RAZONES
TEOLOGÍA DEL SIGLO XX
RUSIA
Vladimir Soloviev (1853-1900) ha sido redescubierto y colocado entre otros grandes espíritus cristianos que nos sirven
de testigos de la fe y renuevan nuestro
pensamiento: Newman, Chesterton, C. S.
Lewis, Juan Pablo II…
—TEXTO
Juan Luis Lorda
“Las comparaciones son odiosas”, dice con
experimentada razón un viejo adagio. Es fácil
ofender, pero en la vida intelectual las comparaciones son útiles.
Soloviev, en su corta vida, no fue solo un
académico y estudioso de biblioteca (que
también lo fue), sino sobre todo un intelectual cristiano que vivó intensamente las
grandes cuestiones de su entorno histórico
y cultural. Por eso, es importante dibujar el
fondo que refleja y sobre el que contrasta.
Ante nosotros, Soloviev encarna aspectos
centrales del cristianismo ruso, con su tradición ortodoxo-eslava y su resistencia cristiana ante lo anticristiano de la modernidad occidental. También representa una profunda
apuesta por la unidad-comunión (sobornost)
del cristianismo y del mundo, enraizada en
la tradición mesiánica rusa y renovada por
los eslavófilos. Pero él se atrevió a postular
que el centro espiritual de la cristiandad, y
por eso del mundo, es Roma. Pensó que su
misión era trabajar por la unidad espiritual
de la Iglesia y del mundo. Y en eso gastó su
corta vida, con una profunda conciencia del
valor y la necesidad de la sabiduría.
Los contextos de Soloviev
Catedral de la Dormición
en el Kremlin, Moscú.
56
PALABRA — Diciembre 2018
Rusia es un país inmenso, aunque la mitad de
su inmensidad geográfica actual la ganaron
los zares desde el siglo XVIII: la “hiperrusa”
Crimea fue conquistada en 1774 (y de nuevo en 2017) y la vieja cuna de Rusia, Kiev, fue
reincorporada a Rusia en 1775, tras haberla
perdido en 1240 en la invasión mongola (y en
1991 se volvió a perder con la independencia
de Ucrania).
Como todas las sociedades del pasado (y del
presente) ha sido una sociedad piramidal:
unos pocos nobles y altos funcionarios han
estado arriba y mucho pueblo y bajo funcionariado, abajo. La diferencia con otras sociedades (comparación odiosa) es que la proporción de gente de abajo era muchísimo mayor.
Y esa gente de abajo ha estado muy abajo,
Vladimir Soloviev
Precursor, visionario y profeta
mucho más tiempo, y estaba repartida y como olvidada en un territorio inmenso. Por
eso, y por la dureza del clima y de la historia,
el mundo intelectual, filosófico y teológico
ruso, ha sido, durante siglos, bastante reducido y concentrado en Moscú. Hasta la admirable y sorprendente floración de pensadores,
literatos y científicos de finales del XIX.
En el ámbito teológico, ha habido grandes
maestros espirituales (san Sergio, san Serafín de Sarov), pero apenas textos y tratados.
En la enseñanza de los siglos XVIII y XX se
usan manuales católicos y protestantes. La
obra cumbre desde finales del XVIII es la Filocalía, piadosa recopilación de textos sobre
la “oración de Jesús”. Y, en el ámbito popular,
El peregrino ruso, que trata sobre lo mismo
pero en un emotivo relato biográfico. Paradójicamente, la teología rusa florecerá en
los años veinte del siglo XX y en París (Lossky, Evdokimov, Berdiaev, Boulgakov…) o en
Nueva York (Florovsky, Meyendorf), por la
emigración de teólogos y pensadores, con
motivo de la revolución rusa. Sin olvidar la
interesante figura de Pawel Florensky (18821937), que se queda en Rusia. Soloviev es un
precursor original, singular y representativo
de un mundo interesante.
Pedro I el Grande, y la división del alma
rusa
El pueblo ruso es profundamente cristiano
hasta la revolución de 1917 y el régimen comunista. La liturgia y la vida de los santos
(venerados en iconos) marcan el ritmo de la
vida. El sentimiento nacional está sustentado
en la tradición ortodoxa heredada de Bizancio y traducida al eslavo.
