El utilitarismo
Cn sistema de la lógica
Lltiro VI, capítulo XII)
í'
Humanidades
John Stuart Mill
El utilitarismo
Un sistema de la lógica
(Libro VI, capítulo XII)
Introducción, traducción y notas
de Esperanza Guisán
El libro de bolsillo
Filosofía
Alianza Editorial
TíTULO ORIGINAL:
Utilitarism - The Science o/Logic, Book VI,
ChapterXII
Introducción
Primera edición en «El libro de bolsillo»: 1984
Cuarta reimpresión: 1999
Primera edición en «Área de conocimiento: Humanidades»: 2002
Segunda reimpresión: 2007
Diseño de cubierta: Alianza Editorial
Ilustración: F. Watts, Stuart Mill, Galería Nacional de Retratos.
Londres
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la
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© de la introducción, traducción y notas: Esperanza Guisán
©Alianza Editorial, S. A., Madrid, ャセᄃェL@
1991, 1994, 1997, 1999, 2002,
2005,2007
.
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Las doctrinas morales que postulan la deseabilidad de la felicidad humana han tenido, extrañamente, una mala prensa.
Se ha partido, en general, de creencias y presupuestos tan
poco defendibles como que la felicidad nos igualaría a los
puercos, o que todos ya estábamos buscando la felicidad y no
precisábamos de consejos, advertencias, y mucho menos imperativos, que nos urgiesen a actuar hedonísticamente. Es
más, se suponía que las inclinaciones hedonistas eran más
bien perniciosas y debían de ser compensadas y controladas
mediante preceptos morales.
En este sentido El utilitarismo de John Stuart Mill es una
obra sumamente esclarecedora. Por una parte, se demuestra
que la felicidad humana es un logro difícil que implica la
puesta en marcha de una serie de resortes morales, que en
nada la asemejan a la felicidad que pudieran disfrutar nuestros hermanos los cerdos. Por otra parte, y lo que es mucho
más importante, no sólo intenta demostrar Mill en esta pequeña gran obra de la filosofía moral de todos los tiempos
que el ideal de la máxima felicidad del mayor número es un
ideal perfectamente moral, sino, lo que es más destacable,
que dicho ideal constituye el propio criterio de la moralidad.
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8
ESPERANZA GUISAN
O, lo que es igual, con Mili la felicidad general no admite paradigma axiológico alternativo que pueda entrar legítimamente en liza.
En tiempos como los que corren, en los que los fundamentos de todo principio moral parecen resquebrajarse, tiempos
en los que, muerto Dios, muertos los dioses que le sucedieron, parecería que nada le quedase al hombre más que la
duda, la zozobra y la incertidumbre, la lectura de Mili debe
resultar siquiera estimulante por una diversidad de motivos.
En primer, y principal, lugar, frente al dogmatismo decadente de las verdades reveladas, ofrece Mili una suerte de inferencias acerca de lo deseable, obtenidas mediante la introspección y la observación de hechos relativos a la conducta
humana. En segundo lugar, frente al escepticismo, nihilismo,
no cognoscitivismo, relativismo metodológico, etc., Mili postula una salida razonable y racional, no necesariamente «racionalista». En Un sistema de la lógica, del cual en esta edición
de El utilitarismo se incluye el capítulo final, se esboza de manera clara lo que hoy entenderíamos como los supuestos
meta-éticos de Mili. Es decir, los supuestos que dan razón de
su razonamiento en ética. O, lo que es igual, su justificación
de la posible justificabilidad de la ética. También allí encontrará el lector, amén de un interesante anticipo del principio
de la «mayor felicidad», una brillante disertación en torno al
tan debatido tema en la actualidad del status racional y/o
científico de la ética.
Tanto en el referido capítulo de Un sistema de la lógica
como en el propio capítulo 1 de El utilitarismo, se establece
con claridad que las cuestiones relativas a los medios se pueden dirimir en atención a su adecuación a los fines, pero que
los propios fines o metas de la actuación moral, o de otro
tipo, no admiten de una justificación racional, tal como se entiende ordinariamente. Pero, como asimismo se indica en el
mencionado capítulo 1, existe un sentido más amplio de la expresión «demostración» o «prueba» que puede tener relevan-
INTRODUCCIÓN
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cia en el ámbito de la justificación de los fines deseables. Se
pueden presentar a nuestra consideración aspectos o características de los fines propuestos que nos muevan a aceptarlos o
rechazarlos. Lo cual parecería enlazar, en cierto modo, con algunas propuestas neoutilitaristas contemporáneas, como las
de Smart, que se autodefinen como «no cognoscitivistas», es
decir, como no susceptibles de dar razones últimas de sus primeros y principales postulados.
Nada más lejos, a mi modo de ver, sin embargo, que un posible incipiente «no cognoscitivismo» en Mill. El no cognoscitivismo afirma que no hay razones últimas para elegir un
fin u otro. Mili, por el contrario, está más bien dispuesto a anticipar la idea, hoy en día ampliamente aceptada tanto por
parte de Toulmin como de Albert, por citar dos ejemplos, de
que los usos de la «razón» y la «racionalidad» son varios, y que
es absurdo pretender reducir todo intento de justificación racional al modelo de la lógica o de la ciencia, de modo exclusivo. Lo que en Un sistema de la lógica se afirma, y se desarrolla
ampliamente en El utilitarismo, es que, de alguna manera, la
razón hunde sus raíces en el deseo. Con lo cual no hace Mill
sino continuar una línea que le engarza cuando menos con
Hume, dentro de la tradición anglosajona.
Así, en efecto, para Mill la moral se justifica solamente
cuando los deseos humanos concuerdan con sus preceptos.
¿No desea el hombre ser feliz? ¿No lo desea además sobre todo
y por encima de las demás cosas? Luego es deseable la felicidad, y además la única cosa deseable. El contraste con la moral kantiana se presenta inmediatamente, por cuanto en Kant
la moral no nos muestra el camino de la felicidad, sino, por el
contrario, el de la auto-negación, el sacrificio y el esfuerw,
que nos harán dignos a la postre de ser felices (en algún otro
lugar).
Sobre la aparente tensión-oposición Kant-Mill volveré más
adelante. Es indudable que por mucho que intentemos conciliar, en la medida en que sean conciliables, los desiderata kan-
10
ESPERANZA GUISAN
tian?s y los de Mill, al menos esta diferencia en el punto de
partida parece clara: para Mill el hombre desea la Felicidad,
luego debe procurársele la felicidad. El hombre tiene derecho
a ser feliz, y la colectividad el deber de garantizarle los medios para alcanzar su propósito. Mientras que, por el contrario, para Kant la felicidad es un «premio» que reclama mérit?s morales セ・」オャゥ。イウN@
La felicidad es más bien algo que se recibe en un セQ・ューッ@
y en un lugar «venideros», como fruto y
consecuencia de haber perseguido pertinazmente la virtud
durante nuestro life span, como hoy se diría. Es decir, dentro
de una óptica kantiana, tiempo de vivir es tiempo de sufrir.
セャ_@
en セ。@
vida otra, la Virtud y la Felicidad, que componen
md1scutiblemente el Supremo Bien, se reconcilian. En este
«valle de lágrimas» el hombre parece verse abocado necesariamente a elegir entre la «virtud» y la «felicidad» como dos
opciones contrapuestas e incompatibles.
mセャL@
contrariamente a Kant en este aspecto, concibe la personalidad humana desde una óptica optimista, casi griega, de
tal suerte que la virtud y la felicidad se conjugan y se presuponen mutuamente, como en Platón, como en Aristóteles,
como_ en Epicuro. No hay fisuras entre el mundo de la plenitud vital y el mundo de la plenitud ética. Es más, en Mill,
como en los clásicos griegos, la ética es arte de vivir como en
Epicuro, a la vez que de convivir, como en Platón. '
En éste y en otros muchos sentidos, la doctrina del utilitarismo es apenas novedosa. Se trata más bien de una síntesis
atinada. y apretada .del legado clásico, por una parte, y las
aportaciones posteriores que el mundo de la ilustración vino
a añadir: !gualdad, libertad, fraternidad, es un lema que subyace contmuamente a las tesis de El utilitarismo, especialmente cuando se le lee, como creo que es de rigor, juntamente con
Sobre la libertad (1859).
éste el mérito principal de la contribu. ,y es ーイセ」ゥウ。ュ・ョエ@
c1on de Mill a la filosofía moral: haber puesto de manifiesto
los temas recurrentes, las preocupaciones y desiderata de
D.lRODUCCIÓN
11
siempre, revestidos del hálito de la modernidad. Como es,
asimismo, meritorio haber rescatado el mundo de la sensibilidad y los sentimientos de manos de los puramente subjetivistas, para insertarlo en un entramado razonable, en donde,
en conjunción con el mundo de la racionalidad, se elaboran
metas y fines genuinamente humanos.
En este sentido podría considerarse, en muchos aspectos,
la filosofía moral de J. S. Mill como una síntesis fructífera de
lo más rico y sugerente de Hume y Kant, si bien contrariamente a ambos, la racionalidad no es para él algo distinto y
diferente de las restantes facetas humanas. En Mill, todo lo
que el hombre hace lo hace en cuanto ser sintiente a la vez que
racional.
Esta concepción del hombre como sujeto sensiblerracional es lo que explica la defensa de la felicidad general como
fundamentada en, y amparada por, lo que el hombre es. Los
críticos de Mill influidos por, e imbuidos de, la concepción
dualista del hombre han visto pasos falaces en la argumenta ción de Mill en El utilitarismo. Concedamos, han argumentado, lo que ya es mucho conceder, que todo hombre busca y
desea su propia felicidad. Sigamos concediendo, en pro de la
discusión, que, por consiguiente, es deseable desde la perspectiva de A que A consiga su felicidad, desde la perspectiva
de B que B consiga su propia felicidad, y del mismo modo
con relación a C, D, etc. ¿Cómo podremos, sin embargo, inferir de aquí que la suma de felicidades FA+ FB + FC, etc.,
pueda resultar deseada por y deseable para A + B + C, etc.?
O, lo que viene a ser igual, ¿qué nos va a ti y a mí en que se
consiga al unísono lo que ambos deseamos? Posiblemente,
incluso tus deseos y los míos entren en conflicto, de tal suerte que mi felicidad sólo es alcanzable a costa de tu infelicidad, o tu sufrimiento, y, a la inversa, tú te gozas en mi dolor
porque es, precisamente, a costa de mi desdicha e infortunio
como tú te promocionas, o alcanzas poder, o mejoras tu hacienda.
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ESPERANZA GUISAN
Los críticos, que son muy hábiles para desprestigiar y descartar argumentaciones en base a su incursión en presuntas
falacias lógicas, han encontrado en las argumentaciones de
Mili a favor del hedonismo universal o utilitarismo, al menos
dos importantes falacias:
1. La falacia de la composición se refiere a la imposibilidad,
acabada de expresar, de inferir a partir de
FA
FB
FC
es
»
»
un
bien
))
»
))
»
paraA
» B
» e
Luego FA + FB + FC es un bien para A + B + C.
2. La falacia naturalista, denunciada por G. E. Moore en
1903, y que constituye el arma más pertinazmente esgrimida
contra El utilitarismo, se formula al demostrar la imposibilidad lógica de der.ivar ningún juicio de valor relativo a lo que
es deseable a partir de un enunciado descriptivo referente a lo
que es deseado.
A mi modo de ver, aunque a primera vista no parezca así,
pres:ntan ambos tipos de acusaciones comparten una
vis1on semeJante de la filosofía y, sobre todo, una concepción
semejante de la naturaleza del hombre.
Para ambos tipos de acusadores ni lo deseado puede ser
deseable, ni lo que me favorezca a mí puede incrementar la
felicidad ajena ya que, según sus presupuestos, los seres humanos somos seres cuyas capacidades de goce residen en la
sola y única promoción de sus intereses individuales. Es así
por lo アセ・@
lo deseado, que pertenece al nivel subjetivo, a lo
」ッョ・イュエセ@
al mundo de lo puramente sensible, no puede
ser confundido con lo deseable, que hace relación a un mundo cuando menos inter-subjetivo, un ámbito donde apelaュッセ@
a razones, que hacen a su vez mención de, y apelación
a, bienes que se consideran colectivos y no meramente individuales.
ャセウNオ・@
INTRODUCCIÓN
13
O, lo que es igual, al mentar lo deseado y lo deseable se coloca al hablante, en opinión de los mencionados acusadores,
en dos perspectivas distintas y antagónicas. Lo deseado es
aquello que es objeto del deseo no cualificado de un sujeto, o
una suma indiscriminada de sujetos que no tienen en cuenta
razones que afecten al conjunto de la colectividad en que se
insertan. Así, el éxito individual, a expensas del sufrimiento
ajeno, puede ser deseado no sólo por individuos aislados de
una comunidad, sino por la inmensa mayoría de sus miembros, lo cual, sin embargo, argumentarían los detractores de
la igualdad deseado/deseable, no significa que el éxito individuo a expensas del sufrimiento ajeno sea deseable. Como
diversos autores han argumentado, desde Moore a Toulmin,
deseable a diferencia de deseado no se refiere a la mera constatación de un hecho psicológico o sociológico (lo que un
hombre o un grupo desean), sino que implica, por parte del
hablante, una actitud valorativa que se refiera a que el bien en
cuestión es digno de ser deseado.
Ahora bien, podríamos contra-argumentar, ¿qué puede
significar ser «digno de ser deseado»? O, ¿qué cosa puede ser
{<deseable» sino el conseguir la mayor satisfacción posible de
deseos?
Kant, en el siglo XVIII, argumentaba que no tenía sentido que
la ética se ocupase de investigar lo que hace a los hombres felices, sino que habría de centrar su objetivo en averiguar cómo se
hace el hombre digno de la felicidad. Schlick, en el siglo xx, asegurará, por el contrario, rememorando a Epicuro, que todo el
que desea ser feliz está invitado a participar en el goce.
¿Qué actitud nos parecería más convincente?
Los críticos de Mill, de alguna manera, comparten el supuesto kantiano de que la felicidad y la virtud no son las caras
de la misma moneda, como pretendía Epicuro, o incluso Platón, sino ámbitos distintos, líneas paralelas que no están destinadas a encontrarse y conexionarse, al menos durante la
existencia humana que nos es dado conocer.
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ESPERANZA GUISAN
Mill, por el contrario, prosigue la línea epicúrea que desembocará en Schlick. Mill transporta dignamente la antorcha de quienes creen que los hombres no han nacido con culpa, no son lobos para el hombre, ni entidades conclusas, reclusas en sus mismidades, sino criaturas simpáticas, abiertas,
con capacidad para sufrir y gozar con el infortunio y la dicha
ajenos.
De ahí que lo deseado y lo deseable no son, para Mill, sino
dos maneras de nombrar un mismo hecho. Lo visible -argumentará Mill- es lo que puede verse, lo audible lo que puede
ser oído, de donde, colegirá, provocando las iras de los no naturalistas more mooreano, lo deseable no es sino lo que puede ser deseado. Más aún, aquello en función de lo cual todo lo
que deseamos es deseado.
En algún sentido es innegable que Mill ha pecado, cuando
menos, de cierta dosis de vaguedad e imprecisión. Utilizando
la terminología de Piaget, o Kohlberg, diríamos que lo deseado y lo deseable coinciden solamente en cierto tipo de individuos, a saber, los moralmente más desarrollados. Pero sería
ciertamente falaz, desorientador, o simplemente falso, afirュセ@
que todo lo que cualquier individuo desea, lo que cualqmer grupo reclame, es, sin más, deseable.
Mill, aunque no es excesivamente explícito al respecto, lo
es lo suficientemente para revelar el carácter pre-piagetano de
su concepción de la psique humana, conforme a la cual el
hombre está abocado a ser feliz (una vez eliminados determinados condicionamientos sociales, políticos y económicos)
en la cooperación amistosa y en el trato igualitario, no discriminatorio. Lo deseable no es igual, para Mill, a cualquier cosa
アセ・@
cualquier. individuo o conjunto de individuos tenga a
bien desear, smo que, aunque Mill no lo exprese de forma
suficientemente explítica, se colige claramente que, de acuerdo con sus presupuestos, lo «deseable» se confunde con aquello que los hombres moralmente desarrollados desean. Es decir, los placeres cualificados del hombre moralmente desarro-
セiroducᅮn@
15
liado se convierten no sólo en los placeres realmente deseados, sino, a su vez, deseables. Por lo demás, ¿qué otra cosa puede ser verdaderamente deseable sino lo realmente deseado por
personas ilustradas, sensibles y sensatas? El debe, en Mill, está
contenido en el es. No existen hiatos, fronteras, muros infranqueables para transitar del mundo de los hechos al mundo de
los valores, ya que los propios valores son valiosos precisamente en atención a que cumplimentan desiderata humanos.
Pero, por supuesto, insistirá Mill, distanciándose de Bentham, no todos los placeres humanos son igualmente deseados por los hombres medianamente ilustrados, sensatos y
sensibles. No todos los placeres, por tanto, son igualmente
deseables, reencontrándose, así, Mill con las argumentaciones platónicas del libro final de La república. En suma, «bueno» y «lo que produce cualquier tipo de placen> no serían, podemos interpretar, términos sinónimos, conforme a los postulados de El utilitarismo.
El mejor placer, es decir el placer máximo, constituye la
meta del vivir humano, y confiere sentido a los demás placeres, a los sufrimientos y dolores, a los sacrificios momentáneos que tienen sólo valor moral en cuanto encaminados a la
consecución de un placer más intenso, más vivo, más profundo. Y esto es así hasta el punto de que el hombre que sucumbe ante la tentación de placeres menores pasajeros e inmediatos, que le distraen en la búsqueda y logro de los permanentes y profundos, no sólo obra neciamente, sino inmoralmente
también: su conducta no es correcta, no es right. No sólo derrocha su capital vital, distrayéndose en placeres poco consistentes, sino que causa, asimismo, daño a la comunidad en general y, por tanto, es promotor de acciones malas o indebidas
fwrong).
El hombre insolidario, a su vez, no sólo se niega a participar en la promoción de la mayor felicidad del mayor número,
no sólo obra erróneamente desde una perspectiva moral,
sino que se condena a sí mismo a unos goces limitados, poco
16
ESPERANZA GUISAI'"
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resistentes, poco sólidos. Sólo, propondrá Mili, cuando los
hombres se encuentran en pie de igualdad, cuando se establecen relaciones cordiales y solidarias, es posible la armonía social, que garantiza la felicidad generalizada de los miembros
de la comunidad, hermanados por los lazos de la mutua
simpatía. Los ideales ilustrados de igualdad y fraternidad
repiquetean y resuenan en la obra de Mill, no sólo como invitación a una vida mejor, moralmente hablando, sino como
ingredientes insustituibles de la vida mejor (desde una perspectiva hedonista).
El ensayo de Mili titulado Bentham (1838) es sumamente
significativo para comprender que la concepción de la felicidad en Mili tiene componentes platónicos, al menos en la
misma medida que benthamitas. Como algún neoutilitarista
contemporáneo ha sugerido, Mili es un utilitarista semi-idealista, dando así a entender que el mundo de la felicidad no lo
pone ni en cualquier cosa «física», si bien tampoco, por supuesto, en ninguna entidad «meta-física», sino en cosas terrenales que, dada la constitución del hombre y su participación
en la vida en sociedad valen realmente la pena.
Por este motivo, los ataques vulgares y cotidianos al hedonismo utilitarista fallan en la diana cuando pretenden atacar
a Mill. Simplemente no le rozan. Porque, evidentemente, lo
ignoran, o tergiversan por completo el sentido de sus aseveraciones. El trabajo sobre Bentham debiera ser lectura obligada
y punto de reflexión para quienes lanzan sus ataques contra
uno de los hombres más pacíficos, cordiales y amantes de la
virtud feliz y la felicidad virtuosa: John Stuart Mili. Como él,
pocas veces ningún otro autor se ha mostrado tan sensible a
lo que suele denominarse «dimensión espiritual» del hombre.
Pocas veces ningún filósofo de la moral exigió un nivel moral
tan elevado para conquistar la felicidad. En Bentham, utilizando la terminología contemporánea de las escuelas psicológicas «desarrollamentistas», sólo el hombre cuyas capacidades morales han sido previamente educadas y desarrolla-
*5 il...:anza la felicidad. El hombre no encuentra su satisfacGn! más que en el auto-despliegue que exige una vida rica en
ti セャッ@
de potencialidades, así como en la satisfacción
セ・@
insustituible que deriva de la auto-estima. Auto-esti. _ ..:r;;r. a diferencia de la concepción kantiana, no se produ• セ@ d ;;er humano únicamente en cuanto ser racional, sino
• .:Illd...."110 a la totalidad de sus componentes. No se prescinde
• la 5en5iliilidad, de los deseos y las pasiones, sino que éstas
d subsuelo donde se conforma nuestra personalidad.
Caz::rro· que gozar -afirmará Mili- en un mundo donde hay
セ@
aue transformar, reformar, tantas injusticias que suprimr. セ@
sufrimiento que eliminar, tanta belleza que consセ@
¡_¿ educación puramente racionalista de la que había sido
joven Mill no logró sofocar la exquisita ternura y
セ、。@
que habían de depararle fuentes de gozo y ayuda
'l!m'2 セウオ@
crisis psicológicas. De modo parejo a Platón,
.i. セ@
v el Bien se unen estrechamente, indisolublemente.
セ@
en Íos ilustrados, o como en los reformistas, la justicia
セM
a. su vez, que los bienes sean compartidos. Pero la justi'111 セ@
es fin, sino solamente medio.
Did. talante moral y la sensibilidad de Mill es exponente
セMZッ」ョエ・@
su propia constatación del origen de su primera
セ@
セゥ」ッャァ。N@
Según nos cuenta en su Autobiografía (1873 ),
a tllil'tÍr del invierno de 1821, después de haber leído a Bentham
• -.::i:irnenzado a editar la Westminster Review, Mill había
セッ@
como meta de su vida cambiar y mejorar la socie4iad. セャゥ@ había encontrado la felicidad en la lucha por hat:r!" de este mundo un lugar de goce. El proyecto, los compaセ@
que lo compartían, eran motivos suficientes para gaセャ・@
la felicidad. Hasta que, en otoño de 1826, Mill
セ「イオウ」。ュ・ョエ@
de su apacible ensueño. Se preguntó a
• セMイッ@
qué ocurriría en el caso hipotético de que sus proセBGAijU@
de reforma alcanzaran su culminación. ¿Sería tan feliz
セ」ッョウ・オゥ@
como lo había sido esforzándose por reali.::tl!na. el
ESPERANZA GUISA.'°
19
zarlos? La respuesta inmediata y rotunda fue: No. Y Mill perdió el asidero que le unía a la vida. No era la contemplación de
un mundo apaciblemente acomodado lo que le animaba a vivir, sino la lucha tensa por la producción del cambio deseado.
Comprendió, de pronto, que la lucha por la justicia era sólo
un primer peldaño sobre el que había que ascender, si no se
quería conducir a la raza humana a una existencia sin sentido.
La libertad y la igualdad no eran suficientes, aun cuando fuesen necesarias premisas, puntos de arranque ineludibles.
Pero el hombre, una vez liberado de sus servidumbres, tenía
que encontrar el sentido de la belleza, entonar la melodía del
mundo, beber el agua de las fuentes. El hombre tenía que
aprender la música que brota de la poesía. Tenía que aprender
a sentir, a simpatizar con sus semejantes, a comulgar con la
naturaleza y los seres vivos. Los poemas de Wordsworth fueron la medicina que curó el ánimo desasosegado de Mill. La
comunión con los semejantes, el desarrollo de los sentimientos, eran el fin, para el cual el razonamiento y la lógica, la justicia y las reformas, eran sólo medios, estimables, insoslayables, pero medios.
En el último capítulo de Un sistema de la lógica, el Arte se
alza sobre la Ciencia, no para avasallarla, o sobrepasarla, sino
para culminarla, completarla y dotarla de finalidad. En el último capítulo de El utilitarismo la Felicidad se levanta sobre la
Justicia, no para anularla ni disminuir su grandeza o su importancia en la vida moral, sino para esclarecer el orden de
las prioridades finales. Ni la ciencia tiene sentido si no conduce a la Belleza y el Goce, ni la Justicia tendría razón de ser ni
sería sentida como algo imprescindible para la vida humana
si no caminase hermanada, hombro con hombro, con la búsqueda de una sociedad estable donde sea posible la felicidad
general.
