Escribió Louisa May Alcott en 'Mujercitas' que "el amor expulsa al miedo y la gratitud doblega al orgullo". Y Greta Gerwig ha seguido esas enseñanzas a rajatabla: el amor por una novela que lleva casi dos siglos marcando a generaciones de mujeres y la gratitud (personal) hacia la autora por plasmar sobre el papel la feminidad diversa, compleja y contradictoria que rara vez, ahora o en el siglo XIX, llega a ocupar el argumento central de una novela. La historia de las hermanas March vuelve a cobrar vida en la gran pantalla una vez más en este 2019, y es que, como suele decirse, cada generación debe tener su propia 'Mujercitas'.

Y esta no solo es completamente diferente a todas las que la precedieron: es además una de las mejores películas del año.

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Louisa, Jo, Greta y todas las demás

‘Mujercitas’ no es solo una adaptación, sino también un biopic camuflado. No es algo que Gerwig se saque de la manga: en la novela original, la realidad y la ficción ya iban de la mano. Louisa May Alcott usó su propia vida y experiencias para crear a la familia March, descargando en ellas su amor por la sororidad, sus quejas ante las limitaciones de una sociedad patriarcal y, sobre todo, su identificación más que evidente con el personaje de Josephine March. En la historia, Alcott era Jo. En la película, también lo es la directora. La joven interpretada por Saoirse Ronan es el vehículo de las mujeres artistas que se frustran ante los techos de cristal y las exigencias de género, que sienten la emoción de ver sus primeros relatos cobrando vida sobre el papel, que sueñan a lo grande y se niegan a meterse en los corsés sociales como todas las demás. Jo es la rebelde, la indiscutible protagonista, y el espejo en el que muchas creadoras se han mirado. Como la cantante Patti Smith, que en un prólogo escrito para una de las ediciones más recientes de la novela escribió: “De ella aprendí que el arte no se produce solo soñando, sino a través de la disciplina, la dedicación firme y segura, y la voluntad de aceptar y crecer a partir de las críticas... Ella siempre ha estado allí para recibir a las chicas rebeldes como yo, con una sacudida de su pelo corto y un guiño juguetón para decirnos que vengamos, para guiarnos, para alentarnos, para poner sus huellas en un camino que nos invita a seguirlo”.

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Por su parte, Alcott fue una March antes incluso de inventarlas en la ficción. Fue la segunda de cuatro hermanas, criadas por una madre caritativa y un padre demasiado idealista para encargarse de las necesidades de su familia, que se llegó a mudar hasta treinta veces antes de instalarse en una granja de Concord, en Massachusetts. Pasaron hambre y frío, como tantos en la época, pero la autora se alimentó de filosofía junto a grandes mentes como las de Henry David Thoreau o Ralph Waldo Emerson, padres del trascendentalismo. En efecto, creció entre mentes liberales y la libertad para cultivar la mente. Con ‘Mujercitas’ se ganó aquello a lo que siempre aspiró su protagonista: poder mantener a su familia y, como defendería Virginia Woolf años más tarde, tener una habitación propia (y dinero) para poder ser escritora. Además, viajó por toda Europa y se negó a casarse por contentar a las convenciones sociales de la época, como sí tuvo que hacerlo en la ficción para conseguir que su novela fuese publicada.

Sobre este detalle, precisamente, Gerwig sabe jugar bien sus cartas: al final del filme, pone en perspectiva la decisión de incluir ese final feliz entre Jo y el profesor Bhaer (Louis Garrel) y separa la realidad de la ficción de una forma brillante, crítica y aun así profundamente emocionante. No hay duda de que la cineasta ha pensado mucho en cómo impregnar el espíritu de la escritora en su película. En una entrevista en Film Comment, aseguraba que hay frases de su guion que no han salido de la novela, sino de otros escritos de Alcott e incluso de su correspondencia personal y sus diarios. La investigación sobre su vida forma parte activa de la narrativa, que se centra en las constantes preocupaciones económicas que marcaron la vida de los March/Alcott, y la de cualquier mujer que quisiese salirse del camino marcado y empezar a escribir sus propias historias.

Es también la vida de la directora, a la que vemos de forma invisible (pero latente) en las imágenes de ‘Mujercitas’. Cuando Jo consigue vender su primer relato, corre por las calles neoyorquinas con el mismo ímpetu con el que lo hacía Frances en ‘Frances Ha’ al ritmo de ‘Modern Love’, en una película que Gerwig protagonizó y co-escribió junto al director Noah Baumbach. Las mismas dudas vitales que recorren a la segunda de las March estaban en el corazón de ‘Lady Bird’. Todos esos personajes femeninos se enfrentan a los problemas de su tiempo y su edad en los mismos términos, con especial atención a las relaciones entre hermanas y las de madre-hija, la continua frustración que generan las expectativas y esa necesidad de ser alguien diferente, alguien más. Sin embargo, imaginamos a Gerwig como Jo al final de la película y seguramente Alcott tras editar ‘Mujercitas’: con una mirada de orgullo al ver su creación cobrando vida ante sus ojos.

