden girar en libert ad alrededor de un único enlace que las une al rest o de la
m olécula, el t am año de los grupos de át om os cercanos podría im pedir a veces t al
rot ación. Est a sit uación, llam ada im pedim ent o esférico, puede com pararse a la de
una puert a que norm alm ent e gira librem ent e sobre sus goznes, pero que queda
bloqueada por algún obst áculo colocado det rás de ella. Pope llegó a m ost rar que a
consecuencia del im pedim ent o est érico era posible que una m olécula fuera
asim ét rica. Podría ent onces m ost rar act ividad ópt ica, aun cuando ninguno de los
át om os const it uyent es fuese est rict am ent e asim ét rico.
El quím ico alem án Johann Friedrich Wilhelm Adolf von Baeyer ( 1835- 1917) ut ilizó
en 1885 la represent ación t ridim ensional para dibuj ar át om os de carbono fij os a
anillos planos. Si los cuat ro enlaces de los át om os de carbono apunt an hacia los
cuat ro vért ices de un t et raedro, el ángulo ent re dos cualesquiera de ellos es
aproxim adam ent e de 109,5°. Baeyer ar gum ent ó que en cualquier com puest o
orgánico hay una t endencia a perm it ir que los át om os de carbono se conect en de
m odo t al que los enlaces conserven sus ángulos nat urales. Si el ángulo es obligado
a variar, el át om o se encont rará som et ido a un esfuerzo.
Tres át om os de carbono enlazado en anillo form arían un t riángulo equilát ero, con el
ángulo ent re cada par de enlaces igual a 60°. Est a separación es m uy diferent e del
ángulo nat ural de 109,5°, y por est a razón los anil los de 3 carbonos son difíciles de
form ar y, una vez form ados, fáciles de rom per.
Un anillo de 4 carbonos form ará un cuadrado, con ángulos de 90°; un anillo de 5
carbonos form ará un pent ágono con ángulos de 108°;
un anillo de 6 carbonos
form ará un hexágono, con ángulos de 120°. Parece qu e un anillo de 5 carbonos no
im plica virt ualm ent e ninguna fuerza sobre los enlaces del át om o de carbono, y un
anillo de 6 carbonos im plica sólo una fuerza pequeña. La t eoría de las t ensiones de
Baeyer parecía explicar, por t ant o, la preponderancia de t ales anillos en la
nat uraleza sobre los anillos de m ás de 6 ó m enos de 5 át om os19 .
El m ás espect acular de t odos los t rabaj os fue quizás el realizado en 1880 por el
quím ico alem án Em il Fischer ( 1852- 1919) sobre la quím ica de los azúcares sim ples.
Varios azúcares bien conocidos com part en la m ism a fórm ula em pírica C6 H 12 0 6 .
Tam bién t ienen m uchas propiedades en com ún, pero se diferencian en ot ras,
especialm ent e en la m agnit ud de su act ividad ópt ica.
Fischer dem ost ró que cada uno de est os azúcares t enía cuat ro át om os de carbonos
asim ét ricos, y que en base a la t eoría de Van’t Hoff- Le Bel habría ent onces dieciséis
isóm eros ópt icos. Est os isóm eros se dispondrían en ocho pares; en cada par un
isóm ero giraría el plano de la luz polarizada en el sent ido de las aguj as del reloj ,
exact am ent e con la m ism a m agnit ud con que el ot ro isóm ero la giraría en el sent ido
cont rario.
Fischer procedió a est ablecer la disposición exact a de los át om os en cada uno de los
dieciséis isóm eros. El hecho de haberse hallado precisam ent e dieciséis isóm eros de
azúcares con seis carbonos, divididos en ocho pares, const it uye una fuert e prueba
en favor de la validez de la t eoría de Van’t Hoff- Le Bel. Est a m ism a precisión en las
predicciones se da en el caso de los ot ros t ipos de azúcares, de am inoácidos y de
cualquier ot ro t ipo de com puest os.
Hacia 1900 la descripción de la est ruct ura m olecular en t res dim ensiones, habiendo
dem ost rado su validez, fue universalm ent e acept ada
19
La t eoría de las t ensiones de Baeyer se aplica a los anillos con át om os en un solo plano. No es necesario que los
át om os est én en un solo plano, y pueden form arse ( y de hecho se form an) t oda clase de anillos im pares en los que
no exist e est a rest r icción.
Ca pít u lo 8
La t a bla pe r iódica
Cont enido:
1. Los elem ent os en desorden
2. La organización de los elem ent os
3. Rellenando los huecos
4. Los nuevos elem ent os por grupos
1 . Los e le m e n t os e n de sor de n
Hay un curioso paralelism o ent re las hist orias de la quím ica orgánica y de la
inorgánica, a lo largo del siglo XI X. Las prim eras décadas del siglo pasado
cont em plaron
una
desesperant e
proliferación
en
el
núm ero
de
com puest os
orgánicos, y t am bién en el núm ero de elem ent os. El t ercer cuart o de siglo vio el
m undo de los com puest os orgánicos puest o en orden, gracias a las fórm ulas
est ruct urales de Kekulé. Tam bién vio ordenado el m undo de los elem ent os, y al
m enos part e del m érit o de am bos cam bios se debió a det erm inada reunión
int ernacional de quím icos.
Pero em pecem os con el desorden exist ent e a com ienzos de siglo.
El descubrim ient o de nuevos elem ent os, adem ás de los nueve conocidos por los
ant iguos y los cuat ro est udiados por los alquim ist as m edievales, se ha m encionado
en el capít ulo 4. Los elem ent os gaseosos, nit rógeno, hidrógeno, oxígeno y cloro,
habían sido descubiert os t odos ellos en el siglo XVI I I . Y lo m ism o los m et ales
cobalt o, plat ino, níquel, m anganeso, t ungst eno, m olibdeno, uranio, t it anio y crom o.
En la prim era década del siglo xix se añadieron a la list a no m enos de cat orce
nuevos elem ent os. Ent re los quím icos ya m encionados en est e libro, Davy había
aislado al m enos seis por m edio de la elect rólisis. Guy- Lussac y Thénard habían
aislado boro; Wollast on había aislado paladio y rodio, m ient ras que Berzelius había
descubiert o el cerio.
El quím ico inglés Sm it hson Tennant ( 1761- 1815) , para el que Wollast on había
t rabaj ado com o ayudant e, descubrió t am bién el osm io y el iridio. Ot ro quím ico
inglés, Charles Hat chet t ( aproxim adam ent e 1765- 1847) , aisló el colom bio ( ahora
llam ado oficialm ent e niobio) , m ient ras que el quím ico sueco Anders Gust af Ekeberg
( 1767- 1813) descubrió el t ánt alo.
Figura 12. List a de los cincuent a y cuat ro elem ent os conocidos y descubiert os en la
época de Berzelius, con sus pesos at óm icos calculados t om ar com o base el del
oxígeno igual a 16,0000. ( Tom ado de The Sea for t he Elem ent s, Basic Books.)
El im pulso en las décadas sucesivas no fue t an fuert e, pero el núm ero de elem ent os
cont inuó en aum ent o. Berzelius, por ej em plo, descubrió cuat ro elem ent os m ás:
selenio, silicio, circonio y t orio ( véase fig. 12) . Luis Nicolas Vauquelin, en 1797,
descubrió el berilio.
Hacia 1830 se conocían cincuent a y cinco elem ent os diferent es, un buen paso desde
los cuat ro elem ent os de la ant igua t eoría. De hecho, el núm ero era dem asiado
grande para no inquiet ar a los quím icos. Los elem ent os variaban ext ensam ent e en
sus propiedades, y parecía exist ir poco orden ent re ellos. ¿Por qué había t ant os? Y
¿cuánt os m ás quedaban t odavía por descubrir? ¿Diez? ¿Cien? ¿Mil? ¿Un núm ero
infinit o?
Era t ent ador buscar un orden en el conj unt o de los elem ent os ya conocidos. Quizá
de est a m anera podría encont rarse alguna razón que explicase su núm ero, y alguna
m anera de j ust ificar la variación de las propiedades que poseían.
El prim ero en capt ar un at isbo de orden fue el quím ico alem án Johann Wolfgang
Dóbereiner ( 1780- 1849) . En 1829 observó que el elem ent o brom o, descubiert o t res
años ant es por el quím ico francés Ant oine Jéróm e Balard ( 1802- 76) , parecía t ener
propiedades que est aban j ust o a m it ad de cam ino ent re las del cloro y las del yodo.
( El yodo había sido descubiert o por ot ro quím ico francés, Bernard Court ois [ 17771838] , en 1811.) El cloro, brom o y yodo no sólo m ost raban una progresiva
gradación en propiedades com o color y react ividad, sino que el peso at óm ico del
brom o parecía est ar j ust o a m edio cam ino ent re los del cloro y el yodo. ¿Sería una
coincidencia?
Dóbereiner llegó a encont rar ot ros dos grupos de t res elem ent os que exhibían claras
gradaciones de propiedades: calcio, est roncio y bario; y azufre, selenio y t elurio. En
am bos grupos el peso at óm ico del segundo elem ent o est aba a m it ad de cam ino
ent re los de los ot ros dos. ¿Se t rat aba de una nueva coincidencia?
Dóbereiner llam ó a est os grupos «t ríadas», y buscó ot ras infruct uosam ent e. El
hecho de que cinco sext as part es de los elem ent os conocidos no pudieran colocarse
en ninguna t ríada hizo que los quím icos decidieran que los hallazgos de Dóbereiner
eran m era coincidencia. Adem ás, el m odo en que los pesos at óm icos encaj aban con
las propiedades quím icas ent re los elem ent os de las t ríadas de Dóbereiner no
im presionó generalm ent e a los quím icos. En la prim era m it ad del siglo xix, los pesos
at óm icos t endían a subest im arse. Result aban convenient es para hacer cálculos
quím icos, pero no parecía haber ninguna razón para usarlos en la confección de
list as de elem ent os, por ej em plo.
I ncluso era dudoso que los pesos at óm icos fueran út iles en los cálculos quím icos.
Algunos quím icos no dist inguían con det alle el peso at óm ico del peso m olecular;
ot ros no dist inguían ent re peso at óm ico y peso equivalent e. Así, el peso equivalent e
del oxígeno es 8, su peso at óm ico es 16, y el peso m olecular 32. En los cálculos
quím icos, el peso equivalent e, 8, es el m ás socorrido; ¿por qué usar ent onces el
núm ero 16 para colocar al oxígeno en la list a de los elem ent os?
Est a confusión ent re peso equivalent e, peso at óm ico y peso m olecular ext endió su
influencia desorganizadora no sólo a la cuest ión de la list a de elem ent os, sino al
est udio de la quím ica en general. Los desacuerdos sobre los pesos relat ivos que
debían at ribuirse a los diferent es át om os conduj eron a desacuerdos sobre el núm ero
de át om os de cada elem ent o que había en una m olécula dada.
Kekulé, poco después de haber publicado sus sugerencias conducent es a las
fórm ulas est ruct urales, se dio cuent a de que est a idea quedaría en nada si los
quím icos no se ponían de acuerdo, para em pezar, acerca de las fórm ulas em píricas.
Por lo t ant o propuso una conferencia de quím icos im port ant es de t oda Europa para
discut ir el asunt o. Com o result ado de ello se convocó la prim era reunión cient ífica
int ernacional de la hist oria. Se llam ó Prim er Congreso I nt ernacional de Quím ica y se
reunió en 1860 en la ciudad de Karlsruhe, en Alem ania.
Asist ieron cient o cuarent a delegados, ent re los que se hallaba el quím ico it aliano
St anislao Cannizzaro ( 1826- 1910) . Dos años ant es, Cannizzaro había t opado con el
t rabaj o de su com pat riot a Avogadro. Com prendió que la hipót esis de Avogadro
podía ut ilizarse para dist inguir ent re peso at óm ico y peso m olecular de los
elem ent os gaseosos im port ant es, y que est a dist inción serviría para aclarar la
cuest ión de los pesos at óm icos de los elem ent os en general. Adem ás, com prendió la
im port ancia de dist inguir cuidadosam ent e el peso at óm ico del peso equivalent e.
En el Congreso hizo una gran exposición del t em a, y a cont inuación dist ribuyó
copias de un follet o en el que explicaba con det alle sus argum ent os. Lent a y
laboriosam ent e, sus opiniones ganaron adept os en el m undo de la quím ica. A part ir
de ent onces, se clarificó la cuest ión del peso at óm ico, y se apreció la im port ancia de
la t abla de pesos at óm icos de Berzelius.
Para la quím ica orgánica, est e desarrollo significaba que los cient íficos podían ahora
ent enderse sobre las fórm ulas em píricas y seguir añadiendo det alles a la fórm ula
est ruct ural, prim ero en dos dim ensiones y después en t res. La form a en que est o se
llevó a cabo ha sido descrit a en el capít ulo ant erior.
Para la quím ica inorgánica los result ados fueron igualm ent e fruct íferos, dado que
ahora exist ía un orden racional para ordenar los elem ent os según su peso at óm ico
crecient e. Una vez hecho est o, los quím icos podrían m irar la t abla periódica con
nuevos oj os.
2 . La or ga n iza ción de los e le m e n t os
En 1864, el quím ico inglés John Alexander Reina Newlands ( 1837- 98) ordenó los
elem ent os conocidos según sus pesos at óm icos crecient es, y observó que est a
ordenación t am bién colocaba las propiedades de los elem ent os en un orden, al
m enos parcial ( ver fig. 13) . Al disponer los elem ent os en colum nas vert icales de
siet e, los que eran sem ej ant es t endían a quedar en la m ism a fila horizont al. Así, el
pot asio quedó cerca del sodio m uy sem ej ant e a él; el selenio quedó en la m ism a
línea que el
azufre,
m uy
parecido;
el
calcio
próxim o
al
m agnesio,
y
así
sucesivam ent e. Y efect ivam ent e, las t res t ríadas de Dóbereiner se hallaban en
dichas filas.
Newlands llam ó a est o la ley de las oct avas ( en m úsica, siet e not as form an una
oct ava, siendo la oct ava not a casi un duplicado de la prim era y principio de una
nueva oct ava) . Desgraciadam ent e, m ient ras unas filas de est a t abla cont enían
elem ent os sem ej ant es, ot ras cont enían elem ent os enorm em ent e dispares. Los
dem ás quím icos pensaron que lo que Newlands t rat aba de dem ost rar era m ás una
coincidencia que algo significat ivo. No pudo conseguir que su t rabaj o fuese
publicado.
Dos años ant es, el geólogo francés Alexandre Em ile Beguyer de Chancourt ois
( 1820- 86) t am bién había ordenado los elem ent os según su peso at óm ico crecient e
y los había dist ribuido en una especie de gráfico cilíndrico. Tam bién aquí los
elem ent os sem ej ant es t endían a coincidir en colum nas vert icales. Publicó su
t rabaj o, pero no su gráfico, y sus est udios pasaron t am bién inadvert idos ( véase
figura 14) .
Más éxit o t uvo el quím ico alem án Julius Lot har Meyer ( 1830- 95) . Meyer consideró el
volum en ocupado por det erm inados pesos fij os de los diversos elem ent os. En t ales
condiciones, cada peso cont enía el m ism o núm ero de át om os de su elem ent o. Est o
significaba que la razón de los volúm enes de los diversos elem ent os era equivalent e
a la razón de los volúm enes de los át om os sim ples que com ponían a dichos
elem ent os. Así, pues, se podía hablar de volúm enes at óm icos.
Al represent ar los volúm enes at óm icos de los elem ent os en función de los pesos
at óm icos, se obt enían una serie de ondas que alcanzaban valores m áxim os en los
m et ales alcalinos: sodio, pot asio, rubidio y cesio. Cada descenso y subida a un
m áxim o o m ínim o correspondería a un período en la t abla de elem ent os. En cada
período, t am bién descendían y subían ot ras propiedades físicas, adem ás del
volum en at óm ico ( véase figura 15) .
Figura 13. La «ley de las oct avas», publicada en 1864 por J. A. R. Newlands, fue
una precursora de la t abla periódica de Mendeleiev.
El hidrógeno, el prim ero de la list a de elem ent os ( porque t iene el peso at óm ico m ás
baj o) , es un caso especial, y puede considerarse que const it uye él solo el prim er
período. El segundo y t ercer periodos de la t abla de Meyer com prendían siet e
elem ent os cada uno, y repet ían la ley de Newlands de las oct avas. Sin em bargo, las
dos ondas siguient es com prendían m ás de siet e elem ent os, y est o dem ost raba
claram ent e que New lands había com et ido un error. No se podía forzar a que la ley
de las oct avas se cum pliese est rict am ent e a lo largo de t oda la t abla de elem ent os,
con siet e elem ent os en cada fila horizont al. Los últ im os períodos t enían que ser m ás
largos que los prim eros.
Meyer publicó su t rabaj o en 1870, pero llegó dem asiado t arde. Un año ant es, el
quím ico ruso Dim it ri I vanovich Mendeleiev ( 1834- 1907) había descubiert o t am bién
el cam bio en la longit ud de los períodos de los elem ent os, pasando luego a
dem ost rar las consecuencias de m anera part icularm ent e espect acular.
Figura 14. Un t razo en espiral fue el result ado que obt uvo Beguyer de
Chancourt ois, en 1862, al ordenar los elem ent os por su peso at óm ico y relacionar
los que poseían propiedades análogas.
Mendeleiev est aba escribiendo su t esis en Alem ania en la época en que se celebró el
Congreso de Karlsruhe, y fue uno de los que escuchó y oyó a Cannizzaro sus
opiniones sobre el peso at óm ico. De vuelt a a Rusia, com enzó t am bién él a est udiar
la list a de elem ent os según su peso at óm ico crecient e.
Mendeleiev at acó las cuest iones desde el punt o de vist a de la valencia. Observó que
los prim eros elem ent os de la list a m ost raban un cam bio progresivo en sus
valencias. Es decir, el hidrógeno t enía una valencia de 1, el lit io de 1, el berilio de 2,
el boro de 3, el carbono de 4, el nit rógeno de 3, el azufre de 2, el flúor de 1, el
sodio de 1, el m agnesio de 2, el alum inio de 3, el silicio de 4, el fósforo de 3, el
oxígeno de 2, el cloro de 1, y así sucesivam ent e.
La valencia subía y baj aba est ableciendo períodos: en prim er lugar, el hidrógeno
solo; después, dos períodos de siet e elem ent os cada uno; a cont inuación, períodos
que cont enían m ás de siet e elem ent os. Mendeleiev ut ilizó su inform ación para
const ruir no un gráfico, com o Meyer y Beguyer de Chancourt ois habían hecho, sino
una t abla com o la de Newlands.
Figura 15. El gráfico de Meyer represent aba los volúm enes de un peso fij o de los
dist int os elem ent os.
Dicha t abla periódica de elem ent os era m ás clara y llam at iva que un gráfico, y
Mendeleiev evit ó el error de Newlands de insist ir en la repet ición de períodos
iguales.
Mendeleiev publicó su t abla en 1869, un año ant es de que Meyer publicase su
t rabaj o ( véase figura 16) . Pero la razón de que la m ayor part e del m érit o en el
descubrim ient o de la t abla periódica se le haya at ribuido a él y no a los dem ás
cont ribuyent es, no es sólo una cuest ión de prioridad, sino que reside en el uso
espect acular que Mendeleiev hizo de su t abla.
Figura 16. Prim era edición de la t abla periódica de los elem ent os de Mendeleiev,
aparecida en el Journal of t he Russian Chem ical Societ y, en 1869.
Con el fin de que los elem ent os cum pliesen la condición de t ener la m ism a valencia
cuando est uviesen en una colum na det erm inada, Mendeleiev se vio obligado en uno
o dos casos a colocar un elem ent o de peso at óm ico ligeram ent e superior delant e de
ot ro de peso at óm ico inferior. Así, el t elurio ( peso at óm ico 17.6, valencia 2) t uvo
que colocarlo delant e del yodo ( peso at óm ico 126,9, valencia 1) con el fin de
m ant ener el t eluro en la colum na de valencia 2 y el yodo en la colum na de valencia
1
20
.
Por si est o fuera poco, descubrió que era necesario dej ar huecos ent eros en su
t abla. En lugar de considerar est os huecos com o im perfecciones de la t abla,
Mendeleiev los t om ó int répidam ent e com o represent ant es de elem ent os t odavía no
descubiert os.
En 1871 se fij ó de m odo especial en t res huecos: los que quedaban j unt o a los
elem ent os boro, alum inio y silicio en la t abla, t al com o se había m odificado aquel
año. Llegó incluso a dar nom bres a los elem ent os desconocidos, que - insist iócorrespondían a aquellos huecos: eka- boro, eka- alum inio, eka- silicio ( «eka» es la
palabra sánscrit a que significa «uno») . Tam bién predij o varias propiedades de t ales
elem ent os, est im ando que la predicción debía hacerse a part ir de las propiedades de
los elem ent os sit uados encim a y debaj o de los huecos de la t abla, siguiendo y
com plet ando así el razonam ient o de Dóbereiner.
El m undo de la quím ica seguía siendo escépt ico, y quizá hubiese cont inuado
siéndolo si las audaces predicciones de Mendeleiev no se hubiesen verificado de
m odo espect acular. Est e hecho se debió en prim er lugar al uso de un nuevo
inst rum ent o quím ico: el espect roscopio.
3 . Re lle n a n do los h u e cos
En
1814,
un
ópt ico
alem án,
Joseph
von
Fraunhofer
( 1787- 1826) ,
est aba
experim ent ando los excelent es prism as que él m ism o fabricaba. Hacía que la luz
pasase prim ero a t ravés de una rendij a, y a cont inuación a t ravés de sus prism as
t riangulares de vidrio. Halló que la luz form aba un espect ro de colores, cruzado por
20
El inst int o de Mendeleiev a est e r espect o le guió correct am ent e, aunque la razón de ello no se supo hast a cerca
de m edio siglo después.
una serie de líneas oscuras. Cont ó unas seiscient as de est as líneas, anot ando
cuidadosam ent e sus posiciones.
Est as líneas est aban dest inadas a proporcionar una sorprendent e inform ación a
finales de la década de 1850, gracias al físico alem án Gust av Robert Kirchhoff
( 1824- 87) , t rabaj ando en colaboración con el quím ico alem án Robert Wilhelm s
Bunsen ( 1811 - 99) .
La fuent e básica de luz que usaban era el m echero Bunsen, invent ado por Bunsen y
conocido desde ent onces por cualquier est udiant e que se inicia en el laborat orio
quím ico. Est e ingenio quem a una m ezcla de gas y aire para producir una llam a
calient e y escasam ent e lum inosa. Cuando Kirchhoff colocó crist ales de diversos
com puest os en la llam a, ardieron con luz de diferent es colores. Al pasar est a luz a
t ravés del prism a se separaba en líneas lum inosas.
Figura 17. El espect roscopio, que se ut ilizó en el descubrim ient o de diversos
elem ent os, capacit ó a los invest igadores para com parar los espect ros de líneas
lum inosas de los m et ales incandescent es.
Cada elem ent o, m ost ró Kirchhoff, produce un m odelo caract eríst ico de líneas
lum inosas cuando se calient a hast a la incandescencia, un m odelo que es diferent e
del de cualquier ot ro elem ent o. Kirchhoff había invent ado así un m ét odo de obt ener
la «huella dact ilar» de cada elem ent o por la luz que producía al calent arlo. Una vez
que los elem ent os fueron ident ificados, pudo dar la vuelt a a su razonam ient o y
deducir los elem ent os de un crist al desconocido a part ir de las líneas brillant es del
espect ro producido por ést e. El ingenio ut ilizado para analizar los elem ent os de est a
m anera se llam ó espect roscopio ( ver figura 17) .
Com o sabem os en la act ualidad, la luz se produce com o result ado de ciert os
fenóm enos que ocurren dent ro del át om o. En cada t ipo de át om o est e fenóm eno se
da de un m odo part icular. Por lo t ant o, cada elem ent o em it irá luz de una ciert a
longit ud de onda y no de ot ra.
Al incidir luz sobre vapor, esos m ism os fenóm enos que t ienen lugar dent ro de los
át om os del vapor ocurren a la inversa. La luz de ciert a longit ud de onda es ent onces
absorbida en vez de em it ida. Es m ás, puest o que en am bos casos est án im plicados
los m ism os fenóm enos ( en un sent ido en un caso, en sent ido cont rario en el ot ro) ,
las longit udes de onda de la luz absorbida por el vapor en un conj unt o de
condiciones det erm inado son exact am ent e las m ism as que las que ese vapor
part icular em it iría baj o ot ro conj unt o de condiciones.
Las líneas oscuras del espect ro de la luz solar eran debidas m uy probablem ent e a la
absorción de la luz del cuerpo incandescent e del Sol por los gases de su
relat ivam ent e fría at m ósfera. Los vapores de la at m ósfera solar absorbían luz, y de
la posición de las líneas oscuras result ant es podría deducirse qué elem ent os est aban
present es en la at m ósfera solar.
El espect roscopio se usó para m ost rar que el Sol ( así com o las est rellas y el m at erial
gaseoso int erest elar) est aba form ado por elem ent os idént icos a los de la Tierra.
Est a conclusión desbarat ó finalm ent e la creencia de Arist ót eles de que los cuerpos
celest es est aban hechos de sust ancias de nat uraleza dist int a a aquellas de las que
est á form ada la Tierra.
El espect roscopio ofrecía un nuevo y poderoso m ét odo para la det ección de nuevos
elem ent os. Si un m ineral incandescent e revelaba líneas espect rales pert enecient es a
un elem ent o no conocido, parecía razonable suponer que est aba en j uego un
elem ent o nuevo.
Bunsen y Kirchhoff com probaron hábilm ent e est a suposición cuando, en 1860,
exam inaron un m ineral con líneas espect rales desconocidas y em pezaron a
est udiarlo por si se t rat aba de un nuevo elem ent o. Encont raron el elem ent o y
probaron que era un m et al alcalino, relacionado en sus propiedades con el sodio y el
pot asio. Lo llam aron cesio, del vocablo lat ino que significa «azul cielo», debido al
color de la línea m ás prom inent e de su espect ro. En 1861 repit ieron su t riunfo al
descubrir ot ro m et al alcalino m ás, el rubidio, de la palabra lat ina que significa roj o,
de nuevo por el color de la línea del espect ro.
Ot ros quím icos em pezaron a hacer uso de est a nueva herram ient a. Uno de ellos fue
el quím ico francés Paul Em ile Lecoq de Boisbaudran ( 1838- 1912) , que pasó quince
años est udiando los m inerales de su Pirineo nat al por m edio del espect roscopio. En
1875 rast reó ciert as líneas desconocidas y halló un nuevo elem ent o en el m ineral de
cinc. Lo llam ó galio, de Galia ( Francia) .
Algún t iem po después preparó una cant idad suficient e del nuevo elem ent o para
est udiar sus propiedades. Mendeleiev leyó la com unicación de Lecoq de Boisbaudran
e inm ediat am ent e señaló que el nuevo elem ent o no era sino su propio eka- alum inio.
Una invest igación post erior confirm ó la ident ificación; la predicción de Mendeleiev
de las propiedades del eka- alum inio correspondía en t odo a las del galio.
Los ot ros dos elem ent os predichos por Mendeleiev se encont raron por m edio de
viej as t écnicas. En 1879, un quím ico sueco, Lars Fredrick Nilson ( 1840- 99) ,
descubrió un nuevo elem ent o al que llam ó escandio ( de Escandinavia) . Cuando sus
propiedades fueron publicadas, uno de los colegas de Nilson, el quím ico sueco Per
Theodor Cleve ( 1840- 1905) , señaló inm ediat am ent e su parecido con la descripción
del eka- boro de Mendeleiev.
Por últ im o, en 1866, un quím ico alem án, Clem ens Alexander Winkler ( 1838- 1904) ,
analizando un m ineral de plat a, halló que t odos los elem ent os conocidos que
cont enía alcanzaban solam ent e el 93 por 100 de su peso. I nvest igando el rest ant e 7
por 100, encont ró un nuevo elem ent o que llam ó germ anio ( de Alem ania) . Ést e
venía a ser el eka- silicio de Mendeleiev.
Así, dent ro de los quince años siguient es a la descripción por Mendeleiev de t res
elem ent os desconocidos, t odos habían sido descubiert os y se halló que sus
descripciones coincidían con asom brosa exact it ud. Nadie podía dudar, después de
est o, de la validez o ut ilidad de la t abla periódica.
4 . Los n u e vos e le m e n t os por gr u pos
El sist em a de Mendeleiev aún t enía que resist ir el im pact o del descubrim ient o de
nuevos elem ent os adicionales, para los que podría, o no podría, encont rarse sit io en
la t abla periódica.
Ya en 1794, por ej em plo, el quím ico finlandés Johan Gadolin ( 1760- 1852) había
descubiert o un nuevo óxido m et álico ( o t ierra) en un m ineral obt enido de la cant era
de Yt t erby, cerca de Est ocolm o, Suecia. Com o la nueva t ierra era m ucho m enos
corrient e que ot ras com o la sílice, caliza y m agnesia, se le dio el nom bre de t ierra
rara. Gadolin llam ó a su óxido it erbio, por la cant era de procedencia; quince años
después, se obt uvo el elem ent o it erbio. Los m inerales de t ierras raras se analizaron
a m ediados del siglo xix y se averiguó que cont enían t odo un grupo de elem ent os,
los llam ados t ierras raras. El quím ico sueco Carl Gust av Mosander ( 1797- 1858) , por
ej em plo, descubrió no m enos de cuat ro t ierras raras a finales de los años 30 y
com ienzo de los 40 del pasado siglo. Eran el lant ano, erbio, t erbio y didim io. En
realidad eran cinco, puest o que cuarent a años después, en 1885, el quím ico
aust riaco Carl Auer, Barón von Welsbach ( 1858- 1929) , halló que el didim io era una
m ezcla de dos elem ent os, que llam ó praseodim io y neodim io. Lecoq de Boisbaudran
descubrió ot ros dos, el sam ario, en 1879, y el disprosio en 1886. Cleve t am bién
descubrió dos: holm io y t ulio, am bos en 1879. Hacia 1907, cuando el quím ico
francés Georges Urbain ( 1872- 1938) descubrió la t ierra rara lut ecio, se había
descubiert o ya un t ot al de cat orce de t ales elem ent os.
Las t ierras raras poseían propiedades quím icas m uy sim ilares, y t odas t enían una
valencia de 3. Cabría suponer que deberían ent rar t odas en una única colum na de la
t abla periódica. Pero t al ordenam ient o era im posible. Ninguna colum na era
suficient em ent e larga para cont ener cat orce elem ent os. Adem ás, las cat orce t ierras
raras t enían unos pesos at óm icos m uy próxim os. Sobre la base de los pesos
at óm icos debían colocarse t odas ellas en una sola fila horizont al, en un solo período.
Podía hacerse sit io para ellas en el sext o período, que era m ás largo que el cuart o y
el quint o, igual que ést os eran m ás largos que el segundo y el t ercero. La sim ilit ud
en propiedades de las t ierras raras perm aneció, no obst ant e, sin explicar hast a
1920. Hast a ent onces, esa falt a de explicación arroj ó ciert as som bras sobre la t abla
periódica.
