Cien sonetos de amor (1960), Pablo Neruda (1904�1973)

Pablo Neruda
(1904�1973)

Cien sonetos de amor
(1960

A Matilde Urrutia

Se�ora m�a muy amada, gran padecimiento
tuve al escribirte estos mal llamados sonetos
y harto me dolieron y costaron, pero la
alegr�a de ofrec�rtelos es mayor que una
pradera. Al propon�rmelo bien sab�a que
al costado de cada uno, por afici�n electiva
y elegancia, los poetas de todo tiempo
dispusieron rimas que sonaron como plater�a,
cristal o ca�onazo. Yo, con mucha humildad
hice estos sonetos de madera, les di el sonido
de esta opaca y pura substancia y as� deben
llegar a tus o�dos. T� y yo caminando por
bosques y arenales, por lagos perdidos, por
cenicientas latitudes, recogimos fragmentos de
palo puro, de maderos sometidos al vaiv�n del
agua y la intemperie. De tales suavizad�simos
vestigios constru� con
hacha, cuchillo, cortaplumas,
estas maderer�as de amor y edifiqu� peque�as
casas de catorce tablas para que en ellas vivan
tus ojos que adoro y canto. As� establecidas
mis razones de amor te entrego esta centuria:
sonetos de madera que s�lo se levantaron
porque t� les diste la vida.


Octubre de 1959.



Ma�ana

I

Matilde, nombre de planta o piedra o vino,
de lo que nace de la tierra y dura,
palabra en cuyo crecimiento amanece,
en cuyo est�o estalla la luz de los limones.

En ese nombre corren nav�os de madera
rodeados por enjambres de fuego azul marino,
y esas letras son el agua de un r�o
que desemboca en mi coraz�n calcinado.

Oh nombre descubierto bajo una enredadera
como la puerta de un t�nel desconocido
que comunica con la fragancia del mundo!

Oh inv�deme con tu boca abrasadora,
ind�game, si quieres, con tus ojos nocturnos,
pero en tu nombre d�jame navegar y dormir.



II

Amor, cu�ntos caminos hasta llegar a un beso,
qu� soledad errante hasta tu compa��a!
Siguen los trenes solos rodando con la lluvia.
En Taltal no amanece a�n la primavera.

Pero t� y yo, amor m�o, estamos juntos,
juntos desde la ropa a las ra�ces,
juntos de oto�o, de agua, de caderas,
hasta ser s�lo t�, s�lo yo juntos.

Pensar que cost� tantas piedras que lleva el r�o,
la desembocadura del agua de Boroa,
pensar que separados por trenes y naciones

t� y yo ten�amos que simplemente amarnos,
con todos confundidos, con hombres y mujeres,
con la tierra que implanta y educa los claveles.



III

�spero amor, violeta, coronada de espinas,
matorral entre tantas pasiones erizado,
lanza de los dolores, corola de la c�lera,
por qu� caminos y c�mo te dirigiste a mi alma?

Por qu� precipitaste tu fuego doloroso,
de pronto, entre las hojas fr�as de mi camino?
Qui�n te ense�� los pasos que hasta m� te llevaron?
Qu� flor, qu� piedra, qu� humo mostraron mi morada?

Lo cierto es que tembl� la noche pavorosa,
el alba llen� todas las copas con su vino
y el sol estableci� su presencia celeste,

mientras que el cruel amor me cercaba sin tregua
hasta que lacer�ndome con espadas y espinas
abri� en mi coraz�n un camino quemante.


IV

Recordar�s aquella quebrada caprichosa
a donde los aromas palpitantes treparon,
de cuando en cuando un p�jaro vestido
con agua y lentitud: traje de invierno.

Recordar�s los dones de la tierra:
irascible fragancia, barro de oro,
hierbas del matorral, locas ra�ces,
sort�legas espinas como espadas.

Recordar�s el ramo que trajiste,
ramo de sombra y agua con silencio,
ramo como una piedra con espuma.

Y aquella vez fue como nunca y siempre:
vamos all� donde no espera nada
y hallamos todo lo que est� esperando.


V

No te toque la noche ni el aire ni la aurora,
s�lo la tierra, la virtud de los racimos,
las manzanas que crecen oyendo el agua pura,
el barro y las resinas de tu pa�s fragante.

Desde Quinchamal� donde hicieron tus ojos
hasta tus pies creados para m� en la Frontera
eres la greda oscura que conozco:
en tus caderas toco de nuevo todo el trigo.

Tal vez t� no sab�as, araucana,
que cuando antes de amarte me olvid� de tus besos
mi coraz�n qued� recordando tu boca,

y fui como un herido por las calles
hasta que comprend� que hab�a encontrado,
amor, mi territorio de besos y volcanes.