Pero desde la caída del imperio bizantino
en 1453 Rusia, que entonces comienza su expansión, se queda sola defendiendo la verdad cristiana (la Ortodoxia) y a los pueblos
eslavos ante los musulmanes orientales y
ante los “heréticos” occidentales (católicos
y protestantes). La historia, según la ven, les
otorga esa misión. Moscú se considera popularmente la “tercera Roma”, con su cabeza
política, el zar (palabra que viene de “césar”),
emperador cristiano, y con su patriarcado.
Para el nacionalismo ruso que crece hasta el
XVIII (y sigue hasta hoy), la Ortodoxia eslava,
la nación rusa con el zar y su misión cristiana
en el mundo, son lo mismo. Además, el clero y los monjes proceden en su mayoría del
pueblo. Y repartidos en unos territorios tan
dilatados no siempre han recibido mucha
instrucción.
En ese contexto se extiende la profunda
conmoción que produjo la reforma de Pedro I el Grande (medía más de dos metros,
y vivió entre 1672 y 1725). Avergonzado ante
occidente por el retraso económico y militar
de Rusia, decidió modernizar desde arriba,
como es propio de un autócrata (palabra que
en la tradición imperial rusa no es un insulto sino una definición). Suprimió las barbas,
impulsó la educación, modernizó la administración y sustituyó el patriarcado de Moscú
por un gobierno presidido por funcionarios.
Las élites tendieron a repartirse entre los occidentalizados de corte ilustrado y masónico
(sin barbas), muy separados del pueblo, y los
reconvertidos a la tradición, fuertemente nacionalistas e impregnados de sentimientos
antioccidentales (con barbas). Pero la modernización no llegó al pueblo: los campesi-
Algunos de sus libros
Los tres diálogos
y el relato del
Anticirsto
224 páginas
El buey mudo, 2016
La justificación
del bien. Ensayo
de filosofía moral
592 páginas
Sígueme, 2010
El significado
del amor
124 páginas
M. Carmelo, 2009
nos pasaron de siervos a casi esclavos, que
se podían vender hasta 1861.
Los eslavófilos y Khomiakov
La tensión entre tradición y modernidad se
amplía en el siglo XIX. Casi todos los intelectuales proceden de los mismos ambientes acomodados de la sociedad de Moscú
(y ahora también de San Petersburgo) y se
dividen entre los prooccidentales (sin barba), que siguen el curso la modernidad (racionalista, idealista, positivista, nihilista…)
y quieren desprenderse del pasado ruso, y
los conversos a la tradición nacional y ortodoxa. Son “conversos”, porque casi todos han
retornado desengañados de su camino hacia
la modernidad. Muchos han recuperado también su fe ortodoxa. Casi todos se han vuelto
simbólicamente hacia el pueblo, donde creen
encontrar el alma de la Rusia eterna y auténtica, con su misión cristiana en el mundo. Y
se han dejado barba.
En sentido estricto, se llama “eslavófilos”
a los más comprometidos (los hermanos
Aksakov y los hermanos Kireevski), y a veces a los más nacionalistas, pero en sentido
amplio se puede aplicar a muchos más. Por
ejemplo, al mismo Dostoievsky. Tolstoy, en
cambio, quedaría a medio camino: porque
quiere acercarse al pueblo, pero le disgusta
la ortodoxia tradicional que le parece inculta
y supersticiosa.
También participa de ese espíritu el poeta,
dramaturgo y pensador Alexei Khomiakov
(1804-1860). Se empeñó en defender ante el
occidente decadente los valores religiosos
y culturales del pueblo ruso. Y comparó las
estructuras de las iglesias, destacando la organización sinodal y de comunión propia de
la iglesia ortodoxa, frente a la desorganización protestante o el gobierno “monárquico” católico. Usó la palabra sobornost para
designar la unión espiritual orgánica propia
de la Iglesia. Viene de sobor, que se usa en eslavo para designar los concilios y asambleas
eclesiásticas. Por eso, sobornost se puede traducir por sinodalidad o comunión eclesial.
Sus reflexiones, a través de los intelectuales
emigrados a París, influyeron claramente en
la teología católica de la comunión eclesial.
