La historia del Profesor Jirafales, el profe consentido de América Latina gracias a El Chavo del Ocho | Estilo de Vida | Univision
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La historia de Jirafales, el profe consentido de América Latina

El personaje más entrañable del actor Rubén Aguirre permeó la cultura popular y permanecerá entre las más apreciadas memorias de infancia de muchos latinoamericanos.
17 Jun 2016 – 03:59 PM EDT
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El profesor Jirafales, infatuado ante la presencia de doña Florinda. Crédito: Cortesía

Rubén Aguirre, el comediante nacido en el norte de México mejor conocido por interpretar al Profesor Jirafales durante más de 20 años en la serie mexicana El Chavo del Ocho, murió a los 82 años esta madrugada.

La historia de su personaje más emblemático se remonta al inicio de la década de los 70. Él estaba recién llegado de Ciudad Juárez, donde había estudiado para agrónomo, profesión que nunca ejerció.

El también aficionado a la fiesta taurina hacía locución mientras estudiaba la carrera para ingresar algo de dinero y pagar sus estudios. Hacer la primera narración en vivo (vía sátélite) de una corrida en Madrid, le abrió las puertas de TIM (Televisión Independiente de México), de modo que se mudó a la Ciudad de México a trabajar como ejecutivo de la televisora.

Se integró accidentalmente (como siempre pasa, alguien faltó al casting y él se ofreció a participar) a un elenco convocado para producir los sketches cómicos que un joven guionista de baja estatura y mucha genialidad escribía profusamente: Roberto Gómez Bolaños.

¿Cómo nace el Profesor Jirafales?

El debut del Profesor Jirafales, contrario a lo que muchos imaginarían, no fue en El Chavo del Ocho, sino en unos segmentos cómicos que formaban parte de un largo programa de variedades. Primero se llamaron "Chespirotadas" y poco después surgió otro segmento, "Los súper genios de la mesa cuadrada". En éste, Aguirre interpretaba al Profesor Rubén Aguirre y Jirafales, un tipo culto que se exasperaba fácilmente en medio de las discusiones que ocurrían en la mesa cuadrada y que tendían al absurdo. Ese segmento de 5 minutos gustó a los televidentes y llevó a la televisora a tomar la decisión de alargar el espacio de los comediantes de la mesa cuadrada a media hora. Pero 30 minutos era demasiado tiempo para una discusión absurda y Gómez Bolaños empezó a crear otros mundos para llenar el espacio del programa. De ahí surgieron El Chavo del Ocho y el Chapulín Colorado. Finalmente estos últimos se hicieron de espacios propios en la barra televisiva y "Los súper genios..." desapareció del aire.

Ante el surgimiento de El Chavo del Ocho en 1970, Gómez Bolaños consideró que una escuela, con su consiguiente profesor, eran elementos que encajaban muy bien en un programa que se trataba de niños e integró al Profesor Jirafales al elenco.

Entonces vino el trabajo de actor de Aguirre. Hizo algunas modificaciones al personaje de "Los súper genios...", le quitó rudeza, lo volvió más tolerante y empático ante la ignorancia de los habitantes de una vecindad de barrio pobre.

De su madre Victoria Fuentes, maestra, Rubén Aguirre pudo sustraer la solemnidad y la sobriedad del arquetipo del docente que se toma muy en serio la enseñanza y el conocimiento.

En cuanto a la pinta, Rubén vistió a su personaje con un austero traje gris, un chaleco tejido debajo del saco, un sombrero, y un puro (que en realidad era parte de la vida cotidiana del actor). Siempre que aparecía en la vecindad traía un ramo de flores para doña Florinda, madre de Quico, uno de sus alumnos. De ella, Jirafales vivió eterna y platónicamente enamorado, pues su amor —aunque correspondido— nunca pudo concretarse en nada más atrevido que tomarla del brazo para ir por un café. Ni un besito, vamos.

El diálogo del encuentro de este par de tórtolos, repetido capítulo a capítulo, trascendió fronteras y generaciones, de modo que incluso a los milennials latinoamericanos no deja de sonarles familiar el empalagoso intercambio entre doña Florinda y el Profesor Jirafales cada que se topaban. Él perdía toda ecuanimidad y compostura para mostrarse obnubilado por la infatuación, y ella, de ser una mujer enojona, clasista y violenta de mecha cortísima, se humanizaba en la cursilería:

— ¡Profesor Jirafaaaaaales! (Suspiro).
— ¡Doña Floriiiiinda! (Suspiro y cejas al cielo).
— ¡Qué milagro que viene por acá! (Con una enorme sonrisa).
— Vine a traerle este pequeño obsequio... (Decía humildemente ofreciéndole un ramo de flores).
— ¡Están hermosas! ¡No se hubiera molestado! (Encantada).
— No es ninguna molestia. (Feliz y recobrando ecuanimidad).
— ¿No gusta pasar a tomar una tacita de café? (Discretamente coqueta).
— ¿No será mucha molestia? (Con falsa prudencia).
— ¡No es ninguna! Pase usted. (Más encantada).
— Después de usted. (Satisfecho y orgulloso).


Otro de los rasgos distintivos de su personaje era el grito que daba cada que alguna situación absurda de las que dominaban la emisión, lo desesperaba: ¡Taaaaaa, taaa, taa, ta, tá! Ése, cuenta, no existía en el trazo del guionista, sino que lo sugirió el actor basado en el recuerdo de un profesor que tuvo en tercero de primaria, que según cuenta, hacía una sinfonía de "tás" antes de explotar, era su forma de contar hasta diez. El toque dramático de Rubén Aguirre, deformando la expresión que pasaba de la sorpresa a la indignación, y la elevación del grito, hizo que la parodia quedara en memoria de muchos que hasta la fecha recurren a la expresión para mofarse de una situación exasperante.

El personaje es de quien lo trabaja, sin necesidad de demandas

Rubén Aguirre quizá hubiera podido, como lo hicieron en su momento otros compañeros actores que integraron el elenco de El Chavo del Ocho, reclamar ciertos derechos sobre su personaje del Profesor Jirafales, que fue construyendo con una interpretación semanal durante más de 20 años. Quizá, no habría estado tan fuera de lugar, puesto que innegablemente hay un trabajo fuerte del actor en la construcción de un personaje que se consolida a lo largo de tanto tiempo. Por otra parte el avasallador éxito que había logrado el programa en Latinoamérica ciertamente era producto del trabajo de todos, y era lógico que cada uno pudiera en un momento dado considerarse merecedor de seguir cosechando sus frutos.

Sin embargo, él nunca consideró hacer reclamo alguno, manifestó hasta la última de sus entrevistas que el personaje era de Roberto Gómez Bolaños y que él, desde el agradecimiento que le tenía, condenaba las demandas de María Antonieta de las Nieves (La Chilindrina) y Carlos Villagrán (Quico), para seguir beneficiándose de la fama internacional que adquirieron gracias al Chavo del Ocho, y las consideraba abusivas.

Después del Chavo del Ocho, que terminó en 1980, Aguirre se incorporó al elenco base de otra de las series televisivas de mayor impacto popular en Latinoamérica: Chespirito, donde encarnó otros muchos papeles dentro de los sketches escritos y dirigidos por Roberto Gómez Bolaños, como Lucas Tañeda (de Los chifladitos) y el Sargento Refugio (de Los caquitos).

Chespirito finalizó sus transmisiones en 1992, entonces Rubén Aguirre fundó un circo, El circo del Profesor Jirafales, con el que se mantuvo activo hasta 2007, sin recibir ningún reclamo de parte de Roberto Gómez Bolaños por seguir haciendo uso del personaje.

El profe consentido de todos no lo era de Rubén Aguirre

Lo sorprendente es que a pesar de todo esto, en una entrevista en 2014, el actor le confesó al periodista de espectáculos Gustavo Adolfo Infante, que él era igualito a Jirafales, por lo que interpretar el papel nunca fue un problema para él: "éramos iguales... Jirafales y Rubén Aguirre son la misma persona."

Si bien, Aguirre siempre reconoció que la interpretación del profesor lo había sacado de la mediocridad y le había dado fama en toda América Latina, eso no fue suficiente para considerarlo su favorito. Quizá el poco reto histriónico que le representaba fue la razón por la que alguna vez declaró que su personaje favorito era en realidad Lucas Tañeda, el loco inofensivo que interpretaba en un mano a mano cómico con Gómez Bolaños en los sketches de "Los chifladitos".

Lo cierto es que es un grupo grande de latinoamericanos el que recordará al Profesor Jirafales como parte de sus risas de infancia y el que seguirá emulando, cada que una situación exasperante ralle en lo cómico, un gracioso "¡Taaaaaa, taaa, taa, ta, tá!", en memoria de uno de sus profes consentidos.

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