(PDF) El sujeto del feminismo en Judith Butler | Rosa María García - Academia.edu
Rosa María García 53830384-B // rosamaria.martos@um.es Filosofía y Género NOTA AL MARGEN DE EL GÉNERO EN DISPUTA. EL SUJETO DEL FEMINISMO. I. EN TORNO AL TEMA DE DISCUSIÓN. BREVE INTRODUCCIÓN. Para formar esta «nota al margen» sobre el sujeto del feminismo en la obra, debemos primero de contextualizar la propuesta, y luego pasar a discutir sus claves. Una primera aproximación a la propuesta de Butler. Este texto de Judith Butler se fundamenta en la discusión en torno al «género», como su título indica. La discusión se formula tanto con aportaciones de la teoría feminista como con el diálogo en torno a los tópicos habituales en la cuestión ─ es decir, con el psicoanálisis y la antropología. Estos diálogos se sitúan en tres tropos diferenciables que son clásicos en la materia: el sexo [«anatómico»], el género y el «deseo» (dentro de las coordenadas de una presupuesta «heterosexualidad obligatoria»), como se ve en la presentación de la discusión en el primer capítulo. Tomando el Prefacio, siempre más sucinto, podemos resumir la propuesta butleriana en la fórmula de la «performatividad del género». Así, desde una postura netamente anti-esencialista, la autora plantea que «la performatividad del género gira en torno a... la forma en que la anticipación de una esencia provista de género origina lo que plantea como exterior a sí misma».1 En este punto, la aportación de Foucault se hace evidente por sí misma: el género, al contrario de la idea habitual, no sería al cuerpo (dentro del ámbito discursivo que lo atraviesa sin remedio) sino lo que el sostenuto es a una pieza musical (dentro de la coherencia de ritmo que dota de sentido a la misma interpretación). 1 Esta salida del esencialismo como problema (salida a la Derrida, como dice Butler) es señalada en la edición de Paidós, Barcelona (2007), págs. 16-18. En esta propuesta, entonces, se pretende responder a lo que Butler entiende como la necesidad de «una nueva política feminista para combatir las reificaciones mismas de género e identidad». Esta política precisa sostener que «la construcción variable de la identidad es un requisito metodológico y normativo, además de una meta política». 2 De esta manera, el «sujeto del feminismo» debería formularse en estos términos. La legitimidad de la propuesta. Quiero plantear la legitimidad o la justificación teórica de la propuesta que ya hemos expuesto enmarcándola en tres ejes diferenciables de la tradición occidental. El primero es la Ilustración. Esta se juega fundamentalmente en dos aspectos, de los que aquí pasa a ser esencial el primero ─ dado que el segundo vamos a poder verlo en otro lugar. Estos son: la pretensión de universalidad y el radicalismo implícito en la pregunta por el sujeto. La pretensión de universalidad se funda en el escepticismo con el que la autora aborda la pregunta por el sujeto del feminismo. Este escepticismo va desde el reconocimiento de quienes impugnan al feminismo como representativo hasta la pregunta por la carga teórica en la categoría de las «mujeres», pasando por la duda hacia «la urgencia... por determinar el carácter universal del patriarcado». 3 Así, este es el ethos fundacional en la propuesta de Butler. El segundo es la escuela de la sospecha. La autora no sólo cita repetidas veces a Marx ─aseverando que «el punto de partida crítico es el presente histórico», por ejemplo─ sino que la primera justificación teórica que parece tomarse es la disonancia que se puede observar entre teoría y praxis, de manera que se trata de hacerle justicia a las impugnaciones que se ejercen al feminismo a partir de su representación jurídica ─ pues es «necesario replantearse de manera radical las construcciones ontológicas de la identidad, plantear una política representativa que pueda renovar el feminismo sobre otras bases».4 De