Los amantes condenados: El muelle de las brumas, de Marcel Carné – Tiempo de Cine

Los amantes condenados: El muelle de las brumas, de Marcel Carné

11834
0
Compartir:

“Me siento más cercano a Carné que a Rossellini. Tú sabes, Carné no es un realista. Él transfigura la realidad por medio de su estilo. Lo interesante en Carné es su estilo, no la realidad que representa”
-Orson Welles, 1948

No es sencillo definir lo que fue realismo poético francés dentro del cine de los años treinta. Se trató, en términos generales, de una tendencia fílmica caracterizada por la marcada estilización de la realidad, al punto de convertir en simbólicos los hechos cotidianos. La expresión “realismo poético” la acuñó en 1929 Jean Paulhan, editor de La Nouvelle Revue Française en una reseña de la novela La rue sans nom de Marcel Ayme, que fue llevada al cine por Pierre Chenal en 1932. Además de este, fueron cultivadores de ese estilo autores tan reconocidos como Jean Renoir (La gran ilusión, 1937), Julien Duvivier (Pépé le Moko, 1937) Jacques Feyder (Pension Mimosas, 1935) y Marcel Carné (Amanece, 1939), artistas que oponían el dramatismo de estos filmes urbanos a las comedias ligeras y a los musicales que estaban en boga en Francia en esos años. Tenían como precursores a realizadores como René Clair, Jean Vigo y Jean Grémillon, que en el primer lustro de los años treinta hicieron un cine muy personal, dramático, comprometido y de sensibilidad social.

Jean Gabin y Michèle Morgan en El muelle de las brumas (Le Quai des brumes, 1938)

Los cineastas del realismo poético contaron con una nómina habitual de intérpretes como Jean Gabin, Michel Simon, Simone Signoret y Michèle Morgan, y la participación de guionistas como Charles Spaak y Jacques Prévert. “Provenientes de la literatura o del periodismo, aportan al cine un pensamiento moderno, un temperamento poético en el caso de Prévert y de Véry; satírico, en el de Jeanson; dramático, en el de Spaak. Sabrán crear un diálogo más directo que el del teatro (…). Uno de los grandes méritos de los guionistas es el de haber librado al cine francés de la molesta herencia de los dramaturgos de la “belle époque”. Los conflictos pasionales van a tomar, con ellos, un nuevo giro, sabiendo aprovechar los medios puestos a su disposición. Modernizan el film, poniéndole dramáticamente al nivel de su tiempo”, escribía el crítico e historiador Pierre Leprohon sobre los guionistas de ese cine y del posterior.

Jean Gabin en El muelle de las brumas (Le Quai des brumes, 1938)

Puesto que se trataba de una recreación lírica de la realidad antes que de su reproducción documental, se requirió de rodar en estudio y tener el concurso de escenógrafos como Lazare Meerson y Alexandre Trauner, y de compositores de la talla de Georges Auric, Arthur Honegger, Joseph Kosma y el gran Maurice Jaubert. Llegaban la noche, el drama urbano, los personajes de clases bajas y sus conflictos. Rémi Fournier Lanzoni resume así los temas principales del realismo poético francés: “la representación del héroe popular, la atmósfera pesimista, la búsqueda (condenada) de la felicidad y finalmente el destino trágico. La iluminación con claroscuro, los fondos artificiales, la imaginería visual evocadora y la agudeza de los diálogos resultaron en un estilo lírico característico” (1).

El fatalismo de estos filmes se acentuó con la caída del Frente Popular en 1937 y con la amenaza del nazismo y la proximidad de la Segunda Guerra Mundial. Por temor a la censura, el realismo poético francés se tornaría con el tiempo menos apegado a la realidad y más alegórico, hasta desdibujar sus intenciones artísticas iniciales. Pero incluso antes de que eso ocurriera ya hubo un autor de los que más asociamos a este movimiento que parecía no sentirse a gusto dentro de los cánones que he mencionado en los párrafos previos. Leamos las palabras de Marcel Carné: “Debo decir con toda sinceridad que no me gusta el término de realismo poético. Que me llamen realista no me hace feliz. Quizá sea preciso, pero si así fuera, entonces no podría sentirme muy orgulloso de mí mismo. En mi opinión he interpretado la realidad solo un poco. Incluso cuando hago películas realistas, no puedo evitar pensar que hay involucrada una visión personal. La categoría que prefiero, incluso si es pretenciosa, es la celebrada frase de Mac Orlan, fantastique social. Pienso que lo fantastique social es lo que le da forma a El muelle de las brumas, que está más cerca a lo fantástico [le fantastique] que al realismo poético [un réalisme poétique]” (2).