VI

En los bosques, perdido, cort� una rama oscura
y a los labios, sediento, levant� su susurro:
era tal vez la voz de la lluvia llorando,
una campana rota o un coraz�n cortado.

Algo que desde tan lejos me parec�a
oculto gravemente, cubierto por la tierra,
un grito ensordecido por inmensos oto�os,
por la entreabierta y h�meda tiniebla de las hojas.

Pero all�, despertando de los sue�os del bosque,
la rama de avellano cant� bajo mi boca
y su errabundo olor trep� por mi criterio

como si me buscaran de pronto las ra�ces
que abandon�, la tierra perdida con mi infancia,
y me detuve herido por el aroma errante.


VII

�Vendr�s conmigo� �dije sin que nadie supiera
d�nde y c�mo lat�a mi estado doloroso,
y para m� no hab�a clavel ni barcarola,
nada sino una herida por el amor abierta.

Repet�: ven conmigo, como si me muriera,
y nadie vio en mi boca la luna que sangraba,
nadie vio aquella sangre que sub�a al silencio.
Oh amor ahora olvidemos la estrella con espinas!

Por eso cuando o� que tu voz repet�a
�Vendr�s conmigo� �fue como si desataras
dolor, amor, la furia del vino encarcelado

que desde su bodega sumergida subiera
y otra vez en mi boca sent� un sabor de llama,
de sangre y de claveles, de piedra y quemadura.


VIII

Si no fuera porque tus ojos tienen color de luna,
de d�a con arcilla, con trabajo, con fuego,
y aprisionada tienes la agilidad del aire,
si no fuera porque eres una semana de �mbar,

si no fuera porque eres el momento amarillo
en que el oto�o sube por las enredaderas
y eres a�n el pan que la luna fragante
elabora paseando su harina por el cielo,

oh, bienamada, yo no te amar�a!
En tu abrazo yo abrazo lo que existe,
la arena, el tiempo, el �rbol de la lluvia,

y todo vive para que yo viva:
sin ir tan lejos puedo verlo todo:
veo en tu vida todo lo viviente.

IX

Al golpe de la ola contra la piedra ind�cil
la claridad estalla y establece su rosa
y el c�rculo del mar se reduce a un racimo,
a una sola gota de sal azul que cae.

Oh radiante magnolia desatada en la espuma,
magn�tica viajera cuya muerte florece
y eternamente vuelve a ser y a no ser nada:
sal rota, deslumbrante movimiento marino.

Juntos t� y yo, amor m�o, sellamos el silencio,
mientras destruye el mar sus constantes estatuas
y derrumba sus torres de arrebato y blancura,

porque en la trama de estos tejidos invisibles
del agua desbocada, de la incesante arena,
sostenemos la �nica y acosada ternura.


X

Suave es la bella como si m�sica y madera,
�gata, telas, trigo, duraznos transparentes,
hubieran erigido la fugitiva estatua.
Hacia la ola dirige su contraria frescura.

El mar moja bru�idos pies copiados
a la forma reci�n trabajada en la arena
y es ahora su fuego femenino de rosa
una sola burbuja que el sol y el mar combaten.

Ay, que nada te toque sino la sal del fr�o!
Que ni el amor destruya la primavera intacta.
Hermosa, reverbero de la indeleble espuma,

deja que tus caderas impongan en el agua
una medida nueva de cisne o de nen�far
y navegue tu estatua por el cristal eterno.


XI

Tengo hambre de tu boca, de tu voz, de tu pelo
y por las calles voy sin nutrirme, callado,
no me sostiene el pan, el alba me desquicia,
busco el sonido l�quido de tus pies en el d�a.

Estoy hambriento de tu risa resbalada,
de tus manos color de furioso granero,
tengo hambre de la p�lida piedra de tus u�as,
quiero comer tu piel como una intacta almendra.

Quiero comer el rayo quemado en tu hermosura,
la nariz soberana del arrogante rostro,
quiero comer la sombra fugaz de tus pesta�as

y hambriento vengo y voy olfateando el crep�sculo
busc�ndote, buscando tu coraz�n caliente
como un puma en la soledad de Quitrat�e.

XII

Plena mujer, manzana carnal, luna caliente,
espeso aroma de algas, lodo y luz machacados,
qu� oscura claridad se abre entre tus columnas?
Qu� antigua noche el hombre toca con sus sentidos?

Ay, amar es un viaje con agua y con estrellas,
con aire ahogado y bruscas tempestades de harina:
amar es un combate de rel�mpagos
y dos cuerpos por una sola miel derrotados.