Había ot ro grupo de elem ent os cuya exist encia era com plet am ent e inesperada en
t iem po de Mendeleiev, y que no causaron t ant os problem as. En realidad, encaj aron
perfect am ent e en la t abla periódica.
El conocim ient o relat ivo a ellos llegó con el t rabaj o del físico inglés John William
St rut t , lord Rayleigh ( 1842- 1919) , en 1880, quien est aba m idiendo con gran
cuidado los pesos at óm icos del oxígeno, hidrógeno y nit rógeno. En el caso del
nit rógeno halló que el peso at óm ico variaba con la fuent e del gas. El nit rógeno del
aire parecía t ener un peso at óm ico ligeram ent e m ás alt o que el nit rógeno de los
com puest os del suelo.
Un quím ico escocés, William Ram say ( 1852- 1916) , se int eresó en est e problem a y
recordó que Cavendish, en un experim ent o olvidado hacía m ucho, había t rat ado de
com binar el nit rógeno del aire con el oxígeno. Halló que al final se liberaban unas
burbuj as de un gas que no podía com binarse con el oxígeno en ninguna
circunst ancia. Esas burbuj as finales podrían no haber sido nit rógeno. ¿Sería que el
nit rógeno, t al com o se ext rae norm alm ent e del aire, cont iene ot ro gas levem ent e
m ás denso a m odo de im pureza, y que fuese ese gas el que hacía que el nit rógeno
del aire pareciese un poco m ás pesado de lo que cabría esperar?
En 1894, Ram say repit ió el experim ent o de Cavendish y aplicó unos inst rum ent os
analít icos que ést e no poseía. Ram say calent ó las burbuj as finales de gas que no
podía reaccionar, y est udió las líneas lum inosas de su espect ro. Las líneas m ás
fuert es est aban en posiciones que coincidían con las de un elem ent o desconocido.
Se t rat aba en consecuencia de un nuevo gas, m ás denso que el nit rógeno, que
const it uía alrededor del 1 por 100 del volum en de la at m ósfera. Era quím icam ent e
inert e y no se le podía hacer reaccionar con ningún ot ro elem ent o, así que fue
denom inado argón, de la palabra griega que significa «inert e».
El argón result ó t ener un peso at óm ico j ust o por debaj o de 40. Est o significaba que
debía encaj arse en alguna part e de la t abla periódica hacia la región de los
siguient es elem ent os: azufre ( peso at óm ico 32) , cloro ( peso at óm ico 35,5) , pot asio
( peso at óm ico 39) y calcio ( peso at óm ico j ust o por encim a de 40) .
Si el peso at óm ico del argón fuese la sola condición a t ener en cuent a, el nuevo
elem ent o debería haber ido ent re el pot asio y el calcio. Pero Mendeleiev había
est ablecido el principio de que la valencia era m ás im port ant e que el peso at óm ico.
Ya que el argón no se com binaba con ningún elem ent o, podía decirse que t enía una
valencia de 0. ¿Cóm o encaj ar est o?
La valencia del azufre es 2, la del cloro 1, la del pot asio 1, y la del calcio 2. La
progresión de la valencia en esa región de la t abla periódica es 2, 1, 1,2. Una
valencia de 0 encaj aría claram ent e ent re los dos unos: 2, 1, 0, 1, 2. Por t ant o el
argón no podía exist ir solo. Tenía que haber una fam ilia de gases inert es, cada uno
de ellos con una valencia de 0. Tal fam ilia encaj aría lim piam ent e ent re la colum na
que cont iene los halógenos ( cloro, brom o, et c.) y la de los m et ales alcalinos ( sodio,
pot asio, et cét era) , t odos ellos con una valencia de 1.
Figura 18. Hoy día, la t abla periódica ordena los elem ent os por su núm ero at óm ico
( el núm ero de prot ones exist ent es en el núcleo) e incluye los elem ent os
descubiert os desde la época de Mendeleiev, y los producidos art ificialm ent e desde
la Segunda Guerra Mundial.
Ram say em pezó a invest igar. En 1895 supo que en los Est ados Unidos se habían
obt enido m uest ras de un gas ( que se había t om ado por nit rógeno) a part ir de un
m ineral de uranio. Ram say repit ió el t rabaj o y halló que el gas, exam inado al
espect roscopio, m ost raba líneas que no pert enecían ni al nit rógeno ni al argón. Lo
m ás sorprendent e era que en lugar de ellos se t rat aba de las líneas que había
observado en el espect ro solar el ast rónom o francés Pierre Jules César Janssen
( 1824- 1907) durant e un eclipse solar ocurrido en 1868. En aquel ent onces, el
ast rónom o inglés Joseph Norm an Lockyer ( 1836- 1920) las había at ribuido a un
nuevo elem ent o que denom inó helio, de la palabra griega que significa Sol.
Los quím icos habían prest ado en general poca at ención en aquel t iem po al
descubrim ient o de un elem ent o desconocido en el Sol, basado en una prueba t an
frágil com o la espect roscopia. Pero el t rabaj o de Ram say dem ost ró que ese m ism o
elem ent o exist ía en la Tierra, y m ant uvo el nom bre dado por Lockyer. El helio es el
m ás ligero de los gases nobles, y, después del hidrógeno, el elem ent o de m enor
peso at óm ico.
En 1898, Ram say hirvió aire líquido cuidadosam ent e buscando m uest ras de gases
inert es, que él esperaba burbuj easen prim ero. Encont ró t res, que llam ó neón
( «nuevo») , cript ón ( «ocult o») y xenón ( «ext ranj ero») .
Los gases inert es fueron considerados al principio com o m era curiosidad, de int erés
solam ent e para quím icos encerrados en su t orre de m arfil. Pero en invest igaciones
que com enzaron en 1910, el quím ico francés Georges Claude ( 1870- 1960) m ost ró
que una corrient e eléct rica forzada a t ravés de ciert os gases com o el neón producía
una luz suave y coloreada.
Los t ubos llenos con dicho gas podían m oldearse form ando las let ras del alfabet o,
palabras o dibuj os. En la década de 1940, las bom billas de luz incandescent e de la
celebrada Great Whit e Way y ot ros cent ros de diversión sem ej ant es de la ciudad de
Nueva York, fueron reem plazadas por luces de neón.
Ca pít u lo 9
Qu ím ica física
Cont enido:
1. Calor
2. Term odinám ica quím ica
3. Cat álisis
4. Disociación iónica
5. Más sobre los gases
1 . Ca lor
En los siglos XVI I y XVI I I , los m undos de la quím ica y la física parecían m ut uam ent e
bien delim it ados. La quím ica era el est udio de aquellos cam bios que im plicaban
alt eraciones en la est ruct ura m olecular. La física era el est udio de los cam bios que
no im plicaban dichas alt eraciones.
En la prim era part e del siglo XI X, m ient ras Davy se ocupaba en alt erar la
ordenación m olecular de los com puest os inorgánicos y Bert helot en alt erar la de los
com puest os orgánicos, los físicos est aban est udiando el fluj o de calor. Est e est udio
del fluj o de calor se denom inó t erm odinám ica ( de las palabras griegas que significan
«m ovim ient o de calor») .
Sobresalient es en est e cam po fueron el físico inglés Jam es Prescot t Joule ( 1818- 89)
y los físicos alem anes Julius Robert von Mayer ( 1814- 78) y Herm ann Ludwig
Ferdinand von Helm holt z ( 1821- 94) . En la década de 1840 su t rabaj o puso en claro
que en las vicisit udes sufridas por el calor y ot ras form as de energía, no se dest ruye
ni se crea energía. Est e principio se llam ó la ley de conservación de le energía, o
prim er principio de la t erm odinám ica.
Vinieron después los t rabaj os del físico francés Nicolás Léonard Sadi Carnot ( 17961832) , del físico inglés William Thom son, post eriorm ent e Lord Kelvin ( 1824- 1907) ,
y del físico alem án Rudolf Julius Em anuel Clausius ( 1822- 88) . Se dem ost ró que el
calor, abandonado a sí m ism o, fluye espont áneam ent e desde un punt o a m ayor
t em perat ura hacia ot ro a m enor t em perat ura, y que a part ir del calor se puede
obt ener t rabaj o solam ent e cuando exist e t al fluj o de calor a t ravés de una diferencia
de t em perat uras. Est a inferencia fue generalizada para aplicarla a cualquier form a
de energía que fluye desde un punt o de m ayor int ensidad hacia ot ro de m enor
int ensidad.
Clausius ideó en 1850 el t érm ino ent ropía para designar la proporción ent re el calor
cont enido en un sist em a aislado y su t em perat ura absolut a. Dem ost ró que en
cualquier cam bio espont áneo de energía la ent ropía del sist em a se increm ent a. Est e
principio se llam ó segundo principio de la t erm odinám ica.
Tales avances en el t erreno de la física no podían aislarse de la quím ica. Después de
t odo, apart e del Sol, la m ayor fuent e de calor en el m undo del siglo XI X residía en
reacciones quím icas com o la com bust ión de la m adera, carbón o pet róleo.
Ot ras reacciones quím icas t am bién desarrollaban calor, com o por ej em plo, la
neut ralización de ácidos por bases. De hecho, t odas las reacciones quím icas
im plican algún t ipo de t ransferencia t érm ica, bien de em isión de calor ( y a veces de
luz) al ent orno, bien de absorción de calor ( y a veces de luz) desde el ent orno.
En 1840 los m undos de la quím ica y de la física se unieron y com enzaron a m archar
j unt os con el t rabaj o de un quím ico ruso- suizo, Germ ain Henri Hess ( 1802- 1850) .
Hess dio a conocer los result ados de cuidadosas m edidas que había t om ado sobre la
cant idad de calor desarrollada en las reacciones quím icas ent re cant idades fij as de
algunas sust ancias. Logró dem ost rar que la cant idad de calor producida ( o
absorbida) en el paso de una sust ancia a ot ra era siem pre la m ism a, no im port ando
por qué rut a quím ica había ocurrido el cam bio, ni en cuánt as et apas. Debido a est a
generalización ( ley de Hess) , Hess es considerado en ocasiones com o el fundador de
la t erm oquím ica ( quím ica del calor) .
Basándose en la ley de Hess, parecía alt am ent e probable que la ley de conservación
de la energía se aplicase t ant o a los cam bios quím icos com o a los cam bios físicos.
En realidad, generalizando m ás, las leyes de la t erm odinám ica debían cum plirse
probablem ent e t ant o en la quím ica com o en la física.
Est a línea de experim ent ación y razonam ient o sugería que las reacciones quím icas com o los procesos físicos- t ienen una dirección inherent e y espont ánea en la que la
ent ropía crece. Pero la ent ropía es una cant idad difícil de m edir direct am ent e, y los
quím icos buscaron ot ro crit erio m ás sim ple que pudiera servir com o m edida de esa
«fuerza im pulsora».
En los años 1860- 69, Bert helot , que había hecho t an im port ant es t rabaj os en
sínt esis orgánica, volvió su at ención hacia la t erm oquím ica. I deó m ét odos para
efect uar reacciones quím icas dent ro de cám aras cerradas rodeadas por agua a
t em perat ura conocida. A part ir del increm ent o en la t em perat ura del agua
circundant e al finalizar la reacción, podía m edirse la cant idad de calor desarrollada
por la m ism a.
Ut ilizando est e t ipo de calorím et ro ( de la palabra lat ina que significa «m edida de
calor») , Bert helot obt uvo det erm inaciones cuidadosas de la cant idad de calor
desarrollada por cient os de diferent es reacciones quím icas. I ndependient em ent e, el
quím ico danés Hans Pet er Jórgen Julius Thom sen ( 1826- 1909) hizo experim ent os
sem ej ant es.
Bert helot pensaba que las reacciones que liberaban calor eran espont áneas,
m ient ras que aquellas que absorbían calor no lo eran. Puest o que t oda reacción que
liberaba calor t enía que absorberlo al desarrollarse en dirección cont raria ( Lavoisier
y Laplace) , fueron los prim eros en expresar t ales opiniones) , cualquier reacción
quím ica sólo podría ocurrir espont áneam ent e en una dirección, liberando calor en el
proceso.
Com o ej em plo digam os que cuando se com binan hidrógeno y oxígeno para form ar
agua, la reacción libera una gran cant idad de calor. Est a reacción es espont ánea, y,
una vez iniciada, llega rápidam ent e a su fin, a veces con violencia explosiva.
Por el cont rario, la reacción inversa de descom posición del agua en hidrógeno y
oxígeno requiere una aport ación de energía. La energía puede sum inist rarse en
form a de calor, o m ej or aún de elect ricidad. No obst ant e, dicha rupt ura de la
m olécula de agua no es espont ánea. No parece que ocurra nunca a m enos que se
sum inist re energía, e incluso en ese caso la reacción cesa en el m om ent o en que se
int errum pe el fluj o de energía.
Pero aunque la generalización de Bert helot parece plausible a prim era vist a, es
errónea. En prim er lugar, no t odas las reacciones espont áneas liberan calor.
Algunas absorben t ant o calor que m ient ras se llevan a cabo la t em perat ura del
m edio am bient e desciende.
En segundo lugar, exist en reacciones reversibles. En ést as, las sust ancias A y B
pueden reaccionar espont áneam ent e y convert irse en las sust ancias C y D, m ient ras
que C y D pueden, t am bién espont áneam ent e, reaccionar en sent ido inverso, hast a
llegar a A y B. Y t odo ello ocurre a pesar de que el calor liberado en la reacción que
t ranscurre en un sent ido debe absorberse en la reacción inversa. Un ej em plo sim ple
es el del yoduro de hidrógeno, que se descom pone en una m ezcla de hidrógeno y
yodo. La m ezcla es capaz de recom binarse para form ar yoduro de hidrógeno. Est o
puede escribirse en form a de ecuación:
2HI < = = > H 2 + I 2 .
La doble flecha indica que es una reacción reversible.
Las reacciones reversibles se conocían ya en el t iem po de Bert helot . Fueron
cuidadosam ent e est udiadas por prim era vez en 1850, por William son, durant e el
t rabaj o que le conduj o a sus conclusiones relat ivas a los ét eres. Halló sit uaciones en
las que, em pezando con una m ezcla de A y B se form aban las sust ancias C y D. Si
en lugar de ello em pezaba con una m ezcla de C y D, se form aban las sust ancias A y
B. En cualquiera de los casos, exist iría al final una m ezcla de A, B, C y D, en
proporciones aparent em ent e fij as. La m ezcla est aría en equilibrio.
Pero
William son
no
creía
que
porque
la
com posición
de
la
m ezcla
fuese
aparent em ent e fij a, no sucediera nada. Creyó que A y B reaccionaban para form ar C
y D, m ient ras que C y D reaccionaban para form ar A y B. Am bas reacciones se
hallaban progresando cont inuam ent e, pero cada una neut ralizaba los efect os de la
ot ra, dando la ilusión de un equilibrio. Est a condición era un equilibrio dinám ico.
El t rabaj o de William son m arcó el com ienzo del est udio de la cinét ica quím ica, est o
es, el est udio de las velocidades de las reacciones quím icas. A part ir del t rabaj o de
William son est aba bast ant e claro que algo m ás que la m era evolución del calor
dict aba la espont aneidad de una reacción quím ica. Est e «algo m ás» est aba siendo
invest igado ya en la época en que Bert helot y Thom sen realizaban sus innum erables
m ediciones calorim ét ricas, pero desgraciadam ent e el t em a perm aneció ent errado
baj o una lengua poco conocida.
2 . Te r m odin á m ica qu ím ica
En 1863 los quím icos noruegos Cat o Maxim ilian Guldberg ( 1836- 1902) y Pet er
Waage ( 1833- 1900) publicaron un follet o que t rat aba del sent ido de las reacciones
espont áneas. Volvían a la sugerencia, hecha m edio siglo ant es por Bert hollet , de
que el sent ido de una reacción dependía de la m asa de las sust ancias individuales
que t om aban part e en ella.
Guldberg y Waage pensaban que la sola m asa no const it uía t oda la respuest a. Más
bien era cuest ión de la cant idad de m asa de una sust ancia det erm inada que se
acum ulaba en un volum en dado de la m ezcla reaccionant e, en ot ras palabras, de la
concent ración de la sust ancia.
Supongam os que A y B pueden reaccionar para form ar C y D, y que asim ism o C y D
pueden hacerlo para form ar A y B. Est a doble reacción puede represent arse de est a
form a:
A+ B< = = > C + D.
Tal sit uación es un ej em plo de una de las reacciones reversibles de William son, y
llega al equilibrio en unas condiciones en que A, B, C y D se encuent ran t odas ellas
en el sist em a. El punt o de equilibrio depende de la velocidad a la que reaccionan A y
B ( velocidad 1) com parada con la velocidad a la que reaccionan C y D ( velocidad 2) .
Supongam os que la velocidad 1 es m ucho m ayor que la 2. En est e caso, A y B
reaccionarán rápidam ent e, produciendo una cant idad considerable de C y D,
m ient ras que C y D reaccionarán lent am ent e y producirán una cant idad pequeña de
A y B. En poco t iem po, la m ayor part e de A y B se habrá convert ido en C y D, pero
no así a la inversa. Cuando la reacción alcance el equilibrio, C y D predom inarán en
la m ezcla. Fij ándonos en la ecuación ant erior podrem os decir que el punt o de
equilibrio est á «desplazado hacia la derecha».
Lo cont rario se cum ple cuando la velocidad 2 es m ucho m ayor que la 1. En est e
caso, C y D reaccionarán para producir A y B m ucho m ás rápidam ent e de lo que
reaccionarán A y B para producir C y D. En el equilibrio, A y B dom inarán en la
m ezcla. El punt o de equilibrio est ará ent onces «desplazado hacia la izquierda».
Pero la velocidad 1 depende de la frecuencia con que una m olécula de A colisiona
con una m olécula de B, ya que sólo en base a est a colisión puede ocurrir la
reacción, y ni siquiera ent onces ocurrirá siem pre. Asim ism o, la velocidad 2 depende
de la frecuencia con que una m olécula de C colisiona con una m olécula de D.
Supongam os ent onces que se añade m ás A o B ( o am bas) al sist em a sin cam biar su
volum en. La concent ración de A o B ( o am bas) ha aum ent ado, y exist e ahora una
m ayor probabilidad de colisión ent re ellas ( del m ism o m odo que exist e una m ayor
probabilidad de colisión de aut om óviles cuando una aut opist a est á llena a una hora
punt a que cuando est á relat ivam ent e vacía a m edia m añana) .
Así, pues, al increm ent ar la concent ración de A o de B o de am bas, increm ent a la
velocidad 1; al dism inuir la concent ración dism inuirá la velocidad del m ism o m odo,
un increm ent o en la concent ración de C o D, o de am bas, aum ent ará la velocidad 2.
Alt erando la velocidad 1 o la 2, se puede alt erar la com posición de la m ezcla en
equilibrio. Si se alt era la concent ración de cualquiera de las sust ancias part icipant es,
cam biará la posición del punt o de equilibrio.
Aunque las concent raciones de A, B, C y D en el equilibrio podían m odificarse en la
m edida en que uno o m ás de dichos com ponent es se añadiesen o se ext raj esen de
la m ezcla, Guldberg y Waage hallaron que podía definirse un fact or invariable. En el
equilibrio, la razón ent re el product o de las concent raciones de las sust ancias
exist ent es a un lado de la doble flecha y el product o de las concent raciones al ot ro
lado de la doble flecha, perm anece const ant e.
Supongam os que represent am os la concent ración de una sust ancia dada con el
sím bolo de ést a ent re corchet es. Podem os decir ent onces, respect o a la reacción
que est am os t rat ando, que en el equilibrio:
C D K
A B
El sím bolo K represent a la const ant e de equilibrio, caract eríst ica de una reacción
reversible dada que se desarrolla a t em perat ura fij a.
La ley de acción de m asas de Guldberg y Waage fue una guía adecuada para la
com prensión de las reacciones reversibles, m ucho m ás que lo fuera la falsa
sugerencia de Bert helot . Desgraciadam ent e, Guldberg y Waage publicaron su
t rabaj o en noruego, y perm aneció desconocido hast a 1879, año en que se t raduj o al
alem án.
Ent re t ant o, el físico am ericano Josiah Willard Gibbs ( 1839- 1903) est aba aplicando
sist em át icam ent e las leyes de la t erm odinám ica a las reacciones quím icas y publicó
una serie de largos t rabaj os sobre el t em a ent re los años 1876 y 1878.
Gibbs desarrolló el concept o de energía libre, una m agnit ud que incorporaba en sí
m ism a t ant o el cont enido de calor com o la ent ropía. En cualquier reacción quím ica
la energía libre del sist em a cam biaba. Cuando la energía libre descendía, la ent ropía
aum ent aba siem pre, y la reacción era espont ánea. ( La ut ilidad de la energía libre
reside en el hecho de que su variación es m ás fácil de m edir que la variación de
ent ropía.) El cam bio en el cont enido de calor dependía de la cant idad exact a en que
la energía libre descendía en una reacción espont ánea, de m odo que se liberaba
calor. Pero ocasionalm ent e el cam bio de energía libre y ent ropía era t al que el
cont enido de calor aum ent aba, y ent onces la reacción, aunque espont ánea, absorbía
energía.
Gibbs t am bién dem ost ró que la energía libre de un sist em a cam biaba algo al variar
la concent ración de las sust ancias que com ponían el sist em a. Supongam os que la
energía libre de A + B no es m uy diferent e de la de C + D. En ese caso, las
pequeñas m odificaciones int roducidas por cam bios en la concent ración pueden ser
suficient es para hacer la energía libre de A + B m ayor que la de C + D a
det erm inadas concent raciones, y m enor a ot ras. La reacción puede avanzar
espont áneam ent e en un sent ido para una serie de concent raciones, y en el sent ido
opuest o para ot ras ( t am bién espont áneam ent e) .
La velocidad de variación de la energía libre varía a m edida que la concent ración de
una sust ancia det erm inada es el pot encial quím ico de dicha sust ancia, y Gibbs logró
dem ost rar que era el pot encial quím ico el que act uaba com o «fuerza direct ora» en
las reacciones quím icas. Una reacción quím ica variaba espont áneam ent e desde un
punt o de alt o pot encial quím ico a ot ro de baj o pot encial, así com o el calor fluía
espont áneam ent e desde un punt o de alt a t em perat ura a ot ro de baj a t em perat ura.
De est e m odo, Gibbs dio significado a la ley de acción de m asas, ya que dem ost ró
que en el equilibrio la sum a de los pot enciales quím icos de t odas las subst ancias
im plicadas era m ínim a. Si se com enzaba con A + B, la «cim a» de pot encial quím ico
descendía a m edida que se form aba C + D. Si se em pezaba con C + D, aquélla
descendía a m edida que se form aba A + B. En el equilibrio, se había alcanzado la
part e m ás baj a del «valle de energía» ent re las dos «cim as».
Gibbs cont inuó aplicando los principios de la t erm odinám ica a los equilibrios ent re
fases diferent es ( líquido, sólido y gas) incluidas en un sist em a quím ico det erm inado.
Por ej em plo, el agua líquida y el vapor de agua ( un com ponent e, dos fases) pueden
exist ir j unt os a diferent es t em perat uras y presiones, pero si se fij a la t em perat ura,
la presión queda fij ada t am bién. El agua líquida, el vapor de agua y el hielo ( un
com ponent e, t res fases) pueden exist ir j unt os solam ent e a una t em perat ura y
presión det erm inadas.
Gibbs elaboró una ecuación sim ple, la regla de las fases, que perm it ía predecir la
form a en que la t em perat ura, la presión y las concent raciones de los dist int os
com ponent es podían variarse en t odas las com binaciones de com ponent es y fases.
Así se fundó la t erm odinám ica quím ica, con t al det alle y perfección que poco les
quedaba por hacer a los sucesores de Gibbs21 . No obst ant e, a pesar de la
im port ancia fundam ent al y la not able elegancia del t rabaj o de Gibbs, no fue
reconocido inm ediat am ent e en Europa, ya que se publicó en una revist a am ericana
ignorada por los especialist as europeos en la m at eria.
3 . Ca t á lisis
En el últ im o cuart o del siglo XI X, Alem ania iba a la cabeza del m undo en el est udio
de los cam bios físicos asociados a las reacciones quím icas. El cient ífico m ás
im port ant e en est e cam po de la quím ica física fue el quím ico ruso- germ ano Friedrich
Wilhelm Ost wald ( 1853- 1932) . Gracias a él m ás que a ninguna ot ra persona, la
quím ica física llegó a ser reconocida com o una disciplina con derecho propio. Hacia
1887 había escrit o el prim er libro de t ext o sobre el t em a, y fundó la prim era revist a
dedicada exclusivam ent e a la m at eria.
21
Sin em bargo, un ej em plo de una adición im port ant e fue la int roducida por el quím ico am er icano Gilbert New t on
Lewis ( 1875- 1946) . En 1923, en un libro clásico de t erm odinám ica, int roduj o el concept o de act iv idad. La act iv idad
de una sust ancia no es idént ica a su concent ración, pero est á relacionada con ella. Las ecuaciones de la
t er m odinám ica quím ica pueden hacerse m ás precisas y «ext enderse sobr e un dom inio m ás am plio si se sust it uye la
act ividad por la concent ración.
Nada m ás lógico que Ost wald se hallara ent re los prim eros europeos que
descubrieron y apreciaron el t rabaj o de Gibbs, t raduciendo sus com unicaciones
sobre
t erm odinám ica
quím ica
al
alem án
en
1892.
Ost wald
procedió
casi
inm ediat am ent e a poner en práct ica las t eorías de Gibbs en relación con el
fenóm eno de la cat álisis.
Cat álisis ( una palabra sugerida por Berzelius en 1835) es un proceso en el cual la
velocidad de una reacción quím ica det erm inada es acelerada, en ocasiones
enorm em ent e, por la presencia de pequeñas cant idades de una sust ancia que no
parece t om ar part e en la reacción. Así, el polvo de plat ino cat aliza la adición del
hidrógeno al oxígeno y a diversos com puest os orgánicos, t al com o descubrió Davy
( el que aisló el sodio y el pot asio) en 1816. Por ot ro lado, un ácido cat aliza la
descom posición en unidades sim ples de varios com puest os orgánicos, com o
dem ost ró por prim era vez G. S. Kirchhoff en 1812. Al final de la reacción, el plat ino
o el ácido est án t odavía present es en la cant idad original.
En 1894, Ost wald preparó un resum en de un t rabaj o de ot ro aut or sobre el calor de
com bust ión de los alim ent os y lo publicó en su propia revist a. Discrepaba
t ot alm ent e de las conclusiones del aut or, y para reforzar su desacuerdo discut ía la
cat álisis.
Apunt aba que las t eorías de Gibbs hacían suponer que los cat alizadores aceleraban
esas reacciones sin alt erar las relaciones energét icas de las sust ancias im plicadas y
m ant enía que el cat alizador debía com binarse con las sust ancias reaccionant es para
form ar un com puest o int erm edio que se descom ponía, dando el product o final. La
rupt ura del com puest o int erm edio liberaría el cat alizador, que recuperaría así su
form a original.
Sin la presencia de est e com puest o int erm edio form ado con el cat alizador, la
reacción
se
produciría
m ucho
m ás
lent am ent e,
a
veces
t ant o
que
sería
im percept ible. Por consiguient e, el efect o del cat alizador era acelerar la reacción sin
consum irse él m ism o. Adem ás, com o una m ism a m olécula de cat alizador se
ut ilizaba una y ot ra vez, bast aba con una pequeña cant idad de ést e para acelerar la
reacción de una cant idad m uy grande de reaccionant es.
Est e concept o de la cat álisis sigue t odavía en pie y ha cont ribuido a explicar la
act ividad de los cat alizadores prot eicos ( o enzim as) que cont rolan las reacciones
quím icas en los t ej idos vivos 22 .
Ost wald fue un seguidor de los principios del físico y filósofo aust riaco Ernst Mach
( 1838- 1916) , quien creía que los cient íficos debían t rat ar sólo de m at erias que
fuesen direct am ent e m ensurables, y no debían crear «m odelos» basados en
pruebas indirect as. Por est a razón, Ost wald rehusó acept ar la realidad de los
át om os, ya que no exist ían pruebas direct as de su exist encia. Fue el últ im o
cient ífico im port ant e que se resist ió a la t eoría at óm ica ( aunque no negaba su
ut ilidad, por supuest o) .
Y aquí hizo su aparición en escena el t em a del m ovim ient o browniano. Est e
fenóm eno, que im plica el m ovim ient o rápido e irregular de pequeñas part ículas
suspendidas en agua, fue observado por prim era vez en 1827 por un bot ánico
escocés, Robert Brow n ( 1773- 1858) .
El físico germ ano- suizo Albert Einst ein ( 1879- 1955) dem ost ró en 1905 que est e
m ovim ient o puede at ribuirse al bom bardeo de las part ículas por m oléculas de agua.
Com o en un m om ent o dado puede haber m ás m oléculas golpeando desde una
dirección que desde ot ra, las part ículas serán im pulsadas ahora hacia acá, ahora
hacia allá. Einst ein elaboró una ecuación para calcular el t am año real de las
m oléculas de agua después de m edir ciert as propiedades de las part ículas en
m ovim ient o.
Un físico francés, Jean Bapt ist e Perrin ( 1870- 1942) , hizo las m edidas necesarias en
1908, y obt uvo la prim era est im ación segura del diám et ro de las m oléculas y, por
t ant o, de los át om os. Dado que el m ovim ient o browniano era una observación
razonablem ent e direct a de los efect os de las m oléculas individuales, hast a el m ism o
Ost vald t uvo que abandonar su oposición a la t eoría at óm ica 23 .
22
El avance del conocim ient o en el cam po de la bioquím ica ( est o es, las reacciones quím icas, ordinar iam ent e
cont roladas por enzim as, que ocurren en los t ej idos vivos) es t rat ado solam ent e de pasada en est e libr o. Se discut e
con m ás det alle en m i libro A Short Hist ory of Biology.
23
Las pruebas en favor de la exist encia de los át om os ( apr oxim adam ent e 1/ 100.000.000 cent ím et ros de diám et ro)
e incluso de part ículas m ás pequeñas, han cont inuado acum ulándose en cant idad abrum adora desde el t iem po de
Perrin. Algunas de est as pruebas se det allan en los últ im os t r es capít ulos de est e libro. Com o culm inación de la
hist oria que em pezó con Dem ócr it o, el físico ger m ano- am er icano Er win Wilhelm Mueller ( 1911- 77) invent ó el
Tam poco fue Ost wald el único que reconoció el valor de Gibbs en la década de
1890- 99. El físico- quím ico holandés Hendrik Willem Bakhuis Roozebom m ( 18541907) difundió la regla de las fases de Gibbs por t oda Europa, y lo hizo del m odo
m ás eficaz.
