ANUARIO DE ESTUDIOS MEDIEVALES
47/2, julio-diciembre de 2017, pp. 607-645
ISSN 0066-5061
doi:10.3989/aem.2017.47.2.05
RELIGIOSIDAD FEMENINA Y REFORMA DOMINICANA:
EL SEPULCRO DE BEATRIZ DE PORTUGAL EN EL
MONASTERIO DEL SANCTI SPIRITUS DE TORO*
FEMALE RELIGIOSITY AND DOMINICAN REFORM:
BEATRICE OF PORTUGAL’S TOMB IN THE CONVENT
OF SANCTI SPIRITUS IN TORO
DIANA LUCÍA GÓMEZ-CHACÓN
CSDMM, Universidad Politécnica de Madrid
http://orcid.org/0000-0002-0197-7185
Resumen: El presente trabajo tiene como
objetivo primordial el análisis de las principales singularidades iconográficas del
sepulcro de la reina Beatriz de Portugal,
conservado en el coro del Monasterio del
Sancti Spiritus de Toro (Zamora). La presencia tanto de fray Gil de Santarém a los
pies de la imagen de la reina vestida con
el hábito dominicano, como la de santa
Catalina de Siena cerrando la galería de
miembros ilustres de la Orden de Predicadores, pondría de manifiesto no solo
la posible intervención de la reina en la
elaboración del programa iconográfico
de su túmulo funerario, sino también el
profundo conocimiento que se tenía en
la Provincia de España de la figura de la
mencionada santa reformadora a principios ya del siglo XV.
Palabras clave: Beatriz de Portugal; Leonor de Castilla; Sancti Spiritus de Toro;
santa Catalina de Siena; Orden de Predicadores; observancia; patronazgo femenino.
Abstract: The present paper aims to
analyse the main iconographic singularities of Queen Beatrice of Portugal’s
tomb, conserved in the choir of the convent
of Sancti Spiritus in Toro (Zamora). The
presence of Brother Giles of Santarém,
depicted at the feet of the image of the
queen dressed in the Dominican habit, and
of Saint Catherine of Siena, completing
the gallery of illustrious members of the
Order of Preachers, might point to not
only the queen’s possible participation in
the creation of her tomb’s iconographic
programme, but also the profound
knowledge of the abovementioned
reforming saint in the Province of Spain
at the beginning of the 15th Century.
Keywords: Beatrice of Portugal; Eleanor
of Castile; Sancti Spiritus in Toro; Saint
Catherine of Siena; Order of Preachers;
observance; female patronage.
*
Este trabajo fue posible gracias a una beca del programa de Formación del Profesorado
Universitario del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Además, se enmarca en el proyecto de investigación Arte y reformas religiosas en la España medieval (HAR 2012-38037)
financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad. Quiero mostrar mi más sincero
agradecimiento a la comunidad del monasterio del Sancti Spiritus de Toro por el cariño con el
que me abrieron las puertas de su casa y por haberme enseñado que los que estamos encerrados
somos, en realidad, nosotros.
Copyright: © 2017 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de una licencia de uso y
distribución Creative Commons Attribution (CC-by) España 3.0.
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DIANA LUCÍA GÓMEZ-CHACÓN
SUMARIO
1. Introducción.– 2. Beatriz de Portugal y el Monasterio del Sancti Spiritus de Toro.–
3. Singularidades iconográficas del sepulcro de doña Beatriz de Portugal.– 4. Santa Catalina de Siena y la Orden Tercera de la Penitencia de santo Domingo.– 5. Santa
Catalina de Siena y el movimiento observante en la Provincia de España.– 6. Beatriz de Portugal y sor Leonor de Castilla: ¿ideólogas del sepulcro?– 7. Conclusión.–
8. Bibliografía citada.
1. INTRODUCCIÓN
A pesar de su singularidad y gran interés iconográfico, el sepulcro de
la reina Beatriz de Portugal (1373-ca.1420), conservado en el coro del convento de dominicas del Sancti Spiritus de Toro (Zamora), no ha vuelto a ser
objeto de un estudio monográfico desde que en 1993 Margarita Ruiz Maldonado publicase su artículo El sepulcro de doña Beatriz de Portugal en Sancti
Spiritus (Toro) en la revista Goya1.
El presente trabajo aspira a analizar detenidamente las peculiaridades iconográficas más significativas que presenta el sepulcro de la segunda
esposa de Juan I de Castilla (1379-1390), cuya excepcionalidad no ha sido
hasta ahora puesta de manifiesto; así como a reivindicar la relevancia de esta
singular obra en el marco del proceso de reforma de la Orden de Predicadores, en el que la espiritualidad femenina, encabezada por santa Catalina
de Siena (1347-1380), desempeñó un papel fundamental, no siempre reconocido.
2. BEATRIZ DE PORTUGAL Y EL MONASTERIO DEL SANCTI SPIRITUS DE TORO
Tras la muerte de su marido y la pérdida de todo atisbo de esperanza
en la recuperación del trono de Portugal, el cual le fue arrebatado por Juan I
de Portugal (1385-1433), maestre de Avís, la reina Beatriz, hija de Fernando I de
Portugal (1367-1383), se retiró al convento dominico del Sancti Spiritus
1
Ruiz 1993, pp. 142-148. Entre las publicaciones en las que también se menciona el sepulcro de Beatriz de Portugal, sin llegar a profundizar en su programa iconográfico, destacan
Casas 1950, pp. 95-96; Arco 1954, pp. 319-322; Olivera 2005a, pp. 391-397; Olivera 2014,
p. 174; Cendón 2014, p. 245. Mención especial merece el trabajo de Teresa Sedano Martín
sobre la escultura funeraria medieval en Toro, en el que se incluye un interesante estudio del
sepulcro de Beatriz de Portugal, que constituye una aportación fundamental al conocimiento de
esta singular obra: Sedano 2013, pp. 89-118.
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de Toro, donde residió en unas dependencias fuera de la clausura, puesto que
no llegó a profesar, y en cuyo coro se conserva aún hoy su sepulcro de alabastro (fig. 1)2.
Fig. 1. Vista general del sepulcro de la reina Beatriz de Portugal.
Coro del Monasterio del Sancti Spiritus de Toro (Zamora). Foto: autora.
2
“Ántes de esta señora vino aquí a recogerse [al convento de Sancti Spiritus de Toro] en su
viudedad la reina doña Beatriz de Portugal…moza viuda y con poco valimiento, se acogió á las
áncoras sagradas de esta clausura, donde labró un cuarto principal para su habitación, que hasta
hoy es llamado el cuarto de la Reina, y en él vivió recogida largo tiempo con sus damas, hasta que Dios la llevó, asistiendo todas de velos negros al coro y demás ejercicios de la Comunidad, aunque legas y sin profesión…muestran su entierro en un hermoso sepulcro de alabastro al
medio del coro... El haber venido la Reina á Toro y haber hecho asiento aquí no le impidió salir
a dar vuelta á sus Estados una vez ú otra, pues ella no profesó clausura ni el estado de religiosa”.
Fernández 1882, tomo I, p. 536. Véase también Olivera 2005a, pp. 166-169.
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Beatriz de Portugal habría ostentado, al menos desde 1412, el señorío de Toro, ciudad que había pertenecido a doña Juana Manuel (1339-1381),
madre de Juan I de Castilla3. César Olivera Serrano ha planteado, incluso, la
posibilidad de que las treguas firmadas con Portugal en 14114 pudiesen haber
motivado el alejamiento definitivo de la reina Beatriz de la corte castellana,
así como el afincamiento en la ciudad del Duero de un grupo de nobles portugueses que habrían acompañado a su señora en todos y cada uno de sus
desplazamientos5. Asentada ya en Toro, entre 1414 y 1416 doña Beatriz habría
pedido ayuda económica a su hijastro Fernando I de Aragón (1412-1416) para
reparar el convento de San Francisco, vinculado a la memoria de varios linajes
portugueses, en el que, según el ya citado César Olivera Serrano, pudo haberse
hospedado la reina, en un principio, hasta que un incendio le habría obligado
a cambiar de residencia6.
El hecho de que Beatriz de Portugal eligiese el Monasterio del Sancti
Spiritus como última morada no habría sido producto de una decisión improvisada, sino que probablemente se sintió atraída por el origen portugués
de su fundadora, Teresa Gil, amante de Sancho IV (1284-1295) y primera
abadesa perpetua del monasterio de las Huelgas de Valladolid7. Enterrada en
el coro del monasterio toresano, la dama habría encomendado a Fernando IV
de Castilla (1295-1312), la madre de este, María de Molina, y a Dionisio I de
Portugal (1279-1325), la culminación de las obras de su monasterio dominicano, dedicado en origen al Salvador, quedando este ligado, desde entonces, a
la memoria de la Corona y, muy especialmente, a la de las reinas8.
A pesar de que algunos autores hayan atribuido el cambio de advocación al priorato de doña Leonor de Castilla, procedente del convento del
Sancti Spiritus de Benavente, lo cierto es que en 1316 aparece ya dedicado al
Espíritu Santo en un documento emitido por Alfonso XI (1312-1350) durante
su minoría de edad9, lo que ha hecho pensar a Mercedes Pérez Vidal que el
cambio de advocación se debió a las devociones personales de María de Molina (ca.1264-1321), quien habría tomado bajo su protección dicha fundación
3
Olivera 2005a, pp. 84, 117, 145 y 202-203, nota 11.
Sobre las paces firmadas entre Castilla y Portugal en 1411 véase Santos 2011, pp. 281-291.
5
Olivera 2005a, pp. 148-155; Olivera 2005b, pp. 482-483.
6
La reina Beatriz de Portugal pudo haber heredado de su padre la devoción por la Orden de
Frailes Menores. Recordemos que Fernando I de Portugal mandó ser enterrado en el convento franciscano de Santarém en un sepulcro en el que aparece representada la estigmatización del
santo fundador, que actualmente se conserva en el Museu Arqueológico do Carmo de Lisboa.
