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Revista chilena de neuro-psiquiatría

versión On-line ISSN 0717-9227

Rev. chil. neuro-psiquiatr. v.38 n.1 Santiago ene. 2000

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-92272000000100010 

 

Rev Chil Neuro-Psiquiat 2000; 38: 57-58

Comentario de Libros y Revistas

PRINCIPIOS DE LA ÉTICA BIOMÉDICA

Autor: Tom L. Beauchamp y James F. Childress

Editorial: Masson, Barcelona, 1999; XV + 522 págs.

¡Es pasmoso! A lo singular que nos referimos es al insólito y anormal crecimiento que ha tenido la bioética desde que en 1971 fuera bautizada por el oncólogo de la Universidad de Wisconsin, Van Rensselaer Potter. En numerosas oportunidades se ha intentado hacer la historia rigurosa de esta nueva disciplina, pero sin el éxito esperado. No es que no se cuente con suficientes datos como para rendir un acabado informe de los pormenores que precedieron a su nacimiento. Tampoco consiste en que haya médicos o eticistas preparados que se dediquen con seriedad a esta rama de las ciencias médicas. Todo lo contrario. Hay demasiados datos y demasiados investigadores. Lo que falta es una teoría que haga comprensible o dé razón con la debida profundidad ­lógon didonai­ de por qué fue absolutamente indispensable, no antes ni después, la creación y el desarrollo de la bioética. Ortega la llamaba "razón histórica". Aunque cada cierto tiempo surgen preguntas que tienen un halo de corrosivas ¿no hay algo de moda o frivolidad en todo este vocinglero movimiento? ¿Son, en verdad, absolutamente necesarios tantos congresos, revistas, especialistas, diplomados? Peor aún: ¿Es que anteriormente vivíamos en una suerte de salvajismo o primitivismo ético en la medicina?, ¿y ahora, por fin, hemos alcanzado un nivel aceptable moralmente? ¿Son los jueces los encargados de enseñarnos cuándo obramos bien o mal y, lo que es más grave, castigarnos cuando no nos comportamos según sus dictámenes paradigmáticos, una variedad de ética sin moral pero con legalidad?

Éstas y otras preguntas están suspendidas en el aire mientras avanza rauda la bioética. El libro de Beauchamp y Childress se dedica más bien a otras tareas. Es una maciza exposición documentada del estado actual de la bioética después de tres décadas de haber sido, como texto de enseñanza, un importante actor en el ámbito americano. La primera edición ­la presente es la cuarta­ data de 1978, y uno de sus autores, Tom Beauchamp, acababa de ser uno de los colaboradores de la National Commission del Congreso de los Estados Unidos encargada de elaborar el decisivo Informe Belmont que ese mismo año dio origen a los tres principios que, desde entonces, se consideran canónicos para entender todo el modo de pensar y resolver bioético. Así, el escrito tomó bajo su responsabilidad el explicar con detalle los principios ­al que se le agregó el cuarto de no maleficencia­ y un método sistemático de toma de decisiones. Su postura fue clara y opuesta radicalmente al proceder de la tradición ética filosófica.

En lugar de basarse en un autor de reconocido peso ­Aristóteles, Kant, Santo Tomás, Hume­ tomaron como punto de partida la fundamentación sólida del proceder. Beauchamp y Childress se centraron en el modo en que los seres humanos realizan juicios de valor y, sobre todo, resuelven sus conflictos, con independencia de la teoría ética que sustente sus opiniones valorativas. La ventaja quedó clara desde el inicio. Los distintos miembros de la Comisión ­y después los médicos de muy diferente procedencia moral­ pudieron empezar a trabajar empíricamente y a solucionar con eficacia los problemas con que se tropezaba todos los días en los hospitales. Por supuesto surgieron al momento las dificultades y los rechazos a una supuesta moralidad común, "la moral compartida en común por los miembros de una sociedad, es decir, por el sentido común no filosófico y por la tradición". Esta postura postmoderna, según los más acerbos detractores, es una ilusión o, en el peor de los casos, una maniobra política, un intento astuto de llegar a un consenso que deje a todos contentos por ser incapaces de afrontar el hecho indesmentible de que la ética requiere una filosofía última fundamentada en la razón. Por el contrario, hay otros que aseveran que los principios no existen, son una fábula inventada para calmar el vacío que está a la base de la ética.

En otras palabras el libro Principios de la ética biomédica ha adoptado una postura propia y legítima que ha sido determinante ­para bien o para mal­ en el avance de la escuela norteamericana de bioética que, como se sabe, es la de mayor trascendencia en la actualidad. Además es serio: entrega lo que ha prometido y lo hace dando argumentos a favor de los principios prima facie que ellos sustentan: obligan pero ninguno tiene prioridad sobre los otros, de modo que son las circunstancias y las consecuencias las que permiten resolver en caso de conflicto entre dos o más de ellos. Asumido el fracaso de la razón para entregar una ontología valorativa primera, Beauchamp y Childress se esfuerzan por elaborar esta ética de la responsabilidad, como bien la califica Gracia Guillén en el prólogo. Dejan para otra ocasión la aplicación concreta de sus principios, aunque el escrito está plagado de ejemplos clínicos que permiten visualizar la fecundidad de sus propuestas.

Como todo buen libro, está bien escrito. Como todo buen libro, hay que leerlo repetidamente para asimilar su denso contenido, puesto que detrás de una aparente simpleza subyacen años de meditación y cavilaciones sobre el tema. Quizás ya no hay tanta afirmación enfática como en la primera edición, lo que significa que con el correr de los años los autores se han vuelto más conscientes todavía de lo intrincado del asunto. Las respuestas elegantes han dado paso a los pensamientos tentativos, que no se deben confundir con vacilaciones producto de la ignorancia, sino en búsqueda incesante de la verdad, que siempre es escurridiza.

Ya es lugar común afirmar que la mejor práctica es una buena teoría. Beauchamp y Childress se encuentran en condiciones de ser excelentes representantes de este aserto. Como médicos, necesitamos saber los "principios" de la ética biomédica para poder actuar de la mejor manera posible junto a nuestros enfermos. Como psiquiatras, no son muchos los acápites que están dedicados a nuestra especialidad, pero no importa. Antes de bajar al detalle necesitamos conocer el conjunto que sustenta. Por tanto, sirve tanto a los psiquiatras "prácticos" como a los psiquiatras "meditabundos".

Quizás si la más halagüeña recomendación que se puede hacer al escrito es recordar las palabras de Aristóteles al comienzo de la Ética a Nicómaco, porque permite entender cómo está elaborado y, por ello, son una expresión directa de las incertidumbres inherentes del tema: "nos contentaremos con dilucidar esto en la medida en que lo permita su materia; porque no se ha de buscar el rigor por igual en todos los razonamientos".

GUSTAVO FIGUEROA

 

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