Adem ás, el t rabaj o de Gibbs fue t raducido al francés en 1899 por Henri Louis Le
Chat elier ( 1850- 1936) . Le Chat elier, un físico- quím ico, es m ás conocido en la
act ualidad por su enunciado, en el año 1888, de una regla, que se conoce t odavía
com o el principio de Le Chat elier. Est a regla puede est ablecerse así: cada cam bio de
uno de los fact ores de un equilibrio supone un reaj ust e del sist em a en el sent ido de
reducir al m ínim o el cam bio original.
En ot ras palabras, si se increm ent a la presión en un sist em a en equilibrio, ést e se
reaj ust a de m anera que ocupe el m enor espacio posible y dism inuya así la presión.
Si se eleva la t em perat ura, sobreviene un cam bio que absorbe calor, y por
consiguient e baj a la t em perat ura. Com o se puso de m anifiest o, la t erm odinám ica
quím ica de Gibbs explicaba lim piam ent e el principio de Le Chat elier.
El t ardío descubrim ient o de Gibbs por los europeos no im pidió el cabal desarrollo de
la física quím ica, pues m uchos de los descubrim ient os de Gibbs fueron hechos
independient em ent e,
durant e
la
década
de
1880- 89,
por
Van't
Hoff,
que
previam ent e se había dado a conocer en el m undo de la quím ica con el át om o de
carbono t et raédrico.
A Van't Hoff sólo le avent aj aba Ost wald en el cam po de la quím ica física. Trabaj ó en
especial sobre problem as de soluciones. Hacia 1886 logró dem ost rar que las
m oléculas de sust ancias disuelt as, m oviéndose al azar a t ravés de la m asa de
líquido, se com port an en ciert o sent ido de acuerdo con las reglas que rigen el
com port am ient o de los gases.
El nuevo est udio de la quím ica física relacionaba las reacciones quím icas no sólo con
el calor, sino m ás bien con la energía en general. La elect ricidad, por ej em plo, podía
producirse por reacciones quím icas y originar, a su vez, reacciones quím icas.
m icroscopio de em isión de cam po. A m ediados de la década de los cincuent a se t om aron con ayuda de él
fot ografías, hoy clásicas, que hicieron realm ent e v isible la ordenación de los át om os indiv iduales en el ex t rem o de
una aguj a m et álica.
Walt her Herm ann Nernst , un alem án ( 1864- 1941) , aplicó los principios de la
t erm odinám ica a las reacciones quím icas que ocurrían en una bat ería. En 1889
dem ost ró que las caract eríst icas de la corrient e producida pueden usarse para
calcular el cam bio de energía libre en las reacciones quím icas que producen
corrient e.
La luz era ot ra form a de energía que podía producirse en una reacción quím ica y,
com o se descubrió incluso ant es del siglo xix, podía a su vez inducir reacciones
quím icas. En part icular, la luz podía descom poner algunos com puest os de plat a,
liberando granos negros de plat a m et álica. El est udio de t ales reacciones inducidas
por la luz se llam ó fot oquím ica ( «quím ica de la luz») .
En la década de 1830- 39, la acción de la luz solar sobre la plat a había perm it ido
desarrollar una t écnica para grabar im ágenes. Una carga de un com puest o de plat a
sobre un vidrio plano ( post eriorm ent e sobre una película flexible) se expone
brevem ent e por m edio de una lent e de enfoque, ant e una escena a la luz del sol.
Los dist int os punt os del com puest o de plat a son expuest os a diferent es cant idades
de luz, de acuerdo con la cant idad reflej ada desde est e o aquel punt o de la escena.
La breve exposición a la luz increm ent a la t endencia del com puest o de plat a a
reducirse a plat a m et álica; cuant o m ás brillant e es la luz, t ant o m ás m arcada es esa
t endencia.
El com puest o de plat a se t rat a después con react ivos que llevan a cabo la reducción
a plat a m et álica. La región expuest a a luz brillant e com plet a la reducción m ucho
m ás rápidam ent e. Si el «revelado» se det iene en el m om ent o correct o, el crist al
plano quedará cubiert o por zonas oscuras ( granos de plat a) y zonas claras
( com puest os de plat a int act os) que const it uyen un negat ivo de la escena original.
A t ravés de post eriores procesos ópt icos y quím icos que no necesit an describirse
aquí se obt iene finalm ent e una represent ación gráfica real de la escena. El proceso
se llam ó fot ografía ( «escrit ura con luz») . Muchos hom bres cont ribuyeron a la nueva
t écnica, figurando ent re ellos el físico francés Joseph Nicéphore Niepcé ( 17651833) , el art ist a francés Louis Jacques Mandé Daguerre ( 1789- 1851) y el invent or
inglés William Henry Fox Talbot ( 1800- 77) .
Sin em bargo, lo m ás int eresant e era que la luz podía com port arse casi com o un
cat alizador. Una pequeña cant idad de luz era capaz de inducir a una m ezcla de
hidrógeno y cloro a reaccionar con violencia explosiva, m ient ras que en la oscuridad
no ocurría ninguna reacción.
La explicación de est a drást ica diferencia de com port am ient o fue finalm ent e
propuest a por Nernst en 1918. Una pequeña cant idad de luz bast a para rom per una
m olécula de cloro en dos át om os de cloro. Un át om o de cloro ( m ucho m ás act ivo
solo que form ando part e de una m olécula) quit a un át om o de hidrógeno a la
m olécula de hidrógeno, para form ar una m olécula de cloruro de hidrógeno. El ot ro
át om o de hidrógeno, aislado, arrebat a un át om o de cloro de una m olécula de cloro;
el át om o de cloro que queda arranca un hidrógeno de una m olécula de hidrógeno, y
así sucesivam ent e.
La pequeñísim a cant idad originaria de luz es así responsable de una reacción
fot oquím ica en cadena, que conduce a la form ación explosiva de una gran cant idad
de m oléculas de cloruro de hidrógeno.
4 . D isocia ción ión ica
Junt o a Ost wald y Van't Hoff est aba ot ro m aest ro de la nacient e quím ica física, el
quím ico sueco Svant e August Arrhenius ( 1859- 1927) . Siendo est udiant e, Arrhenius
dirigió su at ención a los elect rolit os: est o es, a aquellas disoluciones capaces de
t ransport ar una corrient e eléct rica.
Faraday había est ablecido las leyes de la elect rólisis, y a j uzgar por ellas parecía
que la elect ricidad, igual que la m at eria, podía exist ir en form a de pequeñas
part ículas.
Faraday
había hablado de iones,
que podían
considerarse com o
part ículas que t ransport aban elect ricidad a t ravés de una disolución. Sin em bargo,
durant e el m edio siglo siguient e, ni él ni nadie m ás, se avent uró a t rabaj ar
seriam ent e sobre la nat uraleza de aquellos iones. Lo cual no significó, sin em bargo,
que no se hiciese ningún t rabaj o valioso. En 1853, el físico alem án Johann Wilhelm
Hit t orf ( 1824- 1914) señaló que algunos iones viaj aban m ás rápidam ent e que ot ros.
Est a observación conduj o al concept o de núm ero de t ransport e, la velocidad a la
que los dist int os iones t ransport aban la corrient e eléct rica. Pero el cálculo de est a
velocidad no resolvía la cuest ión de la nat uraleza de los iones.
Arrhenius encont ró la m anera de abordar el asunt o gracias al t rabaj o del quím ico
francés François Marie Raoult ( 1830- 1901) . Com o Van't Hoff, Raoult est udió las
disoluciones. Sus est udios culm inaron en 1887, con el est ablecim ient o de lo que
ahora se llam a ley de Raoult : la presión de vapor parcial del solvent e en equilibrio
con una disolución es direct am ent e proporcional a la fracción m olar del solvent e.
Sin ent rar en la definición de fracción m olar, bast e decir que est a regla perm it ió
est im ar el núm ero relat ivo de part ículas ( ya fueran át om os, m oléculas, o los
m ist eriosos iones) de la sust ancia disuelt a ( el solut o) y del líquido en el que est aba
disuelt a ( el disolvent e) .
En el curso de est a invest igación, Raoult había m edido los punt os de congelación de
las disoluciones. Tales punt os de congelación eran siem pre m ás baj os que el punt o
de congelación del disolvent e puro. Raoult
logró m ost rar que el punt o de
congelación descendía en proporción al núm ero de part ículas de solut o present es en
la disolución.
Pero aquí surgía un problem a. Era razonable suponer que cuando una sust ancia se
disuelve en agua, pongam os por caso, dicha sust ancia se rom pe en m oléculas
separadas. Efect ivam ent e, en el caso de no- elect rolit os com o el azúcar, el descenso
del punt o de congelación cum plía dicha suposición. Sin em bargo, cuando se disolvía
un elect rolit o com o la sal com ún ( ClNa) , el descenso del punt o de congelación era el
doble de lo que cabía esperar. El núm ero de part ículas present es era el doble del
núm ero de m oléculas de sal. Si se disolvía cloruro bárico ( Cl 2 Ba) , el núm ero de
part ículas present es era t res veces el núm ero de m oléculas.
La m olécula de cloruro sódico est á form ada por dos át om os, y la de cloruro bárico
por t res. Así pues, Arrhenius pensó que al disolver det erm inadas m oléculas en un
disolvent e com o el agua, se descom ponían en át om os separados. Adem ás, puest o
que t ales m oléculas, una vez rot as, conducían una corrient e eléct rica ( pero no así
las m oléculas com o el azúcar, que no se descom ponen) , Arrhenius sugirió que las
m oléculas no se rom pían ( o «disociaban») en át om os ordinarios, sino en át om os
que llevaban una carga eléct rica.
Arrhenius propuso que los iones de Faraday eran sim plem ent e át om os ( o grupos de
át om os) que llevan una carga eléct rica posit iva o negat iva. Los iones, o eran los
«át om os de elect ricidad», o port aban a los «át om os de elect ricidad». ( La últ im a
alt ernat iva dem ost ró post eriorm ent e ser la correct a.) Arrhenius ut ilizó su t eoría de
la disociación iónica para dar cuent a de num erosos hechos de elect roquím ica.
Las ideas de Arrhenius, propuest as en su t esis doct oral en 1884, chocaron con una
resist encia considerable; su t esis est uvo a punt o de ser rechazada. Pero Ost wald,
im presionado, ofreció un puest o a Arrhenius y le anim ó a proseguir su t rabaj o en
quím ica física.
En 1889, Arrhenius hizo ot ra fruct ífera sugerencia. Señaló que las m oléculas, al
chocar, no t enían por qué reaccionar, a no ser que chocasen con una ciert a energía
m ínim a, una energía de act ivación. Cuando est a energía de act ivación es baj a, las
reacciones ocurren rápida y fácilm ent e. En cam bio, una elevada energía de
act ivación m ant endría la reacción a una velocidad ínfim a.
Pero si en est e últ im o caso la t em perat ura se elevase t ant o que un ciert o núm ero de
m oléculas recibieran la necesaria energía de act ivación, la reacción procedería
súbit a y rápidam ent e, a veces con violencia explosiva. La explosión de una m ezcla
de hidrógeno y oxígeno cuando se alcanza la t em perat ura de ignición const it uye un
ej em plo de ello.
Ost wald ut ilizó est e concept o provechosam ent e para elaborar su t eoría de la
cat álisis. Señaló que la form ación de un com puest o int erm edio a part ir del
cat alizador requería una m enor energía de act ivación que la necesaria para la
form ación direct a del product o final.
5 . M á s sobr e los ga se s
Las propiedades de los gases sufrieron una nueva y profunda revisión durant e el
surgim ient o de la quím ica física a fines del siglo XI X. Tres siglos ant es, Boyle había
propuest o la ley que lleva su nom bre, est ableciendo que la presión y el volum en de
una cant idad det erm inada de gas variaban inversam ent e ( con t al de que, com o
después se m ost ró, la t em perat ura se m ant enga const ant e) .
Sin em bargo, se vio que est a ley no era t ot alm ent e ciert a. El quím ico francogerm ano Henri Víct or Regnault ( 1810- 78) hizo m et iculosas m edidas de volúm enes y
presiones de gas a m ediados del siglo XI X, y m ost ró que, sobre t odo al elevar la
presión o baj ar la t em perat ura, los gases no seguían del t odo la ley de Boyle.
Aproxim adam ent e por la m ism a época, el físico escocés Jam es Clerk Maxwell ( 183179) y el físico aust riaco Ludwig Bolt zm ann ( 1844- 1906) habían analizado el
com port am ient o de los gases, suponiendo que ést os eran un conj unt o de infinidad
de part ículas m oviéndose al azar ( la t eoría cinét ica de los gases) . Lograron derivar
la ley de Boyle sobre est a base, haciendo para ello dos suposiciones m ás: 1, que no
había fuerza de at racción ent re las m oléculas del gas, y 2, que las m oléculas del gas
eran de t am año igual a cero. Los gases que cum plen est as condiciones se
denom inan gases perfect os.
Ninguna de las dos suposiciones es del t odo correct a. Exist en pequeñas at racciones
ent re las m oléculas de un gas, y si bien est as m oléculas son enorm em ent e
pequeñas, su t am año no es igual a cero. Por lo t ant o, ningún gas real es
«perfect o», aunque el hidrógeno y el recién descubiert o helio casi lo eran.
Teniendo en cuent a est os hechos, el físico holandés Johannes Diderik Van der Waals
( 1837- 1923) elaboró en 1873 una ecuación que relacionaba la presión, el volum en y
la t em perat ura de los gases. Est a ecuación incluía dos const ant es, a y b ( diferent es
para cada gas) , cuya exist encia t om aba debidam ent e en cuent a el t am año de las
m oléculas y las at racciones ent re ellas.
La m ej or com prensión de las propiedades de los gases ayudó a resolver el problem a
de licuarlos.
Ya en 1799 se había licuado el gas am oníaco, enfriándolo baj o presión. ( Al elevar la
presión se eleva la t em perat ura a la que el gas se licua, facilit ando m ucho el
proceso.) Faraday fue especialm ent e act ivo en est e cam po de invest igación, y hacia
1845 había sido capaz de licuar una serie de gases, ent re ellos el cloro y el dióxido
de azufre. Al liberar un gas licuado de la presión a que est á som et ido, com ienza a
evaporarse rápidam ent e. Sin em bargo, el proceso de evaporación absorbe calor, y
la t em perat ura del líquido rest ant e desciende drást icam ent e. En est as condiciones,
el dióxido de carbono líquido se congela, pasando a dióxido de carbono sólido.
Mezclando dióxido de carbono sólido con ét er, Faraday logró obt ener t em perat uras
de - 78° C.
Pero había gases com o el oxígeno, el nit rógeno, el hidrógeno, el m onóxido de
carbono y el m et ano, que se resist ían a sus m ás enconados esfuerzos. Por m ucho
que elevaba la presión en los experim ent os, Faraday no lograba licuarlos. Est as
sust ancias se llam aron «gases perm anent es».
En la década de 1860- 69, el quím ico irlandés Thom as Andrews ( 1813- 85) est aba
t rabaj ando con dióxido de carbono que había licuado sim plem ent e por presión.
Elevando lent am ent e la t em perat ura, anot ó el m odo en que debía increm ent arse la
presión para m ant ener el dióxido de carbono en est ado líquido. Halló que a una
t em perat ura de 31 ° C ningún aum ent o de presión era suficient e. En efect o, a esa
t em perat ura las fases líquida y gaseosa parecían m ezclarse, por así decirlo, y
result aban indist inguibles. Por t ant o, Andrews sugirió ( en 1869) que para cada gas
había una t em perat ura crít ica por encim a de la cual ningún aum ent o de presión
podía licuarlo. Concluyó que los gases perm anent es eran sim plem ent e aquellos
cuyas t em perat uras crít icas eran m ás baj as que las alcanzadas en los laborat orios.
Ent re t ant o, Joule y Thom son ( véanse págs. 152 y 153) , en sus est udios sobre el
calor, habían descubiert o que los gases pueden enfriarse a base de dej arlos
expandir. Por lo t ant o, expandiendo un gas, com prim iéndolo a cont inuación en
condiciones que no le perm it an recuperar el calor perdido, expandiéndolo de nuevo,
y así una y ot ra vez, podrían alcanzarse t em perat uras m uy baj as. Una vez
alcanzada una t em perat ura inferior a la t em perat ura crít ica del gas, la aplicación de
presión lo licuaría.
Ut ilizando est a t écnica, el físico francés Louis Paul Caillet et ( 1832- 1913) y el
quím ico ruso Raoul Pict et ( 1846- 1929) lograron licuar gases com o el oxígeno,
nit rógeno y m onóxido de carbono en 1877. Sin em bargo, el hidrógeno seguía
frust rando sus esfuerzos.
Com o result ado del t rabaj o de Van der Waals, se puso en claro que en el caso del
hidrógeno, el efect o Joule- Thom son funcionaría solam ent e por debaj o de una ciert a
t em perat ura. Por t ant o, había que dism inuir su t em perat ura para poder com enzar el
ciclo de expansión y cont racción.
En la década de 1890- 99, el quím ico escocés Jam es Dewar ( 1842- 1923) em pezó a
t rabaj ar sobre el problem a. Preparó oxígeno líquido en cant idad y lo alm acenó en
una bot ella de Dewar. Est e art efact o es un vaso de doble pared con un vacío ent re
ellas. El vacío no t ransm it e calor por conducción ni por convención, ya que am bos
fenóm enos requieren la presencia de m at eria. El calor se t ransm it e a t ravés del
vacío solam ent e por el procedim ient o relat ivam ent e lent o de la radiación. Plat eando
las paredes de m odo que el calor fuese reflej ado y no absorbido, Dewar logró
ret ardar el proceso de radiación aún m ás. ( Los t erm os de uso dom ést ico son
sim plem ent e bot ellas de Dewar provist as de un t apón.)
Enfriando el hidrógeno a t em perat ura m uy baj a por inm ersión en oxígeno líquido
alm acenado en t ales bot ellas y ut ilizando luego el efect o Joule- Thom son, Dewar
produj o hidrógeno líquido en 1898.
El hidrógeno se licuó a 20° K, una t em perat ura sólo veint e grados m ás alt a que el
cero absolut o 24 . Pero ést e no es, ni con m ucho, el punt o de licuefacción m ás baj o.
En la m ism a década habían sido descubiert os los gases inert es, y uno de ellos, el
helio, licuó a una t em perat ura m ás baj a.
El físico holandés Eleike Kam erlingh Onnes ( 1853- 1926) venció el últ im o obst áculo
cuando, en 1908, enfrió prim ero helio en un baño de hidrógeno líquido, aplicando
ent onces el efect o de Joule- Thom son y consiguiendo helio líquido a una t em perat ura
de 4 °K.
24
El concept o de cero absolut o, la t em perat ura m ás baj a posible, fue pr opuest o por Thom pson ( Lord Kelv in) en
1848. En reconocim ient o a est a propuest a, la escala de t em perat uras absolut as ( basada en la idea de Kelvin) se
sim boliza com o °K. En 1905, Ner nst dem ost ró que la ent ropía era igual a cero en el cero absolut o ( el t ercer
principio de la t er m odinám ica) . A part ir de est o, puede deducir se que es posible acercarse a la t em perat ura del cero
absolut o t ant o com o se quier a, pero nunca puede alcanzar se en la práct ica.
Ca pít u lo 1 0
Qu ím ica or gá n ica de sín t e sis
Cont enido:
1. Colorant es
2. Medicam ent os
3. Prot eínas
4. Explosivos
5. Polím eros
1 . Color a n t e s
Cuando en la prim era m it ad del siglo XI X hom bres com o Bert helot em pezaron a unir
m oléculas orgánicas, est aban am pliando drást icam ent e los lím it es acept ados de su
ciencia. En lugar de lim it ar sus invest igaciones al ent orno físico exist ent e, est aban
com enzando a im it ar la creat ividad de la nat uraleza, y sobrepasar a ést a iba a ser
sólo cuest ión de t iem po. En ciert o m odo, el t rabaj o de Bert helot con algunas de sus
grasas sint ét icas m arcó un com ienzo en est e sent ido pero t odavía quedaba m ucho
por hacer.
La incom plet a com prensión de la est ruct ura m olecular confundía a los quím icos
orgánicos del siglo xix, pero el progreso de la ciencia era t an irresist ible, que al
m enos en un episodio significat ivo est a deficiencia result ó ser una vent aj a.
Por aquella época ( la década de 1840) exist ían pocos quím icos orgánicos de
renom bre en Gran Bret aña, y August Wilhelm von Hofm ann ( 1818- 92) , que había
t rabaj ado baj o la dirección de Liebig, fue im port ado a Londres desde Alem ania.
Com o ayudant e se le asignó, algunos años m ás t arde, a un est udiant e m uy j oven,
William Henry Perkin ( 1838- 1907) . Un día, en presencia de Perkin, Hofm ann
especulaba en voz alt a sobre la posibilidad de sint et izar quinina, el valioso
ant im alárico.
Hofm ann
había
realizado
invest igaciones
sobre
los
product os
obt enidos del alquit rán de hulla ( un líquido negro y espeso obt enido al calent ar
carbón en ausencia de aire) , y se pregunt aba si sería posible sint et izar quinina a
part ir de un product o del alquit rán de hulla com o la anilina. La sínt esis, si pudiese
llevarse a cabo, const it uiría un gran éxit o, decía Hofm ann; liberaría a Europa de su
dependencia de los rem ot os t rópicos para el aprovisionam ient o de quinina.
Perkin, t ot alm ent e enardecido, se fue a casa ( donde t enía un pequeño laborat orio
propio) para em prender la t area. Si él o Hofm ann hubiesen conocido m ej or la
est ruct ura de la m olécula de quinina, habrían sabido que la t area era im posible para
las t écnicas de m ediados del siglo xix. Afort unadam ent e, Perkin lo ignoraba y,
aunque fracasó, consiguió algo quizá m ás im port ant e.
Durant e las vacaciones de Pascua de 1856, había t rat ado la anilina con dicrom at o
pot ásico y est aba a punt o de desechar la m ezcla result ant e com o si fuera un nuevo
fracaso, cuando sus oj os percibieron un reflej o púrpura en ella. Añadió alcohol, que
disolvió algo del preparado y adquirió un herm oso color púrpura.
Perkin sospechó que t enía ant e sí un colorant e. Dej ó la escuela y ut ilizó algún
dinero de la fam ilia para m ont ar un t aller. Al cabo de seis m eses, obt enía lo que
llam ó «púrpura de anilina». Los t int oreros franceses aclam aron el nuevo t int e y
denom inaron al color «m alva». Tan popular llegó a hacerse dicho color, que est e
período de la hist oria se conoce com o «la década m alva». Perkin, habiendo fundado
la vast a indust ria de los colorant es sint ét icos, pudo ret irarse, en plena opulencia, a
los t reint a y cinco años.
No m ucho después de la original proeza de Perkin, Kekulé y sus fórm ulas
est ruct urales proporcionaron a los quím icos orgánicos un m apa del t errit orio, por así
decirlo. Ut ilizando est e m apa, podían crear esquem as lógicos de reacción, m ét odos
razonables para alt erar una fórm ula est ruct ural paso a paso, con el fin de convert ir
una m olécula en ot ra. Se hizo posible sint et izar nuevas sust ancias quím icoorgánicas, no ya por accident e, com o el t riunfo de Perkin, sino deliberadam ent e.
Con frecuencia las reacciones conseguidas recibían el nom bre de su descubridor. Por
ej em plo, un m ét odo para añadir dos át om os de carbono a una m olécula,
descubiert o por Perkin, se denom ina la reacción de Perkin; ot ro m ét odo para
rom per un anillo cont eniendo un át om o de nit rógeno, descubiert o por el m aest ro de
Perkin, se llam a la degradación de Hofm ann.
Hofm ann regresó a Alem ania en 1864, y allí se lanzó al nuevo cam po de la quím ica
orgánica de sínt esis que su j oven discípulo había inaugurado. Cont ribuyó a fundar lo
que, hast a la Prim era Guerra Mundial, siguió siendo casi un m onopolio alem án en su
especialidad.
Los t int es nat urales se duplicaban en el laborat orio. En 1867, Baeyer ( el de la
«t eoría
de
las
t ensiones»)
com enzó
un
program a
de
invest igación
que
post eriorm ent e conduj o a la sínt esis del índigo. Est a conquist a, a largo plazo, iba a
desplazar del m ercado a las ext ensas plant aciones de índigo del lej ano Oest e. En
1868 un est udiant e discípulo de Baeyer, Karl Graebe ( 1841- 1927) , sint et izó la
alizarina, ot ro im port ant e colorant e nat ural.
Sobre t odos est os éxit os se fundaron el art e y la t écnica de la quím ica aplicada, que
en las últ im as décadas ha afect ado t an radicalm ent e nuest ras vidas y que no dej a
de progresar a pasos agigant ados. Se ha desarrollado una serie int erm inable de
nuevas t écnicas para alt erar las m oléculas orgánicas, y para exam inar algunas de
las m ás im port ant es es preciso que nos desviem os un poco de la corrient e principal
de la t eoría quím ica. Hast a est e m om ent o nuest ro relat o se ha prest ado a una
narrat iva direct a y una línea de desarrollo clara, pero en est e capít ulo y el próxim o
t endrem os que discut ir algunos avances individuales cuya escasa relación m ut ua
salt a a la vist a inm ediat am ent e. Toda vez que est os avances const it uyen las
aplicaciones de la quím ica a las necesidades hum anas, son esenciales para nuest ra
breve hist oria de est a ciencia, aunque pueda parecer que se separan de la corrient e
principal. En los últ im os t res capít ulos volverem os a la clara línea de desarrollo
t eórico.
2 . M e dica m e n t os
Com puest os nat urales de com plej idad cada vez m ayor fueron sint et izados después
de Perkin. Desde luego, la sust ancia sint ét ica no podía com pet ir económ icam ent e
con el product o nat ural, except o en casos relat ivam ent e raros, com o el del índigo.
Pero la sínt esis servía norm alm ent e para est ablecer la est ruct ura m olecular, y est o
es algo que posee siem pre un gran int erés t eórico ( y a veces práct ico) .
Veam os algunos ej em plos. El quím ico alem án Richard Willst át t er ( 1872- 1942)
est ableció cuidadosam ent e la est ruct ura de la clorofila, el cat alizador veget al que
absorbe la luz y hace posible la ut ilización de la energía solar en la producción de
carbohidrat os a part ir de dióxido de carbono.
Dos quím icos alem anes, Heinrich Ot t o Wieland ( 1877- 1957) y Adolf Windaus ( 18761959) , det erm inaron la est ruct ura de los esferoides y com puest os derivados. ( Ent re
los est eroides se hallan m uchas horm onas im port ant es.) Ot ro quím ico alem án, Ot t o
Wallach
( 1847- 1931) ,
dilucidó
afanosam ent e
la
est ruct ura
de
los t erpenos,
im port ant es aceit es veget ales ( una conocida m uest ra de los cuales es el m ent ol) ,
m ient ras que un cuart o, Hans Fischer ( 1881- 1945) , det erm inó la est ruct ura del
hem o, la m at eria colorant e de la sangre.
Vit am inas, horm onas, alcaloides, t odos ellos han sido invest igados en el siglo xix, y
en m uchos casos se det erm inó la est ruct ura m olecular. Por ej em plo, en los años
t reint a, el quím ico suizo Paul Karrer ( 1889- 1971) est ableció la est ruct ura de los
carot enoides,
im port ant es
pigm ent os
veget ales
con
los
que
se
relaciona
est recham ent e la vit am ina A.
El quím ico inglés Robert Robinson ( 1886- 1975) se dedicó sist em át icam ent e a los
alcaloides. Su m ayor éxit o fue descubrir la est ruct ura de la m orfina ( except o un
át om o, que era dudoso) en 1925, y la est ruct ura de la est ricnina en 1946.
Post eriorm ent e, el t rabaj o de Robinson fue confirm ado por el quím ico am ericano
Robert
Burns Woodward
( 1917- 1979) ,
que sint et izó la est ricnina en
1954.
Woodward com enzó a cosechar t riunfos en la sínt esis cuando él y su colega
am ericano William von Eggers Doering ( n. 1917) sint et izaron la quinina en 1944. Es
ést e el com puest o cuya búsqueda a ciegas por Perkin había dado result ados t an
m agníficos.
Woodward pasó luego a sint et izar m oléculas orgánicas m ás com plicadas, ent re las
que se incluye el colest erol ( el m ás corrient e de los est eroides) en 1951, y la
cort isona ( una horm ona est eroidea) en el m ism o año. En 1956 sint et izó la reserpina, el prim er t ranquilizant e, y en 1960 la clorofila. En 1962 Woodward sint et izó
un com puest o com plej o relacionado con la acrom icina, un ant ibiót ico m uy conocido.
Trabaj ando en ot ra dirección, el quím ico ruso- am ericano Phoebus Aaron Theodor
Levene ( 1869- 1940) había deducido las est ruct uras de los nucleót idos, que servían
com o ladrillos para la const rucción de las m oléculas gigant es que son los ácidos
nucleicos. ( Hoy día se sabe que los ácidos nucleicos cont rolan la act ividad quím ica
del cuerpo.) Sus conclusiones fueron com plet am ent e confirm adas por el t rabaj o del
quím ico escocés Alexander Robert us Todd ( n. 1907) , que sint et izó los diferent es
nucleót idos, así com o com puest os derivados, en los años cuarent a y principios de
los cincuent a.
Algunas de est as sust ancias, especialm ent e los alcaloides, poseían propiedades
m edicinales, y por ello se agrupan baj o el t ít ulo general de m edicam ent os. A
principios del siglo xix se dem ost ró que los product os ent eram ent e sint ét icos podían
t ener dicha ut ilización, y de hecho se revelaron com o m edicam ent os valiosos.
La sust ancia sint ét ica arsfenam ina fue ut ilizada en 1909 por el bact eriólogo alem án
Paul Ehrlich ( 1854- 1915) com o agent e t erapéut ico cont ra la sífilis. Se considera que
est a aplicación fundó el est udio de la quim iot erapia, el t rat am ient o de las
enferm edades ut ilizando product os quím icos específicos.
En 1908 fue sint et izado un nuevo com puest o denom inado sulfanilam ida, que se
sum ó al gran núm ero de product os sint ét icos que se conocían pero que carecían de
usos det erm inados. En 1932, a t ravés de las invest igaciones del quím ico alem án
Gerhard Dom agk ( 1895- 1964) , se descubrió que la sulfanilam ida y algunos
com puest os derivados podían ut ilizarse para com bat ir diversas enferm edades
infecciosas. Pero, en est e caso, los product os nat urales alcanzaron y sobrepasaron a
los sint ét icos. El prim er ej em plo fue la penicilina, cuya exist encia descubrió
accident alm ent e en 1928 el bact eriólogo escocés Alexander Flem ing ( 1881- 1955) .
Flem ing había dej ado un cult ivo de gérm enes est afilocócicos sin cubrir durant e
algunos días,
al cabo de los cuales halló que se había enm ohecido.