Jean Gabin y Michèle Morgan en El muelle de las brumas (Le Quai des brumes, 1938)

El muelle de las brumas (Le Quai des brumes, 1938) era el tercer largometraje de Carné y el tercero en que contaba con el poeta Jacques Prévert en el guion. Pierre Mac Orlan publicó la novela Le Quai des brumes en 1927 y a Carné le interesaba llevarla al cine. Según sus memorias, la oportunidad surgió cuando dos mujeres vieron su segunda cinta, Drôle de drame (1937), y les gustó mucho su estilo. Se trataba de Françoise Rosay y Doriane Gabin. La primera era la esposa de Raoul Ploquin, un alto ejecutivo de las realizaciones francesas de la productora UFA y la segunda era la mujer de Jean Gabin, la gran estrella masculina del cine francés. Ambos hombres se encontraban en Alemania haciendo Gueule d’amour (1937), pero una semana después estaban en París viendo el filme y cenando con Carné, quien les habló entusiasmado de la novela de Mac Orlan. La leyeron, se convencieron y la UFA compró los derechos para su adaptación y contrató a Carné y a Prévert para escribir el guion y rodar el filme en Alemania. Todo indica que nada de esto ocurrió así y que Gabin llevaba dos años tras los derechos del libro y que la UFA había contratado a Prévert para adaptarlo en agosto de 1937, antes del estreno de Drôle de drame. Sin embargo como lo recordaba Carné suena más mítico, más fantastique.

Michèle Morgan en El muelle de las brumas (Le Quai des brumes, 1938)

Como sea, su estancia en los estudios de Neubabelsberg fue breve pues no hablaba alemán y no parecía sentirse cómodo con la disciplina alemana. Además el Ministerio de Propaganda Nazi consideró que el guion del proyecto era “plutocrático, decadente y negativo” y la UFA suspendió la realización del filme. Por fortuna quedaban con la posibilidad de realizarlo en Francia, incluso Ploquin permitió que Gabin suspendiera temporalmente su contrato con la compañía alemana para hacer la película, que terminaría siendo producida por Gregor Rabinovitsch, un inmigrante ruso de origen judío.

Además de Jean Gabin, Marcel Carné pudo contar con la participación del gran Michel Simon y de una joven actriz de 17 años, Michèle Morgan, que tres años antes había debutado en el cine como extra en Mademoiselle Mozart (1936) y que ya llevaba acreditados cinco roles, dos de ellos en largometrajes de Yvan Noé y los otros dos en filmes de Marc Allégret, quien fue incluso el responsable de darle su nombre artístico, pues la chica se llamaba en realidad Simone Renée Roussel. Cuando uno de los responsables del casting de El muelle de las brumas la buscó, le dijo que “Estamos buscando una joven diferente del resto, ni una rosa sonrojada ni una femme fatale, sino una chica con presencia y ojos llamativos” (3). Los ojos azules de Michèle Morgan eran la respuesta. Coco Chanel haría el vestuario del personaje y la leyenda cuenta que la diseñadora se desesperó al no saber que ofrecerle. “¿Por qué simplemente no le damos un impermeable y una boina?”, se dice que expresó. El impermeable de plástico transparente que Michèle Morgan usó es uno de los motivos visuales más llamativos del filme.

Jean Gabin y Michèle Morgan en El muelle de las brumas (Le Quai des brumes, 1938)

El poeta Jacques Prévert concentró la acción del libro a un solo personaje en un lapso de unas 48 horas en el tiempo presente, mientras la novela tiene cinco personajes, está ambientada en 1910 y en un lapso de meses. El muelle de las brumas –según Carné y Prevert– ocurre en 1938 en el puerto de Le Havre, que reproducido en los estudios de Joinville-le-pont por el escenógrafo Alexandre Trauner y filmado por el maestro alemán Eugen Schüfftan, parece desolado, cubierto de perpetua niebla y empedrado de adoquines húmedos. El lugar perfecto para el encuentro nocturno de almas en pena, de espectros sin un lugar donde reposar. Habitan un lugar sin tiempo, donde no hay antecedentes, ni preguntas, respuestas o promesas.

