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“Maestro” de Bradley Cooper, una mirada íntima al genio y a la fama | El Estímulo
“Maestro” de Bradley Cooper, una mirada íntima al genio y a la fama
Este film celebra a Leonard Bernstein con un retrato íntimo, cálido y feliz acerca del talento. A diferencia de otras biografías más cercanas al melodrama y al dolor, en esta ocasión, el género se deja envolver por una oda a la esperanza tan poco común como encantador
En el mundo del cine, el talento suele ser trágico. El año pasado, “Tár” de Todd Field, mostró cómo, también, puede ser pernicioso. La ficticia Lydia de Cate Blanchett, era brutalmente exigente, cruel a ratos y la mayoría de las veces manipuladora. Eso a pesar de que su talento era el centro totémico de la película y la advertencia entre cuerdas.
Las personas malvadas — y sin duda, el personaje lo era — pueden crear obras excelsas. Obsesionado con la condena del poder intelectual que sobrepasa el moral, Hollywood cayó rendido a los pies de una mujer de múltiples facetas oscuras, que, a la vez, podía dirigir con pulso firme, una obra de arte magna y conmovedora. La moraleja estaba, por supuesto, en el contraste. En la gloriosa separación del autor y su obra.
En cambio “Maestro” se enfoca por completo en la bondad. Este retrato amable y lleno de ternura acerca del compositor Leonard Bernstein, se concentra tanto en el brillo y el valor de su personaje, que por momento parece idealizado. Bradley Cooper, que también protagoniza (con una prótesis nasal para acentuar el parecido con la figura que encarna, que no siempre funciona) le brinda un aire candoroso.
Pero no por inocencia o ingenuidad, sino más bien, por el poder emocional que la música despierta en él. El Bernstein imaginado por el intérprete, es una fuerza de la naturaleza, pero no a sus ansias de poder, reconocimiento o deseo de ser reconocido. El centro de este biopic es la música, la alegría de vivir a través de ella, la capacidad del arte para reconstruir, sanar y sostener. Lo que termina por ser no solo sorprendente, sino a la vez una óptica novedosa de un tema muy viejo. ¿Son todos los artistas esencialmente inocentes en su pasión por crear?
Bernstein ciertamente lo es y parece serlo. Pero en realidad, su personalidad, que la cinta desmenuza con cuidado, es más compleja que la de un hombre extasiado por la posibilidad de ejecutar música. El artista, que atraviesa momentos de luz y sombra, de dolor, angustia, lágrimas y desconcierto, se sostiene sobre sus miedos para alcanzar un punto álgido. Lo que brinda sentido y sustancia a varias de sus mejores escenas. En una de ellas, el por entonces muy joven Bernstein, toma el lugar como director invitado de la famosa Filarmónica de Nueva York. La escena comienza con una llamada telefónica y avanza trepidante hacia la maravilla del naciente compositor del sueño de su vida.
El poder está en la música
Cooper imprime entonces toda la energía de un hombre poseído por una fuerza ajena, enajenada, pero jamás desordenada. La cámara se desliza de un lado a otro, muestra los brazos del hombre que parece absorber el poder vivo de las cuerdas y oboes para llegar a un punto de éxtasis que la cinta extiende a todo lo que ocurrirá después. Pero podría decirse que la secuencia marca el tono y el ritmo del resto del largometraje. La belleza de la música — la posibilidad de interpretarla — se hace entonces el vínculo con todo lo que vendrá y se narrará en esta épica diminuta de la buena voluntad.
El guion de Bradley Cooper y Josh Singer se basa en la completa conexión de Bernstein con la música. La forma en que subir al escenario convertía al compositor en un hombre capaz de canalizar una energía casi divina. Pero esta no es una película religiosa, por lo que el argumento evita cuidadosamente cualquier connotación mística. A lo que sí pone atención, es al poder total — en el caso del personaje central — que la pasión por crearla, brinda.
La trama es más emocional que precisa, lo que giros argumentales que jamás se revuelven y algunos personajes que pierden peso y sentido en favor de la idea sobre la música como vehículo de todo. Pero a pesar de eso, el director y guionista se esfuerza a fondo en expresar la idea central de esta rara obra optimista. El arte sana, es pleno de significado y una perenne búsqueda de respuestas.
Filmada en blanco y negro, “Maestro” es una preciosa versión acerca de la fe con un toque anticuado. No solo es su apartado visual — en algunas partes, la película tiene el aspecto de una colección de fotos privadas y muy viejas — sino, a la vez, en su necesidad de dejar claro el poder del arte. Una afluencia de energía, de triunfos y logros que está en precario equilibrio con el dolor de todas las ausencias, las pérdidas y la angustia que la total entrega a la pasión de crear produce.
A la cinta le falta mucho para ser la obra clásica que pretende y mucho menos, para tener la consistencia que aspira y que alcanza en contadas ocasiones. Aun así, la obra de Cooper es un tributo inmenso, no solo al “Lenny” Bernstein adorable y chispeante que emerge de la imaginación del realizador. Además, es un fervoroso reconocimiento a la influencia de lo artistico, más allá de la idea barroca del mal por el mal. Se puede ser Lydia Tár, parece decir la película. Pero mucho mejor, ser Leonard Bernstein.
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