El trabajo de escribir - Viento Sur

Durante siglos se consideró que la escritura era únicamente un arte, con algunos aditamentos: la concepción de que escritoras y escritores se sumergían en las palabras desde una torre de cristal alejada del resto de los mortales, y de que hacían su tarea “por amor al arte”, sin esperar otra retribución que la aceptación y la admiración de sus lectores.

Hoy estos conceptos van camino de una profunda transformación: sobre ella hablamos con la doctora en Sociología Paula Simonetti, quien investiga el tema en el marco de una beca postdoctoral del CONICET.

¿Cómo titulás tu investigación?

“El trabajo de la literatura. Condiciones de trabajo, representaciones y trayectorias de escritoras y escritores en el Río de la Plata”. También articula con otras investigaciones en curso que hacemos en equipos, fundamentalmente con colegas del Centro de Estudios y Políticas Públicas del Libro de la UNSAM y con investigadores del grupo Estudios Interdisciplinarios en Trabajo y Artes (EITyA), radicado en la UBA y con participación de diversas universidades nacionales del país. 

Con respecto al título de mi investigación, y hablando de escritura, el género académico impone ciertas maneras de titular (y escribir): hace poco empecé a pensar en reunir algunos de los resultados en un registro ensayístico que me permitiera otras aperturas y diálogos con públicos más amplios. Uno de los títulos que anoté para este proyecto es “Escriben”, porque capta algo de la práctica y a veces cierta tensión entre el hacer (escribir) y el ser o la identidad (ser escritor), que aparece mucho en las entrevistas que hice con escritores y escritoras de un lado y otro del Río de la Plata y es un nudo importante de tensiones (¿quiénes se reconocen escritores? ¿qué tiene que pasar para ser reconocido como tal?).

¿Sobre qué universo y con qué hipótesis estás trabajando?

Estoy trabajando principalmente con escritores de ficción residentes en Montevideo y en el Área Metropolitana de Buenos Aires (CABA y GBA). Trabajo con encuestas pero también con entrevistas y muchas observaciones en eventos como ferias, festivales, lecturas, presentaciones. El tema del universo es en este caso un problema en sí mismo por algo que comentaba más arriba: las tensiones que hay en torno a qué/quién es un escritor/a. A diferencia de otros oficios y de otras profesiones, no es tan claro porque no está institucionalizado, no hay mecanismos formales como un título universitario que claramente cumpla esta función. Inclusive hay todo un tópico muy frecuentado sobre la aparente imposibilidad de enseñar a escribir literatura, o cierto rechazo a carreras o instituciones formales. Esto se está moviendo y cambiando, vemos a su vez una expansión de los talleres literarios en espacios muy diversos, y una explosión tras la pandemia de las formaciones virtuales. Además, desde hace algunos años en Argentina funciona la Licenciatura en Artes de la Escritura de la UNA, o la Maestría en Escritura Creativa de UNTREF. Pero en definitiva sigue sin estar claro que un título “acredite” a un escritor/a, e incluso que un libro publicado lo haga, porque también se han multiplicado los soportes y las vías de circulación. Lo mismo con la cantidad de personas que tienen algo para decir sobre la literatura: se expandieron esas fronteras y ya no es solamente la crítica, la Academia, las instituciones que otorgan premios, ciertas editoriales; hay una zona cada vez más mediada, y también fragmentada, donde circulan agentes, editores, pares, recomendadores de libros en redes, comunidades de lectores y un gran etcétera, que legitiman, facilitan u obstruyen el desarrollo de una trayectoria. Sobre todo esto estoy trabajando ahora en el análisis tanto de las encuestas como de las entrevistas en profundidad, que son encuentros extensos donde converso con escritores y escritoras de muy diferentes edades, géneros (en su doble acepción), trayectoria educativa, opciones estéticas, formas de circulación, etc.

¿Cómo se distribuye en ese universo la concepción de la escritura como trabajo?