Beso a beso recorro tu peque�o infinito,
tus m�rgenes, tus r�os, tus pueblos diminutos,
y el fuego genital transformado en delicia

corre por los delgados caminos de la sangre
hasta precipitarse como un clavel nocturno,
hasta ser y no ser sino un rayo en la sombra.


XIII

La luz que de tus pies sube a tu cabellera,
la turgencia que envuelve tu forma delicada,
no es de n�car marino, nunca de plata fr�a:
eres de pan, de pan amado por el fuego.

La harina levant� su granero contigo
y creci� incrementada por la edad venturosa,
cuando los cereales duplicaron tu pecho
mi amor era el carb�n trabajando en la tierra.

Oh, pan tu frente, pan tus piernas, pan tu boca,
pan que devoro y nace con luz cada ma�ana,
bienamada, bandera de las panader�as,

una lecci�n de sangre te dio el fuego,
de la harina aprendiste a ser sagrada,
y del pan el idioma y el aroma.


XIV

Me falta tiempo para celebrar tus cabellos.
Uno por uno debo contarlos y alabarlos:
otros amantes quieren vivir con ciertos ojos,
yo s�lo quiero ser tu peluquero.

En Italia te bautizaron Medusa
por la encrespada y alta luz de tu cabellera.
Yo te llamo chascona m�a y enmara�ada:
mi coraz�n conoce las puertas de tu pelo.

Cuando t� te extrav�es en tus propios cabellos,
no me olvides, acu�rdate que te amo,
no me dejes perdido ir sin tu cabellera

por el mundo sombr�o de todos los caminos
que s�lo tiene sombra, transitorios dolores,
hasta que el sol sube a la torre de tu pelo.


XV

Desde hace mucho tiempo la tierra te conoce:
eres compacta como el pan o la madera,
eres cuerpo, racimo de segura sustancia,
tienes peso de acacia, de legumbre dorada.

S� que existes no s�lo porque tus ojos vuelan
y dan luz a las cosas como ventana abierta,
sino porque de barro te hicieron y cocieron
en Chill�n, en un horno de adobe estupefacto.

Los seres se derraman como aire o agua o fr�o
y vagos son, se borran al contacto del tiempo,
como si antes de muertos fueran desmenuzados.

T� caer�s conmigo como piedra en la tumba
y as� por nuestro amor que no fue consumido
continuar� viviendo con nosotros la tierra.


XVI

Amo el trozo de tierra que t� eres,
porque de las praderas planetarias
otra estrella no tengo. T� repites
la multiplicaci�n del universo.

Tus anchos ojos son la luz que tengo
de las constelaciones derrotadas,
tu piel palpita como los caminos
que recorre en la lluvia el meteoro.

De tanta luna fueron para m� tus caderas,
de todo el sol tu boca profunda y su delicia,
de tanta luz ardiente como miel en la sombra

tu coraz�n quemado por largos rayos rojos,
y as� recorro el fuego de tu forma bes�ndote,
peque�a y planetaria, paloma y geograf�a.

XVII

No te amo como si fueras rosa de sal, topacio
o flecha de claveles que propagan el fuego:
te amo como se aman ciertas cosas oscuras,
secretamente, entre la sombra y el alma.

Te amo como la planta que no florece y lleva
dentro de s�, escondida, la luz de aquellas flores,
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo
el apretado aroma que ascendi� de la tierra.

Te amo sin saber c�mo, ni cu�ndo, ni de d�nde,
te amo directamente sin problemas ni orgullo:
as� te amo porque no s� amar de otra manera,

sino as� de este modo en que no soy ni eres,
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es m�a,
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sue�o.


XVIII

Por las monta�as vas como viene la brisa
o la corriente brusca que baja de la nieve
o bien tu cabellera palpitante confirma
los altos ornamentos del sol en la espesura.

Toda la luz del C�ucaso cae sobre tu cuerpo
como en una peque�a vasija interminable
en que el agua se cambia de vestido y de canto
a cada movimiento transparente del r�o.

Por los montes el viejo camino de guerreros
y abajo enfurecida brilla como una espada
el agua entre murallas de manos minerales,

hasta que t� recibes de los bosques de pronto
el ramo o el rel�mpago de unas flores azules
y la ins�lita flecha de un aroma salvaje.


XIX

Mientras la magna espuma de Isla Negra,
la sal azul, el sol en las olas te mojan,
yo miro los trabajos de la avispa,
empe�ada en la miel de su universo.

Va y viene equilibrando su recto y rubio vuelo
como si deslizara de un alambre invisible
la elegancia del baile, la sed de su cintura,
y los asesinatos del aguij�n maligno.

