Capítulo Dos

                                    

                                              
Habían pasado cinco meses. Cinco meses que a Marco se le habían hecho eternos. No había habido día en el que no hubiera pensado en él, en Robert, en cómo le había dejado esa sudadera del Bayern, que aún tenía él, y que utilizaba para dormir, con cada día más miedo de que el aroma del jugador del nueve pudiera desaparecer de la tela. Pensaba en cómo habían bailado, en cómo sus cuerpos habían estado más cerca de lo que jamás hubiera podido imaginar, en cómo sonreía el polaco al ver la reacción del cuerpo de Marco al susurrarle al oído. Joder, lo quería, lo quería tanto...
                          
Tanto que no había vuelto a hablar con él desde aquella noche.
                          
Reus tenía miedo, tenía miedo de que aquello no hubiera sido real. Robert había bebido mucho, y el alemán no podía evitar pensar en que tal vez su comportamiento, su forma de provocarlo, de besarlo, hubiera sido todo una fantasía tonta explotada por el alcohol. Lewandowski debía de haberse dado cuenta en algún momento de cómo Marco lo miraba, por mucho que había tratado de ocultarlo, y por eso había hecho lo que había hecho. Tal vez solo estaba probando, experimentando. Fuera lo que fuera, Marco tenía claro que aquello no había sido real, y aun así, no dejaba de recrearse en ello, como si fuera su única opción de seguir viviendo en este mundo. 

                          
Solo había sido un beso, habían bailado, sí, pero eso podría haberlo hecho cualquiera, era el beso lo que lo torturaba, más aún recordar que había sido Robert quien había dado ese paso.
                          
No podía decirse que el delantero del Bayern no hubiera intentado ponerse en contacto con él, lo había hecho, pero Marco se había encargado de no responder a las llamadas, ni a uno solo de los mensajes.
                          
Ya se lo decían de crío en el colegio, era un cobarde, un cobarde sin remedio. Lo había descubierto con los años, más bien, lo había corroborado, bien negándose a salir del club en el que llevaba prácticamente diez años, aunque tal vez le hubiera gustado, bien manteniéndose dentro del armario por miedo a la reacción del mundo del fútbol. ¿Qué tipo de ejemplo de mierda estaba dando?
                          
Definitivamente, Marco no se sentía más que un cobarde.
                          
Robert no se encontraba mucho mejor. No entendía por qué su amigo no quería hablar con él, porque... seguían siendo amigos, ¿no? Murmuró un taco y se limpió el sudor de las manos en los vaqueros, con la intención de que su teléfono móvil pudiera reconocer su huella dactilar. Por supuesto, Reus no había contestado, no había llamado, no había hecho nada. Joder, ¿y si había malinterpretado sus señales? Se llevó la mano a la boca para morderse las uñas, ni siquiera una final de Champions hubiera sido capaz de ponerlo tan nervioso. Tal vez no le gustaba a Marco, tal vez era él, quién había bebido mucho y se había imaginado cosas que no eran. 
                          
Lewandowski nunca había besado a otro hombre hasta que besó a Marco, ahora, ese hecho no hacía más que hacerlo sentir inseguro de sí mismo a niveles desorbitados. Hasta el punto de que esa falta de seguridad había llegado a afectar a su fútbol; en cinco meses, había marcado dos goles, y no podía permitirse eso cuando su única labor en el equipo era encajar el balón en la portería rival. Estaba distraído, desconcentrado, se sentía como un adolescente, sin poder pensar en nada que no fueran los labios de Reus estampados contra los suyos, en cómo sus manos habían acariciado su pelo, y en cómo le hubiera gustado detener el tiempo en aquel mismo instante.
                          
¿Por qué Marco no quería contestarle? Tenía miedo, lo sabía, y eso, a Robert le aterraba, ¿tenía su mejor amigo miedo de él? No estaba enfadado, ni mucho menos, aunque seguramente en aquel momento el dorsal número once del Dortmund pensara que estaba furioso con él. Solo quería hablar con él, hablar, por Dios, necesitaba oír su voz otra vez, saber que estaba bien, que no se había encargado de destrozarlo inconscientemente.
                          
A Lewandowski le gustaba Reus, por supuesto que sí, aunque probablemente había tardado más en darse cuenta que el alemán. Para Robert, Marco era imprescindible, y no se había dado cuenta de ello hasta que había decidido poner rumbo a Múnich. "No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes" decían, y él sentía que nunca había oído nada más cierto en su vida.