-Querránme para truhana -respondió Preciosa-, y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido. Si me quisiesen para discreta, aún llevarme hían, pero en algunos palacios más medran los
truhanes que los discretos.
Miguel de Cervantes Saavedra
Pregunté movido de la novedad de ver frío en el infierno, qué era aquello, y salió a responder un diablo zambo, con espolones y grietas, lleno de sabañones y dijo: -Señor, este frío es de que en esta parte están recogidos los bufones,
truhanes y juglares chocarreros, hombres por demás y que sobraban en el mundo, y que están aquí retirados, porque si anduvieran por el infierno sueltos, su frialdad es tanta que templaría el dolor del fuego.
Francisco de Quevedo
A criminales profundos y reconocidos que no tienen otro dios que su lubricidad, otras leyes que su depravación, otro freno que sus orgías, unos truhanes sin Dios, sin principios y sin religión, el menos criminal de los cuales ha cometido más infamias que las que podría yo contar, y para quien la vida de una mujer, qué digo de una mujer, de todas las que viven en la superficie del globo, le importa tanto como la destrucción de una mosca.
Castilla---hidalgos de semblante enjuto, rudos jaques y orondos bodegueros—, Castilla—trajinantes y arrieros de ojos inquietos, de mirar astuto—, mendigos rezadores, y frailes pordioseros, boteros, tejedores, arcadores, peraíles, chicarreros, lechuzos y rufianes, fulleros y
truhanes, caciques y tahúres y logreros.
Antonio Machado
Yo me figuro que entre Cervantes y Avellaneda hay la propia diferencia que entre los teatros de primera clase de las grandes capitales europeas, y esos teatritos ínfimos donde ciertos truhanes enquillotran a la plebe de los barrios más obscuros de las ciudades.
Cese ya, por Dios, vuestra civil opinión, y no os dejéis llevar del vulgacho novelero, que cuando no hubiera habido otra más que nuestra serenísima y santa reina, doña Isabel de Borbón (que Dios llevó, porque no la merecía el mundo, la mayor pérdida que ha tenido España), sólo por ella merecían buen nombre las mujeres, salvándose las malas en él, y las buenas adquiriendo gloriosas alabanzas; y vosotros se las deis de justicia, que yo os aseguro que si, cuando los plebeyos hablan mal de ellas, supieran que los nobles las habían de defender, que de miedo, por lo menos, las trataran bien; pero ven que vosotros escucháis con gusto sus oprobios, y son como los truhanes, que añaden libertad a libertad, desvergüenza a desvergüenza y malicia a malicia.
Le cubría la cabeza un rojo turbante (vaya a saber Alá dónde robado), y debía tener un hambre de siete mil diablos, porque cuando me vio aparecer con zapatos de suela de caucho y el aparato fotográfico colgando de la mano, me hizo una reverencia como jamás la habrá recibido el Alto Comisionado de España en el protectorado; y en un español magníficamente estropeado, me propuso, en las barbas de todos aquellos
truhanes que, sentados en cuclillas, le miraban hablar: -Gran señor: ninguno de estos andrajosos merece escucharme.
Roberto Arlt
Dueño, según los rumores del vulgo, de una inmensa fortuna, veíasele, no obstante, todo el día acurrucado en el sombrío portal de su vivienda, componiendo y aderezando cadenillas de metal, cintos viejos o guarniciones rotas, con las que traía un gran tráfico entre los
truhanes de Zocodover, las revendedoras del Postigo y los escuderos pobres.
Gustavo Adolfo Bécquer
Su héroe favorito era maese François Villon, parisino, tan célebre en el arte de la poética como en el arte de la estafa y el robo; ¡seguramente habría dado la Ilíada junto con la Eneida y la novela no menos admirable de Huon de Bordeaux, por el poema de las Comilonas caseras, e induso por la Légende de maître Faifeu, que son las epopeyas rimadas de los truhanes!
Y se huelga con su muger coya y auquiconas y nustas y capac apoconas, apoconas en el güerto, jardín que tenía para ese efecto señalado moya, pasto de fiesta del Ynga. Tanbién auía truhanes que le llamauan sauca rimac, cocho rimac; éstos eran yndios de Guanca Bilca.
Aquella mujer, aunque principal, fue juglar, y está entre los
truhanes, porque por dar gusto hizo plato de sí misma a todo apetito.
Francisco de Quevedo
Me atrevo a afirmar que hoy hemos menester bañar en esa maravillosa pila sacramental nuestras molleras catecúmenas para ser ungidos filósofos y sabios, artistas y poetas, financistas y hombres de estado, y hasta me sospecho que de sus vertientes ha de emanar una purificadora legía que limpie las roñas humanas, pues más de un caso conozco de truhanes que han vuelto de una patriada convertidos en honestos y beneméritos ciudadanos.