Valerie Solanas: convicción y deseo - LatFem

Valerie Solanas: convicción y deseo

La vida de la escritora, actriz y militante feminista radical es tan espectacular que supera la fantasía. Autora del Manifiesto SCUM (Sociedad Exterminadora del Macho) donde propone un mundo sin varones, es también la mujer que tiroteó a Andy Warhol en 1968. Romina Zanellato leyó una nueva novela sobre su vida y descubrió que es mucho más que esos dos hechos.

Una vida demasiado intensa para este mundo. Una historia con tantos baches e incoherencias que parece inverosímil, un personaje forzado por los sucesos que un mal guionista escribió, una pieza grotesca para la historia de la humanidad. Valerie Solanas fue una mujer de mil vidas: la que nació en Ventnor, Nueva Jersey (Estados Unidos), en 1936; la que sufrió abusos y violaciones por parte de su padre en su niñez; la que se escapó de su casa a los 15 años; la que sobrevivió en las calles prostituyéndose; la que terminó la secundaria igual y, por su aguda inteligencia, obtuvo una beca para estudiar en la universidad; la que fue elegida como una de las pocas mujeres en ingresar a la licenciatura en Psicología de la Universidad de Maryland; la que después empezó el doctorado, se obsesionó con la reproducción de ratas hembras, pero lo abandonó; la que escribió todos sus pensamientos en el Manifiesto SCUM; la que creó la Sociedad Exterminadora del Macho a raíz del manifiesto; la actriz de películas de Andy Warhol; la escritora feminista radical de obras de teatro y ensayos; la que se integró a la fauna artística neoyorkina del Chelsea Hotel; la que quiso matar a Andy Warhol de tres tiros y por ese intento de homicidio fue a la cárcel; la que se pasó gran parte de su vida adulta en centros psiquiátricos; la que se murió a los 52 años sola en una habitación de San Francisco. Esa, fragmentada e incompleta, fue Valerie Solanas.

“No es el manifiesto de una víctima. Es fuerza encaminada a cambiar el mundo”, dice Gabriela Borrelli Azara en un prólogo corto, lúcido y movilizador de la edición argentina del Manifiesto SCUM que publicó la editorial Mansalva en 2018. En la tapa se la ve a ella, con la mirada penetrante (¿inquisidora?) hacia nosotres, con chispas en los ojos. ¿Quién es Valerie Solanas? Borrelli dice poco de su vida porque —sostiene— hay que retener el impulso de buscar en los datos autobiográficos la razón de su teoría. Ese texto extraordinario, que terminó de escribir en 1967, y que imprimió como un fanzine para luego venderlo en la calle por unas monedas de dólares, hasta que Maurice Girodias, editor de Olympia Press, lo publicó en mayo de 1968. Justo el mundo estaba muy calmado para un texto así. Entre revoluciones juveniles por aquí y por allá, Solanas proponía eliminar al macho. Pero no entendamos mal, no había nada figurativo, su propuesta es literal. Matar al macho.

“Ya que la vida en esta sociedad es un aburrimiento total, a las mujeres con mentalidad cívica, sentido de la responsabilidad y proclividad a los sentimientos intensos solo nos queda la alternativa válida de tirar abajo el gobierno, eliminar el sistema monetario, instituir la completa automatización del trabajo y destruir al sexo masculino”.

Para Valerie, el macho era un accidente biológico, un error de la biología porque le falta un cromosoma para ser completo, para ser una mujer. “El macho no es más que una mujer incompleta”, decía. “Ser macho no es más que ser deficiente, limitado. La masculinidad es una discapacidad: un macho no es nada más que un retardado emocional”.

Y eso sólo es la primera página del Manifiesto SCUM. Así comienza. Pero no es una parodia, no es una exageración, es un texto donde Valerie desarrolla su teoría que aplica a varones cis y a ciertas mujeres también, y excluye a trans y travestis, a maricas, y a ciertas personas que se alejan del macho, aunque no ahonda mucho en esto. Sin embargo, para ella, el futuro es aquel donde la tecnología sirva para engendrar personas “completas”, personas con el cromosomas XX. Afirma que es posible la reproducción sin necesitar el varón, y que hay que organizarse para llevarlo a cabo. ¿Por qué? Porque los machos son personas que necesitaron crear el capitalismo, el dinero y el trabajo para sentirse poderosas, para oprimir, porque no pueden vivir con el vacío de su incompletitud. “El macho no piensa en lo colectivo por su condición de incompleto”, dice Borrelli.