Una
circunst ancia inesperada le hizo fij arse con m ás at ención. Alrededor de cada
part ícula de espora del hongo aparecía un área clara en la que el cult ivo bact eriano
se había disuelt o. I nvest igó el asunt o hast a donde pudo, sospechando la presencia
de una sust ancia ant ibact eriana, pero las dificult ades de aislar el m at erial le
derrot aron. La necesidad de m edicam ent os que com bat iesen las infecciones durant e
la Segunda Guerra Mundial se t raduj o en un nuevo y m asivo abordam ient o del
problem a. Baj o la dirección del pat ólogo anglo- aust raliano Howard Walt er Florey
( 1898- 1968) y el bioquím ico angloalem án Ernst Boris Chain ( 1906- 79) , se aisló la
penicilina y se det erm inó su est ruct ura. Era el prim er ant ibiót ico ( «cont ra la vida»,
en el sent ido de vida m icroscópica, desde luego) . Hacia 1945, un proceso de cult ivo
de hongos y concent ración del product o rendía m edia t onelada de penicilina al m es.
Los quím icos aprendieron en 1958 a int errum pir la form ación del hongo en su fase
m edia, obt ener el núcleo cent ral de la m olécula de penicilina, y después añadir a
dicho núcleo varios grupos orgánicos que no se habrían form ado de m odo nat ural.
Est os product os sint ét icos t enían en algunos casos propiedades superiores a las de
la propia penicilina. Durant e los años cuarent a y cincuent a se aislaron de diversos
hongos ot ros ant ibiót icos, com o la est rept om icina y la t et raciclina, que em pezaron a
usarse de inm ediat o.
La sínt esis de com plej os orgánicos no podía lograrse sin análisis periódicos que
sirvieran para ident ificar el m at erial obt enido en diferent es et apas del proceso de
sínt esis. Norm alm ent e, el m at erial disponible para los análisis era m uy escaso, de
m odo que los análisis eran inciert os en el m ej or de los casos, e im posibles m uchas
veces.
El quím ico aust riaco Frit z Pregl ( 1869- 1930) reduj o con gran aciert o el t am año del
equipo ut ilizado en los análisis. Obt uvo una balanza de sum a precisión, diseñó finas
piezas de vidrio, y hacia 1913 había ideado una eficaz t écnica de m icro análisis. Los
análisis de m uest ras pequeñas, hast a ent onces im pract icables, se convirt ieron ahora
en un proceso m uy exact o.
Los m ét odos clásicos de análisis im plicaban norm alm ent e la m edición del volum en
de una sust ancia consum ida en la reacción ( análisis volum ét ricos) , o del peso de
una sust ancia producida en la reacción ( análisis gravim ét rico) . A m edida que
avanzaba el siglo xx fueron int roduciéndose m ét odos físicos de análisis que
ut ilizaban la absorción de la luz, los cam bios en la conduct ividad eléct rica y ot ras
t écnicas aún m ás reform adas.
3 . Pr ot e ín a s
Las sust ancias orgánicas m encionadas en el apart ado ant erior est án casi t odas
form adas por m oléculas que exist en com o unidades sim ples, que no se rom pen
fácilm ent e con un t rat am ient o quím ico suave y que no se com ponen de m ás de
cincuent a át om os, aproxim adam ent e. Pero exist en sust ancias orgánicas form adas
por m oléculas que son aut ént icos gigant es, con m iles e incluso m illones de át om os.
Tales m oléculas no son nunca de nat uraleza unit aria, sino que siem pre est án
form adas a part ir de «ladrillos» m ás pequeños.
Es fácil rom per t ales m oléculas gigant es en sus unidades const it ut ivas con el fin de
est udiar ést as. Levene lo hizo en su est udio de los nucleót idos, por ej em plo. Era
nat ural t rat ar de est udiar t am bién las m oléculas gigant es int act as, y a m ediados del
siglo xix se dieron los prim eros pasos en est e sent ido. El prim ero en hacerlo fue el
quím ico escocés Thom as Graham ( 1805- 1866) , gracias a su int erés por la difusión,
est o es, la form a en que las m oléculas de dos sust ancias que han ent rado en
cont act o se ent rem ezclan. Em pezó por est udiar la velocidad de difusión de los gases
a t ravés de aguj eros pequeños o t ubos delgados. Hacia 1831 logró dem ost rar que la
velocidad de difusión de un gas era inversam ent e proporcional a la raíz cuadrada de
su peso m olecular ( ley de Graham ) .
Post eriorm ent e, Graham pasó a est udiar la difusión de sust ancias disuelt as y
descubrió que las soluciones de sust ancias com o sal, azúcar o sulfat o de cobre eran
capaces de at ravesar
una hoj a de pergam ino
( probablem ent e con
orificios
subm icroscópicos) . En cam bio, ot ros m at eriales disuelt os com o la gom a arábiga, la
cola o la gelat ina no at ravesaban el pergam ino. Era claro que las m oléculas gigant es
del últ im o grupo de sust ancias no podían pasar a t ravés de los orificios del
pergam ino.
A los m at eriales que podían pasar a t ravés del pergam ino ( y que result ó que se
obt enían fácilm ent e en form a crist alina) Graham los llam ó crist aloides. A los que no
podían, com o la cola ( en griego kollá) , los llam ó coloides. El est udio de las
m oléculas gigant es se convirt ió en una part e im port ant e del est udio de la quím ica
de los coloides, a la que Graham dio origen de est e m odo 25 .
Supongam os que a un lado de la hoj a de pergam ino hay agua pura, y al ot ro lado
una solución coloidal. Las m oléculas de agua pueden ent rar fácilm ent e en la cám ara
coloidal, m ient ras que las m oléculas coloidales bloquean la salida. Por t ant o, el agua
penet ra en la porción coloidal del sist em a m ás rápidam ent e de lo que sale, y el
desequilibrio det erm ina una presión osm ót ica.
El bot ánico alem án Wilhelm Pfeffer ( 1845- 1920) dem ost ró en 1877 que se podía
m edir est a presión osm ót ica, y a part ir de las m edidas det erm inar el peso m olecular
25
En 1833, Graham había est udiado las diversas for m as del ácido fosfórico, y m ost ró que en algunas de ellas m ás
de un át om o de hidrógeno podía r eem plazarse por un m et al. Est o int roduj o a los quím icos a la exist encia de los
ácidos polibásicos.
de
las
grandes
m oléculas
en
la
solución
coloidal.
Fue
el
prim er
m ét odo
razonablem ent e bueno para est im ar el t am año de dichas m oléculas.
Un m ét odo aún m ej or fue ideado por el quím ico sueco Theodor Svedberg ( 18841971) , que desarrolló la ult ra cent rífuga en 1923. Est e aparat o hacía girar las
soluciones coloidales, im pulsando a las m oléculas gigant es hacia afuera por efect o
de la enorm e fuerza cent rífuga. Part iendo de la velocidad con la cual desplazaban
las m oléculas gigant es podía det erm inarse el peso m olecular.
El ayudant e de Svedberg, Arne Wilhelm Kaurin Tiselius ( 1902- 71) , t am bién sueco,
ideó en 1927 m ét odos m ej ores para separar las m oléculas gigant es en base a las
dist ribuciones de carga eléct rica sobre la superficie m olecular. Est a t écnica, la
elect roforesis, t uvo part icular im port ancia en la separación y purificación de
prot eínas.
Aunque los m ét odos proporcionaban de est e m odo dat os relat ivos a la est ruct ura
global de las m oléculas gigant es, los quím icos aspiraban a com prender los det alles
quím icos de esa est ruct ura. Su int erés se cent raba especialm ent e en las prot eínas.
Mient ras que las m oléculas gigant es com o el alm idón y la celulosa de la m adera
est án form adas por un solo t ipo de unidad que se repit e indefinidam ent e, la
m olécula prot eica se com pone de unas veint e unidades dist int as aunque m uy
sem ej ant es; los diferent es am inoácidos. Por est a razón, las m oléculas prot eicas son
t an m aleables y ofrecen una base t an sat isfact oria para la sut ileza y la diversidad de
la vida, aunque precisam ent e por eso son t am bién t an difíciles de caract erizar.
Em il Fischer, que había det erm inado ant eriorm ent e la est ruct ura det allada de las
m oléculas de azúcar, em pezó a est udiar la m olécula prot eica a finales de siglo.
Dem ost ró que la porción am ino de un am inoácido se unía a la porción ácido de ot ro
para form ar un enlace pept ídico y lo probó en 1907, uniendo efect ivam ent e
am inoácidos de est a form a ( j unt ó dieciocho de ellos) y dem ost rando que el
com puest o result ant e poseía algunas propiedades caract eríst icas de las prot eínas.
Sin em bargo, la det erm inación del orden de los am inoácidos que form an una
cadena polipept ídica en una m olécula prot eica t al com o ocurre en la nat uraleza,
t uvo que esperar el paso de ot ro m edio siglo y el descubrim ient o de una nueva
t écnica.
Dicha t écnica com enzó con el bot ánico ruso Mij ail Sem enovich Tsvet t ( 1872- 1919) .
Dej ó got ear una m ezcla de pigm ent os veget ales coloreados a t ravés de un t ubo de
óxido de alum inio en polvo. Las diferent es sust ancias de la m ezcla se adherían a la
superficie de las part ículas de polvo con diferent e int ensidad. Al lavar la m ezcla, los
com ponent es individuales se separaban para form ar bandas de color. Tsvet t
observó est e efect o en 1906 y llam ó a la t écnica crom at ografía ( «escrit ura en
color») .
Aunque en un principio pasó inadvert ido el art ículo donde Tsvet t publicara sus
result ados, en los años veint e Willst át t er y Richard Kuhn ( 1900- 67) , est udiant e de
quím ica germ ano- aust riaco, reint roduj eron la t écnica. Ést a fue perfeccionada en
1944 por los quím icos ingleses Archer John Port er Mart in ( n. 1910) y Richard
Laurence Millingt on Synge ( n. 1914) , quienes ut ilizaron papel de filt ro absorbent e
en lugar de la colum na de polvo. La m ezcla se deslizaba a lo largo del papel de filt ro
y se separaba; est a t écnica se denom ina crom at ografía en papel.
A últ im os de los años cuarent a y principios de los cincuent a, se logró descom poner
diversas prot eínas en sus am inoácidos const it uyent es. Las m ezclas de am inoácidos
fueron después aisladas y analizadas en det alle m ediant e la crom at ografía en papel.
De est e m odo se obt uvo el núm ero t ot al de cada uno de los am inoácidos present es
en la m olécula prot eica, pero no el orden exact o en que int ervenía cada uno de ellos
en la cadena polipept ídica. El quím ico inglés Frederick Sanger ( n. 1918) se cent ró
en el est udio de la insulina, una horm ona prot eica com puest a de unos cincuent a
am inoácidos dist ribuidos ent re dos cadenas polipept ídicas conect adas ent re sí.
Rom pió la m olécula en cadenas m ás pequeñas, y est udió cada una de ellas por
separado según la crom at ografía en papel. Aunque t ardó ocho años de t rabaj o en
resolver sem ej ant e rom pecabezas, en 1953 obt uvo el orden exact o de los
am inoácidos en la m olécula de insulina. Los m ism os m ét odos se han ut ilizado desde
1953 para obt ener la est ruct ura det allada de m oléculas prot eicas aún m ás largas.
El siguient e paso era confirm ar est e result ado sint et izando una m olécula prot eica
dada, am inoácido por am inoácido. En 1954, el quím ico am ericano Vincent du
Vigneaud ( 1901- 78) rom pió el hielo sint et izando oxit ocina, una pequeña m olécula
prot eica com puest a de ocho am inoácidos solam ent e. Pront o llegaron hazañas m ás
com plicadas, y se sint et izaron cadenas de docenas de am inoácidos. En 1963 se
logró reconst ruir en el laborat orio las cadenas de am inoácidos de la propia insulina.
No obst ant e, ni siquiera el orden de los am inoácidos represent aba por sí m ism o
t odo el conocim ient o út il relat ivo a la est ruct ura m olecular de las prot eínas, las
prot eínas, al calent arlas suavem ent e, pierden con frecuencia y de m odo perm anent e
las
propiedades
de
su
est ado
nat ural;
se
dice
ent onces
que
han
sido
desnat uralizadas. Las condiciones que provocan la desnat uralización son por lo
general dem asiado suaves para rom per la cadena polipept ídica. Así pues, la cadena
debe de ir unida a alguna est ruct ura definida m ediant e «enlaces secundarios»
débiles. Est os enlaces secundarios im plican norm alm ent e un át om o de hidrógeno
sit uado ent re un át om o de nit rógeno y uno de oxígeno. La fuerza de dicho enlace de
hidrógeno es sólo la veint eava part e de la de un enlace de valencia ordinaria.
En los prim eros años 1950, el quím ico am ericano Linus Pauling ( n. 1901) sugirió
que la cadena polipept ídica est aba arrollada en una est ruct ura helicoidal ( com o una
«escalera en espiral») , que se m ant enía en su sit io m ediant e enlaces de hidrógeno.
Est e concept o se m ost ró especialm ent e út il en relación con las relat ivam ent e
sim ples prot eínas fibrosas que com ponían la piel y el t ej ido conj unt ivo.
Pero incluso las prot eínas globulares, de est ruct ura m ás com plicada, result aron ser
t am bién helicoidales en ciert a m edida, com o dem ost raron el quím ico angloaust riaco Max Ferdinand Perut z ( n. 1914) y el quím ico inglés John Cowdery
Kendrew ( n. 1917) cuando det erm inaron la est ruct ura det allada de la hem oglobina
y la m ioglobina ( las prot eínas port adoras de oxígeno de la sangre y el m úsculo,
respect ivam ent e) . En est e análisis hicieron uso de la difracción por rayos X, t écnica
en la cual un haz de rayos X pasa a t ravés de un crist al y es dispersado por los
át om os del m ism o. La dispersión en una dirección y ángulo dados es ópt im a cuando
los át om os est án ordenados según un m odelo regular. A part ir de los det alles de la
dispersión es posible deducir las posiciones de los át om os dent ro de la m olécula. En
el caso de ordenaciones com plej as, com o las que exist en en las m oléculas prot eicas
de ciert a m agnit ud, la t area es t erriblem ent e t ediosa, pero en 1960 se localizó el
últ im o det alle de la m olécula de m ioglobina ( com puest a de doce cent enares de
át om os) .
Pauling sugirió t am bién que su m odelo helicoidal podía servir para los ácidos
nucleicos. El físico anglo- neozelandés Maurice Hugh Frederick Wilkins ( n. 1916) , en
los prim eros años de la década de los cincuent a, som et ió los ácidos nucleicos a
difracción por rayos X, y su t rabaj o sirvió para probar la sugerencia de Pauling. El
físico inglés Francis Harry Com pt on Crick ( n. 1916) y el quím ico am ericano Jam es
Dewey Wat son ( n. 1928) hallaron que se requería una ult erior m odificación a fin de
explicar los result ados de la difracción. Cada m olécula de ácido nucleico t enía que
poseer una doble hélice, dos cadenas enrolladas alrededor de un ej e com ún. Est e
m odelo de Wat son- Crick, concebido en 1953, const it uyó un im port ant e avance en la
com prensión de la genét ica 26 .
4 . Ex plosivos
Las m oléculas gigant es t am poco escaparon a la m ano m odificadora de los quím icos.
El prim er caso ocurrió a raíz de un hallazgo accident al del quím ico germ ano- suizo
Christ ian Friedrich Schónbein ( 1799- 1868) , que ant eriorm ent e se había dado a
conocer por el descubrim ient o del ozono, una form a de oxígeno.
Haciendo un experim ent o en su casa, en 1845, derram ó una m ezcla de ácido nít rico
y sulfúrico y ut ilizó el delant al de algodón de su m uj er para secarlo. Colgó el
delant al a secar en la est ufa, pero una vez seco det onó y desapareció. Había
convert ido la celulosa del delant al en nit rocelulosa. Los grupos nit ro ( procedent es
del ácido nít rico) servían com o una fuent e int erna de oxígeno, y la celulosa, al
calent arse, se oxidó por com plet o en un inst ant e.
Schónbein com prendió las posibilidades del com puest o. La pólvora negra ordinaria
explot aba ent re un hum o espeso, ennegreciendo las arm as, ensuciando los cañones
y las arm as pequeñas y oscureciendo el cam po de bat alla. La nit rocelulosa hizo
posible la «pólvora sin hum o», y por su pot encial com o propulsor en los proyect iles
de art illería recibió el nom bre de algodón pólvora.
Los prim eros int ent os de fabricar algodón pólvora para fines m ilit ares fracasaron,
debido al peligro de explosiones en las fact orías. No fue hast a 1891 cuando Dewar y
el quím ico inglés Frederick August us Abel ( 1827- 1902) consiguieron preparar una
26
Para m ás det alles sobr e el t em a, rem it o al lect or int eresado a m i libro The Genet ic Code ( Orion Pr ess, 1963) .
m ezcla segura a base de algodón pólvora. Debido a que la m ezcla podía prensarse
en largas cuerdas, se denom inó cordit a. Y gracias a ella y a sus derivados, los
soldados del siglo xx han disfrut ado de un cam po de observación diáfano m ient ras
daban m uert e a sus enem igos y eran m uert os por ést os.
Uno de los com ponent es de la cordit a es la nit roglicerina, descubiert a en 1847 por
el quím ico it aliano Ascanio Sobrero ( 1812- 88) . Era un explosivo m uy pot ent e,
incluso dem asiado delicado para la guerra. Su em pleo en t iem po de paz para abrir
carret eras a t ravés de las m ont añas y para m over t oneladas de t ierra con diversos
propósit os era t am bién peligroso. Y el índice de m ort alidad era m ayor aún si se
ut ilizaba descuidadam ent e.
La fam ilia de Alfred Bernhard Nobel ( 1833- 96) , un invent or sueco se dedicaba a la
m anufact ura de nit roglicerina. Cuando, en ciert a ocasión, una explosión m at ó a uno
de sus herm anos, Nobel decidió dedicar t odos sus esfuerzos a dom est icar el
explosivo. En 1866 halló que una t ierra absorbent e llam ada «kieselguhr» era capaz
de esponj ar cant idades enorm es de nit roglicerina. El kieselguhr hum edecido podía
m oldearse en barras de m anej o perfect am ent e seguro, pero que conservaban el
poder explosivo de la propia nit roglicerina. Nobel llam ó a est e explosivo de
seguridad dinam it a. Movido por su espírit u hum anit ario, pensó con sat isfacción que
las guerras serían ahora t an horribles que no habría m ás rem edio que opt ar por la
paz. La int ención era buena, pero su valoración de la int eligencia hum ana pecaba de
opt im ist a.
La invención de nuevos y m ej ores explosivos hacia finales del siglo xix fue la
prim era cont ribución im port ant e de la quím ica a la guerra desde la invención de la
pólvora cinco siglos ant es; pero el desarrollo de los gases venenosos en la Prim era
Guerra Mundial dej ó bast ant e claro que la hum anidad, en las guerras fut uras,
corrom pería la ciencia aplicándola a una labor de dest rucción. La invención del
aeroplano y, post eriorm ent e, de las bom bas nucleares dej ó las cosas t odavía m ás
claras. La ciencia, que hast a finales del siglo XI X parecía un inst rum ent o para crear
la Ut opía sobre la Tierra, vino a m ost rarse para m uchos hom bres com o una m áscara
de horrible dest ino.
5 . Polím e r os
Pero había m uchos ot ros cam pos en los que predom inaban los usos pacíficos de las
m oléculas gigant es.
La
celulosa
com plet am ent e
nit rada
era
ciert am ent e
un
explosivo, pero parcialm ent e nit rada ( piroxilina) perm it ía un m anej o m ucho m ás
seguro, encont rándose im port ant es aplicaciones para ella.
El invent or am ericano John Wesley Hyat t ( 1837- 1920) , en un int ent o de ganar la
recom pensa ofrecida a quien obt uviese un sust it ut o del m arfil para las bolas de
billar, em pezó a t rabaj ar con la piroxilina. La disolvió en una m ezcla de alcohol y
ét er, y añadió alcanfor para hacerla m ás segura y m aleable. Hacia 1869 había
form ado lo que llam ó celuloide, y ganó el prem io. El celuloide fue el prim er plást ico
sint ét ico ( es decir, un m at erial que puede m oldearse) .
Pero si la piroxilina podía m oldearse en esferas, t am bién podía ext rusionarse en
fibras y películas. El quím ico francés Luis Marie Hilaire Bernigaud, conde de
Chardonnet ( 1839- 1924) , obt uvo fibras forzando soluciones de piroxilina a t ravés de
pequeños aguj eros. El disolvent e se evaporaba casi al inst ant e, dej ando un hilo t ras
de sí. Est os hilos podían t ej erse, dando un m at erial que t enía la suavidad de la
seda. En 1884, Chardonnet pat ent ó su rayón ( llam ado así porque eran t an brillant e
que parecía despedir rayos de luz) .
El plást ico en form a de película llegó por derecho propio, gracias al int erés del
invent or am ericano George East m an ( 1854- 1932) por la fot ografía. Aprendió a
m ezclar su em ulsión de com puest os de plat a con gelat ina con el fin de hacerla seca.
Est a m ezcla era est able y no t enía que ser preparada sobre la m archa. En 1884
sust it uyó el vidrio plano por la película de celuloide, lo cual facilit ó t ant o las cosas,
que la fot ografía, hast a ent onces privilegio de los especialist as, se pudo convert ir en
un «hobby» al alcance de cualquiera.
El celuloide, aunque no explosivo, era t odavía dem asiado com bust ible y encerraba
un peligro const ant e de incendio. East m an em pezó a experim ent ar con m at eriales
m enos inflam ables y halló que cuando a la celulosa, en lugar de los grupos nit ro, se
añadían grupos de acet at o, el product o era t odavía plást ico pero no excesivam ent e
inflam able. En 1924 se int roduj o la película de acet at o de celulosa, en un m om ent o
en que la puj ant e indust ria del cine necesit aba un m at erial que reduj ese el riesgo de
incendio.
Pero los quím icos t am poco se conform aban con las m oléculas gigant es que ya
exist ían en la nat uraleza. El quím ico belga- am ericano Leo Hendrik Baekeland ( 18631944) est aba invest igando a la sazón un sucedáneo de la gom a laca. Para est e
propósit o buscaba una solución de una sust ancia gom osa, sem ej ant e al alquit rán,
que result ase de la adición de pequeñas unidades m oleculares para form ar una
m olécula gigant e. La pequeña m olécula es un m onóm ero ( «una part e») , y el
product o final un polím ero ( «m uchas part es») .
Hay que decir que la form a en que se unen los m onóm eros para form ar m oléculas
gigant es no es ningún m ist erio. Para t om ar un ej em plo sencillo, considerem os dos
m oléculas de et ileno ( C2 H 4 ) . Las fórm ulas est ruct urales son
Si im aginam os que un át om o de hidrógeno se t raslada de una a ot ra y que un doble
enlace se conviert e en enlace sencillo, de m anera que pueda usarse un nuevo
enlace para unir las dos m oléculas, obt endrem os una sust ancia de cuat ro carbonos:
Tal m olécula de cuat ro carbonos t iene t odavía un doble enlace. Por t ant o puede
volver a com binarse con ot ra m olécula de et ileno, por m edio del desplazam ient o de
un át om o de hidrógeno y la apert ura de un doble enlace para form ar una m olécula
de seis carbonos con un doble enlace. El m ism o proceso conducirá a cont inuación a
una m olécula de ocho carbonos, después a una m olécula de diez carbonos, y así
hast a una m olécula casi t an larga com o se desee 27 .
Baekeland em pezó con fenol y form aldehído com o unidades del m onóm ero y
produj o un polím ero para el que no pudo encont rar disolvent e alguno. Se le ocurrió
ent onces que un polím ero t an duro y resist ent e a los disolvent es podía ser út il por
esas m ism as razones. Podía m oldearse a m edida que se form aba y solidificar en la
form a de un no conduct or de elect ricidad, duro, resist ent e al agua y resist ent e a los
disolvent es, pero fácilm ent e m ecanizable. En 1909 anunció la exist encia de lo que él
llam ó bakelit a, el prim ero y t odavía, en ciert o m odo, uno de los m ás út iles ent re
plást icos t ot alm ent e sint ét icos.
Las fibras t ot alm ent e sint ét icas t am bién iban a ocupar su puest o en el m undo. El
pionero en est e cam po fue el quím ico am ericano Wallace Hum e Carot hers ( 18961937) . En unión del quím ico belga- am ericano Julius Art hur Nieuwland ( 1878- 1936)
había invest igado los polím eros relacionados con el caucho, y que t enían algunas de
las propiedades elást icas de ést e 28 . El result ado, en el año 1932, fue el neopreno,
uno de los «cauchos sint ét icos» o, com o se llam an ahora, elast óm eros.
Carot hers siguió t rabaj ando con ot ros polím eros. Dej ando que polim erizasen las
m oléculas de ciert as diam inas y ácidos dicarboxílicos, produj o fibras form adas por
largas m oléculas que cont enían com binaciones de át om os sim ilares a los enlaces
pept ídicos en la prot eína de la seda. Est as fibras sint ét icas, una vez est iradas,
const it uyen lo que ahora llam am os nylon. I nt roducido en el m ercado poco ant es de
la prem at ura m uert e de Carot hers, est alló luego la Segunda Guerra Mundial, y no
fue hast a después del conflict o cuando el nylon reem plazó a la seda en casi t odos
sus usos, especialm ent e en lencería.
27
La m edida en que ocurre est a polim er ización depende del t iem po durant e el cual se perm it e a los m onóm eros
reaccionar la t em perat ura y presión baj o las cuales r eaccionan, la pr esencia o ausencia de ot ras sust ancias que
puedan aceler ar o ret rasar la r eacción, et c. La quím ica m oderna, t eniendo en cuent a t odo est o, puede
práct icam ent e diseñar su propio product o final.
28
El caucho es un polím ero nat ural producido por ciert as plant as t ropicales. En su est ado nat ural es, o bien
dem asiado v iscoso en t iem po calient e, o bien dem asiado duro en t iem po frío, com o para ser t ot alm ent e út il. El
invent or am ericano Charles Goodyear ( 1800- 60) descubrió, en part e por accident e, que el caucho calent ado con
azufre per m anecía seco y flexible en una am plia gam a de t em perat uras. Pat ent ó su caucho vulcanizado en 1844. El
caucho adquir ió realm ent e derecho de ciudadanía en el siglo xx, con el desarrollo del aut om óvil y la necesidad de
neum át icos en inm ensas cant idades.
Al principio, los polím eros sint ét icos se obt enían por procesos de ensayo y error,
pues se sabía poco sobre la est ruct ura de las m oléculas gigant es o los det alles de
las reacciones necesarias. Un pionero en los est udios de la est ruct ura de polím eros,
que acabó con gran part e de la incert idum bre, fue el quím ico alem án Herm ann
St audinger ( 1881- 1965) . Gracias a sus t rabaj os llegaron a com prenderse algunas
de las deficiencias de los polím eros sint ét icos. Una de ellas provenía de la
posibilidad de que los m onóm eros se uniesen ent re sí al azar, de m anera que los
grupos at óm icos cont enidos en ellos quedasen orient ados en diferent es direcciones
a lo largo de la cadena. Est a disposición al azar t endía a debilit ar el product o final,
al no perm it ir a las cadenas m oleculares em paquet arse correct am ent e. Las cadenas
podían incluso ram ificarse, lo cual em peoraba aún m ás las cosas.
El quím ico alem án Karl Ziegler ( 1898- 1973) descubrió en 1953 que ut ilizando ciert a
resina ( un polím ero veget al nat ural) podía unir a ella át om os de alum inio, t it anio o
lit io com o cat alizadores. Est os cat alizadores perm it ían conseguir una com binación
de m onóm eros m ás ordenada, elim inando las ram ificaciones.
Gracias a un t rabaj o sim ilar llevado a cabo por el quím ico it aliano Giulio Nat t a
( 1903- 79) , se logró disponerlas agrupaciones at óm icas de form a ordenada a lo
largo de la cadena polím era. En sum a, el art e de la polim erización llegó a t al
perfección, que los plást icos, películas y fibras podían producirse práct icam ent e por
encargo, cum pliendo propiedades especificadas de ant em ano.
Una im port ant e fuent e de sust ancias orgánicas básicas necesarias para producir los
nuevos product os sint ét icos en las inm ensas cant idades requeridas era el pet róleo.
Est e fluido era ya conocido en la ant igüedad, pero su em pleo en grandes cant idades
t uvo que esperar al desarrollo de t écnicas de ext racción para acceder a las grandes
reservas subt erráneas. Edwin Laurent ine Drake ( 1819- 80) , un invent or am ericano,
fue el prim ero en perforar en busca de pet róleo, en 1859. En el siglo t ranscurrido
desde Drake, el pet róleo, com o t odo el m undo sabe, se ha convert ido en el
elem ent o principal de nuest ra sociedad: la fuent e m ás im port ant e de sust ancias
orgánicas, de calor para uso dom ést ico y de pot encia para art efact os m óviles, desde
aeroplanos y aut om óviles hast a m ot ociclet as y cort adoras de césped.
El carbón, aunque solem os olvidarlo en est a era del m ot or de com bust ión int erna,
es una fuent e aún m ás abundant e de sust ancias orgánicas. El quím ico ruso Vladim ir
Nikolaevich I pat ieff ( 1867- 1952) , en las post rim erías del pasado siglo y com ienzos
del act ual, em pezó a invest igar las reacciones de los hidrocarburos com plej os en el
pet róleo y en el alquit rán de hulla a elevadas t em perat uras. El quím ico alem án
Friedrich Karl Rudolf Bergius ( 1884- 1949) ut ilizó los hallazgos de I pat ieff para idear
en 1912 m ét odos práct icos para el t rat am ient o del carbón y de los aceit es pesados
con hidrógeno, con vist as a fabricar gasolina.
Pero las exist encias m undiales t ot ales de com bust ibles fósiles ( carbón y pet róleo) es
lim it ada y, en m uchos aspect os, irrem plazable. Según los est udios llevados a cabo
hast a el present e, el agot am ient o t ot al de las reservas se prevé para un día que se
est im a no dem asiado lej ano. Aunque el siglo xx se halla a cubiert o de est e riesgo,
hay razones para suponer que ello afect ará al próxim o siglo sobre t odo a la vist a de
la rápida expansión de la especie hum ana y el consiguient e increm ent o de la
dem anda.
Ca pít u lo 1 1
Qu ím ica inor gá n ica
Cont enido:
1. La nueva m et alurgia
2. Nit rógeno y flúor
3. La front era ent re lo orgánico y lo inorgánico
1 . La n u e va m e t a lu r gia
Si el siglo XI X, sobre t odo su segunda m it ad, parece fundam ent alm ent e la era de la
quím ica orgánica, la quím ica inorgánica est aba lej os de haberse det enido.
Ya m encionam os la fot ografía com o una im port ant e aplicación de la quím ica
inorgánica en el siglo XI X, pero en lo que se refiere a su im port ancia para la
econom ía o el bienest ar de la sociedad debe considerarse, desde luego, com o una
cont ribución secundaria. Ot ra de est as pequeñas cont ribuciones, que norm alm ent e
se pasan por alt o, pero que poseen no obst ant e su im port ancia, fue un avance en la
t écnica de hacer fuego. A lo largo de la hist oria, la hum anidad había encendido
fuego friccionando obj et os com o la m adera, que t enía que calent arse a alt as
t em perat uras para poder arder, o haciendo salt ar chispas que duraban sólo un
inst ant e, lo que se lograba con pedernal y hierro. Pero con el t iem po el hom bre
em pezó a experim ent ar con product os quím icos que ardían a baj as t em perat uras, lo
que podía conseguirse con una ligera fricción. En 1827, el invent or inglés John
Walker ( 1781- 1859) ideó la prim era cerilla de fósforo práct ica. Aunque después de
un siglo y m edio ha experim ent ado m uchas m ej oras, el principio sigue siendo el
m ism o.
La fot ografía y la cerilla de fósforo son sólo dos ej em plos de ent re los num erosos
avances práct icos conseguidos en quím ica inorgánica, que m erecerían algo m ás que
una sim ple m ención en una hist oria ext ensa y det allada, pero en est e breve t rabaj o
no hay m ás rem edio que cent rarnos en los t em as m ás am plios. El progreso m ás
espect acular en la quím ica aplicada del siglo XI X se operó en los m et ales, ent re los
cuales el acero era, y cont inúa siendo, el m ás im port ant e para nuest ra econom ía. El
pet róleo es el alim ent o y com bust ible de nuest ra sociedad, pero el acero, en sus
dist int as form as, const it uye su esquelet o.
Aunque, com o hem os vist o, el t rabaj o del acero era corrient e hace ya t rescient os
años, hast a m ediados del siglo XI X no se ideó una t écnica para producirlo
económ icam ent e
y
en
las
inm ensas
cant idades
necesarias
para
cubrir
las
necesidades de la sociedad m oderna. El nom bre que sobresale aquí es el de Henry
Bessem er ( 1813- 1898) .
Bessem er, un m et alúrgico inglés, est aba int ent ando diseñar un proyect il de art illería
que girase sobre su ej e durant e el vuelo y se desplazase según una t rayect oria
predecible con exact it ud. Para ello necesit aba un cañón est riado, es decir, con
surcos espirales t allados en el ánim a del cañón desde el port illo hast a la boca. El
cañón t enía que est ar hecho de acero especialm ent e fuert e, que soport ase las alt as
presiones necesarias para
forzar
el
proyect il
cont ra las m uescas espirales,
im prim iéndole así una rapidísim a rot ación. Los cañones ordinarios no est riados,
com o los que se usaban ent onces, podían const ruirse con un m at erial m ás débil, y
por ot ro lado el acero result aba bast ant e caro. Así, pues, a m enos que se invent ase
alguna solución, el cañón est riado de Bessem er no era dem asiado práct ico.
El hierro, t al com o se producía, era hierro fundido, rico en carbono ( procedent e del
coque o del carbón m ineral ut ilizados para fundir la m ena) . El hierro fundido era
m uy duro, pero quebradizo. El carbono podía elim inarse, con esfuerzo, para form ar
hierro dulce, que era resist ent e, pero algo blando. Luego se volvía a int roducir la
cant idad de carbono necesaria para form ar acero, que era t an resist ent e com o duro.
Bessem er buscaba un m ét odo de obt ener hierro con la cant idad exact a de carbono
para form ar acero, sin pasar por la cost osa et apa de hierro dulce. Para elim inar el
exceso de carbono en el hierro fundido, hizo pasar una corrient e de aire a t ravés del
m et al líquido. Est e aire no enfriaba y solidificaba el m et al, sino que, por el cont rario,
el calor de com binación del carbono con el oxígeno aum ent aba la t em perat ura.
I nt errum piendo la corrient e de aire en el m om ent o preciso, Bessem er logró obt ener
acero.
En 1856 dio a conocer su alt o horno. Al principio, los int ent os de repet ir su t rabaj o
fracasaron, debido a que su m ét odo requería el uso de una m ena libre de fósforo.
Com prendido est o, las cosas fueron com o la seda, el acero se abarat ó, y la Edad del
Hierro dio finalm ent e paso a la Edad del Acero. ( Post eriorm ent e se int roduj eron
t écnicas superiores a la de Bessem er en el proceso de producción del acero.) La
dureza y t enacidad del acero ha posibilit ado la const rucción de los m odernos
rascacielos y puent es colgant es; fue el acero el que perm it ió acorazar barcos de
guerra y proporcionó m onst ruosas piezas de art illería, y es acero sobre lo que
corren los t renes.
Figura 19. El convert idor de Bessem er revolucionó la producción de acero. Est e
m odelo est á en exhibición en Pit t sburg; a la derecha, Henry Bessem er, creador del
proceso Bessem er.
Pero la fabricación de aceros no se det uvo en la com binación de carbono y hierro. El
m et alúrgico inglés Robert Abbot Hadfield ( 1858- 1940) est udió las propiedades del
acero a m edida que le iba añadiendo m et ales en diferent es cant idades. La adición
de m anganeso parecía volver quebradizo el acero, pero Hadfield añadió m ás
cant idad de la que habían probado hast a ent onces los m et alúrgicos. A part ir del
m om ent o en que el acero t enía un 12 por 100 de m anganeso perdía ese caráct er
quebradizo. Calent ándolo a 1.000° C y t e m plándolo en agua a cont inuación se
volvía m ucho m ás duro que el acero ordinario. Hadfield pat ent ó su acero al
m anganeso en 1882, m om ent o que m arca el com ienzo del t riunfo del acero de
aleación.
Ot ros m et ales cuya adición al acero dieron buenos result ados fueron el crom o, el
m olibdeno, el vanadio, el t ungst eno y el niobio, obt eniéndose variedades de acero
de aleación adecuadas a fines específicos. En 1919 el invent or am ericano Elwoor
Haynes ( 1857- 1925) pat ent ó el acero inoxidable, que cont enía crom o y níquel. En
1916 el m et alúrgico j aponés Kot aro Honda ( 1870- 1954) vio que añadiendo cobalt o
al acero al t ungst eno se producía una aleación capaz de form ar un im án m ás
pot ent e que el acero ordinario. Est e descubrim ient o abrió el cam ino a la obt ención
de aleaciones m agnét icas m ás pot ent es t odavía.
Sim ult áneam ent e ent raron en uso nuevos m et ales. El alum inio, por ej em plo, es m ás
abundant e en el suelo t errest re que el hierro, y de hecho es el m et al m ás com ún.
Sin em bargo, se encuent ra siem pre com binado en form a de com puest os. Mient ras
que el hierro ha sido conocido y preparado a part ir de sus m enas desde los t iem pos
prehist óricos, el alum inio ni siquiera fue reconocido com o m et al hast a que Wóhler
aisló una m uest ra im pura en 1827.
Fue en 1855, gracias al quím ico francés Henry Et ienne Saint e- Claire Deville ( 181881) , cuando se elaboró un m ét odo adecuado para preparar alum inio m ás o m enos
puro en cant idades m oderadas. Pero incluso ent onces siguió siendo m ucho m ás caro
que el acero, de m odo que se ut ilizaba sólo para adornos com o el sonaj ero del hij o
de Napoleón I I I o la corona del m onum ent o a Washingt on.
En 1886, sin em bargo, el j oven est udiant e de quím ica am ericano Charles Mart in Hall
( 1863- 1914) , oyendo a su profesor decir que quien descubriese un m edio barat o de
fabricar alum inio se haría rico y fam oso, decidió em prender la t area. Trabaj ando en
el laborat orio de su casa, descubrió que el óxido de alum inio podía disolverse en un
m ineral fundido llam ado criolit a. Una vez que el óxido est aba en solución, la
elect rólisis producía el propio alum inio. En el m ism o año, el m et alúrgico francés Paul
Louis Toussaint Héroult ( 1863- 1914) ideó en esencia el m ism o m ét odo para
producir el m et al. El m ét odo de Hall- Héroult abarat ó el alum inio y lo puso al alcance
de los usos m ás vulgares, com o son las cacerolas de cocina.
El m áxim o valor del alum inio reside en su ligereza ( un t ercio del peso del acero) .
Est a dualidad lo hace especialm ent e indicado para la indust ria de la aviación, que
devora t am bién cant idades de m agnesio, un m et al aún m ás ligero. En la década de
los t reint a se idearon m ét odos para ext raer m agnesio de las sales disuelt as en el
océano
proporcionándonos
a
part ir
de
ent onces
una
fuent e
práct icam ent e
inagot able de est e m et al. ( El brom o y el yodo - por no hablar ya de la propia sal- se
ext raen hoy día t am bién del agua. Un problem a de crecient e im port ancia para el
fut uro es el de ext raer agua pot able del océano.)
Los m et ales com o el t it anio const it uyen t am bién una prom esa. El t it anio es un m et al
com ún, alt am ent e resist ent e a los ácidos, de ligereza int erm edia ent re el alum inio y
el acero y, si se prepara correct am ent e, el m ás fuert e de los m et ales, en relación
con su peso. El circonio es sem ej ant e, pero abunda m enos y es m ás pesado.
Las perspect ivas para el fut uro del t it anio son part icularm ent e brillant es en lo que
se refiere a los aviones supersónicos que se diseñan y const ruyen hoy día. I ncluso
volando por las capas m ás alt as de la at m ósfera, un avión que se m ueva a
velocidades equivalent es a varias veces la del sonido, experim ent a una fricción
brut al por part e del aire. Su superficie ext erna debe soport ar alt as t em perat uras, y
es aquí donde est á indicado especialm ent e el t it anio, ya que en dichas condiciones
m ant iene su resist encia m ej or que los dem ás m et ales.
2 . N it r óge n o y flú or
Si bien es ciert o que el nit rógeno nos rodea por t odas part es en la at m ósfera, allí
est á present e en form a de elem ent o, cuando para la m ayoría de los organism os sólo
es út il en form a de com puest os. Pero ocurre que el nit rógeno es casi inert e y
difícilm ent e
reacciona
para
form ar
com puest os.
Así
pues,
a
pesar
de
la
om nipresencia del aire, el suelo es con frecuencia pobre en nit rat os ( el t ipo de
com puest o de nit rógeno m ás corrient e) y ést os deben aplicarse en form a de abonos
anim ales o fert ilizant es quím icos. Los nit rat os son t am bién com ponent es de la
pólvora, y se ut ilizan indirect am ent e en la form ación de los m ás m odernos
explosivos, com o la nit rocelulosa y la nit roglicerina.
Las reservas de nit rat os de la t ierra se m ant ienen gracias a la act ividad de las
t orm ent as. El nit rógeno y el oxígeno del aire se com binan en la proxim idad de las
chispas eléct ricas para form ar com puest os. Est os com puest os se disuelven en las
got as de lluvia y son t ransport ados a t ierra. Por ot ro lado, ciert os t ipos de bact erias
ut ilizan el nit rógeno elem ent al del aire para producir com puest os nit rogenados. Pero
a m edida que aum ent aron las necesidades hum anas de nit rat os, t ant o para
fert ilizant es com o para explosivos, fue cada vez m ás difícil depender exclusivam ent e
de las fuent es nat urales. El quím ico alem án Frit z Haber ( 1868- 1934) invest igó
m ét odos para com binar el nit rógeno at m osférico con el hidrógeno para form ar
am oniaco, que luego podía convert irse fácilm ent e en nit rat os. En 1908 Haber
consiguió su propósit o, som et iendo nit rógeno e hidrógeno a alt as presiones y
ut ilizando hierro com o cat alizador.
Durant e la Prim era Guerra Mundial, el bloqueo de la flot a brit ánica cort ó a Alem ania
el sum inist ro de nit rat o nat ural procedent e del desiert o de Chile ( la m ej or fuent e
nat ural) . Pero para ent onces el quím ico alem án Karl Bosch ( 1874- 1940) había
conseguido t ransform ar el proceso de Haber de una experim ent ación de laborat orio
en una operación indust rial, y hacia la m it ad de la guerra est aba produciendo ya
t odos los com puest os nit rogenados que Alem ania necesit aba.
Exact am ent e opuest o era el caso del flúor: debido a su gran act ividad, exist e sólo
en form a de com puest os, desafiando así en aquella época los esfuerzos de los
quím icos para pasarlo a su form a libre. Sin em bargo, desde la época de Lavoisier,
los quím icos est aban seguros de que el elem ent o exist ía; t ant o es así, que
Newlands y Mendeleiev lo incluyeron en sus t ablas periódicas ( figuras 13 y 16) ,
aunque ningún hom bre lo había vist o siquiera. Ciert am ent e, la elect rólisis separaba
el flúor de sus diversos com puest os m oleculares, pero t an pront o com o el gas se
hallaba en form a de elem ent o, reaccionaba con la sust ancia m ás cercana, form ando
de nuevo part e de un com puest o. ( El flúor es el m ás act ivo de t odos los elem ent os
quím icos.)
Después de Davy, m uchos fueron los quím icos que abordaron el problem a en el
siglo xix. El éxit o le est aba reservado al quím ico francés Ferdinand Frédéric Henri
Moissan ( 1852- 1907) . Moissan decidió que com o el plat ino era una de las pocas
sust ancias que podía resist ir al flúor, no había ot ra solución que preparar t odo el
equipo de plat ino, sin reparar en gast os. Y lo que es m ás, enfrió t odo a - 50° C, para
am ort iguar la gran react ividad del flúor. En 1886 hizo pasar una corrient e eléct rica a
t ravés de una solución de fluoruro pot ásico en ácido fluorhídrico, en su equipo de
plat ino, y consiguió su propósit o. Al fin se había aislado el flúor, un gas am arillo
pálido.
Aunque era una gran hazaña, Moissan se hizo m ás fam oso t odavía por ot ra
conquist a que en realidad no era t al. El carbón y el diam ant e son am bos form as de
carbono, y se diferencian en que los át om os de carbono en el diam ant e est án
unidos de form a m uy com pact a. Se deduce de ello que si se ej erce una gran presión
sobre el carbón, los át om os podrán disponerse de form a m ás com pact a para form ar
diam ant e. Moissan t rat ó de conseguirlo disolviendo carbón en hierro fundido y
dej ando que el carbón crist alizase a m edida que el hierro se enfriaba.
En 1893 le pareció que había t riunfado. Obt uvo varios diam ant es m inúsculos e
im puros j unt o con un pedazo de diam ant e aut ént ico, de m edio m ilím et ro de
longit ud aproxim adam ent e. Sin em bargo, es posible que Moissan fuese víct im a de
un engaño, y que algún ayudant e int roduj ese el diam ant e en el hierro. Act ualm ent e
sabem os, part iendo de consideraciones t eóricas, que en las condiciones en que
operó Moissan era im posible form ar diam ant es.
Un invent or am ericano, Edward Goodrich Acheson ( 1856- 1931) , int ent ó t am bién la
form ación de diam ant e a part ir de form as m ás ordinarias de carbono. Fracasó, pero
en el proceso, m ient ras calent aba int ensam ent e carbón en presencia de arcilla,
obt uvo una sust ancia ext rem adam ent e dura que denom inó carborundum . Result ó
ser carburo de sílice ( un com puest o de silicio y carbono) y const it uía un excelent e
abrasivo.
Para form ar diam ant es t enían que ut ilizarse presiones m ás alt as que las disponibles
en el siglo xix, j unt o con alt as t em perat uras que posibilit asen el cam bio de posición
de los át om os con razonable facilidad. El físico am ericano Percy William Bridgm an
( 1882- 1961) invirt ió m edio siglo, desde 1905, en idear un equipo capaz de
conseguir
presiones cada vez m ás alt as. Diversos elem ent os y
com puest os
adquirían nuevas form as, en la que los át om os y las m oléculas se organizaban en
disposiciones anorm alm ent e com pact as. Se obt uvieron así, por ej em plo, variedades
de hielo m ucho m ás densas que el agua y con un punt o de fusión m ás alt o que el
punt o de ebullición del agua a presiones ordinarias29 . En 1955, ut ilizando las
t écnicas de Brigm an, se produj eron verdaderos diam ant es sint ét icos.
29
Tales form as de alt a presión reviert en por lo general a las for m as ordinarias t an pront o com o se aligera la
presión. El diam ant e es una excepción .
3 . La fr on t e r a e n t r e lo or gá n ico y lo in or gá n ico
Con la llegada del siglo XX com enzó a revelarse una ext ensa zona en la front er a
ent re la quím ica orgánica y la quím ica inorgánica.
El quím ico inglés Frederick St anley Kipping ( 1863- 1949) em pezó a invest igar en
1899 sobre los com puest os orgánicos que cont enían el elem ent o silicio, que, j unt o
con el oxígeno, es el elem ent o m ás com ún en la cort eza t errest re. Durant e un
período de cuarent a años consiguió sint et izar un gran núm ero de com puest os
orgánicos que cont enían uno o varios de est os át om os, t an caract eríst icos del
m undo inorgánico. De hecho, era posible obt ener cadenas infinit am ent e largas
form adas por át om os de silicio y oxígeno alt ernat ivam ent e.
Est e t rabaj o podría cat alogarse en principio com o puram ent e inorgánico, pero lo
ciert o es que cada át om o de silicio t iene cuat ro valencias, de las que sólo dos se
ut ilizan para com binarse con el oxígeno. Las ot ras dos pueden enlazarse a
cualquiera de los diferent es grupos orgánicos. En la Segunda Guerra Mundial y a
part ir de ella, t ales siliconas orgánico- inorgánicas alcanzaron im port ancia com o
lubricant es, fluidos hidráulicos, cauchos sint ét icos, product os hidrófugos, et c.
Los com puest os orgánicos ordinarios est án form ados por át om os de carbono a los
que se encuent ran unidos ot ros át om os. En general, la m ayoría de esos «ot ros
át om os» son hidrógeno, de m odo que los com puest os orgánicos pueden definirse
com o hidrocarburos y derivados. El át om o de flúor, sin em bargo, es casi t an
pequeño com o el át om o de hidrógeno, y cabrá en cualquier part e donde quepa ést e.
Era de esperar, pues, que exist iese una fam ilia com plet a de fluorocarburos y
derivados.
Uno de los prim eros invest igadores de los com puest os fluoro- orgánicos fue el
quím ico am ericano Thom as Midgley, Jr. ( 1889- 1944) . En 1930 preparó el freón con
una m olécula que consist ía en un át om o de carbono al que est aban unidos dos
át om os de cloro y dos át om os de flúor. Se licua fácilm ent e, de m odo que puede
usarse com o un refrigerant e en lugar de los ot ros gases fácilm ent e licuables, com o
el am oniaco y el dióxido de azufre. A diferencia de ellos, el freón es inodoro y
at óxico, y adem ás com plet am ent e ininflam able. Act ualm ent e se usa casi de m odo
universal en los refrigeradores dom ést icos y en los acondicionadores de aire.
Durant e la Segunda Guerra Mundial, el flúor y los com puest os fluorados se
ut ilizaron en relación con los t rabaj os sobre el uranio y la bom ba at óm ica. Se
necesit aban lubricant es que no fuesen at acados por el flúor y con est e propósit o se
ut ilizaron fluorocarburos, ya que ést os habían soport ado ya ( por así decirlo) un
at aque m áxim o por part e del flúor.
El flúor form a con el carbono un enlace m uy resist ent e, y las cadenas de
fluorocarburo son m ás est ables y m ás inert es que las cadenas de hidrocarburos. Los
polím eros de fluorocarburo son sust ancias cerosas, hidrófugas, repelent es de los
disolvent es y eléct ricam ent e aislant es. El t eflón, un fluorocarburo plást ico, com enzó
a ut ilizarse en los años sesent a com o recubrim ient o de sart enes, con lo que no se
necesit a grasa para freír en ellas.
La com plej idad inorgánica no precisa en absolut o del át om o de carbono, en ciert os
casos. El quím ico alem án Alfred St ock ( 1876- 1946) com enzó a est udiar los hidruros
de boro ( com puest os de boro e hidrógeno) en 1909 y halló que podían form arse
com puest os ext raordinariam ent e com plicados, análogos en algunos sent idos a los
hidrocarburos.
Desde la Segunda Guerra Mundial los hidruros de boro han alcanzado un uso
inesperado com o adit ivos del com bust ible de los cohet es, a fin de increm ent ar el
em puj e que proyect a la nave hacia las capas superiores de la at m ósfera y al espacio
ext erior. Adem ás, los hidruros de boro result aron ser de int erés t eórico, debido a
que las fórm ulas ordinarias del prim er t ipo ideado por Kekulé se m ost raron
inadecuadas para explicar su est ruct ura.
Pero t odos est os éxit os, aunque conseguidos cost osa e ingeniosam ent e, así y
esenciales para la vida m oderna, eran ext raños a los asunt os m ás serios de la
quím ica del siglo XX. El cient ífico puro se hallaba experim ent ando baj o la superficie
del át om o, y para ver lo que encont ró allí volverem os en el rest o del libro a la línea
de desarrollo fundam ent al de nuest ro relat o.
Ca pít u lo 1 2
Ele ct r on e s
Cont enido:
1. Rayos cat ódicos
2. El efect o fot oeléct rico
3. Radiact ividad
1 . Ra yos ca t ódicos
Cuando Leucipo y su discípulo Dem ócrit o propusieron por vez prim era la noción de
át om o lo concibieron com o la part ícula últ im a e indivisible de la m at eria. Dalt on,
unos dos m il años después, m ant uvo esa opinión. Parecía necesario suponer que,
por definición, el át om o no t enía est ruct ura int erna. Si el át om o podía dividirse en
ent idades aún m enores, ¿no serían ent onces dichas ent idades m enores los
verdaderos át om os?
A t ravés del siglo xix persist ió est a concepción del át om o com o part ícula carent e de
fisonom ía, carent e de est ruct ura e indivisible. Cuando est a t eoría se vino finalm ent e
abaj o, fue com o consecuencia de una línea de experim ent ación que no era en
absolut o de nat uraleza quím ica. Muy al cont rario, sucedió m ediant e est udios de la
corrient e eléct rica.
Si en un lugar exist e una concent ración de carga eléct rica posit iva, y en ot ro una
concent ración de carga eléct rica negat iva, ent re los dos se est ablece un pot encial
eléct rico. Baj o la fuerza im pulsora de est e pot encial eléct rico, fluye una corrient e
eléct rica desde un punt o al ot ro, t endiendo est a corrient e a igualar la concent ración.
La corrient e fluye m ás fácilm ent e a t ravés de unos m at eriales que de ot ros. Los
m et ales, por ej em plo, son conduct ores, y bast a incluso con un pequeño pot encial
eléct rico para originar una corrient e a t ravés de ellos. Las sust ancias com o el vidrio,
la m ica y el azufre son no- conduct ores o aislant es, y se precisan pot enciales
eléct ricos enorm es para im pulsar a t ravés de ellas aun las corrient es m ás pequeñas.
No obst ant e, part iendo de un pot encial eléct rico suficient e, puede crearse una
corrient e a t ravés de cualquier m at erial, sólido, líquido o gaseoso. Algunos líquidos
( una solución salina, por ej em plo) conducen corrient es eléct ricas con bast ant e
facilidad, com o ya sabían, de hecho, los prim eros experim ent adores. Un rayo
t am bién represent a una corrient e eléct rica que se t raslada casi inst ant áneam ent e a
t ravés de m illas de aire.
A los experim ent adores del siglo xix les parecía razonable avanzar un paso m ás e
int ent ar conducir una corrient e eléct rica a t ravés del vacío. Sin em bargo, para
obt ener result ados significat ivos, se precisaba un vacío lo bast ant e perfect o com o
para perm it ir que la corrient e cruzase ( si es que lo hacía) sin int erferencias
significat ivas por part e de la m at eria.
Los int ent os de Faraday para dirigir elect ricidad a t ravés del vacío fracasaron por
falt a de un vacío suficient em ent e perfect o. Pero en 1855, un soplador de vidrio
alem án, Heinrich Geissler ( 1814- 79) , ideó un m ét odo para producir vacíos m ás alt os
que los que se habían obt enido hast a ent onces. Preparó recipient es de vidrio,
haciendo el vacío en ellos. Un am igo suyo, el físico alem án Julius Plücker ( 1801- 68)
ut ilizó est os t ubos de Geissler en sus experim ent os eléct ricos.
Plücker int roduj o dos elect rodos en t ales t ubos, est ableció un pot encial eléct rico
ent re ellos, y consiguió hacer pasar una corrient e a t ravés de los t ubos. La corrient e
producía
efect os
lum iniscent es
dent ro
del
t ubo,
y
dichos
efect os
variaban
precisam ent e de acuerdo con el grado de vacío. Si el vacío era m uy alt o, la
lum iniscencia desaparecía, pero el vidrio del t ubo despedía una luz verde alrededor
del ánodo.
El físico inglés William Crookes ( 1832- 1919) ideó en 1875 un t ubo con un vacío m ás
perfect o ( un t ubo de Crookes) , que perm it ía est udiar con m ayor facilidad el paso de
la corrient e eléct rica a t ravés del vacío. Parecía bast ant e claro que la corrient e
eléct rica se originaba en el cát odo y viaj aba hast a el ánodo, donde chocaba con el
vidrio que est aba j unt o a él y producía lum iniscencia. Crookes dem ost ró est o
colocando un t rozo de m et al en el t ubo, y m ost rando que proyect aba una som bra
sobre el vidrio en el lado opuest o al cát odo 30 .
Sin em bargo, en aquella época los físicos no sabían en qué podría consist ir la
corrient e eléct rica, ni podían decir con seguridad qué era lo que se est aba m oviendo
30
Los experim ent adores en elect r icidad de los siglos XVI I I y XI X, em pezando por Benj am ín Franklin, supusieron
que la corrient e fluía desde la concent ración llam ada arbit rariam ent e posit iva hacia la llam ada negat iva. Crookes
dem ost ró ahor a que, en realidad, la suposición est aba equivocada y el fluj o iba desde la negat iva a la posit iva.
desde el cát odo al ánodo. Fuese lo que fuese, viaj aba en línea rect a ( puest o que
arroj aba som bras nít idas) , de m odo que, sin com prom et erse para nada acerca de su
nat uraleza, podían hablar de una «radiación». En realidad, en 1876, el físico alem án
Eugen Goldst ein ( 1850- 1930) llam ó al fluj o rayos cat ódicos.
Parecía nat ural suponer que los rayos cat ódicos podían ser una form a de luz, y est ar
form ados por ondas. Las ondas viaj aban en línea rect a, com o la luz, y, lo m ism o
que ést a, no parecían afect adas por la gravedad. Por ot ra part e, podía igualm ent e
inferirse que los rayos cat ódicos consist ían en part ículas veloces, que, al ser t an
ligeras o m overse t an rápidam ent e ( o am bas cosas a la vez) , no eran en absolut o
afect adas por la gravedad o lo eran en cant idad inapreciable. El asunt o fue m ot ivo
de considerable cont roversia durant e algunas décadas, est ando los físicos alem anes
fuert em ent e inclinados hacia la concepción ondulat oria, y los físicos ingleses hacia la
corpuscular.
Un m odo de decidir ent re las dos alt ernat ivas sería averiguar si los rayos cat ódicos
eran desviados por la acción de un im án. Las part ículas podían ser m agnét icas, o
podían llevar una carga eléct rica, y en cualquier caso serían m ucho m ás fácilm ent e
desviadas por un cam po que si fuesen ondas.
El m ism o Plücker había m ost rado que est e efect o exist ía, y Crookes había hecho lo
propio independient em ent e. Sin em bargo, t odavía quedaba una cuest ión. Si los
rayos cat ódicos est aban form ados por part ículas cargadas, un cam po eléct rico
podría desviarlas, aunque al principio no se det ect ó est e efect o.
En 1897, el físico inglés Joseph John Thom son ( 1856- 1940) , t rabaj ando con t ubos
de alt o vacío, logró finalm ent e dem ost rar la deflexión de los rayos cat ódicos en un
cam po eléct rico ( ver fig. 20) . Ese fue el eslabón final en la cadena de pruebas, y a
part ir de ent onces hubo que acept ar que los rayos cat ódicos eran corrient es de
part ículas que t ransport aban una carga eléct rica negat iva. La m agnit ud de la
desviación de una part ícula de rayos cat ódicos en un cam po m agnét ico de fuerza
dada viene det erm inada por su m asa y por el t am año de su carga eléct rica.
Thom son logró t am bién m edir el cocient e ent re la m asa y la carga, si bien no pudo
m edir cada una por separado.
La m asa m ás pequeña conocida era la del át om o de hidrógeno, y si las part ículas de
los rayos cat ódicos se suponían de esa m ism a m asa, deberían t ransport ar una carga
eléct rica cient os de veces m ayor que la m enor carga conocida ( la del ion
hidrógeno) . Si, por ot ra part e, se suponía que las part ículas de los rayos cat ódicos
t enían la m enor carga observada en los iones, ent onces su m asa debería ser sólo
una pequeña fracción de la del át om o de hidrógeno. Una de est as dos alt ernat ivas
debería de cum plirse necesariam ent e, según la det erm inación de Thom son de la
relación m asa/ carga.
Figura 20. El t ubo de rayos cat ódicos perm it ió a Thom son m edir la desviación de
los haces elect rónicos en cam pos eléct ricos de int ensidad conocida. El haz pasaba
ent re las placas, cuyo cam po desviaba a los elect rones, desplazando sus punt os de
choque a lo largo de la escala.
Había buenas razones para preferir la últ im a alt ernat iva y suponer que las part ículas
de los rayos cat ódicos eran m ucho m enores que cualquier át om o. Hacia 1911 quedó
est o definit ivam ent e probado por el físico am ericano Robert Andrews Millikan ( 18681953) , que m idió con bast ant e exact it ud la m ínim a carga eléct rica que podía
t ransport ar una part ícula.
Si est a carga era t ransport ada por una part ícula de rayos cat ódicos, su m asa sería
solam ent e 1/ 1837 de la del hidrógeno. En consecuencia, se t rat aba de la prim era
part ícula subat óm ica descubiert a.
Desde la época de las leyes de Faraday sobre la elect rólisis se había pensado que la
elect ricidad podía ser t ransport ada por part ículas. En 1891, el físico irlandés George
Johnst one St oney ( 1826- 1911) había incluso sugerido un nom bre para la unidad
fundam ent al de elect ricidad, fuese o no una part ícula. Sugirió el nom bre de
elect rón.
Ahora aparecía, por fin, en form a de part ícula de rayos cat ódicos, el «át om o de
elect ricidad», acerca del cual habían especulado los hom bres a lo largo de m edio
siglo. Esas part ículas acabaron llam ándose elect rones, com o St oney había sugerido,
y J. T. Thom son se considera, por t ant o, com o el descubridor del elect rón.
2 . El e fe ct o fot oe lé ct r ico
Quedaba ahora por det erm inar si exist ía alguna relación ent re el elect rón y el
át om o. El elect rón podía ser la part ícula de elect ricidad, y el át om o la part ícula de
m at eria; y am bas podían carecer, quizá, de est ruct ura, ser part ículas esenciales,
com plet am ent e independient es la una de la ot ra.
Pero est aba bast ant e claro que la independencia acaso fuese t ot al. Arrhenius, en los
años 1880- 89, había propuest o su t eoría de la disociación iónica y había explicado el
com port am ient o de los iones suponiendo que eran át om os o grupos de át om os
cargados eléct ricam ent e. En aquel m om ent o, la m ayoría de los quím icos t acharon la
idea de absurda, pero ahora las cosas eran dist int as.