Michèle Morgan en El muelle de las brumas (Le Quai des brumes, 1938)

A Le Havre llega en la noche un soldado desertor, Jean (Gabin), buscando tomar el primer barco que se lo lleve a América. Es un hombre tosco, taciturno, demasiado herido por dentro. Esa noche terminará arrastrado hacia una taberna en el último rincón del puerto, un lugar que parece existir solo cuando el sol se apaga, para desaparecer, propietario y clientes incluidos, con los primeros albores de la mañana. Regentado por un hombre llamado Panamá (Edouard Delmont), el lugar es ante todo refugio de esos espíritus errantes y condenados que sin buscarse terminan encontrándose. Le pasó a Jean con Nelly (Michèle Morgan), una chica que se encontraba ahí, al amparo de Panamá y huyendo de algunos demonios y quizá de sí misma. No tienen esperanzas ni futuro y por lo mismo no fue difícil para ambos verse y compartir lo que no tenían. Prévert les proveyó con unos diálogos de naturaleza literaria lo más lejanos posible de la realidad y teñidos de un fatalismo tan glacial como bello. Es posible ver ahí el origen de los intercambios verbales –y de los personajes- del cine de Bogart y Bacall una década después en Hollywood, pues el film noir tomó del realismo poético sus diálogos y su atmósfera, y convirtió en cinismo el existencialismo trágico que exhibían.

Michèle Morgan en El muelle de las brumas (Le Quai des brumes, 1938)

Eugen Schüfftan parecía estar enamorado del rostro fresco y los ojos transparentes de Michèle Morgan y nos regaló unos primeros planos suyos que son una delicia visual y expresiva. Pero no fue el único flechado, Jean Gabin y el actor Pierre Brasseur se disputaron también los afectos de la chica, e incluso en una escena en que el soldado abofetea al maleante que interpreta Brasseur se nota que fue con más fuerza que lo que la escena pedía. Y hay que ver el momento que Gabin y ella comparten en el filme después de consumar su pasión: verlos juntos en la cama era para la época algo tan arriesgado como haberlos filmados desnudos. El romance entre Gabin y Michèle floreció plenamente durante la tercera película que hicieron juntos, Remorques (1941), cuando el actor pudo separarse de su segunda esposa. Sin embargo el público francés los hizo pareja en el imaginario colectivo desde El muelle de las brumas.

La química entre los actores que interpretaban a la pareja protagónica –el hombre rudo y la joven enigmática vestida de un inverosímil impermeable transparente– fue un bienvenido hallazgo casual que no iba a desviar las intenciones de Carné y Prévert: en este filme no hay un mañana para ambos. Los personajes y todos a su alrededor están condenados y así lo asumen. Existen en un universo sin esperanza ni felicidad que no tiene salida diferente a la muerte violenta. Es más, es la desaparición forzada y la búsqueda del amante de Nelly lo que mueve otra subtrama de la película que terminará por arruinar a todos. A sabiendas que amar lo hace todavía más frágil, Jean deja por un instante de pensar en sí mismo y empieza a preocuparse por Nelly, a sentir necesidad de ella. Ese momento es también el de su perdición.

El muelle de las brumas (Le Quai des brumes, 1938)

Cuando El muelle de las brumas debutó en el Festival de Cine de Venecia fue criticada por su pesimismo. La Central Católica del Cine la consideró “una historia profundamente desmoralizante y sombría… con una atmósfera claramente ofensiva” y muchos no se explicaron lo evasivo de su relato, el hecho de ignorar la situación política y social del momento. Por eso Marcel Carné insistía tanto en que su cine no fuera etiquetado como “realismo poético”: no quería tener que asumir posiciones sobre lo que se vivía en Francia mediante una obra artística. Lo peor fue cuando los seguidores del gobierno de Pétain acusaron a esta película de ser una de las responsables indirectas de la caída francesa causada por los alemanes en 1940. “Si hemos perdido la guerra, culpen a El muelle de las brumas. La respuesta de Marcel Carné ya está en la historia del cine: “¿Uno culpa al barómetro por el clima?”.

Referencias:
1. Rémi Fournier Lanzoni, French Cinema: From Its Beginnings to the Present, Nueva York, A&C Black, 2004, p. 75

2. Edward Baron Turk, Child of Paradise: Marcel Carné and the Golden Age of French Cinema, Cambridge, Harvard University Press, 1989, pág. 110

3. Edward Baron Turk, op cit, p. 123

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

Compartir: