Meryl Streep posa junto a la Palma de Honor del Festival de Cannes

Meryl Streep posa junto a la Palma de Honor del Festival de Cannes

Cine

Meryl Streep (Palma de Honor en Cannes) brilla y emociona en una gala de inauguración magnífica

Quentin Dupieux se pasa de listo en 'El segundo acto', la primera película proyectada en la 77ª edición del festival de cine más importante del mundo.

15 mayo, 2024 11:14

Ayer Thierry Fremaux amanecía pidiendo que no cundiera el pánico, y a eso era todo a lo que aspiraba la noche de hoy. Hasta que ha empezado la película inaugural, El segundo acto de Quentin Dupieux, el día ha sido un éxito más que superado: todas las emociones guturales, que no entienden de contextos ni lecturas políticas (risa, llanto), se han despertado con la celebración de las dos Palmas de Honor. Sin embargo, el festival francés se ha pasado de listo y, otra vez, ha acabado vociferando sobre temas que sí, le vienen más grandes que las películas.

Por la mañana: que no cunda el pánico

"Trataremos de evitar las controversias”, decía Fremaux en la rueda de prensa inaugural, ayer. Que la fiesta del cine celebre al cine, medio reconociendo lo problemático que fue aplaudir a mares a un Johnny Depp aún en pleno proceso judicial contra Amber Heard, programando como inauguración la Jeanne Du Barry de Maïwenn.

El director artístico ha admitido: "El año pasado, como saben, tuvimos algunas polémicas que nos hicieron darnos cuenta de determinadas cosas. Este año hemos decidido organizar un festival sin polémicas para asegurarnos de que el principal interés de todos los que estén aquí, sea el cine. Así que si hay otras polémicas, no nos conciernen".

[La denuncia de 9 mujeres contra el productor Alain Sarde por abusos sexuales marca el inicio de Cannes]

Ayer por la mañana, la revista Elle despegaba su cobertura publicando un reportaje con los testimonios de nueve mujeres que acusan al productor francés Alain Sarde, productor de El Pianista de Roman Polanski, de Adiós al lenguaje de Godard (ambas, Palma de Oro) y de La pianista de Michael Haneke (Gran Premio del Jurado aquí), de distintas agresiones sexuales y violaciones.

Es la primera de las denuncias, unas doce –según declaró la presidenta del festival, Iris Knobloch–, que se espera que estos días salpiquen a la niquelada industria. La misma que publicaba una carta "en favor de la galantería" y en apoyo a Gerard Depardieu, en plena ola del #MeToo. Para diseñar una respuesta, la dirección ha contratado un gabinete de urgencia y ha programado el cortometraje #MoiAussi, con testigos de numerosas víctimas dentro de la industria.

En cualquier caso, hace unos días Knobloch advertía a la prensa que en Cannes "la obra es la verdadera estrella". Viniendo para el Palais des Festivals, me he cruzado con un perro vestido de gala, corona y todo. El día en que en la Croisette las películas sean de verdad las protagonistas, hablaremos.

Por la tarde: lágrimas, pero no amargas

La otra sombra que pendía sobre la jornada inaugural, las acciones del grupo Sous les écrans, la dèche ("bajo las pantallas, miseria"), se ha quedado en mero fantasma, o en espectáculo tristón para quien las hemos seguido desde el balcón de prensa. Recordemos, hace unos días conocíamos la intención del colectivo organizado por 200 trabajadores del certamen de convocar una huelga para protestar contra las pésimas condiciones salariales y de desempleo del cuerpo de staff temporal de Cannes, desde proyeccionistas hasta agentes de prensa.

A nosotros, periodistas, nos gritaba una treintena de personas desde la calle, a una distancia prudencial de la alfombra roja y con seguridad de por medio. Para el resto del público, el cordón policial y el volumen de la música, tan machacona como de costumbre (incluso más), los han disimulado sin problemas. Aún no sabemos cómo afectarán sus protestas al resto de la parrilla pero la primera gala, la que se retransmitía en cines de toda Francia, ha omitido el tema.

Esperemos que el festival dedique algo más de espacio al otro damnificado invisible de la jornada, el cineasta Mohammad Rasoulof, quien ha dado a conocer su huida de Irán después de haber sido condenado a ocho años de cárcel por Seed of the Sacred Fig, aquí en Competición. Se rumorea que el realizador ya se encuentra en la Costa Azul y que podría aparecer en la rueda de prensa de presentación de la película, el último fin de semana.

Para cenar: vuelve Meryl Streep, enamórate del cine

Ya lo tenías, Cannes, ya estaba. Camille Cottin (Cuestión de sangre, Aliados) ha presentado una gala de inauguración magnífica, de las mejores que recordamos estos años. Con una sonrisa perfecta, pura elegancia y plante, ha sabido interpelar a todos y cada uno de los miembros de la industria en la platea bromeando con gracia de los aspectos prácticos del que ha llamado vortex cannoise: dos semanas de dormir poco, comer mal y enfadarse por quedarse sin entradas.