I m aginem os un elect rón ligado a un át om o de cloro. Tendríam os ent onces un át om o
de cloro port ador de una sola carga negat iva, lo que const it uiría el ion cloruro. Si
dos elect rones se uniesen a un grupo at óm ico com puest o de un át om o de azufre y
cuat ro át om os de oxígeno, el result ado sería un ion sulfat o doblem ent e cargado, y
así sucesivam ent e. De est e m odo se podrían explicar fácilm ent e t odos los iones
cargados negat ivam ent e.
Pero ¿cóm o explicar los iones cargados posit ivam ent e? El ion sodio, por ej em plo,
era un át om o de sodio port ador de una carga posit iva. Por aquel ent onces no se
conocía ninguna part ícula cargada posit ivam ent e que se pareciese al elect rón, de
m odo que no se podía ut ilizar el recurso de suponer que los át om os se unirían a
t ales part ículas de carga posit iva.
Ot ra posibilidad era que la carga posit iva se creara quit ándole uno o dos elect rones
al át om o: ¡elect rones que habían exist ido com o part e del m ism o át om o!
Est a revolucionaria posibilidad era t ant o m ás plausible debido a un fenóm eno
observado por prim era vez en 1888 por el físico alem án Heinrich Rudolf Hert z
( 1857- 1894) , en el curso de unos experim ent os en los que descubrió las ondas de
radio.
Mient ras enviaba una chispa eléct rica a t ravés de un espacio de aire de un elect rodo
a ot ro, Hert z halló que cuando en el cát odo incidía una luz ult raviolet a, la chispa
salt aba m ás fácilm ent e. Est o, j unt o con ot ros fenóm enos eléct ricos provocados por
la incidencia de la luz sobre el m et al, se denom inó post eriorm ent e efect o
fot oeléct rico.
En 1902, el físico alem án Philipp Eduard Ant ón Lenard ( 1862- 1947) , que en sus
prim eros años había t rabaj ado de ayudant e en el laborat orio de Hert z, dem ost ró
que el efect o fot oeléct rico se producía por la em isión de elect rones por part e del
m et al.
Eran m uchos los m et ales que exhibían efect os fot oeléct ricos; t odos ellos em it ían
elect rones baj o el im pact o de la luz, incluso cuando no exist ía corrient e eléct rica o
carga eléct rica en las proxim idades. En consecuencia, parecía razonable suponer
que los át om os m et álicos ( y probablem ent e t odos los át om os) cont enían elect rones.
Pero los át om os en su est ado norm al no poseían carga eléct rica. Si cont enían
elect rones cargados negat ivam ent e, debían cont ener t am bién una carga posit iva
que
lo
cont rarrest ase.
Lenard
pensó
que
los
át om os
podían
consist ir
en
agrupaciones t ant o de part ículas posit ivas com o negat ivas, iguales en t odos los
aspect os salvo en la carga. Est a posibilidad, sin em bargo, parecía bast ant e
im probable, ya que de ser así ¿por qué no em it ía nunca el át om o part ículas de
carga posit iva? ¿Por qué eran siem pre elect rones y solam ent e elect rones?
J. J. Thom son sugirió ent onces que el át om o era una esfera sólida de m at erial
cargado posit ivam ent e, con elect rones cargados negat ivam ent e incrust ados en ella,
com o las pasas de una t art a. En el át om o ordinario, la carga negat iva de los
elect rones neut ralizaba exact am ent e a la carga posit iva del propio át om o. La adición
de nuevos elect rones proporcionaba al át om o una carga negat iva, m ient ras que la
pérdida de algunos de los elect rones originarios le proporcionaba una carga posit iva.
Sin em bargo, el concept o de un át om o sólido, cargado posit ivam ent e, no logró
prevalecer.
Mient ras
que
las
part ículas
con
carga
posit iva
y
exact am ent e
com parables a un elect rón siguieron siendo desconocidas en las prim eras décadas
del siglo XX, se descubrieron ot ros t ipos de part ículas posit ivas.
En 1886, Goldst ein ( que había dado su nom bre a los rayos cat ódicos) realizó
algunos experim ent os con un cát odo perforado en un t ubo en el que había hecho el
vacío. Cuando se provocaban rayos cat ódicos en un sent ido hacia el ánodo, ot ros
rayos se abrían paso a t ravés de los aguj eros del cát odo, y eran despedidos en el
sent ido cont rario.
Com o est os nuevos rayos viaj aban en el sent ido cont rario al de los rayos cat ódicos
cargados negat ivam ent e, parecía que debían est ar com puest os por part ículas
cargadas posit ivam ent e. Est a hipót esis se confirm ó al est udiar la form a en la que se
desviaban en un cam po m agnét ico. En 1907, J. J. Thom son los llam ó rayos
posit ivos.
Los rayos posit ivos se diferenciaban de los elect rones en algo m ás que la carga.
Todos los elect rones t enían la m ism a m asa, pero no así las part ículas de los rayos
posit ivos, donde la m asa dependía de los gases que est uvieran present es ( en
t razas) en el t ubo de vacío. Adem ás, m ient ras que los elect rones eran sólo 1/ 1837
de la m asa del át om o m ás ligero, las part ículas de los rayos posit ivos t enían la
m ism a m asa que los át om os. Hast a la m ás ligera part ícula de los rayos posit ivos
t enía una m asa t an grande com o la del át om o de hidrógeno.
El físico neozelandés Ernest Rut herford ( 1871- 1937) decidió finalm ent e acept ar el
hecho de que la unidad de carga posit iva era una part ícula bast ant e diferent e del
elect rón, que era la unidad de carga negat iva. Sugirió en 1914 que la part ícula m ás
pequeña de los rayos posit ivos, la que t enía la m asa del át om o de hidrógeno, fuese
acept ada com o la unidad fundam ent al de carga posit iva. Sus opiniones se vieron
confirm adas por sus post eriores experim ent os sobre reacciones nucleares en lo que
frecuent em ent e vio que obt enía una part ícula idént ica a un núcleo de hidrógeno. En
1920, Rut herford sugirió que su part ícula posit iva fundam ent al se denom inase
prot ón.
3 . Ra dia ct ivida d
Al descubrim ient o de las part ículas cargadas posit ivam ent e se llegó t am bién a
t ravés de una línea de experim ent ación com plet am ent e diferent e.
El físico alem án Wilhelm Konrad Roent gen ( 1845- 1923) se hallaba int eresado en la
capacidad de los rayos cat ódicos para provocar la lum iniscencia de det erm inadas
sust ancias quím icas. Con el fin de observar la m ort ecina luz que se producía,
oscureció la habit ación y envolvió su t ubo de vacío en una cart ulina negra y fina.
Trabaj ando en 1895 con dicho t ubo observó un dest ello de luz que no provenía de
ést e. A bast ant e dist ancia del t ubo se hallaba una hoj a de papel cubiert a con un
product o quím ico, que es lo que resplandecía. Pero sólo resplandecía cuando
est aban act uando los rayos cat ódicos, y no en ot ro m om ent o.
Figura 21. El aparat o de rayos X ut ilizado por Roent gen consist ía en: ( A) bobina
induct ora de alt o volt aj e; ( B) papel pint ado con plat ino- cianuro bárico, que
resplandecía al ser alcanzado por los rayos; ( C) t ubo rodeado por una envolt ura
cilíndrica de cart ón negro; ( D) el cát odo, que em it ía elect rones. Derecha, Wilhelm
Konrad Roent gen
Roent gen sacó la conclusión de que cuando los rayos cat ódicos chocaban con el
ánodo se creaba alguna form a de radiación que podía pasar a t ravés del vidrio del
t ubo y del cart ón que lo rodeaba, y chocar con los m at eriales circundant es. En
efect o, si t rasladaba el papel t rat ado quím icam ent e a la habit ación de al lado,
seguía resplandeciendo cuando act uaban los rayos cat ódicos, de m odo que había
que deducir que la radiación era capaz de at ravesar las paredes. Roent gen llam ó a
est a penet rant e radiación rayos X, denom inación que se ha conservado hast a la
act ualidad. ( Post eriorm ent e se det erm inó que los rayos X eran de la m ism a
nat uraleza que las ondas lum inosas, pero m ucho m ás energét icas.) ( Véase fig. 21.)
El m undo de la física se int eresó en seguida por los rayos X, y ent re los que
com enzaron a experim ent ar con ellos se encont raba el físico francés Ant oine Henri
Becquerel ( 1852- 1908) . I nt eresado en la capacidad de algunos product os quím icos
para resplandecer con una luz caract eríst ica propia ( fluorescencia) al ser expuest os
a la luz del sol, se plant eó la pregunt a de si el resplandor fluorescent e cont enía o no
rayos X.
En 1896, Becquerel envolvió una película fot ográfica en un papel negro y la colocó a
la luz del sol, con un crist al de ciert o com puest o de uranio encim a. El crist al era una
sust ancia fluorescent e; y si la luz em it ida fuese sim plem ent e luz ordinaria, no
pasaría a t ravés del papel negro ni afect aría a la película fot ográfica. Si exist iesen
en ella rayos X, pasarían a t ravés del papel y oscurecerían la película. Becquerel
observó que la película se había velado. Pero descubrió que aunque el crist al no
est uviese expuest o a la luz - no habiendo, pues, fluorescencia- oscurecía de t odos
m odos la película fot ográfica. En resum en, ¡los crist ales em it ían una radiación
penet rant e en t odo m om ent o!
Marie Sklodowska Curie ( 1867- 1934) , la prim era m uj er cient ífica de renom bre, dio a
est e fenóm eno el nom bre de radiact ividad. Det erm inó que no era t odo el com puest o
de uranio, sino específicam ent e el át om o de uranio, el que era radiact ivo. Tant o si el
át om o se hallaba en su form a de elem ent o, com o si form aba part e de un
com puest o, era radiact ivo. En 1898 descubrió que el t orio, un m et al pesado, era
t am bién radiact ivo. Madam e Curie, polaca de nacim ient o, llevó a cabo sus
invest igaciones con la ayuda de su m arido el francés Pierre Curie, físico not able.
La radiación em it ida por el uranio y el t orio se m anifest ó rápidam ent e com o de
nat uraleza bast ant e com plej a. Cuando un haz de dicha radiación se hacía pasar a
t ravés de un cam po m agnét ico, part e se desviaba ligeram ent e en un sent ido, part e
se desviaba fuert em ent e en el sent ido cont rario, y part e result aba inafect ada.
Rut herford dio a est os t res com ponent es de la radiación los nom bres de rayos alfa,
rayos bet a y rayos gam m a, respect ivam ent e, t om ados de las t res prim eras let ras
del alfabet o griego.
Com o los rayos gam m a no result aban desviados por el cam po m agnét ico, se decidió
que era una radiación sem ej ant e a la luz, com o los rayos X, pero aún m ás
energét icos. Los rayos bet a eran desviados en el m ism o sent ido y en la m ism a
proporción que los rayos cat ódicos; Becquerel det erm inó que est os rayos se
com ponían de elect rones rápidos. Los elect rones individuales em it idos por las
sust ancias radiact ivas se designan, por t ant o, con el nom bre de part ículas bet a.
Quedaba por det erm inar t odavía la nat uraleza de los rayos alfa.
Los experim ent os con rayos alfa en cam pos m agnét icos m ost raron una desviación
opuest a a la de los rayos bet a. Así pues, los rayos alfa t enían que est ar cargados
posit ivam ent e. Result aban desviados sólo m uy ligeram ent e, por lo que debían t ener
una m asa m uy grande; en efect o, result ó que t enían cuat ro veces la m asa de las
part ículas que Rut herford había denom inado prot ones.
Est a proporción de pesos parecía indicar que los rayos alfa podían consist ir en
part ículas com puest as de cuat ro prot ones cada una. Pero en ese caso, cada
part ícula debería poseer una carga posit iva igual a la de cuat ro prot ones; sin
em bargo, t al com o se descubrió, su carga solam ent e era igual a la de dos prot ones.
Por est a razón hubo que suponer que la part ícula alfa, j unt o con los cuat ro
prot ones, cont enía t am bién dos elect rones. Est os elect rones neut ralizarían dos de
las cargas posit ivas sin añadir práct icam ent e ninguna m asa.
Durant e cerca de t reint a años se creyó que est a com binación de prot ones y
elect rones const it uía la est ruct ura de las part ículas alfa y que com binaciones
parecidas form arían ot ras part ículas de carga posit iva. Sin em bargo, est a deducción
plant eaba problem as. Exist ían razones t eóricas para dudar de que la part ícula alfa
pudiese est ar form ada de hast a seis part ículas m ás pequeñas.
En 1932, durant e los experim ent os sugeridos por Rut herford, el físico inglés Jam es
Chadwick ( 1891- 1974) descubrió una part ícula que t enía exact am ent e la m ism a
m asa que el prot ón, pero que no poseía ninguna carga eléct rica. Debido a que era
eléct ricam ent e neut ra, se denom inó neut rón.
Werner Karl Heisenberg ( 1901- 76) , un físico alem án, sugirió en seguida que no eran
com binaciones de prot ón- elect rón
las que form aban
las part ículas cargadas
posit ivam ent e, sino com binaciones de prot ón- neut rón. La part ícula alfa, según est a
sugerencia, est aría com puest a de dos prot ones y dos neut rones, con una carga
posit iva t ot al de dos, y una m asa t ot al cuat ro veces superior a la de un solo prot ón.
Los físicos hallaron que una part ícula alfa form ada por cuat ro part ículas subat óm icas
en lugar de seis se aj ust aba m aravillosam ent e a sus t eorías. Desde ent onces se ha
acept ado la est ruct ura prot ón- neut rón.
Ca pít u lo 1 3
El á t om o n u cle a do
Cont enido:
1. Núm ero at óm ico
2. Capas elect rónicas
3. Resonancia
4. Vida m edia
5. I sót opos
1 . N ú m e r o a t óm ico 3 1
Las radiaciones producidas por el uranio y el t orio eran bast ant e débiles, y result aba
difícil t rabaj ar con ellas. Est a sit uación fue rem ediada por Mm e. Curie. Al invest igar
la radiact ividad de los m inerales de uranio, halló algunas m uest ras de m ineral con
baj o cont enido en uranio, que no obst ant e eran int ensam ent e radiact ivas, incluso
m ás que el uranio puro.
Llegó a la conclusión de que el m ineral debía cont ener algún elem ent o radiact ivo
dist int o del uranio. Com o conocía t odos los com ponent es del m ineral que se
hallaban en cant idades significat ivas, y com o se sabía que t odos ellos eran noradiact ivos, el elem ent o desconocido debía est ar present e en cant idades m uy
pequeñas y, en consecuencia, ser ext rem adam ent e radiact ivo.
Durant e el año 1898, ella y su m arido t rabaj aron int ensam ent e con grandes
cant idades del m ineral, t rat ando de concent rar la radiact ividad y de aislar el nuevo
elem ent o. En j ulio de ese año lograron su propósit o, y llam aron al nuevo elem ent o
polonio, debido al origen polaco de Mm e. Curie. En diciem bre se localizó un segundo
elem ent o, el radio.
El radio era ext rem adam ent e radiact ivo, em it iendo radiaciones 300.000 veces
m ayores que las producidas por el m ism o peso de uranio. Adem ás, era m uy raro. A
part ir de t oneladas de m ineral, los Curie sólo pudieron obt ener aproxim adam ent e
1/ 300 de onza de radio.
31
Est os núm eros se basan en un convenio por el cual la carga de un prot ón se iguala ar bit rar iam ent e a + 1, y la de
un elect rón a - 1
Ot ros elem ent os fuert em ent e radiact ivos se descubrieron en t razas m inúsculas. En
1899, el quím ico francés André Louis Debierne ( 1874- 1949) descubrió el act inio. En
1900, el físico alem án Friedrich Ernst
Dorn ( 1848- 1916)
descubrió un gas
radiact ivo, que post eriorm ent e recibió el nom bre de radón. Era uno de los gases
nobles y encaj aba debaj o del xenón en la t abla periódica. Finalm ent e, en 1917, los
quím icos
alem anes
Ot t o
Hahn
( 1879- 1968)
y
Lise
Meit ner
( 1878- 1968)
descubrieron el prot act inio.
Est os elem ent os raros pero ext rem adam ent e radiact ivos servían com o «cañones de
part ículas». El plom o absorbe la radiación. Si se coloca una porción de m at erial que
cont enga algunos de est os elem ent os en una caj a forrada de plom o con un orificio,
casi t odas las part ículas que salen despedidas quedan absorbidas por el plom o, pero
algunas at ravesarán el aguj ero y form arán un delgado fluj o de m uchas part ículas
m uy energét icas que pueden dirigirse cont ra un blanco.
Fue Rut herford quien ut ilizó t ales «cañones de part ículas» con m ás eficacia.
Com enzó en 1906, bom bardeando delgadas lám inas de m et al ( oro, por ej em plo) ,
con part ículas alfa rápidas. La m ayoría de las part ículas alfa pasaban lim piam ent e a
su t ravés sin ser afect adas ni desviadas, quedando regist radas en una placa
fot ográfica colocada det rás. Pero había ot ras que sí se desviaban, incluso con
ángulos grandes.
Com o la lám ina de oro que servía de blanco t enía un espesor de dos m il át om os, y
com o la m ayoría de las part ículas alfa pasaban a t ravés de ella sin chocar con nada,
daba la im presión de que los át om os est aban const it uidos en su m ayor part e por
espacio vacío. Ahora bien, el hecho de que algunas part ículas alfa se desviasen
enorm em ent e significaba que en alguna part e del át om o debía de exist ir una región
m uy m asiva, cargada posit ivam ent e, capaz de repeler las part ículas alfa t am bién
cargadas posit ivam ent e.
Rut herford elaboró ent onces la t eoría del núcleo at óm ico. El át om o, dij o, cont iene
en su cent ro un núcleo m uy dim inut o, que est á cargado posit ivam ent e y que
cont iene t odos los prot ones ( y, com o se descubrió m ás t arde, t am bién los
neut rones) . El núcleo at óm ico t iene que ser pequeñísim o, para j ust ificar la pequeña
fracción de part ículas alfa que se desviaban, pero t am bién t iene que cont ener
práct icam ent e t oda m asa del át om o.
En las zonas m ás ext ernas del át om o est án los elect rones cargados negat ivam ent e,
que son dem asiado ligeros para form ar una im port ant e barrera ant e el paso de las
part ículas alfa. Aunque los prot ones y las part ículas alfa t ienen una m asa análoga a
la de los át om os, son en realidad sim ples núcleos at óm icos. Ocupan t an poco
espacio en com paración con el át om o que, a pesar de su m asa, t am bién pueden
considerarse com o part ículas subat óm icas.
El át om o nuclear de Rut herford m at izó aún m ás la cuest ión de la indivisibilidad del
át om o. El núcleo cent ral, que era el corazón del át om o, est aba rodeado y prot egido
por una nube de elect rones. Perm anecía im pecable e int act o a pesar de t odos los
cam bios quím icos. Fue est a aparent e perm anencia del núcleo la que conduj o a que
t odas las pruebas experim ent ales previas a los años 1890- 99 sugiriesen la idea de
un át om o indivisible.
Sin em bargo, el át om o sí sufría cam bios en las reacciones quím icas ordinarias. Gran
part e de la nube elect rónica perm anecía int act a, pero no t oda. Algunos elect rones
podían ser elim inados de la «superficie» del át om o, o añadidos a ella. De est e
m odo, el problem a de los iones, que había desconcert ado a t res generaciones de
quím icos, quedó finalm ent e resuelt o.
Si se acept a el núcleo at óm ico, la siguient e pregunt a es: ¿en que se diferencia el
núcleo at óm ico de un elem ent o del de ot ro?
Desde los t iem pos de Dalt on se sabía que los diversos át om os se diferenciaban en la
m asa, pero ¿cóm o se reflej a est a diferencia en las part ículas subat óm icas que
com ponen el núcleo at óm ico?
Los prim eros indicios de una posible respuest a provinieron del est udio de los rayos
X. El físico alem án Max Theodor Félix von Laue ( 1879- 1960) com enzó en 1909 a
bom bardear crist ales con rayos X. Est os experim ent os clásicos est ablecieron dos
hechos fundam ent ales:
los crist ales consist en en át om os ordenados en una
est ruct ura geom ét rica de capas regulares, y est as capas dispersan los rayos X
según un m odelo fij o. Según la form a en que son desviados ( o difract ados) los
rayos X, puede det erm inarse el t am año ( longit ud de onda) de las m inúsculas ondas
que com ponen los rayos X.
A cont inuación, el físico inglés Charles Glover Barkla ( 1877- 1944) descubrió en
1911 que cuando los rayos X son desviados por det erm inados elem ent os, producen
haces que penet ran la m at eria en cant idades caract eríst icas. Cada elem ent o da
lugar a una serie det erm inada de rayos X caract eríst icos. Ot ro físico inglés, Henry
Gwyn- Jeffreys Moseley ( 1887- 1915) ut ilizó el m ét odo de Laue para det erm inar la
longit ud de onda de est os rayos X caract eríst icos. En 1913 halló que su longit ud de
onda dism inuía lent am ent e a m edida que aum ent aba el peso at óm ico de los
elem ent os que los em it ían. Est a proporción inversa, arguyó Moseley, dependía de la
m agnit ud de la carga posit iva exist ent e en el núcleo del át om o. Cuant o m ayor fuese
la carga, m ás cort a sería la longit ud de onda de los rayos X caract eríst icos.
En realidad, a part ir de la longit ud de onda era posible calcular cuál debía ser la
carga de los át om os de un elem ent o det erm inado. De m odo que, com o se dem ost ró
post eriorm ent e, el hidrógeno t enía una carga nuclear de + 1, el helio + 2, el lit io +
3, y así sucesivam ent e hast a llegar al uranio, con + 921.
La m agnit ud de la carga nuclear se denom ina el núm ero at óm ico. Por prim era vez
se com prendió que, cuando Mendeleiev había ordenado sus elem ent os en orden a lo
que se pensó era el peso at óm ico, en realidad los est aba ordenando en orden a su
núm ero at óm ico. En el par de casos en que había colocado los át om os de m ayor
m asa delant e de los de m enor m asa, ést os t enían no obst ant e un núm ero at óm ico
m ayor, debido a razones que discut irem os en breve.
Por fin se podía sust it uir la definición operacional que diera Boyle del concept o
«elem ent o» ( com o una sust ancia que no pedía descom ponerse en sust ancias m ás
sim ples) por una definición est ruct ural. La definición de elem ent o, en el siglo XX,
sería: un elem ent o es una sust ancia que se com pone de át om os que poseen t odos
unos núm eros at óm icos idént icos y caract eríst icos.
Tam bién por prim era vez fue posible predecir exact am ent e cuánt os elem ent os
quedaban por descubrir. Todos los núm eros at óm icos desde el 1 al 92 est aban ya
ocupados por elem ent os conocidos en 1913, except o siet e: los núm eros at óm icos
43, 61, 72, 75, 85,87 y 91. En 1917 se descubrió el prot act inio ( núm ero at óm ico
91) . En 1923 se descubrió el hafnio ( núm ero at óm ico 72) , y en 1925, el renio
( núm ero at óm ico 75) . Quedaban ent onces exact am ent e cuat ro huecos en la t abla
periódica: los correspondient es a los núm eros at óm icos 43, 61, 85 y 87. Parecía que
sólo quedaban cuat ro elem ent os por descubrir; pero lo ciert o es que los huecos
persist ieron hast a bien ent rados los años t reint a.
Puest o que el prot ón es la única part ícula cargada posit ivam ent e del núcleo, el
núm ero at óm ico es igual al núm ero de prot ones exist ent e en el núcleo. El alum inio,
con un núm ero at óm ico de 13, deberá cont ener 13 prot ones en el núcleo. Pero
com o su peso at óm ico es 27, deberá cont ener t am bién ( com o se descubrió m ás
t arde) 14 neut rones en el núcleo. Los neut rones aport an m asa pero no carga. Del
m ism o m odo, un át om o de sodio con un núm ero at óm ico de 11 y un peso at óm ico
de 23 debe poseer un núcleo de 11 prot ones y 12 neut rones ( com o t ant o los
prot ones com o los neut rones se encuent ran en el núcleo, se agrupan baj o el
nom bre de nucleones) .
El át om o, en su est ado norm al, es eléct ricam ent e neut ro. Est o significa que por
cada prot ón que exist a en el núcleo debe haber un elect rón en la periferia. En
consecuencia, el núm ero de elect rones del át om o neut ro es igual al núm ero
at óm ico. Un át om o de hidrógeno cont iene 1 elect rón, un át om o de sodio 11
elect rones, un át om o de uranio 92 elect rones, y así sucesivam ent e32 .
2 . Ca pa s e le ct r ón ica s
Cuando dos át om os chocan y reaccionan, se unen com part iendo det erm inado
núm ero de elect rones, o bien se separan de nuevo después de haber cedido uno o
m ás elect rones al ot ro át om o. Est e com part ir o ceder elect rones es lo que se
t raduce en los cam bios de las propiedades observadas en sus sust ancias que sufren
reacciones quím icas.
A part ir de los cuidadosos t rabaj os con los rayos X caract eríst icos com enzó a
em erger un ciert o orden relat ivo a la form a de dichos cam bios elect rónicos. De t ales
t rabaj os surgió la idea de que dent ro del át om o los elect rones exist ían en grupos
que solían describirse com o capas elect rónicas. Podem os im aginar que las capas
envuelven al núcleo com o las hoj as de una cebolla donde cada capa es capaz de
cont ener m ás elect rones que la ant erior. Las capas se designaron con las let ras K,
L, M, N, et c.
32
Por supuest o, los iones posit ivos han perdido elect rones, y los iones negat ivos los han ganado. Por t ant o, un ion
sodio t iene m enos elect rones que su núm ero at óm ico, m ient ras que un ion clor uro t iene m ás elect rones que su
núm ero at óm ico.
La capa m ás int erna, la K, puede cont ener sólo dos elect rones, la capa L puede
encerrar ocho, la capa M hast a dieciocho, y así sucesivam ent e. Est e concept o sirvió
finalm ent e para explicar la t abla periódica.
Los t res elect rones del át om o de lit io, por ej em plo, est án ordenados en la form a 2,1
a lo largo de las capas elect rónicas; los once elect rones del át om o de sodio est án
dispuest os en form a 2, 8, 1; los diecinueve elect rones de los át om os de pot asio se
disponen 2, 8, 8, 1; y así sucesivam ent e. Cada uno de los m et ales alcalinos t iene
los elect rones de sus át om os dispuest os de t al m odo que la capa elect rónica m ás
ext erna cont iene sólo un elect rón.
Com o es la capa elect rónica m ás ext erna la que ent ra en cont act o en las colisiones
ent re át om os, es de esperar que sea el núm ero de elect rones de dicha capa el que
det erm ine la act ividad quím ica de un elem ent o. Elem ent os diferent es que t engan las
capas elect rónicas m ás ext ernas sem ej ant es, t endrán propiedades parecidas. Por
est a razón es por lo que los diversos m et ales alcalinos t ienen propiedades t an
sem ej ant es.
Del m ism o m odo, los elem ent os alcalino- t érreos ( m agnesio, calcio, est roncio y
bario) son t odos sem ej ant es, ya que cada uno posee dos elect rones en la capa m ás
ext erna. Los halógenos ( flúor, cloro, brom o y yodo) poseen t odos siet e elect rones
en su capa m ás ext erna; m ient ras que los gases nobles ( neón, argón, cript ón y
xenón) poseen t odos ocho.
En realidad, Mendeleiev, al ordenar su t abla periódica, había colocado - sin saberlo,
desde luego- los elem ent os en filas y colum nas de acuerdo con la disposición de sus
át om os en las capas elect rónicas.
Com o el núm ero de elect rones aum ent a a m edida que los át om os son m ás pesados,
llega un m om ent o en que las capas elect rónicas com ienzan a solaparse. Hay át om os
de núm eros at óm icos consecut ivos que incorporan elect rones a capas int ernas,
m ient ras que el núm ero de elect rones de la capa ext erna perm anece const ant e.
Est a configuración ocurre especialm ent e en los elem ent os de t ierras raras, cuyos
núm eros at óm icos oscilan del 57 al 71 inclusive. Mient ras que hallam os un
increm ent o en el núm ero de elect rones de las capas int ernas a m edida que
avanzam os en la t abla periódica, t odas las t ierras raras conservan t res elect rones
en la capa m ás ext erna. Est a sem ej anza de las capas m ás ext ernas explicaba, al fin,
por qué los elem ent os de est e grupo eran t an ext rañam ent e sem ej ant es en sus
propiedades.
Mendeleiev había ordenado su t abla periódica en base a la valencia de los diferent es
elem ent os, y no a sus disposiciones elect rónicas, que le eran desconocidas. Así,
parecía razonable suponer que la valencia de un elem ent o era det erm inada por su
disposición elect rónica.
El quím ico alem án Richard Abegg ( 1869- 1910) había señalado, en 1904, que los
gases nobles debían poseer una configuración elect rónica especialm ent e est able.
Los át om os de un gas noble no t enían t endencia a aum ent ar ni dism inuir su núm ero
de elect rones, y por eso no part icipaban en las reacciones quím icas. Se deducía que
ot ros át om os podían ceder o acept ar elect rones con el fin de alcanzar la
configuración de gases nobles.
Los once elect rones del sodio est án dispuest os en la form a 2, 8, 1, m ient ras que los
diecisiet e elect rones del cloro son 2, 8,7. Si el sodio cede un elect rón y el cloro
acept a uno, el prim ero alcanza la configuración de 2,8 del neón, y el últ im o la
configuración de 2, 8, 8 del argón.
Nat uralm ent e, el át om o de sodio, al ceder un elect rón cargado negat ivam ent e, se
queda con una carga posit iva, y se conviert e en ion sodio. El át om o de cloro, al
ganar un elect rón, gana una carga negat iva, y se conviert e en ion cloro. Los dos
t ienden a unirse en virt ud de la at racción eléct rica ent re las cargas de dist int o signo,
com o había sospechado Berzelius un siglo ant es.
Se deduce de est a consideración que el sodio t endrá una valencia de 1. No puede
ceder m ás de un elect rón sin rom per su disposición est able de 2, 8. Tam poco el
át om o de cloro puede acept ar m ás de un elect rón. Por ot ra part e, el calcio, con una
disposición de 2, 8, 8, 2, t iende a ceder dos elect rones, y el oxígeno, con una
disposición de 2,6, t iende a acept ar dos elect rones. Nat uralm ent e, am bos elem ent os
t endrán una valencia de 2.
Son est os desplazam ient os elect rónicos, dicho sea de paso, los que hacen posibles
las concent raciones de carga en un lugar o en ot ro, de m odo que las reacciones
quím icas pueden servir com o fuent es de corrient e eléct rica, t al com o había
descubiert o Volt a un siglo ant es.
Desde el punt o de vist a elect rónico, el peso equivalent e result aba ser igual a los
pesos relat ivos de los elem ent os im plicados en un solo desplazam ient o elect rónico
de est e t ipo. El peso equivalent e es, después de t odo, el peso at óm ico dividido por
la valencia o, en ot ras palabras, el peso at óm ico dividido por el núm ero de
elect rones t ransferidos.