Sobre la influencia que los confesores franciscanos habrían ejercido sobre el monarca portugués
véase Fernandes 2009, pp. 96-97.
7
Navarro 1980, p. 229; Castro 2010, pp. 45-63; Sedano 2013, pp. 71 y 75-89.
8
Castro 2010, p. 101.
9
Navarro 1980, p. 229, nota 298.
4
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como si de una empresa personal se tratase10. En el coro, enterrada junto a
Teresa Gil y Beatriz de Portugal, encontramos a la ya citada Leonor de Castilla, hija del infante don Sancho, conde de Alburquerque, que profesó en 1393
en el convento de Benavente y que fue posteriormente nombrada priora del
convento toresano. Durante su priorato las rentas del monasterio habrían aumentado significativamente, asunto que retomaremos más adelante.
En 1420 Juan II (1406-1454) figura ya como señor de Toro, residiendo la corte en dicha ciudad en 1426 y permaneciendo en ella los miembros del
Consejo a lo largo del año siguiente, lo que sugeriría no solo la plena reintegración de la villa al patrimonio de la Corona sino también y, principalmente,
el fallecimiento de la anterior señora, la reina Beatriz11. El fechar la muerte de
doña Beatriz de Portugal en torno a 1420 adelantaría la fecha de ejecución
del sepulcro, datado por Margarita Ruiz Maldonado, quien situaba el fallecimiento de la reina Beatriz en torno a 1430, a finales del primer tercio del siglo
XV o principios del siguiente12.
Asimismo, creemos que la reina intervino de manera directa en
la elaboración del programa iconográfico del sepulcro, aunque, lo más probable, como se expondrá más adelante, es que contase en todo momento con la
colaboración de algún miembro destacado de la comunidad de religiosas del
Sancti Spiritus o, incluso, con el asesoramiento de algún maestro en teología
del convento de San Ildefonso de Toro13, cuyos frailes predicadores, como
ha sido ya apuntado por Mercedes Pérez Vidal, habrían sido los encargados
de la cura monialium14.
10
Sánchez 2005, pp. 295-327, especialmente pp. 301 y ss. Véase también Pérez 2008,
pp. 10-11.
11
A pesar de que Margarita Ruiz Maldonado fijó la muerte de Beatriz de Portugal hacia
1430-1431, creemos, al igual que César Olivera Serrano, que el hecho de que en 1420 el señorío
de la villa de Toro retornase a la Corona, así como la carta de confirmación que el 9 de junio de 1420 el monarca dirigió a las monjas premonstratenses de Santa Sofía de Toro, fecharían
el fallecimiento de la reina viuda en torno a ese año. Véase Ruiz 1993, pp. 143-144; Olivera
2005a, pp. 32, 42, 173 (nota 123), 177-178 y 216-217.
12
Ruiz 1993, pp. 143-144 y 148.
13
Desgraciadamente, desconocemos quién habría sido el director espiritual de la reina Beatriz de Portugal durante su estancia en el convento del Sancti Spiritus. Lo más probable es que
fuese algún miembro destacado de la comunidad de San Ildefonso de Toro, fundación de la
reina María de Molina (1284-1295) de 1284 y lugar de nacimiento de Juan II. En él tomó los
hábitos fray García de Castronuño, obispo de Coria y confesor de la reina Catalina de Lancaster
(1373-1418). Este religioso no solo habría financiado las obras de la Capilla de las Paces, en la
que fue enterrado en un sepulcro de alabastro, sino también las del claustro principal. Nada se
conserva hoy de todo ello.
14
Pérez 2008, p. 10.
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3. SINGULARIDADES ICONOGRÁFICAS DEL SEPULCRO DE DOÑA
BEATRIZ DE PORTUGAL
El sepulcro de la reina se alza sobre un basamento en el que se han
representado diez leones recostados que devoran u oprimen tanto figuras y
cabezas humanas como animales (reales y fantásticos) y correas o filacterias15,
los cuales alternan con escudos de Portugal, cuyas quinas no se conservan16. Los ángulos se ornamentan con torrecillas coronadas por pináculos y
en la tapa descansa la yacente de la reina, ataviada con ricas vestiduras, que
está siendo coronada por dos ángeles, a la vez que sostiene en sus manos un
libro abierto que apoya sobre su pecho y un rosario cuyas cuentas parece estar
acariciando (fig. 2).
Fig. 2. Detalle de la yacente de la reina. Sepulcro de Beatriz de Portugal.
Monasterio del Sancti Spiritus de Toro (Zamora). Foto: autora.
15
Encontramos también leones dominando tanto figuras humanas como animales en los
sepulcros de don Dionís y Fernando I de Portugal: Fernandes 2009, pp. 91-93.
16
Según Teresa Sedano Martín, el conjunto funerario de la reina Beatriz de Portugal se habría completado con un retablo o tríptico del cual tan solo se conservan dos tablas en las que se
representan dos santos dominicos: santo Tomás de Aquino, acompañado de un fraile predicador
en actitud orante, y san Pedro Mártir de Verona. Ambas se custodian en el museo del Monasterio del Sancti Spiritus de Toro: Sedano 2013, pp. 118-123. Resultaría interesante tratar de recomponer, en futuros trabajos, el proyecto original en el que se integraba el sepulcro de Beatriz
de Portugal. Ello nos permitiría tener un conocimiento más profundo del ámbito funerario de la
reina, así como del posible carácter programático de este.
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Los costados menores están decorados con la Crucifixión (fig. 3)
y la Anunciación (fig. 4) mientras que los frentes mayores muestran, uno
de ellos, la yacente de la reina luciendo el hábito dominicano17, con el que
fue amortajada18, a cuyos pies se ha conservado una interesante representación de un fraile dominico, en quien se ha querido ver a santo Domingo de Guzmán, acompañado del arcángel san Gabriel19 (fig. 5), y el otro,
seis miembros de la Orden de Predicadores flanqueados por san Pedro y
san Pablo, cobijados por arcos. Estos fueron identificados por Margarita
Ruiz Maldonado como san Raimundo Peñafort (ca.1175-1275)20, san Pedro Mártir (ca.1205-1252), santo Tomás de Aquino (1224/5-1274), san
Alberto Magno (ca.1193-1280), san Vicente Ferrer (1350-1419) y santa Catalina de Siena (1347-1380), cuya iconografía procederemos a comentar
(fig. 6)21.
17
Al igual que ha apuntado Carla Varela Fernandes sobre el sepulcro de la reina portuguesa Isabel de Aragón (ca. 1330), conservado en el convento de Santa Clara-a-Velha
de Coimbra, el túmulo de Beatriz de Portugal sería un reflejo de la imagen que la reina
tenía de ella misma, así como de su conducta religiosa y moral, con la intención de quedar
para siempre, en su caso, connotada a la Orden de Santo Domingo, cuyo hábito viste en
uno de los laterales y junto a cuyos miembros más ilustres aparece representada. Encontramos también imágenes de frailes y monjas dominicanos en sagradas conversaciones en
los frentes del sepulcro de doña Constanza Manuel (ca. 1345), abuela paterna de Beatriz
de Portugal e hija de don Juan Manuel, gran devoto de la Orden de Predicadores, procedente del convento de Santo Domingo de Santarém, conservado actualmente en el Museu
Arqueológico do Carmo de Lisboa. Sin embargo, “en vez de santos y santas, Dª Constanza
prefirió, tal como D. Dinis o la hija bastarda de D. Alfonso III, Leonor Alfonso, la presencia de imágenes de los religiosos de las casas de su sepultura (cistercienses, en el caso de
D. Dinis, o mendicantes, en los casos de Leonor Alfonso y Dª Constanza Manuel). Estos
son sus privilegiados mediadores en el tránsito hasta el Más Allá”: Fernandes 2006, p. 218.
Véase también Ramõa 2010, pp. 63-81.
18
Manuel Gómez Moreno y José Navarro Talegón creen ver en esta imagen un retrato de la
priora Leonor de Castilla. Gómez 1927, p. 226; Navarro 1980, p. 238. La relevancia iconográfica de la presencia del yacente doble, así como la tradición a la que obedece y la significación
a la que responde fueron ya analizadas por Teresa Sedano Martín: Sedano 2013, pp. 108-109.
19
Ruiz 1993, p. 146; Lucía 2013, pp. 98-99.
20
César Olivera Serrano recoge la hipótesis de José Félix Duque de que en realidad se trate
de una representación de fray Gil de Santarém. Olivera 2014, p. 174, nota 45.
21
José Navarro Talegón identifica a los santos representados como san Luis de Beltrán
(1526-1581), san Pedro de Verona, santo Tomás de Aquino, san Jacinto de Polonia (†1257), san
Raimundo de Peñafort y santa Catalina de Siena, resultando imposible la presencia del primero
de ellos en el sepulcro de la reina Beatriz de Portugal puesto que, como ya se ha indicado, nació
en 1526. Navarro 1980, p. 238.
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Fig. 3. Crucifixión en la cabecera del sepulcro de la reina Beatriz de Portugal.
Monasterio del Sancti Spiritus de Toro (Zamora). Foto: autora.
Fig. 4. Anunciación a los pies del sepulcro de la reina Beatriz de Portugal.
Monasterio del Sancti Spiritus de Toro (Zamora). Foto: autora.
Fig. 5. Imagen de la reina Beatriz de Portugal vestida de monja dominica con fray
Gil de Santarém a sus pies. Sepulcro de Beatriz de Portugal. Monasterio del Sancti
Spiritus de Toro (Zamora). Foto: autora.
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Fig. 6. Santos dominicos flanqueados por san Pedro y san Pablo.
Sepulcro de Beatriz de Portugal. Monasterio del Sancti Spiritus de Toro (Zamora).
Foto: autora.