este modo, este es el pathos que sustenta la propuesta. El tercero es la escuela posestructuralista. A través del filtro de la escena filosófica de Francia, el libro se convierte en deudor del posestructuralismo ─ especialmente en la imborrable huella de Foucault, aunque también se discuten las aportaciones de LéviStrauss, Lacan, o Wittig. Lo que vemos también es que esta herencia supone, aun así, la radicalización de la pregunta por el sujeto. Así, las «afirmaciones universalistas» sobre este sujeto «mujeres» quedarían bajo sospecha, en tanto que el género es «una complejidad cuya totalidad se posterga de manera permanente».5 2 3 4 5 íbid. pág. 53. íbid. pág. 50. íbid. pág. 52. íbid. págs. 66-70. II. EN TORNO A LA DISCUSIÓN. 1. PROBLEMATIZACIÓN Y CRÍTICAS. En realidad, los argumentos que Butler aplica al pensamiento del género y al sujeto del feminismo no guardan gran originalidad. El planteamiento de que (1) es necesario «construir un sujeto del feminismo» (construirlo de nuevo, se entiende), que (2) debe formularse como una «crítica radical» fundada sobre la inestabilidad ontológica del género mismo... es de hecho, como hemos comentado, un préstamo filosófico. La idea de que una «nueva política feminista» debe sostener «que la construcción variable de la identidad es un requisito metodológico y normativo» no es otra cosa que situar al sujeto del feminismo dentro de la fórmula estructural. O sea: posestructuralismo, al estilo de Foucault. Si lo he entendido, el feminismo como tal debe recorrer las líneas de fuga (del eje savoir/ pouvoir) que conforman a los sujetos concretos marcados por el género, y ese será el eje del texto que comentamos: una «genealogía feminista». Sin embargo, esto lleva inmediatamente después al primer gran problema de Butler: «La identidad del sujeto feminista no debería ser la base de la política feminista si se asume que la formación del sujeto se produce dentro de un campo de poder que desaparece invariablemente mediante la afirmación de este fundamento.» 6 El carácter performativo, o su reconocimiento, anula la legitimidad del argumento como tal; una no sólo «deviene mujer», sino que, como en toda diferencia, debe no devenir otras cosas del modo más radical. Pero la estructura de este razonamiento es análoga ─y no podría ser de otra forma, teniendo en cuenta la impronta de la «diferencia»─ a la del pensamiento que esgrime Derrida en favor de la fertilidad del estructuralismo: «No hay nada paradójico en que la conciencia estructuralista sea conciencia catastrófica, a la vez destruida y destructora, desestructuradora... Se percibe la estructura en la instancia de la amenaza... Se puede entonces amenazar metódicamente la estructura para percibirla mejor, no solamente en sus nervaduras sino en ese lugar secreto en que no es ni erección ni ruina sino labilidad.»7 Pero como se ve, esto no es otra cosa que una aporía. Este gesto argumentativo ofrece una fuerza permanente y arrolladora, pero también estéril en otro sentido, dado que «pertenece a la esencia misma del lenguaje. La “fuerza” (es decir, el “sentido”... que todo fenómeno supone) no puede hacerse “presente” sin inmovilizarse y, así, sin ausentarse.»8 De ahí el «paradójicamente» subsiguiente al fragmento comentado: 6 íbid. pág. 53. 7 En La escritura y la diferencia, Anthropos, Barcelona (1989), pág. 13. 