Sin em bargo, la sugerencia de Abegg consideraba solam ent e las t ransferencias
com plet as de elect rones de un át om o a ot ro, cuyo result ado eran iones cargados
eléct ricam ent e que se m ant enían unidos por at racción elect rost át ica. En est e caso
se habla de elect rovalencia. Dos quím icos am ericanos, Gilbert Newt on Lewis ( 18751946) e I rving Langm uir ( 1881- 1957) , propagaron de m odo independient e est a idea
en los años siguient es a 1916. Ent re ot ras cosas sugirieron una explicación para la
est ruct ura de la m olécula del cloro, en la que dos át om os de cloro est án
est recham ent e unidos ent re sí. Ciert am ent e, no exist e ninguna razón para que un
át om o de cloro t ransfiera un elect rón a ot ro át om o de cloro, y desde luego no
podrían m ant enerse j unt os por at racción elect rost át ica ordinaria. Tant o la t eoría de
Berzelius com o la de Abegg sobre la at racción int erat óm ica fallan en est e punt o.
En cam bio, la sugerencia de Lewis- Lagm uir era que cada át om o podía aport ar un
elect rón a un fondo com ún. Los dos elect rones del fondo com ún est arían en la capa
elect rónica m ás ext erna de am bos át om os. La disposición elect rónica en la m olécula
de cloro podía describirse ent onces com o: 2, 8,6, 11, 6, 8, 2, incluyéndose am bos
elect rones com unes en el t ot al elect rónico de cada át om o. Cada át om o t endría así la
configuración de 2, 8, 8 en lugar de la disposición m ucho m enos est able de 2, 8, 7
de los át om os de cloro aislados. Por est a razón, la m olécula de cloro es m ucho m ás
est able que los át om os libres.
Con el fin de m ant ener t odos los elect rones en la capa elect rónica m ás ext erna, los
dos át om os han de perm anecer en cont act o, y se precisa una energía considerable
para separarlos. Cada uno de los elect rones aport ados al fondo com ún represent a
una valencia de 1 para el át om o del que procede. Dicha valencia, al precisar la
acción de dos át om os en colaboración, es una covalencia.
La t eoría de Lewis- Langm uir result aba especialm ent e apt a para los com puest os
orgánicos, ya que los enlaces ent re un át om o de carbono y ot ro, o ent re un át om o
de carbono y un át om o de hidrógeno, se explicaban fácilm ent e de est a form a. En
consecuencia,
la
m ayoría
de
las
m oléculas
orgánicas
podían
represent arse
fácilm ent e m ediant e fórm ulas elect rónicas en las cuales, por lo general, el viej o
t racit o de la fórm ula de Kekulé era reem plazado por un par elect rónico com part ido.
De hecho, el quím ico inglés Nevil Vincent Sidgwick ( 1873- 1952) logró am pliar en los
años veint e el concept o de covalencia por pares elect rónicos a los com puest os
inorgánicos. En part icular, lo aplicó a los com puest os de coordinación de Werner en
los que las represent aciones ordinarias de Kekulé eran difíciles de aplicar.
En t odos est os cam bios quím icos sólo se t rasladaban los elect rones. Los prot ones
( en t odos los casos except o en uno) quedan perfect am ent e prot egidos en el núcleo
cent ral. El caso excepcional es el del hidrógeno, que t iene un núcleo form ado por un
solo prot ón. Si el át om o de hidrógeno result a ionizado m ediant e la pérdida de su
único elect rón, el prot ón queda al descubiert o 33 .
En 1923, el quím ico danés Johannes Nicolaus Bronst ed ( 1879- 1947) int roduj o un
nuevo punt o de vist a acerca de los ácidos y las bases. Un ácido se definía com o un
com puest o que t endía a ceder un prot ón ( o ion hidrógeno) , m ient ras que una base
era un com puest o propenso a com binarse con un prot ón. Est e nuevo punt o de vist a
explicaba t odos los hechos que ya habían sido sat isfact oriam ent e explicados por la
ant igua t eoría. Pero adem ás proporcionaba una m ayor flexibilidad que hacía posible
ext ender las nociones de ácido- base a cam pos en los que la ant igua t eoría result aba
incorrect a.
3 . Re son a n cia
Las relat ivam ent e pequeñas m oléculas y las rápidas reacciones iónicas de la quím ica
inorgánica se habían m ost rado relat ivam ent e fáciles de est udiar. Los quím icos, ya
desde la época de Lavoisier, podían predecir el curso de t ales reacciones y la form a
de m odificarlas para aj ust arse a necesidades part iculares. Las com plej as m oléculas
y lent as reacciones de la quím ica orgánica eran m ucho m ás difíciles de analizar.
33
Tal prot ón desnudo es m uy act ivo, y no perm anece m ucho t iem po de ese m odo. En solución acuosa se une
inm ediat am ent e a una m olécula de agua, añadiendo un át om o de hidrógeno posit ivam ent e cargado a esa m olécula.
Así se form a el ion oxonio ( H3 O+ ) .
Con frecuencia exist ían varias form as en que podían reaccionar dos sust ancias;
guiar la reacción según una vía deseada era cuest ión de art e y de int uición ant es
que de conocim ient o ciert o.
Sin em bargo, el át om o elect rónico ofreció a los quím icos orgánicos una nueva visión
de su propio cam po. A finales de la década de los veint e, hom bres com o el quím ico
inglés Christ opher I ngold ( n. 1893)
com enzaron a t rat ar de int erpret ar las
reacciones orgánicas en t érm inos de desplazam ient os de elect rones de un punt o a
ot ro dent ro de una m olécula. Com enzaron a aplicarse int ensivam ent e los m ét odos
de la quím ica física, en un int ent o de int erpret ar las direcciones y t endencias de
t ales desplazam ient os. La quím ica orgánica física se convirt ió en una disciplina
im port ant e.
Result aban insuficient es, no obst ant e, los int ent os de int erpret ar las reacciones
orgánicas en t érm inos de elect rones pequeños y duros m oviéndose de un lado a
ot ro, pero est a sit uación no se prolongó m ucho t iem po.
Durant e el prim er cuart o de siglo post erior al descubrim ient o del elect rón, se dio por
sent ado que la part ícula era una esfera sólida y m inúscula. Pero en 1923, Louis
Víct or, Príncipe de Broglie, un físico francés ( 1892- 1987) , aport ó razones t eóricas
para considerar que los elect rones ( así com o t odas las dem ás part ículas) poseían
propiedades de caract eríst icas de una onda. Ant es de que finalizase la década de los
veint e est a opinión quedó confirm ada experim ent alm ent e.
Pauling, el prim ero en sugerir la est ruct ura helicoidal de las prot eínas y los ácidos
nucleicos, desarrolló a principios de los años t reint a m ét odos que perm it ían t ener en
cuent a la nat uraleza ondulat oria de los elect rones al considerar las reacciones
orgánicas. Dem ost ró que los elect rones com part idos de Lewis- Langm uir podían
int erpret arse com o int eracciones de onda. Las ondas elect rónicas se apareaban
reforzándose, resonando una con ot ra para form ar una sit uación m ás est able j unt as
que separadas.
Est a t eoría de la resonancia fue especialm ent e út il para est ablecer la est ruct ura del
benceno, que había sido m ot ivo de desconciert o en los días de Kekulé y que seguía
t eniendo punt os dudosos desde ent onces. Tal y com o se describe norm alm ent e, la
est ruct ura del benceno es la de un hexágono con enlaces sencillos y dobles
alt ernados. Según el sist em a de Lewis- Langm uir, alt ernaban grupos de dos y de
cuat ro elect rones com part idos. Sin em bargo, el benceno carecía casi por com plet o
de las propiedades caract eríst icas de los dem ás com puest os que cont enían dobles
enlaces ( cuat ro elect rones com part idos) .
Pauling dem ost ró que si los elect rones se consideraban com o form as ondulat orias,
los elect rones individuales no t enían que concebirse com o reducidos a un solo
punt o, sino que podían ext enderse, difum inados, en un área considerable. En ot ras
palabras, las «ondas elect rónicas» podían ocupar áreas m ucho m ayores que las que
ocuparía un m inúsculo elect rón en form a de «bola de billar». La t endencia a diluirse
de est e m odo se acent uaba cuando la m olécula era bast ant e plana y sim ét rica.
La m olécula de benceno es plana y sim ét rica, y Pauling dem ost ró que los elect rones
se «descent ralizaban» de t al m odo que los seis át om os de carbono del anillo
bencénico se hallaban enlazados del m ism o m odo. Los enlaces que los unían no
podían represent arse ni com o enlaces sencillos ni com o dobles enlaces, sino com o
una especie de prom edio part icularm ent e est able, o híbrido de resonancia, ent re los
dos ext rem os.
Apart e de la est ruct ura del benceno quedaron clarificados ot ros punt os con la t eoría
de la resonancia. Por ej em plo, los cuat ro elect rones de la capa m ás ext erna del
át om o de carbono no son t odos equivalent es desde el punt o de vist a de sus
caract eríst icas energét icas. Cabría suponer ent onces que se form arían enlaces de
t ipos ligeram ent e diferent es ent re un át om o de carbono y su vecino, dependiendo
de cuáles fuesen los elect rones del carbono im plicados.
A pesar de ello, podía dem ost rarse que los cuat ro elect rones, com o form as
ondulat orias, int eraccionaban ent re sí y form aban cuat ro enlaces «prom edio» que
eran exact am ent e equivalent es, y est aban dirigidos hacia los vért ices de un
t et raedro. Así, el át om o t et raédrico de Van't Hoff- Le Bel ( véanse págs. 125- 26)
result ó explicado en t érm inos elect rónicos.
La resonancia t am bién cont ribuía a explicar un grupo de com puest os ext raños con
los que se había t opado la quím ica a com ienzos del siglo xx. En 1900, el quím ico
ruso- am ericano Moses Gom berg ( 1866- 1947) est aba t rat ando de preparar el
hexafenilet ano, un com puest o con una m olécula que consist ía en dos át om os de
carbono a los que est aban unidos seis anillos bencénicos ( t res a cada át om o de
carbono) .
En lugar de ello, obt uvo una solución coloreada de un com puest o m uy react ivo. Por
varias razones, se vio obligado a deducir que había obt enido t rifenilm et ilo, una
«sem im olécula» consist ent e en un át om o de carbono con t res anillos bencénicos
unidos a él. El cuart o enlace de valencia del át om o de carbono perm anecía vacant e.
Dicho com puest o, que recordaba a uno de los viej os radicales liberados por una
m olécula, recibió el nom bre genérico de radical libre.
Recurriendo a la concepción elect rónica del át om o se propuso que un radical libre
com o el t rifenilm et ilo cont enía un elect rón desapareado allí donde la viej a
concepción de Kekulé habría sit uado un enlace sin ut ilizar. Norm alm ent e, t al
elect rón desapareado es m uy inest able. Sin em bargo, cuando la m olécula es plana y
m uy sim ét rica, com o es el caso del t rifenilm et ilo, el elect rón sin ut ilizar puede ser
«repart ido» por t oda la m olécula. De est e m odo se est abiliza el radical libre.
Al est udiar las reacciones orgánicas en t érm inos elect rónicos, result ó evident e que
había norm alm ent e et apas en las que t enía que form arse un radical libre. Tales
radicales libres, generalm ent e no est abilizados por resonancia, podían exist ir sólo
m om ent áneam ent e y no se form aban sino con dificult ad. Est a dificult ad en la
form ación de radicales libres int erm edios era la que hacía t an lent as la m ayoría de
las reacciones orgánicas.
En el segundo cuart o del siglo XX, los quím icos orgánicos em pezaron a adquirir una
visión bast ant e profunda de los dist int os pasos que com ponían las reacciones
orgánicas: el m ecanism o de la reacción, en ot ras palabras. Ha sido est a visión, m ás
que ninguna ot ra cosa, la que ha guiado a los quím icos orgánicos cont em poráneos
en su t rabaj o de sínt esis, y la que ha conducido a la const rucción de m oléculas cuya
com plej idad había vencido a las generaciones ant eriores.
Pero las consideraciones sobre resonancia no se lim it aban a la quím ica orgánica. Los
hidruros de boro poseían m oléculas que no podían represent arse sat isfact oriam ent e
desde ot ros punt os de vist a. El át om o de boro no poseía suficient es enlaces de
valencia ( elect rones) para est e propósit o. Sin em bargo, descent ralizando los
elect rones correct am ent e com o form as de onda, podía proponerse una est ruct ura
m olecular razonable.
Pauling sugirió en 1932 que los át om os de un gas noble podían no ser t an
resist ent es a la form ación de enlaces com o se había supuest o durant e el t ercio de
siglo t ranscurrido desde su descubrim ient o. A suficient e presión y con un át om o
ext rem adam ent e react ivo com o el át om o de flúor, podrían form ar com puest os.
Est a sugerencia de Pauling no fue escuchada al principio, pero en 1962 se logró
obt ener fluoruro de xenón haciendo reaccionar dicho gas noble con flúor. Poco
después se form aron diversos com puest os de xenón con flúor y con oxígeno, así
com o uno o dos de radón y de cript ón.
4 . Vida m e dia
Si bien los est udios de la est ruct ura at óm ica int erna habían llevado a nuevas
concepciones y com prensiones, t am bién plant earon una serie de problem as.
En 1900, Crookes descubrió que los com puest os de uranio puro recién preparados
eran sólo débilm ent e radiact ivos, pero que su radiact ividad se reforzaba con el
t iem po. En 1902, Rut herford y un colaborador suyo, el quím ico inglés Frederick
Soddy ( 1877- 1956) , propusieron que cuando un át om o de uranio cedía una
part ícula alfa, su nat uraleza cam biaba. Se convert ía en un nuevo t ipo de át om o, con
diferent es caract eríst icas radiact ivas, produciendo radiaciones m ás fuert es que las
del propio uranio ( aj ust ándose así a la observación de Crookes) .
Est e segundo át om o se descom ponía a su vez, form ando un t ercer t ipo de át om o.
De hecho, el át om o de uranio era el padre de una serie com plet a de elem ent os
radiact ivos, una serie radiact iva, que incluía el radio y el polonio y acababa
finalm ent e en el plom o, que no era radiact ivo. Por est a razón, el radio, polonio y
ot ros elem ent os radiact ivos raros se dan en los m inerales de uranio. Con el uranio
em pieza t am bién una segunda serie radiact iva y una t ercera con el t orio.
Según la definición de elem ent o de Boyle, est a t ransm ut ación del uranio en plom o
podría hacer necesario considerar que el uranio no es un elem ent o, pero no así por
la nueva definición de núm ero at óm ico. Después de t odo, com o los elem ent os no
son part ículas realm ent e indivisibles, t am poco t ienen por qué ser t ot alm ent e
invariables. ( Est o represent a un ret orno - en un nivel m ucho m ás avanzado- a la
viej a concepción alquím ica.) .
Es razonable pregunt arse cóm o es que, si los elem ent os radiact ivos est án
const ant em ent e t ransm ut ándose, puede seguir exist iendo alguno. Fue Rut herford
quien, en 1904, resolvió est a cuest ión. Est udiando la velocidad de desint egración
radiact iva, dem ost ró que, al cabo de un ciert o período, diferent e para cada
elem ent o, se ha desint egrado la m it ad de cualquier cant idad dada de un ciert o
elem ent o radiact ivo. Est e período, caract eríst ico para cada t ipo de sust ancia
radiact iva, lo llam ó Rut herford vida m edia. ( Véase figura 22.)
Figura 22. La vida m edia del radón se det erm ina m idiendo las cant idades de
m at erial que quedan al cabo de int ervalos de t iem po iguales. La represent ación es
la curva exponencial asint ót ica, y = e - ax
La vida m edia del radio, por ej em plo, es algo m enor de m il seiscient os años. Al cabo
de varias eras geológicas no quedaría nada de radio en la cort eza t errest re, de no
ser porque se form an const ant em ent e nuevas reservas a t ravés de la desint egración
del uranio. Est o m ism o es ciert o para ot ros product os de la t ransm ut ación del
uranio, cuyas vidas m edias equivalen en algunos casos a fracciones de segundo
solam ent e.
En cuant o al propio uranio, t iene una vida m edia de 4.500.000.000 de años. Se
t rat a de un período de t iem po enorm e, y en t oda la hist oria de la Tierra sólo una
part e de la reserva original de uranio ha t enido posibilidades de desint egrarse. El
t orio se desint egra aún m ás lent am ent e, siendo su vida m edia de 14.000.000.000
de años.
Tales ext ensiones de t iem po pueden det erm inarse cont ando el núm ero de part ículas
alfa producidas por una m asa det erm inada de uranio ( o t orio) , cosa que hizo
Rut herford a base de observar los pequeños relám pagos que producían al chocar
cont ra una pant alla de sulfuro de cinc ( lo que const it uía un cont ador de cent elleo) .
Cada part ícula alfa liberada significaba un át om o de uranio desint egrado, de m odo
que Rut herford pudo det erm inar cuánt os át om os se desint egraban por segundo. A
part ir de la m asa de uranio que est aba m anej ando, deduj o el núm ero t ot al de
át om os de uranio present es. Con est a inform ación pudo calcular fácilm ent e cuánt o
t iem po haría falt a para que se desint egraran la m it ad de los át om os de uranio
present es, y result ó ser del orden de m iles de m illones de años.
Tan const ant e y caract eríst ica es la lent a y m aj est uosa desint egración del uranio,
que puede usarse para m edir la edad de la Tierra. En 1907, el quím ico am ericano
Bert ram Borden Bolt wood ( 1870- 1927) sugirió que el cont enido en plom o de los
m inerales de uranio podía servir com o guía a est e respect o. Si se suponía que t odo
el plom o del m ineral se originaba a part ir de la desint egración del uranio, sería fácil
calcular cuánt o t iem po debería haber t ranscurrido para dar lugar a esa cant idad de
plom o. Finalm ent e se calculó de est e m odo que la cort eza sólida de la Tierra debe
haber exist ido desde hace por lo m enos cuat ro m il m illones de años.
Mient ras t ant o, Soddy había descrit o el m odo exact o en que un át om o cam bia al
em it ir part ículas subat óm icas. Si un át om o perdía una part ícula alfa, con una carga
+ 2, la carga t ot al de su núcleo dism inuía en dos. El át om o se t rasladaba dos
puest os hacia la izquierda en la t abla periódica.
Si un át om o perdía una part ícula bet a ( un elect rón con una carga de - 1) , el núcleo
ganaba una carga posit iva adicional 34 , y el elem ent o avanzaba un puest o hacia la
derecha en la t abla periódica, cuando un át om o em it ía un rayo gam m a ( sin carga) ,
se alt eraba su cont enido energét ico pero no cam biaba el núm ero de part ículas, de
m odo que cont inuaba siendo el m ism o elem ent o.
Ut ilizando est as reglas com o guía, los quím icos pudieron obt ener los det alles de
varias series radiact ivas.
34
En la época de Soddy se creía que había m uchos elect r ones en el núcleo y que la pérdida de una part ícula bet a
del núcleo dej aba un prot ón adicional sin neut ralizar eléct ricam ent e. A consecuencia de ello nacía la carga posit iva.
Hoy día se sabe que el núcleo cont iene solam ent e prot ones y neut rones, pero que se form a y elim ina un elect rón
cuando un neut rón se conviert e en prot ón, ya que la adquisición de una carga posit iv a equivale a la pérdida, por
expulsión, de una carga negat iva
5 . I sót opos
Pero t odo est o creaba un serio problem a. ¿Qué hacer con los diversos product os de
desint egración del uranio y del t orio? Había docenas de ellos, pero com o m ucho
exist ían nueve sit ios en la t abla periódica ( desde el polonio de núm ero at óm ico 84
hast a el uranio de núm ero at óm ico 92) donde colocarlos.
Com o ej em plo específico, digam os que el át om o de uranio ( núm ero at óm ico 92)
em it ía una part ícula alfa y el núm ero at óm ico de lo que quedaba del át om o se
convert ía por t ant o en 90, según la regla de Soddy. Est o significaba que se había
form ado un át om o de t orio. Sin em bargo, m ient ras que el t orio producido a part ir
del uranio t enía una vida m edia de veint icuat ro días, el t orio ordinario t enía una
vida m edia de cat orce m il m illones de años.
Soddy propuso la int répida sugerencia de que un m ism o lugar de la t abla periódica
podía est ar ocupado por m ás de un t ipo de át om o. El lugar núm ero 90 podía
encerrar diferent es variedades de t orio, el lugar núm ero 82 diferent es variedades de
plom o, y así sucesivam ent e. Denom inó a est as variedades at óm icas que ocupaban
el m ism o lugar isót opos, de la palabra griega que significa «m ism o lugar».
Los diferent es isót opos en un lugar dado de la t abla t endrían el m ism o núm ero
at óm ico, y en consecuencia el m ism o núm ero de prot ones en el núcleo y el m ism o
núm ero de elect rones en la periferia. Los isót opos de un elem ent o t endrían las
m ism as propiedades quím icas, al depender dichas propiedades del núm ero y la
disposición de los elect rones en los át om os.
Pero en ese caso, ¿cóm o explicar las diferencias en las propiedades radiact ivas y en
el peso at óm ico?
El peso at óm ico podría represent ar la clave de la diferencia. Cien años ant es, Prout
había propuest o su fam osa hipót esis de que t odos los át om os est aban com puest os
de hidrógeno, de m odo que t odos los elem ent os t endrían un peso at óm ico ent ero. El
hecho de que la m ayoría de los pesos at óm icos no sean ent eros parecía haber
dest ruido est a hipót esis.
Pero ahora el át om o, en su nueva apariencia nuclear, t enía que est ar form ado por
prot ones ( y neut rones) . Los prot ones y los neut rones t ienen aproxim adam ent e la
m ism a m asa, y por t ant o t odos los át om os deben t ener pesos que sean m últ iplos
ent eros del peso del hidrógeno ( form ado de un solo prot ón) . La hipót esis de Prout
fue rest ablecida, y en cam bio se proyect aron nuevas dudas sobre los pesos
at óm icos.
En 1912, J. J. Thom son ( el descubridor del elect rón) había som et ido haces de iones
de neón cargados posit ivam ent e a la acción de un cam po m agnét ico. El cam po
desviaba los iones de neón y los hacía incidir sobre una placa fot ográfica. Si t odos
los iones hubiesen t enido una m asa idént ica, habrían sido desviados t odos en la
m ism a m edida, y habría aparecido una sola m ancha sobre la película fot ográfica.
Sin em bargo, se localizaron dos m anchas, una de ellas aproxim adam ent e diez veces
m ás oscura que la ot ra. Un colaborador suyo, Francis William Ast on ( 1877- 1945) ,
m ej oró m ás t arde el m ecanism o y confirm ó los result ados, que eran sem ej ant es
para ot ros elem ent os. Debido a que est e m ecanism o separaba iones quím icam ent e
sem ej ant es en una especie de espect ro de m anchas oscuras, se denom inó
espect rógrafo de m asas.
La m agnit ud de la desviación de iones de carga idént ica por un cam po m agnét ico
depende de la m asa del ion; cuant o m ayor es ést a, m enos se desvía. Los result ados
obt enidos por Thom son y Ast on parecían indicar que exist ían dos t ipos de át om os
de neón, uno con m ás m asa que el ot ro. Uno de ellos t enía un núm ero m úsico de
20, y el ot ro de 22. Com o el neón- 20 era diez veces m ás abundant e que el neón- 22,
a j uzgar por las respect ivas oscuridades de las m anchas ( en los últ im os años se
localizaron t am bién m uy pequeñas cant idades de neón- 21) parecía razonable que el
peso at óm ico del neón fuese aproxim adam ent e 20,2.
En ot ras palabras, los át om os individuales t enían m asas que eran un m últ iplo ent ero
de la del át om o de hidrógeno 35 , pero un elem ent o det erm inado, al est ar form ado
por át om os de diferent es m asas, t endría un peso at óm ico que sería un prom edio del
peso de dichos ent eros, y en consecuencia no t enía que ser necesariam ent e un
núm ero ent ero.
El prom edio del peso de los isót opos de un át om o det erm inado puede ser m ayor, en
algunos casos, que el prom edio del peso de un át om o con m ayor núm ero at óm ico.
35
No exact am ent e un m últ iplo, en realidad. Las pequeñas desviaciones en la m asa no t ienen im port ancia en
quím ica, pero son un reflej o de las enor m es energías im plicadas en las fuerzas nucleares, energías que han sido
puest as de m anifiest o en las bom bas nucleares.
Por ej em plo, el t elurio, con un núm ero at óm ico de 52, posee siet e isót opos. De
ést os, los dos isót opos de m ás m asa, t elurio 126 y t elurio 128, son los m ás
abundant es. Por t ant o, el peso at óm ico del t eluro se conviert e en 127,6. El yodo
t iene el núm ero at óm ico inm ediat am ent e superior, el 53, pero est á form ado por
yodo- 127 solam ent e, y por t ant o su peso at óm ico es 127. Cuando Mendeleiev
colocó el yodo después del t eluro en su t abla periódica, invirt iendo el orden
correspondient e al peso at óm ico, sin saberlo se est aba guiando, en su lugar, por el
núm ero at óm ico; y era la form a correct a de hacerlo.
Veam os ot ro ej em plo. El pot asio ( núm ero at óm ico 19) est á form ado por t res
isót opos, el pot asio- 39, el pot asio- 40 y el pot asio- 41, pero el isót opo m ás ligero,
pot asio- 39, es con m ucho el m ás abundant e. En consecuencia, el peso at óm ico del
pot asio es 39,1. El argón t iene un núm ero at óm ico inferior ( 18) y est á form ado
t am bién de t res isót opos, argón- 36, argón- 38 y argón- 40. Pero en est e caso es el
isót opo de m ás m asa, argón- 40, el que m ás abunda. Así, pues, el peso at óm ico del
argón es aproxim adam ent e de 40. Cuando Ram say colocó el argón ant es del pot asio
y no después, cont radiciendo a los pesos at óm icos, t am bién sin saberlo se est aba
guiando por el núm ero at óm ico, y t am bién est aba act uando correct am ent e.
El uso del espect rógrafo de m asas perm it ió det erm inar el peso at óm ico m idiendo de
hecho la m asa de cada isót opo y la cant idad exist ent e de cada uno de ellos, y
t om ando luego el prom edio. Est e m ét odo superaba en exact it ud a los m ét odos
quím icos para la m edición del peso at óm ico.
Los diferent es isót opos de un elem ent o dado poseen el m ism o núm ero at óm ico pero
diferent es núm eros m ásicos.
Los diferent es isót opos t endrán el m ism o núm ero de prot ones en sus núcleos, pero
diferent e núm ero de neut rones. Así, el neón- 20, neón- 21 y neón- 22 t ienen t odos
ellos 10 prot ones en su núcleo, de m odo que t odos t ienen un núm ero at óm ico de
10, y una disposición elect rónica de 2,8. Sin em bargo, el neón- 20 t iene un núcleo
con 10 prot ones m ás 10 neut rones; el neón- 21, uno con 10 prot ones m ás 11
neut rones; y el neón- 22, uno con 10 prot ones m ás 12 neut rones.
La m ayoría de los elem ent os ( pero no t odos) pueden dividirse de est e m odo en
isót opos. En 1935, el físico canadiense- am ericano Art hur Jeffrey Dem pst er ( 18861950) halló, por ej em plo, que el uranio, t al com o se present aba en la nat uraleza,
era una m ezcla de dos isót opos, a pesar de que su peso at óm ico ( 238,07) se
aproxim aba a un núm ero ent ero. Se debía precisam ent e a que uno de los isót opos
exist ía en una proporción m ucho m ayor. Un 99,3 por 100 de los át om os de uranio
t enían núcleos form ados por 92 prot ones y 146 neut rones, o lo que es lo m ism o, un
núm ero m ásico t ot al de 238. Se t rat aba de los át om os de uranio- 238. El 0,7 por
100 rest ant e, en cam bio, poseía t res neut rones m enos, y const it uían los át om os de
uranio- 235.
Puest o que las propiedades radiact ivas dependen de la const it ución de los núcleos
at óm icos, y no de la disposición elect rónica, los isót opos de un elem ent o podían ser
quím icam ent e sem ej ant es, pero bast ant e diferent es desde el punt o de vist a de su
radiact ividad. Así, m ient ras que el uranio- 238 t enía una vida m edia de cuat ro m il
quinient os m illones de años, la del uranio- 235 era sólo de set ecient os m illones de
años36 . Adem ás, am bos son padres de series radiact ivas diferent es.
Exist ían razones t eóricas para suponer que el propio hidrógeno, el elem ent o m ás
sim ple, podía est ar com puest o de un par de isót opos. Los át om os de hidrógeno
ordinarios, con núcleos form ados por un solo prot ón, const it uyen el hidrógeno- 1.
Pero en 1931 el quím ico am ericano Harold Clayt on Urey ( 1893- 1981) evapor ó
lent am ent e cuat ro lit ros de hidrógeno líquido; en el supuest o de que si exist ía algún
isót opo de hidrógeno m ás pesado, t endría un punt o de ebullición m ás alt o, y
evaporaría m ás lent am ent e, con lo que se acum ularía en el residuo.
Efect ivam ent e, en el cent ím et ro cúbico final de hidrógeno, Urey pudo det ect ar
signos inequívocos de la exist encia de hidrógeno- 2, cuyo núcleo se com ponía de un
prot ón m ás un neut rón. El hidrógeno- 2 recibió el nom bre especial de deut erio.
Tam poco el oxígeno se libraba. En 1929, el quím ico am ericano William Francis
Clauque ( n. 1895) logró dem ost rar que el oxígeno est aba form ado de t res isót opos.
La variedad m ás abundant e, que com prendía cerca del 99,8 por 100 del t ot al de
át om os, era el oxígeno- 16. Su núcleo cont enía 8 prot ones m ás 8 neut rones. El rest o
era casi t odo oxígeno- 18 ( 8 prot ones m ás 10 neut rones) , con un residuo de
oxígeno- 17 ( 8 prot ones m ás 9 neut rones) .
36
Est o cont ribuy e t am bién a la diferencia, m encionada ant es, en las vidas m edias del t or io nat ural ( t or io- 232) y el
t orio form ado a part ir de la escisión del uranio ( t orio- 234) , que cont iene dos neut rones adicionales en cada núcleo.
Est o creaba un problem a. Ya desde el t iem po de Berzelius, los pesos at óm icos se
habían basado en la asignación arbit raria de un peso de 16,0000 al át om o de
oxígeno. Pero el peso at óm ico del oxígeno podía ser solam ent e el prom edio de peso
de los t res isót opos, y la proporción de los isót opos en el oxígeno podía variar
ligeram ent e de unas m uest ras a ot ras.
Los físicos procedieron a det erm inar los pesos at óm icos est ableciendo el de
oxígeno- 16 com o igual a 16,0000, y est o les proporcionó una serie de valores ( el
peso at óm ico físico) que eran uniform em ent e m ayores, en m uy pequeña cant idad,
que los valores que se habían est ado ut ilizando y perfeccionando gradualm ent e a lo
largo del siglo XI X ( los pesos at óm icos quím icos) .