En primer lugar, cabe señalar la posibilidad de que, como ya apuntó
Teresa Sedano Martín, el fraile predicador representado a los pies de la reina
no sea santo Domingo de Guzmán (fig. 7). A pesar de que la rama de vid se ha
puesto en relación con la comparación que en la Vita prima de Pedro Ferrando
(1235-1239) se establece entre la Orden de Predicadores y los jornaleros de
la Viña del Señor22, idea ya presente en la bula de canonización de santo Domingo (1233-1234)23, la presencia del barril de vino nos hace apoyar la identificación propuesta por la citada autora, quien muy acertadamente ha señalado
22
“El bienaventurado Domingo, después de trabajar sin descanso, fue llamado por el Señor de la Viña, de quien recibió la paga convenida que no fue otra que la entrada en la gozosa y
definitiva gloria de la eternidad”: Galmes, Gómez 1987, p. 243.
23
“Al despuntar el día, unos jornaleros se fueron a la viña habiendo concertado su paga en
un denario. A media mañana, al mediodía y a la tarde, el número de jornaleros aumentó. Incluso
al caer de la tarde fueron contratados en las mismas condiciones los últimos jornaleros [Mt 20,
1-7]. Estos son los Frailes Predicadores, cuya Orden recibió la protección de la Providencia
para hacer frente a todo tipo de dificultades, y también para que, llegado el momento del juicio de Aquel que acató la sentencia humildemente, aumentara el número de los testigos. Así,
pues, desde ahora y en su vejez, serán fecundos para que dócilmente proclamen que nuestro
Dios y Señor es justo [Sal 91,16]…Fundador y Padre amado de esta Orden fue santo Domingo”:
Gelabert, Milagro 1966, p. 293; Galmes, Gómez 1987, pp. 221-222. Se ha conservado una imagen de santo Domingo de Guzmán, procedente del convento de Santo Domingo de Pontevedra
(1340-1350), en la que el santo fundador aparece acompañado de la figura de un perro recostado
de cuya boca brota un tallo de vid con racimos que se prolonga cubriendo el escapulario del
santo, quien sostiene la rama con ambas manos. Carmen Manso Porto, haciéndose eco de las
investigaciones de Serafín Moralejo, relaciona este motivo con las primeras biografías del santo
en las que es presentado ante el lector como el guardián de la viña de Jesucristo. Manso 1993,
tomo I, p. 144 y tomo II, p. 562, VI, láms. 86 y 87. Véase también Fraga 2007, pp. 3-4.
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que quien vela a la reina es en realidad fray Gil de Santarém (ca.1185-1265)24.
Este fraile portugués fue un teólogo, médico, docente, erudito y traductor, natural de Vaozela, diócesis de Viseo (Portugal), nacido en el seno de una familia
noble. Conocido como el Fausto portugués, fray Gil, experto en artes ocultas
y nigromancia, habría abandonado el camino del pecado al visitar el convento
de San Pablo de Palencia, donde profesó como dominico.
Fig. 7. Fray Gil de Santarém a los pies de la imagen de la reina Beatriz de Portugal,
vestida de monja dominica. Sepulcro de Beatriz de Portugal. Monasterio del Sancti
Spiritus de Toro (Zamora). Foto: autora.
Desde el punto de vista iconográfico, cabe señalar que el barril o pipa
de vino aparece de nuevo, o bien a los pies, o bien en manos de fray Gil de Santarém, en las imágenes que de este fraile predicador se han conservado en Castilla en las fachadas de San Pablo de Valladolid y San Esteban de Salamanca,
posteriores ambas a la obra objeto de estudio25. Tal y como ha sido apuntado
24
Sedano 2013, pp. 109-111.
Andrés 2006, p. 62; Andrés 2008, pp. 119-131. Véase también Custódio 1997b, pp. 54-55:
“Surge associado ao tonel de vinho e ao cacho de uvas, como acontece na fachada principal
da sua Capela em Vouzela, ou no cadeiral da Igreja Matriz da mesma Vila, ou ainda na fachada de São Estevão de Salamanca e na Porta de ferro da Capela de São Paulo, em Palência”.
25
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por Jorge Custódio, o tonel de vino anda aos diversos milagres da “multipliação” do vinho, um dos quais em Salamanca, que lhe são atribuídos26.
Su inclusión en el sepulcro de Beatriz de Portugal, la cual creemos
pondría de manifiesto la directa intervención de la reina en el programa iconográfico del mismo, aspecto en el que profundizaremos más adelante, estaría
justificada tanto por el origen portugués de fray Gil, quien llegó a ocupar
hasta en dos ocasiones el provincialato de España (1234-1245 y 1257-1261)27,
como por la relación de este con Santarém. Recordemos que Fernando I de
Portugal no solo mandó ser enterrado en San Francisco de Santarém, sino
que hizo también trasladar a este convento de frailes menores los restos de su
madre, doña Constanza Manuel (1316-1345), abuela de la reina Beatriz, quien
se hallaba sepultada en el convento de Santo Domingo de esta misma ciudad
lusa28. En este cenobio se custodiaba, además, el sepulcro de fray Gil29, cuya
yacente se puede ver hoy en el Museu Arqueológico do Carmo de Lisboa30. De
hecho, la estrecha relación que Fernando I de Portugal mantuvo con Santarém
fue ya puesta de manifiesto por Rita Costa Gomes, al haber sido esta la ciudad
más visitada por la corte lusa durante el reinado del mencionado monarca31.
Por ello, la presencia de fray Gil de Santarém a los pies de la imagen
de Beatriz de Portugal, a modo de santo protector, podría responder tanto a
una devoción personal de la reina como a un deseo de hacer referencia a su origen portugués, a su padre y abuela, enterrados en Santarém, y, sobre todo, a su
legitimidad como heredera de la Corona lusa, aspecto que se vería reforzado
tanto con la presencia exclusiva de escudos portugueses en el sepulcro32, como
con la imagen de los dos ángeles que coronan la yacente de doña Beatriz33.
Al otro lado del sepulcro, los frailes predicadores elegidos para conformar la galería de varones ilustres de la Orden serían, según Margarita Ruiz
Maldonado, san Raimundo de Peñafort (†1275), quien, en lugar de las habituales llaves que aluden a su cargo de penitenciario de Roma, portaría, según
26
Custódio 1997b, p. 54.
Custódio 1997a, pp. 43 y 46; Sedano 2013, 110.
28
Custódio 1997d, p. 125; Fernandes 2005, pp. 311-315 y 343.
29
Tras su muerte acaecida en 1265, la tumba de fray Gil se convierte en objeto de culto,
transformando el convento de Santo Domingo de Santarém en un importante centro de peregrinación: Custódio 1997c, p. 94.
30
Fernandes 2006, p. 218; Custódio 1997b, pp. 53 y 55; Fernandes 2005, pp. 348.
31
Gomes 2003, p. 302, fig. 6 y pp. 307 y 319-320. Además, como ha sido ya apuntado por
David Chao Castro, Beatriz de Portugal acuñó un real en Santarém, “donde se intitula como
reina de Castilla –por su matrimonio con Juan I– y se acompaña en el reverso con los escudos
de Castilla y León alternando con los de Portugal”: Chao 2013, p. 1472.
32
Resulta cuanto menos significativo que no se incluyesen escudos de Castilla en el sepulcro
de la reina.
33
Franco 2002, pp. 114-115.
27
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esta autora, unas disciplinas; san Pedro Mártir (ca. 1203-1252), con el puñal
clavado en el pecho y la herida en el cráneo (canonizado en 1253); santo Tomás
de Aquino (1225-1274), que sujeta entre sus manos la maqueta de un templo
(canonizado en 1323); san Alberto Magno (1207-1280) y san Vicente Ferrer
(1350-1419), identificaciones que procederemos a comentar a continuación.
En lo que respecta a la imagen del supuesto fray Raimundo de Peñafort, coincidimos con Teresa Sedano Martín en que el objeto que porta en su
mano derecha es en realidad la empuñadura curva de un bastón, cuyo remate
aparece decorado con la cabeza de un animal, posiblemente un perro (figs. 8
y 9). A pesar de que no suele ser muy común este objeto en las imágenes del
santo fundador, siendo más habitual la vara de lirios, lo cierto es que, según
el testimonio de Cecilia Cesarini (1204-1290), Domingo llevaba un bastón
siempre consigo, objeto que se conserva en la actualidad entre las reliquias
personales del santo custodiadas en el convento de Santo Domingo de Bolonia
y que aludiría a su importante labor como predicador34.
Figs. 8 y 9. Santo Domingo de Guzmán y detalle de la empuñadura del bastón.
Sepulcro de Beatriz de Portugal. Monasterio del Sancti Spiritus de Toro (Zamora).
Foto: autora.
34
La Relación de los milagros obrados por santo Domingo en Roma de la beata Cecilia
Romana (ca. 1290) fue considerada desde la Edad Media una de las fuentes más fiables para
el estudio tanto de los rasgos físicos como del carisma espiritual del fundador de la Orden de
Predicadores, al haberlo conocido en persona: Lucía 2013, pp. 90-91 y 93.
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Además, en la vida de santo Domingo de Guzmán de Constantino de
Orvieto se nos cuenta que estando el santo en Roma, orando en la Basílica
de San Pedro, pidiendo a Dios que conservara y aumentara la Orden, vio cómo
se le acercaban los apóstoles Pedro y Pablo, quienes le hicieron entrega, respectivamente, de un báculo y un libro, objetos ambos con los que aparece aquí
representado y que no harían sino simbolizar la ambiciosa labor que le fue encomendada: Vete, predica, porque Dios te ha escogido para este ministerio35.
Asimismo, cabe señalar que la cabeza que remata el extremo del bastón
podría hacer alusión al cachorro que en ocasiones acompaña a santo Domingo,
inspirado en una de las visiones que tuvo Juana de Aza, madre del santo, de la
que se hacen eco el beato Jordán de Sajonia, Pedro Ferrando, el ya citado Constantino de Orvieto y Jacopo da Varazze. A la beata, le habría sido revelado que
aquello que llevaba en su vientre no era un niño sino un cachorro con una tea
prendida en sus fauces, con lo cual se prefiguraba que el hijo que había de concebir sería predicador insigne, que, con el ladrido de su palabra, excitase a la
vigilancia a las almas dormidas en el pecado y llevase por todo el mundo aquel
fuego que Jesucristo vino a traer a la tierra36. De ser así, tanto el bastón decorado
con la cabeza de perro, como el libro, exaltarían la importante labor apostólica
llevada a cabo por el santo fundador de la Orden de Predicadores y que habría de
ser continuada por sus hermanos de religión, representados junto a él37.
