La metamorfosis de la ira - Columna de Cristina Esguerra Miranda

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La metamorfosis de la ira

Sobre la naturaleza de esta emoción y su papel en la sociedad.

Hacia el final de La Orestíada de Esquilo —una de las obras más famosas de la historia del teatro, relativa a la búsqueda de justicia y venganza—, la diosa Atenea crea instituciones políticas para dar fin a los interminables ciclos de violencia que hacían parte de la vida en sociedad. A partir de entonces, los crímenes dejarían de ser vengados por las Erinias —diosas de la venganza—, y pasarían a ser juzgados en tribunales con jueces independientes y un jurado compuesto por ciudadanos atenienses, quienes se basarían en las pruebas y argumentos presentados para tomar su decisión.
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A pesar de que la ley pasaba a cumplir ese papel antes desempeñado por las Erinias, la diosa griega no las expulsó de la ciudad. Reconociendo su importancia para las instituciones que acaba de fundar, les ofreció un puesto de honor debajo de la tierra y las convenció de quedarse. “Esta jugada de Atenea usualmente se ha interpretado como un reconocimiento de que los sistemas legales deben incorporar y honrar las pasiones oscuras y vengativas”, dice la filósofa Martha Nussbaum en su libro La ira y el perdón.
Pero la norteamericana no está de acuerdo con esta interpretación. En su opinión, deja de lado la importantísima transformación que exige Atenea a las Erinias para efectivamente darles su puesto de honor en la ciudad. Al aceptar las condiciones de la diosa griega, pasan de ser unos seres horribles que gimen, vomitan sangre y viven exclusivamente para difundir maldad, y comienzan a hablar, expresarse gentilmente y caminar de manera erguida vestidas con las túnicas de los antiguos atenienses. El cambio es tal, que hasta las llaman distinto: Euménides, es decir, benévolas.
Su cara sigue inspirando cierto temor para disuadir a posibles delincuentes e instigadores de revueltas civiles, “pero la responsabilidad jurídica no es caos”, dice Nussbaum. Es más, es todo lo contrario. Debe ser medida, proporcional y enfocarse en la construcción de futuro en vez de buscar venganza. Por ello, las leyes tienen un beneficio doble: por un lado, permiten a los ciudadanos cuidarse los unos a los otros, y por el otro, les quitan la carga de la ira vengativa.

Como Esquilo, Nussbaum cree que la ira tiene una cierta utilidad, aunque muy limitada, y que debe transformarse para no afectar negativamente a la sociedad.

Los atenienses del siglo V a.C. entendían bien el cambio poéticamente planteado por Esquilo. En la ciudad que inventó la democracia la ira era desaconsejada y vista como una cierta debilidad.
Según la tradición a la que pertenecen pensadores como Aristóteles, los estoicos griegos y romanos, el inglés Joseph Butler y la propia Nussbaum, conceptualmente la ira incluye la idea de un mal o una injusticia padecida, y también la de que sería bueno que el agresor sufriera de alguna manera. A ojos de la norteamericana, esto hace que la ira pierda sentido: “¿por qué una persona inteligente podría pensar que infligir dolor al agresor podría disminuir o anular el propio? En realidad, castigar severamente al infractor rara vez repara el daño”.
Como Esquilo, Nussbaum cree que la ira tiene una cierta utilidad, aunque muy limitada, y que debe transformarse para no afectar negativamente a la sociedad. Sirve, por ejemplo, para proteger la dignidad de las personas y combatir la injusticia. Sin embargo, quien haya invocado la ira por esas razones debe ser consciente del sinsentido de su componente vengativo, y dar un giro que lleve a pensar en el bienestar futuro de las personas. Nussbaum pone como ejemplo el célebre discurso de Martin Luther King, Tengo un sueño.
El líder comienza con un llamado a la cólera, señalando las injurias del racismo: “Cien años después, la vida de las personas negras sigue tristemente atenazada por los grilletes de la segregación y las cadenas de la discriminación”. Pero en vez de buscar responsables y alimentar la ira de los afroamericanos, invita a pensar en cómo podrían unirse todos para pagar la deuda que el país tiene con sus ciudadanos negros: “Estados Unidos ha dado al pueblo negro un cheque malo, que ha sido devuelto marcado ‘sin fondos... Pero nos negamos a creer que el banco de la justicia está en bancarrota”.
Consciente de que la situación podía terminar en violencia, la frena: “Una y otra vez debemos ascender a las majestuosas alturas donde se hace frente a la fuerza física con la fuerza espiritual”, dice, y termina su discurso hablando del futuro que sueña. Su amor y su fe en la humanidad lo hacen querer una vida en común.
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