8 Sáez Rueda, Movimientos filosóficos actuales, Trotta, Madrid (2012), pág. 437. «Tal vez, paradójicamente, se demuestre que la “representación” tendrá sentido para el feminismo únicamente cuando el sujeto de las “mujeres” no se dé por sentado en ningún aspecto.» (subrayado mío) No estoy descubriendo nada nuevo. Con más y con menos palabras, esta es la clásica acusación que esgrimen Ana de Miguel en su famoso volumen Neoliberalismo sexual («justo en el momento en que las mujeres reclaman con determinación ser sujetos y ciudadanas resulta que ya no está de moda ni lo uno ni lo otro»), 9 Celia Amorós («una resignificación bajo el signo de lo problemático, la transgresión, el desmarque... todo ello requiere un sujeto...»),10 Neus Campillo (quien sólo pretende «situar el problema en un nivel de “crítica feminista que es crítica filosófica”»)11, entre otras autoras. Sin embargo, como recoge esta última autora ─de las mencionadas, quizá la que más seriamente se ha empeñado en discutir los argumentos de Butler, aun sin pretender superarlos─, mientras que los problemas discutidos en El género en disputa sin duda son inteligibles, cualquier planteamiento feminista («conciencia feminista», podría decir Amorós; véase la nota 10) que fíe sus pasos al camino de la Ilustración permite otra fórmula para comprender a «las mujeres» como sujeto del feminismo. Así, aquel problema se puede ver igualmente como un intercambio de miradas entre Ilustración y posestructuralismo. De esta forma, Neus Campillo reivindica posiciones desde algunas de las fórmulas de la teoría crítica feminista de Benhabib: la «identidad llamada “las mujeres”», que es constitutiva del sujeto del feminismo, no se afirma como esencia, sino que se postula. Esto haría posible «contar una historia de vida, o contar una historia del feminismo» ─ al modo en como, siguiendo a Kant, uno podría formular el factum moral debiendo postular a Dios para ello. La herencia habermasiana se deja ver en el «universalismo interactivo» de Benhabib, conformado por «la reformulación pragmático universal de las bases de la validez de las peticiones de verdad, la visión de un sí mismo humano corporal y cuya identidad se constituye narrativamente y la reformulación del punto de vista moral...» 12 Ahora bien, este punto no resuelve ni supera el planteamiento butleriano. La misma autora se posiciona en contra de una idea vaga y vana de una «subversión» que muy fácilmente adquiere «valor de mercado».13 Volvamos sobre el problema, atendiendo esta vez a los elementos más intuitivos en la práctica del feminismo. 9 En Cátedra, Madrid (2015), pág. 306. 10 En Tiempo de feminismo, Cátedra, Madrid (2000), pág. 359. 11 En “Ontología y diferencia de los sexos”, Del sexo al género (ed. Tubert), Cátedra, Madrid (2003), págs. 123-160. 12 En “De la identidad sexual a la identidad política”, en Género, ciudadanía y sujeto político (coord. Campillo), Universitat de València, Valencia (2000), págs. 161-175. 13 En Butler, op. cit., pág. 51. Si el sujeto y la identidad (por difusa que se le permita ser) son los elementos más característicos de esta primera crítica, en realidad el problema más inmediato resulta ser el clásico esquema del patriarcado. El texto sobre el que trabajamos surge sobre la base de esta fecunda formulación teórica; pero se le añade la marca del «deseo» al sujeto atravesado también por el «sexo» y el «género», en un esfuerzo por completar (o más bien problematizar, en realidad) la definición teórica del «patriarcado». 14 En dependencia de la definición que se le dé al patriarcado, se tendrá una explicación u otra del género, pues; y lo que es mucho más importante, se podrá formar una visagra teórica que permita girar desde la situación de opresión actual a una situación de, por terminar la analogía de la ética de Amorós con el marxismo,15 una igualdad material. Cristina Molina responde desde la propuesta de reactivar justamente esta fórmula en la teoría feminista.16 Define dos versiones del género, que podríamos entender como la versión moderna (versión «fuerte»: la anatomía y los roles están separados) y la post-moderna (versión «débil»: todo es una forma de rol y de “juego”), representadas en su respectivo orden por las paradigmáticas Gayle Rubin y Judith Butler. Molina se posiciona asumiendo un concepto del patriarcado como un «todo» sistémico al que el feminismo se opone. En sus propias palabras: «El género sería la operación