Al contrario de lo que ocurre con las imágenes de san Pedro Mártir y
santo Tomás de Aquino (figs. 10 y 11), la identificación de los últimos dos frailes
representados en este frente del sepulcro de la reina no parece estar clara (figs.
12 y 13). Ambos llevan como único atributo un libro, objeto que prácticamente
cualquier miembro de la Orden de Predicadores podría portar. Ninguno de los dos
santos propuestos por Margarita Ruiz Maldonado, san Alberto Magno y san Vicente Ferrer, había sido todavía canonizado en el momento de ser representado en
el sepulcro objeto de estudio. No obstante, ambos habían muerto en olor de santidad, lo que justificaría su presencia en el mismo. En el caso de san Alberto Magno,
maestro de santo Tomás de Aquino, suele ser habitual tanto en los arbre-ordo
dominicanos como en los tratados de hombres ilustres de la Orden, por lo que
no resultaría extraña la inclusión de este religioso en el sepulcro de doña Beatriz.
35
Galmes, Gómez 1987, p. 259; Sedano 2013, pp. 100-102.
Además, la imagen del cachorro motivó el apelativo de domini canes que en ocasiones se
aplica a los frailes predicadores y que tiene su reflejo plástico en la imagen alegórica de los perros blanquinegros incluidos en algunos conjuntos, como por ejemplo los frescos de la Capilla
de los Españoles de Santa María Novella en Florencia. Gelabert, Milagro 1996, pp. 148-149.
37
Además, tanto santo Domingo de Guzmán, como santo Tomás de Aquino y santa Catalina
de Siena aparecen representados descalzos, al igual que san Pedro y san Pablo. Sedano 2013,
pp. 99-102. Galmes, Gómez 1987, p. 259: “Le parecía ver a sus hijos diseminados por todo el
mundo yendo de dos en dos anunciando la palabra divina”.
36
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DIANA LUCÍA GÓMEZ-CHACÓN
Fig. 10. San Pedro Mártir de Verona.
Sepulcro de Beatriz de Portugal.
Monasterio del Sancti Spiritus de
Toro (Zamora). Foto: autora.
Fig. 11. Santo Tomás de Aquino.
Sepulcro de Beatriz de Portugal.
Monasterio del Sancti Spiritus de
Toro (Zamora). Foto: autora.
Fig. 12. Fraile dominico sosteniendo
un libro. Sepulcro de Beatriz
de Portugal.
Monasterio del Sancti Spiritus de
Toro (Zamora). Foto: autora.
Fig. 13. Fraile dominico sosteniendo
un libro. Sepulcro de Beatriz
de Portugal.
Monasterio del Sancti Spiritus de
Toro (Zamora). Foto: autora.
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Por otro lado, el culto a san Vicente Ferrer así como sus representaciones suelen ser posteriores a su canonización en 145538, por lo que en el
caso de que la hipótesis de Margarita Ruiz Maldonado fuese cierta, se trataría
de una de las primeras representaciones del reformador valenciano, el cual
no solo mantuvo una estrecha relación con la familia real y, en especial, con
Fernando de Antequera, sino que también predicó por tierras castellanas entre 1411 y 1412, siendo reclamado por la propia reina Catalina de Lancaster
(†1418), devota de la Orden de Predicadores39, quien deseaba gozar de sus
homilías en la corte40. Teresa Sedano Martín ha planteado también la posibilidad de que el último fraile aquí representado sea, en realidad, Raimundo
Peñafort41, hipótesis que consideramos igualmente válida, ante la ausencia
de elementos iconográficos que nos permitan decantarnos por una de las dos
identificaciones propuestas.
La galería de varones ilustres se completa con la imagen de santa
Catalina de Siena42 (fig. 14), quien, al contrario que el resto de sus hermanos,
carece de filacteria identificativa, la cual, quizás, no resultase necesaria por lo
familiarizada que la comunidad de religiosas del Sancti Spiritus habría estado
por aquel entonces con la figura de la mantellata sienesa, fallecida el 29 de
abril de 1380 y canonizada en 1461, es decir, en época posterior a la realización del sepulcro de la reina Beatriz de Portugal, lo que la convertiría en una
de las representaciones más antiguas de la terciaria dominicana conservadas
en Castilla, cuestión de enorme relevancia que hasta ahora no había sido puesta de relieve43.
38
Mateu 1955, pp. 33-49; Zucker 1992, pp. 181-193; Carmona 2003, pp. 460-464.
Sobre la devoción de la reina Catalina de Lancaster por la Orden de Predicadores véase
Nogales 2008, pp. 66 y 79; Lucía 2014; 2016a, pp. 43-45; 2016b.
40
Ruiz 1993, p. 144.
41
Sedano 2013, p. 105.
42
Santa Catalina de Siena aparece representada como monja dominica, tal y como figura
en los manuscritos iluminados conservados de su Legenda maior, fechados entre 1461 y 1470:
Hamburger, Signori 2013, p. 8.
43
Según Marta Cendón Fernández, en el sepulcro del arzobispo don Diego de Anaya, santa
Catalina de Siena aparecería representada junto a santo Domingo de Guzmán, san Pedro Mártir
y san Alberto Magno. Sin embargo, creemos que el hecho de que porte una palma de martirio
dificultaría dicha identificación ya que la santa dominicana no murió mártir, sino a consecuencia de una larga enfermedad: Cendón 2003, pp. 48-49 y 51-52.
39
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DIANA LUCÍA GÓMEZ-CHACÓN
Fig. 14. Santa Catalina de Siena. Sepulcro de Beatriz de Portugal.
Monasterio del Sancti Spiritus de Toro (Zamora). Foto: autora.
La presencia de santa Catalina de Siena junto a algunos de los miembros más destacados de la Orden de Predicadores vendría también determinada por el papel que la religiosa reivindicaba para las mujeres en el seno de la
Iglesia, las cuales debían aspirar a los mismos ideales de amor a Dios y ejercicio de las virtudes que los hombres. La santa sienesa les invitaba a comportarse virilmente, a tener un corazón viril, colmado de fortaleza44. Sin embargo,
a pesar del protagonismo alcanzado por la santa sienesa a fines del siglo XIV,
según ha señalado Dominique Donadieu-Rigaut, no se habría incluido en el
árbol genealógico de la Orden de Predicadores a la rama femenina de esta hasta 1473, año en el que se fecha el grabado de la Albertina de Viena, inspirado
en el Liber de viris illustribus ordinis praedicatorum (1466) del reformador
fray Johannes Meyer. Desde el punto de vista literario, a finales del siglo XIV
los catálogos dominicanos “de hombres ilustres” comenzaron a incorporar a
44
Sesé 1993, pp. 639 y 646.
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determinadas terciarias y monjas contemplativas, hecho que podría estar relacionado con el importante papel desempeñado por las religiosas en la defensa
de la observancia regular y la re-espiritualización de las órdenes mendicantes
a fines de la Edad Media45.
Mientras que el resto de miembros de la orden representados en el
frente del sepulcro muestran una postura relativamente frontal, la religiosa
aparece girada hacia su izquierda, alzando tanto su mirada como sus manos hacia el crucifijo esculpido en la enjuta derecha del arco que la enmarca
(fig. 15), reproduciéndose así la estigmatización de la santa46, uno de los episodios más relevantes y polémicos de la vida de la mantellata, narrados por el
beato Raimundo de Capua en su Legenda maior:
Sabed, padre, que por la misericordia del Señor llevo ya en mi
cuerpo sus estigmas… He visto al Señor clavado en la cruz viniendo hacia mí en medio de una gran luz. Ha sido tal el impulso
de mi alma, deseosa como estaba de ir hacia su Creador, que el
cuerpo se ha visto obligado a levantarse. Entonces, de las cicatrices de sus sacratísimas llagas, he visto bajar hacia mí cinco
rayos sangrientos, dirigidos a las manos, a los pies y al corazón.
Como conocía el misterio, he exclamado de inmediato: “¡Ah!
Señor, Dios mío, te lo ruego: que no aparezcan las cicatrices en
el exterior de mi cuerpo”. Mientras decía esto, antes de que los
rayos llegasen a mí han cambiado de color, del de sangre que
tenían a un color resplandeciente; bajo la forma de una pura luz
han llegado a los cinco puntos de mi cuerpo: las manos, los pies
y el corazón47.
45
Donadieu-Rigaut 2005, p. 297.
Cabe señalar el hecho de que Catalina de Siena no fue la primera religiosa dominicana
que sufrió estigmas, sino que existe un claro precedente en la Orden. Nos referimos a santa
Margarita de Hungría. Sin embargo, hay una serie de detalles iconográficos que han permitido
a todos los investigadores que se han aproximado al estudio de este sepulcro, afirmar con rotundidad que la aquí representada es claramente la mantellata sienesa. En primer lugar, no porta ni
parece haber llevado nunca una corona, como suele ser habitual en las imágenes de la princesa
húngara, ni tampoco cubre su cabeza con el velo negro de la Segunda Orden de Santo Domingo,
sino que, en el caso que nos ocupa, se trata de una prolongación del manto, elemento propio del
hábito de las religiosas terciarias. Sobre la estigmatización de santa Margarita de Hungría y su
iconografía véase Klaniczay 2009, 2013.
47
Raimundo de Capua, Santa Catalina de Siena, trad. Vicens, pp. 205-206. Véase también Raimundo de Capua, Santa Caterina da Siena. Legenda maior, ed. Tinagli, pp. 182-183.
Papasogli 1953, pp. 162-163.
46
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Fig. 15. Detalle de Santa Catalina de Siena. Estigmatización. Sepulcro de Beatriz de
Portugal. Monasterio del Sancti Spiritus de Toro (Zamora). Foto: autora.