Quienes de antiguo han mostrado un ademán desdeñoso
frente al utilitarismo, quienes le han negado el pan y la sal en
el ámbito de la moralidad, o no han leído, o no han compren-
aio. o han querido comprender todo cuanto sobre la Justicia
lrliíi ha escrito. Quienes, en el presente, proclaman teorías de
il 1hastii..-ia anti-utilitaristas, o simplemente no utilitaristas,
セ・ョエ@
tampoco hayan sabido, o querido, leer minuá:Rmente el capítulo final y magistral de El utilitarismo.
セ@
セMオイ・@
que, paradójicamente, a diferencia de otros sisteai.:os normativos, en El utilitarismo, cosa que suele igセM
la Justicia ocupa el lugar central. Lo que ocurre es
セ@
la dignidad de la justicia procede de su objetivo final,
セアオ・@
ella misma no constituye una meta o fin último.
u capacidad analítica de Mili desentraña minuciosament e 5al!ido último de nuestros deseos, y la finalidad última
que buscamos. La Justicia es el requisito impres• セッ@
セ@
para que se den aquellas condiciones mínimas que
セ@
posible la búsqueda de los restantes bienes. La Justicia
e a ¡¡¡¡.¡_>do de soporte o base, es el entramado del tejido de la
'llliil 5ii..""ldal Y la vida social nos es necesaria para perseguir
セヲゥョ・ウ@
hedónicos. Hobbes, podríamos agregar noso..,._ n había resaltado el valor de la Justicia y la Imparcialiセ@
..:orno fundamento sólido que permitiera una vida libre
•*5a:sosiego y temor. Mili, superando la visión «atemoriza... de Hobbes sobre la existencia humana, va a ver en la Jus'lliol • ia Imparcialidad no sólo los muros que contendrán la
pian' la disputa, sino los impulsores de cuanto pueda halln- セ@ gratificante en nuestra relación con los demás.
& u:iando menos unfair no reconocer en Mill el amor apaセ@
por la Justicia, así como su acalorada defensa de la liセ@
como factor desencadenante de nuestras posibilidallbde goce. En Sobre la libertad (1859), o en las Consideracio.s セ@
el gobierno representativo (1861 ), se presenta la vida
セ[。@
como una obra de arte, en la que cada cual ha de asu_. d. :rapel más activo posible en la determinación de su ám-., de a...-tuaciones.
Gran parte de las críticas dirigidas a Mili y su utilitarismo
mP セイゥ。ョ@
tenido lugar de haberse esforzado mínimamente
18
_ _:_1
5lli
ESPERANZA GUISAN
rictract:ores por comprender la concepción peculiarmen-
te moral de la Felicidad que se esboza y se propugna en los
trabajos de .Mill. Bastaría no olvidar, con la facilidad con que
se hace, las declaraciones de Mill en Consideraciones sobre el
gobierno representativo, publicada sólo dos años antes de El
utilitarismo, acerca de la no utilidad de un dictador benévolo, supuestamente sabio e imparcial que se encargase de promover la mayor felicidad del mayor número. De acuerdo con
los presupuestos de Mill, el dictador sabio y benévolo resultaría totalmente inútil y su existencia indeseable, ya que su supuesto cometido sería inalcanzable. La felicidad que habría
de promover no sería posible, ya que la felicidad es una conquista humana, fruto del desarrollo de las capacidades de autogobierno y de participación en la vida pública. La cuadratura del círculo sería más factible que el dictador benévolo
fuera promotor de la mayor felicidad del mayor número. Sorprendería a muchos críticos empedernidos de Mill comprobar que a la hora de ponderar los «resultados» de la actuación
del dictador benévolo no le preocupa tanto a Mill el tipo de
obras útiles que podrían producirse bajo tal forma de gobierno, sino la categoría humana de los individuos así gobernados. A la pregunta de ¿qué tipo humano se produce en una
dictadura benévola?, la respuesta de Mill es la de que se trata
de un hombre al que se ha infringido no sólo un daño intelectual, al mermar sus capacidades de diálogo respecto a los
asuntos públicos, sino incluso un deterioro en sus capacidades morales. Un gobierno de tal tipo, concluye Mill, no es en
modo alguno un buen gobierno ya que, tal como el autor de
El utilitarismo lo entiende, lo que justifica la acción de gobernar es el conseguir individuos mejores intelectual y moralmente hablando.
Resulta, sin duda, un hecho lamentable que las Consideraciones sobre el gobierno representativo hayan merecido tan escasa atención por parte de los detractores de Mill, que se
apresuran a formular una serie de acusaciones vacías, total-
21
mente fuera de lugar, que podrían haberse ahorrado sólo con
セ」ッョ@
atención los trabajos de Mill, y no tomar de segunda
o tercera mano las supuestas argumentaciones utilitaristas.
Todavia no es infrecuente hoy en día encontrar por parte
tanto de personas supuestamente eruditas, como del hombre
de la calle, acusaciones al utilitarismo que muestran a las claras un desconocimiento total del espíritu que animaba a John
Stuart Mill.
Comentaré, de pasada, algunas de las más vulgares acusaciones, para pasar, gradualmente a otras más refinadas y sonsticadas. Así, se comenta vulgarmente que el utilitarismo,
o doctrina de la máxima felicidad del mayor número, no
puede ser moralmente válida, ya que nos llevaría a aplaudir
::a creación de un mundo tan deleznable como el caricaturizado por Huxley en su Brave New World, traducido al castellano, significativamente con el título de Un mundo feliz. La
respuesta que surge inmediatamente es que el Brave New
'World de Huxley es realmente un mundo muy infeliz, donde la mayoría de los seres humanos simplemente se han
adaptado y conformado a un sistema, se han contentado pasrra y estoicamente con su suerte, pero no parecen disfrutar
m absoluto, como seres humanos plenamente desarrollados, de su existencia.
Es este un punto clave, además, que Mill tuvo buen cuidado
en destacar en El utilitarismo. La felicidad que el utilitarista
propone no es el simple content, el contento, la conformidad,
d acomodo. La felicidad en Mill tiene una carga positiva y no
meramente negativa. Supone sujetos activos que despliegan
sus capacidades, no meros receptores de estímulos. Los que
dicen, asimismo, que el utilitarismo es una doctrina propia
de un «Estado benefactor», en el sentido peyorativo de que
sólo es propia para producir seguridad-empleo y despreocupación, no entienden en absoluto la posición adoptada por
31ill, para quien la preocupación por los demás, y no la seguridad propia, era la fuente mayor de satisfacciones.
22
ESPERANZA GUISAN
Por supuesto que a Mill, como a tantos otros pensadores
reformistas y revolucionarios, le preocupaban las mejoras puramente materiales, pero como pocos otros quiso ir mucho
más lejos, asegurándose de que se le proporcionase al hombre
el tipo de libertades que promoviesen el desarrollo de supersonalidad peculiar.
No se puede olvidar al leer El utilitarismo que la búsqueda
de la felicidad general no es posible más que partiendo de la
premisa de una solidaridad compartida. Cuando el credo
neoliberal levanta, contemporáneamente, sus armas contra el
«socialista cualificado» John Stuart Mill (como le denomina
John M. Robson), lo hace pasando por alto que John Stuart
Mill fue asimismo el promotor de la ideología liberal más
progresista y revolucionaria que pudiera darse.
Las libertades de los individuos no son, no deben ser, sacrificadas. La libertad, como se demuestra sobradamente en
la obra que sobre este tema escribió Mill, es un constitutivo
indispensable de la felicidad personal. Pero los hombres pueden, deben tal vez, hacerse felices y libres participando en la
promoción de la felicidad y libertad de los demás. Los individuos participan en la creación de la libertad. Se constituyen
áreas de libertad para los demás, se practica la solidaridad,
sin olvidarse de la tolerancia respecto a todos los que quieren
tolerar la diversidad en pensamientos, concepciones, ideas. El
utilitarismo y Sobre la libertad no son obras contrapuestas, ni
obedecen a momentos distintos en el pensamiento de Mill. Yo
diría, más bien, que se trata de temas complementarios, de
suerte que la primera obra citada no puede ser comprendida
sin la lectura de la segunda, ni a la inversa. El ámbito de la libertad es el ámbito de la felicidad. Y, puesto que cada uno tiene derecho a la libertad/felicidad, es deber de todos no sólo
no impedir que ese derecho sea disfrutado, sino todavía más,
ayudar, propiciar y fomentar que cada uno pueda disfrutar
más y más del derecho de ser feliz, asumiendo, a la vez, el deber de contribuir a la felicidad ajena, derecho y deber que, en
D.'TRODUCCIÓN
23
la concepción de Mill, no son sino complementos dentro de
una misma tarea.
Los autores neoliberales pueden acusar a Mill, si acaso, de
su exceso de celo por la libertad, no de falta de preocupación
por ella. Ya que ocurre en el caso de Mill, que a diferencia del
«dejar ser libres» a los demás, el utilitarista es un hombre
comprometido, que sabe que si se «deja» a la gente a su suerte es posible que nunca alcancen la libertad/felicidad. El utilitarista comprometido sabe que no es suficiente con no poner
cortapisas, no basta con no frenar, sino que hay que fomentar
y acelerar. El mundo debe ser cambiado, transformado. No
basta con que cada cual viva «como quiera», porque, posiblemente, el hombre sin medios de fortuna, sin capital cultural,
sin desarrollo de su intelecto, su sensibilidad, sus sentimientos, nunca va a poder gozar de la libertad (ni, por consiguiente, de la felicidad). El utilitarismo es, pues, algo más que una
doctrina permisiva y tolerante. Es una doctrina de reforma y
transformación, que compromete al hombre en la causa del
hombre. La libertad, sin embargo, no sólo queda salvaguardada y protegida, sino potenciada y dinamizada.
Por lo demás, habría que matizar que el utilitarismo no es
un hedonismo, si se entiende «hedonismo» en su acepción
más vulgar. Hacer lo que a cada uno le apetece cuando le apetece es algo que Epicuro rechazaría con no menos ímpetu y
vigor que Mill. Se impone, para empezar, a nivel individual,
un cálculo razonado y prudente de placeres, de modo que los
sufrimientos y desventajas que acompañan al logro de algunos placeres no sobrepasen a las satisfacciones que de ellos se
derivan.
Por lo demás, y rebasando a Epicuro, se impone en la doctrina utilitarista de Mill que en el cálculo de placeres y molestias contemos con los demás, como parte integrante de nuestro mundo, como seres sintientes y racionales cuya suerte no
puede sernos indiferente. Y -el argumento de Mill no deja de
ser coherente- si cuando contemplamos la felicidad desde el
24
ESPERANZA GUJSÁN
[Junto de vista individual no podemos menos que elogiar el
sacrificio de los placeres triviales y menos intensos, en aras de
los más profundos y de mayor alcance, cuando nos situamos
en la posición del observador del conjunto social no podemos dejar de elogiar, en la presente precaria situación, que
unos individuos sacrifiquen la satisfacción de deseos puramente personales, cuando ello redunda en un incremento de
la felicidad general.
Es decir, si entrego más dinero al fisco y con ello contribuyo a que se construyan más escuelas, si al conformarme con
una paga solamente decorosa, en vez de luchar por honorarios elevados, contribuyo a que más ciudadanos puedan disfrutar de los beneficios de unas viviendas mejor construidas,
o disponer de medios de educación o transporte más adecuados habrá que considerar que, desde el punto de vista de todos los implicados, mi actuación es más ventajosa, más útil,
más loable, que la de quien, por pensar únicamente en su felicidad, obstaculiza o no promociona el logro de la felicidad
de los demás. La única acusación coherente realizada a Mili
desde una perspectiva neoliberal, sería, no la de poner en solfa la libertad, sino la de condicionarla a la solidaridad. Más
aún, el posible nerviosismo y malestar que puede producir
Mili en círculos neoliberales tendrá que deberse, sin dudar, al
desenmascaramiento sutil que sin aspavientos grandilocuentes, sin anuncio de grandes denuncias, o amenaza de graves
convulsiones sociales, realiza Mili desde su «ética para la
paz». La obra de John Stuart Mili denuncia, efectivamente,
que la libertad individualista es un fraude a la comunidad, e
incluso más, un fraude para el propio individuo que se condena al aislamiento y la incomunicación, y se incapacita para
el «goce comunicativo» (como podríamos decir parafraseando la corriente contemporánea de la ética «dialógica» o «comunicativa»).
Por supuesto que resulta difícil justificar lógicamente el
paso del hedonismo egoísta al hedonismo universal. Difícil a
="-'TRODUCCIÓN
25
primera vista, y a tenor de lo que pueda entenderse por justificación lógica. Como el propio Mili reconoce, el utilitarismo
parte de un primer principio que justifica su sistema norma::.-o, y que él mismo no se puede justificar, al menos en el sen::.j.J ordinario de «justificar», ya que es propio de los primeセ@
principios de la ciencia y la moralidad, por igual, el care.;r: .Je tales tipos de «prueba» o « justificación». Lo único que
tr ;ruede hacer, y en esto Mili da pruebas de gran sutileza, es
セ。ョエ・@
el entendimiento una serie de consideraciones
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movernos a aceptar o rechazar el principio proセ」ゥN@
tal como se indica en el capítulo 1 de El utilitarismo, o
セ@ :::.s1s';:e nuevamente en el capítulo 4 de la misma obra.
El: rigor, toda la filosofía moral no ha consistido, históricaセM
sino en «abogar» por una causa, presentando ante el
セFNゥッ@
y la sensibilidad consideraciones que pudieran moYernos en uno u otro sentido. El hombre quiere ser feliz, afirmará Mili, para agregar seguidamente que ello justifica que la
felicidad sea deseable como tal. El paso de la búsqueda personal de la vida gozosa al compromiso social en la promoción
de la libertad y la felicidad ajenas se realiza sutilmente, a costa de premisas implícitas, que pueden ser fácilmente detectadas y recuperadas. ¿No es bastante razón para que un individuo con capacidad racional y sensibilidad desarrollada suficiente se ocupe de la felicidad y libertad de los demás, el
hecho de que los demás busquen y quieran ser felices?
Por supuesto que, aun explicitadas las premisas ocultas,
ellas no darían lugar, de acuerdo con el método lógico, a un
corolario irrefutable. Como Hume había demostrado, son las
«pasiones tranquilas» la fuente de nuestra vida moral, y no
«razones» de una u otra índole. ¿No nos conmociona, de alguna manera, el saber que otros sufren por nuestro descuido
o indiferencia y que dedicar algún tiempo, sacrificar algún
tipo de ganancia material o de otra índole puede implicar que
se mejore la suerte de otros humanos? Tal vez, aunque sólo tibiamente, sintamos que es justo que los demás puedan acce-
26
ESPERANZA GUISAN
der a la libertad y a la felicidad en las mismas condiciones. Tal
vez, aunque sólo soterradamente, sintamos que no es justo
que a unos les sea dado más, por la naturaleza, por la sociedad, o por cualquier tipo de agencia providencial, que a otros.
La «prueba» del utilitarismo descansa, en última instancia, en
su adecuabilidad o no adecuabilidad a determinados sentimientos o actitudes humanas. Mili, de alguna manera, barruntó que la lógica y la racionalidad en sentido restringido
no podían acudir en su defensa, ni en la de su doctrina; aun
sin llegar tan lejos como Hume puede decirse que le salió al
encuentro para recoger parte del importante legado de los
moralistas británicos del sentimiento moral.
Sea cual sea nuestro grado de asentimiento a la doctrina
utilitarista, lo que sí no podemos reprocharle, por supuesto,
es que sea una doctrina particularmente falaz, o precariamente justificada desde un punto de vista lógico. En rigor, el
problema de la justificación de la ética utilitarista es el problema de la justificación de cualquier tipo de ética normativa, y
la salida de Mili es lo suficientemente airosa para salvaguardar la «razonabilidad» de la ética, sin postular, necesariamente, su acomodo al modelo lógico-deductivo o a los métodos
de justificación al uso en el quehacer científico.
Sería inacabable la relación de acusaciones vertidas sobre
ese pequeño libro titulado El utilitarismo, que habría de levantar tal polvareda de críticas y tanto rechazo debido a la incomprensión, a lo largo de más de un siglo de historia de la filosofía moral.
Sin entrar en detalles, bastará comentar algunos ejemplos
típicos de acusación, que se han hecho ya clásicos: el problema de la mentira cuando produce beneficios, o el cumplimiento de promesas hechas en islas desiertas que podría resultar inconveniente o poco «útil» para la sociedad en general. El caso, asimismo, de la comunidad sadomasoquista en
la que unos cuantos sádicos encuentran gran placer en causar
dolor a un individuo, o varios individuos, que disfrutan con
セBtroduciᅮn@
27
ello. O el caso de la víctima inocente que se ofrece a la sociedad, o que la sociedad ofrece, para evitar un levantamiento,
una guerra, sofocar una sublevación, etc. etc. De modo resumido, podíamos decir que tal tipo de acusaciones se reducen
de momento a dos: 1) el utilitarismo no salvaguarda las reglas
morales que consideramos más sagradas, y 2) el utilitarismo
no respeta los derechos inalienables del individuo a disfrutar
de una libertad igual a la de los demás.
Acusaciones a las que sería conveniente añadir otras de índole un tanto diversa que podrían formularse, abreviadamente, más o menos así: La apropiación indebida de determinados bienes no utilizables por nadie en un momento determinado, por parte de un individuo, podría producir mayor
felicidad general que su no apropiación, lo cual haría que tal
acción fuese recomendable de acuerdo con los principios utilitaristas, si bien prima facie parece darse de bruces con nuestros conceptos más elementales de justicia y equidad.
Este último tipo de acusaciones que podrían, en principio,
agruparse conjuntamente con las del tipo 1), por referirse al
incumplimiento de una regla sagrada en nuestra comunidad,
tal vez merezcan, en atención a la importancia de la regla contravenida, un apartado especial 3), relativo a la consideración
de que el utilitarismo no garantiza la equidad ni la igualdad
en el trato, tema que nos hará retomar tal vez algunas argumentaciones y contra-argumentaciones relativas a la posible
vinculación/desvinculación entre Utilidad y Justicia.
Para empezar, el primer tipo de acusaciones no tiene en
cuenta más que una única variedad del utilitarismo clásico,
no necesariamente la única defendida por Mili; es decir, tales
acusaciones se refieren exclusivamente al «utilitarismo del
acto», que juzga la bondad o maldad de las acciones conforme a la suma total de beneficios que de ellas se derivan, sin
apelar a ningún tipo de reglas. El «utilitarismo de la regla»,
por el contrario, no sería susceptible de este tipo de críticas.
Las promesas en general habrían de ser obedecidas, la verdad
28
ESPERANZA GUISAN
respetada, prohibida la insinceridad, aun cuando en casos determinados se considerase «conveniente», «ventajoso» (expediente), desde el punto de vista particular, el quebrantar la
promesa, el faltar a la verdad o el recurrir a la ocultación y al
engaño. Y ello, por la sencilla razón de que decir la verdad y
cumplir las promesas son actos que se encuadran dentro de
tipos de normas que generalmente producen una mayor utilidad.
Es verdad que, a diferencia de las éticas deontológicas,
donde unas normas o valores se presentan como incuestionables y sagrados, las normas morales todas, de acuerdo con el
principio de la utilidad, derivan su áurea de santidad y respetabilidad de la suma de beneficios que de su cumplimiento se
siguen para el bienestar general. Pero este su origen terreno,
mundano, empírico, «material», no obsta para que, una vez
establecidas unas normas como útiles y correctas, no demanden tanto respeto como cualquier norma de origen supuestamente sobrehumano pudiera demandar.
El utilitarista de la norma, y Mili lo es en una buena medida, considera que el legado moral de la humanidad es una
riqueza que no podemos tirar por la borda, sin más. No somos esclavos de las normas, pero tampoco salimos al mar
de la vida, utilizando la metáfora de Mili, desprovistos de
toda suerte de orientación, ni intentamos inventar por nosotros mismos lo que la experiencia de la humanidad ha ido
acumulando como un tesoro de sabiduría práctica. Por supuesto que las normas no son inamovibles y que existen casos particulares en los que no sólo habrá que reformarlas y
mejorarlas, sino poner alguna de ellas en suspenso, en atención a consideraciones utilitarias. Así, para salvar la vida de
un inocente, a quien persigue un maníaco o un fanático, o
para librar a una persona de sufrimientos inmerecidos, el
principio utilitarista permite poner en suspenso la regla de
la veracidad, como Mill indica en el capítulo 2 de El utilita-
rismo.
セGtroduciᅮn@
29
Pero las excepciones son eso, precisamente, lo excepcional.
En las actuaciones ordinarias de la vida, el hombre debe confiar
en el buen sentido que tradicionalmente ha ido seleccionando
unas normas de conveniencia que han superado la prueba de
los siglos. Lo cual no implica, ni mucho menos, la reverencia al
pasado o el culto a la tradición. Las normas generales han de
ser examinadas y el tribunal de la Utilidad ha de dictar su veredicto. La única cautela que exige Mili es que no se deje al mero
arbitrio de un individuo particular en qué casos debe quedar en
suspenso una norma generalmente admitida como útil. Y esto,
precisamente, por razones de utilidad. Un individuo en apuros,
presionado por determinadas circunstancias, puede considerar
«útil» la mentira, el incumplimiento de promesas y demás. Un
individuo egocéntrico puede pensar que si el incumplimiento
de una regla general en un caso particular le depara ventajas, es
útil el incumplimiento general de dicha norma. Aquí Mili no
presiona sobre la libertad particular, ni siquiera sobre la libertad moral. Lo único que el utilitarismo recomienda es ponderación y prudencia en los juicios, a fin de respetar el libre ejercicio
de las actividades de los demás. Que los demás sean también libres para obtener ventajas y beneficios, y que nadie se erija en
juez de su propia causa, por razones obvias.
La crítica que se le dirige al utilitarismo mediante la formulación del caso hipotético, y un tanto pintoresco, de aquel
que ha sido depositario de la última voluntad de un acaudalado moribundo en una isla desierta, merece una breve consideración. Se supone, por parte de los críticos, que si alguien
me confía su última voluntad es mi deber moral hacer lo posible para que así se cumpla. Por otra parte, se supone también que si soy un utilitarista consistente y considero que el
emplear la fortuna del fallecido y solitario millonario en crear
una facultad universitaria, un hospital, etc., en lugar de entregarla a la «Asociación de amigos de la buena mesa», tal como
fue la voluntad del difunto, pudiera suponer un incremento
notable de la felicidad general, de acuerdo con mi credo utili-
30
ESPERANZA GUISÁN
tarista decidiré incumplir la promesa formulada ante un moribundo.
Ahora bien, las acusaciones dirigidas al utilitarismo de
Mill son, en este caso, totalmente infundadas. En ningún lugar de El utilitarismo se lee que se produzca mayor felicidad
general con la creación de facultades universitarias, o centros
hospitalarios, que con cumplir la voluntad de los moribundos, por caprichosa que ésta sea. En última instancia, el utilitarista, al igual que el que profese cualquier otro credo moral,
en una situación tan artificial como la que se plantea, se encontraría ante el dilema de decidirse entre dos normas igualmente útiles, e igualmente recomendables: respetar la voluntad de cada individuo respecto al destino futuro de sus propios bienes, o invertir tal suma de dinero en aquello que
parezca producir mayores ventajas sociales.
Sería un grueso error considerar que un utilitarista tendría
que elegir inevitablemente el incumplimiento de la promesa
realizada, pues bien pudiera ocurrir que llegara a la conclusión de que, tomados en cuenta todos los factores relevantes,
es más feliz una sociedad en la que se respeta la voluntad de
los muertos que la que obtiene mejoras sanitarias o un mayor
nivel cultural.
Por supuesto que los problemas planteados al realizar promesas en islas desiertas presentan una serie de sutiles complicaciones que el objetor del utilitarismo suele pacientemente ir
desgranando, como muestra de pericia en su tarea. ¡Para un
utilitarista -al parecer- no debe tener sentido cumplir una
promesa cuando aquella persona a la que se la hicimos ya no
está para disfrutar con ello, cuando además nadie conoce
nuestro compromiso y, por tanto, no puede nuestra conducta
presentar carácter ejemplar en modo alguno, ni siquiera contra-ejemplar, si dejamos de cumplirla!
Mantienen tenazmente los antiutilitaristas que un utilitarista coherente, consecuente y congruente, no tendrá más
remedio que olvidar que realizó una promesa y llevar a cabo
'.:'."TRODUCCIÓN
31
aquel tipo de acción que produzca «mayor felicidad al mayor
número».