Cottin no ha olvidado echar algún que otro chascarrillo acerca de la poca paridad de la selección, sobre lo inapropiado de cierto comportamiento poderoso-masculino en fiestas y sobre tantísimas cosas más que habré comprendido a medias, porque el festival no subtitula sus galas al inglés. Eso sí, la emoción ha empezado a contagiarse en mi fila con la celebración de Greta Gerwig, presidenta del Jurado Oficial con un vídeo-homenaje y un número musical inspirado en el Modern Love de David Bowie, parte de la banda sonora de Frances Ha. Ella sollozaba feliz e incrédula y, en contraplano, la platea también.

[Meryl Streep recibirá la Palma de Oro de Honor en el Festival de Cannes]

Pero el gran momento de la noche, cuando ya no quedaba un ojo seco en todo el Gran Teatro Lumière, ha llegado con las loas de Juliette Binoche a Meryl Streep, Palma de Oro honorífica del arranque de esta edición (George Lucas recibirá la segunda, a las postrimerías del festival). La francesa presentaba toda la filmografía de la gran dama del cine estadounidense, preguntándose cuál es la magia de su carisma: "En ti veo energía, amor, verdad, fluyendo todas al mismo tiempo. ¿De dónde viene?".

Juliette Binoche, cargada de verdad, rompía a llorar al concluir: "Has cambiado nuestra forma de ver a las mujeres. Has cambiado cómo nos miramos a nosotras. Hay una creyente en ti, que a mí me permite creer".

Meryl Streep ha sido sencilla pero elocuente. Ha dedicado el premio a su estilista y a su agente, que siempre la acompañan, y ha tenido un pensamiento a su vida: "Hace 35 años, la última vez que estuve aquí, iba a cumplir cuarenta… Entonces pensaba que mi carrera estaba acabada. La única razón por la que hoy estoy aquí son el talento que me ha acompañado y también por vosotros, que no os habéis cansado de mi cara".

"Mi madre me decía que todo iba a pasar muy rápido. Y así ha sido. Salvo mi discurso, que ha sido demasiado largo", concluía. Mares de aplausos, porque no hay nada que emocione a un cinéfilo que duerme mal, come peor y pule sus pies en largas colas que ver la vida en el cine, y el cine en la vida.

Por la noche: Quentin Dupieux se pasa de listo

Pero nada ha parado el desastre. Le dedicaremos poco espacio, porque al cine de listillos ni agua –y menos, en tiempos de reivindicaciones necesarias–. Quentin Dupieux es una rara avis que cada día más claro se retrata. Sus primeras obras, retratos descarnados de la estupidez yanqui como Rubber o Realidad, moldeaban universos surrealistas y metaficcionales que acababan por doblegar la forma de las propias películas.

Mandíbulas, desde la parodia de una caper movie, y La chaqueta de piel de ciervo, desde un noir de carretera a lo Twin Peaks, ponían a hombres rematadamente insoportables a correr dentro de rueditas de hámster perfectamente codificadas y gozosas. Les soportábamos, porque el traqueteo de sus patitas era original, divertido.

Hoy Quentin Dupieux depura el relato y nos deja a solas con susodichos energúmenos: dos amigos (Louis Garrel y Raphaël Quenard) caminan en medio de la nada para encontrarse con la novia de él (Léa Seydoux) y el padre de ella (Vincent Lindon). En el camino ellos bromean sobre los "travelos" con el único "pero" de que, rompiendo por primera vez la cuarta pared, están en una película y si siguen haciendo comedia sobre el tema se les va a cancelar.

Esta supone sólo la primera de las barbaridades, más propias de cena de cuñados que del retrato woke sobre las incongruencias de la industria del cine, que la película de Dupieux aspira a ser.

Devoción autorista, egos gigantescos y la rendición absoluta del cine a la Inteligencia Artificial son las conclusiones que salen a la luz a raíz del encadenado guiñolesco de conversaciones que se suceden a partir de aquí. Dupieux, que en los créditos agradece a "su cerebro y a Dios" la película, debe de creer que nadie habrá hablado nunca antes de esto. O que convocar dichos temas como "balas para todes y quien se ofenda es tonto" era gracioso de por sí.

Quizás por ello ha confiado en que unos cuantos despropósitos farfullados por cuatro buenos actores consigan despertar a una platea que debería estar incomodísima, pero no en el buen sentido. El resultado, sin embargo, es bastante más llano y repleto de clichés, decíamos, de esos que sólo esperamos oír en Navidad.

Cierro: luego Quenard queda a solas con Seydoux en un baño y va a besarla sin consentimiento. La actriz se lo recrimina, con una reacción entre exagerada y directamente paranoica. Si os suena esta escena, es porque en el fútbol español la hemos vivido hace no tanto. ¿Nos reímos?