La invisibilidad de los estigmas de santa Catalina de Siena fue duramente criticada por la Orden de Frailes Menores, los cuales consideraban la
estigmatización un privilegio exclusivo de su santo fundador, san Francisco
de Asís, enfrentamiento al que no se pondría fin hasta el pontificado de Urbano VIII (1623-1644), quien finalmente ratificó el milagro de los estigmas de
la santa dominicana48. El 6 de septiembre de 1472, el papa franciscano Sixto
IV (1471-1484) emitió una bula por medio de la cual prohibió, bajo pena de
excomunión, tanto las imágenes de santa Catalina de Siena con sus estigmas,
como las alusiones a su estigmatización en los sermones, prohibición que el
pontífice confirmó por medio de otra bula el 26 de julio de 1475 y que fue
públicamente apoyada por la propia Orden de Predicadores en el capítulo general celebrado en Perugia el 10 de mayo de 147849.
Como ya se ha indicado más arriba, a la cabecera del sepulcro, aparece representada la Crucifixión, flanqueada por ángeles con dalmáticas, esculpidos en las torrecillas de los ángulos, en la que la Virgen María se desploma
en los brazos de san Juan Evangelista, mientras que, al otro lado de la cruz,
María Magdalena aparece acompañada por un personaje masculino con gesto
48
49
Sedano 2013, pp. 103-104.
Reichert 1900, p. 342; Giunta 2012, pp. 259-273.
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de dolor. La postura que presenta María Magdalena, arrodillada ante la cruz,
mostrando las palmas de las manos, en actitud orante, recuerda a las representaciones de la estigmatización de santa Catalina de Siena (fig. 16), quien, al
contrario que en el sepulcro de la reina Beatriz, suele aparecer arrodillada ante
la visión del crucifijo, mostrando, al igual que la santa penitente, las palmas
de las manos en las que habría de recibir los estigmas de Cristo. De esta forma
aparece representada en la tabla central de la predela del Políptico de Santa
Catalina de Siena y cuatro mantellate (1394-1398) de la Galería de la Academia de Venecia, obra de Andrea di Bartolo; en las ilustraciones marginales
del Libellus de supplemento de Tomás Caffarini50, en la Pala dei Pizzicaiuoli
(1447-1449) de Giovanni di Paolo y en el fresco de la iglesia de Santa Catalina
de Brescia (1420-1450). En todas estas obras, la santa dominicana recibe los
estigmas en completa soledad, al igual que ocurre en el sepulcro de Beatriz de
Portugal, a pesar de que en su Legenda maior el beato Raimundo de Capua
asegure que la religiosa se hallaba en ese momento rodeada de algunos de sus
discípulos51.
Fig. 16. María Magdalena. Detalle de la Crucifixión. Sepulcro de Beatriz de
Portugal. Monasterio del Sancti Spiritus de Toro (Zamora). Foto: autora.
50
Cristoforo Corteses, Cuatro estigmatizaciones: san Francisco, Helena de Hungría, Walter
de Estrasburgo y Catalina de Siena. Libellus de supplemento, Siena, Bilbioteca comunale degli
Intronati, MS T.I.2, p. 81. Cristoforo Corteses, Cuatro estigmatizaciones: san Francisco, Helena de Hungría, Walter de Estrasburgo y Catalina de Siena. Libellus de supplemento, Bolonia,
Biblioteca universitaria, MS 1574, f. 29r. Imágenes reproducidas en Ganz 2013, pp. 252 y 257.
51
Ibidem, pp. 285-287. Véase también Giunta 1999, pp. 319-347.
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Este mismo autor hace también alusión a la vida de penitencia que
desde muy joven adoptó Catalina, a imitación de María Magdalena52, santa
por la que sintió siempre una especial devoción53 y que años más tarde le
sería asignada como maestra54, hecho biográfico que podría haber motivado
la mencionada similitud iconográfica. En este sentido, cabe señalar que la
propia santa Catalina de Siena, en varias de sus cartas, recomienda a María
Magdalena a sus destinatarias, ya sean laicas o religiosas, como un ideal de
comportamiento femenino55. Esto pudo haber motivado el protagonismo otorgado a la santa penitente en algunas de las obras procedentes del convento de
dominicas de Santo Domingo de Pisa56, el cual habría de convertirse en un
52
En sus cartas dirigidas a mujeres, santa Catalina de Siena presenta a María Magdalena
como el ideal de vida femenino: Sesé 1993, p. 647.
53
“Así comenzó a sentir una devoción particular hacia la Magdalena y a hacerlo todo para
imitarla, con el fin de obtener el perdón. Al crecer de continuo su devoción hacia ella, ocurrió
luego que, como con la ayuda del Señor contaremos ampliamente, el Esposo de las almas santas
y Su gloriosa genitora asignaron a la santa virgen, como maestra y madre, a la Magdalena”:
Raimundo de Capua, Santa Catalina de Siena, trad. Vicens, p. 73. Véase también Raimundo de
Capua, Santa Caterina da Siena. Legenda Maior, ed. Tinagli, pp. 59 y 73.
54
“El Señor, como si quisiera satisfacer el deseo de Catalina, le dijo: «Dulcísima hija, para
mayor consolación tuya te doy por Madre a María Magdalena. Recurre a ella con toda la fe; a
ella le confío un cuidado especial de ti». La virgen aceptó agradecida aquel ofrecimiento, se encomendó con gran humildad y veneración a María Magdalena y le rogó devota y vivamente que
cuidase de ella, pues a ella había sido confiada por el Hijo de Dios. A partir de aquel momento,
la virgen se sintió toda con Magdalena, y siempre la llamaba su madre”: Raimundo de Capua,
Santa Catalina de Siena, trad. Vicens, pp. 198-199. Véase también Raimundo de Capua, Santa
Caterina da Siena. Legenda Maior, ed. Tinagli, pp. 175-176.
55
Salvador 1982, vol. I, pp. 302 (Carta a la abadesa del Monasterio de Santa María de Siena y
a sor Nicolasa, de dicho monasterio: “A la dulcísima enamorada, Magdalena, le pediremos aquel
desagrado que tuvo de sí misma”), p. 377 (Carta a la señora Inés, esposa que fue de Micer Orso
Malavotti: “¡Oh dulcísima virgen, cómo te asemejaste a aquella discípula [del Señor], la enamorada
Magdalena! Porque, amadas hijas, si lo miráis bien, Magdalena se humilló y se conoció a sí misma,
y por eso reposó a los pies de nuestro dulce Salvador. Si inquirimos cómo demostró su amor, lo
vemos bien en la santa cruz, porque no teme ni a los judíos ni a sí misma, sino que, como una loca,
corre y abraza la cruz. No hay duda de que, por ver al Maestro, se empapa de sangre y luego se embriaga de amor, en señal de hallarse enajenada por Él”), pp. 645-646 (Carta a la señora Bartolomea
de Salvático, de Luca: “la dulce Magdalena (…) no miraba a sí sino que con sincero corazón se
vistió de Cristo crucificado. No quiso volver más a la prosperidad, a las grandezas, a sus vanidades,
abandonando todo placer y deleite del mundo. En ella no hubo otro cuidado ni pensamiento que el
modo de seguir a Cristo. En cuanto puso su pensamiento en Él y se conoció a sí misma, abrazó y
tomó el camino de la humildad, despreciándose por Dios al ver que no le podía seguir ni agradar
de otro modo. Se hizo a la idea de que era la criatura más vil que se podía encontrar (…). Ésta es la
compañera que te doy y que quiero que imites, porque tan perfectamente aprendió el camino que
se ha convertido en maestra)”; vol. II, pp. 959-960 (Carta a una meretriz, en Perusa, a petición
de un hermano de ella: “Hazte compañera y aprende de aquella dulce y enamorada Magdalena
que, cuando hubo comprendido el mal y su pecado, y se vio en estado de condenación, se levantó
enseguida con grandísimo aborrecimiento y anduvo buscando cómo hallar misericordia. Considera
atentamente que no pudo encontrarla sino en Cristo, el dulce Jesús, y por eso no se apartó de Él”).
56
De hecho, como ha señalado Ann Roberts, es probable que dicha comunidad de dominicas dispusiese de una copia de las epístolas de santa Catalina de Siena: Roberts 2008, pp. 31
y 133-148.
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RELIGIOSIDAD FEMENINA Y REFORMA DOMINICANA
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importante reducto observante, cuya comunidad habría vivido bajo el influjo
de la santa sienesa57, en quien la priora Chiara Gambacorta (1395-1419) vio
un claro prototipo de vida religiosa a imitar por todas sus hermanas58. Como
se expondrá más adelante, creemos que este modelo de vida observante, fiel
a las enseñanzas de santa Catalina de Siena, pudo haber estado igualmente
presente, por estos mismos años, entre la comunidad de religiosas del Sancti
Spiritus de Toro.
Recordemos que el culto a santa Catalina de Siena surgió de manera
inmediata a su muerte el 29 de abril de 1380, como lo demuestra el hecho de
que, para proteger su cuerpo, este tuvo que ser velado en la iglesia dominicana
de Santa María sopra Minerva y colocado detrás de una reja que lo mantenía a salvo del exaltado fervor de sus devotos. Tres días más tarde, la mantellata fue enterrada en el cementerio de dicha iglesia romana, siendo posteriormente trasladada al interior del templo y depositada en un sepulcro de mármol
en una capilla próxima al altar mayor59. Allí permaneció intacta hasta que en
1385 su biógrafo y director espiritual, el beato Raimundo de Capua, quien por
aquel entonces ocupaba ya el generalato de la Orden de Predicadores, obtuvo
el permiso de Urbano VI (1378-1389) para trasladar la cabeza de la religiosa
a su ciudad natal.
