Nada es lo que parece. Javier Ontoria. . – Bárbara Fluxá

NADA ES LO QUE PARECE. JAVIER ONTORIA.

            El interés que suscita entre los artistas los asuntos de la historia y el modo en que ésta vertebra nuestro presente no puede pasar inadvertido en esta fase todavía incipiente de nuestro siglo XXI. El pasado, el que concierne al arte y el que no, es objeto de análisis y deconstrucciones sistemáticos que evidencian un interés por los cimientos que hoy nos sostienen, enriqueciendo el sentido de un ahora dominado por la fragilidad y lo precario. El arte sucede en un momento y un lugar en el que el exceso de imágenes produce una incertidumbre que se impone a toda certeza. Por ello se nos invita con creciente frecuencia a explorar prácticas de corte antropológico que ayuden a revelar la procedencia de las cosas y, así, tratar de hallarles un sentido clarificador. Poco ayuda el furor tecnológico a desgranar la naturaleza esencial de eso tan extraño que entendemos por lo real. Pero la carrera de la tecnología siempre depara felices paradojas y espacios abiertos a la sorpresa. Detenerse ante el trabajo último de Bárbara Fluxá ofrece nuevas vías para pulsar la versatilidad de los nuevos sistemas que, asociados a su inquebrantable compromiso con la historia, ofrecen una perspectiva singular y poética de otro espacio, de otro tiempo.

Permítaseme remontarme a trabajos anteriores de la artista para contextualizar este que hoy nos ocupa con mayor nitidez. Constatemos algo que debe quedar claro desde el inicio. Bárbara Fluxá trabaja sobre el lugar. Algunas de sus obras más aplaudidas se han realizado a partir de los resultados obtenidos tras exhaustivos trabajos de campo. Tal vez recuerden la recuperación de desechos encontrados en el asturiano río Nalón, botellas de refrescos, botes de detergente, envases de plástico o de cartón, objetos, en definitiva, que pasaron a mejor vida y a los que la artista otorga una nueva, ahora como objeto de arte que, en un giro drástico y no exento de ironía, musealiza y enaltece mostrándolos en vitrinas. Arqueología e Historia son conceptos que vertebran el quehacer de Fluxá desde sus primeros trabajos. A ambas disciplinas se suma la dimensión temporal, indispensable, como avanzábamos, para hacerles formar parte de lo artístico.

Plenamente coherente con el trabajo anterior pero inédito en su aproximación técnica, el trabajo que vemos en el espacio MeBAS de Santander, que se reúne bajo el título Nada es lo que parece, se revela como una inmersión (como verán, el termino “inmersión” no puede ser más preciso) en eficaces e incisivos sistemas informáticos. La distancia entre este nuevo modus y aquél otro en el que trabajaba con yesos en un ambiente muy manual es considerable, pero la intención conceptual es la misma. Fluxá visitó hace unos años el Embalse de la Almendra, en la provincia de Zamora, un pantano cuyas dimensiones son de tal magnitud que a menudo es apodado el “mar de Castilla”. Supo de la existencia de un pueblo, Argusino, fundado en la primera mitad del siglo XVI, que descansa ahora en el fondo de ese ancho mar castellano, tras ser sometido a la siempre delicada y polémica expropiación hace ya más de medio siglo y cubierto con las aguas del pantano.

En este Nada es lo que parece, Bárbara Fluxá recupera la memoria del pueblo y, al mismo tiempo, se detiene ante la capacidad del ser humano para cambiar el curso de la naturaleza y generar nuevas tipologías de paisaje que contradicen, cuando no violentan, su vocación natural inicial. Trabajos en vídeo, y un políptico de fotografías son, por el momento y a la espera de lo que esté por venir, la conclusión de un periodo de más de dos años de trabajo que exploran, de un lado, la identidad física del pueblo que fue y, de otro, las posibilidades narrativas de los más punteros sistemas de reconocimiento asociados a disciplinas del ámbito científico que ahora, desde el arte, pueden revelar sorprendentes e insólitas cualidades poéticas.

Fluxá recurre a la técnica de la batimetría, perteneciente al ámbito de la ingeniería acústica para tratar de reconocer y, por tanto, recuperar un lugar invisible. ¿Cómo otorgar identidad a algo que no tiene una imagen propia, algo que no puede visualizarse? El primer trabajo, Paisaje cultural sumergido I, es un díptico en vídeo que se proyecta sobre un muro. La imagen de la izquierda muestra el agua del embalse azotada por viento. La de la derecha muestra una maqueta en 3D del pueblo sumergido que ha sido realizada a través de una sonda multihaz que, por medio de señales de ultrasonido, hace posible la visualización del paisaje ahora subacuático. Lo visible nace forzosamente de la percepción del sonido pues el agua, opaca y turbia por sus altos niveles de sedimentación, impide el paso a la mirada. A través de programas informáticos diversos, la artista subraya volúmenes aquí y allá y logra, así, rescatar una cierta identidad del lugar a partir de la creación de una imagen que, paradójicamente, se conforma como una ruina dando, así, al traste con toda linealidad temporal.

En otro trabajo Paisaje cultural sumergido II, Fluxá vuelve a hacer uso de la técnica batimétrica. En él, se sirve de un sónar de barrido lateral, un instrumento que obtiene mayor precisión en términos de datos acústicos y su posterior resolución visual. Se trata de un dispositivo que se sitúa en el casco de una embarcación que surca minuciosamente, metro a metro, el pantano. La imagen, cenital, ofrece pistas muy fiables de cómo era la configuración urbanística del pueblo, los muros que delimitan las fincas, el cementerio, ciertos caminos… Pero lo que de verdad llama la atención es la destreza de la artista para darle un aspecto tridimensional, algo casi tangible, a un lugar que hasta ahora sólo existía en la memoria de quienes un día lo habitaron. Hay zonas en las que el azar ha generado curiosas orografías, y otras en las que Fluxá vuelve a modelar en un procedimiento casi quirúrgico. Las grietas y vacíos que sobre el mapa genera este dispositivo son tratadas con programas informáticos como si fueran cosidas, y el trabajo vuelve a ofrecer, si se me permite la metáfora, una cualidad manual, tangible, como si pudiéramos palpar los desniveles del terreno con nuestras propias manos.

El políptico de fotografías, Mapa de un lugar desaparecido, es irregular y asimétrico, y en él Fluxá subraya la condensación de varias formas temporales. El presente que dimana del oleaje del mar castellano convive con la extraña orografía submarina. Y lo hace también con una imagen del vuelo americano de 1956. Uno asiste fascinado a las analogías formales que revela el diálogo entre imágenes tomadas por las diferentes fuentes. Con 50 años de diferencia, sus perfiles coinciden al milímetro. Mágico.

 

 

Santander, 2012.

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