De petr�leo y naranja es su arco iris,
busca como un avi�n entre la hierba,
con un rumor de espiga vuela, desaparece,

mientras que t� sales del mar, desnuda,
y regresas al mundo llena de sal y sol,
reverberante estatua y espada de la arena.

XX

Mi fea, eres una casta�a despeinada,
mi bella, eres hermosa como el viento,
mi fea, de tu boca se pueden hacer dos,
mi bella, son tus besos frescos como sand�as.

Mi fea, d�nde est�n escondidos tus senos?
Son m�nimos como dos copas de trigo.
Me gustar�a verte dos lunas en el pecho:
las gigantescas torres de tu soberan�a.

Mi fea, el mar no tiene tus u�as en su tienda,
mi bella, flor a flor, estrella por estrella,
ola por ola, amor, he contado tu cuerpo:

mi fea, te amo por tu cintura de oro,
mi bella, te amo por una arruga en tu frente,
amor, te amo por clara y por oscura.


XXI

Oh que todo el amor propague en m� su boca,
que no sufra un momento m�s sin primavera,
yo no vend� sino mis manos al dolor,
ahora, bienamada, d�jame con tus besos.

Cubre la luz del mes abierto con tu aroma,
cierra las puertas con tu cabellera,
y en cuanto a m� no olvides que si despierto y lloro
es porque en sue�os s�lo soy un ni�o perdido

que busca entre las hojas de la noche tus manos,
el contacto del trigo que t� me comunicas,
un rapto centelleante de sombra y energ�a.

Oh, bienamada, y nada m�s que sombra
por donde me acompa�es en tus sue�os
y me digas la hora de la luz.


XXII

Cu�ntas veces, amor, te am� sin verte y tal vez sin recuerdo,
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
en regiones contrarias, en un mediod�a quemante:
eras s�lo el aroma de los cereales que amo.

Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
en Angol, a la luz de la luna de Junio,
o eras t� la cintura de aquella guitarra
que toqu� en las tinieblas y son� como el mar desmedido.

Te am� sin que yo lo supiera, y busqu� tu memoria.
En las casas vac�as entr� con linterna a robar tu retrato.
Pero yo ya sab�a c�mo era. De pronto

mientras ibas conmigo te toqu� y se detuvo mi vida:
frente a mis ojos estabas, rein�ndome, y reinas.
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.


XXIII

Fue luz el fuego y pan la luna rencorosa,
el jazm�n duplic� su estrellado secreto,
y del terrible amor las suaves manos puras
dieron paz a mis ojos y sol a mis sentidos.

Oh amor, c�mo de pronto, de las desgarraduras
hiciste el edificio de la dulce firmeza,
derrotaste las u�as malignas y celosas
y hoy frente al mundo somos como una sola vida.

As� fue, as� es y as� ser� hasta cuando,
salvaje y dulce amor, bienamada Matilde,
el tiempo nos se�ale la flor final del d�a.

Sin ti, sin m�, sin luz ya no seremos:
entonces m�s all� del la tierra y la sombra
el resplandor de nuestro amor seguir� vivo.


XXIV

Amor, amor, las nubes a la torre del cielo
subieron como triunfantes lavanderas,
y todo ardi� en azul, todo fue estrella:
el mar, la nave, el d�a se desterraron juntos.

Ven a ver los cerezos del agua constelada
y la clave redonda del r�pido universo,
ven a tocar el fuego del azul instant�neo,
ven antes de que sus p�talos se consuman.

No hay aqu� sino luz, cantidades, racimos,
espacio abierto por las virtudes del viento
hasta entregar los �ltimos secretos de la espuma.

Y entre tantos azules celestes, sumergidos,
se pierden nuestros ojos adivinando apenas
los poderes del aire, las llaves submarinas.


XXV

Antes de amarte, amor, nada era m�o:
vacil� por las calles y las cosas:
nada contaba ni ten�a nombre:
el mundo era del aire que esperaba.

Yo conoc� salones cenicientos,
t�neles habitados por la luna,
hangares crueles que se desped�an,
preguntas que insist�an en la arena.

Todo estaba vac�o, muerto y mudo,
ca�do, abandonado y deca�do,
todo era inalienablemente ajeno,

todo era de los otros y de nadie,
hasta que tu belleza y tu pobreza
llenaron el oto�o de regalos.


XXVI

Ni el color de las dunas terribles en Iquique,
ni el estuario del R�o Dulce de Guatemala,
cambiaron tu perfil conquistado en el trigo,
tu estilo de uva grande, tu boca de guitarra.

