La segunda pesca milagrosa y la moneda en la boca del pez - Protestante Digital

La segunda pesca milagrosa y la moneda en la boca del pez

Un estudio de Juan 2:1-13 y Mateo 17:24-27.

17 DE ENERO DE 2021 · 20:50

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A veces decimos que “si las paredes pudieran hablar, lo que dirían”. Pero en este capítulo creo que si los pescados pudieran hablar nos narrarían que esa noche había una zona alrededor de una barca a la cual no se podían acercar. Es que había como una fuerza increíble que impedía que se acercaran. Pero lo más interesante sucedió cuando empezó a amanecer.

Ahora sí podían acercase a la embarcación pero solamente al lado derecho. Pero vayamos al texto bíblico. En Juan 21:1 leemos: “Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos en el mar de Tiberias. Se manifestó de esta manera”. Me agradan estas palabras: “se manifestó de esta manera”. No solamente les va a dar a los discípulos una nueva lección sino que le da a Pedro una enseñanza muy personal. El versículo siguiente nos dice: “Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado Dídimo, Natanael que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos”. Pienso en este grupo de personas tan distintas como una pequeña orquesta, no de instrumentos musicales sino de caracteres psicológicos tan distintos.

Allí está el impulsivo, dinámico y activo Pedro. Allí está también Tomás, aquel que tiene la tendencia a dudar y que necesita muchas evidencias para creer. En contraste estaba también Natanael el “verdadero israelita”que escuchó estas palabras del Señor junto con otros discípulos: “De cierto, de cierto os digo que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre” (Juan 1:51). Estaban también los hijos de Zebedeo (Jacobo y Juan) que tenían una tendencia a reaccionar vigorosamente y en una ocasión estaban tan indignados que querían que bajara fuego del cielo para destruir a los samaritanos que no los recibieron (Luc. 9:54).

El versículo 3 dice: “Simón Pedro les dijo: ‘Voy a pescar’. Le dijeron: ‘Vamos nosotros también contigo’. Salieron y entraron en la barca, pero aquella noche no consiguieron nada”.

Creo que esta frase “voy a pescar” tiene en esta situación un tono de tristeza. Por supuesto que no tiene nada de malo ir a pescar. Pero para Pedro y los que habían sido pescadores era como volver a la vida de antes, y como que esos tres años y medio con el Maestro habían pasado al gran museo de los recuerdos. Es que esos años con el Mesías recorriendo las aldeas y ciudades de Judea habían sido tan maravillosos. Los días eran a veces agotadores. Los enfermos que se amontonaban; las multitudes que había que atender. ¡Pero cómo olvidarse de esos milagros que habían visto con sus propios ojos! Y en esta frase tan corta “voy a pescar” es como si dijera, todo el pasado ha quedado atrás. La experiencia inolvidable de haber escuchado esas palabras maravillosas que salían de los labios del Maestro cuando al final del día les hablaba esas verdades eternas de una manera que nunca antes habían escuchado. No podemos dejar de pensar que se habrá acordado cuando al principio de su ministerio Jesucristo le dijo: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar” (Luc. 5:4).

Yo me imagino la conversación en la embarcación como se diría en el Río de la Plata: “¡Qué mala suerte tenemos, hoy no se pesca nada! Es que el viento sopla para el otro lado”. Quizás alguno de los pescadores de tanta experiencia dijo: “es la primera vez en mi vida que me pasa esto”.

Todos hemos estado en nuestra vida navegando en ese barco de la frustración cuando durante toda una noche o un largo tiempo no hemos visto más que el fracaso.

El principio espiritual que aquí vemos es muy importante. Dios uti-liza el fracaso de la noche para contrastarlo con el éxito del milagro del amanecer. ¡Qué preciosas son a nuestra alma las palabras del Salmo 126:2, 5, 6!: “Entonces nuestra boca se llenó de risa; y nuestra lengua, de cantos de alegría. Entonces decían entre las naciones: ‘Grandes cosas ha hecho Jehovah con éstos…’. Los que siembran con lágrimas, con regocijo segarán. El que va llorando, llevando la bolsa de semilla, volverá con regocijo, trayendo sus gavillas”.

Hay momentos en nuestra vida en que parecería que no se pesca nada. Todo parece ser pruebas y dificultades. El apóstol Pablo nos dice en Hechos 20:31: “Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar con lágrimas a cada uno. Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, a aquel que tiene poder para edificar y para dar herencia entre todos los santificados”.

