Las leyes de la frontera (2021), de Daniel Monzón

La aportación de Daniel Monzón al cine quinqui que popularizaron en los años 80 cineastas como José Antonio de la Loma y Eloy de la Iglesia, aunque con un acento más comercial, sacando brillo a la marginalidad. Parte de la novela homónima de Javier Cercas, convertida en guión por el propio director y Jorge Guerricaechevarría, es el sexto libreto en el que comparten créditos. De nuevo tenemos los rasgos del mundo de la delincuencia juvenil en los años de la transición del franquismo a la democracia, con las novedades del marco narrativo de Gerona y la idea de un chaval de clase media que incursiona en un mundo de drogas, prostitución y robos con violencia, o sea, traspasa una frontera y se mueve en un territorio sin ley.

Nacho intenta en el verano de 1978 esquivar el bullying de unos compañeros que la hacen la vida imposible. Para ello mata el tiempo en los salones recreativos, donde conocerá a Zarco y Tere, que le ofrecen dos inesperados polos de atracción: el aspecto aventurero de la vida delictiva, donde al integrarse en una banda obtiene respeto y sale de su habitual vida gris, y la atracción instantánea por una chica que no sólo le pone, sino que se convierte en su primer amor de adolescencia. Pero el precio a pagar puede que sea demasiado alto.

El director mallorquín entrega una película irregular. Tiene fuerza el arranque, donde conocemos a un chico tímido sumido por el vértigo de un estilo de vida desconocido, en el que corre el peligro de convertirse en algo parecido a las bolas de las máquinas de pinball que tanto le gustan; el límite que no querría que sus nuevos amigos traspasaran es el de atracar o hacer daño al encargado de los salones recreativos, que siempre se ha portado bien con él, pero no existen muchos más límites éticos o morales, más allá de que le gustaría no matar a nadie.

Pero desde el momento en que Nacho se sumerge en el mundo delictivo la película se estanca, volviéndose morosa y reiterativa, con las escenas en el hogar familiar, de choque con padres y hermana, toma y daca con Tere en una relación donde la variante lujuriosa le quita romanticismo, una carta que se juega con demasiada ambigüedad, colocones y visita al prostíbulo, golpes y la indagación de las policías. Debía haberse logrado en este segundo acto del film una mayor condensación cohesión, así queda lastrado, la duración del film, superior a las dos horas, no está justificada.

No obstante hay que reconocer la habilidad de Monzón para el cine de acción, sobre todo en la escena del atraco final y la larga persecución, que no desmerecería en una película de Bond, James Bond, nos encantaría saber lo que podría hacer el cineasta con un presupuesto a lo 007, aunque el que maneja es generoso para los estándares españoles. Llama la atención la recreación de época, porque abundan los planos generales y nos podemos creer que estamos en la Gerona de los años 80. El reparto, compuesto de muchos actores desconocidos, algunos incluso noveles, funciona bien, resultan todos muy naturales.