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La clave: El pasado como un recuerdo

No solo las conexiones entre la realidad y la ficción son un elemento fascinante de ‘Mujercitas’, sino también su estructura narrativa, nunca baladí y siempre rica en emociones complejas. La de Gerwig es la primera adaptación que reordena los eventos de la novela, que renuncia al relato cronológico (en las páginas del libro recorre la vida de las protagonistas desde su adolescencia hasta su vida adulta, donde se independizan y contraen matrimonio) en favor de un ambicioso ensayo sobre la relación entre los cimientos del pasado, las decisiones del presente y las consecuencias del futuro.

La película empieza con Jo vendiendo sus primeros relatos en un periódico de Nueva York, donde se ha trasladado para perseguir su sueño de ser escritora. La directora decide poner el foco desde el inicio en esta relación entre las aspiraciones profesionales y la situación económica, que marcará toda la adaptación. Ojo a los planos detalle de la escena: las manos manchadas de tinta que simbolizan el esfuerzo y la disciplina del personaje, así como rasgos de su personalidad atolondrada que conoceremos después, y, sobre todo, ese momento resaltado por la puesta en escena en la que los papeles fruto de ese trabajo se intercambian por otros papeles, los del dinero. La transacción económica convertida casi en pacto con el diablo en busca de la emancipación individual. Pronto ese mundo de ilusiones y libertades se vendrá abajo con la enfermedad de una de sus hermanas y la vuelta a la casa familiar, donde el peso de las responsabilidades familiares y domésticas (en aquel entonces, una carga reservada íntegramente a las mujeres) pondrán en jaque sus deseos artísticos. Todo responderá a las conexiones en este triángulo: mujeres, arte y dinero.

'Mujercitas' sigue presente tras más de 150 años porque aún tiene cosas importantes que contarnos

A partir de ahí, ‘Mujercitas’ se convierte en un juego de espejos. Empezamos a mitad de la novela para poder pensar en el presente como consecuencia del pasado, al que acudimos de forma regular mediante flashbacks. Así, los paralelismos entre las situaciones, personajes e imágenes nos revelan algo que el orden cronológico de otras versiones acababa desluciendo: el implacable paso del tiempo. Una misma playa adquiere diferentes connotaciones cuando la juventud se divierte en ella (como si los cuadros de Joaquín Sorolla hubiesen cobrado vida) y cuando la amenaza de la muerte la convierte en un lugar con el sabor amargo de las despedidas. Las diferentes etapas de la enfermedad de una de las hermanas hacen de las dos imágenes de una misma cama vacía dos mundos diferentes, entre la esperanza y la tragedia. Donde antes Meg (Emma Watson) soñaba con trajes caros y fiestas y elegancia que podían estar al alcance de su mano, ahora cuenta las monedas que no debería haberse gastado en aquel capricho, conformándose con llamar a su hija con el nombre (Daisy) de aquellos tiempos de coqueteo con la opulencia. La antítesis es aquí la figura retórica que mueve el relato.

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Estos saltos temporales, a los que acompaña el constante cambio de colores y texturas en la imagen (tonalidades frías para los momentos más aciagos y cálidas para los más felices, cierto ruido para aquellos recuerdos de infancia y nitidez para los eventos del presente…), moldean una versión de la historia mucho más autoconsciente, cuyo objetivo es poner en relación el antes con el ahora para entender que somos lo que hemos vivido. Y también que las historias de las mujeres no acaban al dejar atrás su juventud, sino que florecen cuando son lo suficientemente mayores para ser enteramente ellas mismas. En Film Comment, Gerwig sentenciaba: “Sentí que quería devolver a las mujeres March lo que tenían de niñas. Eso me pareció parte de la misión de esta película, porque no puedo decirte cuántas mujeres aseguran haber leído solo la primera parte del libro [la infancia y adolescencia]. Si lo que les estamos diciendo a las niñas es que a partir de ahí todo ha terminado, que lo que viene no es lo suficientemente bueno, porque en esa edad no queda nada que desear, no hay nada que esperar... Si no hay valentía, ambición y futuro una vez que eres adulta, si todo existió siendo una niña y luego abandonas tus cosas infantiles, simplemente no me parece correcto”.

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¿Hace falta otra ‘Mujercitas’?