Reiteramos las palabras de Juan 21:3: “…aquella noche no consiguieron nada”. Unos se miraban a los otros. Las horas pasaban y la respuesta a la pregunta que no se formulaba era: “no hay nada”. Dios no quiere que el creyente viva una existencia de derrota. Leamos del apóstol Pablo nueva-mente en Filipenses 4:13: “¡Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!”. Pablo supo vivir tranquilamente en la abundancia como en la necesidad.

Juan 21:4 nos dice: “Al amanecer, Jesús se presentó en la playa, aunque los discípulos no se daban cuenta de que era Jesús”. ¡Qué difícil es reconocer a Jesús después de una noche de dificultad, de tristeza o de fracaso! Me imagino que esa mañana los colores de la aurora comenzaban a aparecer. Dado que el mar de Galilea está rodeado de montañas lleva más tiempo antes que el sol se pueda ver.

Estas palabras: “al amanecer” para mí son muy especiales. Traen a mi corazón Proverbios 4:18: “Pero la senda de los justos es como la luz de la aurora que va en aumento hasta que es pleno día”. Observemos con qué tacto y delicadeza Jesucristo entra en la conversación. Ahora les va a hacer una pregunta cuya respuesta él sabe, pero necesita que ellos la confiesen. En el silencio de la mañana viene esa voz que dice: “‘Hijitos, ¿no tenéis nada de comer?’ Le contestaron: ‘No’” (v. 5). Esta interro-gación me ha conmovido muchas veces el corazón. ¿Tenéis algo de comer? Es que yo creo que la iglesia local tiene que ser un lugar donde el creyente sea alimentando por el ministerio de las Escrituras. Qué triste es ver que en algunas congregaciones hoy en día hay todo tipo de programas pero falta “algo de comer”. Y todos nosotros necesitamos el ministerio de la Palabra guiado por el Espíritu Santo.

El versículo 6 nos dice: “Él les dijo: ‘Echad la red al lado derecho de la barca, y hallaréis’. La echaron, pues, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces”.

Yo me imagino la escena. Desde el barco los discípulos ven a un hom-bre en la playa, que no reconocen por la poca luz de la mañana. Pero es interesante pensar, en la otra perspectiva, qué es lo que Jesucristo vio desde la orilla hacia el mar. Allí había una barca con siete hombres, cansados por la falta de sueño, con caras entristecidas por el fracaso. Los discípulos obe-decen la sugerencia. El Evangelio nos dice que: “La echaron, pues, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces” (Juan 21:6). Observemos que el Señor Jesús sabía exactamente dónde estaban los peces, no porque como el incrédulo sugiere estaba en una posición alta y los podía ver, sino porque él sabía que los peces que durante toda la noche se habían mantenido alejados de la embarcación ahora se acercaban al lado derecho de la misma.

Yo veo aquí la omnisciencia del Señor Jesús. Él lo sabe todo. Él lo domina todo. La noche anterior no pescaron nada pero ahora él los iba a bendecir de una manera extraordinaria.

Si yo estuviera enseñando una clase para niños les diría que los peces que nadaban del lado derecho de la barca en vano tratarían de pasar al lado izquierdo. Es como si en el agua hubiera una barrera invisible e impenetrable que no les permitiera pasar para el otro lado.

“Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ‘¡Es el Señor!’. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó el manto, pues se lo había quitado, y se tiró al mar” (v. 7). Nosotros normalmente nos quitamos la ropa y nos quedamos con nuestra prenda de baño cuando nos zambullimos en el agua. Pedro hizo exactamente lo inverso. Es decir, en la embarcación estaba con poca ropa y era tal el respeto y la reverencia que él tenía hacia el Señor Jesús, que se puso la ropa encima de la que ya tenía puesta y se sumergió en el agua para llegar lo más pronto posible a la orilla. Pero la historia no termina allí, el versículo 9 nos dice: “Cuando bajaron a tierra, vieron brasas puestas, con pescado encima, y pan”. Es en el último capítulo de Juan donde vemos a Jesús de Nazaret preparar una comida. Había brasas que por supuesto el Señor utilizó para cocer el pez. Sin duda esto proveía también calor. Había un pez representando lo que nos otorga el mar y había pan simbolizando lo que nos da la tierra.

En el versículo 10 leemos: “Jesús les dijo: ‘Traed de los pescados que ahora habéis pescado’”. Observemos con cuanta delicadeza el Señor les dice: “de los pescados que habéis pescado”. Me hace pensar en la satis-facción de un niño cuando logra su primera pesca. Se siente tan orgulloso de lo que ha hecho.