Soloviev conecta con aspectos de la tradición eslavófila, pero se distanció de los más
radicales porque le molestaban su nacionalismo cerrado y su anticatolicismo. Además,
PASA A PÁGINA 58 à
Diciembre 2018 — PALABRA
57
RAZONES
VLADIMIR SOLOVIEV
à VIENE DE PÁGINA 57
Tras el asesinato del zar Alejandro II, defendió que un Estado cristiano tenía que saber
perdonar la pena de muerte. La corte no lo
entendió y fue apartado de la docencia universitaria (1881). Desde entonces se dedicó a
estudiar, escribir en revistas, dar conferencias y preparar sus libros.
Leyó abundantemente la historia de la
Iglesia y de los Concilios, y a los Padres de
la Iglesia. Cada vez veía más clara la cuestión del primado romano y entendía que su
misión era favorecer la unión explicándolo.
Tropezó con prejuicios prácticamente insalvables. El Santo Sínodo de la Iglesia rusa le
prohibió escribir sobre cuestiones teológicas
(1884). Tuvo que publicar en el extranjero. En
1886 entró en contacto con el obispo católico
Strossmayer, gran promotor de la unidad de
las Iglesias. Se convenció de que había que
confiar la unión más a la acción del Espíritu
Santo (y quizá a la Escatología). Y el 18 de
febrero de 1896 fue recibido en secreto en la
Iglesia católica.
la comunión universal que proponía es más
universal y teológica que la de Khomiakov y
supone el primado de Pedro, propuesta escandalosa e inaceptable para los nacionalistas conservadores. Todo esto lo defiende en
Rusia y la Iglesia universal (1889), traducida
al castellano (online).
Las raíces de Soloviev
Soloviev fue un espíritu precoz con una vida
intensa de apenas 47 años (1853-1900). Tenía
una inteligencia audaz y abierta. Como Dostoievsky, de quien fue amigo, tenía mucho de
visionario y profeta. Se conserva un poema
donde cuenta las tres veces que contempló
la Sofía (Sabiduría divina), desde los 9 años.
Procedía de una familia culta de tradición
eclesiástica. Su abuelo fue sacerdote ortodoxo. Su padre, Sergei, dejó los estudios
eclesiásticos y se dedicó a la historia. Fue
preceptor del zar Alejandro III y rector de la
universidad de Moscú, y escribió una famosa
historia de Rusia en veintinueve volúmenes.
Además de Vladimir, otros dos hijos y una
hija fueron poetas (y uno de ellos famoso novelista), y tuvo un nieto sacerdote católico.
Al joven Vladimir le interesaba todo. En la
secundaria encauzó sus deseos de sabiduría
hacia las ciencias positivas. Pero el espíritu
positivista y materialista de esas disciplinas
le enfrió la fe, hasta considerarse ateo en
torno a los catorce años (tiró sus iconos por
la ventana). Pero también se sintió vacío y
desencantado. Allí no estaba la sabiduría que
anhelaba. Empezó a leer filosofía, a Spinoza
y de los idealistas alemanes, y esto le devolvió una comprensión del mundo donde lo
espiritual y Dios tenían que estar en el fondo.
El combate que dividía a la intelectualidad
rusa entre la modernidad y el cristianismo
tradicional, se había desarrollado en su alma.
Las etapas de la vida
Abandonó los estudios de ciencias en la Universidad y se examinó de todas las materias
de filosofía en muy poco tiempo. A la vez,
siguió cursos en la academia de teología de
Moscú, pero luego prefirió estudiar teología
por su cuenta. Presentó sus tesis de filosofía
y entró como profesor en la Universidad de
Moscú (en 1874, con 21 años). Hizo un largo
viaje por Inglaterra (con mucho estudio en el
Museo Británico) y Egipto (1876). A la vuelta,
dio brillantes cursos y se hizo muy conocido.
58
PALABRA — Diciembre 2018
La obra
Aunque su vida fue breve, su obra es bastante
amplia y orgánica y tiene unos estándares
académicos muy altos para su época: estructura, orden, citas... Refleja sus descubrimientos y transformaciones. Y se concentra en
dos cuerpos con dos grandes temas: la sabiduría y la Iglesia.
El primer cuerpo está formado por su primera reacción ante el pensamiento occidental, Crisis de la filosofía occidental (1874), dedicado a la crítica del positivismo. Y por la
defensa de la intuición y la sabiduría (sofía)
frente al racionalismo, en Crítica de los principios abstractos (1877-1880). Así justifica el
espacio de conocimiento sapiencial propio
de la filosofía y de la fe.
