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La generación Z es espiritual pero no religiosa

Es un desafío para la iglesia esta nueva generación joven, que se muestra espiritual, con conciencia y creencias de fe, pero no institucionalizada.

12 DE OCTUBRE DE 2018 · 10:00

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Una joven de la generación Z. / Foto de Sharon McCutcheon en Unsplash

Hoy en día la iglesia tiene importantes desafíos que enfrentar, quizás los más evidentes o notorios y respecto de los cuales tendemos a hablar con mayor frecuencia sean: aborto, ideología de género, consumismo, hiperindividualismo, corrupción, pobreza, marginalidad, espiritualismo, entre otros.

No obstante, hay una realidad que subyace en nuestras propias estructuras eclesiales y de la cual, en gran parte, no hemos tomado debida nota. Dicha realidad a veces ignorada, muchas veces prejuzgada y casi en todos los casos inentendible para nuestra visión es la de los jóvenes, la nueva generación.

Vale la pena recuperar lo dicho por Jack Wyrtzen: “Cada generación es responsable de alcanzar a su generación para Cristo”. Debemos considerar que a Dios no lo podemos encasillar, ponerle límites, acotarlo a lo que nosotros entendemos que el debe hacer, parte de nuestro gran problema es que pretendemos decirle a Dios ¿cómo actuar?, ¿de qué manera actuar?, y ¿cuándo actuar? Nos olvidamos de Su soberanía.

Pasamos por alto que siempre, a lo largo de los siglos Dios rompió los moldes, se salió de los cauces naturales, hizo de manera diferente a la esperada. Es que precisamente eso es un milagro, la irrupción del poder de Dios transformando la realidad a partir de las limitaciones, las debilidades, la escasez y la propia naturaleza.

Jesús se especializó (podríamos decir) en salirse de los moldes que los religiosos, los fariseos, la sociedad de su tiempo y la cultura le imponían. En efecto, se juntaba con los pecadores y comía con ellos, sanaba los días sábados, hablaba con mujeres extranjeras e incluso les perdonaba sus pecados, hablaba con autoridad, tocaba leprosos, se acercaba a los menesterosos, libertaba endemoniados, caminaba sobre el mar, resucitaba muertos, le lavaba los pies a los demás.

Hacía cosas que eran raras, extrañas, pero no porque violaba la ley sino porque realmente la aplicaba. Era más importante el amor y la misericordia que el sábado, era más trascendente el perdón que comer con las manos sucias, era una mayor muestra del amor de Dios el libertar a los cautivos que contentar a los religiosos.

A veces no nos damos cuenta de que tendemos a hacer lo mismo que los religiosos, y nos cuesta entender que no podemos limitar, contener, encasillar, el amor, la gracia y la misericordia de Dios.

Un claro ejemplo de esto son los jóvenes, esas extrañas personas que llegan a nuestras iglesias con el pelo largo o cortado extrañamente, con pantalones rotos, remeras gastadas, algunos con tatuajes, aros, tachas y de apariencia chocante. A nuestro parecer, incapaces de darse cuenta la importancia del rito, la sacralidad del culto, la importancia de nuestras tradiciones.

A partir de una estrella pretendemos trazar un universo, a partir de la apariencia externa tratamos de indagar el corazón (es cierto debe haber una consistencia necesaria, pero nos olvidamos cuánto tardamos nosotros en ser formados por el Espíritu Santo), a partir de la formalidad tratamos de encasillar formas de pensar diferentes; pretendemos que las nuevas generaciones usen nuestros métodos, aunque tengan ya 50 años y no sean del todo eficientes. Lo que no cambia es el mensaje, lo que no cambia es la gracia, lo que no cambia es la misericordia, lo que no cambia es el poder, lo que sí debe cambiar son los métodos para que el mensaje se torne pertinente (Jn 9:6; I Cor. 9:20-22).

La iglesia debe aceptar que estamos en un nuevo entorno y hay una nueva generación a la que se denomina “Z” (también conocida como “postmillennial” o “centennial”)[1]. Esta nueva generación pese a lo que se sostuvo durante mucho tiempo de que la religión perdería poder y eficacia entre las futuras generaciones, por el contrario, se muestra espiritual y con conciencia y creencias de fe, aunque no institucionalizada en su mayoría.

Desde la década de 1990 principalmente se viene estudiando principalmente en los Estados unidos de Norteamérica, la deserción de los jóvenes de las iglesias cristianas. De hecho, el Grupo Barna es uno de los más proactivos en ese sentido y efectivamente detectaron dicha deserción en niveles de preocupación. A tal punto es un tema preocupante que diversos autores han pretendido dar respuestas a tal realidad, quizás el libro más difundido (2011) sea el de David Kinnaman y Aly Hawkins: “You lost me: christians are leaving the church”.

Pew Research Center[2] analizó la brecha de edad respecto de la religión en el mundo y señala que en los Estados Unidos los adultos jóvenes ahora son mucho menos propensos que sus mayores a identificarse con una religión o participar de las prácticas culticas. Esto con algunas irregularidades lo constataron en varios países del mundo ya sea aquellos englobados genéricamente como “en desarrollo”, como en aquellos industrializados o avanzados, de tracción musulmana o cristiana.

Que los jóvenes sean menos religiosos (en la asistencia a los cultos o el apego institucional) no significa que sean menos espirituales, sino menos formales y devotos de la tradición. Mencionan que en 14 e 19 países encuestados de América Latina, los adultos menores de 40 años son mucho menos propensos que sus mayores a decir que la religión es importante para sus vidas, a continuación adjuntamos el gráfico de resumen:

Otro tanto pasa en Latinoamérica, si bien no es masivo el abandono de los jóvenes de las iglesias, si es evidente que estamos lejos de una pastoral juvenil integral.

