El exorcista del Papa (2023), de Julius Avery

El padre Gabriele Amorth es el experimentado exorcista de la diócesis de Roma, que sabe distinguir muy bien un caso de posesión diabólica de un trastorno mental de un supuesto endemoniado. El mismo Papa en persona le encomendará el caso de Henry, un niño poseído desde que vive con su madre viuda y su hermana adolescente en una antigua abadía en Segovia, recién heredada y que necesita ser restaurada. Le ayudará en su enfrentamiento con el demonio un sacerdote español, el padre Tomás, nada ducho en tareas de exorcista, como él mismo dice, sólo sabe “lo básico”.

En 1973 William Friedkin estrenaba El exorcista, adaptación de la novela de William Peter Blatty y sin duda la mejor película de todos los tiempos sobre posesiones diabólicas, por transmitir autenticidad y terror con gran sobriedad. Tanto le marcó el tema que 45 años después dirigió el documental El demonio y el padre Amorth, que sigue a este exorcista, de nuevo con gran rigor. Cabía esperar que a la hora de que un film ficcionara a un personaje real como el padre Amorth, se guiara por las mismas pautas. Pero no es el caso. Julius Avery –que entre sus “joyas” fílmicas tiene Samaritan– y sus guionistas Evan Spiliotopoulos, Chester Hastings y R. Dean McCreary –seguramente pastoreados por el primero– han preferido seguir una línea más aparatosa y hollywoodiense, con mucho efecto especial y echándole imaginación a la trama, a partir de los archivos reales del exorcista Amorth. Lo que acaba perjudicando al resultado final, y ello a pesar de un esfuerzo por ser respetuosos, declarado de entrada, con la frase con que se inicia el film, que viene a decir que uno de los grandes éxitos de diablo es que muchos se lo tomen a broma.

La película es sin duda entretenida y con algunos pasajes terroríficos, especialmente los que tienen que ver con las posesiones y exorcismos. Pero sus responsables parecen guiarse en ocasiones por aquello de “no dejes que la realidad te estropee una buena historia”, o algo así, e inventan elementos algo conspiranoicos, incluido un papa con toda la barba, a quien da vida Franco Nero. Desde luego no resulta muy creíble en Castilla la abadía donde transcurre parte del film, ni el hecho de que la herede una familia estadounidense, sin dar más explicaciones.

De modo que tenemos al Vaticano enterrando oscuros secretos, e incluso sugiriendo que la creación de la inquisición habría sido dictada por alguien poseído por el diablo. Sin duda que a quien busque realismo quedará desconcertado ante monjes con capucha moviéndose por los pasillos del Vaticano, entregando libros hipersecretos al Papa, que sigue todo muy de cerca en una capilla, y quien puede sufrir una emergencia médica, se supone que por los embates del demonio. O viendo llegar al padre Amorth en una Lambretta desde Roma, en lo que parece una broma o guiño a la cabalgada de Russell Crowe hasta llegar a Hispania en Gladiator, que tampoco era muy realista que digamos. O por el enfrentamiento final con el demonio, que acerca el film más a una película de la saga Harry Potter, con éste enfrentado a Voldemort, por la pirotecnia que rodea a la escena.

Quizá lo mejor es la relación que se establece entre el exorcista experimentado y el bisoño, interpretados por Crowe y Daniel Zovatto, tándem que podría compararse al formado por Merrin y Carras en El exorcista, e incluso al de Baskerville y Adso en El nombre de la rosa. De modo que está bien la instrucción de uno al otro, y el recurso al sacramento de la confesión para estar mejor preparados para el enfrentamiento que les aguarda con el diablo.