De especial interés para el presente trabajo resulta el Processo castellano, nombre dado al primer intento de canonización de la mantellata, el cual
habría tenido lugar entre 1411 y 141660, fechas que coinciden, en parte, tanto
con el retiro de la reina Beatriz de Portugal en el convento de Toro, como con
el priorato de doña Leonor de Castilla. Sin embargo, a pesar del entusiasmo de
alguno de sus más célebres discípulos, entre los que destaca el ya mencionado
Tomás Caffarini (1350-1434), autor de un tratado ilustrado en el que se analiza la estigmatización de la religiosa dominicana, incluido en su Libellus de
supplemento legendae prolixe virginis beatae Catherinae de Senis61, Catalina
de Siena no fue subida a los altares hasta 1461.
Lo que sí lograron los seguidores de Catalina de Siena en fecha más
cercana a su fallecimiento, tal y como se expondrá a continuación, fue la institucionalización de la Tercera Orden de la Penitencia de santo Domingo a
la que ella perteneció, y a cuya espiritualidad y modo de vida creemos que la
57
La propia santa Catalina de Siena escribe una carta a Chiara Gambacorta, apoyando su
deseo de abandonar el siglo y consagrar su vida a Cristo: Salvador 1982, vol. II, pp. 727-729.
58
Roberts 2008, pp. 9, 12, 73-77 y 93-94; Zarri 2013, pp. 71-72.
59
Bianchi 1988, pp. 18-23.
60
Ferzoco 2012, p. 185; Krafft 2013, pp. 29-31; Hohlstein 2013, pp. 53-56 y 62.
61
El Libellus fue objeto de un doble proceso de redacción. La primera versión se concluyó
antes de 1412, siendo revisada entre 1417 y 1418: Giunta 2012, pp. 239-262; Jungmayr 2001,
pp. 484-488.
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reina Beatriz de Portugal pudo haberse sentido próxima62, sentimiento que la
habría llevado a incluir una representación de la terciaria en su sepulcro, completando con ella la galería de miembros ilustres de la Orden de Predicadores.
4. SANTA CATALINA DE SIENA Y LA ORDEN TERCERA DE
LA PENITENCIA DE SANTO DOMINGO
En su Tractatus, Tomás Caffarini trató de mostrar a la orden terciaria
como un modo de vida religioso perfectamente estructurado, bajo la atenta supervisión de la Orden de Predicadores desde finales ya del siglo XIII63, cuando
en realidad dicha Orden no fue aprobada por el papado hasta principios del siglo
XV, momento en el que se creó la regla de la Orden dominicana de la Penitencia,
redactada entre octubre de 1402, cuando Caffarini completó la primera parte
de su tratado, y el 26 de junio de 1405, fecha en la que Inocencio VII (14041406) la confirmó por medio de su bula Sedis Apostolicae64. Si bien Martina
Wehrli-Johns atribuye la elaboración de la regla de la Orden Tercera a los frailes
reformadores y al papado romano, estamos de acuerdo con Maiju LehmijokiGardner en que no se debe menospreciar el papel que las propias religiosas
terciarias habrían desempeñado en la oficialización de su modo de vida65.
Frente a otras célebres terciarias dominicanas como Giovanna de Orvieto (ca.1264-1306) o María de Venecia (ca.1379-1399), santa Catalina de
Siena introdujo en la Orden de santo Domingo una nueva forma de rigor penitencial que logró atraer la atención del beato Raimundo de Capua y que habría
de ser empleada a principios del siglo XV como un instrumento legitimador de
la Tercera Orden de Santo Domingo66. La ya citada Legenda maior del beato
62
Recordemos que algunos reyes de la primera dinastía portuguesa, devotos del Poverello,
llegaron a ingresar en la Orden Tercera de san Francisco, entre los que destacan Sancho II
(1223-1248) o el propio Fernando I, padre de la reina Beatriz. Asimismo, Isabel de Aragón
(1271-1336), reina de Portugal, canonizada en 1625, tras enviudar tomó el hábito de las clarisas
en el convento de Santa Clara-a-Velha de Coimbra, del que era fundadora, sin llegar nunca a
profesar, actitud similar a la que pudo haber adoptado la reina Beatriz de Portugal al trasladarse
al convento toresano: Fernandes 2006, pp. 208 y 211; 2009, pp. 23, 25-26 y 84; Gomes 2009,
pp. 118-119 y 214.
63
En 1286 fray Munio de Zamora, por aquel entonces maestro general de la Orden de
Predicadores, elaboró una serie de pautas de vida religiosa para una comunidad de mujeres
de Orvieto, que nada tiene que ver con la regla que Tomás Caffarini le atribuye a principios del
siglo XV, en su Tractatus sobre la historia de la Orden de la Penitencia de santo Domingo.
64
Wehrli-Johns 2001, pp. 300-303; Lehmijoki-Gardner 2004, p. 662.
65
Lehmijoki-Gardner 2004, p. 661.
66
El término soror de poenitentia lo encontramos empleado por primera vez de manera
sistemática en la obra del beato Raimundo de Capua y Tomás Caffarini: Lehmijoki-Gardner
2004, pp. 662-669.
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RELIGIOSIDAD FEMENINA Y REFORMA DOMINICANA
629
Raimundo de Capua, redactada entre 1385 y 1395, hizo de santa Catalina de
Siena un auténtico símbolo de la vida dominicana, dirigido tanto a viudas
como a jóvenes solteras67. El carisma de la santa sienesa y su disciplinada
vocación penitencial habrían permitido la transformación de las, hasta entonces, comunidades aisladas de viudas penitentes, devotas de la Orden de Santo
Domingo, en una orden religiosa propiamente dicha68, un modo de vida semejante al que la reina Beatriz de Portugal habría llevado al final de su vida69.
Según Diega Giunta, a pesar de la importante labor divulgadora del
culto a Catalina de Siena llevada a cabo por Tomás Caffarini, este no habría
logrado hacer llegar copias a Castilla ni de su Libellus de Supplemento, ni
de los escritos de la mantellata, a causa del Cisma. Sin embargo, sí que envió
varios ejemplares de todos ellos, además de diversas imágenes de su maestra,
al Concilio de Constanza70, al que, recordemos, acudieron fray Luis de Valladolid71, en compañía de fray Juan de Torquemada72, y fray Juan Rodríguez de
Villalón73, defensores todos ellos del movimiento observante, estrechamente
ligados a la Corona castellana74. Estos religiosos no solo habrían tenido acceso a todas estas obras, sino que, incluso, pudieron haber regresado a Castilla
con algunas de ellas.
No obstante, Caffarini asegura haber enviado copias de la Legenda
maior de la santa sienesa a Castilla, Cataluña y Aragón, y a todos aquellos
reinos bajo la obediencia a Benedicto XIII (1394-1423)75. Según el testimonio
del propio discípulo de santa Catalina de Siena, Leonardo Dati, maestro general de la Orden de Predicadores entre 1414 y 1425, habría colaborado también
en la difusión de la Legenda de la santa terciaria, permitiendo a Caffarini
67
Boesch-Gajano, Redon 1982, pp. 15-36.
Lehmijoki-Gardner 2004, p. 675.
69
Ruiz 1993, pp. 143-144 y 148. De hecho, si nos fijamos en el hábito dominicano que luce
la reina en su sepulcro, este se asemeja más al de la Orden Tercera que al de la Orden Segunda,
al carecer de un velo negro que cubra su cabeza. No obstante, cabría asimismo la posibilidad de
que la pérdida de la policromía de la imagen hubiese alterado el aspecto original de la misma.
70
Giunta 1988, p. 68; Hamburger, Signori 2013, p. 6.
71
Arquero 2013, pp. 225-227.
72
Fray Luis de Valladolid habría sustituido en el cargo de confesor real al dominico fray
Juan de Morales, quien ocupó el obispado de Badajoz desde 1418 hasta su muerte, acaecida en
1443. Durante su prelatura, fue consejero de Juan II, con quien colaboró en la pacificación de la
nobleza andaluza. Al igual que fray Luis de Valladolid y fray Juan de Torquemada, formó parte
de la embajada castellana enviada al Concilio de Constanza en representación del monarca:
Medrano 1734, tercera parte, tomo primero, libro tercero, pp. 305-306; Goñi 1965, p. 265;
Nieto 1993, p. 450.
73
Arquero 2013, pp. 223-225. Ver también Villarroel 2007, vol. 2, pp. 1079 y 1347; 2010,
p. 798.
74
Arquero 2013, pp. 227-228; 2016, pp. 178-189.
75
Hamburger, Signori 2013, p. 7.
68
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hacer llegar una copia en latín de dicha obra a María de Francia (1393-1425),
hija de san Luis y monja del convento de Poissy76.
En este sentido, cabe señalar que, a pesar de que Jeffrey F. Hamburger y Gabriela Signori, consideran necesario poner en tela de juicio la llegada
de ejemplares de la obra de Raimundo de Capua a la península a principios
del siglo XV por iniciativa de Caffarini77, lo cierto es que la presencia de santa
Catalina de Siena en el sepulcro de Beatriz de Portugal pondría de manifiesto
el conocimiento que se tenía por aquel entonces en Castilla, no solo de la santa
dominicana, como miembro destacado de la Orden de Predicadores, sino también de algunos de los pasajes más destacados de su vida, como la estigmatización, narrada en su Legenda maior78. Asimismo, no debemos olvidar que
durante el Cisma, Portugal se mantuvo obediente a Roma y que hasta 1418
la Provincia de España de la Orden de Predicadores aglutinó bajo un mismo
provincial a conventos castellanos y portugueses, factor que, unido al hecho
de que las soberanas de ambos reinos, Catalina y Felipa de Lancaster, eran
hermanastras, pudo haber favorecido la temprana llegada del movimiento observante a Castilla79.
Todo ello habría permitido el desarrollo de un importante culto a
Catalina de Siena en Castilla en fechas muy anteriores a su canonización, con
el que habría estado familiarizada no solo la reina Beatriz sino, muy probablemente, toda la comunidad de religiosas del Sancti Spiritus de Toro, y que
habría favorecido en gran medida al conocimiento y difusión de la obra y espíritu reformista de la terciaria dominicana por tierras castellanas a principios
del siglo XV80.
76
“«She is a member of the order of preachers», Caffarini continues, «and had the legend
translated in to her own vernacular to disseminate the sanctity of this virgin, also among lay
people»”: Hamburger, Signori 2013, pp. 6-7.