El versículo 11 nos dice: “Entonces Simón Pedro subió y sacó a tierra la red llena de grandes pescados, 153 de ellos; y aunque eran tantos, la red no se rompió”. Muchos han tratado de encontrarle un simbolismo a ese número. Pero notemos que son pescados de gran tamaño.

El doctor L. Locyer, en su buen libro sobre los milagros, nos dice: “La comida que el Señor mismo preparó y dispensó sobre la playa es sin duda un símbolo del gran festival en los cielos que él está preparando para los suyos. Esa playa en el lago es una imagen evocadora del tiempo cuando después de su venida por sus siervos que están cansados, él los hará sentar a comer y les servirá”.

Notemos en resumen los hechos especiales en este milagro:

  1. El Señor en su providencia actúa para que no exista pesca durante la noche.
  2. El Señor procede para que no existan peces en el lado izquierdo de la embarcación.
  3. El Señor hace que exista una gran concentración de peces grandes del lado derecho.
  4. El Señor sabe todo lo que ha transcurrido durante la noche y la falta de comida.
  5. La red no se rompió a pesar de la gran cantidad de pescados grandes.
  6. Ciento cincuenta y tres grandes pescados. Estadísticamente en una pesca con red se obtienen pescados grandes, medianos y pequeños. Cualquiera que ha ido a pescar con red sabe que la gran mayoría de lo que se obtiene son pescados pequeños que muchas veces los pescadores retornan al mar. Aquí no hay ningún pescado pequeño. Todos son grandes. La probabilidad estadística que no haya un sólo pescado pequeño es infinitamente pequeña.

Vemos en esta porción de las Escrituras al Señor Jesucristo invitando a sus discípulos a tener un tiempo de comunión con él. Después de que se han alimentado, una conversación se desarrolla con el discípulo que negó al Maestro y, como resultado de esa plática, Pedro es restaurado.

Temas para predicadores

El Señor Jesús nos ve en nuestras dificultades y durante la noche del fracaso

El Señor Jesucristo prepara una comida y tiene comunión con sus discípulos

La omnisciencia del Señor Jesús (El sabía que los discípulos no tenían alimentos, sabía donde estaban los peces y cuántos pescados exactamente había)

 

   La moneda en la boca del pez

Mateo 17:24-27

A veces nos preguntamos qué pasaría si las paredes pudieran hablar; ¡vaya a saber las cosas que dirían! Así también esta moneda; si pudiera contar su historia creo que sería muy interesante.

¿Cómo llegó esa moneda al pez? Sin duda que alguien la perdió. Nor-malmente en aquellos tiempos no se arrojaban monedas al mar. Quien la hubiese perdido nunca iba a imaginar que Dios tenía con ella un propósito muy especial. Lo que para esa persona era una pérdida, Dios podía usar para suplir una necesidad real. Seguramente que Dios podía de la nada crear una moneda, pero dado que sólo el gobierno puede acuñarlas, creemos que él utilizó una de circulación legal.

Algunos milagros fueron hechos en público, como las multiplica-ciones de los panes y los peces, donde miles de personas fueron es-pectadores y protagonistas. Este milagro, por el contrario, sólo tiene dos protagonistas. Es interesante cuando las Escrituras, y especial-mente el Nuevo Testamento, nos hablan sobre los peces. Fue un gran pez aquel que se tragó al profeta Jonás. Fue durante la pesca milagrosa que Pedro tuvo una percepción de la persona del Señor Jesús cuando exclamó: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador!” (Luc. 5:8). Fue con panes y peces multiplicados que se alimentaron las multitudes. También fue una pesca milagrosa aquella que recogieron los discípulos tras toda una noche de fracaso, cuando él ya había resucitado.

Alguien ha notado que los milagros que no son de sanidad (para beneficio de los enfermos) son para beneficio de los discípulos.

Leemos entonces en Mateo 17:24, 25: “Cuando ellos llegaron a Capernaúm, fueron a Pedro los que cobraban el impuesto del templo y dijeron: ‘¿Vuestro maestro no paga el impuesto del templo?’. Él dijo: ‘Sí…’”. Nos preguntamos si esta respuesta de Pedro fue con conoci-miento de causa. Sin duda aquel que fue obediente hasta la muerte de cruz siempre hizo lo correcto. No sabemos en qué se apoyó Pedro para asegurarles el pago del impuesto.

