Ryūsuke Hamaguchi, director 'El mal no existe': "Nuestro modo de vida exige sacrificios"
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Ryûsuke Hamaguchi, de ‘Drive my car’ a una poética de la ecología: "Ya no basta con ser buenas personas"

  • RTVE.es entrevista al director japonés, que estrena El mal no existe, premiada en al Festival de Venecia

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Fotograma de 'El mal no existe', de Ryūsuke Hamaguchi
Fotograma de 'El mal no existe', de Ryūsuke Hamaguchi Caramel Films

Con Drive my car, Ryûsuke Hamaguchi obtuvo un éxito universal con una película de tres horas con un ritmo a contracorriente de las tendencias. Un pelotazo con Oscar incluido al que el japonés da continuidad con naturalidad, pero sobre todo con libertad: El mal no existe profundiza en su cine moroso con una apuesta más poética y misteriosa sobre una pequeña trama de fondo ecologista con la que ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia.

Hamaguchi achaca todo a la pandemia, un tiempo que le sirvió para reflexionar sobre los excesos del capitalismo, sus mecánicas, y su consecuencia más nefasta: la crisis medioambiental. La película sigue a Takumi y su pequeña hija, Hana, habitantes de un entorno rural algo hostil por el duro invierno, donde se va a construir un glamping:  camping de lujo para atraer el turismo urbanita. La comunidad pronto advierte que las aguas residuales del glamping serán problemáticas y, ante las quejas, la empresa envía a dos miembros de una agencia para convencer a los lugareños.

“Tengo que decir que soy un urbanita, nunca he vivido en un entorno natural”, reconoce el director en una entrevista con RTVE.es. “He tenido que aprender mucho, porque en realidad me parezco más a los personajes de los empleados que vienen a realizar el proyecto”.

Si El mal no existe es tan original, se explica en parte por su origen. La compositora Eiko Ishibashi (colaboradora del cineasta en Drive my car) le pidió filmar la naturaleza para un proyecto musical. Mientras lo hacía, Hamaguchi ideó una trama en la que encajar la extraña sublimación por la naturaleza que experimentaba. La visión de la naturaleza de la película, que nunca olvida incluir al ser humano, no es bucólica ni idealista, sino desafiante y perturbadora.

“El título es una cierta trampa para llamar la atención. Para la niña, al comienzo de la película, todo en la naturaleza es bello. Y, aunque la naturaleza produzca terremotos como los que sufrió Japón este 1 de enero, no por eso pensamos que sea mala”.

Los retos de restablecer el equilibrio

Si hay una idea que sobrevuela la película es que restablecer nuestro lugar en la naturaleza no solo no será fácil, sino que exigirá pagar un precio más alto del que somos conscientes.Creo que si queremos mantener el equilibrio con la naturaleza, que se nos está yendo de las manos, es necesario hacer sacrificios en nuestro modo de vida”, resume el cineasta.

El mal no existe muestra a pequeña escala una desviación del capitalismo, donde una empresa fuerza la máquina para obtener unas subvenciones pandémicas sin control sobre sus consecuencias. “Siempre hay gente buscando cómo hacer la trampa. El mal se genera cuando hay proyectos que se hacen demasiado grandes, pero se conforman con los mínimos”, analiza.

La pandemia, de hecho, le llevó a reconsiderar las propias condiciones laborales de la industria cinematográfica japonesa. “Pensaba que la pandemia iba a cambiar la manera de hacer cine en mi país. El cine japonés trabaja en condiciones muy estrictas, de presupuestos y horas de trabajo. La pandemia nos enseñó que eran condiciones inhumanas, pero ahora estamos volviendo a hacer las cosas de la misma manera”.

De eso, en el fondo, va su película, de no volver atrás porque, quizá, ya hemos sobrepasado los límites. “No me considero pesimista, pero creo que ya no basta con ser buenas personas. La sociedad ha llegado a un punto en el que no es suficiente que nos comportemos de un modo correcto”, concluye.