Desastre humano

El naufragio de la Medusa, dos semanas perdidos en el océano

En 1816, la muerte de casi 150 marinos abandonados a su suerte tras un naufragio, en una balsa, provocó un escándalo en Francia e inspiró a Géricault su más célebre cuadro.

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Théodore Géricault convirtió el naufragio en una obra de arte de denuncia social en La balsa de La Medusa.

The Granger Collection / Cordon Press

La pintura, testigo de la Historia. En pocas ocasiones esta afirmación ha quedado tan demostrada como con el naufragio de La Medusa, que debe gran parte de su fama y fortuna histórica al célebre lienzo del pintor francés Théodore Géricault. Expuesta por primera vez en el Louvre en agosto de 1819, esta obra provocó un gran escándalo y dio a conocer al mundo una tragedia que puso al descubierto el peor rostro del sistema político que dominaba entonces Francia.

El episodio ocurrió durante los primeros años de la Restauración, el régimen surgido en 1815 tras la definitiva derrota de Napoleón y el retorno de la dinastía borbónica. En julio de 1816, la fragata La Medusa zarpó junto a una flotilla de la isla de Aix, cerca de Burdeos, con destino a la ciudad de Saint-Louis, en Senegal.

Restablecida la paz tras las guerras napoleónicas, la flota tenía como misión recuperar el control de las antiguas posesiones francesas de África que los ingleses acababan de devolver a Francia. La expedición se componía de militares, funcionarios y algunos colonos, pero también, y como era costumbre en la época, de varios científicos que llevaban material de observación.

Un mando incompetente

Además viajaba a bordo el coronel Julien Schmaltz, al que el rey Luis XVIII había nombrado poco antes gobernador de Senegal. El mando del buque insignia La Medusa se dio al oficial de marina Hugues de Chaumareys, un antiguo exiliado afín a los círculos ultramonárquicos, pero que llevaba más de veinte años sin navegar.

Luis XVIII

Luis XVIII

Retrato de Luis XVIII hacia 1822.

Heritage Art/Heritage Images/ Cordon Press

En el curso de la expedición, el capitán Chaumareys cometió múltiples errores. De entrada, se alejó de los demás navíos e hizo la ruta en solitario. Ignorando los consejos de los oficiales de a bordo más experimentados, se equivocó al leer los mapas y cuando se encontraba a la altura de Mauritania se introdujo en una zona de aguas poco profundas, el llamado banco de Anguin.

La quilla empezó a rozar el fondo de arena, y el barco embarrancó el 2 de julio. Al principio los tripulantes intentaron reflotarlo, pero entonces se desencadenó una violenta tormenta que dañó el navío irreparablemente. Todos comprendieron que había que abandonar el buque y alcanzar la costa africana.

SÁLVESE QUIEN PUEDA

El salvamento de las casi 400 personas que componían la tripulación se hizo en circunstancias de máxima confusión, aumentada por el alcohol que circulaba entre los marinos, incluido el capitán. Chaumareys y los oficiales se subieron a los botes, mientras que 150 marineros y soldados, así como una cocinera, se apiñaron en una balsa improvisada, de 15 por 8 metros. En principio la balsa debía ser remolcada por los botes hasta la costa, pero Chaumareys, al verse lastrado por su peso, decidió soltar las amarras y abandonar la balsa y sus ocupantes a su suerte.
La balsa se convirtió enseguida en un infierno.

Abandonada a la deriva con 150 ocupantes, la balsa se convirtió en un verdadero infierno de peleas, muerte y enfermedad.

Primero fue una lucha por el espacio, pues los bordes de la balsa se hundían en el agua y todos querían situarse en el centro. Si en la primera noche veinte personas se ahogaron, en la segunda se desató una auténtica lucha en la que los que iban armados mataron al menos a 65 de sus compañeros, pretextando que se habían amotinado y querían destruir la balsa. Al cabo de una semana quedaban 28 supervivientes, pero aún parecían demasiados. Como muchos estaban enfermos, gravemente heridos o en estado de demencia, tras un debate se decidió arrojar a trece de ellos al mar.

Al mismo tiempo, el hambre y la sed hacían estragos. Tras agotar la carga de vino que llevaban (la de agua había caído al mar), debieron beber agua salada y hasta la propia orina. En cuanto a la comida, disponían de una sola caja de galletas que se acabó en un día. Al tercero ya se produjeron casos de canibalismo. Como explicó un superviviente, pese a la repugnancia que sentían, cortaban la carne de los cadáveres en tiras y la dejaban secar al sol antes de comerla; "veíamos aquella horrible comida como el único medio de prolongar nuestra existencia".
Tras trece días navegando a la deriva, los quince supervivientes avistaron una embarcación que se aproximaba a ellos. Era un navío de la flotilla que zarpó junto a La Medusa y que había arribado a su destino en Saint-Louis. Chaumareys, que también había logrado llegar allí en un bote, lo había enviado no tanto para rescatar a los supervivientes, que le importaban bien poco, como para recuperar el material de la balsa.