El segundo cuerpo, sobre la Iglesia y su misión, comienza con las Lecciones sobre el Dios
humanado (1878-1881), sobre la unión de lo
humano y lo divino en Jesucristo y su capacidad para salvarnos. En Las bases espirituales
de la vida (1882-1884), trata de la necesidad
de la verdad revelada y salvadora, que une a
Cristo, pero no individualmente, sino en la
Iglesia. En Rusia y la Iglesia universal (1889),
ya citada, estudia el papel del primado romano en la Iglesia, y su aceptación consciente
y pacífica por el oriente cristiano durante el
primer milenio. Las viciadas raíces políticas
del cisma y la necesidad de la unión ya ha-
bían sido abordadas en El gran debate y la
política cristiana (1883) y vuelven a aparecer
en Bizantinismo y Rusia (1896). Sobre la misión de la Iglesia y su relación con la sociedad
tratan los Tres diálogos (1899-1900). Y pone
punto final su Relato del Anticristo, de tono
apocalíptico.
Aparte tiene dos notables estudios sobre El
sentido del amor (1892-1894) y La justificación
del bien, donde aborda los temas básicos de la
moral (moral fundamental). Queda mencionar un conjunto de escritos menores y una
correspondencia muy interesante, porque
mantenía amistades profundas. Sus amigos
dejaron muchos recuerdos que han permitido construir estupendas biografías (como la
de Maxime Herman).
Referencias bibliográficas
Venerado por Berdiaev o Zukov como el mayor genio del pensamiento ruso, suele ser
desconocido o ignorado por los historiadores occidentales de la filosofía, con la honrosa
excepción de Frederick Copleston en el tomo
X de su monumental Historia de la Filosofía,
dedicado a la filosofía rusa (Khomiakov, Soloviev, Berdiaev, Dostoievsky… incluso Lenin), que no ha sido traducido al castellano.
En cambio, se han traducido bastantes obras
de Soloviev y escrito algunas tesis, como la
de Miriam Fernández Calzada, Vladimir Soloviev y la filosofía del siglo de plata, que he
consultado con provecho. n
RAZONES
TEOLOGÍA DEL SIGLO XX
RUSIA
Vladimir Soloviev (1853-1900) ha sido redescubierto y colocado entre otros grandes espíritus cristianos que nos sirven
de testigos de la fe y renuevan nuestro
pensamiento: Newman, Chesterton, C. S.
Lewis, Juan Pablo II…
—TEXTO
Juan Luis Lorda
“Las comparaciones son odiosas”, dice con
experimentada razón un viejo adagio. Es fácil
ofender, pero en la vida intelectual las comparaciones son útiles.
Soloviev, en su corta vida, no fue solo un
académico y estudioso de biblioteca (que
también lo fue), sino sobre todo un intelectual cristiano que vivó intensamente las
grandes cuestiones de su entorno histórico
y cultural. Por eso, es importante dibujar el
fondo que refleja y sobre el que contrasta.
Ante nosotros, Soloviev encarna aspectos
centrales del cristianismo ruso, con su tradición ortodoxo-eslava y su resistencia cristiana ante lo anticristiano de la modernidad occidental. También representa una profunda
apuesta por la unidad-comunión (sobornost)
del cristianismo y del mundo, enraizada en
la tradición mesiánica rusa y renovada por
los eslavófilos. Pero él se atrevió a postular
que el centro espiritual de la cristiandad, y
por eso del mundo, es Roma. Pensó que su
misión era trabajar por la unidad espiritual
de la Iglesia y del mundo. Y en eso gastó su
corta vida, con una profunda conciencia del
valor y la necesidad de la sabiduría.
Los contextos de Soloviev
Catedral de la Dormición
en el Kremlin, Moscú.
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PALABRA — Diciembre 2018
Rusia es un país inmenso, aunque la mitad de
su inmensidad geográfica actual la ganaron
los zares desde el siglo XVIII: la “hiperrusa”
Crimea fue conquistada en 1774 (y de nuevo en 2017) y la vieja cuna de Rusia, Kiev, fue
reincorporada a Rusia en 1775, tras haberla
perdido en 1240 en la invasión mongola (y en
1991 se volvió a perder con la independencia
de Ucrania).