El problema planteado con relación a las promesas realizadas en islas desiertas puede parecer pueril, y muestra únicamente de los productos de que son capaces las mentes ociosas
ocupadas en la filosofía moral. Sin embargo, el ejemplo de la
isla desierta es un caso interesante de «laboratorio filosófico»
que pudiera servir, al parecer, como prueba de fuego para la
pureza moral del credo utilitarista. Por lo demás, las objeciones que se formulan a tenor de tal situación ficticia presentan
el interés adicional de poner de manifiesto la falta de comprensión popular y académica del sentido y meta de la filosofía que busca la mayor felicidad. Se diría que los objetores del
utilitarismo son pragmatistas de la más baja estofa, para
quienes los bienes y la felicidad son objetos que se suman y se
restan en sus libros de registro. Si partimos de supuestos, en
cambio, como los de Hume, por ejemplo, o los de Adam
Smith, simpatizamos incluso con los muertos, como cuestión
fáctica, y no podríamos sentirnos a gusto defraudando la
confianza que alguien ha depositado en nosotros, por ridículas y torpes que hayan sido las disposiciones que nos haya
dado para el uso de su fortuna. El mundo entero puede ignorar que yo he hecho una promesa en una isla desierta, pero yo
conozco el hecho, y mis relaciones conmigo mismo pueden
exigir que por motivos hedonistas universales haga efectiva la
última y extravagante voluntad de un moribundo. Tal vez,
por errónea que mi apreciación sea, considero que el mundo
sería más feliz a la larga si todos actuásemos como yo me propongo actuar.
Las acusaciones que he agrupado en el apartado 2 contienen sugerencias interesantes: El utilitarismo no parece respetar los derechos inalienables de las personas. Por ejemplo,
recordemos una vez más, contamos con los casos de las relaciones sadomasoquistas, en las que un individuo sufre vejaciones y sufrimientos, no obstante, dado que disfruta con
32
ESPERANZA GUISAN
ellas, la multiplicación de tales situaciones propiciaría la producción de una mayor suma de felicidad. Lo cual, esperan demostrar los objetores del utilitarismo, pone de manifiesto claramente que la «moral» no guarda relación con la promoción
de la felicidad.
Posiblemente algún tipo peculiar de filosofía hedonista
quedaría en entredicho ante este tipo de dificultades. El utilitarismo de Mili claramente no. Porque la idea de felicidad de
Mili, como la de casi todos los hedonistas filósofos dignos
de tal nombre, depende de su idea de la naturaleza humana
y del tipo de relaciones que producen bienestar entre los
hombres. Por supuesto que si, por hipótesis, las relaciones
sadomasoquistas fueran las que produjeran una sociedad
más armónica y una satisfacción más profunda, no veo qué
se les podría objetar «moralmente». Es, precisamente, porque al menos el común de los mortales no podemos gozar
cuando somos humillados, por lo que, y a causa del sentimiento de sympatheia, no podemos concebir como felicidad
aquella que se deriva de relaciones tales como las que son típicas del sadomasoquismo. Mill es totalmente consistente
con el hedonismo cuando postula la superioridad de unos
placeres sobre otros. Quienes no lo entienden así es porque,
insisto, pasan por alto que toda concepción de la felicidad
supone una elección entre distintas situaciones placenteras,
conforme a aquello que se postula como más acorde con lo
que el moralista o filósofo cree que constituye la base de la
naturaleza o la condición humana.
Reflexiones semejantes a las que he realizado se aplicarían a
los tipos restantes de acusaciones. El utilitarismo consecuente no tiene por qué sacrificar víctimas inocentes en bien de
una comunidad o un grupo, pues sería una comunidad muy
poco feliz, desde la perspectiva de Mili, aquella en que tal tipo
de actuación se considerase deseable. Para empezar, nadie se
sentiría seguro en el disfrute de sus bienes, de su libertad/felicidad. Para continuar, nadie podría disfrutar de su parcela de
セGtroduciᅮn@
33
libertad, de seguridad o de paz, sabiendo que había sido adquirida al precio del sacrificio indebido de alguien.
Quizá ya a estas alturas la paciencia del lector antihedonista haya llegado a su término. ¿Cómo -preguntará- puede hablarse de la mayor felicidad del mayor número como principio moral cuando, a la postre, se descartan muchos tipos
de felicidad y sólo se queda uno prácticamente con ejemplos de
«felicidad moral»?
Para empezar, no es sólo la felicidad moral, sino también la
felicidad moral la que cuenta en El utilitarismo. Desde Godwin, en el siglo xvm, ha quedado bien claro que el hombre disfruta con su cuerpo, con su imaginación, con su sensibilidad,
con su mente. Y con sus buenas obras también. La ventaja de
la concepción de la felicidad de Mili es que sin ser «espiritualista» no desdeña el espíritu como la fuerza vital, y sin ser
«materialista» no olvida que nuestros cuerpos y nuestros deseos no pueden ser olvidados. Quienes reprochan a Mili su
concepto supuestamente ambiguo de felicidad habrían de
preguntarse tal vez si el suyo no es demasiado estrecho, excesivamente restringido, innecesariamente excluyente de muchas facetas humanas que hay que tener en cuenta si se quiere hacer justicia a lo que un hombre con un mínimo de talento y sensibilidad necesita para ser dichoso.
Para finalizar, las críticas que he «aparcado» en el apartado 3) merecerían un examen mucho más extenso de lo que es
aconsejable en este lugar. Pensar que «sumas iguales» de felicidad son igualmente válidas, sin importar cómo se distribuya la felicidad, es algo que no se compagina con El utilitarismo. Baste leer el capítulo final de la mencionada obra, en
donde se insiste en que la imparcialidad está en el corazón de
dicha doctrina ética. Tal vez, si acaso, habría que acusar a Mili
de no haber sido suficientemente explícito al respecto. Su fallo, o su «ingenuidad», si así quiere tomarse, consistió en dar
por descontado que nadie puede ser feliz haciendo daño a los
demás, o aprovechando una situación de privilegio. Para Mili
34
ESPERANZA GUISAN
LNMセ@
la Felicidad y la Justicia constituían una unidad inseparable, y le costaba imaginar placeres humanos distintos a los
que un hombre justo pudiera disfrutar. Quizá no explicó convenientemente que su concepto de «felicidad» no venía determinado por lo que los hombres pudiesen desear en un momento dado, sino por lo que se esperaba que pudiesen desear
cuando desarrollasen sus capacidades genuinamente humanas.
Los detractores del utilitarismo contra-argumentarán, y
no les falta razón, que definir «capacidades humanas», definir la «felicidad», significa introducir en el discurso enunciados claramente valorativos. En eso, indudablemente, Mili
erró cuando creyó que lo «deseado» sin más podía generar lo
«deseable». Los hombres, posiblemente, ni siquiera desean su
propia felicidad. Posiblemente la raza humana se olvida con
demasiada frecuencia de lo que le interesa.
Tendría que haber precisado Mili que a veces los hombres
no desean lo que debieran desear. Que se equivocan respecto
a sus deseos vitales, objeto de estudio de la Moralidad, tanto
como con respecto a sus creencias relativas al mundo de los
hechos que estudia la ciencia. La noción de calidad de los placeres fue, sin embargo, una importante y notable precaución
introducida por Mili, ya que con la misma se reconocía que
no todos los que gozaban en todos los casos gozaban por
igual. Que existían una serie de placeres más «deseables»,
aunque, tal vez, dato que Mili omitió reseñar, no más deseados, como hecho fáctico.
En El utilitarismo de Mili, como no es menos de esperar de
una obra de filosofía moral, no se encuentran tan sólo enunciados de hecho, sino valoraciones explícitas e implícitas respecto al mundo, la humanidad y la felicidad. El mérito de
Mili, y no es cosa de poca monta, radica en que supo combinar inteligentemente los datos que le ofrecía la experiencia,
para formular, proponer, imaginar, un mundo que resultase
más deseable, una convivencia que apareciese como más satisfactoria y más gozosa. Su andadura por el mundo del «de-
i:NTRODUCCióN
35
ben>, por la esfera de los «valores», no le apartó de sus contactos con el mundo de los hechos y las realidades. En él quizá,
como en pocos autores, se pone de manifiesto que la realidad
y la moralidad no son ámbitos aparte, sino momentos distintos de esa sinfonía inacabable, incompleta, perfeccionable
y apasionante, que constituye para muchos de nosotros el
mundo de la ética.
ESPERANZA GUISÁN
Santiago de Compostela
marzo de 1984
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El utilitarismo
l. Observaciones generales
Existen pocos factores entre los que determinan que el estado
actual del desarrollo del conocimiento no sea todo lo bueno
que cabría esperar, y que más influyan en el retraso en que todavía se encuentra la especulación que se ocupa de los temas
de mayor relevancia, como el escaso progreso realizado en la
resolución de la controversia en torno al criterio de lo correcto (right) y lo incorrecto (wrong).
Desde los inicios de la Filosofía, la cuestión relativa al sumum bonum o, lo que es lo mismo, la cuestión relativa a los
fundamentos de la moral, ha sido considerada como el problema prioritario del pensamiento especulativo, ha ocupado
las mentes más privilegiadas y las ha dividido en sectas y escuelas, provocando una guerra encarnizada entre unas y
otras. Después de más de dos mil años continúan teniendo
lugar las mismas discusiones. Los filósofos siguen alineados
bajo las mismas banderas rivales y ni los pensadores ni la humanidad en general parecen haberse aproximado un tanto
más en la actualidad a un parecer unánime sobre el tema, que
cuando el joven Sócrates escuchaba al viejo Protágoras y
mantenía (si el diálogo de Platón está basado en una conver41
42
EL UTILITARISMO
sación real) la teoría del utilitarismo frente a la moral popular
mantenida por los denominados sofistas.
Es cierto que se da un confusionismo e incertidumbre semejantes, y en algunos casos un desacuerdo semejante, respecto al
primer principio de toda ciencia, sin exceptuar aquella que se
considera la más sólida de todas: las matemáticas, sin que ello
merme demasiado, en realidad normalmente sin que merme
en absoluto, la confianza que otorgamos a las conclusiones de
tales ciencias. Se trata de una clara anomalía, que tiene su explicación en el hecho de que las doctrinas de una ciencia no dependen para su existencia de los que se denominan sus primeros principios. De no ser así, no existiría una ciencia más precaria, o cuyas conclusiones fueran derivadas de un modo más
insuficiente, que el álgebra, cuya certeza no depende en absoluto de lo que es enseñado a sus aprendices como sus elementos,
ya que éstos, como han establecido algunos de sus maestros
más eminentes, coptienen tanta carga de ficción como las leyes
inglesas y tantos misterios como la teología.
Las verdades que son aceptadas en último término como
los primeros principios de una ciencia son, en realidad, los
resultados finales del análisis metafísico practicado con relación a las nociones elementales de las que trata la ciencia, y su
relación con la ciencia no es la que se da entre los cimientos y
el edificio, sino entre las raíces y el árbol que pueden realizar
su tarea igualmente bien aunque nunca se excave en ellas y se
expongan a la luz.
Pero aunque en la ciencia las verdades particulares preceden
a la teoría general, ha de,esperarse lo contrario en artes prácticas tales como la moral o la legislación. Todas las acciones tienen como motivo algún fin, por lo que parece natural suponer
que las reglas de las acciones dependen, en lo que a su carácter
y peculiaridades concierne, al fin al que están subordinadas.
Cuando perseguimos un propósito, un concepto claro y
preciso de lo que buscamos debería ser lo primero que necesitásemos y no lo último que hemos de determinar. Un crite-
_. OBSERVACIONES GENERALES
43
rio (test) de lo que es correcto e incorrecto debe constituir el
medio, habría que pensar, de determinar lo que es correcto e
incorrecto, y no ser la consecuencia de haberlo determinado
de antemano.
Esta dificultad no se salva recurriendo a la conocida teoría
que mantiene la existencia de una facultad natural, un sentido
o instinto, que nos indica qué es lo correcto y lo incorrecto. Al
margen de que la existencia de tal instinto moral es, precisamente, una de las cuestiones en litigio, aquellos que creen en él
v que tienen alguna pretensión de filósofos se han visto obligados a abandonar la idea de que tal instinto discierne qué es correcto e incorrecto en los casos particulares que nos traemos
entre manos, al modo en que nuestros restantes sentidos disdernen los objetos visibles o los sonidos realmente existentes.
Nuestra facultad moral, de acuerdo con todos aquellos de sus
intérpretes que merecen el título de filósofos, nos proporciona
únicamente los principios de nuestros juicios morales; es una
derivación de nuestra razón, no de nuestra facultad sensitiva y
debe ser tomada en cuenta con relación a las doctrinas abstractas de la moralidad, no para su percepción en casos concretos.
Tanto la corriente del intuicionismo ético como la denominada
inductivista insisten en la necesidad de leyes generales. Ambas
concuerdan en que la moralidad de una acción individual no es
cuestión de percepción directa, sino de la aplicación de la ley a
un caso particular. Reconocen también, en gran medida, las
mismas leyes morales pero difieren con relación a la evidencia y
las fuentes de las que se deriva su autoridad.
Conforme a los unos, los principios de la moral son evidentes a priori, no precisando de ninguna otra cosa para exigir asentimiento que la comprensión del significado de los
términos. Según la otra doctrina, lo correcto y lo incorrecto,
así como la verdad y la falsedad, son cuestión de observación
y experiencia. Sin embargo, ambas mantienen por igual que
la moralidad debe deducirse de principios, afirmando con la
misma firmeza la corriente intuicionista como la inductivista
44
EL UTILITARISMO
que existe una ciencia de la moral. No obstante, estas doctrinas casi nunca intentan elaborar una lista de los principios a
priori que han de servir como premisas de la ciencia; y todavía con mucha menor frecuencia hacen esfuerzo alguno para
reducir tales principios diversos a un primer principio o fundamento común de la obligación. Ya bien presuponen a los
preceptos ordinarios de la moral dotados de una autoridad a
priori, o de lo contrario establecen como base común de tales
máximas alguna generalidad que presenta una autoridad
mucho menos evidente y que nunca ha conseguido granjearse la aceptación popular.
.eo? セッ、L@ a fin de apoyar sus pretensiones, debe existir algún
セョ」QーP@
o ley fundamentales únicos o, de no ser así y existir vanos, debe darse un orden determinado de prioridad entre ellos;
Y.el.Principio o regla únicos para decidir entre los diversos prinop10s cuando entran en conflicto debe ser auto-evidente.
Investigar en qué medida se han mitigado en la práctica los
efectos perniciosos de esta deficiencia, o hasta qué punto las
creencias morales de la humanidad se han visto viciadas o falseadas a causa de la ausencia de tipo alguno de reconocimiento claro de úh criterio último, implicaría una revisión crítica
completa de las doctrinas éticas del pasado y del presente. Sin
embargo, sería fácil demostrar que el grado, por pequeño que
sea, de firmeza y consistencia que han alcanzado estas creencias morales se ha debido principalmente a la influencia de un
criterio no reconocido expücitamente. Así pues, aunque el no
reconocimiento de un primer principio expücito ha hecho de
la ética, más que una guía moral, la consagración de los sentimientos que los hombres poseen, con todo, dado que los sentimientos de los hombres, tanto favorables como adversos, se
ven fuertemente influidos por lo que los humanos suponen que
son los efectos de las cosas en su felicidad, el principio de utilidad, o como Bentham le denominó últimamente, el principio
de la mayor felicidad, ha contribuido grandemente a la formación de las doctrinas morales, incluso de las de aquellos que
- • OBSERVACIONES GENERALES
45
con más desprecio rechazan su autoridad. Del mismo modo,
tampoco existe ninguna corriente de pensamiento que se niegue a admitir que la influencia de las acciones en la felicidad es
una de las consideraciones más decisivas, e incluso predominantes, por lo que respecta a muchos detalles de la moral, por
mucho que se resistan a reconocer esto como el principio fundamental de la moralidad y la fuente de la obligación moral.
Yo podría ir mucho más lejos y afirmar que las argumentaciones utilitaristas son indispensables para todos aquellos
moralistas a priori que consideran la discusión racional necesaria en algún sentido. No es mi propósito aquí el criticar a tales pensadores, pero no puedo menos que referirme, a modo
de ilustración, a un tratado sistemático de uno de los más
ilustres de ellos: La metafísica de las costumbres de Kant. Este
hombre insigne, cuyo sistema de pensamiento seguirá siendo
durante mucho tiempo uno de los hitos de la historia de la especulación filosófica, de hecho, en el tratado en cuestión, establece un principio universal como origen y fundamento de
la obligación moral. Dice así: «Obra de tal modo que la regla
conforme a la que actúes pueda ser adoptada como ley por
todos los seres racionales». Pero cuando comienza a deducir
a partir de este precepto cualquiera de los deberes relativos a
la moralidad, fracasa, de modo casi grotesco, en la demostración de que se daría alguna contradicción, alguna imposibilidad lógica (y ya no digamos física) en la adopción por parte
de todos los seres racionales de las reglas de conducta más decididamente inmorales. Todo lo que demuestra es que las
consecuencias 1 de su adopción universal serían tales que nadie elegiría que tuvieran lugar.
l. Se plantea aquí uno de los dilemas más interesantes de la ética normativa. A saber, si es posible una ética deontológica que haga abstracción de
las consecuencias de los actos realizados. La respuesta de Mill es, como
puede apreciarse, de que incluso la ética kantiana para cobrar algún sentido debe ser interpretada en sentido teleológico, como ética de fines y
consecuencias.
46
EL UTILITARISMO
En la presente ocasión intentaré, sin más discusiones relativas a otras teorías, contribuir en alguna medida a la comprensión y apreciación de la teoría «utilitarista» o de la «felicidad», y a proporcionar la prueba que pueda darse de ella. Es
evidente que no puede tratarse de una prueba en el sentido
ordinario y popular del término. Las cuestiones relativas a los
fines últimos no son susceptibles de prueba directa2• Para demostrar que algo es bueno debe mostrarse que constituye un
medio para conseguir algo que se admite que es bueno sin recurrir a prueba. Se demuestra que el arte médico es bueno
por conducir a la salud; pero ¿cómo es posible demostrar que
la salud es buena? El arte musical es bueno por la razón, entre
otras, de que proporciona placer; pero ¿qué prueba es posible
ofrecer de que el placer es bueno? Por tanto, si se mantiene
que existe una fórmula comprensiva que incluye todas las cosas que son buenas en sí mismas, y que todo lo bueno restante no lo es en cuanto fin sino en tanto que medio, la fórmula
puede ser aceptada o rechazada, pero no depende de lo que
normalmente se entiende por prueba.
No hemos de inferir, sin embargo, que su aceptación o rechazo haya de depender del impulso ciego o la elección arbitraria. Existe un significado más amplio de la palabra «prueba»,
según el cual esta cuestión es tan susceptible de ser probada
como cualquier otra de las cuestiones más polémicas de la filosofía. El tema es susceptible de conocimiento mediante la facultad de la razón y, por ende, tampoco esta facultad se enfrenta
con él solamente vía intuición. Pueden ofrecerse consideraciones que permiten lograr que el intelecto otorgue o deniegue su
aprobación a esta doctrina; y ello equivale a una prueba.
Examinaremos ahora de qué tipo son estas consideraciones, en qué sentido aplican al caso y qué fundamento racional
2. Un aserto semejante respecto a la no demostración racional de los fines puede verse en el libro VI, cap. XII de A System ofLogic, de Mili, cuya
traducción incluimos en este volumen.
OBSERVACIONES GENERALES
47
?Uede proporcionarse, por consiguiente, para aceptar o re.::hazar la fórmula utilitarista. Pero es condición previa a la
aceptación o rechazo racionales el que la fórmula sea correc:amente entendida. Yo creo que la muy imperfecta idea que se
;osee de su significado constituye el obstáculo principal que
rmpide su admisión, y aunque sólo se consiguiera corregir
5US más burdas deformaciones, se simplificaría enormemen:r la cuestión y desaparecerían gran número de dificultades.
?or consiguiente, antes de intentar adentrarme en los fundamentos filosóficos que pueden ofrecerse para aceptar el principio utilitarista, ofreceré algunos ejemplos de la propia doctrina, con objeto de mostrar con mayor claridad en qué consiste, distinguiéndola de lo que no es, y eliminando aquellas
objeciones prácticas que se le hacen, debidas a, o íntimamente relacionadas con, interpretaciones erróneas de su significado. Una vez preparado así el terreno, me dedicaré posteriormente a arrojar toda la luz que pueda sobre la cuestión que se
considera como perteneciente a la teoría filosófica.
2. QUÉ ES EL UTILITARISMO
2. Qué es el utilitarismo
No merece más que un comentario de pasada el despropósito,
basado en la ignorancia, de suponer que aquellos que defienden
la utilidad como criterio de lo correcto y lo incorrecto utilizan el
término en aquel sentido restringido y meramente coloquial en
el que la utilidad se opone al placer. Habrá que disculparse con
los oponentes del utilitarismo por la impresión que pudiera haberse dado momentáneamente de confundirlos con personas
capaces de esta absurda y errónea interpretación. Interpretación que, por lo demás, resulta de lo más sorprendente en la medida en que la acusación contraria, la de vincular todo al placer,
y ello también en la forma más burda del mismo, es otra de las
que habitualmente se hacen al utilitarismo.
Como ha sido atinadamente señalado por un autor perspicaz, el mismo tipo de personas, y a menudo exactamente las
mismas personas, denuncian esta teoría como «impracticablemente austera cuando la palabra "utilidad" precede a lapalabra "placer'', y como demasiado voluptuosa en la práctica,
cuando la palabra "placer" precede a la palabra "utilidad"».
Quienes saben algo del asunto están enterados de que todos
los autores, desde Epicuro hasta Bentham, que mantuvieron
la teoría de la utilidad, entendían por ella no algo que ha de
48
49
contraponerse al placer, sino el propio placer junto con la liberación del dolor y que en lugar de oponer lo útil a lo agradable o a lo ornamental, han declarado siempre que lo útil
significa, entre otras, estas cosas.
Con todo, la masa común, incluyendo la masa de escritores
no sólo de los diarios y periódicos sino de libros de peso y pretensiones, están cometiendo continuamente este trivial error.
Habiéndose apoderado de la palabra «utilitarista», pero sin
saber nada acerca de la misma más que como suena, habitualmente expresan mediante ella el rechazo o el olvido del placer
en alguna de sus formas: de la belleza, el ornato o la diversión.
Por lo demás, no sólo se utiliza erróneamente este término por
motivos de ignorancia, a modo de censura, sino, en ocasiones,
de forma elogiosa, como si implicase superioridad respecto a
la frivolidad y los meros placeres del momento. Y este uso viciado es el único en el que la palabra es popularmente conocida y aquél a partir del cual la nueva generación está adquiriendo su única noción acerca de su significado. Quienes introdujeron la palabra, pero durante muchos años la descartaron
como una apelación distintiva, es posible que se sientan obligados a recuperarla, si al hacerlo esperan contribuir de algún
modo a rescatarla de su completa degradación*.
El credo que acepta como fundamento de la moral la Utilidad, o el Principio de la mayor Felicidad, mantiene que las acciones son correctas (right) en la medida en que tienden a
* El autor de este ensayo tiene razones para considerarse a sí mismo
como la primera persona que puso en circulación la palabra «utilitarista».
No la inventó él, sino que la adaptó de una alusión pasajera en los Annals
of the Parish de Mr. Galt. Después de utilizarla como término designativo
durante años, este autor y otros más la abandonaron a causa del creciente
malestar que les producía todo lo que se pareciese a una especie de rótulo
o consigna de tipo sectario. Sin embargo, como designación de una sola
posición, no de un conjunto de posiciones, para denotar el reconocimiento del utilitarismo como criterio, no de un modo particular cualquiera de
aplicarlo, el término satisface una necesidad lingüística y ofrece, en muchos casos, una forma adecuada de evitar un enojoso circunloquio.
50
EL UTILITARISMO
promover la felicidad, incorrectas (wrong)1 en cuanto tienden
a producir lo contrario a la felicidad. Por felicidad se entiende el
placer y la ausencia de dolor; por infelicidad el dolor y la falta
de placer. Para ofrecer una idea clara del criterio moral que esta
teoría establt;ce es necesario indicar mucho más: en particular,
qué cosas incluye en las ideas de dolor y placer, y en qué medida es ésta una cuestión a debatir. Pero estas explicaciones suplementarias no afectan a la teoría de la vida sobre la que se
funda esta teoría de la moralidad -a saber, que el placer y la
exención del sufrimiento son las únicas cosas deseables como
。GヲOv_、セ」M@
:!. QUÉ ES EL UTILITARISMO
[セ@
5J
acusación supone que los seres humanos no son capaces de experimentar más placeres que los que puedan experimentar los
puercos. Si esta suposición fuese cierta, la acusación no podría
ser desmentida, pero ya no sería un reproche, puesto que si las
fuentes del placer fueran exactamente iguales para los seres humanos y para los cerdos, la regla de vida que fuera lo suficientemente buena para los unos sería lo suficientemente buena para
los otros. Resulta degradante la comparación de la vida epicúrea
con la de las bestias precisamente porque los placeres de una
bestia no satisfacen la concepción de felicidad de un ser huma-
fines-; y que todas las cosas deseables (que son tan numerosas
en el proyecto utilitarista como en cualquier otro) 2 son desea-
no. Los seres humanos poseen facultades más elevadas que Jos
apetitos animales, y una vez que son conscientes de su existencia
bles ya bien por el placer inherente a ellas mismas, o como medios para la promoción del placer y la evitación del dolor.