Un reciente estudio de WIN (Wordwine Independent Network), explora entre unas 66.000 personas en 68 países de todo el mundo y respecto de Latinoamérica concluyen que los países “más religiosos” de América Latina son: Paraguay (87%), Colombia (84%), Panamá (84%), Brasil (82%), Argentina (78%), Ecuador (78%), Perú (72) y México (61%).

Ahora bien, es importante tener en cuenta que manifestarse religioso no significa ser practicante, se trata de tener creencias de tipo espiritual, se liga a la religión con la espiritualidad y la eternidad más que con el culto y la iglesia. Por ejemplo en Argentina la conciencia de pertenencia al cristianismo es alta, pero la participación al culto (católico y protestante) es baja.

Esto tiene que ver con las creencias por ejemplo las personas consultadas en su mayoría creen en el alma (74%), en Dios (71%), los jóvenes de entre 18 a 24 años creen en Dios en un (74%).

Ya en el año 2011 la Universidad de Guadalajara, advertía que crece en los jóvenes la tendencia a buscar la espiritualidad sin la religión. Juan Diego Ortiz, director del Centro de Estudios de Religión y Sociedad de la Universidad mencionada, expresa: “Hay una tendencia a encontrar la profundidad de lo que significa la espiritualidad por este proceso de cambio cultural entre los jóvenes que están volteando hacia nuevas percepciones de entender la fe como una forma de solidaridad, compasión, compromiso con los otros y como una búsqueda de paz interior que de alguna manera está generando alejamiento de las religiones establecidas”. Agrega, a su vez: “toda religión se ha enfocado en la forma y no en el fondo, es una religiosidad ritualista y no una espiritualidad que atienda a los contenidos, al mensaje”.

Por su parte, Heriberto Vega, investigador del ITESO (Universidad Jesuita de Guadalajara), señala: “se está gestando en los jóvenes una espiritualidad laica”.

Un estudio particular hecho en la Argentina y publicado por el Diario La Nación recientemente[3] da cuenta que las practicas religiosas juveniles más importantes son: rezar en la casa (69,4%), consumir libros o programas de TV religiosos (52%), leer la Biblia (32%). Si se pudiera hacer un ranking de las creencias juveniles se podría decir que creen en: Jesucristo (88,3%), en el Espíritu Santo (80,8%), la Virgen María (76%), los ángeles (75,1%), lo santos (70%), el Diablo (43,6%).

Siguiendo a Mosqueira, pero respecto del ámbito evangélico podríamos decir que tenemos que deconstruir dos imaginarios principales uno que dice que básicamente los jóvenes no creen nada y otro que dice que los jóvenes pueden creer de una única manera. Los jóvenes logran asociar dos realidades totalmente opuestas a nuestro juicio y normales para ellos, por un lado altos niveles de creencia y por otro desapego respecto de la institución religiosa.

Volviendo a los más jóvenes y adolescentes (generación Z), se puede advertir que estas características se acentúan o profundizan, en el sentido de una espiritualidad abierta, a la cual habría (desde las iglesias) que darle forma sin encasillar, y dotar de contenido correcto aprovechando su multicapacidad.

Sin embargo, hasta tanto, como dijimos al inicio de la nota, no abramos nuestra mente a las nuevas generaciones, distinta, diferentes, pero igual de espirituales y con una necesidad de fe latente y vigente, renovando métodos (esto no significa que todo es fiesta, dado que los jóvenes según -Grupo Barna- también se alejaron de las iglesias porque era todo entretenimiento y no abordaban sus realidades), no seremos eficaces.

No podemos seguir en las escuelas bíblicas dibujando en un papel el arca de Noé, mientras los chicos nacen siendo multitareas y digitales, y desde su educación inicial los dispositivos son parte de su mundo.

Seguir hablándole a los jóvenes solamente de temas espirituales o doctrinales, necesarios, pero no suficientes, sin encarar con profundidad bíblica los temas coyunturales que a ellos les afecta (ciberbullying, acoso adolescente, violencia, sexualidad prematura, pobreza, entre otros). No todo es luces, es show, es diversión, sí todo debe ser ayudarles a vivenciar la realidad del Evangelio en un mundo digital, cambiante y desapegado de las formas.

Las nuevas generaciones nos deben seguir, hay que prepararlas, hay que dotarlas de contenidos veraces y herramientas ágiles y modernas, hay que impulsarlas par que ocupen los lugares de influencia, hay que capacitarlas en amor y misericordia para que amen a sus pares tal como Cristo los ama y se entregó por ellos.

Pero esto no lo hacemos con liturgia, con formas, con tradición, lo hacemos caminando con ellos, sintiendo con ellos, influenciando sobre ellos y amando con ellos. Esta es una tarea no fácil para nuestra iglesia hoy, mantener la profundidad aunque renovemos las formas.

 

[1] Algunas de sus características principales son: ser nativos digitales; no conciben el mundo sin wi-fi, sin redes sociales, sin tecnología; usan múltiples dispositivos simultáneamente; son exigentes con el cuidado de su intimidad; le dan prioridad a lo que les gusta o sus prioridades personales antes que a las estructuras o normas (les cuesta cumplir horarios); hacen muchas tareas al mismo tiempo; son autodidactas, autosuficientes; tienen una sexualidad más libre y desinhibida; manejan su espiritualidad según sus sentimientos; tienen un vocabulario propio.

[2] El estudio referenciado es: “The age gap in religión around the World” (13 de junio de 2018).

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