77
“Caffarini also claims to have sent copies of the legend to Catalonia, Spain, Sicily, Aragon,
and those regions belonging to the obedience of Pope Benedict XIII (1394-1423). […] In the
British Isles and in Spain and Catalonia, the text first really ‘takes off’ with the introduction
of printing. In this as in other instances, Caffarini’s presentation is in need of revision”: Hamburger, Signori 2013, pp. 7 y 11.
78
Tal y como ha sido apuntado por Thomas Brakmann, en Alemania, a fines de la Edad Media, diversos conventos femeninos observantes contaban con un ejemplar en lengua vernácula
de la Legenda maior de santa Catalina de Siena: “Most of the manuscripts transmitting the
Geistliche Rosengarten can be found in reformed convents of Dominican nuns, which should
not come as a surprise given that its subject is the vita of a female Dominican saint”: Brakmann
2013, p. 88.
79
Lucía 2016a, pp. 57-58; Lucía 2016b, pp. 192-193.
80
Suárez 1990, pp. 15 y 27.
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5. SANTA CATALINA DE SIENA Y EL MOVIMIENTO OBSERVANTE EN LA
PROVINCIA DE ESPAÑA
En 1367, a finales del reinado de Pedro I (1350-1369), Alfonso Yáñez, obispo de Jaén, viajó a Italia con el deseo de obtener el permiso del pontífice para renunciar a la mitra y consagrarse a la vida eremítica, siguiendo
así los pasos de su propio hermano, Fernando Yáñez de Figueroa, canónigo
de Toledo, y de Pedro Fernández Pecha, antiguo mayordomo de Alfonso XI,
quienes finalmente ingresarían en la Orden de San Jerónimo. En su viaje por
tierras italianas, el citado obispo de Jaén entró en contacto con Caterina Benincasa, futura santa Catalina de Siena, experiencia que le habría llevado a
convertirse en discípulo y amanuense de la santa dominicana81.
A pesar de que durante el reinado de Enrique II (1369-1379) se produjeron las primeras manifestaciones de lo que José Manuel Nieto Soria ha
definido como “mecenazgo reformador” de la dinastía Trastámara82, será su
hijo Juan I quien asuma durante su gobierno un claro papel protagonista en lo
que a reforma religiosa se refiere83. En la puesta en práctica de esta ambiciosa
empresa desempeñaron un papel fundamental los eclesiásticos cortesanos que
rodearon y aconsejaron en todo momento al monarca, entre los que destaca
el franciscano fray Fernando de Illescas, iniciador en 1380 de la reforma del
convento de clarisas de Tordesillas84. Tal y como ha sido puesto de manifiesto
por César Olivera Serrano, en las Cortes de Palencia celebradas en 1388 se
trazaron ya las pautas generales para impulsar la renovación de las costumbres, formación, disciplina y modos de vida del clero bajo la atenta mirada de
Benedicto XIII85.
En el caso de la Orden de Predicadores, el primer proyecto reformista fue elaborado por el beato Raimundo de Capua, quien ocupó el generalato
entre 1380 y 1399. En el capítulo general celebrado en Florencia en 1374,
Raimundo de Capua, por aquel entonces prior de Santa María sopra Minerva
de Roma, fue elegido regente del convento de Siena. Se desconoce si Catalina
81
Suárez 1994, p. 280; Suárez 2008, p. 470.
Nieto 1993, p. 390.
83
Sobre el afán reformador del segundo Trastámara, tanto en el plano político como en el
espiritual, véase Suárez 1985, pp. 51-54. Sobre el patronazgo regio de San Benito el Real de
Valladolid, la cartuja de Santa María del Paular y el monasterio de Guadalupe, piedras angulares todos ellos del movimiento observante, véase Remedios 2001, pp. 41-132; Gómez 2003,
pp. 293-316; Cañas 2012, pp. 427-447; Olivera 2013, pp. 799-832.
84
López 1928, pp. 241-252; Nieto 1990, pp. 109-132; Escandell 1990, pp. 118-119; Martínez 2007, p. 793, nota 2345.
85
Olivera 2013, p. 802.
82
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DIANA LUCÍA GÓMEZ-CHACÓN
de Siena, quien asistió al encuentro86, coincidió o no con el fraile. Lo cierto es
que, según el testimonio de la religiosa, fue durante la misa de la festividad
de san Juan Bautista oficiada por fray Raimundo en Siena en 1374, cuando la
Virgen le anunció que él habría de ser su confesor y director espiritual. Como
ha señalado el padre Mortier, desde ese momento y hasta su fallecimiento en
1380, santa Catalina fue la encargada de hacer de fray Raimundo el futuro
reformador de la Orden de Predicadores87. El proyecto de reforma propuesto por el beato Raimundo de Capua se basó en la implantación de un convento
reformado en cada una de las provincias, gobernado por un superior igualmente reformado, en el que se formase a frailes observantes que habrían de
ser los responsables de propagar la observancia regular por el resto de casas88.
Por estos mismos años en Castilla, durante el reinado de Enrique III
(1390-1406), el movimiento observante experimentó un importante impulso,
promovido por Catalina de Lancaster, cuya labor reformadora habría de ser
continuada por su sucesora, María de Aragón (†1445), primera esposa de Juan
II. La devoción de la reina Catalina por la Orden de Predicadores la habría llevado a encomendar el cuidado de su alma a dos de los principales defensores
del movimiento observante: el ya citado fray Luis de Valladolid, y fray Álvaro de Córdoba89. El primero de ellos obtuvo el 5 de febrero de 1418, año en el
que doña Leonor ocupaba el priorato de Toro, el permiso de Martín V para la
fundación de diez conventos, seis masculinos y cuatro femeninos, los cuales
aspiraba a convertir en centros difusores de la reforma espiritual en Castilla90.
Por su parte, fray Álvaro fundó en 1423 el convento observante de Santo Domingo de Escalaceli (Córdoba), cuna del movimiento reformista castellano.
Años más tarde, fue nombrado prior major de los conventos reformados de la
Provincia de España, a petición de la reina María de Aragón, según consta en
una bula papal fechada el 4 de enero de 142791.
La influencia ejercida por parte de dichos confesores reales en Catalina de Lancaster queda reflejada en el propio mecenazgo reformador de la
reina quien en 1394 fundó el que habría sido el primer convento femenino
observante castellano: el Monasterio de San Pedro Mártir de Mayorga (Valladolid). Sin embargo, este no habría sido el único convento reformado de
la Orden de Predicadores bajo el patrocinio de la reina. Recordemos que en
86
Salvador 2011, pp. 9-10
Mortier 1907, pp. 505-506. Véase también Kaeppelli 1980, vol. III, pp. 288-290.
88
Beltrán 1939, p. 1.
89
Ribas 1687, pp. 64 y 100; Huerga 1981, pp. 64-67, 73, 81 y 87-90; Arquero 2016,
pp. 194-217.
90
Bullarium Ordinis Fr. Praedicatorum 1730, pp. 534-535.
91
Ibidem, p. 674.
87
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RELIGIOSIDAD FEMENINA Y REFORMA DOMINICANA
633
1399 Catalina de Lancaster donó a la Orden de Santo Domingo el santuario
de Santa María la Real de Nieva (Segovia), en el que, a la luz del programa
iconográfico desarrollado tanto en el interior del templo como en el claustro,
el espíritu observante habría estado presente, al menos, desde 1414, año en el
que se fecha el inicio de las obras de ampliación y monumentalización del conjunto conventual92.
María de Aragón sucedió a Catalina de Lancaster en el señorío y
patronazgo de la villa y monasterio segovianos. Durante su reinado se habría
oficializado la reforma espiritual del convento de Santa María la Real de Nieva, fechada en 1439, la cual creemos pudo haber sido impulsada por la propia
monarca. De hecho, entre los confesores de la reina María se encontraba el ya
citado fray Juan Rodríguez de Villalón93, dominico al que la reina Catalina habría confiado también el cuidado de su alma, y al que fray Lope de Barrientos
hizo entrega del convento reformado de la Peña de Francia (Salamanca) el 11
de junio de 143794.
En lo que respecta a la reina Beatriz, César Olivera Serrano ha señalado ya el apoyo que la reina viuda habría ofrecido al movimiento observante. Dicho mecenazgo reformador se haría especialmente evidente en villas
bajo el señorío de doña Beatriz como Valladolid y Toro,
donde se observa un patronazgo en favor de los monasterios de
dominicos, franciscanos y mercedarios, y en los que, aunque la
mayoría de sus intervenciones se enmarca en el campo meramente material o jurisdiccional, en algún caso parece detectarse
un propósito deliberado de favorecer la reforma observante o de
perpetuar la memoria de la monarquía95,
aspectos ambos reflejados en el programa iconográfico del sepulcro de la reina Beatriz y que responderían, sin lugar a dudas, a la intencionalidad de los
ideólogos, ¿o acaso deberíamos decir ideólogas?
92
Lucía 2014; 2016a, pp. 143-225; 2016b.
Fray Juan habría sido también confesor de Catalina de Lancaster, prior de San Pablo de
Valladolid (1404) y, según Luis Lorente Toledo, prior provincial en 1427. Medrano 1734, tercera parte, tomo primero, libro tercero, p. 454; Alonso 1916, p. 409; Hoyos 1966, tomo I, p. 45;
Palomares 1973, pp. 106 y 132.
94
“Al P. Maestro Fr. Juan de Villalón, confesor de la Reina nuestra Señora, fraile de la dicha
Orden de Predicadores, especialmente para que por mí, e en mi nombre de la dicha Orden,
podades tomar e tomades posesiones de la dicha casa e ermita de Santa María de la Peña de
Francia, e para que podades fundar e fundéis, o fagades fundar e edificar monasterio de la dicha
Orden de Predicadores en la ermita de Santa María, según que en la manera e forma en las
cartas de donación e traspasamiento de la dicha Orden e a mí, el dicho Maestro, se ha hecho”:
Colunga 1990, p. 42. Véase también Alonso 1916, p. 409.