Como todas las sociedades del pasado (y del
presente) ha sido una sociedad piramidal:
unos pocos nobles y altos funcionarios han
estado arriba y mucho pueblo y bajo funcionariado, abajo. La diferencia con otras sociedades (comparación odiosa) es que la proporción de gente de abajo era muchísimo mayor.
Y esa gente de abajo ha estado muy abajo,
Vladimir Soloviev
Precursor, visionario y profeta
mucho más tiempo, y estaba repartida y como olvidada en un territorio inmenso. Por
eso, y por la dureza del clima y de la historia,
el mundo intelectual, filosófico y teológico
ruso, ha sido, durante siglos, bastante reducido y concentrado en Moscú. Hasta la admirable y sorprendente floración de pensadores,
literatos y científicos de finales del XIX.
En el ámbito teológico, ha habido grandes
maestros espirituales (san Sergio, san Serafín de Sarov), pero apenas textos y tratados.
En la enseñanza de los siglos XVIII y XX se
usan manuales católicos y protestantes. La
obra cumbre desde finales del XVIII es la Filocalía, piadosa recopilación de textos sobre
la “oración de Jesús”. Y, en el ámbito popular,
El peregrino ruso, que trata sobre lo mismo
pero en un emotivo relato biográfico. Paradójicamente, la teología rusa florecerá en
los años veinte del siglo XX y en París (Lossky, Evdokimov, Berdiaev, Boulgakov…) o en
Nueva York (Florovsky, Meyendorf), por la
emigración de teólogos y pensadores, con
motivo de la revolución rusa. Sin olvidar la
interesante figura de Pawel Florensky (18821937), que se queda en Rusia. Soloviev es un
precursor original, singular y representativo
de un mundo interesante.
Pedro I el Grande, y la división del alma
rusa
El pueblo ruso es profundamente cristiano
hasta la revolución de 1917 y el régimen comunista. La liturgia y la vida de los santos
(venerados en iconos) marcan el ritmo de la
vida. El sentimiento nacional está sustentado
en la tradición ortodoxa heredada de Bizancio y traducida al eslavo.
Pero desde la caída del imperio bizantino
en 1453 Rusia, que entonces comienza su expansión, se queda sola defendiendo la verdad cristiana (la Ortodoxia) y a los pueblos
eslavos ante los musulmanes orientales y
ante los “heréticos” occidentales (católicos
y protestantes). La historia, según la ven, les
otorga esa misión. Moscú se considera popularmente la “tercera Roma”, con su cabeza
política, el zar (palabra que viene de “césar”),
emperador cristiano, y con su patriarcado.
Para el nacionalismo ruso que crece hasta el
XVIII (y sigue hasta hoy), la Ortodoxia eslava,
la nación rusa con el zar y su misión cristiana
en el mundo, son lo mismo. Además, el clero y los monjes proceden en su mayoría del
pueblo. Y repartidos en unos territorios tan
dilatados no siempre han recibido mucha
instrucción.
En ese contexto se extiende la profunda
conmoción que produjo la reforma de Pedro I el Grande (medía más de dos metros,
y vivió entre 1672 y 1725). Avergonzado ante
occidente por el retraso económico y militar
de Rusia, decidió modernizar desde arriba,
como es propio de un autócrata (palabra que
en la tradición imperial rusa no es un insulto sino una definición). Suprimió las barbas,
impulsó la educación, modernizó la administración y sustituyó el patriarcado de Moscú
por un gobierno presidido por funcionarios.
Las élites tendieron a repartirse entre los occidentalizados de corte ilustrado y masónico
(sin barbas), muy separados del pueblo, y los
reconvertidos a la tradición, fuertemente nacionalistas e impregnados de sentimientos
antioccidentales (con barbas). Pero la modernización no llegó al pueblo: los campesi-
Algunos de sus libros
Los tres diálogos
y el relato del
Anticirsto
224 páginas
El buey mudo, 2016
La justificación
del bien. Ensayo
de filosofía moral
592 páginas
Sígueme, 2010
El significado
del amor
124 páginas
M. Carmelo, 2009
nos pasaron de siervos a casi esclavos, que
se podían vender hasta 1861.