El manifiesto, que abarca tantos aspectos de una revolución que no se plantea en términos de emancipación, sino de derrocamiento, tiene años de profunda elaboración. Tan complejo, tan sintético, que su lectura debe repetirse una y otra vez no bien se llegó al punto final. “Lo que va a liberar a las mujeres del control masculino es la eliminación total del sistema laboral-monetario, y no el logro de la supuesta ‘igualdad’ económica con el macho”, porque para ella la vida de ocio, la amistad, la conversación, la plenitud en la individualidad es dado a la mujer. “El ocio horroriza al macho porque lo fuerza a contemplar su propio ser grotesco. Ya que no puede amar, el macho necesita trabajar. Las mujeres se desviven por gozar de actividades que tengan sentido y que sean emocionalmente satisfactorias, absorbentes”.

Para Valerie, sólo las mujeres pueden amar y vivir el ocio. “La mujer sabe que lo único que está mal es lastimar a los demás, y que el sentido de la vida es el amor”. El manifiesto, aunque cortito, es contundente y revelador. Escrito hace casi 50 años, lo que ella sostiene en esas páginas se transformó en consignas, en carteles, en remera en las marchas alrededor del mundo cuando la violencia machista se volvió insoportable. Aunque Valerie dice que a la SCUM no le sirve de nada las banderas, los desfiles o las huelgas: “Esas tácticas solo pueden ser tomadas en serio por las señoras bien a las que les gusta mostrarse protestando. (…) La SCUM está constituida por mujeres individuo. Nunca por la multitud”.

Su texto, tan actual como amenazante para lo que los feminismos construyeron, sigue circulando y generando su impacto. La escritora y dramaturga sueca Sara Stridsberg lo leyó hace pocos años y se obsesionó con Solanas: no le quedó otra que escribir sobre ella. Hace pocos meses llegó a las librerías argentinas La facultad de sueños, publicado por Nórdica, una biografía novelada, embriagadora, que tiene un gran trabajo de investigación sobre la vida de Valerie pero que, al encontrarse con hechos recortados, no pudo sostenerlo como un texto de no ficción. Finalista del Man Booker 2019, uno de los premios más prestigiosos del mundo, y elegido entre los 10 mejores libros de ese año por The New Yorker, La facultad de sueños es un texto denso como un viaje psicodélico entre la realidad, la ficción, y la extrema violencia del machismo y el capitalismo.

“No pude resistirme a la fuerte paradoja que entraña Solanas. Ella era muy intelectual, pero puta; ultra-feminista, pero sin contacto con los colectivos feministas; pacifista, aunque disparó a Warhol; odiaba a los hombres, pero se ganaba la vida como prostituta. No creía en dios, en la familia, en la política o en la psicología, en todo lo que a los demás nos importa”, señala Stridsberg en una entrevista a un medio español.

Es tanto lo que pasa, es tanto lo que vivió, que resulta agobiante. La lectura de este texto híbrido entre ficción e investigación periodística, entre biografía y manifiesto, se hace ardua, pero adictiva, de alguna sustancia no tan placentera. “El sexo al que uno pertenece no es una cárcel. Es una oportunidad”, dice la Valerie personaje que deambula entre diálogos inventados, sueños y fantasías. “No necesito a ningún hombre, a ningún Estado, a ningún sacerdote, a ningún dios, a ningún padre, ningún dinero”. Al leer, la voz de su personaje es como un eco, ¿esto lo piensa ella o lo pienso yo lector? La incomodidad de lo extremo, lo marginal, lo revolucionario perdura, pica.