Rotundamente sí. La novela de Louisa May Alcott sigue presente en nuestro imaginario cultural después de más de 150 años porque aún tiene cosas importantes que contarnos. Solo necesitábamos a una cineasta audaz como Greta Gerwig para hacerlo, y entender que cada una de las principales adaptaciones cinematográficas de la historia hablaron de un momento muy concreto de nuestro tiempo. La versión de George Cukor en 1933 fue un auténtico éxito de taquilla por su candidez en tiempos de Gran Depresión, donde las miserias de las March servían de espejo esperanzador en las vidas de los norteamericanos de la época. La siguiente, la de Mervyn LeRoy en 1949, superó esa América pobre para potenciar una modernidad en los inicios del consumismo capitalista. No sería hasta 1994 que una mujer, Gillian Armstrong, dirigiría una versión heredera de del movimiento feminista precedente y que miraba a los personajes desde una posición completamente diferente, que acentuaba la posición de la mujer en el entorno laboral, las motivaciones profesionales de las mujeres por encima de las sentimentales e incluso la reivindicación de la feminidad feminista de la Tercera Ola.

¿Qué aporta, entonces, esta nueva adaptación de ‘Mujercitas’? Por una parte, la importancia del dinero, más acentuada que nunca en su relación con el arte y las mujeres. Y por otra, la necesidad contemporánea (sin duda influenciada por el acceso ilimitado que nos ofrece internet a todos los documentos del pasado) de revisitar la historia y entenderla según nuevos conceptos. Por algo es esta la adaptación más libre que hemos visto del texto original, porque de alguna forma amplía la perspectiva para salir de la ficción y fijarse en las circunstancias en las que fue escrito, explotando así las conexiones autobiográficas que lo definen. Es brillante cómo Gerwig puede hablar desde un amor profundo hacia la novela sin ser una nostálgica de manual, cómo dota de vida a los personajes sin pretender que sean perfectos. En uno de los momentos más desgarradores de Jo, la directora tomó prestada una frase de otra novela de Alcott, ‘Rose in bloom’ (1875), que dice: “Las mujeres tienen mentes, además de corazón, ambición y talento, así como belleza, y estoy tan harta de que la gente diga que el amor es lo único para lo que una mujer es apta”. Y Gerwig añadió: “Pero estoy tan sola”. Las palabras salen de la boca de Ronan con lágrimas en los ojos y una honestidad desarmante, reflejando la complejidad de la situación de una mujer que no quiere ser una esposa, pero tampoco una paria social. Un callejón sin salida en el siglo XIX. Ese añadido demuestra algo que recorre todo el filme: que hay una persona tras el proyecto que conoce perfectamente el material, tanto lo que está escrito como lo que no.

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‘Mujercitas’ es una de esas películas condenadas a estar infravaloradas (su omisión en los Globos de Oro de este año, el primer ejemplo; que los académicos de Hollywood no estén asistiendo a las proyecciones para los Oscars, el segundo), pero no nos equivoquemos: es una de las grandes obras de este año y posiblemente la adaptación más inteligente que ha tenido jamás la novela. Además, como se dice en una de sus escenas, las pequeñas historias, y especialmente las siempre escasas historias escritas y protagonizadas por mujeres, adquieren importancia cuando se escriben. Y cuando se ruedan. Y cuando se premian. No las ignoremos.

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Mireia Mullor

Mireia es experta en cine y series en la revista FOTOGRAMAS, donde escribe sobre todo tipo de estrenos de películas y series de Netflix, HBO Max y más. Su ídolo es Agnès Varda y le apasiona el cine de autor, pero también está al día de todas las noticias de Marvel, Disney, Star Wars y otras franquicias, y tiene debilidad por el anime japonés; un perfil polifacético que también ha demostrado en cabeceras como ESQUIRE y ELLE.

En sus siete años en FOTOGRAMAS ha conseguido hacerse un hueco como redactora y especialista SEO en la web, y también colabora y forma parte del cuadro crítico de la edición impresa. Ha tenido la oportunidad de entrevistar a estrellas de la talla de Ryan Gosling, Jake Gyllenhaal, Zendaya y Kristen Stewart (aunque la que más ilusión le hizo sigue siendo Jane Campion), cubrir grandes eventos como los Oscars y asistir a festivales como los de San Sebastián, Londres, Sevilla y Venecia (en el que ha ejercido de jurado FIPRESCI). Además, ha participado en campañas de contenidos patrocinados con el equipo de Hearst Magazines España, y tiene cierta experiencia en departamentos de comunicación y como programadora a través del Kingston International Film Festival de Londres.

Mireia es graduada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y empezó su carrera como periodista cinematográfica en medios online como la revista Insertos y Cine Divergente, entre otros. En 2023 se publica su primer libro, 'Biblioteca Studio Ghibli: Nicky, la aprendiz de bruja' (Editorial Héroes de Papel), un ensayo en profundidad sobre la película de Hayao Miyazaki de 1989.