Los eslavófilos y Khomiakov
La tensión entre tradición y modernidad se
amplía en el siglo XIX. Casi todos los intelectuales proceden de los mismos ambientes acomodados de la sociedad de Moscú
(y ahora también de San Petersburgo) y se
dividen entre los prooccidentales (sin barba), que siguen el curso la modernidad (racionalista, idealista, positivista, nihilista…)
y quieren desprenderse del pasado ruso, y
los conversos a la tradición nacional y ortodoxa. Son “conversos”, porque casi todos han
retornado desengañados de su camino hacia
la modernidad. Muchos han recuperado también su fe ortodoxa. Casi todos se han vuelto
simbólicamente hacia el pueblo, donde creen
encontrar el alma de la Rusia eterna y auténtica, con su misión cristiana en el mundo. Y
se han dejado barba.
En sentido estricto, se llama “eslavófilos”
a los más comprometidos (los hermanos
Aksakov y los hermanos Kireevski), y a veces a los más nacionalistas, pero en sentido
amplio se puede aplicar a muchos más. Por
ejemplo, al mismo Dostoievsky. Tolstoy, en
cambio, quedaría a medio camino: porque
quiere acercarse al pueblo, pero le disgusta
la ortodoxia tradicional que le parece inculta
y supersticiosa.
También participa de ese espíritu el poeta,
dramaturgo y pensador Alexei Khomiakov
(1804-1860). Se empeñó en defender ante el
occidente decadente los valores religiosos
y culturales del pueblo ruso. Y comparó las
estructuras de las iglesias, destacando la organización sinodal y de comunión propia de
la iglesia ortodoxa, frente a la desorganización protestante o el gobierno “monárquico” católico. Usó la palabra sobornost para
designar la unión espiritual orgánica propia
de la Iglesia. Viene de sobor, que se usa en eslavo para designar los concilios y asambleas
eclesiásticas. Por eso, sobornost se puede traducir por sinodalidad o comunión eclesial.
Sus reflexiones, a través de los intelectuales
emigrados a París, influyeron claramente en
la teología católica de la comunión eclesial.
Soloviev conecta con aspectos de la tradición eslavófila, pero se distanció de los más
radicales porque le molestaban su nacionalismo cerrado y su anticatolicismo. Además,
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RAZONES
VLADIMIR SOLOVIEV
à VIENE DE PÁGINA 57
Tras el asesinato del zar Alejandro II, defendió que un Estado cristiano tenía que saber
perdonar la pena de muerte. La corte no lo
entendió y fue apartado de la docencia universitaria (1881). Desde entonces se dedicó a
estudiar, escribir en revistas, dar conferencias y preparar sus libros.
Leyó abundantemente la historia de la
Iglesia y de los Concilios, y a los Padres de
la Iglesia. Cada vez veía más clara la cuestión del primado romano y entendía que su
misión era favorecer la unión explicándolo.
Tropezó con prejuicios prácticamente insalvables. El Santo Sínodo de la Iglesia rusa le
prohibió escribir sobre cuestiones teológicas
(1884). Tuvo que publicar en el extranjero. En
1886 entró en contacto con el obispo católico
Strossmayer, gran promotor de la unidad de
las Iglesias. Se convenció de que había que
confiar la unión más a la acción del Espíritu
Santo (y quizá a la Escatología). Y el 18 de
febrero de 1896 fue recibido en secreto en la
Iglesia católica.
la comunión universal que proponía es más
universal y teológica que la de Khomiakov y
supone el primado de Pedro, propuesta escandalosa e inaceptable para los nacionalistas conservadores. Todo esto lo defiende en
Rusia y la Iglesia universal (1889), traducida
al castellano (online).
Las raíces de Soloviev
Soloviev fue un espíritu precoz con una vida
intensa de apenas 47 años (1853-1900). Tenía
una inteligencia audaz y abierta. Como Dostoievsky, de quien fue amigo, tenía mucho de
visionario y profeta. Se conserva un poema
donde cuenta las tres veces que contempló
la Sofía (Sabiduría divina), desde los 9 años.
Procedía de una familia culta de tradición
eclesiástica. Su abuelo fue sacerdote ortodoxo. Su padre, Sergei, dejó los estudios
eclesiásticos y se dedicó a la historia. Fue
preceptor del zar Alejandro III y rector de la
universidad de Moscú, y escribió una famosa
historia de Rusia en veintinueve volúmenes.