El relato del infierno

En 1817, dos de los supervivientes de la expedición, el cirujano Jean-Baptiste Savigny y el ingeniero-geógrafo Alexandre Corréard, publicaron un libro titulado Naufragio de la fragata La Medusa. Relato de los hechos que ocurrieron en la balsa, en el que denunciaban tanto la negligencia y la cobardía del capitán como la atrocidad de los marineros aterrorizados y ebrios. Se desencadenó entonces una indescriptible emoción en Francia. Gacetas, panfletos y grabados empezaron a evocar con todo lujo de detalles el horror del acontecimiento.

La oposición liberal al régimen borbónico aprovechó el asunto para denunciar la incompetencia de la monarquía restaurada, forzar la dimisión del ministro de la Marina e instituir un consejo de guerra contra Chaumareys, que fue condenado a tres años de cárcel.

UN CUADRO QUE HIZO HISTORIA

En este clima de indignación, un artista de 28 años decidió inmortalizar el episodio en un gran cuadro. Por entonces, Théodore Géricault había ya llamado la atención de los críticos, pero acababa de perder una beca para seguir sus estudios de pintura en Roma y necesitaba una obra maestra que relanzara su carrera. Para ello, nada mejor que un tema de viva actualidad como el del naufragio de La Medusa.

El pintor se propuso hacer una obra realista. Empezó por reunirse con los dos náufragos y trazó los primeros esbozos basándose en sus testimonios. Para trabajar en un lienzo de grandes dimensiones (5 por 7 metros), cambió su pequeño taller de la calle des Martyrs por un espacio mucho más amplio en la calle del Faubourg-du-Roule, camino de Neuilly; allí, encargó una maqueta de la balsa a un carpintero, otro superviviente del naufragio. Dio gran importancia a la representación de los cuerpos. Hizo posar a los supervivientes, a su amigo Delacroix y a su asistente Louis-Alexis Jamar.

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Géricault hizo construir una maqueta de la balsa como modelo y visitó una morgue cercana para aumentar el realismo y el dramatismo de los cadáveres amputados en su obra. Detalle de La balsa de La Medusa.

Para plasmar el color de los miembros amputados y la rigidez de los cadáveres realizó múltiples bocetos en una morgue cercana. Hasta consiguió que un amigo médico le prestara restos anatómicos. Según su biógrafo, Charles Clément, en el taller reinaba una fetidez atroz.

Géricault plasmo condramático realismo los miembros amputados y la rigidez de los cadáveres.

Elegir la escena era una de sus preocupaciones centrales. Al principio pensó en representar las escenas de antropofagia, pero, convencido de que entonces la obra sería censurada, optó por el instante en que los supervivientes divisan a lo lejos el bergantín salvador. Durante ocho meses, de noviembre de 1818 hasta junio de 1819, el pintor trabajó sin descanso, durmiendo en un altillo contiguo y viendo tan sólo a la portera que le traía la comida y a su asistente Jamar.

detalle medusa

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La inclusión de un personaje negro en el centro de la composición reflehjaba el compromiso de Géricault con la liucha contra la esclavitud.

Rue des Archives/Tal / Cordon Press

DE NUEVO EL ESCÁNDALO

El lienzo se expuso en el Salón de París que se inauguró el 25 de agosto de 1819. A pesar de su título banal, Escena de naufragio, y de haber sido colgada muy alto, la obra causó furor. "Interpela y atrae todas las miradas", escribió un periodista. Naturalmente, todos reconocieron la tragedia de La Medusa. Las opiniones se dividieron según la tendencia política. Los conservadores señalaron supuestos errores artísticos, el realismo obsceno de la escena y el horror que provocaba en el espectador, todo ello alejado de los cánones de la belleza clásica. Los liberales, en cambio, vieron en la pintura la condena del nuevo régimen y de su desidia, la metáfora de un gran naufragio nacional.

el realismo obsceno de la escena y el horror que provocaba en el espectador de la pintura escandalizó a los más conservadores.

La presencia de un marinero negro en el centro de la composición también deja patente el compromiso del pintor en un momento en que se intensificaba la lucha contra la esclavitud y la trata de negros. Por su realismo, dramatismo y teatralidad, el lienzo se convirtió en el manifiesto de la pintura romántica, vehículo de pasiones, desesperación y muerte. El conde O’Mahony exclamó: "¡Qué espectáculo más repugnante, pero qué obra tan bella!".