Ya nadie se moviliza por las calles ni grita clamando por educación pública, gratuita y de calidad. Ya no hay dirigentes políticos parando al país en protesta contra el lucro en la educación, la gratuidad o el fin de la educación particular subvencionada.
Lo que podría ser una buena noticia, no lo es tanto. Porque el clamor popular por incrementar la calidad educativa no se ha apagado porque la educación pública ha mejorado. Más bien pareciera que el país dejó de creer en que es posible mejorar la educación. Y, peor aún, pasó a creer que la medicina de la reforma educacional pareciera haber sido peor que la enfermedad que le dio origen.
A 8 años de la tan esperada reforma educacional, los resultados de una reciente encuesta realizada por Criteria pintan un panorama sombrío y desalentador. Es que, al menos desde las subjetividades sociales, las expectativas de mejora no solo no se han cumplido, sino que la situación pareciera haber empeorado.
Lo que la encuesta Criteria muestra es que hay una percepción generalizada y creciente sobre la mala calidad de la educación pública. Más de la mitad de la población (55%) considera que la calidad es mala o muy mala, lo que representa un aumento significativo de 15 puntos porcentuales en 8 años.
Esta mirada negativa deviene en franco pesimismo cuando se proyecta el futuro: el 50% de la población entrevistada cree que al finalizar el mandato del presidente Boric la calidad de la educación será aún peor. Solo un ínfimo 17% mantiene la esperanza de que las cosas mejorarán.
¿Cuáles podrían ser las causas detrás de este desalentador panorama? La encuesta ofrece algunas pistas. En primer lugar, que ciertos principios inspiradores de la reforma, que en su día cosechaban alta adhesión ciudadana, hoy son controvertidos. Por ejemplo, sólo una minoría de la población (22%) cree que terminar con la selección no afecta la calidad de la educación recibida por el conjunto del estudiantado, mientras que más del doble (46%) cree que la selección termina “nivelando hacia abajo”.
De manera similar, en opinión de la mayoría encuestada, el fin de la selección no habría tenido el impacto positivo que se esperaba en los estudiantes de menor rendimiento y, más bien, habría perjudicado a los de mejor desempeño.
Por otra parte, son más (36%) quienes están de acuerdo con que “la eliminación del lucro en la educación ha hecho que la educación empeore” que quienes están en desacuerdo con esa afirmación (29%).
La sensación ambiente es que la reforma ha terminado bajando de los patines a unos pocos, no acelerando el tranco de los otros y ralentizando el ritmo general del estudiantado.
Pero es mejor dejar las metáforas, porque si estas percepciones están en sintonía con los datos de la realidad educativa, estamos frente a una potencial crisis social y de desarrollo que la política no está dimensionando, ensimismada en conflictos identitarios y acotada a la crisis de seguridad.
Visto así, haya sido por errores de diseño, o estén siendo fallas en la implementación, tras 8 años desde que se iniciara la implementación de la Reforma, las expectativas sembradas por la política, y cosechadas por una mayoría ciudadana, no se están cumpliendo.
Desde que la política claudicó en su vocación por conducir a la opinión pública y decidió seguirla, los temas aparecen cuando explotan desde la ciudadanía. Hoy nadie se moviliza por mejorar la educación pública, pero de seguro la frustración se acumula para luego transformarse en rabia.
Visto así, es posible que aún estemos a tiempo de revisar y volver a poner el foco en la calidad de la educación pública. Lo otro es seguir tapando el sol hasta que este problema nos estalle en cara. Y no precisamente como metáfora.
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