Sigue siendo un tema complejo donde no hay un consenso general. Sobre todo porque a juzgar por lo que va saliendo en las entrevistas, el trabajo como actividad que provee la fuente principal del sustento económico sigue siendo un espacio desde donde se forja la “identidad”, es central en cómo las personas definen qué hacen, quiénes son. El trabajo literario además de estar poco reconocido y valorado en términos económicos casi nunca es la fuente principal de ingresos (salvo para una minoría muy, muy pequeña). Con respecto a la relación con editoriales, lo que va saliendo en las encuestas es un panorama heterogéneo en cuanto a los contratos, las formas de rendir, las liquidaciones, etc. En general, las y los escritores que entrevisto resuelven su ecuación económica con una multiplicidad de actividades, donde se destaca la docencia. Pero también en el ámbito de la escritura hay una serie —diría que cada vez más amplia— de actividades como presentaciones públicas, lecturas, entrevistas, redacción de notas, reseñas, prólogos, conferencias, talleres, participación en festivales, etc. Toda esta zona de prácticas (que demandan tiempo y esfuerzo) es muy irregular, bastante incierta, y sobre todo no hay acuerdos generales sobre su remuneración. Hay avances en este camino, como el tarifario de la Unión de Escritores, o en Uruguay el arancelario de la Casa de los Escritores, pero no son vinculantes y hay algo central en ese sentido que es la relevancia de las redes de sociabilidad. En actividades tan poco reguladas, las redes, los contactos, las amistades, las relaciones interpersonales en general son clave. Y actúan por un lado como soportes imprescindibles frente a condiciones muy inciertas, pero también pueden complicar, opacar o incluso reforzar desigualdades. 

El contraste entre trabajo y arte, o entre interés económico y “desinterés” de las vocaciones artísticas, es constitutivo de los campos culturales, tiene una larga historia. Lo que estamos viendo ahora son ciertos movimientos de algunas ideas que estaban muy arraigadas. Para ir a algo muy reciente, vemos que la pandemia fue un catalizador de procesos colectivos y hasta ahora parece que tiene efectos en el avance de un progresivo reconocimiento como trabajadores, al menos en el interior de los sectores artísticos y culturales. No hay que perder de vista que los problemas que atraviesan desde hace décadas los trabajadores culturales y artísticos están ahora configurando otros sectores cada vez más amplios del mundo del trabajo, donde predomina el empleo discontinuo, flexible, incierto, precario, muchas veces ligado a la idea del “emprendedor”. Entonces, las distintas propuestas en torno a la regulación y garantías del trabajo artístico también pueden ser de interés para otros sectores. Para todo esto hacen falta datos, y en general en cultura esto siempre fue un problema en nuestra región. Ahora con el equipo EITyA estamos enfocados en producir algunos datos por rama artística que nos permitan tener una foto más clara. En el caso de escritores, estamos lanzando una encuesta, que sería muy bueno que llegue a la mayor cantidad de escritores/as del país, así que aprovecho para mencionarlo acá, por si alguno/a está leyendo.

Paula Simonetti

¿Qué otros hallazgos te llamaron la atención?

Estoy tratando de pensar ahora en el problema de la identificación como escritores/as, es decir, quiénes dicen o se dicen a sí mismos: “soy escritor/a”. Las entrevistas me vienen mostrando que no hay una relación tan clara como yo podía pensar desde el sentido común con la cantidad de publicaciones, o cierta acumulación de reconocimientos (sobre todo simbólicos, como premios, becas, invitaciones a determinados festivales o ferias, o bien el prestigio de ciertas editoriales). Sí veo ciertos vínculos que tienen que ver con la clase social y con el género. Es algo que estoy analizando ahora. 

Las últimas entrevistas que vengo haciendo con escritoras/es jóvenes que circulan mucho por las redes sociales me abrieron otras perspectivas donde, por ejemplo, la autoedición es vivida de una manera específica, muy distinta a otros perfiles de escritores/as; también hay formas de sociabilidad, contacto con lectores, y relación con editoriales (a veces grupos multinacionales) que funciona con lógicas propias, y parecen configurarse campos literarios paralelos que apenas se cruzan. Sí hay ciertos cruces, por ejemplo aún con perfiles muy jóvenes que tienen un capital social que se juega mucho en redes sociales —articulado con otras plataformas digitales de escritura y lectura—, la instancia de publicar un libro en papel sigue siendo central en sus expectativas y valoraciones. En este universo también la pandemia aparece como momento de inflexión en relación a los vínculos que se formaron de manera virtual, que después se sostienen y resultan claves para su trabajo, o bien en el acceso a espacios formativos que forman otras redes, como los talleres literarios o los encuentros de lectores.