Ahora bien, tal teoría de la vida provoca en muchas mentes,
y entre ellas en algunas de las más estimables en sentimientos y
objetivos, un fuerte desagrado. Suponer que la vida no posea
(tal como ellos lo expresan) ninguna finalidad más elevada que
el placer -ningún objeto mejor y más noble de deseo y búsqueda- lo califican como totalmente despreciable y rastrero, como
una doctrina sólo digna de los puercos, a los que se asociaba a
los seguidores de Epicuro en un principio, siendo, en algunas
ocasiones, los modernos defensores de esta doctrina igualmente víctimas de tan corteses comparaciones por parte de sus
detractores alemanes, franceses e ingleses.
Cuando se les atacaba de este modo, los epicúreos han contestado siempre que no son ellos, sino sus acusadores, los que ofrecen una visión degradada de la naturaleza humana; ya que la
no consideran como felicidad nada que no incluya la gratificación de aquellas facultades. Desde luego que no considero que
los epicúreos hayan derivado, en modo alguno, de forma irreprochable su teoría de lo que se sigue de la aplicación del principio utilitarista. Para hacerlo de un modo adecuado sería necesario incluir muchos elementos estoicos, así como cristianos. Con
todo, no existe ninguna teoría conocida de la vida epicúrea que
no asigne a los placeres del intelecto, de los sentimientos y de la
imaginación, y de los sentimientos morales, un valor mucho
más elevado en cuanto placeres que a los de la pura sensación3 •
Debe admitirse, sin embargo, que los utilitaristas, en general, han basado la superioridad de los placeres mentales sobre
los corporales, principalmente en la mayor persistencia, seguridad, menor costo, etc. de los primeros4, es decir, en sus
l. Anteriormente, y en lo que sigue del texto, se ha utilizado «correcto» e
«incorrecto» como traducción aproximada de right y wrong, respectivamente, términos para los cuales no existen en la lengua castellana equivalentes que hagan justicia a sus matices peculiares en contextos morales.
2. Éste es un punto importante de la doctrina de Mili, que suele pasarse
por alto, considerándose, erróneamente, que para el utilitarismo sólo el
placer es deseable.
3. Esta afirmación de Mili, que podemos verificar mediante la lectura de
los textos de Epicuro, prueba que la distinción entre placeres de mayor y
menor cualidad no es una arbitrariedad ni mucho menos una inconsistencia del hedonismo universalista de El utilitarismo, sino uno de los rasgos compartidos por casi todas las concepciones hedonistas.
4. Las condiciones que imponía Bentham para medir la calidad de un
placer eran: 1) Su intensidad. 2) Su duración. 3) Su mayor o menor posibilidad. 4) Su proximidad o no proximidad. 5) Su fecundidad. 6) Supureza, y 7) Su extensión (es decir, el número de personas afectadas).
EL UTILITARISMO
52
ventajas circunstanciales más que en su naturaleza ゥョエイ■ウ・セ。N@
En todos estos puntos los utilitaristas han demostrado satisfactoriamente lo que defendían, pero bien podrían haber
adoptado la otra formulación, más elevada, por así decirlo,
con total consistencia. Es del todo compatible con el principio
de utilidad el reconocer el hecho de que algunos tipos de pla5
cer son más deseables y valiosos que otros • Sería absurdo
que mientras que al examinar todas las demás cosas se tiene
en cuenta la calidad además de la cantidad, la estimación de
los placeres se supusiese que dependía tan sólo de la cantidad.
Si se me pregunta qué entiendo por diferencia de calidad en
los placeres, o qué hace a un placer más valioso que otro, simplemente en cuanto placer, a no ser que sea su mayor cantidad,
sólo existe una única posible respuesta. De entre dos placeres,
si hay uno al que todos, o casi todos los que han experimentaLos siguientes versos -en versión libre de la traductora- popularizaron
los requisitos de Bentham:
Intense, long, certain, speedy, fruiful, pure
Such marks in pleasures an in pains endure.
Such pleasures seek if private be thy end.
If it be public, wide Jet them extend.
Such pains avoid, whichever be thy view?
If pains must come, Jet them extend to few.
(Que sea intenso, largo, seguro, rápido, frucrífero, puro,
has de tener en cuenta para el placer o el dolor seguro.
Busca placeres tales cuando el fin es privado;
extiéndelos, no obstante, cuando es público el cuidado.
Evita dolores tales, para ti o para otro.
Si ha de existir dolor que se extienda a muy pocos.)
s.
Éste es, precisamente, el punto que marca una de las diferenciaciones
más tajantes entre Bentham y Mili, introduciendo este último la «calidad»
de los placeres como correctivo de la doctrina que parecí.a tener s?lo en
cuenta su mera suma aritmética. Aspecto este de la doctnna de Mili que
ha hecho que sea considerado por algunos, como en el caso del contemporáneo Smart, como un utilitarista «semi-idealista».
!. QUÉ ES EL UTILITARISMO
53
do ambos, conceden una decidida preferencia, independientemente de todo sentimiento de obligación moral para preferirlo,
ése es el placer más deseable. Si aquellos que están familiarizados con ambos colocan a uno de los dos tan por encima del
otro que lo prefieren, aun sabiendo que va acompañado de mayor cantidad de molestias, y no lo cambiarían por cantidad alguna que pudieran experimentar del otro placer, está justificado que asignemos al goce preferido una superioridad de calidad que exceda de tal modo al valor de la cantidad como para
que ésta sea, en comparación, de muy poca importancia.
Ahora bien, es un hecho incuestionable que quienes están
igualmente familiarizados con ambas cosas y están igualmente
capacitados para apreciarlas y gozarlas, muestran realmente
una preferencia máximamente destacada por el modo de existencia que emplea las capacidades humanas más elevadas. Pocas criaturas humanas consentirían en transformarse en alguno
de los animales inferiores ante la promesa del más completo disfrute de los placeres de una bestia. Ningún ser humano inteligente admitiría convertirse en un necio, ninguna persona culta
querría ser un ignorante, ninguna persona con sentimientos y
conciencia querría ser egoísta y depravada, aun cuando se le
persuadiera de que el necio, el ignorante o el sinvergüenza pudieran estar más satisfechos con su suerte que ellos con la suya6 •
No cederían aquello que poseen y los otros no, a cambio de la
más completa satisfacción de todos los deseos que poseen en
común con estos otros. Si alguna vez imaginan que lo harían es
en casos de desgracia tan extrema que por escapar de ella cambiarían su suerte por cualquier otra, por muy despreciable que
resultase a sus propios ojos. Un ser con facultades superiores ne-
6. En su ensayo sobre Bentham de 1838, pone Mili en evidencia, como se
anticipó en la Introducción, la necesidad de tomar en consideración la
búsqueda de la propia excelencia por parte del ser humano, como pieza
clave para la consecución de la felicidad personal, aspecto que Bentham
había pasado por alto.
54
EL UTILITARISMO
cesita más para sentirse feliz, probablemente está sujeto a sufrimientos más agudos, y ciertamente los experimenta en mayor
número de ocasiones que un tipo inferior. Sin embargo, a pesar
de estos riesgos, nunca puede desear de corazón hundirse en lo
que él considera que es un grado más bajo de existencia.
Podemos ofrecer la explicación que nos plazca de esta negativa. Podemos atribuirla al orgullo, nombre que se da indiscriminadamente a algunos de los más y a algunos de los menos
estimables sentimientos de los que la humanidad es capaz. Podemos achacar tal negativa al amor a la libertad y la independencia, apelando a lo cual los estoicos conseguían inculcarla de
la manera más eficaz. O achacarla al amor al poder, al amor a las
emociones, cosas ambas que están comprendidas en ella y a ella
contribuyen. Sin embargo, lo más indicado es apelar a un senti7
do de dignidad que todos los seres humanos poseen en un
grado u otro, y que guarda alguna correlación, aunque en modo
alguno perfecta, con sus facultades más elevadas8 y que constituye una parte tan esencial de la felicidad de aquellos en los que
este sentimiento es fuerte, que nada que se le oponga podría
constituir más que un objeto momentáneo de deseo para ellos.
Quien quiera que suponga que esta preferencia tiene lugar al
precio de sacrificar la felicidad -que el ser superior es, en igualdad de circunstancias, menos feliz que el inferior- confunde los
9
dos conceptos totalmente distintos de felicidad y contento • Es
7. En el ensayo sobre Bentham, Mili se referirá a este sentimiento denominándolo de self-respect o auto-respeto.
8. En alguna medida se prefigura lo que constituirá el estadio 6 del desarrollo moral en la obra del contemporáneo Kohlberg, ya que, aunque con
matices diferentes, se apunta a la posible correlación entre el desarrollo de
las facultades humanas (en Kohlberg especialmente las intelectuales) y el
desarrollo moral, así como al sentimiento de la propia estima característico de los seres humanos más desarrollados.
9. El no haber tenido en cuenta esta distinción de Mili ha dado lugar, sin
duda, a innumerables críticas totalmente irrelevantes e injustas, así como
a una falta de comprensión de los ideales utilitaristas.
-
QUÉ ES EL UTILITARISMO
55
セ、ゥウ」オエ「ャ・@
que el ser cuyas capacidades de goce son pequeñas
nene más oportunidades de satisfacerlas plenamente; por el
mntrario, un ser muy bien dotado siempre considerará que
cualquier felicidad que pueda alcanzar, tal como el mundo está
.:onstituido, es imperfecta. Pero puede aprender a soportar sus
セー・イヲ」ゥッョウL@
si son en algún sentido soportables. Imperfecnones que no le harán envidiar al ser que, de hecho, no es consciente de ellas, simplemente porque no experimenta en absolu:o el bien que hace que existan imperfecciones. Es mejor ser
:m ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor
ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho. Y si el necio o el cerdo opinan de un modo distinto es a causa de que
ellos sólo conocen una cara de la cuestión. El otro miembro de
la comparación conoce ambas caras.
Puede objetarse que muchos que son capaces de los más eleYados placeres, en ocasiones, a causa de la tentación, los posponen frente a los inferiores. Pero esto es del todo compatible con
una apreciación completa de la superioridad intrínseca de los
más elevados. Los hombres, a menudo, debido a la debilidad de
.:arácter, eligen el bien más próximo 10, aunque saben que es el
menos valioso, y esto no sólo cuando se trata de elegir entre un
?lacer corporal y otro mental, sino también cuando hay que
セ。」・、ッ@
entre dos placeres corporales. Incurren en indulgencias
sensuales que menoscaban la salud, aun sabiendo perfectamente que la salud es un bien preferible a aquellas indulgencias.
También puede objetarse que muchos que al principio
muestran un entusiasmo juvenil por todo lo noble, a medida
que adquieren más edad se dejan sumir en la indolencia y el
セoN@
Hay antecedentes tan remotos por lo menos como Hume en esta refe」・ァオセイ。@
del hombre para apreciar las cosas valiosas que perma::encia 。ャセ@
::iecen a d1stancia. Incluso podría verse un anticipo de esta acusación en la
Z・」ッセョ、。ゥ@
griega de practicar la phrónesis, que en el caso concreto
.:fe Epicuro conlleva la invitación a considerar todos los placeres ponderaiamente.
56
EL UTILITARISMO
egoísmo. Sin embargo, yo no creo que aquellos que experimentan este cambio, muy habitual, elijan voluntariamente los
placeres inferiores con preferencia a los más elevados. セッョウゥᆳ
dero que antes de dedicarse exclusivamente a los ーョュセイッウ@
han perdido la capacidad para los segundos. La capacidad
para los sentimientos más nobles es, en la mayoría de los seres, una planta muy tierna, que muere con facilidad, no sólo a
causa de influencias hostiles sino por la simple carencia de
sustento; y en la mayoría de las personas jóvenes se desvanece rápidamente cuando las ocupaciones a que les ha ャ・カセ、ッ@
su posición en la vida o en la sociedad en la que se ィセョ@
カセウッ@
arrojados no han favorecido el que ュ。ョエ・セァ@
en ・jイ」セcゥッ@
esa capacidad más elevada. Los hombres pierden sus aspiraciones elevadas al igual que pierden sus gustos intelectuales,
por no tener tiempo ni oportunidad de dedicarse a ellos: Se
aficionan a placeres inferiores no porque los prefieran deliberadamente, sino porque o ya bien son los únicos a los que tienen acceso, o bien los únicos para los que les queda capacidad
de goce. Puede cuestionarse que alguien que se haya mantenido igualmente capacitado para ambos tipos de placer haya
jamás preferido de forma deliberada y ponderada el セ£ウ@
bajo, aunque muchos, en todas las épocas, se hayan destrmdo
en un intento fallido de combinarlos.
Considero inapelable este veredicto emitido por los únicos
jueces competentes. En relación con la cuestión de cuál セ・@
dos placeres es el más valioso, o cuál de dos modos de existencia es el más gratificante para nuestros sentimientos, al
margen de sus cualidades morales o sus consecuencias, el juicio de los que están cualificados por el conocimiento de ambos 0 , en caso de que difieran, el de la mayoría de ellos, debe
ser admitido como definitivo. Es preciso que no haya dudas
en aceptar este juicio respecto a la calidad de los placeres, ya
que no contamos con otro tribunal, ni siquiera en relación
con la cuestión de la cantidad. ¿Qué medio hay para determinar cuál es el más agudo de dos dolores, o la más intensa de
2. QUÉ ES EL UTILITARISMO
57
dos sensaciones placenteras, excepto el sufragio universal de
aquellos que están familiarizados con ambos? ¿Con qué contamos para decidir si vale la pena perseguir un determinado placer a costa de un dolor particular a no ser los sentimientos y juicio de quien los experimenta? Cuando, por consiguiente, tales
sentimientos y juicio declaran que los placeres derivados de las
facultades superiores son preferibles como clase, aparte de la
cuestión de la intensidad, a aquellos que la naturaleza animal,
al margen de las facultades superiores, es capaz de experimentar, merecen la misma consideración respecto a este tema 11 •
Me he detenido en este punto por ser un elemento necesario para una concepción perfectamente adecuada de la Utilidad o Felicidad considerada como la regla directriz de la conducta humana. Sin embargo, no constituye en modo alguno
una condición indispensable para la aceptación del criterio
utilitarista, ya que tal criterio no lo constituye la mayor felicidad del propio agente, sino de la mayor cantidad total de felicidad12. Si puede haber alguna posible duda acerca de que
una persona noble pueda ser más feliz a causa de su nobleza,
lo que sí no puede dudarse es de que hace más felices a los demás y que el mundo en general gana inmensamente con ello.
El utilitarismo, por consiguiente, sólo podría alcanzar sus objetivos mediante el cultivo general de la nobleza de las perso11. Parece ser una constante a través de toda la filosofía moral la valoración de los placeres derivados del ejercicio de las facultades superiores
como no sólo «mejores» en el sentido moral, sino también «mejores» en el
sentido hedonista o eudemonista. Así, Platón en La República, o Epicuro.
Dentro del ámbito anglosajón el anarquista Godwin, por ejemplo, se había manifestado en el siglo XVIII en un sentido semejante.
12. Se trata, efectivamente, de un hedonismo universalista, en contraposición a un hedonismo egoísta. Las dificultades para su justificación dentro del contexto de esta obra parecen provenir, según el planteamiento de
algunos críticos, de que mientras que un hedonismo egoísta podría contar con un fácil soporte en un hedonismo psicológico, dicho hedonismo
psicológico explica únicamente que prefiramos ser felices a ser desgraciados, mas no que prefiramos la «felicidad general» a la particular.
58
EL UTILITARISMO
nas, aun en el caso de que cada individuo sólo se beneficiase
de la nobleza de los demás y la suya propia, por lo que a la felicidad se refiere, contribuya a una clara reducción del beneficio. Pero la simple mención de algo tan absurdo como esto último hace superflua su refutación.
Conforme al Principio de la Mayor Felicidad, tal como se
explicó anteriormente, el fin último, con relación al cual y por
el cual todas las demás cosas son deseables (ya estemos considerando nuestro propio bien o el de los demás), es una existencia libre, en la medida de lo posible, de dolor y tan rica
como sea posible en goces, tanto por lo que respecta a la cantidad como a la calidad, constituyendo el criterio de la calidad
y la regla para compararla con la cantidad, la preferencia experimentada por aquellos que, en sus oportunidades de experiencia (a lo que debe añadirse su hábito de auto-reflexión y
auto-observación), están mejor dotados de los medios que
permiten la comparación. Puesto que dicho criterio es, de
acuerdo con la opinión utilitarista, el fin de la acción humana,
también constituye necesariamente el criterio de la moralidad, que puede definirse, por consiguiente, como «las reglas y
preceptos de la conducta humana» mediante la observación
de los cuales podrá asegurarse una existencia tal como se ha
descrito, en la mayor medida posible, a todos los hombres. Y
no sólo a ellos, sino, en tanto en cuanto la naturaleza de las
cosas lo permita, a las criaturas sintientes en su totalidad.
Se presentan contra esta doctrina, sin embargo, otra clase
de objetores que afirman que la felicidad no puede constituir,
en ninguna de sus formas, el fin racional de la vida y la acción
humana. En primer lugar porque es inalcanzable. Preguntan
despectivamente, ¿qué derecho tienes a ser feliz? Cuestión
que el señor Carlyle 13 remacha al añadir: ¿qué derecho tenías,
13. Thomas Carlyle ( 1795-1881 ), escocés dedicado a la novela y la crítica,
que contribuyó asimismo a la filosofía política y social, combatiendo el
ideal del bienestar.
:. Qlffi ES EL UTILITARISMO
59
hace poco, ni siquiera a existir? Luego añaden que los hombres pueden pasarse sin la felicidad, que todos los seres humanos nobles han pensado así, y que no podrían haber llegado a ser nobles sino aprendiendo la lección de la Entsagen o
renunciación, lección que una vez que ha sido del todo aprendida y aceptada, afirman ellos, es el comienzo y condición necesaria de toda virtud.
La primera de estas objeciones alcanzaría la raíz de la cuestión si estuviera bien fundada, ya que si los seres humanos estuviesen incapacitados para experimentar la felicidad en
modo alguno su consecución no podría constituir el fin de la
moralidad ni de ninguna conducta racional. Sin embargo, incluso en tal caso, se podría defender en algún sentido la doctrina utilitarista, ya que la utilidad incluye no sólo la búsqueda de la felicidad, sino la prevención y mitigación de la infelicidad, y si el primer objetivo resultase quimérico, mayor
importancia adquiriría el segundo, existiendo una necesidad
más imperiosa del mismo en tanto en cuanto la humanidad
considerase adecuado el seguir viviendo y no refugiarse en la
acción alternativa del suicidio recomendada en ciertas circunstancias por Novalis 14• Cuando, sin embargo, se afirma de
este modo, positivamente, que es imposible una vida humana
feliz, se trata si no de una especie de juego de palabras, sí por
lo menos de una exageración. Si por felicidad se entiende una
continua emoción altamente placentera, resulta bastante evidente que esto es imposible. Un estado de placer exaltado
dura sólo unos instantes, o, en algunos casos, y con algunas
interrupciones, horas o días, constituyendo el ocasional brillante destello del goce, no su llama permanente y estable. De
esto fueron tan conscientes los filósofos que enseñaron que la
felicidad es el fin de la vida, como aquellos que los vituperan.
La felicidad a la que se referían los primeros no es la propia de
14. Seudónimo del poeta alemán Friedrich Leopold Freiherr von Hardenberg (1772-1801).
60
EL UTILITARISMO
una vida de éxtasis, sino de momentos de tal goce, en una
existencia constituida por pocos y transitorios dolores, por
muchos y variados placeres, con un decidido predominio del
activo sobre el pasivo, y teniendo como fundamento de toda
la felicidad no esperar de la vida más de lo que la vida pueda
dar. Una vida así constituida ha resultado siempre, a quienes
han sido lo suficientemente afortunados para disfrutar de
ella, acreedora del nombre de felicidad. Y tal existencia, incluso ahora, ya le ha tocado en suerte a muchas personas durante una parte importante de su vida. La desafortunada educación actual, así como las desafortunadas condiciones sociales
actuales son el único obstáculo para que sea patrimonio de
todo el mundo.
Quienes ponen objeciones a esto tal vez pondrán en duda
el que los seres humanos, si se les enseña a considerar la felicidad como el fin de la vida, se puedan sentir satisfechos con
una porción tan moderada de felicidad. Sin embargo, gran
número de personas se han contentado con mucho menos.
Los principales factores de una vida satisfactoria resultan
ser dos, cualquiera de los cuales puede por sí solo ser suficiente para tal fin: la tranquilidad y la emoción. Poseyendo
mucha tranquilidad muchos encuentran que pueden conformarse con muy poco placer. Con mucha emoción, muchos
pueden tolerar una considerable cantidad de dolor. Con toda
seguridad, no existe ninguna imposibilidad a priori de que
sea factible, ni tan siquiera para la gran masa de la humanidad, el reunir ambas cosas, ya que éstas, lejos de ser incompatibles, forman una alianza natural, siendo la prolongación de
cada una preparación para la excitación del deseo de la otra.
Sólo aquellos para quienes la indolencia se convierte en un vicio no desean emociones después de un intervalo de reposo.
Sólo aquellos para quienes la necesidad de emociones es una
enfermedad experimentan la tranquilidad que sigue a las
emociones como aburrida y estúpida, en lugar de placentera
en razón directa a la emoción que la precedió.
2. QUÉ ES EL UTILITARISMO
61
Cuando las personas que son tolerablemente afortunadas
con relación a los bienes externos no encuentran en la vida
goce suficiente que la haga valiosa para ellos, la causa radica
generalmente en la falta de preocupación por lo demás. Para
aquellos que carecen de afectos tanto públicos como privados, las emociones de la vida se reducen en gran parte, y en
cualquier caso pierden valor conforme se aproxima el momento en el que todos los intereses egoístas se acaban con la
muerte; mientras que aquellos que dejan tras de sí objetos de
afecto personal, y especialmente aquellos que han cultivado
un sentimiento de solidaridad respecto a los intereses colectivos de la humanidad, mantienen en la víspera de su muerte
un interés tan vivo por la vida como en el esplendor de su juventud o su salud. Después del egoísmo, la principal causa de
una vida insatisfactoria es la carencia de la cultura intelectual.
Una mente cultivada -no me refiero a la de un filósofo, sino a
cualquier mente para la que estén abiertas las fuentes del conocimiento y a la que se le ha enseñado en una medida tolerable a ejercitar sus facultades- encuentra motivos de interés
rerenne en cuanto le rodea. En los objetos de la naturaleza,
IBS obras de arte, las fantasías poéticas, los incidentes de la
rustoria, el comportamiento de la humanidad pasada y pre:>ente y sus proyectos de futuro. Por supuesto que es posible
que todo esto le resulte a uno indiferente, e incluso sin haber
utilizado la milésima parte de ello. Mas eso sólo ocurre cuando uno carece desde un principio de interés moral o humano
para estas cosas y sólo ha buscado en ellas la gratificación de
la curiosidad.
, セッイ。@
bien, no hay nada en la naturaleza de las cosas que
el que todo el que nazca en un país civilizado no
disfrute como herencia de una cultura intelectual suficiente
que le proporcione un interés inteligente por estos objetos de
.:ontemplación. Como tampoco existe una necesidad intrínseca de que ningún ser humano haya de ser un ególatra ocupado sólo de sí mismo, carente de toda suerte de sentimientos
セゥヲアオ・@
62
EL UTILITARISMO
o preocupaciones más que las que se refieren a su propia miserable individualidad. Algo muy superior a esto es lo suficientemente común incluso ahora, para proporcionar amplias expectativas respecto a lo que puede conseguirse de la
especie humana. Es posible que todo ser humano debidamente educado sienta, en grados diversos, auténticos afectos
privados y un interés sincero por el bien público. En un mundo en el que hay tanto por lo que interesarse, tanto de lo que
disfrutar y también tanto que enmendar y mejorar, todo
aquel que posea esta moderada proporción de requisitos morales e intelectuales puede disfrutar de una existencia que
puede calificarse de envidiable15 • A menos que a tales personas se les niegue, mediante leyes nocivas, o a causa del sometimiento a la voluntad de otros, la libertad para utilizar las
fuentes de la felicidad a su alcance, no dejarán de encontrar
esta existencia envidiable, si evitan los males positivos de la
vida, las grandes fuentes de sufrimiento físico y psíquico -tales como la indigencia, la enfermedad, la carencia de afectos,
la falta de dignidad o la pérdida prematura de objetos de estimación.
