Melancolía II
Cuando el alba susurre mi partida, más allá del horizonte distante, cuando mi alma cruce el umbral hacia el lugar donde ningún viajero retorna. En ese día fatídico, mis pasos guiarán mi espíritu como una línea inevitable hacia el silente reposo del cementerio.
Cuando al fin me encuentre frente a la muerte, no retornaré a mi refugio predilecto en busca de inspiración. Mi cuerpo no se recostará bajo la sombra del árbol de frondosa copa, ni mis ojos contemplarán las umbelas de lirios que engalanan los huertos de este parque, donde tantas veces, en soledad, te dediqué mis prosas.
Como los perros errantes sin un hogar que los acoja, así estaré desamparado
de ti. Mi cuerpo, frío y yaciente, descansará en la tierra húmeda, entregado al
capricho de las larvas, sin un alma que lamente, sin una voz que proclame:
"Yo lo conocía". Pues este destino de un cuerpo solitario, ¿quién se
detendrá a recordarlo, si por nadie fue reconocido?
Moriré, sí. Y como el poeta de la nostalgia, César Vallejo, intuyó su
partida un jueves entre aguaceros, la mía será un miércoles, con los últimos
destellos dorados de mayo. Sí, mayo será testigo, pues en este mes más que
nunca, mi mente ha tejido pensamientos de ti tan profundos como el océano.
Amada mía,
en esta tarde de mayo,
donde el sol,
se derrama luminoso
en el firmamento,
tu recuerdo ha vuelto a mi mente,
con una fuerza arrolladora.
Tu semblante augusta
dibuja un corazón
sereno,
pero, aunque te evoco con exultante alegría,
me entristece la
indiferencia
que percibo en tus
ojos
cuando me miras.
En la oscuridad del
reposo eterno, donde los susurros del viento apenas penetran, yacerá mi ser,
envuelto en el abrazo silente de la tierra. Mas, ¡oh prodigio!, desde la
profundidad de mi morada final, emergerá un brote, una umbela de lirios, como
un suspiro de vida en medio de la desolación. Cada pétalo, un recuerdo; cada
estambre, un anhelo. Así, en mi partida, florecerá la belleza, un tributo final
de amor que persiste más allá del tiempo y el espacio.
Bajo el velo del
crepúsculo, reposará la losa silente, donde yace el suspiro de un anhelo no
cumplido. En ella, grabadas en el mármol, las palabras llorarán la partida de
un poeta desdeñado: "Duerme, en el abrazo de la eternidad, donde la suerte
le tejió su rudo destino. Murió, privado del encuentro con la mujer de su alma.
Larga fue su agonía, aguda su pena, como una sinfonía que se extingue en el eco
del olvido".
Sin embargo, tú
tranquila, amada mía, deja que tu corazón disfrute los placeres de la vida.
Mientras yo, desde el umbral de la eternidad, donde mi alma danzará entre
luces, seré tu guardián. Como un eco suave, como el susurro del viento entre
las hojas, estaré a tu lado. En cada paso que des, en cada suspiro que exhales,
allí me encontrarás, como un consejero silente, como un susurro de calma en tu
alma inquieta.
Bajo la sombra del
árbol que acoge mis memorias, allí donde solía escribir mis melancólicas prosas,
encontrarás mi espíritu, un espectador silente de tu ser. Entre la exuberante floresta,
que la primavera ha teñido con su pincel, mis palabras danzarán en el trino
melodioso de los pájaros, y mis versos se entrelazarán con el susurro sereno
del arroyo cristalino que serpentea entre la lozanía del parque. Todo este
escenario, bajo el cielo azul que conozco es tu deleite, donde tú y yo, en un
éter intangible, compartimos la eternidad de un amor lejano y silente.
En el vergel
frondoso, allí donde la vida es un himno sereno y alegre, los pajarillos,
risueños y ligeros, danzarán en el aire como notas de una sinfonía celestial.
Sus trinos, cual melodía acariciante, pintarán en el firmamento un pentagrama
de ensueño, anunciando la sinfonía sonora de la existencia.
Cuando mis pasos me
lleven hacia el misterio distante, ¿seré aún un eco en tu memoria? ¿Recordarás
mi nombre al contemplar el vuelo de las aves, danzando entre las copas de los
árboles como notas en una partitura divina? ¿Sentirás mi presencia en el murmullo
de las aguas, como un susurro del pasado que se entrelaza con el presente? Y
cuando el alba despierte con su sinfonía de luz y sonido, ¿seré yo el eco
resonante en tu corazón? Sin embargo, te aseguro, mi amor, que, en cada latido,
en cada aliento, te llevo siempre conmigo, te recuerdo con la intensidad de mis
sentidos más profundos.
Estarás en la ribera
de la vida, donde la serenidad y la alegría bailan al compás del viento, en ese
vergel frondoso donde los pajarillos, como notas danzantes, trazan en el aire
el pentagrama de su melodía. Juguetones y reidores, revolotearán a tu
alrededor, componiendo el himno sonoro de la existencia, donde cada trino es un
verso, cada ala un poema, y cada latido del corazón de la naturaleza es una
invitación a la danza eterna.
Cuando me adentre en
el misterio, ¿recordarás mis pasos en la bruma del tiempo? ¿Mi eco persistirá
en tus pensamientos como el trino de las aves entre las frondosas ramas? ¿O en
el murmullo de las aguas, encontrarás la melodía de mi amor eterno? En cada amanecer,
¿flotará mi recuerdo como una suave brisa, acariciando tu piel con la
intensidad de mis susurros? Te aseguro, mi amada, que, en cada latido de mi
ser, pervive el eco de tu presencia, palpable en cada sensación, en cada latido
de mi corazón.
En el devenir de los
años, bajo el manto etéreo del cielo, las aves trinadoras y los verdores del
campo serán testigos del amor perenne que te ofrendan. Sus nidos, como joyas
suspendidas, adornarán el árbol que acaricia tu ventana, mientras el verde de la
hierba danzará al compás de tu gracia y esplendor. En cada brisa, en cada
susurro del viento, sentirás mi presencia desde lo alto, velando por ti con el
amor más puro y eterno.
En el susurro de la
noche, seré la brisa que acaricia tus sueños, tejido en cada nota de esa música
suave que envuelve tus pensamientos. En el lienzo estrellado, seré la
constelación que guía tus pasos, iluminando tu camino con el resplandor del
infinito cielo azul, como un fiel guardián del mes de mayo.
Jacques Nerval.
El intelectual Diletante.
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