Además de Vladimir, otros dos hijos y una
hija fueron poetas (y uno de ellos famoso novelista), y tuvo un nieto sacerdote católico.
Al joven Vladimir le interesaba todo. En la
secundaria encauzó sus deseos de sabiduría
hacia las ciencias positivas. Pero el espíritu
positivista y materialista de esas disciplinas
le enfrió la fe, hasta considerarse ateo en
torno a los catorce años (tiró sus iconos por
la ventana). Pero también se sintió vacío y
desencantado. Allí no estaba la sabiduría que
anhelaba. Empezó a leer filosofía, a Spinoza
y de los idealistas alemanes, y esto le devolvió una comprensión del mundo donde lo
espiritual y Dios tenían que estar en el fondo.
El combate que dividía a la intelectualidad
rusa entre la modernidad y el cristianismo
tradicional, se había desarrollado en su alma.
Las etapas de la vida
Abandonó los estudios de ciencias en la Universidad y se examinó de todas las materias
de filosofía en muy poco tiempo. A la vez,
siguió cursos en la academia de teología de
Moscú, pero luego prefirió estudiar teología
por su cuenta. Presentó sus tesis de filosofía
y entró como profesor en la Universidad de
Moscú (en 1874, con 21 años). Hizo un largo
viaje por Inglaterra (con mucho estudio en el
Museo Británico) y Egipto (1876). A la vuelta,
dio brillantes cursos y se hizo muy conocido.
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PALABRA — Diciembre 2018
La obra
Aunque su vida fue breve, su obra es bastante
amplia y orgánica y tiene unos estándares
académicos muy altos para su época: estructura, orden, citas... Refleja sus descubrimientos y transformaciones. Y se concentra en
dos cuerpos con dos grandes temas: la sabiduría y la Iglesia.
El primer cuerpo está formado por su primera reacción ante el pensamiento occidental, Crisis de la filosofía occidental (1874), dedicado a la crítica del positivismo. Y por la
defensa de la intuición y la sabiduría (sofía)
frente al racionalismo, en Crítica de los principios abstractos (1877-1880). Así justifica el
espacio de conocimiento sapiencial propio
de la filosofía y de la fe.
El segundo cuerpo, sobre la Iglesia y su misión, comienza con las Lecciones sobre el Dios
humanado (1878-1881), sobre la unión de lo
humano y lo divino en Jesucristo y su capacidad para salvarnos. En Las bases espirituales
de la vida (1882-1884), trata de la necesidad
de la verdad revelada y salvadora, que une a
Cristo, pero no individualmente, sino en la
Iglesia. En Rusia y la Iglesia universal (1889),
ya citada, estudia el papel del primado romano en la Iglesia, y su aceptación consciente
y pacífica por el oriente cristiano durante el
primer milenio. Las viciadas raíces políticas
del cisma y la necesidad de la unión ya ha-
bían sido abordadas en El gran debate y la
política cristiana (1883) y vuelven a aparecer
en Bizantinismo y Rusia (1896). Sobre la misión de la Iglesia y su relación con la sociedad
tratan los Tres diálogos (1899-1900). Y pone
punto final su Relato del Anticristo, de tono
apocalíptico.
Aparte tiene dos notables estudios sobre El
sentido del amor (1892-1894) y La justificación
del bien, donde aborda los temas básicos de la
moral (moral fundamental). Queda mencionar un conjunto de escritos menores y una
correspondencia muy interesante, porque
mantenía amistades profundas. Sus amigos
dejaron muchos recuerdos que han permitido construir estupendas biografías (como la
de Maxime Herman).
Referencias bibliográficas
Venerado por Berdiaev o Zukov como el mayor genio del pensamiento ruso, suele ser
desconocido o ignorado por los historiadores occidentales de la filosofía, con la honrosa
excepción de Frederick Copleston en el tomo
X de su monumental Historia de la Filosofía,
dedicado a la filosofía rusa (Khomiakov, Soloviev, Berdiaev, Dostoievsky… incluso Lenin), que no ha sido traducido al castellano.
En cambio, se han traducido bastantes obras
de Soloviev y escrito algunas tesis, como la
de Miriam Fernández Calzada, Vladimir Soloviev y la filosofía del siglo de plata, que he
consultado con provecho. n