El verdadero meollo de la cuestión radica, por tanto, en la
lucha contra estas calamidades de las que es infrecuente tener
la buena fortuna de eludir. Calamidades que, tal como están
las cosas en la actualidad, no pueden ser obviadas y que, con
frecuencia, no pueden ser mitigadas materialmente en grado
alguno. Sin embargo, nadie cuya opinión merezca la más momentánea consideración puede dudar de que la mayoría de
los grandes males positivos de la vida son en sí mismos superables y que, si la suerte de los humanos continúa mejorando,
serán reducidos, en último término, dentro de estrechos lími15. Los críticos de Mill suelen pasar por alto pasajes como éste, donde se
evidencia claramente el concepto equilibrado de felicidad que toma en
consideración los intereses particulares del individuo y su participación
en la promoción del bienestar de la colectividad.
セ@
QL'!l ES EL UTILITARISMO
63
tes. La pobreza, que implique en cualquier sentido sufrimiento, puede ser eliminada por completo mediante las buenas artes de la sociedad, en combinación con el buen sentido y la
buena previsión por parte de los individuos. Incluso el más
tenaz enemigo de todos, la enfermedad, puede ser en gran
medida reducido en sus dimensiones mediante una buena
educación física y moral y el control adecuado de las influencias nocivas, al tiempo que el progreso de la ciencia significa
1a promesa para el futuro de conquistas todavía más directas
50bre este detestable adversario.
Cada uno de los avances en esta dirección nos pone a salvo
de los obstáculos que no sólo acortan nuestras vidas, sino, lo
que nos importa todavía más, de los que nos privan de aquellos que nos proporcionan la felicidad. En cuanto a las vicisitudes de la fortuna y otros contratiempos que tienen que ver
con las circunstancias mundanas, éstos son el efecto, principalmente, o bien de graves imprudencias, o de deseos mal
controlados, o de instituciones sociales nocivas o imperfectas. En suma, todas las fuentes del sufrimiento humano son,
en gran medida, muchas de ellas eliminables mediante el empeño y el esfuerzo humanos, y aunque su supresión es tremendamente lenta -aunque perecerán en la empresa gran
número de generaciones antes de llevarse a cabo la conquista
y este mundo llegue a ser todo aquello en que sería fácil en
que se convirtiese, de no faltar voluntad y conocimiento-,
con todo, toda mente suficientemente inteligente y generosa
para participar, aunque sea en pequeña e insignificante medida, en la tarea, derivará un noble goce de la propia contienda,
al que no consentirá en renunciar mediante ningún chantaje
en forma de indulgencia egoísta.
Todo lo anterior nos lleva a la apreciación adecuada de lo
que dicen los objetores respecto a la posibilidad y obligación
de aprender a prescindir de la felicidad. No cabe duda de que
es posible prescindir de la felicidad. Diecinueve de cada veinte seres humanos lo hacen involuntariamente, incluso en
•
64
EL UTILITARISMO
aquellas zonas de nuestro mundo actual que están menos
hundidas en la barbarie; y a menudo se lleva a cabo voluntariamente por parte del héroe o del mártir, en gracia a algo que
aprecia más que su felicidad individual. Pero este algo, ¿qué es,
sino la felicidad de los demás, o alguno de los requisitos de
la felicidad? Indica nobleza el ser capaz de renunciar por
completo a la parte de felicidad que a uno le corresponde, o
las posibilidades de la misma, pero, después de todo, esta
auto-inmolación debe tener algún fin. Ella misma no constituye su propio fin. Y si se nos dice que su fin no es la felicidad
sino la virtud, lo cual es preferible a la felicidad, yo pregunto:
¿Se llevaría a cabo el sacrificio si el héroe o el mártir no creyesen que ello garantizará el que los demás no tengan que llevar a
cabo sacrificios parecidos? 16 • ¿Lo realizarían el héroe o el mártir si pensaran que la renuncia a su felicidad no producirá ningún fruto para ninguno de sus semejantes, sino que contribuirá a que la suerte de los demás sea semejante a la suya, y los
ponga en situación de tener también que renunciar a la felicidad? Merecen toda suerte de alabanzas los que son capaces de
sacrificar el goce personal de la vida, cuando mediante tal renuncia contribuyen meritoriamente al incremento de la suma
de la felicidad del mundo. Pero quien hace esto mismo, o mantiene hacerlo, con alguna otra finalidad no merece más admiración que el asceta subido a su pedestal. Puede constituir una
prueba indicativa de lo que los hombres pueden hacer, pero,
con toda seguridad, no un ejemplo de lo que deben hacer 17•
16. Argumento que será retomado por Morie Schlick, padre del Círculo
de Viena, en su trabajo de 1930 Fragen der Ethik, que fue incluido como
volumen 4 de la serie Sehriften zur wissenschaftlichen Weltauffassung.
17. En este pasaje, curiosamente, no se negaría la posibilidad de motivaciones no hedonistas del comportamiento humano, aun cuando se procede a su censura desde un punto de vista moral. O lo que es igual, aquí el
hedonismo universalista ético no parece que dependa estrictamente de
un inevitable hedonismo psicológico. Al menos en este pasaje está claro
que para Mili «debe» no se sigue del «es» de forma no cualificada.
2. QUÉ ES EL UTILITARISMO
65
Aunque sólo en un estado muy imperfecto de la organización social uno puede servir mejor a la felicidad de los demás
mediante el sacrificio total de la suya propia, en tanto en
cuanto la sociedad continúe en este imperfecto estado, admito por completo que la disposición a realizar tal sacrificio es la
mayor virtud que puede encontrarse en un hombre. Añadiré
que en estas circunstancias sociales, aunque parezca paradójico, la capacidad consciente para prescindir de la felicidad es
la que asegurará mejor la posibilidad de consecución de tanta felicidad como sea obtenible. Porque nada más que la conciencia puede hacer que una persona se eleve por encima de
los avatares de la existencia, convencida de que por adversos
que sean el hado y la fortuna carece de poder para dominarla, sentimiento que, una vez experimentado, libera al hombre
del exceso de ansiedad acerca de los males de la vida y le permite, al igual que a numerosos estoicos, en los peores momentos del imperio romano, cultivar en paz las fuentes de satisfacción que le son accesibles, sin preocuparse de la incertidumbre de su duración, como tampoco de su inevitable final.
Entre tanto, no deben dejar de proclamar los utilitaristas la
moralidad de la abnegación (self-devotion) como una posesión a la que tienen tanto derecho como los estoicos o los trascendentalistas. La moral utilitarista reconoce en los seres huセ。ョッウ@
la capacidad de sacrificar su propio mayor bien por el
bien de los demás. Sólo se niega a admitir que el sacrificio sea
en sí mismo un bien. Un sacrificio que no incremente o tien- e
da a incrementar la suma total de la felicidad se considera
18
romo inútil • La única auto-renuncia que se aplaude es el
28. Como Brandt y otros han puesto de relieve en nuestros días el utilitarismo no niega que otras cosas, además de la felicidad, puedan ウセイ@ buenas.
:O único que no admite es que cosa alguna distinta a la felicidad colectiva
:meda ser un '.<bien en sí», aun cuando, por supuesto, pueda ser algo «bue::10 como medio». De este modo el utilitarismo de Mili admite con otros étiセ@ セ・@ signo vario la «bondad» del sacrificio, a la cual niega, sin embargo,
.:ons1stentemente con sus principios, el carácter de «bondad intrínseca».
66
EL UTILITARISMO
amor a la felicidad, o a alguno de los medios que conducen a
la felicidad, de los demás, ya bien de la humanidad colectivamente, o de individuos particulares, dentro de los límites que
imponen los intereses colectivos de la humanidad.
Debo repetir nuevamente que los detractores del utilitarismo raras veces le hacen justicia y reconocen que la felicidad
que constituye el criterio utilitarista de lo que es correcto en
una conducta no es la propia felicidad del agente, sino la de
todos los afectados 19. Entre la felicidad personal del agente y
la de los demás, el utilitarista obliga a aquél a ser tan estrictamente imparcial como un espectador desinteresado y benevolente20. En la regla de oro de Jesús de Nazaret encontramos
todo el espíritu de la ética de la utilidad: «Compórtate con
los demás como quieras que los demás se comporten contigo» y «Amar al prójimo como a ti mismo» constituyen la perfección ideal de la moral utilitarista. Como medio para alcanzar más aproximadamente este ideal, la utilidad recomendará, en primer término, que las leyes y organizaciones sociales
armonicen en lo posible la felicidad o (como en términos
prácticos podría denominarse) los intereses21 de cada indivi-
19. Nunca se insistirá suficientemente en que el utilitarismo de Mili no
guarda relación alguna con el hedonismo egoísta. Tampoco se trata,
como algún autor ha distinguido, de un hedonismo altruista, sino de un
hedonismo universalista, que pone en un mismo plano los intereses personales y los ajenos.
20. Hoy en día este componente de «imparcialidad» implícito en el utilitarismo de Mili ha sido destacado, entre otros, por Hare, quien mantiene
que la presunta irreconciliabilidad entre las doctrinas de Kant y de Mili es
sólo aparente.
21. En la actualidad, Hare ha propuesto sustituir en la fórmula utilitarista
la búsqueda de la felicidad de cada agente, por el cumplimiento de aquello que satisface sus propios intereses, a fin de eliminar una noción ambigua que se prestaba a ser definida desde «fuera» por otra más concreta, a
determinar por los propios individuos. En este pasaje puede verse que
Mili interpretaba ya «felicidad» como sinónimo de «intereses».
2. QUÉ ES EL UTILITARISMO
67
duo con los intereses del conjunto. En segundo lugar, que la
educación y la opinión pública, que tienen un poder tan
grande en la formación humana, utilicen de tal modo ese poder que establezcan en la mente de todo individuo una asociación indisoluble entre su propia felicidad y el bien del conjunto22, especialmente entre su propia felicidad y la práctica
de los modos de conducta negativos y positivos que la felicidad prescribe; de tal modo que no sólo no pueda concebir la
felicidad propia en la conducta que se oponga al bien general,
sino también de forma que en todos los individuos el impulso directo de mejorar el bien general se convierta en uno de
los motivos habituales de la acción y que los sentimientos que
se conecten con este impulso ocupen un lugar importante y
destacado en la experiencia sintiente de todo ser humano. Si
los que rechazan la moral utilitarista se la presentasen ante su
intelecto en este su auténtico sentido, no sé qué cualidades
por cualquier otra moral podrían afirmar en modo alguno
que echaban en falta, o qué desarrollo más armónico y profundo de la naturaleza humana puede esperarse que propicie
algún otro sistema ético, o en qué motivaciones, no accesibles
al utilitarismo, pueden basarse tales sistemas para hacer efectivos sus mandatos.
No siempre puede acusarse a los detractores del utilitarismo de representarlo desde esta perspectiva que lo hace poco
apreciable. Por el contrario, aquellos de entre los que poseen
algo aproximado a una idea clara de su carácter desinteresado
a veces consideran un defecto el que sus normas sean demasiado elevadas para la humanidad. Afirman que es una exigencia excesiva el pedir que la gente actúe siempre inducida
por la promoción del interés general de la sociedad. Pero esto
supone no entender el verdadero significado de un modelo de
moral y confundir la regla de acción con el motivo que lleva a
22. H. Spencer pretendía que la propia evolución biológica llevaría a cabo
esta tarea que Mili confiaba al proceso de socialización.
68
EL UTILITARISMO
su cumplimiento. Es tarea de la ética la de indicarnos cuáles
son nuestros deberes o mediante qué pruebas podemos conocerlos, pero ningún sistema ético exige que el único motivo de nuestro actuar sea un sentimiento del deber. Por el contrario, el noventa y nueve por ciento de todas nuestras acciones
se realizan por otros motivos, cosa que es del todo correcta si la
regla del deber no los condena. Resulta totalmente injusto hacer objeciones al utilitarismo sobre la base de lo anteriormente mencionado, cuando precisamente los moralistas utilitaristas han ido más allá que casi todos los demás al afirmar que
el motivo no tiene nada que ver con la moralidad de la acción,
aunque sí mucho con el mérito del agente. Quien salva a un
semejante de ser ahogado hace lo que es moralmente correcto, ya sea su motivo el deber o la esperanza de que le recompensen por su esfuerzo. Quien traiciona al amigo que confía
en él es culpable de un crimen, aun cuando su objetivo sea
servir a otro amigo con quien tiene todavía mayores obligaciones*. Pero si nos limitamos a hablar de acciones realizadas
*
Un oponente, cuya imparcialidad intelectual y moral es un placer reconocer (el reverendo J. Llewellyn Davies) ha criticado este pasaje indicando: «Seguramente la corrección o incorrección de salvar a un hombre de
ser ahogado depende en realidad mucho del motivo por el que se hace.
Supongamos a un tirano que al ver a su enemigo que se ha tirado al mar
para huir de él, lo salva de ser ahogado ウセーャ・ョエ@
a fin de poder. someterle a torturas más refinadas, ¿supondría un mcremento de claridad el
hablar de tal salvamento como de "una acción moralmente correctá'? O
supóngase, por otra parte, conforme a uno de los múltiples ejemplos utilizados en las investigaciones éticas, que un hombre traiciona la confianza
que en él se ha depositado revelando un セ・」イエッL@
ya アオセ@
el ュ。ョセ・イ@
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secreto perjudicaría fatalmente a su amigo, o a alguien querido por el.
·Obligaría el utilitarismo a considerar dicha traición como un "crimen'' del
セゥウュッ@
calibre que una traición realizada por el motivo más trivial?». .
Considero que quien salva a otro de ser ahogado a fin de matarle mediante tortura posteriormente, no sólo se diferencia en motivo de quien hace lo
mismo a causa del deber o la benevolencia El acto mismo es diferente. El
salvamento de un hombre es, en el caso supuesto, sólo el primer paso nece-
2. QUJO ES EL UTILITARISMO
69
por motivos de deber y en obediencia inmediata a principios,
es interpretar erróneamente el pensamiento utilitarista el iinaginar que implica que la gente debe fijar su mente en algo tan
general como el mundo o la sociedad en su conjunto.
La gran mayoría de las acciones están pensadas no para beneficio del mundo sino de los individuos a partir de los cuales se constituye el bien del mundo y no es preciso que el pensamiento del hombre más virtuoso cabalgue, en tales ocasiones, más allá de las personas afectadas, excepto en la medida
en que sea necesario asegurarse de que al beneficiarles no está
violando los derechos, es decir, las expectativas legítimas y
autorizadas de nadie más. La multiplicación de la felicidad es,
conforme a la ética utilitarista, el objeto de la virtud: las ocasiones en las que persona alguna (excepto una entre mil) tiene en sus manos el hacer esto a gran escala -en otras palabras
ser un benefactor público- no son sino excepcionales; y sólo
en tales ocasiones se le pide que tome en consideración la utilidad pública. En todos los demás casos, todo lo que tiene que
tener en cuenta es la utilidad privada, el interés o felicidad de
unas cuantas personas. Sólo aquellos cuyas acciones influyen
hasta abarcar la sociedad en general tienen necesidad habisario para un acto mucho más atroz que el de dejarle ahogarse. Si el señor
Davies hubiese indicado: «La corrección o incorrección de salvar a un hombre depende realmente mucho» -no del motivo, sino- «de la intención»,
ningún utilitarista le contradiría. El señor Davies, a causa de un desliz demasiado común para que resulte demasiado grave, ha confundido en este caso
las ideas muy distintas de motivo e intención. No hay cuestión que los pensadores utilitaristas (y Bentham de modo destacado) no se hayan esforzado
más en destacar que ésta. La moralidad de una acción depende enteramente de la intención -es decir, de lo que el agente quiere hacer-. Pero el motivo,
es decir, la razón que hace que desee actuar así, si no afecta a lo que el acto
sea, no afecta a su moralidad, si bien importa mucho a la hora de nuestra estimación moral del agente, especialmente si indica una disposición habitual
buena o mala, una inclinación de la que es de esperar que se deriven acciones beneficiosas o dañinas. [Nota que apareció en la segunda edición de El
utilitarismo (1864) y posteriormente fue omitida.]
70
EL UTILITARISMO
tual de ocuparse de un objeto tan amplio. Por supuesto que
en el caso de las omisiones, es decir, las cosas que la gente deja
de hacer a causa de consideraciones morales, aun cuando las
consecuencias de un caso particular pudieran ser beneficiosas, sería indigno de un agente inteligente no percatarse conscientemente de que la acción es de un tipo tal que, si se practicase generalmente sería generalmente dañina, y que éste es
el fundamento de la obligación de omitir tal acción. El grado
de consideración del interés público implícito en este reconocimiento no es mayor que el que exigen todos los sistemas
morales, ya que todos aconsejan abstenerse de aquello que es
manifiestamente pernicioso para la sociedad.
Estas mismas consideraciones sirven para rechazar otro reproche hecho a la doctrina utilitarista, que se funda en una concepción todavía más burdamente errónea de la finalidad de un
criterio de moralidad y del propio significado de las palabras
«correcto» (right) e «incorrecto» (wrong). Se afirma a menudo
que el utilitarismo hace a los hombres fríos y carentes de afectividad, que entibia sus sentimientos morales hacia las personas
particulares, que les hace tomar en cuenta solamente las consideraciones secas y duras de las consecuencias de las acciones sin
contar, a la hora de la estimación moral, con las cualidades que
dan origen a dichas acciones. Si esta afirmación significa que no
permiten que sus juicios concernientes a la corrección (rightness) o incorrección (wrongness) de una acción se vean influidos pi»' las cualidades de la persona que la realiza, se trata de una
queja que no afecta sólo al utilitarismo sino a cualquier criterio
de moralidad en absoluto, ya que, ciertamente, ningún criterio ético conocido decide que una acción sea buena o mala porque sea realizada por un hombre bueno o malo, y menos todavía
porque sea realizada por un hombre amable, valeroso, benevolente, o todo lo contrario. Estas consideraciones son relevantes
no para la estimación de las acciones sino de las personas.
No encontramos nada en la doctrina utilitarista que niegue el
hecho de que hay más cosas que nos interesan con relación a
2. QUÉ ES EL UTILITARISMO
71
una persona que la corrección o incorrección de sus acciones.
cierto que los estoicos con el paradójico abuso del lenguaJe que formaba parte de su sistema, y mediante el cual trataban de elevarse por encima de toda preocupación por nada
que no fuese la virtud, gustaban de afirmar que quien la posee tiene a su alcance todo lo demás, que esa persona, y sólo
esa persona, es rica, hermosa, regia. Sin embargo, la doctrina
utilitarista no pretende hacer tal descripción del hombre virtuoso. Los utilitaristas son perfectamente conscientes de que
existen otras posesiones y cualidades deseables aparte de la
virtud, y están completamente dispuestos a concederles.todo
su valor. También son conscientes de que una acción correcta
no indica generalmente una persona virtuosa, y de que acciones que son condenables proceden con frecuencia de cualidades que merecen elogio. Cuando esto resulta patente en cualquier caso particular, ello modifica la estimación que ellos tienen, no del acto ciertamente, sino del agente. Puedo asegurar ,
que, no obstante, consideran que, a la larga, la mejor prueba
de que s.e posee un buen carácter es realizar buenas acciones, y
que se ruegan por completo a considerar buena ninguna disposición mental cuya tendencia predominante sea la de producir
una mala conducta Esto hace que gocen de mala fama entre
mucha gente, pero es una mala fama que tienen que compartir
con todo el que considere la distinción entre lo correcto y lo incorrecto seriamente, tratándose de un reproche que un utilitarista consciente no tiene por qué estar deseoso de eludir. . .
Si todo lo que se quiere decir mediante tal objeción es que
muchos utilitaristas se centran en la moralidad de las acciones, conforme con el criterio utilitarista, con una atención:
demasiado exclusiva, de modo que no toman suficientemen::"
te en consideración otras cualidades del carácter que"cont'ribuyen a que el ser humano sea amable o admirable, la objeción puede admitirse. Los utilitaristas que han cultivado sus
sentimientos morales, pero no su capacidad de empatía, ni
su percepción artística, cometen, efectivamente, dicha falta,
セウ@
72
EL UTILITARISMO
e igualmente la cometen todos los demás moralistas que se encuentren en el mismo caso. Cuanto pueda decirse en descargo
de los demás moralistas también puede decirse en el suyo, asaber, que de cometerse un error es mejor que sea en este sentido.
En realidad podemos afirmar que se da entre los utilitaristas, al igual que entre los defensores de otros sistemas, todo
grado imaginable de rigidez y laxitud en la aplicación de su
criterio. Algunos son incluso puritanamente severos, mientras que otros son todo lo indulgentes que posiblemente podrían desear pecadores y sentimentales. Sin embargo, en conjunto, cualquier doctrina que destaque de forma prominente
hasta qué punto interesa a la humanidad reprimir y evitar las
conductas que violen la ley moral posiblemente no esté en
peores condiciones que otra que haga lo mismo, en lo que se
refiere a conseguir que la opinión pública sancione negativamente tales violaciones. Es cierto que la pregunta: ¿Qué es lo
que viola la ley moral? es una cuestión sobre la que probablemente difieran de vez en cuando los que admiten criterios
distintos de moralidad. Pero la diversidad de opiniones respecto a las cuestiones morales no fue introducida por primera vez en el mundo por parte del utilitarismo. Por lo demás,
dicha doctrina puede proporcionar un modo de decidir entre
opciones diferentes si no siempre fácil, sí en cualquier caso
tangible e inteligible.
Quizás no sea superfluo el poner de relieve unas cuantas
más interpretaciones erróneas habituales de la ética utilitarista, incluso las que son tan evidentes y burdas que pudiera parecer imposible que fuesen hechas por parte de persona alguna con sensibilidad e inteligencia. Dado que las personas, incluso las dotadas de considerable capacidad mental, a
menudo se preocupan muy poco de comprender las consecuencias que se siguen de cualquier opinión contra la que
mantienen algún prejuicio, y dado que los hombres en general son poco conscientes de que esta ignorancia voluntaria
constituye un defecto, es por lo que nos encontramos con las
2. QUÉ ES EL UTILITARISMO
73
más ramplonas deformaciones de las doctrinas éticas en los
escritos reflexivos de personas con las máximas pretensiones
tanto por lo que a lo elevado de sus principios como a su filosofía se refiere.
No es infrecuente que escuchemos cómo se cataloga a la
doctrina de la utilidad como una doctrina atea. De ser necesario salir al paso de algún modo a tan simple presupuesto,
podemos afirmar que la cuestión depende de la idea que nos
hayamos formado del carácter moral de la divinidad. Si es
verdad la creencia de que Dios desea, por encima de todo, la
felicidad de sus criaturas, y que éste fue su propósito cuando
las creó, el utilitarismo no sólo no es una doctrina atea, sino
que es más profundamente religiosa que alguna otra. Si lo que
se quiere decir es que el utilitarismo no reconoce la voluntad
divina revelada como suprema ley moral, mi respuesta es que
el utilitarista que cree en la bondad y sabiduría absolutas de
Dios necesariamente cree que todo lo que Dios ha considerado oportuno revelar sobre cuestiones morales debe cumplir
los requisitos de la utilidad en grado supremo. Sin embargo
otros, además de los utilitaristas, han sido de la opinión de
que la Revelación cristiana tenía como fin, y para ello estaba
capacitada, dotar a los corazones y las mentes de los humanos
de un espíritu que les permitiese encontrar por sí mismos lo
que es correcto y les inclinase a obrar conforme a ello cuando lo encontrasen, más que indicárselo, a no ser en un sentido muy general, a lo que se añade la necesidad reconocida
de una doctrina ética, meticulosamente desarrollada, que
nos interprete la voluntad de Dios. Es superfluo discutir
aquí si esta opinión es o no es correcta, ya que cualquier
tipo de ayuda que la religión natural o revelada pueda prestar a la investigación ética puede beneficiar tanto al moralista utilitarista como a cualquier otro. Puede hacer uso de ella
el utilitarista como aval divino de la utilidad o daño de cualquier tipo determinado de actuación, con el mismo derecho
que otros pueden utilizarla para indicar que existe una ley
74
EL UTILITARISMO
trascendental que no guarda conexión con la utilidad o la
felicidad 23 •
También se repudia a menudo la doctrina de la utilidad
como doctrina inmoral dándole el nombre de doctrina de la
«conveniencia» (expediency), aprovechándose del uso popular del término que la opone a los principios morales24 • Pero
lo conveniente, en el sentido en que se opone a lo correcto, generalmente significa lo que es conveniente para los intereses
particulares del propio agente, como cuando un ministro sacrifica los intereses de su país para mantenerse en su puesto.