Por otro lado, algo que cae totalmente a medida que avanzo con las entrevistas es la idea del “creador solitario”, el “genio aislado”, una serie de mitos que se articularon sobre la creación o el trabajo literario, y en realidad lo que vemos es que cuanto menos codificación hay en una actividad, en un oficio, en una profesión, más se acentúa la importancia de las relaciones interpersonales. Los/as escritores dependen muy fuertemente unos de otros, y también de otras estructuras sociales. 

Estamos no solo ante un mundo diferente de unas décadas atrás (concentración editorial, IA, presiones mercantilistas) sino también ante un ethos propio de esta época. ¿Cómo se sitúan los y las escritores/as ante este nuevo contexto? 

Es difícil dar una respuesta en términos generales porque hay una heterogeneidad muy grande en el mundo literario. Además ciertos fenómenos, como la concentración editorial,  conviven a su vez con una proliferación grande de editoriales independientes, pequeñas, cooperativas con propuestas muy interesantes y diversas. Incluso en aquellos escritores/as que circulan mucho sus textos por redes sociales como Instagram, vemos que esas redes luego tienen traducción en eventos, ferias, festivales, encuentros, libros en papel, que siguen ocupando un sitio central en varios niveles. 

También hay cierta transformación del lugar del escritor/a en el espacio público, que se ve en esta ebullición de festivales, lecturas, eventos, entrevistas, conferencias, en general  concentrados en la persona del escritor/a más que en su producción literaria, que es un poco un espíritu de época y para nada exclusivo del mundo literario. Y ciertos temas sociales, como las luchas de género, que son captadas por el mercado editorial y puestas a funcionar en una lógica distinta. Frente a esto hay posturas super críticas, algunas estrategias de resistencia, y también posturas más celebratorias. 

Las coyunturas de crisis como la pandemia, pero también como la que atraviesa ahora la Argentina, con medidas gubernamentales que amenazan la sostenibilidad del sector cultural en su conjunto y del sector del libro en particular, también empujan a la organización colectiva, la generación de consensos y rearticulaciones en el sector: eso es lo que estamos viendo ahora por ejemplo de manera muy clara en esta edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.    

¿Y cómo te situás vos en este contexto en cuanto escritora?

Estoy intentando sobrevivir a este momento donde todo lo que hacemos —la docencia, la investigación, la creación artística— está siendo tan directa y burdamente atacado, cuestionado: son tiempos de volver a juntarse, rearmarse, resistir e insistir. En lo particular, quizá por la mirada sociológica que se te impregna en algún momento, trabajo desde la escritura misma sobre las condiciones materiales de posibilidad (o de imposibilidad), que no puedo dejar de ver atravesadas por determinantes de clase y de género.  Ahora mis prioridades en relación con la literatura son, diría, de supervivencia, y creo que ahí hay dos cosas a las que intento prestar atención: preservar —como sea— los momentos de lectura (especialmente de lectura de poesía) y los momentos de encuentro con otros y con otras (sobre todo los tangibles, la calle, la copresencia, el cara a cara, la escucha, la voz, la mirada, el abrazo).  

CV
Paula Simonetti es Doctora en Sociología (EIDAES- UNSAM), Magister en Sociología de la Cultura (EIDAES-UNSAM) y Licenciada en Letras (UDELAR). Es docente, investigadora y poeta. Coordina académicamente la Maestría en Sociología de la Cultura en EIDAES. Se desempeña como docente universitaria y en talleres de escritura, y es parte de organizaciones y equipos sociocomunitarios. Es investigadora en UNSAM y becaria postdoctoral del CONICET: sus líneas principales de trabajo son políticas culturales de orientación social, trabajo artístico y cultural. Contacto: simonetti.pau@gmail.com

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