y el resultado de ejercer este poder del patriarcado de asignar los espacios ─restrictivos─ de lo femenino mientras se constituye lo masculino "desde el centro", como lo que no tiene más límites que lo negativo, lo abyecto o lo poco valorado».17 Situar el género como «operación y resultado» del patriarcado es un movimiento de no poco interés, que puede suponer una estrategia conceptual muy sugerente. Desde luego, permite redefinir la práctica feminista con mayores resultados, pero ¿también con mejores resultados? Si el género es aquí «una expresión del poder patriarcal y... una categoría analítica», entonces esto quiere decir que Molina, en última instancia, se permite redirigir su mirada hacia las «mujeres reales», como las llama. Por decirlo llanamente, no está critiando la tesis de Butler en sus propios términos. Extendámonos más en este punto, ya que merece un tratamiento propio teniendo en cuenta la importancia de los flancos de las críticas mismas. 14 íbid. págs. 12-13. 15 Véase: Hacia una crítica de la razón patriarcal, Anthropos, Barcelona (1991), págs. 108-111. «Este sistema [de oposiciones entre masculinidad y feminidad] constituye una totalidad, y hay que oponerse a él como un todo», pues la diferencia en oposición «no puede ser afirmada y formulada como alternativa de valores universalizable sin cuestionar profundamente el sistema dentro del cual se define como diferenciación»; por ello, sería una «ética del reino de la necesidad». 16 En “Género y poder desde sus metáforas. Apuntes para una topografía del patriarcado”, Del sexo al género, op. cit., págs. 123-160. 17 íbid. pág. 125. 2. CRÍTICA DE LA CRÍTICA. La pregunta de Butler no es tan inocente como: «¿Qué ocurre en los márgenes?». De hecho, el problema se plantea en términos más cruciales. La cuestión viene a ser: ¿en qué terminos debemos comprender la cuestión del género, teniendo en cuenta lo que sucede no sólo en los casos visibles, sino también en otros más ocultados? ¿Cómo dar cuenta de la cesura que supone el género en ciertos sujetos identificables ─ése, éste, aquél...─, para los cuales no es simplemente una cuestión estructural ─por la cual se determinan aspectos como la violencia de género─ sino, de hecho, un problema en términos existenciales? ¿Cómo dar cabida en un discurso teórico al hecho explícito de que existen personas transgénero, es decir, “atravesadas por” el género? ¿Por medio de qué conceptos podemos dar cuenta de fenómenos como la disforia de género? ¿Qué es una «mujer real»? ¿Es un ser humano (racional, o como queramos llamarlo) con el atributo de la vagina? ¿O son los genes XX los que lo determinan? ¿Es que es el momento de la faloplastia lo que determina el paso «de mujer a hombre»? Hoy, este es un discurso públicamente criticado, especialmente a partir de la campaña ─aún en curso─ del colectivo ultracatólico Hazte Oír: «Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva.» Si es tan obvio y tan sencillo, si está escrito en el cuerpo y no necesita de una interpretación, entonces ¿por qué es necesario decirlo? Esta es la pregunta de Butler, que se responde, en el caso de nuestros conservadores, por analogía con la Palabra de Dios escrita en la Biblia: «sólo nosotros conocemos la interpretación verdadera». Así, descubre una muy pertinente crítica a la pobreza de resultados del texto que nos ocupa ─que, es cierto, sólo se sostendría en la práctica de determinadas sociedades con cierto desarrollo...; ahora bien, ¿es que es legítimo exigirle a la autora otra clase de texto, en vez de permitirle sencillamente exponer y argumentar su tesis?