Cuando significa algo mejor que esto significa lo que es conveniente para algún objetivo inmediato, algún propósito pasajero, pero que viola una regla cuya observancia es conveniente en un grado muy superior. Lo conveniente, en este sentido, en vez de ser lo mismo que lo útil es una rama de lo
dañino. De esé modo, a menudo puede ser conveniente decir
23. Parece correcta la argumentación de Mili respecto a que si Dios realmente desea la promoción de la felicidad humana, el utilitarismo es la
doctrina moral que mejor cuadra con los designios divinos. Con todo,
parece advertirse una cierta dosis de sutil ironía en el resto de la argumentación, que puede dar lugar a algún tipo de confusionismo. Así, por ejemplo, el utilitarista que tomase la verdad revelada como la verdad acerca de
la utilidad estaría muy lejos de ser un utilitarista, conforme con los propios criterios de Mili. El punto de vista de Mili sobre la relación entre ética y religión puede verse amplia y explícitamente expuesto en «Utility of
Religion», ensayo incluido en Three Essays on Religion, 1874, versión
cast.: Tres ensayos sobre la religión, Aguilar, Madrid, 1975.
24. Se refiere aquí Mili a una crítica falaz de la que el utilitarismo fue víctima no sólo en el siglo XIX, sino en la actualidad. Dicha crítica no quiere
darse por enterada, al parecer, de que el término «utilidad», tal como es
entendido dentro de la doctrina utilitarista, no guarda relación alguna con
lo que vulgarmente entendemos por «útil». Como se desprende fácilmente de la lectura de El utilitarismo, mientras que «útil» en su uso popular se
refiere a lo que produce ventajas materiales y contabilizables, «útil» en la
filosofía utilitarista significa, por el contrario, lo que produce satisfacciones de toda índole, entre las que ocupan un lugar destacado las «espirituales» y las morales.
2. QUÉ ES EL UTILITARISMO
75
una mentira con objeto de superar alguna situación incómoda
del momento, o lograr algún objetivo inmediatamente útil
para nosotros u otros. Mas, el cultivar en nosotros mismos un
desarrollo de la sensibilidad respecto al tema de la verdad es
una de las cosas más útiles, y su debilitamiento una de las más
dañinas, con relación a aquello para lo que nuestra conducta
puede servir. Por otra parte, cualquier desviación de la verdad,
aun no intencionada, contribuye en gran medida al debilitamiento de la confianza en las afirmaciones hechas por los seres
humanos, lo cual no solamente constituye el principal sostén
de todo el bienestar social actual, sino que cuando es insuficiente contribuye más que ninguna otra cosa al deterioro de la
civilización, la virtud, y todo de lo que depende la felicidad humana en gran escala. Por ello consideramos que la violación,
por una ventaja actual, de una regla de tan trascendental conveniencia no es conveniente y que quien, por motivos de conveョゥ・」セ@
suya o de algún otro individuo, contribuye por su parte a privar a la humanidad del bien, e infligirle el mal, implícitos en la mayor o menor confianza que pueda depositarse en
la palabra de los demás, representa el papel del peor de los
enemigos del género humano. Con todo, el hecho de que esta
regla, sa?rada como es, admita posibles excepciones, es algo
reconocido por todos los moralistas, siendo el principal caso
excepcional aquel en que al ocultar algún hecho podamos
ウセカ。イ@
a un individuo de un grande e inmerecido mal -especialmente cuando se trate de otro individuo que no seamos
nosotros mismos-, como ocurre cuando le ocultamos información a un malhechor o malas noticias a una persona gravemente enferma, y cuando la ocultación sólo puede ser realizada mediante la negación. Sin embargo, a fin de que lo excepcional no se extienda más allá de lo necesario, y con objeto
de que produzca el menor efecto posible en la debilitación de
la confianza en la veracidad, lo excepcional debe ser estipulado y delimitado, si es posible. Y si el principio de la utilidad
sirve para algo, debe servir para comparar estas utilidades en
76
EL UTILITARISMO
conflicto y señalar el ámbito dentro del cual cada una de ellas
predomina25 •
También se da el caso de que los defensores de la utilidad se
ven llevados a menudo a dar réplica a objeciones como la que
sigue: no hay tiempo, con anterioridad a la acción para calcular y medir los efectos de una línea de conducta sobre la felicidad general. Esto es exactamente igual a afirmar que es imposible guiar nuestra conducta de acuerdo con los principios
cristianos por no disponer de tiempo en todas las ocasiones
en las que ha de llevarse algo a cabo, para leer en su totalidad
el Viejo y el Nuevo Testamento. La respuesta a tal objeción, es
la de que se ha dispuesto de mucho tiempo, a saber, todo lo
que ha durado el pasado de la especie humana. Durante todo
ese tiempo la humanidad ha estado aprendiendo por experiencia las tendencias de las acciones, experiencia de la que
depende tanto toda la prudencia como toda la moralidad de
nuestra vida. Se habla como si hasta el momento este curso
de la experiencia no hubiese comenzado y como si, en el instante en que un hombre se sintiese tentado a interferir en la propiedad o la vida de otro, tuviera que empezar a considerar por
primera vez si el asesinato y el robo son perjudiciales para la felicidad humana. Incluso en tal caso no creo que encontrase que
la pregunta era muy difícil de contestar; pero, en cualquier
caso, se encuentra con este trabajo ya hecho. Resulta, realmente, una presunción caprichosa la de que cuando la humanidad
se pone de acuerdo en considerar la utilidad como el criterio de
25. Se ha discutido largamente si el utilitarismo de Mili era susceptible de
ser clasificado como un «utilitarismo de la regla» o un «utilitarismo del
acto», es decir, una doctrina que juzga de la corrección de los actos en virtud del tipo de reglas en que pueden encuadrarse, siendo un acto correcto si la regla dentro de la que se encuadra es generalmente útil, o una doctrina que juzga directamente la corrección de cada acto en virtud de la
utilidad directa que del mismo se deriva. En este pasaje puede observarse
la ponderación y equilibrio de Mili a la hora de combinar ambos tipos de
utilitarismo.
2. QUÉ ES EL UTILITARISMO
77
la moralidad, no llegue a acuerdo alguno respecto a lo que es
útil, y no cuente con medios para hacer que las nociones sobre
esta materia sean enseñadas a los jóvenes e inculcadas mediante la ley y la opinión pública. No es difícil demostrar que cual- >
quier criterio ético funciona mal si suponemos que va acompañado de la estupidez universal. Pero de acuerdo con cualquier
hipótesis en la que no se incluya esto último, la humanidad
debe haber adquirido ya creencias positivas con relación a los
efectos de algunas nociones sobre su felicidad. Creencias que
así generadas son las reglas de moralidad para la multitud y
también para el filósofo hasta que consiga mejores hallazgos. El
que los filósofos puedan lograr esto fácilmente, incluso ahora,
con relación a muchos temas, el que el código tradicional de la
ética no es en modo alguno de derecho divino y que la humanidad tiene todavía mucho que aprender con relación a los
efectos de las acciones sobre la felicidad general, es algo que ad·
miro, o mejor aún que mantengo sin reservas.
Los corolarios del principio de la utilidad, al igual que los
preceptos de todas las artes prácticas son susceptibles de mejoras sin límite, y en un estado de progreso de la mente humana su mejora continúa indefinidamente. Pero una cosa es
considerar las reglas de la moralidad como no conclusas, otra
distinta es pasar por alto enteramente estas generalizaciones
intermedias y dedicarse a probar la moralidad de cada acción
recurriendo directamente al primer principio 26 • Es algo
extraño el que se pueda considerar que el reconocimiento
de un primer principio no es compatible con la admisión de
principios secundarios. El informar a un viajero con relación
al lugar de su destino final no significa prohibirle el que se
guíe por señales o letreros en su camino. La proposición de
que la felicidad es el fin y objetivo de la moralidad no signifi26. En este pasaje, y en lo que le sigue, puede observarse una matizada e
interesante defensa del «utilitarismo de la regla», sobre la base de la necesidad práctica de los principios secundarios.
78
EL UTILITARISMO
ca que no pueda establecerse ninguna vía conducente a tal
objetivo, o que a las personas que allí se encaminan no deba
advertírseles que sigan una dirección en vez de otra. Los
hombres deberían realmente dejar de afirmar cosas absurdas
sobre este tema que no consentirían en decir ni escuchar sobre otras cuestiones de interés práctico. Nadie argumenta que
el arte de navegación no esté fundado en la astronomía porque los marineros no puedan esperar a calcular por sí mismos la carta de navegación. Siendo criaturas racionales salen
a la mar con ésta ya calculada. Del mismo modo, todas las
criaturas racionales se hacen a la mar de la vida con decisiones ya tomadas respecto a las cuestiones comunes de corrección e incorrección moral, así como con relación a muchas de
las cuestiones mucho más difíciles relativas a lo que constituye la sabiduría y la necedad. Y, en la medida en que la previsión es una cualidad humana, se supone que así continuará
sucediendo. Cualquiera que sea el principio fundamental de
la moralidad que adoptemos, precisamos de principios subordinados para su aplicación. Dado que la imposibilidad de
funcionar sin éstos se da en todos los sistemas, no puede servir tal hecho como argumentación en contra de un sistema en
particular. Por lo demás, argumentar seriamente como si no
fuese posible disponer de tales principios secundarios, como
si la humanidad hubiera permanecido hasta ahora, y hubiera
de permanecer por siempre, sin derivar conclusiones generales de la experiencia de la vida humana, es el absurdo mayor
al que jamás se pudiera llegar en las disputas filosóficas.
Los restantes argumentos que restan por examinar en contra del utilitarismo, consisten en su mayoría en achacarle la
mayor parte de los males comunes de la naturaleza humana y
las dificultades generales con que tropiezan las personas
conscientes al configurar su actuación a través de la vida. Se
nos dice que el utilitarista será capaz de hacer de su propio
caso una excepción a la regla moral y que, cuando sucumba a
la tentación, verá mayor utilidad en la violación de la norma
2. QUJl ES EL UTILITARISMO
79
que en su observancia. Pero ¿es el utilitarismo el único credo que nos permite presentar excusas para obrar mal y engañar
a nuestra propia conciencia? Estas excusas son suministradas abundantemente por todas las doctrinas que reconocen
como un hecho dentro de la moral el que existan consideraciones en conflicto, cosa que reconocen todas las doctrinas
que han sido aceptadas por personas cabales. No es culpa de
ningún credo, sino de la complicada naturaleza de los asuntos
humanos, el que las reglas de la conducta no puedan ser elaboradas de modo que no admitan excepciones y que, difícilmente, ningún tipo de acción pueda establecerse con seguridad como siempre obligatoria o siempre condenable. No
existe ningún credo moral que no atempere la rigidez de sus
leyes concediendo un cierto margen, bajo la responsabilidad
del agente, para el acomodo de aquéllas a las peculiaridades
de las circunstancias. Y en todos los credos, una vez hecha
esta concesión, se introducen el auto-engaño y una casuística
desaprensiva. No hay sistema moral alguno dentro del cual
no se originen casos de obligaciones conflictivas. Éstas son
las dificultades reales, los puntos dificultosos, tanto en la teoría ética como en la guía consciente de la conducta personal.
Puntos que son superados, en la práctica, con más o menos
éxito, conforme a la inteligencia y virtud del individuo. Pero
es difícil pretender que alguien pueda estar peor cualificado
para superarlos por poseer un criterio último al que puedan
referirse los derechos y deberes en conflicto.
Si la utilidad es la fuente última de la obligación moral,
puede invocarse la utilidad para decidir entre derechos y obligaciones cuando las demandas de ambos son incompatibles.
Aun cuando la aplicación del criterio, pueda ser difícil, es mejor que carecer de criterio, pues ocurre que en otros sistemas,
al pretender todas las leyes morales autoridad independiente,
no existe un poder común autorizado para poner orden entre
ellas. Las pretensiones que estas leyes tienen de independencia entre sí no se basan en nada mejor que en sofismas y, a
80
EL UTILITARISMO
menos que estén determinadas, como ocurre generalmente,
por la reconocida influencia de la toma en consideración de la
utilidad, proporcionan un campo propicio para el predominio del deseo personal y la parcialidad.
Debemos recordar que sólo en estos casos en que aparecen
principios secundarios en conflicto es necesario recurrir a los
primeros principios. No existe ninguna obligación moral que
no implique algún principio secundario. Cuando se trata de
uno solo pocas veces puede haber dudas verdaderas acerca de
cuál es, en la mente de las personas que reconocen el principio en cuestión.
3. De la sanción última del principio de utilidad
Se formula a menudo la cuestión, con toda propiedad, respecto a cualquier supuesto criterio moral: ¿Cuál es su sanción? ¿Cuáles son los motivos de obediencia? O, de modo más
específico: ¿Cuál es la fuente de la que deriva su obligatoriedad? ¿De dónde procede su fuerza vinculante? Es una tarea
necesaria de la filosofía moral la de proporcionar respuesta a
esta cuestión que, aun cuando con frecuencia se presupone
que es una objeción a la moralidad utilitarista -como si tuviera una mayor aplicación a esta doctrina que a las demás-, se
origina, en realidad, con relación a todos los criterios. De hecho, se plantea siempre que se le pide a alguien que adopte un
criterio, o que refiera la moralidad a alguna base en la que no
tiene costumbre de fundamentarla. Sólo la moralidad establecida, aquella que la educación y la opinión pública han
consagrado, es la única que se presenta ante la mente como
siendo en sí misma obligatoria. Cuando a una persona se le
pide que considere que esta moralidad deriva su obligatoriedad de algún principio general en torno al cual la costumbre
no ha colocado el mismo halo, tal afirmación le resulta una
paradoja: Los supuestos corolarios parecen poseer una fuerza
más vinculante que el teorema original. La superestructura
81
82
EL UTILITARISMO
parece componérselas mejor sin aquello que se presenta
como su fundamento. La persona que se encuentra en tal situación se dice a sí misma: siento que estoy obligada a no
robar, no matar, no traicionar, no mentir, pero ¿por qué estoy obligada a promover la felicidad general? Si mi propia
felicidad radica en algo distinto, ¿por qué no he de darle
preferencia?
Si la posición adoptada por la filosofía utilitarista con relación a la naturaleza del sentido moral es correcta, nos encontraremos siempre con esta dificultad hasta que las influencias
que constituyen el carácter moral no hayan tomado tan en
cuenta el principio como han tomado en cuenta sus consecuencias -hasta que, mediante mejoras en la educación, el
sentimiento de unidad con nuestros semejantes esté tan profundamente enraizado (como no podrá negarse que Cristo
quería que fuese) en nuestro carácter y sea para nuestra conciencia una parte de nuestra naturaleza, de modo semejante a
como el horror al crimen está arraigado en cualquier joven
bien criado-. Mientras tanto, sin embargo, esta dificultad no
es algo peculiar de la doctrina utilitarista, sino que es inherente a todo intento de analizar la moralidad y reducirla a
principios. Pues ocurre que, a menos que un principio esté
ya en la mente humana investido de un carácter tan sagrado
como cualquiera de sus aplicaciones, de lo contrario da la
impresión de que les priva a éstas de una parte de su propia
santidad.
El principio de la utilidad, o bien cuenta con todas las sanciones con las que cuenta cualquier otro sistema moral, o por
lo menos no hay razón alguna para que no pudiera contar
con ellas. Dichas sanciones son ya bien externas o internas.
De las sanciones externas no es necesario hablar demasiado.
Se trata de la esperanza de conseguir el favor y el temor al rechazo de nuestros semejantes o"'el Regidor del Universo, junto con los sentimientos afectivos o de empatía que podamos
sentir hacia ellos, o el amor o temor que Él nos inspire, incli-
3. DE LA SANCIÓN ÚLTIMA DEL PRINCIPIO DE UTILIDAD
83
nándonos a cumplir su voluntad independientemente de las
consecuencias consideradas desde un punto de vista egoísta.
Evidentemente, no hay razón por la que estos tres motivos en
su conjunto no puedan vincularse con la moralidad utilitarista con la misma intensidad y fuerza como con cualquier otra.
De hecho, aquellas sanciones que se refieren a nuestros semejantes es seguro que serán más eficaces en proporción a la
aceptación general de que gocen. Exista o no exista algún
otro fundamento de la obligación moral que no sea la felicidad general, los hombres efectivamente desean la felicidad y,
por muy imperfectos que sean en su propia actuación al respecto, desean y recomiendan en los demás toda conducta hacia ellos mismos mediante la cual consideren que se promociona su felicidad.
Respecto a la motivación religiosa, si los hombres creen,
como la mayoría de ellos mantiene, en la bondad de Dios,
quienes piensan que el hecho de ser conducente a la felicidad
general es la esencia, o incluso el único criterio, de la bondad
deben creer, necesariamente, que eso es también lo que Dios
aprueba. Por consiguiente, tanto la fuerza toda de las recompensas y castigos externos, ya sean físicos o morales, ya procedan de Dios o de nuestros semejantes, junto con todo aquello que la capacidad de la naturaleza humana presenta como
desinteresada devoción por ambos, pueden ser utilizados
para reforzar la moralidad utilitarista, en tanto en cuanto tal
moralidad sea reconocida, y tanto más en la medida en que la
educación y el cultivo general de la persona contribuyen a ese
propósito.
Hasta aquí, por lo que a las sanciones externas se refiere.
En cuanto a la sanción interna del deber, cualquiera que sea
nuestro criterio del deber, es siempre la misma: un sentimien- •
to en nuestro propio espíritu, un dolor más o menos intenso
que acompaña a la violación del deber, que en las naturalezas
morales adecuadamente cultivadas lleva, en los casos más
graves, a que sea imposible eludir el deber. Este sentimiento,
84
EL UTILITARISMO
cuando es desinteresado y se relaciona con la idea pura del
deber y no con alguna forma particular del mismo, o con alguna de las circunstancias meramente accesorias, constituye
la esencia de la conciencia. Ocurre, sin embargo, que en este
fenómeno tan complejo, tal como ahora se presenta, el hecho
desnudo aparece en general arropado con asociaciones colaterales derivadas de la simpatía, el amor, y todavía en mayor
medida el temor, como asimismo de todas las formas de sentimiento religioso, de los recuerdos de nuestra infancia y vida
pasada, de la auto-estima, del deseo de estimación por parte
de los demás e incluso, en ocasiones, de auto-humillación.
Estas complicaciones extremas, en mi opinión, son el origen del tipo de carácter místico que -debido a una tendencia
del espíritu humano del que contamos con otros muchos
ejemplos- suele atribuirse a la idea de la obligación moral,
que lleva a la gente a creer que dicha idea no puede asociarse
en modo alguno a otros objetos que no sean aquellos que, a
causa de una supuesta misteriosa ley, encontramos en nuestra experiencia actual que la producen.
-7 Sin embargo, su fuerza vinculante se debe a la existencia de
una serie de sentimientos que deben violentarse para llevar a
cabo lo que se opone a nuestro criterio de lo correcto, los cuales, a su vez, si no obstante contravenimos dicho criterio, probablemente reaparecerán posteriormente en forma de remordimiento. Cualquiera que sea la teoría de la que dispongamos acerca de la naturaleza u origen de la conciencia, esto
es en esencia lo que la constituye.
•
Siendo, por consiguiente, la sanción última de toda moralidad (al margen de los motivos externos) un sentimiento
subjetivo de nuestro propio espíritu, no veo ninguna dificultad para aquellos que siguen el criterio de utilidad, a la hora
de enfrentarse a la cuestión de cuál es la sanción de ese criterio en particular. Aquí podemos contestar, al igual que con
respecto a todos los restantes criterios morales: los sentimientos conscientes de la humanidad. No cabe duda de que
3. DE LA SANCIÓN ÚLTIMA DEL PRINCIPIO DE UTILIDAD
85
esta sanción no tiene fuerza vinculante en aquellos que no
poseen los sentimientos a los que se apela. Sin embargo, también es cierto que estas personas tampoco estarán más dispuestas a obedecer a ningún otro principio moral distinto al
utilitarista. Sobre ellos no ejerce influencia alguna la morali- O
dad de cualquier signo que sea, a no ser a través de sanciones
externas. Por lo demás, existen sentimientos, como hecho de
la naturaleza humana, cuya realidad, así como el gran poder
que son capaces de ejercer en aquellos que han sido debidamente educados, es algo probado por la experiencia. Jamás se
ha demostrado que no puedan ser cultivados por los utilitaristas tan intensamente como por cualquier otra regla moral 1 •
Soy consciente de que existe una tendencia a pensar que
una persona que considera la obligación moral como algo
trascendente, como una realidad objetiva perteneciente al
ámbito de las «cosas en sÍ», está más predispuesta a cumplir
conforme a ella más prontamente que el que considera que es
algo completamente subjetivo, que tiene su asiento en la conciencia humana únicamente. Sin embargo, al margen de cuál
sea la opinión de una persona sobre esta cuestión ontológica,
lo que realmente le urge a obrar es su propio sentimiento subjetivo que es medido debidamente por la fuerza que presenta.
No hay otra creencia más fuerte en la realidad objetiva del
deber que la de quienes consideran que dicha realidad es
Dios. Con todo, la creencia en Dios, aparte de los esperados
premios y castigos reales, opera únicamente en la conducta a
través de, y en proporción a, el sentimiento religioso subjetivo. La sanción, en la medida en que es desinteresada, radica
l. Aquí, como en otros pasajes de la presente obra, si bien de modo embrionario, se contiene un anticipo de teorías «desarrollamentistas» como
de Kohlberg, para quien los individuos a los que se refiere Mili como
:novidos únicamente por las sanciones externas se encuadrarían, como es
'.Jien conocido, en el nivel convencional, que implica un desarrollo moral
:ncompleto y deficitario, que es (¿o ha de ser?) superado al alcanzar el ni-.-cl posconvencional.
:a
86
EL UTILITARISMO
siempre en el propio espíritu. La idea que tiene el moralista
trascendental será, sin duda, la de que tal sanción no se producirá en el espíritu a menos que se crea que tiene su origen
fuera del espíritu, y que si una persona puede decirse a sí misma: «Lo que me constriñe, y yo denomino conciencia, es sólo
un sentimiento de mi propio espíritu», sacará probablemente
la conclusión de que tan pronto no exista dicho sentimiento
no existe la obligación, y que tan pronto dicho sentimiento le
resulte molesto lo descartará y tratará de liberarse de él. Podemos preguntar, ¿existe sólo este peligro con relación a la
moralidad utilitarista? ¿Es cierto que el hecho de que se piense que la obligación moral tiene su asiento fuera del espíritu
hace que el sentimiento de obligación sea tan fuerte que no
pueda uno librarse de él? La realidad es tan distinta que todos
los moralistas admiten, lamentándose, la facilidad con la que,
en la generalidad de los espíritus, la conciencia puede ser
silenciada u ocultada. Tanto personas que nunca han oído
hablar del utilitarismo como quienes lo defienden se preguntan con frecuencia: «¿Tengo que obedecer a mi conciencia?».
Aquellos cuya conciencia sea tan débil como para permitir
formular tal pregunta, en caso de que contesten afirmativamente, no lo harán a causa de su creencia en la teoría trascendental, sino debido a las sanciones externas.
No es necesario, para los fines presentes, decidir si el sentimiento de deber es innato o adquirido. Presuponiendo que
sea innato, queda por resolver a qué objetos se une naturalmente, ya que los que apoyan filosóficamente dicha teoría
coinciden ahora en que lo que se percibe intuitivamente son
los principios de la moralidad, no sus detalles. De haber algo
innato de este tipo, no veo la razón por la que el sentimiento innato no pudiera ser el de la consideración de los placeres
y los dolores de los demás. Si existe algún principio moral que
sea intuitivamente obligatorio, yo diría que éste debe serlo.
De ser así la ética intuicionista coincidiría con la utilitarista y
ya no habría lugar a más disputas entre ambas. Incluso tal
3. DE LA SANCIÓN ÚLTIMA DEL PRINCIPIO DE UTILIDAD
87
como están ahora las cosas los moralistas intuicionistas, aunque consideran <' セクゥウエ・ョ@
otras obligaciones morales intuidas ya considera1,, en efecto, que ésta es una de ellas, por
cuanto unánimemente mantienen que una gran parte de la
moralidad consiste en la consideración debida de los intereses de nuestros semejantes. Por consiguiente, de ser cierto
que la creencia en el origen trascendental de la obligación
moral otorgue alguna eficacia adicional a la sanción interna,
considero que el principio utilitarista ya puede disfrutar de
este beneficio.
Por otra parte, si, como yo creo, los sentimientos morales no
son innatos sino adquiridos, no son por ello menos naturales.