La fama injusta

No fueron sus teorías las que la volvieron un nombre propio para el mundo, fue su pistola. Después de dejar la universidad, en 1966, se estableció en Greenwich Village, un barrio de Nueva York. Ahí escribió el guión de una obra de teatro titulada Up your ass, sobre una prostituta que odiaba a los hombres y un mendigo. Se lo llevó a The factory, el estudio que el artista Andy Warhol tenía en Manhattan, para pedirle que la produjera. Él le dijo que iba a leerla, pero no sólo no lo hizo, sino que perdió el manuscrito. Valerie no tenía copia de su obra, y empezó a reclamárselo insistentemente. Tanto, que Warhol le dio un pequeño papel en su película I, a man, como retribución, pero para ella no lo fue. Quería lo suyo. Él le pagó 25 dólares y se olvidó, pero ella no. Su aparición es corta, y por suerte está en internet para verla, con su ropa de mendiga y su voz de ardilla.

La salud mental de Valerie se fue debilitando, vivía en el Hotel Chelsea junto a los mejores artistas de la época: Patti Smith, Stanley Kubrick, los escritores y poetas de la Generación Beat, y las amigas de Warhol como Nico. De hecho ahí Warhol filmó “The Chelsea girls”, una película de 1966. Entre tantas estrellas, la forma en la que la ignoraban, incluso despreciaban, empeoró la situación con Valerie. La terminaron echando del hotel, donde le guardaron mucho resentimiento por episodios violentos que protagonizó cuando se resistía a pagar o en acaloradas conversaciones.Fue en ese contexto que se presentó a The Factory en junio de 1968, subió en el ascensor con Andy y algunos de sus amigos, y cuando llegó a la galería-estudio del artista, sacó el arma que tenía en el bolsillo de su tapado, le dijo “ya no puedes controlarme más”, y le tiró tres tiros, uno de los cuales le impactó en el estómago. Valerie escapó, pero se entregó horas después a un policía que estaba custodiando un parque. Él estuvo internado, y sobrevivió. Ella fue declarada incapaz mental, porque se negó a recibir una defensa en el juicio, y fue condenada a dos años de prisión por el intento de asesinato, acoso y tenencia ilícita de armas en junio de 1969. Cuando la fueron a arrestar, dijo que lo había hecho “porque él era una mierda”. Como lo siguió acosando por teléfono desde la cárcel y una vez que salió, la volvieron a meter presa, pero esta vez en una institución psiquiátrica. Sería la primera de las muchas a las que iría la militante feminista.

Warhol murió en el 86, y no se descarta que haya sido por complicaciones en la vesícula que comenzaron a raíz del disparo que le dio Valerie. La bronca que recibió ella fue mundial. “Creo que tiene que haber una pena/ creo que es fundamental la ley del ojo por ojo / creo que algo está mal si ella está viva ahora”, canta Lou Reed en la canción I believe del disco “Songs for Drella” que grabó en 1990 con John Cale, su excompañero de The Velvet Underground, banda que surgió del riñón artístico de Warhol. En la letra no sólo hacen una crónica detallada de ese episodio, también le desean la muerte. 

La fama de Valerie crece a niveles globales, al punto que filman una película sobre su vida, pero en vez de estar centrada en su historia tan extrema, tan particular, en sus teorías feministas y trabajo artístico, cuenta sobre estos días en Nueva York. I shot Andy Warhol (Yo disparé a Andy Warhol) se estrenó el 1996 está completa para ver en YouTube.

Sus últimos años de vida fueron en San Francisco, sin mantener contacto con su mamá —único vínculo afectivo que sostenía—, en un apestoso hotel, donde encontraron su cuerpo el 25 de abril de 1988. Llevaba varios días muerta. La crudeza de su muerte solitaria y abandonada es el lugar narrativo en el cual comienza Stridsberg su novela. Una vida hostil y tan extrema, resulta inverosímil para los ojos de este siglo. Valerie, quien apretó el gatillo para matar a Andy Warhol, es, sobre todas las cosas, una mujer lúcida que dejó un texto movilizante, cuestionador, revolucionario. Leerla es darle un poco de justicia. Leerla, saber de su teoría, de su vida, es darle sentido a su paso por este mundo.