Oh coraz�n, oh m�a desde todo el silencio,
desde las cumbres donde rein� la enredadera
hasta las desoladas planicies del platino,
en toda patria pura te repiti� la tierra.

Pero ni hura�a mano de montes minerales,
ni nieve tibetana, ni piedra de Polonia,
nada alter� tu forma de cereal viajero,

como si greda o trigo, guitarras o racimos
de Chill�n defendieran en ti su territorio
imponiendo el mandato de la luna silvestre.


XXVII

Desnuda eres tan simple como una de tus manos,
lisa, terrestre, m�nima, redonda, transparente,
tienes l�neas de luna, caminos de manzana,
desnuda eres delgada como el trigo desnudo.

Desnuda eres azul como la noche en Cuba,
tienes enredaderas y estrellas en el pelo,
desnuda eres enorme y amarilla
como el verano en una iglesia de oro.

Desnuda eres peque�a como una de tus u�as,
curva, sutil, rosada hasta que nace el d�a
y te metes en el subterr�neo del mundo

como en un largo t�nel de trajes y trabajos:
tu claridad se apaga, se viste, se deshoja
y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.


XXVIII

Amor, de grano a grano, de planeta a planeta,
la red del viento con sus pa�ses sombr�os,
la guerra con sus zapatos de sangre,
o bien el d�a y la noche de la espiga.

Por donde fuimos, islas o puentes o banderas,
violines del fugaz oto�o acribillado,
repiti� la alegr�a los labios de la copa,
el dolor nos detuvo con su lecci�n de llanto.

En todas las rep�blicas desarrollaba el viento
su pabell�n impune, su glacial cabellera
y luego regresaba la flor a sus trabajos.

Pero en nosotros nunca se calcin� el oto�o.
Y en nuestra patria inm�vil germinaba y crec�a
el amor con los derechos del roc�o.


XXIX

Vienes de la pobreza de las casas del Sur,
de las regiones duras con fr�o y terremoto
que cuando hasta sus dioses rodaron a la muerte
nos dieron la lecci�n de la vida en la greda.

Eres un caballito de greda negra, un beso
de barro oscuro, amor, amapola de greda,
paloma del crep�sculo que vol� en los caminos,
alcanc�a con l�grimas de nuestra pobre infancia.

Muchacha, has conservado tu coraz�n de pobre,
tus pies de pobre acostumbrados a las piedras,
tu boca que no siempre tuvo pan o delicia.

Eres del pobre Sur, de donde viene mi alma:
en su cielo tu madre sigue lavando ropa
con mi madre. Por eso te escog�, compa�era.


XXX

Tienes del archipi�lago las hebras del alerce,
la carne trabajada por los siglos del tiempo,
venas que conocieron el mar de las maderas,
sangre verde ca�da de cielo a la memoria.

Nadie recoger� mi coraz�n perdido
entre tantas ra�ces, en la amarga frescura
del sol multiplicado por la furia del agua,
all� vive la sombra que no viaja conmigo.

Por eso t� saliste del Sur como una isla
poblada y coronada por plumas y maderas
y yo sent� el aroma de los bosques errantes,

hall� la miel oscura que conoc� en la selva,
y toqu� en tus caderas los p�talos sombr�os
que nacieron conmigo y construyeron mi alma.

XXXI

Con laureles del Sur y or�gano de Lota
te corono, peque�a monarca de mis huesos,
y no puede faltarte esa corona
que elabora la tierra con b�lsamo y follaje.

Eres, como el que te ama, de las provincias verdes:
de all� trajimos barro que nos corre en la sangre,
en la ciudad andamos, como tantos, perdidos,
temerosos de que cierren el mercado.

Bienamada, tu sombra tiene olor a ciruela,
tus ojos escondieron en el Sur sus ra�ces,
tu coraz�n es una paloma de alcanc�a,

tu cuerpo es liso como las piedras en el agua,
tus besos son racimos con roc�o,
y yo a tu lado vivo con la tierra.


XXXII

La casa en la ma�ana con la verdad revuelta
de s�banas y plumas, el origen del d�a
sin direcci�n, errante como una pobre barca,
entre los horizontes del orden y del sue�o.

Las cosas quieren arrastrar vestigios,
adherencias sin rumbo, herencias fr�as,
los papeles esconden vocales arrugadas
y en la botella el vino quiere seguir su ayer.

Ordenadora, pasas vibrando como abeja
tocando las regiones perdidas por la sombra
conquistando la luz con tu blanca energ�a.

Y se construye entonces la claridad de nuevo:
obedecen las cosas al viento de la vida
y el orden establece su pan y su paloma.




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