Es natural que un hombre hable, razone, construya ciudades,
cultive la tierra, etc., aunque ello implique facultades adquiridas. Los sentimientos morales no son, desde luego, una parte
de nuestra naturaleza en el sentido de encontrarse en grado
perceptible presentes en todos nosotros, cosa que tienen que
admitir forzosamente aquellos que creen con más fuerza en
su origen trascendental. Al igual que las demás capacidades O
adquiridas a las que nos hemos referido anteriormente, la facultad moral, si bien no es parte de nuestra naturaleza, es un
producto natural de ella. Puede desarrollarse, como las anteriormente citadas capacidades, en un determinado grado, espontáneamente, siendo susceptible de alcanzar, mediante su
cultivo, un elevado grado de desarrollo. Desafortunadamente,
también es susceptible, mediante un uso suficiente de sanciones externas y la fuerza de las impresiones primeras, de ser cultivado casi en cualquier sentido, de modo que no hay nada, por
absurdo y maligno que sea, que no pueda hacer que actúe, mediante dichas influencias, sobre el espíritu2 humano con toda la
2. En este, y en algunos otros lugares, he utilizado el vocablo castellano
«espíritu» como equivalente aproximado del término inglés mind, ya que
si bien haberlo traducido más literalmente por «mente» hubiera hecho tal
vez más justicia a Mili, supondría un uso muy forzado de tal expresión en
castellano, en contextos como éste.
88
EL UTILITARISMO
autoridad de la conciencia. El dudar de que pueda conferírsele,
utilizando los mismos medios, una fuerza igual al principio de
la utilidad, aun cuando careciese de fundamento en la naturaleza humana, supondría dar la espalda a la experiencia.
Sin embargo, las asociaciones morales que son totalmente
una creación artificial, conforme avanza el cultivo del intelecto, se rinden poco a poco a la fuerza disolvente del análisis, de
suerte que si el sentimiento del deber cuando se asocia con la
utilidad se presentase como igualmente arbitrario, si no existiese una parte importante de nuestra naturaleza, o alguna
clase de sentimientos poderosos con los que pudiese armonizarse tal asociación y que nos hiciese sentirla como algo propio, inclinándonos no sólo a desarrollarla en los demás (para
lo cual contamos con bastantes motivos interesados), sino incluso a apreciarla en nosotros mismos, si no existiese, en
suma, una base sentimental natural para la moralidad utilitarista, bien pudiera ocurrir que también esta asociación, incluso después de haber sido implantada mediante la educación, pudiera desvanecerse mediante el análisis.
'i)
Sin embargo, esta base de sentimientos naturales potentes
existe, y es ella la que, una vez que el principio de la felicidad
general sea reconocido como criterio ético, constituirá la
fuerza de la moralidad utilitarista. Esta base firme la constituyen los sentimientos sociales de la humanidad -el deseo de
estar unidos con nuestros semejantes, que ya es un poderoso
principio de la naturaleza humana y, afortunadamente, uno
de los que tienden a robustecerse incluso sin que sea expresamente inculcado dada la influencia del progreso de la civilización-. El estado social es a la vez tan natural, tan necesario y
tan habitual para el hombre que, con excepción de algunas
circunstancias poco comunes, o a causa del esfuerzo de una
abstracción voluntaria, puede el ser humano concebirse a sí
..a. mismo más que como miembro de un colectivo. Sentimiento
.PI\ de asociación que se refuerza más y más, conforme la humanidad abandona el estado de independencia salvaje.
3. DE LA SANCIÓN ÚLTIMA DEL PRINCIPIO DE UTILIDAD
89
Por consiguiente, todos los requisitos que son necesarios
para la vida f JCiedad se convierten cada vez más en un elemento indispensable de la idea que una persona se forma de
la condición en la que nace, y que constituye el destino del
ser humano. Ahora bien, las relaciones sociales entre los seres
humanos, excluidas las que se dan entre amo y esclavo, son
manifiestamente imposibles de acuerdo con ningún otro presupuesto que el de que sean consultados los intereses de todos. La sociedad entre iguales sólo es posible en el entendi-t··
miento de que los intereses de todos son considerados por
igual. Y, puesto que en todos los estadios de la civilización
todo el mundo, excepto el monarca absoluto, tiene sus iguales, todo el mundo se ve obligado a vivir en tales términos con
alguien. Por lo demás, en todas las épocas se produce algún
progreso hacia un estadio en el que será imposible vivir permanentemente en términos que no sean éstos con todo el
mundo. De este modo a la gente se le hace imposible concebir
que pueda darse una desconsideración total de los intereses
de los demás. Sienten la necesidad de concebirse a ellos mismos, por lo menos, evitando las afrentas más groseras y (aunque sólo sea para protección propia) viviendo en un estado
de continua denuncia de aquéllas. También están familiarizados con el hecho de cooperar con los demás y proponerse un
interés colectivo, en lugar de individual, como fin de sus acciones (al menos, de momento )3 • En la medida en que cooperan, sus fines se identifican con los de los demás. Se produce, •\ V..
al menos, un sentimiento provisional de que los intereses de
los demás son sus propios intereses.
3. Aquí aparece claro el deseo de Mili de que los intereses individuales
sean, a su vez, debidamente atendidos. La expresión «at least for the time
being», que he traducido por «al menos de momento», encierra la esperanza de que llegará el tiempo en que los sacrificios individuales en aras
de la colectividad no sean precisos. El supuesto «colectivismo» de Mili,
subordinando los intereses particulares a los de la mayoría, es tan sólo un
remedio al deplorable estado actual de las cosas.
90
EL UTILITARISMO
Por otra parte, no sólo, efectivamente, el reforzamiento de
los vínculos sociales, como asimismo todo el desarrollo armonioso de la sociedad, proporcionan a cada individuo un
interés personal más fuerte en consultar prácticamente el bienestar de los demás, sino que también le llevan a identificar sus
sentimientos cada vez más con el bien ajeno, o al menos con
un constante aumento gradual de su consideración de aquél.
El hombre llega, como por instinto, a ser consciente de sí
mismo como un ser que, por supuesto, presta atención a los
demás. Llega a resultarle el bien de los demás algo a lo que natural y necesariamente ha de atender, en igual medida que a
las necesidades físicas de la existencia. Ahora bien, cualquiera que sea el grado de desarrollo de este sentimiento en una
persona, se ve forzada por los más fuertes motivos, tanto el
interés personal como la simpatía, a demostrarlo, e intentar
con todas sus fuerzas promoverlo en los demás. E incluso si
carece de este tipo de sentimiento por su parte, le interesará
tanto como a los demás que los otros lo posean. En consecuencia, se aprovechan y cultivan los más leves indicios de este senᄋセ@
timiento mediante el contagio de la simpatía (sympathy) y la
influencia de la educación, tejiéndose una red de asociaciones
aprobatorias a su alrededor, mediante el uso de la poderosa
agencia de las sanciones externas.
Conforme la civilización avanza, este modo de concebirnos a nosotros mismos y a la vida humana se considera cada
vez más natural. Todos los pasos llevados a cabo en el progreso político lo hacen más posible, eliminando las causas de intereses contrapuestos y nivelando aquellas desigualdades en
los privilegios que la ley ampara entre individuos y clases, a
\ causa de los cuales existen amplios sectores de la humanidad
cuya felicidad se pasa por alto en la práctica. En un estado de
progreso del espíritu humano se da un constante incremento
de las influencias que tienden a generar en todo individuo un
sentimiento de unidad con todo el resto, sentimiento que,
cuando es perfecto, hará que nunca se piense en, ni se desee,
3. DE LA SANCIÓN ÚLTIMA DEL PRINCIPIO DE UTILIDAD
91
ninguna condici '1 que beneficie a un individuo particularmente, si en el. 110 están incluidos los beneficios de los demás.
Si suponemos ahora que este sentimiento de unidad ha de
ser enseñado como si de una religión se tratase, y que toda la
fuerza de la educación, las instituciones y la opinión pública
ha de ser dirigida, como se hizo en su tiempo con la religión,
a lograr que cada persona crezca desde su infancia rodeada
por todas partes de la profesión y práctica del mismo, no creo
que nadie que pueda imaginarse eso tendrá reparo 。ャセオョッ@
respecto a la suficiencia de la sanción última de la moralidad
de la Felicidad. A cualquier estudioso de la ética que le resulte difícil coni'prender esto le recomiendo, como medio para
facilitarle dicha comprensión, la segunda de las dos principales obras de Comte, el Systeme de Politique Positive 4 • Personalmente mantengo las objeciones más fuertes respecto al
sistema de política y moral establecido en dicho tratado; sin
embargo, considero que ha demostrado cumplidamente laposibilidad de poner al servicio de la humanidad, aun sin la
ayuda de la creencia en la Providencia, tanto el poder psicológico como la eficacia social de una religión, haciendo que este
sentimiento se convierta en el centro de la vida humana, conformando nuestros pensamientos, sentimientos y acciones de
un modo tal que la gran ascendencia que jamás haya podido
ejercer cualquier religión no sea sino una muestra y anticipo.
Hasta tal punto es esto así, que el peligro de su utilización radicaría no en que fuese insuficiente, sino en que podría pecar
de excesivo al interferir indebidamente con la libertad y la individualidad humanas.
Tampoco es necesario que el sentimiento que constituye la
fuerza vinculante de la moralidad utilitarista en aquellos que
4. Cuyo título completo es: Systeme de Politique Positive, ou Traité de sociologie, instituant la Religion de l'humanité, 4 vols., París, Mathias, 18511854.
92
EL UTILITARISMO
la reconocen aguarde la colaboración de aquellas influencias
sociales que harán que la hwnanidad en su conjunto la experimente como obligatoria. En el estadio relativamente primitivo del desarrollo humano en que ahora nos encontramos,
una persona no puede, desde luego, sentir aquella profunda
simpatía hacia todos los demás que haría imposible cualquier
discordia real en la dirección general de su conducta en la
vida. Sin embargo, ya ahora, aquellas personas en quienes el
sentimiento social está en alguna medida desarrollado no
pueden consentir en considerar al resto de sus semejantes
como rivales suyos en la lucha por los medios para la felicidad, a los que tengan que desear ver derrotados a fin de poder
alcanzar los objetivos propios.
El concepto profundamente arraigado que todo individuo, incluso en el presente estadio, tiene ya de sí mismo
como ser social, tiende a hacerle experimentar que uno de
sus deseos naturales es el de que se produzca una armonía
entre sus sentimientos y objetivos y los de sus semejantes. Si
las diferencias de opinión y de cultura intelectual hacen que
le sea imposible compartir los sentimientos reales de los demás, tal vez incluso le hagan condenar y rechazar tales sentimientos -sin embargo, tiene que ser consciente de que su
objetivo real y el de los demás no son excluyentes-. Es decir,
tiene que comprender que no se opone a lo que los demás
realmente desean con vistas, pongamos por caso, a su propio bien, sino que, por el contrario, está contribuyendo a su
consecución. En la mayoría de los individuos este sentimiento es mucho menos profundo que los sentimientos de
tipo egoísta, y a menudo se carece de él por completo. Mas,
quienes lo experimentan, son poseedores de algo que presenta todas las características de un sentimiento natural. No
lo consideran como una superstición, fruto de la educación,
o una ley impuesta despóticamente por la fuerza de la sociedad, sino como un atributo del que no deberían prescindir.
Esta convicción es la sanción última de la moralidad de la
3, DE LA SANCIÓN ÚLTIMA DEL PRINCIPIO DE UTILIDAD
93
mayor felicidad.- . Ella es la que hace a cualquier mente a la que
acompañen sentimientos bien desarrollados trabajar conjuntamente con, y no en contra de, los motivos exteriores que
nos llevan a preocuparnos de los demás, motivos que son
promovidos por lo que yo he denominado sanciones externas. Cuando no existen estas últimas sanciones, o actúan en
dirección opuesta, la convicción mencionada constituye en sí
misma una poderosa fuerza interna vinculante, que guarda
proporción con la sensibilidad y madurez del individuo. Sólo
aquellos que carecen de toda idea de moralidad podrían soportar llevar una vida en la que se planease no tomar en consideración a los demás a no ser en la medida en que viniese
exigido por los propios intereses privados.
5. Expresión para referirse al principio utilitarista, cuya formulación
completa sería el tomar en consideración la mayor felicidad del mayor nú-
mero.
4. DE QUÉ TIPO DE PRUEBA ES SUSCEPTIBLE EL PRINCIPIO...
4. De qué tipo de prueba es susceptible
el principio de utilidad
Ya he señalado que las cuestiones relativas a los fines últimos
no admiten prueba en la acepción ordinaria del término. El
carecer de prueba mediante razonamiento es algo común a
todos los primeros principios, tanto por lo que se refiere a las
primeras premisas de nuestro conocimiento como a las concernientes a nuestra conducta. Sin embargo, las primeras,
siendo cuestiones fácticas, pueden ser objeto de una apelación directa a las facultades que juzgan de los hechos, a saber
nuestros sentidos y nuestra conciencia interna. ¿Puede apelarse a estas mismas facultades en las cuestiones que atañen a
los fines prácticos? O, ¿mediante qué otra facultad puede lograrse conocimiento de ellos?
Las cuestiones relativas a los fines son, en otras palabras,
cuestiones relativas a qué cosas son deseables. La doctrina
utilitarista mantiene que la felicidad es deseable, y además la
única cosa deseable, como fin, siendo todas las demás cosas
sólo deseables en cuanto medios para tal fin. ¿Qué necesita
esta doctrina -qué requisitos precisa cumplir la misma- para
hacer que logre su pretensión de ser aceptada?
La única prueba que puede proporcionarse de que un objeto es visible es el hecho de que la gente realmente lo vea. La
94
95
única prueba de que un sonido es audible es que la gente lo
oiga. Y, de modo semejante, respecto a todas las demás fuentes de nuestra experiencia. De igual modo, entiendo que el
único testimonio que es posible presentar de que algo es deseable es que la gente, en efecto, lo desee realmente 1• Si el fin
que la doctrina utilitarista se propone a sí misma no fuese, en
teoría y en la práctica, reconocido como fin, nada podría convencer a persona alguna de que era tal cosa. No puede ofrecerse razón ninguna de por qué la felicidad general es deseable excepto que cada persona, en la medida en que considera
que es alcanzable, desea su propia felicidad2 • Siendo esto, sin
embargo, un hecho, contamos no sólo con las pruebas suficientes para el caso, sino con todas las que pudiera requerir la
justificación de que la felicidad es un bien: que la felicidad de
cada persona es un bien para esa persona, y la felicidad general, por consiguiente, un bien para el conjunto de todas las
personas 3 , de tal modo que la felicidad exhibe su título como
uno de los fines de la conducta y, consecuentemente, como uno
de los criterios de moralidad.
l. La manifiesta confusión por parte de Mili entre «deseado» y «deseable» ha sido duramente criticada, especialmente a partir de G. E. Moore,
en el capítulo IV de los Principia Ethica. Otros autores, sin embargo, han
juzgado más positivamente tal aseveración por parte de Mili, como
Brandt en su Teoría Ética (véase versión cast. de E. Guisán en Alianza
Universidad Textos, Madrid, 1982, p. 308, especialmente), o tal como ya
lo había hecho Schlick en sus Fragen der Ethik.
2. Se trataría de postular aquí un hedonismo psicológico que servirá de
base, en el caso de Mili, para fundamentar su hedonismo ético universal.
3. Se acusa a Mili de incurrir en la «falacia de la composición» al argumentar de este modo. Es decir, no parece plausible derivar del hecho de
que la felicidad de A sea un bien para A, la felicidad de B un bien para B,
y la felicidad de C un bien para C, que la felicidad de A + B + C sea un bien
para el conjunto A+ B + C. Al lector interesado en la posible defensa de la
tesis de Mili le remitimos al capítulo 3 de la obra de W. D. Hudson: La filosofía moral contemporánea, Alianza Universidad, Madrid, 1974, especialmente p. 84. Sobre este aspecto véase también la Introducción a esta
obra.
96
EL UTILITARISMO
Pero con esto sólo no ha demostrado ser el único criterio.
Para conseguirlo, de acuerdo con la misma regla, parecería
necesario demostrar, no sólo que la gente desea la felicidad,
sino que nunca desea ninguna otra cosa. Ahora bien, resulta
palmario que las personas sí desean cosas que, en el lenguaje
ordinario, se distinguen claramente de la felicidad. Por ejemplo, desean la virtud y la ausencia del vicio con no menor
fuerza, realmente, que desean el placer y la ausencia del dolor.
El deseo de la virtud no es tan universal, pero es un hecho tan
real como el deseo de la felicidad. De ahí que los que se oponen al criterio utilitarista estimen que tienen derecho a inferir
que existen otros fines de las acciones humanas además de la
felicidad, y que la felicidad no es el criterio de aprobación y
desaprobación.
Sin embargo, ¿niega la doctrina utilitarista que la gente desee la virtud, o mantiene que la virtud no es algo que haya de
ser deseado? Todo lo contrario. Mantiene no solamente que la
virtud ha de ser deseada, sino que ha de ser deseada desinteresadamente, por sí misma4 • Sea cual sea la opinión de los
moralistas utilitaristas con relación a las condiciones originales que hacen que la virtud devenga virtud, y por más que
puedan considerar (como, de hecho, ocurre) que las acciones
y disposiciones son solamente virtuosas debido a que promocionan algún otro fin que la virtud, con todo, admitido esto, y
habiéndose decidido -teniendo en cuenta estas consideraciones- lo que es virtuoso, no sólo colocan la virtud a la cabeza
misma de las cosas que son buenas como medios para el fin
último, sino que también reconocen como hecho psicológico
la posibilidad de que constituya, para el individuo, un bien en
sí mismo, sin buscar ningún otro fin más allá de él.
4. Al lector interesado en estudiar este llamativo y controvertido aspecto
de la conexión entre la virtud y el utilitarismo le remitirnos al artículo de
John Kilcullen: «Utilitarianism and Virtue», en la revista Ethics, vol. 93,
núm. 3, abril de 1983.
4. DE QUÉ TIPO DE PRUEBA ES SUSCEPTIBLE EL PRINCIPIO...
97
Mantienen además los utilitaristas que el estado de ánimo
no es el correcto, ni se adecua al principio de la Utilidad, ni es
un estado que conduzca mejor a la felicidad general, a menos
que se dé el amor a la virtud en este sentido -como algo deseable en sí mismo-, aun cuando, en el caso particular, no
produjese aquellas otras consecuencias deseables que tiende
a producir, y a causa de las cuales se estima como virtud. Esto
no significa, en el mínimo grado, un abandono del principio
de la Felicidad. Los ingredientes de la felicidad son muy variados y cada uno de ellos es deseable en sí mismo, y no simplemente cuando se le considera como parte de un agregado. El
principio de la Utilidad no significa que cualquier placer determinado, como por ejemplo la música, o cualquier liberación del dolor, como por ejemplo la salud, hayan de ser considerados como medios para un algo colectivo denominado
Felicidad y hayan de ser deseados por tal motivo. Son deseados y deseables en y por sí mismos. Además de ser medios,
son parte del fin 5 •
La virtud, conforme con la doctrina utilitarista, no es natural y originariamente parte del fin, pero es susceptible de llegar a serlo. En aquellos que la aman desinteresadamente ya lo
es, deseándola y apreciándola no como medio para la felicidad, sino como parte de su felicidad 6 •
5. Es éste un aspecto de la argumentación de Mili generalmente pasado
por alto, o mal interpretado. La felicidad, de acuerdo con Mili, no podría
considerarse como una «entidad» determinada, sino que podría interpretarse, más bien, como una expresión abreviada para referirse a una serie
de bienes y condiciones que posibilitan la satisfacción profunda y duradera
del ser humano. En este sentido las críticas al hedonismo contenidas en el
Filebo de Platón, o en los Principia Ethica de Moore, así como en la Ética
de Nowell-Smith, no afectarían en modo alguno a Mili.
6. No suele tomarse en cuenta, debidamente, esta concepción «moral» de
la felicidad por parte de Mili, que considera al individuo como agente moral, con sentimientos desarrollados al respecto. Es éste uno de los puntos
que más le distancia de Bentham, como Mili ha destacado en el trabajo
98
EL UTILITARISMO
Para ilustrar esto más ampliamente, podemos recordar
que no es la virtud el único objeto, originariamente un medio, que de no ser un medio para otra cosa sería y continuaría
siendo algo indiferente, pero que por asociación con aquello
para lo que es un medio, llega a ser deseado por sí mismo, y
esto, a su vez, con la mayor intensidad. ¿Qué diremos, por
ejemplo, del amor al dinero? No hay nada originariamente
que haga al dinero más deseable que a cualquier montón de
guijarros brillantes. Su valor radica únicamente en el de las
cosas que con él se pueden adquirir: los deseos de otras cosas
distintas al dinero y para las que éste es un medio de gratificación. Sin embargo, el amor al dinero no es sólo una de las
fuerzas más poderosas que mueven al hombre, sino que el dinero es, en muchos casos, deseado en y por sí mismo. El deseo de poseerlo es, a menudo, más fuerte que el deseo de utilizarlo, y continúa incrementando cuando se desvanecen todos los deseos que apuntan a fines que le trascienden y que
son conseguidos por su mediación. Puede decirse, pues, en
verdad, que el dinero no es deseado con vistas a un fin, sino
que es parte de dicho fin. De constituir un medio para la felicidad, se ha convertido a sí mismo en el principal constituyente de la concepción que un individuo se forma de la felicidad.
Lo mismo puede decirse con relación a la mayor parte de
los grandes objetivos de la vida humana: el poder, por ejemplo, o la fama. Con la salvedad de que a estos dos últimos va
aparejada una cierta dosis de placer inmediato que da la apariencia, por lo menos, de ser algo inherente a los mismos,
que con el título «Bentham» fue publicado en la London and Westminster
Review, en agosto de 1838. Dirá allí Mili, criticando a Bentham: «El hombre nunca es reconocido por e1 (Bentham) como un ser capaz de perseguir la perfección espiritual como un fin; de desear por sí misma la conformidad de su propio carácter con su criterio de excelencia... » (véase dicho
artículo en ]ohn Stuart Mili: Utilitarianism, ed. por Mary Warnock, Collins,
Glasgow, 1979, p. 100).
4. DE QUÉ TIPO DE PRUEBA ES SUSCEPTIBLE EL PRlNCIPIO...
99
cosa que no ocurre en el caso del dinero. Con todo, sin embargo, la fortísima atracción natural tanto del poder como de
la fama, radica en la enorme ayuda que proporcionan con vistas a la satisfacción de nuestros restantes deseos. Es la estrecha asociación que de este modo se genera entre ellos y nuestros objetos de deseo, lo que dota al deseo directo de los primeros de la intensidad que a menudo presenta, de modo que
en algunas personas sobrepasa en fuerza a todos los deseos
restantes. En dichos casos los medios se han convertido en
parte del fin, siendo además una parte del fin más importante que cualquiera de las cosas que obtenemos por su mediación. Lo que en un tiempo se deseó como instrumento para la
obtención de la felicidad, se desea ahora por sí mismo. Al ser
deseado por sí mismo, no obstante, resulta deseado como
parte de la felicidad. La persona es feliz, o cree serlo, por su
mera posesión, y es desdichada si no es capaz de conseguirlo.
Su deseo no es algo distinto del deseo de felicidad, como tampoco lo es el amor a la música o el deseo de salud. Todo ello
está incluido en la felicidad. Todo ello constituye parte de los
elementos con los que se genera el deseo de felicidad. La felicidad no es una idea abstracta, sino un todo concreto y éstas
son algunas de sus partes. El criterio utilitarista sanciona y
aprueba que así sea. La vida sería algo muy pobre, muy mal
provista de fuentes de felicidad, a falta de esta disposición de
la naturaleza, mediante la cual cosas que en principio eran indiferentes, pero que conducían a, o estaban asociadas en algún otro sentido con, la satisfacción de nuestros deseos primitivos, se convierten ellas mismas en fuentes de placer más
valiosas que los placeres primitivos, tanto por lo que a supermanencia se refiere en el espacio de la existencia humana que
son capaces de abarcar, como a su intensidad.
La virtud, de acuerdo con la concepción utilitarista, es un
bien de este tipo. No existe un deseo originario de ella, o motivo para ella, salvo su producción de placer y, especialmente,
su protección del dolor. Pero mediante la asociación que se
100
EL UTILITARISMO
forma puede ser considerada como buena en sí misma y deseada en este sentido con tanta intensidad como cualquier
otro bien. Con una diferencia: la de que mientras que el amor
al dinero, al poder, la fama, etc., pueden convertir al individuo, y a menudo así sucede, en un ser nocivo para los demás
miembros de la sociedad a la que pertenece, no hay nada que
le haga más beneficioso para los demás que el cultivo y el
amor desinteresado de la virtud. Consecuentemente, el criterio utilitarista mientras que tolera y aprueba todos aquellos
otros deseos adquiridos, en tanto en cuanto no sean más perjudiciales para la felicidad general que aliados de ella, recomienda y requiere el cultivo del amor a la virtud en la mayor
medida posible, por ser, por encima de todas las demás cosas,
importante para la felicidad.