Pero en 1961, las organizaciones int ernacionales, t ant o de quím icos com o de físicos,
acordaron adopt ar un peso at óm ico est ándar, el del carbono 12, com o exact am ent e
igual a 12,0000. Est e nuevo valor est ándar era casi exact am ent e el de los ant iguos
pesos at óm icos quím icos, y sin em bargo est aba vinculado a un solo isót opo, y no al
prom edio de varios de ellos.
Ca pít u lo 1 4
Re a ccion e s n u cle a r e s
Cont enido:
1. La nueva t ransm ut ación
2. Radiact ividad art ificial
3. Elem ent os t ransuránicos
4. Bom bas nucleares
1 . La n u e va t r a nsm u t a ción
Habiendo quedado claro que el át om o est aba form ado por part ículas m ás pequeñas,
que se reordenaban espont áneam ent e en las t ransform aciones radiact ivas, el
siguient e paso parecía práct icam ent e obligado.
El hom bre podía reordenar deliberadam ent e la est ruct ura at óm ica de las m oléculas
en reacciones quím icas ordinarias. ¿Por qué no reordenar ent onces los prot ones y
neut rones del núcleo at óm ico en reacciones nucleares? Ciert am ent e, los prot ones y
los neut rones se unen por fuerzas m ucho m ayores que las que unen a los át om os
dent ro de las m oléculas, y los m ét odos que servían para llevar a cabo las reacciones
ordinarias no bast arán para las reacciones nucleares; pero los hom bres que habían
resuelt o el rom pecabezas de la radiact ividad, se hallaban en el lum inoso cam ino del
éxit o.
Fue Rut herford quien dio el prim er paso. Bom bardeó diversos gases con part ículas
alfa, y halló que en ocasiones una part ícula alfa golpeaba el núcleo de un át om o y lo
desordenaba ( véase fig. 23) .
De hecho, Rut herford dem ost ró en 1919 que las part ículas alfa podían arrancar
prot ones de los núcleos de nit rógeno, y fusionarse con lo que quedaba. El isót opo
m ás abundant e del nit rógeno es el nit rógeno- 14, que t iene un núcleo form ado por 7
prot ones y 7 neut rones. Quit em os un prot ón y añadam os los 2 prot ones y los 2
neut rones de la part ícula alfa, y nos encont rarem os con un núcleo que posee 8
prot ones y
9 neut rones.
Se t rat a del oxígeno- 17.
La part ícula alfa puede
considerarse com o un helio- 4, y el prot ón com o un hidrógeno- 1.
Se deduce ent onces que Rut herford llevó t riunfalm ent e a cabo la prim era reacción
nuclear hecha por el hom bre:
nit rógeno 14 + helio 4 - - > oxígeno 17 + hidrógeno 1
Est o es un aut ént ico ej em plo de t ransm ut ación, de conversión de un elem ent o en
ot ro. En ciert o m odo era la culm inación de los viej os anhelos alquim ist as, pero,
desde luego, im plicaba elem ent os y t écnicas con los cuales los alquim ist as no
habían ni siquiera soñado.
Durant e los cinco años siguient es, Rut herford llevó a cabo m uchas ot ras reacciones
nucleares m anej ando part ículas alfa. Lo que podía hacer, no obst ant e, era lim it ado,
ya que los elem ent os radiact ivos proporcionaban part ículas alfa de baj a energía.
Para conseguir m ás, se requerían part ículas m ás energét icas.
Figura 23. El experim ent o de Rut herford conduj o al concept o de núcleo, y abrió las
puert as a la m oderna física nuclear. Las part ículas alfa em it idas por la fuent e
radiact iva se desviaban al pasar a t ravés de un pan de oro. El grado de desviación
quedaba regist rado cuando las part ículas chocaban con la placa fot ográfica.
Los físicos se dedicaron a la t area de diseñar m ecanism os para acelerar las
part ículas cargadas en un cam po eléct rico, obligándolas a m overse cada vez m ás
rápido, y a poseer, por t ant o, cada vez m ás energía. El físico inglés John Douglas
Cockcroft ( 1897- 1967) y su colaborador, el físico irlandés Ernest Thom as Sint on
Walt on ( n. 1903) , fueron los prim eros en diseñar un acelerador capaz de producir
part ículas lo bast ant e energét icas com o para llevar a cabo una reacción nuclear, lo
que consiguieron en 1929. Tres años m ás t arde, bom bardearon át om os de lit io con
prot ones acelerados, y produj eron part ículas alfa. La reacción nuclear era:
hidrógeno 1 + lit io 7 —> helio 4 + helio 4
En el aparat o de Cockcroft - Walt on, y en ot ros que se est aban proyect ando, las
part ículas se aceleraban en línea rect a, y era difícil const ruir aparat os lo bast ant e
largos para producir energías m uy alt as. En 1930, el físico am ericano Ernest
Orlando Lawrence ( 1901- 58) diseñó un acelerador que obligaba a las part ículas a
m overse según una espiral que se am pliaba lent am ent e. Un ciclot rón relat ivam ent e
pequeño de est e t ipo podía producir part ículas energét icas.
El prim ero y m inúsculo ciclot rón de Lawrence fue el ant ecesor de los enorm es
inst rum ent os act uales de m edia m illa de circunferencia, que se han ut ilizado para
t rat ar de responder a las pregunt as fundam ent ales relat ivas a la est ruct ura de la
m at eria.
En 1930, el físico inglés Paul Adrien Maurice Dirac ( 1902) había propuest o razones
t eóricas para suponer que t ant o los prot ones com o los elect rones debían poseer
aut ént icos cont rarios ( ant i part ículas) . El ant i- elect rón debía poseer la m asa de un
elect rón pero est ar cargado posit ivam ent e, m ient ras que el ant i- prot ón t endría la
m asa de un prot ón, pero est aría cargado negat ivam ent e.
El ant i- elect rón fue det ect ado efect ivam ent e en 1932 por el físico am ericano Cari
David Anderson ( n. 1905) en su est udio sobre los rayos cósm icos37 . Cuando las
part ículas de los rayos cósm icos chocan con los núcleos at óm icos en la at m ósfera,
se producen algunas part ículas que giran en un cam po m agnét ico exact am ent e igual
que los elect rones, pero en sent ido cont rario. Anderson denom inó posit rón ala
part ícula de est e t ipo.
El ant i- prot ón se resist ió a ser det ect ado durant e ot ro cuart o de siglo. Com o el ant iprot ón es 1.836 veces m ás pesado que el ant i- elect rón, se requiere 1.836 veces
37
Los rayos cósm icos consist en en par t ículas que ent ran en la at m ósfera t errest re procedent es del espacio ext er ior .
Las par t ículas ( en su m ayor part e prot ones) son im pulsadas hast a energías casi inim aginables por aceleración a
t ravés de cam pos eléct ricos asociados a las est r ellas y a la m ism a galax ia.
m ás energía para su form ación. Las energías necesarias no se originaron en
disposit ivos creados por
el hom bre hast a la década de los 50.
Ut ilizando
aceleradores gigant es, el físico it alo- am ericano Em ilio Segré ( n. 1905- 89) y su
colaborador el físico am ericano Owen Cham berlain ( n. 1920) lograron producir y
det ect ar el ant i- prot ón en 1955.
Se ha apunt ado que m uy bien pueden exist ir át om os en los que los núcleos
cargados negat ivam ent e, cont eniendo ant i- prot ones, est én rodeados por posit rones
cargados posit ivam ent e. Tal ant im at eria no podría exist ir m ucho t iem po sobre la
t ierra o, quizás, en ninguna part e de nuest ra galaxia, ya que, a su cont act o am bas,
m at eria y ant im at eria, serían aniquiladas en una gran explosión de energía. Sin
em bargo, los ast rónom os se pregunt an si podrán exist ir galaxias ent eras form adas
por ant im at eria. Si así fuese, serían m uy difíciles de det ect ar.
2 . Ra dia ct ivida d a r t ificia l
Las prim eras reacciones nucleares llevadas a cabo con éxit o produj eron isót opos
que ya se sabía exist ían en la nat uraleza. Pero no siem pre t enía que ser así.
Supongam os que se consiguiera una com binación de neut rón- prot ón no exist ent e
en la nat uraleza, t al com o un siglo ant es se habían producido m oléculas orgánicas
que t am poco se daban en la nat uraleza. Est e fenóm eno se consiguió de hecho en
1934, por el equipo de físicos franceses, m arido y m uj er, Frédéric Joliot - Curie
( 1900- 58) e I rene Joliot - Curie ( 1897- 1956) , est a últ im a hij a de los Curie ( pág.
217) , fam osos por sus t rabaj os sobre el radio.
Los Joliot - Curie est aban bom bardeando alum inio con part ículas alfa. Después de
int errum pir el bom bardeo descubrieron que el alum inio cont inuaba irradiando
part ículas por sí m ism o. Descubrieron que habían em pezado con alum inio- 27 ( 13
prot ones m ás 14 neut rones) , y t erm inaron con fósforo- 30 ( 15 prot ones m ás 15
neut rones) .
Pero el fósforo, t al com o se present a en la nat uraleza, est á const it uido por una sola
variedad at óm ica, el fósforo- 31( 15 prot ones m ás 16 neut rones) . Así, pues, el
fósforo- 30 era un isót opo art ificial, que no se present aba en la nat uraleza. La razón
por la que no se hallaba en ést a era evident e; era radiact ivo, con una vida m edia de
solam ent e cat orce días. Su radiact ividad era la fuent e de la cont inua radiación de
part ículas que los Joliot - Curie habían observado.
Los Joliot - Curie habían producido el prim er caso de radiact ividad art ificial. Desde
1934 se han form ado m iles de isót opos no exist ent es en la nat uraleza, y t odos ellos
son radiact ivos. Cada elem ent o posee uno o m ás isót opos radiact ivos. I ncluso el
hidrógeno t iene uno, el hidrógeno- 3 ( llam ado t am bién t rit io) con una vida m edia de
doce años.
Un isót opo de carbono radiact ivo poco com ún, el carbono 14, fue descubiert o en
1940 por el quím ico am ericano- canadiense Mart in D. Kam en ( n. 1913) . Part e de
est e isót opo se form a por bom bardeo de los rayos cósm icos sobre el nit rógeno en la
at m ósfera. Est o significa que est am os cont inuam ent e respirando algo de carbono14, e incorporándolo a nuest ros t ej idos, igual que t odas las form as de vida. Una vez
que la form a viva m uere, la incorporación cesa y el carbono- 14 ya present e se
t ransm ut a lent am ent e.
El carbono- 14 t iene una vida m edia de unos cinco m il años, de m odo que las
cant idades significat ivas que subsist an en un m at erial ( m adera, t ext iles) se
rem ont an a los t iem pos prehist óricos. El quím ico am ericano Willard Frank Libby
( 1908- 80) ideó una t écnica para hallar la edad de los rest os arqueológicos por su
cont enido en carbono- 14, del m ism o m odo que la edad de la cort eza t errest re
puede obt enerse a part ir de sus cont enidos en uranio y plom o. Así, la quím ica ha
pasado a t ener una aplicación direct a para los hist oriadores y arqueólogos.
Los com puest os quím icos pueden
sint et izarse con
isót opos poco
corrient es,
incorporados en lugar de los ordinarios. Ést os podrían ser, por ej em plo, los raros
isót opos est ables ( hidrógeno- 2 en lugar del hidrógeno- 1, carbono- 13 en lugar del
carbono- 12, nit rógeno- 15 en lugar del nit rógeno- 14, y oxígeno- 18 en lugar del
oxígeno- 16) . Si los anim ales ingieren t ales com puest os m arcados y a cont inuación
se sacrifican y se analizan sus t ej idos, los com puest os en los que se encuent ren los
isót opos proporcionarán una inform ación significat iva. Result a así posible deducir
m ecanism os de reacción dent ro del t ej ido vivo, que de ot ro m odo pasarían
inadvert idos. Un innovador en est e t ipo de t rabaj o fue el bioquím ico germ anoam ericano
Rudolf
Schoenheim er
( 1898- 1941) ,
quien
realizó
im port ant es
invest igaciones sobre grasas y prot eínas ut ilizando hidrógeno- 2 y nit rógeno- 15 en
los años post eriores a 1935. El uso de los isót opos radiact ivos hace posible
reconst ruir las reacciones aún m ás exact am ent e, pero hast a después de la Segunda
Guerra Mundial no se llegó a disponer de dichos isót opos en cant idad. Un ej em plo
de lo que puede realizarse con los isót opos fue el t rabaj o del bioquím ico am ericano
Melvin Calvin ( n. 1911) . Ut ilizó el carbono- 14 durant e los años cincuent a para
seguir la pist a a m uchas de las reacciones im plicadas en el proceso de la
fot osínt esis. Y lo llevó a cabo con un det alle que sólo veint e años ant es se habría
j uzgado com plet am ent e im posible.
No sólo se form aron isót opos art ificiales, sino t am bién elem ent os art ificiales. En
1937, Law rence, el invent or del ciclot rón, había bom bardeado una m uest ra de
m olibdeno ( núm ero at óm ico 42) con deut erones ( núcleos de hidrógeno- 2) enviando
la m uest ra bom bardeada a Segré, a Rom a. ( Más adelant e Segré volvería a los
Est ados Unidos, y en su nueva residencia descubriría el ant i- prot ón) .
Segré, en un int enso est udio, halló que la m uest ra cont enía rest os de una nueva
sust ancia radiact iva, que result ó consist ir en át om os del elem ent o cuyo núm ero
at óm ico era 43. Por ent onces, aquel elem ent o no había sido descubiert o en la
nat uraleza ( a pesar de algunas falsas alarm as) y por eso se llam ó t ecnecio, de una
palabra griega que significa «art ificial».
Post eriorm ent e se llenaron los t res huecos rest ant es de la t abla periódica. En 1939
y 1940 se descubrieron los elem ent os núm ero 87 ( francio) y núm ero 85 ( as- t at o) , y
en 1947 se rellenó el últ im o hueco, el correspondient e al elem ent o núm ero 61
( prom ecio) . Todos est os elem ent os son radiact ivos.
El ast at o y el francio se form an a part ir del uranio sólo en m ínim as cant idades, y su
escasez explica por qué no se habían descubiert o ant es. El t ecnecio y el prom ecio se
form an en cant idades aún m ás pequeñas, y su rareza reside en el hecho de que son
los únicos elem ent os de núm ero at óm ico inferior a 84 que no poseen ningún isót opo
est able.
3 . Ele m e n t os t r a n sur á n icos
Las prim eras part ículas ut ilizadas para bom bardear los núcleos at óm icos est aban
cargadas posit ivam ent e: el prot ón, el deut erón y la part ícula alfa. Tales part ículas
cargadas
posit ivam ent e
son
rechazadas
por
los
núcleos
at óm icos
cargados
posit ivam ent e, ya que las cargas eléct ricas del m ism o signo se repelen ent re sí.
Hace falt a m ucha energía para obligar a las part ículas rápidas a vencer la repulsión
y chocar con los núcleos, y por eso las reacciones nucleares eran bast ant e difíciles
de conseguir.
El descubrim ient o del neut rón abrió nuevas posibilidades. Com o los neut rones no
poseían carga, los núcleos at óm icos no los repelerían. Un neut rón podía chocar
fácilm ent e con un núcleo at óm ico, sin resist encia, si el neut rón acert aba a m overse
en la dirección correct a.
El prim ero que invest igó en det alle el bom bardeo con neut rones fue el físico it aliano
Enrico Ferm i ( 1901- 1954) . Com enzó su t rabaj o casi inm ediat am ent e después de
ent erarse del descubrim ient o del neut rón. Halló que un haz de neut rones era
part icularm ent e eficaz para iniciar reacciones nucleares, si prim ero se hacía pasar a
t ravés de agua o parafina. Los át om os ligeros de est os com puest os absorbían part e
de la energía de los neut rones en cada colisión, y lo hacían sin absorber a los
propios neut rones. De est e m odo, los neut rones eran frenados hast a que se m ovían
sólo con la velocidad norm al de las m oléculas a la t em perat ura am bient e. Tales
neut rones t érm icos perm anecían en las proxim idades de un núcleo det erm inado
durant e una fracción de segundo m ás larga, y eran absorbidos con m ás probabilidad
que los neut rones rápidos.
Cuando un neut rón es absorbido por un núcleo at óm ico, dicho núcleo no se
conviert e necesariam ent e en un nuevo elem ent o. Puede convert irse sim plem ent e en
un isót opo m ás pesado. Así, si el oxígeno- 16 ganase un neut rón ( con un núm ero de
m asa de 1) , pasaría a oxígeno- 17. Sin em bargo, al ganar un neut rón un elem ent o
puede convert irse en un isót opo radiact ivo. En ese caso, se descom pondrá
em it iendo por lo general una part ícula bet a, lo que según la regla de Soddy
significaría que habría pasado a ser un elem ent o sit uado un puest o m ás alt o en la
t abla periódica. Así, si el oxígeno- 18 ganase un neut rón, pasaría a oxígeno- 19
radiact ivo. Est e isót opo em it iría una part ícula bet a y se convert iría en flúor- 19
est able. De est e m odo, el oxígeno se habría convert ido en ot ro elem ent o ( un
núm ero at óm ico m ayor) por bom bardeo neut rónico.
En 1934 se le ocurrió a Ferm i bom bardear el uranio con neut rones, para ver si podía
producir át om os m ás pesados que el uranio ( elem ent os t ransuránicos) . En aquella
época el uranio t enía el m ayor núm ero at óm ico de la t abla periódica, pero ello podía
significar sim plem ent e que los elem ent os de núm ero at óm ico m ayor t uviesen vidas
m edias dem asiado cort as para haber sobrevivido al largo pasado hist órico de la
Tierra.
Al principio, Ferm i creyó realm ent e que había sint et izado el elem ent o núm ero 93,
pero los result ados que obt uvo eran confusos y conduj eron a algo m ucho m ás
espect acular, com o se describirá en breve. Est os ot ros hallazgos dist raj eron la
at ención,
durant e
algunos
años,
de
la
posible
form ación
de
elem ent os
t ransuránicos.
Sin em bargo, en 1940, el físico am ericano Edwin Mat t ison McMillan ( n. 1907) y su
colaborador el quím ico Philip Hauge Abelson ( n. 1913) , en su t rabaj o sobre el
bom bardeo neut rónico del uranio, det ect aron de hecho un nuevo t ipo de át om o. Al
ser est udiado, result ó corresponder al de núm ero at óm ico 93, y lo denom inaron
nept unio. I ncluso el isót opo del nept unio de m ás larga vida, el nept unio- 237, t enía
una vida m edia ligeram ent e superior a dos m illones de años, no lo bast ant e larga
com o para perm it irle sobrevivir a t ravés de la larga hist oria de la Tierra. El
nept unio- 237 era el ant ecesor de una cuart a serie radiact iva.
A McMillan se le unió ent onces el físico am ericano Glenn Theodore Seaborg ( n.
1912) , y j unt os form aron e ident ificaron el plut onio, elem ent o núm ero 94, en 1941.
Baj o la dirección de Seaborg, un grupo de cient íficos de la Universidad de California,
durant e los siguient es diez años, aisló una m edia docena de nuevos elem ent os:
am ericio ( núm ero 95) , curio ( núm ero 96) , berkelio ( núm ero 97) , californio ( núm ero
98) , einst enio ( núm ero 99) y ferm io ( núm ero 100) .
No parecía haber razones para suponer que ningún núm ero at óm ico represent ase
un m áxim o absolut o. Sin em bargo, cada elem ent o era m ás difícil de form ar que el
ant erior, y se producía en cant idades m ás pequeñas. Y lo que es m ás, las vidas
m edias se hacían t an cort as que lo que se form aba se desvanecía cada vez m ás
rápidam ent e. No obst ant e, en 1955 se form ó el m endelevio ( núm ero 101) ; en
1957, el nobelio ( núm ero 102) , y en 1961 el laurencio ( núm ero 103) . En 1964 los
físicos rusos publicaron la obt ención del elem ent o núm ero 104 en cant idades m uy
pequeñas.
Seaborg y su grupo descubrieron que los elem ent os t ransuránicos eran t an
sem ej ant es ent re sí com o las t ierras raras, y por la m ism a razón. Nuevos elect rones
se añaden a una capa elect rónica int erna, dej ando a la capa elect rónica m ás
ext erna con un cont enido const ant e de t res elect rones. Los dos grupos de
elem ent os sem ej ant es se diferencian denom inando al m ás ant iguo, que com ienza
con el lant ano ( núm ero at óm ico 57) , el de los lant ánidos, m ient ras que el m ás
m oderno, que com ienza con el act inio ( núm ero at óm ico 89) , es el de los act ínidos.
Con el descubrim ient o del laurencio se habían form ado t odos los act ínidos. Se
espera que el elem ent o núm ero 104 t enga propiedades bast ant e diferent es a las de
los act ínidos.
4 . Bom ba s n u cle a r e s
Pero ¿qué fue del t rabaj o original de Ferm i sobre el bom bardeo del uranio con
neut rones? Su sospecha de que se había form ado el elem ent o núm ero 93 no pudo
confirm arse ent onces, ya que t odos los físicos que t rabaj aban para aislarlo
fracasaron.
Ent re los que se habían unido a la invest igación se hallaban Hahn y Meit ner, los
descubridores del prot act inio veint e años ant es. Trat aron el uranio bom bardeado
con bario, lo que al precipit ar originó det erm inada fracción de un m at erial
fuert em ent e radiact ivo. Est a reacción les hizo suponer que uno de los product os del
bom bardeo era radio. El radio es quím icam ent e m uy sem ej ant e al bario, y era de
esperar que acom pañase al bario en cualquier m anipulación quím ica. Sin em bargo
no se pudo obt ener radio de las fracciones que cont enían bario.
Hacia 1938, Hahn com enzó a pregunt arse si no sería un isót opo radiact ivo del
propio bario el que se había form ado a part ir del uranio en el curso del bom bardeo
neut rónico. Ese bario radiact ivo se fusionaría con el bario ordinario, y
los dos com puest os no podrían separarse después m ediant e las t écnicas quím icas
ordinarias. No obst ant e, t al com binación parecía im posible. Todas las reacciones
nucleares conocidas hast a 1938 habían im plicado cam bios de sólo 1 o 2 unidades en
el núm ero at óm ico. Cam biar el uranio en bario significaba un descenso, en el
núm ero at óm ico, ¡de 36! Sería com o pensar que el át om o de uranio se hubiese
part ido aproxim adam ent e por la m it ad ( fisión del uranio) . Hahn se resist ía incluso a
especular con t al posibilidad, por lo m enos en público.
En 1938, la Alem ania nazi invadió y se anexionó Aust ria. Lise Meit ner, aust riaca, se
vio obligada a exiliarse debido a su origen j udío. Desde su lugar de exilio en Suecia,
los peligros que había pasado debieron hacer que los relacionados con el riesgo de
com et er un error cient ífico pareciesen realm ent e pequeños, y publicó la t eoría de
Hahn de que los át om os de uranio, al ser bom bardeados con neut rones, sufrían una
fisión.
Est e art ículo creó una gran excit ación debido a las horribles posibilidades que
suscit aba. Si un át om o de uranio, al absorber un neut rón, se rom pe en dos át om os
m ás
pequeños,
ést os
necesit arán
m enos
neut rones
que
los
que
exist ían
originalm ent e en el át om o de uranio 38 . Est os neut rones superfluos serían em it idos,
y al ser absorbidos por ot ros át om os de uranio, ést os t am bién sufrirían una escisión,
y em it irían t odavía m ás neut rones.
Cada át om o de uranio escindido provocaría la escisión de varios m ás, en una
reacción nuclear en cadena, con un result ado sem ej ant e al de la reacción quím ica
en cadena del hidrógeno y el cloro. Pero com o las reacciones nucleares im plicaban
int ercam bios
energét icos
m ucho
m ayores
que
las
reacciones
quím icas,
los
result ados de una reacción nuclear en cadena serían m ucho m ás form idables.
Part iendo de unos cuant os neut rones, con una insignificant e inversión de energía,
podrían liberarse reservas colosales de energía.
La Segunda Guerra Mundial est aba a punt o de est allar. El Gobierno de los Est ados
Unidos, t em iendo que las t rem endas energías de los núcleos at óm icos pudiesen ser
desencadenadas por los nazis, lanzó un program a de invest igación para obt ener
dicha reacción en cadena y colocar el arm a en sus propias m anos.
Las dificult ades eran m uchas. Había que hacer chocar con el uranio t ant os
neut rones com o fuese posible, ant es de que abandonasen el uranio t ot alm ent e. Por
est a razón el uranio t enía que encont rarse en cant idades bast ant e grandes ( el
t am año necesario es la m asa crít ica) , con el fin de dar la oport unidad necesaria a
38
En general, cuant o m ayor es la m asa de un át om o, m ayor es el núm ero de neut rones que requiere en proporción
a su núm ero m ásico. Así, el calcio- 40 cont iene 20 neut rones, un 50 por 100 de su núm ero m ásico, m ient ras que el
uranio- 238 cont iene 146 neut rones, un 65 por 100 de su núm ero m ásico.
los neut rones. Sin em bargo, cuando em pezó la invest igación se disponía de m uy
poco uranio, ya que la sust ancia apenas t enía aplicaciones ant es de 1940.
A cont inuación había que ret ardar neut rones a fin de aum ent ar la probabilidad que
fuesen absorbidos por el uranio. Est o significaba el em pleo de un m oderador, una
sust ancia con át om os ligeros ant e la cual los neut rones rebot arían. Dicho m oderador
podía consist ir en bloques de grafit o o agua pesada.
Para m ayor dificult ad, no t odos los át om os de uranio experim ent aban una fisión al
absorber un neut rón, sino sólo el isót opo bast ant e raro uranio- 235, lo cual obligó a
idear m ét odos para aislar y concent rar el uranio- 235. Era una labor sin precedent es,
ya que nunca hast a ent onces se había llevado a cabo la separación de isót opos a
gran escala. Un m ét odo con éxit o era el que hacía uso del hexafluoruro de uranio,
que requería un enorm e avance en el m anej o de los com puest os de flúor. El
plut onio, elem ent o creado por el hom bre, se com probó que t am bién era fisionable,
y t ras su descubrim ient o en 1941 hubo que esforzarse en producirlo en grandes
cant idades.
Ferm i, que había abandonado I t alia en 1938 y había m archado a los Est ados
Unidos, fue encargado de est a t area. El 2 de diciem bre de 1942, una pila at óm ica
de uranio, óxido de uranio y grafit o alcanzó el t am año «crít ico». La reacción en
cadena se m ant enía, produciendo energía a t ravés de la fisión de uranio.
Hacia 1945 se fabricaron ciert os disposit ivos en los que al explot ar una pequeña
carga de explosivo se j unt an dos t rozos de uranio. Cada t rozo por separado se
hallaba por debaj o de la m asa crít ica, pero j unt as la superaban. A causa del
bom bardeo con rayos cósm icos, la at m ósfera cont iene siem pre neut rones perdidos,
de m odo que en la m asa crít ica de uranio se origina inst ant áneam ent e una reacción
nuclear en cadena, que explot a con furia hast a ent onces inim aginable.
En j ulio de 1945 se hizo explot ar en Alam ogordo, Nuevo Méj ico, la prim era «bom ba
at óm ica» o «bom ba- A» ( m ás exact am ent e denom inada una bom ba de fisión) . Un
m es después se fabricaron e hicieron explot ar dos bom bas m ás sobre Hiroshim a y
Nagasaki, en Japón, al final de la Segunda Guerra Mundial.
Sin em bargo, la fisión del uranio no se ut iliza exclusivam ent e para dest ruir. Cuando
la producción de energía se logra m ant ener const ant e y a un nivel seguro, la fisión
puede ut ilizarse con fines const ruct ivos. Las pilas at óm icas, rebaut izadas m ás
exact am ent e com o react ores nucleares, han proliferado durant e los años 50 y 60.
Se ut ilizan para propulsar subm arinos y barcos de superficie, y t am bién para
producir energía, en form a de elect ricidad, con fines civilizados.
Apart e de la fisión de át om os pesados t am bién puede obt enerse energía de la unión
de dos núcleos at óm icos ligeros en uno algo m ás pesado ( fusión nuclear) . En
part icular, se pueden obt ener energías colosales si se fusionan núcleos de hidrógeno
y de helio.
Con el fin de provocar la unión de los át om os de hidrógeno, superando la prot ección
que supone el elect rón que rodea al núcleo, deben adm inist rarse energías alt ísim as.
Tales energías se alcanzan en el cent ro del sol y de las dem ás est rellas. La radiación
solar ( que llega a la Tierra en cant idades que no han dism inuido a lo largo de m iles
de m illones de años) es la energía producida por la fusión nuclear de m illones de
t oneladas de hidrógeno en cada segundo.
En los años 50, la energía necesaria podía conseguirse t am bién haciendo explot ar
una bom ba de fisión, y se idearon m ét odos para ut ilizar est a bom ba com o
det onant e de una variedad de bom ba nuclear t odavía m ayor y m ás dest ruct iva. El
result ado fue lo que se conoce indist int am ent e con el nom bre de «bom ba de
hidrógeno», «bom ba H», «ingenio t erm onuclear», o m ás exact am ent e bom ba de
fusión.
Se han const ruido y hecho explot ar bom bas de fusión que t ienen m iles de veces el
pot encial dest ruct ivo de las prim eras bom bas de fisión que dest ruyeron dos
ciudades en el Japón. Una sola bom ba de fusión podría dest ruir com plet am ent e la
ciudad m ás grande, y si t odas las bom bas de fusión exist ent es en la act ualidad se
hiciesen explot ar sobre diversas ciudades, es posible que se ext inguiera la vida por
la explosión y el fuego direct os y por la radiact ividad dispersada ( lluvia radiact iva) .
Pero incluso la bom ba de fusión puede t ener aplicaciones aj enas a t odo t ipo de
dest rucción. Ent re los t rabaj os experim ent ales m ás im port ant es que se est án
realizando en la act ualidad, se encuent ra el int ent o de producir t em perat uras
ext rem adam ent e alt as, de m iles de m illones de grados, en form a cont rolada ( y no
en el cent ro de una bom ba de fisión en explosión) , y de m ant ener dichas
t em perat uras lo bast ant e com o para act ivar una reacción de fusión.
Si se consigue luego que dicha reacción de fusión se desarrolle a una velocidad
cont rolada, pueden obt enerse cant idades fant ást icas de energía. El com bust ible
sería el deut erio, o hidrógeno pesado, que se encuent ra en cant idades t rem endas
en los océanos, cant idades suficient es para durarnos m illones de años.
Hast a ahora, la especie hum ana j am ás se había t enido que enfrent ar con la
posibilidad de una ext inción t ot al con una guerra de bom bas de fusión, com o
t am poco había t enido ocasión de confiar en una prosperidad sin precedent es al
dom inar esa m ism a bom ba de fusión.
Cualquiera de est os dest inos podría result ar de una sola ram a del avance cient ífico.
Est am os adquiriendo conocim ient o; la ciencia nos lo proporciona.
A part ir de ahora precisam os t am bién cordura.