95
Olivera 2014, p. 172. Véase también Olivera 2005a, pp. 201-218.
93
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6. BEATRIZ DE PORTUGAL Y SOR LEONOR DE CASTILLA:
¿IDEÓLOGAS DEL SEPULCRO?
Hasta ahora autores como Luis Suárez Fernández, César Olivera
Serrano y Teresa Sedano Martín han defendido la posibilidad de que quien
encargó el sepulcro de la reina hubiese sido alguien próximo a esta, como por
ejemplo su capellán, Miguel Rodríguez de Molina, abad de Medinaceli; el cardenal Alfonso Carrillo de Albornoz; Juan II; su heredero y testamentario, don
Juan Vázquez de Cepeda o de Tordesillas, obispo de Segovia96; o fray García
de Castronuño, confesor de la reina Catalina de Lancaster e hijo del convento de San Ildefonso de Toro, donde mandó ser enterrado97. Sin embargo, tras
analizar el programa iconográfico del sepulcro de la reina creemos que se trata
de una obra estrechamente ligada a ella y, por lo tanto, una empresa personal de doña Beatriz, un auténtico testamento en piedra, lo que no habría impedido la colaboración y orientación en materia espiritual de algún miembro de
la Orden de Predicadores, no necesariamente masculino.
Como ya se ha señalado con anterioridad, la estancia de la reina Beatriz de Portugal en el convento del Sancti Spiritus habría coincidido en el
tiempo con el priorato de la ya citada Leonor de Castilla98, fallecida en 144499.
Tras enviudar en 1393, la hija ilegítima del infante don Sancho de Castilla
habría tomado los hábitos en el convento del Sancti Spiritus de Benavente,
siendo años más tarde trasladada al convento toresano, en el que habría sido
nombrada priora, cargo que todavía ocupaba en 1426100.
Según Manuel Joseph de Medrano, el traslado de Leonor de Castilla
al convento del Sancti Spiritus de Toro habría sido motivado no solo por el
cariño que los reyes sentían por doña Leonor sino también por el rigor que
habría caracterizado a la religiosa:
Es muy creíble, que el cariño de los Reyes, que deseaban tenerla
cerca, fuesse causa de esta mutacion, si yà no fuè, porque siendo
esta Señora, no menos esclarecida en la Religion, que lo era en el
nacimiento, determinaron los Prelados illustrar el Convento de
96
Sin embargo, como ha señalado el propio César Olivera Serrano, en las mandas testamentarias del prelado no figura el nombre de la reina ni se hace alusión al convento del Sancti
Spiritus: Olivera 2005a, pp. 392-393.
97
Olivera 2005a, pp. 392-393, nota 98; Sedano 2013, pp. 121-122.
98
“El infante don Sancho tuvo otra hija, aunque ilegítima, que vivió en el convento de Sancti
Spiritus de Toro a comienzos del siglo XV, donde llegó a ser priora, de la cual nos han llegado
noticias de sus contactos con su medio hermana Leonor, la reina de Aragón. Allí tuvo por fuerza
que coincidir con la reina exiliada”: Olivera 2005a, pp. 293-294.
99
Pérez 2008, p. 12.
100
Galindo 1976, doc. 20, p. 214; Olivera 2005a, pp. 293-294, nota 263.
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635
Toro con la observancia de esta Señora, cuya regia calidad, daba
à los exemplos mucho vigor101.
La observancia de sor Leonor sería igualmente alabada por su propia
hermanastra, la reina Leonor de Alburquerque, madre de la reina María de
Aragón y devota, al igual que su marido, de la Orden de Predicadores, quien
en la donación fechada el 21 de junio de 1418, afirma que le ha sido certificada su buena vida contemplativa, hecho que, junto a sus continuas oraciones
por las ánimas de los reyes, hacían merecedora a dicha comunidad de la protección real:
Considerando esso mismo el gran debdo de sangre, que vos Doña
Leonor nuestra hermana, Priora del Monasterio de Sancti Spiritus
de Toro, avedes con Nos, e como por servicio de Dios escogistes
ser apartada en Religión. E otrosi, porque avemos sido certificada
de vuestra buena contemplativa vida, e como avedes tenido, e
tenedes continuas oraciones, por las animas de los Reyes, e Reyna donde nos venimos…Nos la Reyna Doña Leonor, Condesa de
Alburquerque…otorgamos…à vos la dicha Doña Leonor, nuestra
hermana, Priora del dicho Monesterio de Sancti Spiritus de Toro,
diez mil maravedís102.
Si bien se desconoce la fecha exacta en la que Leonor de Castilla fue
trasladada al monasterio de Toro, Rafael de Floranes y Encinas, en sus Memorias para la historia de la Ciudad y Tierra de Toro, data la llegada de la religiosa
en torno a 1410103, motivo por el que creemos que el privilegio fechado el 24
de octubre de 1411, por medio del cual Juan II, en su minoría de edad, es decir,
durante la regencia de su madre la reina Catalina de Lancaster y su tío, don
Fernando de Antequera, cuñado de doña Leonor, concede al Monasterio de
Sancti Spiritus de Toro ocho mil maravedís para su mantenimiento, podría
indicar la presencia ya de la infanta castellana en el cenobio toresano, a partir
de cuyo priorato las rentas se vieron incrementadas significativamente. De
hecho, seis años más tarde, en 1424, el convento toresano recibiría, de nuevo
de parte de la Corona, dieciocho mil maravedís104.
Por último, a fines ya del siglo XIX, retomando lo apuntado por el
padre Medrano, José María Quadrado se refiere a doña Leonor como la refor101
Medrano 1729, segunda parte, tomo primero, libro segundo, p. 199.
Ibidem.
103
Floranes 1994, p. 110: “Tal lo fue la ilustre doña Leonor, hermana de la reina de su
nombre…la cual, por los años 1410 o cerca, fue traída del monasterio de Sancti Spiritus de
Benavente, donde estaba religiosa, para gobernar éste, como que se suponía de más autoridad y
consideración; y aún seguía en él con el cargo de priora en 1418”.
104
Galindo 1976, docs. 17 y 19, pp. 213 y 214; Navarro 1980, pp. 229-231.
102
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madora del Monasterio de Sancti Spiritus de Toro105. Es muy probable que
durante el priorato de doña Leonor, el convento toresano se hubiese visto sometido a un importante proceso de reforma y revitalización espiritual, similar al que Chiara Gambacorta habría impulsado por esos mismos años en el
ya citado convento de dominicas de Santo Domingo de Pisa, y cuyo modelo
a seguir no habría sido otro que la propia santa Catalina de Siena106. En el
caso toresano, dicha reforma espiritual habría contado además con el apoyo
de Beatriz de Portugal, defensora, como hemos visto, del movimiento observante. La reina habría deseado dejar testimonio de esta floreciente corriente
espiritual en su propio sepulcro, en cuyo programa iconográfico creemos que
habría intervenido también de manera directa la por aquel entonces priora,
sepultada en el coro junto a Beatriz de Portugal y doña Teresa Gil107. La humildad y observancia de la mencionada religiosa la habrían llevado a enterrarse,
a pesar de su sangre real, en el suelo, bajo los pies de sus hermanas, quizás en
un intento de emular a santo Domingo de Guzmán, quien pidió ser enterrado
de la misma forma en el coro de Santo Domingo de Bolonia, en una última
muestra de absoluta austeridad108.
7. CONCLUSIÓN
El sepulcro de la reina Beatriz de Portugal es una obra excepcional en
el panorama artístico castellano de la primera mitad del siglo XV. Como había
sido señalado ya por otros autores, a través de su programa iconográfico se
habría tratado de reclamar, por última vez, el derecho al trono portugués de la
segunda esposa de Juan I de Castilla. Muestra de ello serían los dos ángeles
que coronan a la reina, los escudos de Portugal que decoran el sepulcro, ante la significativa ausencia de las armas castellanas, y la presencia de fray
Gil de Santarém a los pies de la imagen de Beatriz de Portugal vestida con el
hábito dominicano.
Sin embargo, como se ha tratado de demostrar, este no sería el
único mensaje contenido en la obra objeto de estudio. El sepulcro de la reina
constituiría, a su vez, uno de los principales testimonios del apoyo que las pri105
Quadrado 1861, p. 452, nota 1: “Dª Leonor se metió monja en el convento de Sancti Spiritus de Benavente…y aquella sin duda es la reformadora del convento de dominicas en Toro”.
106
Roberts 2008, p. 9.
107
“La infanta Leonor de Castilla, como monja dominica, quiso despojar su última morada
de todo aparato exterior, y hoy sólo un rectángulo de azulejos marca su sepultura”: Casas 1950,
p. 95.
108
Galmes, Gómez 1987, p. 50.
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meras corrientes reformadoras dominicanas recibieron en Castilla por parte de
la dinastía Trastámara y, muy especialmente, de las reinas, entre las que se incluiría la propia Beatriz de Portugal.
La galería de varones ilustres de la Orden de Santo Domingo que decora el sepulcro, se completa con la representación de santa Catalina de Siena.
La inclusión de la imagen de la santa sienesa, una de las más antiguas conservadas en España, demostraría el profundo conocimiento que se tenía ya de
la obra de la terciaria dominicana en Castilla en el primer tercio siglo XV,
es decir, cuando aún no había sido canonizada. Tan extraordinaria presencia
sería consecuencia del mecenazgo reformador de la reina, así como del posible asesoramiento de sor Leonor.
Ambas mujeres habrían hecho del sepulcro un auténtico manifiesto
en defensa no solo del carisma original de la Orden de Predicadores y de su
labor apostólica, exaltada por la presencia de san Pedro y san Pablo, sino
también de la importancia de la rama femenina de esta y, principalmente, de
la Orden Tercera, con la que pudo estar familiarizada la reina castellana, y la
cual se presenta ante el espectador como verdadera depositaria y continuadora
del legado espiritual de santo Domingo de Guzmán.
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Fecha de recepción del artículo: diciembre 2014
Fecha de aceptación y versión final: septiembre 2015
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