El versículo 25 sigue diciendo: “Al entrar en casa, Jesús le habló pri-mero…”. Matthew Henry, con su conocida agudeza espiritual, dice: “Los discípulos de Cristo nunca son atacados sin su conocimiento”.

Pienso que a Pedro le preocuparía la incómoda situación. Se comprometió con los cobradores sin consultar con el Maestro y sin contar con el dinero necesario. ¿Qué le diría?

Admiramos en esta porción de la Escritura el atributo de la omnisciencia divina del Señor Jesús. En primer lugar, él sabía todo lo que le había acontecido a Pedro. En segundo lugar, conocía exactamente dónde yacía la moneda en el fondo del mar. En tercer lugar, envió un pez a tragársela y a dirigirse al sitio donde Pedro iba a pescarlo. En cuarto lugar, guía al pez hacia el anzuelo de Pedro para morderlo antes que otro pez.

Esta es la única vez que se usa un anzuelo para pescar en el Nuevo Testamento, dado que las demás pescas se hicieron siempre con red. El hecho de ser el primer pez que picaba, muestra claramente que no era nada producto del azar, sino de la providencia divina, de la que Jesús tenía pleno conocimiento y dominio.

Si Jesucristo sabe lo que está dentro de un pez, sin duda que también sabe cuanto está en lo profundo de nuestro corazón.

Atendamos a la pregunta que entonces le hace a Pedro: “¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos o de otros?” (Mat. 17:25).

Mucho se ha discutido en cuanto al tipo de impuesto al que se hace referencia aquí. El obispo Trench, en su excelente libro sobre los milagros, defiende la posición de que aquí no se refiere a un impuesto civil sino religioso, con el fin de mantener los gastos del templo. Este impuesto debía ser pagado por los hombres mayores de veinte años. Esta explicación cuadra perfectamente con el argumento que Jesús infiere: Él, como Hijo, no tendría por qué pagarlo. Esto no encajaría nunca con un impuesto civil, pues obviamente él no era hijo del César romano. En la actualidad los ciudadanos pagamos varios impuestos tal como el impuesto de ventas. En aquellos tiempos por supuesto que a ningún recaudador se le ocurriría irle a cobrar a los hijos de los reyes.

Pedro responde: “De los otros”. Esta vez acierta. El Señor agrega: “Luego, los hijos están libres de obligación” (v. 26). Probablemente con-venga dejar por ahora la discusión sobre el tipo del impuesto, para tratar de entender lo que Jesucristo quiere enseñarle a Pedro.

Algo que aquí resalta es que él no obtiene una moneda para cum-plir con su parte, sino que en ella incluye el valor que le corresponde pagar a Pedro. “Los hijos están libres de obligación”. Es como si dijera: “No sólo yo, sino que tú también estás exento”. ¡Qué precioso! Pedro ha sido puesto por el Mesías en una relación muy especial en la familia de Dios por lo tanto como hijo no tiene por qué pagar el impuesto.

Mateo 17:27 nos dice: “Pero, para que no los ofendamos, ve al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que suba, tómalo. Cuando abras su boca, hallarás un estatero. Tómalo y dáselo a ellos por mí y por ti”. Jamieson destaca que: “el Señor no dijo: ‘Dale la moneda por nosotros dos. Él dijo: ‘por mí y por ti’. De esta manera distingue al exento natural del discípulo no legalmente exento”.

Si yo hubiera estado en el lugar de Pedro habría tenido la tentación de seguir pescando hasta hacerme una colección de monedas. Pero solamente el primer pez tenía la moneda.

Observen la razón por la que Jesucristo va a proceder a hacer el milagro. Es para no ofenderlos. Para no serles de tropiezo. ¡Qué provechoso es ver todos los detalles en el actuar de nuestro Señor! Él no quiere ser de tropiezo a esos cobradores públicos.

Pedro está en la casa y el Señor lo manda al mar; esa es la parte que le toca hacer. Hubiera sido más sencillo que la moneda hubiera aparecido súbitamente sobre la mesa de un modo sobrenatural. Pero Pedro tiene que ir al mar y seguir las precisas instrucciones que el Señor le da. Esta vez no protesta. Aunque el relato parece truncarse, la fe del lector del Evangelio no duda en el puntual cumplimiento de todos los pormenores posteriores de este episodio en la vida de nuestro Señor Jesucristo.

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