─, pero: en primer lugar, esto parece un tanto dudable, por cuanto El género en disputa es, como se dice, «obra fundadora de la llamada teoría queer», siendo objeto constante de crítica en todos los términos posibles por teóricas y por militantes, 18 y; en segundo lugar, no es pertinente tomar el ethos de la propuesta central de Butler bien como un «juego» tan simple como eso, bien como un problema de fondo que debe quedarse en el papel. El eje del texto, tanto como sus motivaciones, no pueden criticarse si no es bajo el gran gesto filosófico de la simple y llana seriedad. Así las cosas, ¿cuál es el camino que debe tomar una crítica seria, solvente, a la tesis de nuestro texto? 18 Es decir, que es excepcionalmente irónico sostener la esterilidad de la discusión de Butler como una suerte de contra-argumento, al tiempo que se contribuye activamente a discutirla y, por ende, se apuntala su actualidad. III. CONCLUSIÓN. El planteamiento que Butler sostiene en esta obra tiene algunos problemas, y los he comentado brevemente. Para comenzar, no es viable ofrecer una meta-política como una meta política; aunque las filosofías de la diferencia ─y la autora, aunque resulta más realista que otras figuras, proviene de esta línea─ luchen contra la identificación (total), esta es una realidad palpablemente insalvable en el campo político, estando fundado en el marco de la comunicación. Las líneas de fuga no hablan. Sin embargo, esto no quiere decir que todo este texto caiga en saco roto: el problema al que responde esta postura es bien claro, y permite comprender diferentes experiencias del género. Por decirlo con ejemplos: aunque el género «mujer» pueda proveer de una explicación en su cualidad de categoría para la realidad de algunas mujeres blancas de clase media, también puede servir para comprender la realidad de mujeres trans, mujeres negras, mujeres musulmanas, etc. El género no es un «simple» juego, como dicen muchas de las críticas más feroces de Butler; pero se juega en algo tan serio como una vida humana. Así, la propuesta del texto puede también interpretarse así, como una reificación del concepto mismo de «mujer». Este aspecto, si dejamos de lado el punto de la ontología del género ─propuesta que, como hemos visto, difícilmente puede resolverse por vía de una genealogía sin agregados─, permite un diálogo fructífero con perspectivas de muy distinto calado. Merecería la pena, en otro contexto, comentar la discusión que avanza Butler con el paisaje filosófico francés ─Lacan, Wittig, Irigaray─, lo que sí nos permitiría dotarnos de aparataje conceptual variado y constructivo para ofrecer una nueva comprensión de la ontología misma del género ─ punto sin el cual esta lectura queda un tanto desapegada. En cualquier caso, creo que la mirada crítica desde la crítica misma permite proponer nuevos espacios teóricos que tratar filosóficamente; y, además, revela el juicio ─a mi ver, pesimista─ de que la crítica feminista que ha crecido en España es anticuada y no deja nuevos márgenes de maniobra para el entendimiento de la realidad actual. Hay una incomprensión radical de los textos ─de una y otra mirada─ que impide nuevas reflexiones y, especialmente, la entrada de nuevas realidades al ideario feminista. BIBLIOGRAFÍA. Amorós, C., Hacia una crítica de la razón patriarcal, Anthropos, Barcelona (1991). Amorós, C., Tiempo de feminismo, Cátedra, Madrid (2000). Butler, J., El género en disputa, Paidós, Barcelona (2007). Campillo, N.,“De la identidad sexual a la identidad política”, en Género, ciudadanía y sujeto político (coord. Campillo), Universitat de València, Valencia (2000), pp. 161175 Campillo, N., “Ontología y diferencia de los sexos”, en Del sexo al género (ed. Tubert), Cátedra, Madrid (2003), pp. 123-160. De Miguel, A., Neoliberalismo sexual, Cátedra, Madrid (2015). Derrida, J., La escritura y la diferencia, Anthropos, Barcelona (1989). Molina, C., “Género y poder desde sus metáforas. Apuntes para una topografía del patriarcado”, en Del sexo al género (ed. Tubert), Cátedra, Madrid (2003). Sáez Rueda, L., Movimientos filosóficos actuales, Trotta, Madrid (2012). Tubert, S., (ed.), Del sexo al género, Cátedra, Madrid (2003).