Resulta de las consideraciones precedentes que no existe
en la realidad nada que sea deseado excepto la felicidad.
Todo lo que es deseado de otro modo que no sea medio para
algún fin más allá de sí mismo, y en última instancia para la
felicidad, es deseado en sí mismo como siendo él mismo una
parte de la felicidad, y no es deseado por sí mismo hasta que
llega a convertirse en ello. Quienes desean la virtud por sí
misma la desean ya bien porque la conciencia de ella les proporciona placer, o porque la conciencia de carecer de ella les
resulta dolorosa, o por ambas razones conjuntamente. Como,
en realidad, raras veces el placer y el dolor se presentan por
separado, sino que casi siempre aparecen juntos, la misma
persona experimenta placer en la medida en que ha alcanzado la virtud, y el dolor por no haber alcanzado más. Si una de
estas cosas no le proporcionase placer y la otra dolor, no amaría ni desearía la virtud, o la desearía sólo por los demás beneficios que podría producirle a ella o a las personas de su estima.
Contamos ahora, pues, con una respuesta a la pregunta relativa a qué tipo de prueba puede someterse el principio de la utilidad. Si la opinión que he manifestado ahora es psicológica-
4. DE QUÉ TIPO DE PRUEBA ES SUSCEPTIBLE EL PRINCIPIO•..
101
mente verdadera -si la naturaleza humana está constituida de
tal forma que no desea nada que no sea ya bien una parte de la
felicidad o un medio para la felicidad- no podemos contar con
ninguna otra prueba, y no necesitamos otra, con relación a que
éstas son las únicas cosas deseables. De ser así, la felicidad es el
único fin de la acción humana y su promoción el único criterio
mediante el cual juzgamos toda la conducta humana; de donde
se sigue necesariamente que debe constituir el criterio de la
moralidad, ya que la parte está incluida en el todo.
Ahora bien, decidir si esto es así efectivamente, si la humanidad en realidad no desea nada por sí mismo sino lo que le produce placer, o aquello de cuya ausencia se deriva dolor, constituye una cuestión fáctica del mundo de la experiencia que
depende, al igual que todas las cuestiones semejantes, de los
testimonios con los que contemos. Sólo puede ser resuelta mediante la práctica de la auto-conciencia y la auto-observación,
asistidas por la observación de los demás. Creo que, desde una
perspectiva imparcial, estos testimonios demostrarán que desear una cosa y encontrarla agradable, sentir aversión por la
misma y considerarla dolorosa, son fenómenos absolutamente
inseparables, o más bien dos partes del mismo fenómeno.
Siendo estrictos, habría que decir que se trata de dos modos
distintos de nombrar el mismo hecho psicológico: que el considerar a un objeto deseable (a menos que se tengan en cuenta
sus consecuencias) y considerarlo agradable son una y la misma cosa, y que desear algo, a no ser en la medida en que la idea
de ello sea agradable es una imposibilidad física y metafísica7 •
7. Aquí cabría distinguir, posiblemente, entre la idea agradable de algo y
la idea de algo agradable, al igual que Bradley (1846-1924) distinguió entre «a pleasant thought» y «the thought of a pleasure» (en su obra Ethical
Studies de 1876). En tal sentido se podría argumentar, en contra de Mili,
que todo el mundo se mueve por ideas agradables, y no sin embargo por
la idea de lo agradable.
No obstante, a no ser que nos basemos en una concepción platónica del
lenguaje (presente en G. E. Moore, por ejemplo), de acuerdo con la cual a
102
EL UTILITARISMO
Lo anterior me resulta tan evidente que espero que difícilmente sea puesto en cuestión. Por lo demás, lo que se puede
objetar será no que el deseo pueda dirigirse en modo alguno
a ninguna otra cosa como objeto último excepto el placer y la
exención del dolor, sino que la voluntad sea algo distinto del
deseo; es decir, que una persona de virtud consolidada, o
cualquier otra cuyas metas sean firmes, realiza sus propósitos
sin pensar en modo alguno en el placer que obtiene al contemplarlos, o el que espera derivar de su realización, persistiendo en obtenerlos aun cuando dichos placeres disminuyan
en gran medida a causa de los cambios de su carácter o el debilitamiento de su sensibilidad pasiva, o cuando sean superados por el sufrimiento que la persecución de sus propósitos
pueda ocasionarle. Admito todo esto por completo, y así lo he
declarado en otros lugares, con tanta fuerza y energía como
cualquier otro. La voluntad (will), el fenómeno activo, es algo
distinto del deseo, estado de sensibilidad pasiva, y aun siendo
originariamente un producto de éste, puede con el tiempo tomar vida propia y separarse de su progenitor, hasta tal punto
que en el caso de los fines habituales en vez de quererlos (will)
porque los deseamos (desire), a menudo los deseamos porque
los queremos. Esto, sin embargo, no es sino un ejemplo del
hecho bien conocido de la fuerza del hábito, que en modo alguno se limita al caso de las acciones virtuosas. Muchas cosas
indiferentes, que los hombres en principio realizaban por un
motivo determinado, siguen siendo realizadas a causa del hábito. A veces, esto se hace inconscientemente, apareciendo la
conciencia sólo con posterioridad al acto. Otras veces, va
cada palabra corresponde un «objeto» distinto, no nos vemos forzados a
asegurar que cuando pensamos en lo agradable pensamos en algo distinto a aquellas cosas cuya idea nos resulta agradable. La argumentación
precedente de Mili, al explicar cómo cosas distintas al «placer» devienen
parte del mismo, podría ser una explicación convincente de cómo el lenguaje opera fluidamente trasladando determinadas connotaciones de un
objeto a otro.
4. DE QUÉ TIPO DE PRUEBA ES SUSCEPTIBLE EL PRINClPIO...
103
acompañado de la volición consciente, si bien una volición
que se ha hecho habitual y que se pone en ejercicio por la
fuerza del hábito, en oposición, tal vez, a la preferencia deliberada, como ocurre con frecuencia en el caso de quienes han
adquirido hábitos viciosos o perjudiciales.
En tercero, y último lugar, tenemos el caso en que el acto
habitual de la voluntad en la circunstancia particular, no está
en contraposición con la intención general que prevalece en
otras ocasiones, sino que es consecuencia de ella, como en el
caso de personas de probada virtud y de todos los que persiguen deliberada y consistentemente cualquier fin determinado. Esta distinción entre voluntad (will) y deseo (desire), entendida de este modo, es un hecho psicológico real y de gran
importancia. Hecho que consiste solamente en lo que sigue:
la voluntad, al igual que otros aspectos de nuestra personalidad, es modelada por el hábito, de forma que podamos querer a causa del hábito lo que ya no deseamos por sí mismo, o
que solamente deseamos porque lo queremos (will). No es
menos cierto que, en el principio, la voluntad está producida
totalmente por el deseo, incluyendo en este término la influencia disuasoria del dolor, así como la atracción que ejerce
el placer.
Dejemos de pensar en la persona que se ha formado una
voluntad determinada de obrar correctamente, y tomemos
en consideración aquella en la que la voluntad virtuosa es todavía endeble, sujeta a tentaciones, y en la que no podamos
confiar por completo. ¿Con qué medios puede ser fortalecida? ¿Cómo puede implantarse o despertarse la voluntad de
ser virtuoso allí donde no cuenta con fuerza suficiente? Sólo
consiguiendo que la persona en cuestión desee (desire) la virtud, haciendo que la contemple como algo placentero, o que
vea su carencia como algo doloroso. Sólo se consigue impulsar a tal voluntad a ser virtuosa asociando la actuación debida con el placer y la indebida con el dolor, y destacando, trayendo a primer plano, el placer; haciendo que la persona ex-
104
EL UTILITARISMO
perimente el placer que está naturalmente implicado en lo
uno, y el dolor que conlleva lo otro. Voluntad que, una vez así
asentada, actuará, a partir de entonces, sin tener que tomar
en consideración ni el placer ni el dolor.
La voluntad es hija del deseo, y abandona el dominio de su
progenitor sólo para pasar a depender del hábito. Aquello que
resulta del hábito no abona el presupuesto de que sea intrínsecamente bueno. Por ello no habría razón para desear que el
fin de la virtud estuviese disociado del placer y el dolor, si no
fuese a causa de que la influencia de las asociaciones con el
placer y el dolor que impulsan a la virtud no es suficiente para
garantizar la segura constancia de la acción en ausencia del
apoyo del hábito. Tanto con relación a los sentimientos como
a la conducta, el hábito es lo único que proporciona seguridad. Es a causa de la importancia que tiene para los demás el
poder confiar absolutamente en los sentimientos y conducta
de una persona, y de la importancia que tiene para uno mismo el poder confiar en sus sentimientos y conducta propios,
por lo que la voluntad de obrar correctamente debe ser cultivada de acuerdo con esta independencia habitual. En otras
palabras, este estado de la voluntad es un medio para el bien,
no un bien intrínseco. Por lo demás no entra en conflicto con
la doctrina de que no hay nada bueno para los seres humanos
sino en la medida en que es, o bien placentero, o un medio
para conseguir el placer o eliminar el dolor.
Si esta doctrina es verdadera, el principio de la utilidad ha
quedado demostrado. Que sea verdadera o no, es algo que
dejamos a la consideración del lector reflexivo.
S. Sobre las conexiones entre justicia y utilidad 1
En todas las épocas del pensamiento uno de los más fuertes
obstáculos con los que se ha encontrado la doctrina de que la
utilidad, o la felicidad, es el criterio de lo correcto y lo incorrecto, ha procedido de su confrontación con la idea de la justicia. El profundo sentimiento y la aceptación, aparentemente evidente, que tal palabra provoca con una celeridad y certeza semejantes a las provocadas por un instinto, han hecho
considerar a la mayoría de los pensadores que ponían de relieve una cualidad inherente a los hechos: es decir, demostraban que lo justo debe tener una existencia natural como algo
absoluto, genéricamente distinto de cualquier variedad de lo
conveniente (expedient), en teoría opuesto a lo segundo, aun-
l. Este capítulo ofrece, sin duda, un interés particular, por cuanto las críticas más recientes al utilitarismo, que entroncan con algunas muy antiguas, se refieren, tal como se constata en la obra de Rawls Una teoría de la
justicia, a la, al parecer, imposibilidad del utilitarismo de fundamentar
debidamente una teoría de la justicia. En este capítulo será interesante observar cómo, conforme al razonamiento de Mili, el utilitarismo no sólo da
cabida a la justicia, sino que esta última sólo cobra sentido en cuanto conducente a la felicidad general.
105
106
EL UTILITARISMO
que (como se reconoce habitualmente) nunca, a la larga, independiente de ello en la práctica.
En este caso, como en el de nuestros demás sentimientos
morales, no existe una conexión necesaria entre la cuestión
de sus orígenes y el de su fuerza vinculante. El que un sentimiento nos sea proporcionado por la naturaleza no legitima, necesariamente, sus incitaciones. El sentimiento de
justicia bien pudiera ser un instinto peculiar y requerir, no
obstante, al igual que nuestros demás instintos, el ser controlado e iluminado por una razón superior. Si poseemos
instintos intelectuales que nos llevan a juzgar de un modo
particular, así como instintos animales que nos incitan a
actuar de un modo particular, no es necesario que los primeros sean más infalibles en su esfera que los segundos en
la suya. Muy bien pudiera darse el caso de que los primeros
sugieran, en ocasiones, juicios incorrectos, como los últimos sugieren acciones incorrectas. Sin embargo, aunque
una cosa es creer que poseemos sentimientos naturales de
justicia, y otra el reconocerlos como último criterio de la
conducta, estas dos opiniones parecen, de hecho, íntimamente vinculadas. La humanidad está siempre predispuesta a creer que cualquier sentimiento subjetivo, del que no
quepa dar explicación de su origen, es la revelación de alguna realidad objetiva. Nuestro propósito presente es determinar si la realidad a la que corresponde el sentimiento
de justicia es de índole tal que precisa de una revelación
especial de este tipo, es decir, si la justicia o la injusticia de
una acción es algo intrínsecamente peculiar y distinto de todas
sus demás cualidades, o solamente una combinación de algunas de dichas cualidades, presentadas desde un ángulo
especial.
Para los fines de esta investigación, es de importancia práctica considerar si el propio sentimiento, de justicia e injusticia, es sui generis, como nuestras sensaciones de color y gusto, o un sentimiento derivado, formado por la combinación
5. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
107
de otros2 • Es de gran interés el examinar este aspecto, ya que
la gente, en general, está lo suficientemente dispuesta a conceder que, objetivamente, los dictados de la justicia coinciden
con una parte del ámbito de la conveniencia general y, sin embargo, en la medida en que el sentimiento subjetivo de justicia es distinto del que comúnmente se origina respecto a la
simple conveniencia y, excepto en los casos más extremos de
esta última, es mucho más imperativo en sus exigencias, la
gente tiene dificultades para considerar la justicia sólo como
un tipo o rama particular de la utilidad general, considerando que su fuerza vinculante superior requiere un origen totalmente distinto.
Para arrojar luz sobre esta cuestión es necesario intentar
determinar cuál es el carácter distintivo de la justicia y de la
injusticia, cuál es la cualidad, o si existe alguna cualidad, atribuida en común a todas las formas de conducta denominadas
injustas (ya que la justicia, al igual que muchos de los restantes atributos morales, resulta mejor definida mediante su
opuesto), distinguiéndola de todas las formas de conducta
que son desaprobadas, pero a las que no se aplica tal peculiar
epíteto desaprobatorio. Si en todo lo que los hombres suelen
considerar como justo o injusto está siempre presente algún
otro atributo común, o conjunto de atributos, podemos considerar si dicho atributo en particular, o dicho conjunto de
atributos, serían capaces de generar un sentimiento de aquel
tipo e intensidad peculiares, por virtud de las leyes generales
de nuestra constitución emocional, o si tal sentimiento es
inexplicable y hace necesario que se le considere como una
dotación especial de la naturaleza. Si nos encontramos con
que lo primero es verdad, habremos resuelto, al resolver esta
2. Aquí se enfrentan, como puede observarse, las concepciones deontológicas y teleológicas de la ética, respectivamente. La prime:a ーッウセオャ。イ■@
el valor de la justicia, con independencia de sus consecuencias, mientras
que en el caso de Mill será la felicidad general el criterio en virtud del cual
todos los demás valores, incluida la justicia, cobran validez y sentido.
108
EL UTILITARISMO
cuestión, el problema principal también. En caso contrario,
tendremos que buscar otra forma de llevar a cabo nuestra investigación del problema que nos ocupa.
Para encontrar los atributos comunes a una variedad de
objetos es necesario comenzar por observar los propios objetos en casos concretos. Consideremos, por consiguiente, sucesivamente, los diversos modos de actuación, así como la
disposición de los asuntos humanos, que son clasificados por
la opinión general, o la opinión generalmente admitida, como
justos o injustos. Las bien conocidas causas que motivan los
sentimientos asociados con tales nombres son de carácter
múltiple. Las revisaré rápidamente, sin estudiar ninguna situación determinada en particular.
En primer lugar, se considera muy injusto el privar a alguien de su libertad personal, su propiedad o cualquier otro
objeto que le pertenezca legalmente. Aquí, por consiguiente,
tenemos un ejemplo de la aplicación de los términos «justo»
e «injusto» en un sentido totalmente concreto, a saber, que es
justo respetar e injusto violar los derechos legales de una persona. Sin embargo, este juicio admite excepciones varias, que
derivan de las otras formas en que las nociones de justicia e
injusticia se nos presentan. Por ejemplo, la persona que sufre
la privación puede (tal como se suele decir) haber perdido los
derechos de que se le priva -cuestión que retomaremos posteriormente.
Pero también, y en segundo lugar, los derechos legales de
los que se priva a alguien pudieran ser derechos que no deberían haberle sido concedidos. En otras palabras, la ley que se
los ha conferido puede ser una mala ley. Cuando es así, o
cuando (lo que viene a ser lo mismo para nuestros propósitos) se supone que es así, aparecen opiniones diversas respecto a la justicia o injusticia de infringir la ley. Algunos mantienen que ninguna ley, por mala que sea, debe ser desobedecida por un ciudadano individual, que su oposición a la misma,
de ser mostrada de algún modo, debe encaminarse única-
S. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
109
mente a intentar que sea modificada por la autoridad competente. Esta opinión (que condena a la mayoría de los más ilustres benefactores de la humanidad, y que podría brindar protección con frecuencia a instituciones perniciosas frente a las
únicas armas que, en el estado actual de las cosas, tienen posibilidades de tener éxito frente a ellas) es defendida por
aquellos que la mantienen fundándose en la conveniencia
(expediency), principalmente en aquella tan importante que
se refiere al interés común de la humanidad, de mantener inviolable el sentimiento de sumisión a la ley.
Otras personas, por su parte, mantienen la opinión exactamente contraria de que cualquier ley que se considere mala
puede ser desobedecida sin incurrir en culpabilidad, aun
cuando no se considere injusta sino sólo inconveniente,
mientras que otros restringen la autorización a desobedecerla sólo en el caso de leyes injustas. También, por otra parte, algunos afirman que todas las leyes no convenientes son injustas, ya que toda ley impone algún tipo de restricción en la
libertad natural de los seres humanos, restricción que se
convierte en una injusticia a no ser que esté legitimada por
servir para el bien de la propia humanidad. Todas estas opiniones diversas coinciden, no obstante, en admitir universalmente la posibilidad de que existan leyes injustas 3 , y que la
ley, por consiguiente, no es el criterio último de la justicia,
sino que puede conceder beneficios a unos, o causar perjuicios a otros, lo cual es condenado por la justicia. Cuando, sin
embargo, se considera que una ley es injusta, parece que
siempre obedece a que se sigue el mismo criterio que para
considerar injusto el quebrantamiento de una ley, a saber, la
violación del derecho de una persona, derecho que, como en
este caso no puede ser de tipo legal, recibe una calificación di3. Como puede observarse, Mili pasa aquí por alto la afirmación iusnaturalista de que lex iniusta non est lex, aunque tal vez tal omisión no sea, en
este contexto, excesivamente relevante.
110
EL UTILITARISMO
ferente, siendo denominado como derecho moral. Podemos
afirmar, por consiguiente, que un segundo tipo de injusticia
consiste en privar a una persona de, o negarle, aquello a lo
que tiene derecho moral 4 •
En tercer lugar, se considera universalmente justo que toda
persona reciba aquello (ya sea bueno o malo) que se merece, e
injusto que reciba un bien, o sufra un mal, inmerecido. Esta
es, tal vez, la forma más clara y definida en que la idea de justicia es concebida por la generalidad de los hombres. Dado
que conlleva la noción de mérito, se plantea inmediatamente
la cuestión de ¿qué constituye mérito? Hablando en términos
generales, se entiende que una persona merece el bien si obra
correctamente, el mal si obra incorrectamente. En un sentido
más particular, se entiende que merece recibir bien de aquellos a quienes hace o ha hecho bien, y mal de aquellos a quienes hace o ha hecho mal. El precepto de devolver bien por mal
nunca ha sido considerado como un caso de cumplimiento
de la justicia, sino un caso en el que las pretensiones de la justicia, son rechazadas en atención a otras consideraciones.
En cuarto lugar, resulta injusto tal como se confiesa abiertamente, faltar a la palabra dada a alguien: violar un compromiso ya explícito o implícito, no satisfacer las expectativas
creadas por nuestra propia conducta, al menos si nosotros
hemos creado esas expectativas consciente y voluntariamente. Al igual que las demás obligaciones derivadas de la justicia
que ya se han mencionado, ésta no se considera como absoluta sino como suceptible de ser sobrepasada por una obligación de justicia más fuerte de la otra parte, o por una conducta tal de la persona afectada que se considera que nos libera
de nuestra obligación respecto a ella y que constituye una
confiscación del beneficio que se le ha hecho esperar.
4. Derechos morales a los que suele denominárseles de modo un tanto
ambiguo y equívoco como «derechos naturales», por parte de los iusnaturalistas. La terminología de Mili parece mucho más adecuada.
5. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
111
En quinto lugar, no se aviene con la justicia, según se admite universalmente, el ser parcial -el mostrar favoritismo o
preferencia respecto a una persona en detrimento de otra en
cuestiones en las que el favoritismo y la preferencia no tienen
propiamente cabida-. La imparcialidad, sin embargo, no parece ser considerada como un deber en sí misma, sino más bien
como un instrumento para algún otro deber, ya que se admite que el favoritismo y la preferencia no son siempre censurables y, ciertamente, los casos en que son condenados son más
bien la excepción que la regla. Así, es más probable que se le
criticase que el que se le aplaudiese a una persona que no diese prioridad a su familia y a sus amigos respecto a personas
extrañas por lo que a sus buenos oficios se refiere, siempre
que pudiera hacerlo sin violar algún otro deber. Nadie considera que sea injusto buscar a una persona con preferencia a
otra, ya bien como amigo, conocido o compañero. La imparcialidad es, por supuesto, obligatoria en cuestiones relativas a
los derechos, pero está incluido en las obligaciones más generales de dar a cada uno lo que le es debido. Un tribunal, por
ejemplo, debe ser imparcial, ya que tiene la obligación de
conceder, sin atención a ningún otro tipo de consideraciones,
un objeto en litigio a aquella de las partes que tenga derecho a
él. Existen otros casos en los que la imparcialidad significa
que sólo estemos influidos por los méritos de las partes, como
cuando personas tales como jueces, preceptores o padres, administran premios y castigos en función de su cargo. También hay otros casos en los que significa dejarse influir solamente por consideraciones de interés público, como al hacer
una selección entre varios candidatos para un puesto público.
La imparcialidad, en suma, como una obligación debida a la
justicia, puede significar que influyan en nosotros únicamente las consideraciones que se supone debieran influir en el
caso particular que tratemos, resistiéndonos a dejarnos condicionar por motivos distintos que promuevan conductas
distintas de las que tales consideraciones requerirían.
112
EL UTILITARISMO
Íntimamente asociada con la idea de imparcialidad está la
de igualdad que, a menudo, aparece como un componente
tanto de la concepción de la justicia como de su práctica y
que, a juicio de muchas personas, constituye su esencia. Pero,
en este sentido, todavía más que en los demás casos, la noción
de justicia varía de acuerdo con las personas, adecuándose en
cada caso a la noción que ellas tengan de la utilidad. Todo el
mundo mantiene que la igualdad es una exigencia de la justicia, excepto cuando consideran que razones de conveniencia
(expediency) requieren la desigualdad. La justicia de proteger
por igual los derechos de todo el mundo es mantenida por
aquellos que apoyan la más exacerbada desigualdad en los
propios derechos. Incluso en las sociedades esclavistas se admite, teóricamente, que los derechos del esclavo, tal como
son, deben ser tan sagrados como los del amo, y que un tribunal que deje de protegerlos con igual rigor carece de justicia,
mientras que, al mismo tiempo, no se consideran injustas las
sociedades que dejan al esclavo con pocos derechos que proteger, ya que no se consideran inconvenientes (inexpedient).
Aquellos que consideran que la utilidad requiere diferencias
de rango, no consideran injusto que la riqueza y los privilegios sociales se repartan desigualmente; pero quienes consideran que esta desigualdad es inconveniente la consideran injusta también. Los que piensan que el gobierno es necesario
no ven injusticia alguna en la existencia de tantas desigualdades como se originan al otorgar a los magistrados poderes no
concedidos al pueblo. Incluso entre quienes mantienen doctrinas igualitarias existen diferencias de opinión respecto a la
conveniencia. Algunos comunistas consideran injusto que el
producto del trabajo de la comunidad deba ser compartido
de acuerdo con otro principio que no sea el de la estricta
igualdad; otros piensan que es justo que reciban más los que
tienen mayores necesidades, mientras que otros mantienen
que los que trabajan más, o producen más, o cuyos servicios
son más valiosos para la comunidad, pueden reclamar con
S. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
113
justicia una parte mayor en la distribución de lo producido.
Por supuesto que puede apelarse plausiblemente al sentido de
justicia natural para defender cualquiera de estas opiniones.
Entre tan diversas aplicaciones del término «justicia», que
con todo no se considera ambiguo, resulta algo difícil encontrar el nexo conceptual que las mantiene unidas, nexo del que
depende esencialmente el sentimiento moral que se vincula al
término en cuestión. