Boyhood (Momentos de una vida) | Cine Divergente

Boyhood (Momentos de una vida)

Siempre es ahora mismo Por Jose Cabello

“A los doce años la cambiaron de colegio, la pusieron delante de sus nuevos compañeros, le preguntaron de donde venía y dijo: yo he venido de mi casa" Disfraz de Tigre- Hydrogenesse

Podría considerarse Boyhood como un tótem dentro de la filmografía de su director, Richard Linklater, que en una sola cinta consigue aunar dos de las constantes obsesivas de su andadura cinematográfica. Por un lado, su afán por atrapar con la cámara instantes de una vida; por otro, su deseo de abordar una mirada a las relaciones humanas desde el balcón de la sencillez, sin rozar la banalidad y dejando entrever lo complejo del ser humano. A estas obsesiones se le suma, además, la de enfatizar el papel del azar en el desarrollo de nuestras vivencias. En un ejemplo paradigmático, su obstinación por el tiempo llevó a Linklater a grabar una trilogía basada en un encuentro fortuito entre dos jóvenes. Lo singular de la trilogía formada por Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995), Antes del atardecer (Before Sunset, 2004) y Antes del anochecer (Before Midnight, 2013), radicaba en plasmar una doble evolución de los dos personajes protagonistas, contando con los mismos actores desde su inicio. Así, la primera parte se grabó en 1995, diez años más tarde recuperó el relato, ofreciéndonos una segunda película, y una década después volvería a relanzarse para cerrar, por ahora, la saga. La evolución inherente al desarrollo de los personajes resulta obvia pues los distintos ciclos marcarán, y determinarán, sus preocupaciones, pensamientos o actitudes. Al mismo tiempo, el paso de los años dejaría una huella aún más tangible: la evolución física de los propios actores.

En 2002, Linklater decidió apostar por un proyecto faraónico que supondría un paso de gigante, aunque en la misma dirección de su anterior trilogía, rodando de manera intermitente a lo largo de doce años en la vida de un actor. Boyhood es la última consecuencia de un director afanado por hilar retales de la existencia del Hombre. Un proyecto que le llevó a desechar el rodaje convencional de semanas o meses a cambio de mostrar la vida de un niño, Mason, desde los seis años de edad hasta los dieciocho, un eje temporal diferente al que siguiera en Antes del amanecer, Antes del atardecer o Antes del anochecer, y con el que Linklater nos invita a asistir a las vivencias de un infante, su posterior adolescencia, y el inicio de su temprana edad adulta. Tres etapas marcadas por la fugacidad del momento y el cambio constante.

Boyhood

Abandonando la importancia del tiempo en la filmografía de Linklater, el enfoque de las relaciones humanas constituye su segunda constante, y en Boyhood la constante alcanza su cota más alta llegando a culminar su particular exploración de la interacción entre seres humanos. De un vistazo rápido, La Cinta (Tape, 2001) sería una película clave para entender la problemática de Linklater. Sin contar con artificios ni más escenario que una habitación de motel, el director escenifica un juego actoral a tres bandas para destapar el interés oculto que vicia muchas relaciones personales hablando del chantaje, la dominación o la proyección de los propios defectos en el Otro y acabar evidenciando, así, la miseria humana. Para comprender su psique cinematográfica no es necesario recurrir a la última parte de su filmografía. Con Slacker (1991), su segunda película, proyecta el deambular a lo zombie de personajes dentro de una misma ciudad. Roles sin ningún tipo de conexión, salvo por lo impertérrito de su actitud ante coyunturas donde se espera algún tipo de intervencionismo humano. Boyhood es más condescendiente con el espectador, derivado quizás de la necesidad de acortar metraje (a pesar de que dura más de 160 minutos) y mostrar solo pasajes aleatorios en la vida de una persona. Pero, en cierta manera, los personajes de Boyhood, inspirados en la vida misma, también caen en una actitud reprobable bajo determinadas circunstancias en las que deben seguir adelante, independientemente de quién quede atrás.

El gran entramado de Boyhood bucea por los momentos clave en la vida de cualquier individuo, en concreto, la cinta se detiene en Mason, presentado a los seis años y viviendo con su madre y su hermana. Los dos niños reciben la esporádica visita del padre, que a pesar de la distancia, siempre se mantiene como satélite en su vida. Ya desde pequeño, Mason debe hacer frente a una mudanza repentina, cambiando de colegio y amigos, y con la que, a pesar de las rabietas, aprende a aceptar los giros no planeados en su camino. Mason crece en un entorno volátil intentando mimetizarse, con más o menos acierto, ante la diversidad familiar que encuentra a su paso. La soledad sentimental de su madre hará desfilar a un par de padres postizos, ambos despóticos y de actitud agresiva. Sin embargo, tanto Mason como su hermana, consiguen construir un hogar no en base a los sujetos ficticios que habitan con ellos, sino a su verdadero vínculo paterno. Boyhood toma una postura beligerante en su compromiso por la necesaria reconfiguración del término familia. Y quizás el cariz enérgico y positivo que habita en Boyhood resta artificialidad al conjunto, invitando a contemplar las situaciones familiares desde un punto aledaño al nuestro, propagando la llama de la auto-identificación con sucesos muy cotidianos y huyendo de la típica estampa de vida insólita.

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Porque todos, a pesar de querer sentirnos diferentes, como ese padre de Y el mundo marcha (The Crowd, King Vidor, 1928) que arde en ganas de parar el mundo por su hija enferma, todos hemos transitado por veredas comunes, con problemas similares y situaciones nada anómalas en la gran mayoría de los casos. Nadie es especial. Todos somos especiales. Esa es la consigna Boyhood. Amores. Amigos. Compañeros. Conocidos. Personas que nos dejan huella. Personas a las que marcamos. Personas perennes. Personas con fecha de caducidad. Personas a las que prometemos la vida. Personas a las que prometemos no volver a ver. Personas de las que nos enamoramos. Personas a las que detestamos. Todos están ahí. Y en cierta medida, todos los elementos resultan necesarios, porque durante nuestro crecimiento interior el esquema se va rediseñando automáticamente mientras vivimos y nos prepara para el siguiente acontecimiento.

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En su etapa como adulto, Mason plantea el gran dilema del Hombre entendido como un ser productivo, o al menos así es como lo espera la sociedad, con la búsqueda de la esencia de nuestros actos, actos que muchas veces no coinciden con el objetivo de dedicar nuestra vida a aquello que nos apasiona. El personaje del padre, a modo de pequeños mensajes subliminares, deja latente durante el crecimiento de su hijo la importancia de prepararlo para poner la primera piedra al camino de la autorrealización y la satisfacción personal. Mientras, la madre adquiere el mayor grado de carga emocional que cicatriza las debilidades de Mason para hacer frente al futuro. A pesar del gran contenido místico, o reflexivo, en Boyhood, ni el propio film ni el director tratan de aleccionar al espectador con un mensaje tras las imágenes. Más bien todo lo contrario. Difícil sería intentar acaparar una lectura única de la película; poco inteligente sería, también, sostener verdades categóricas en nuestro día a día.

Boyhood 4

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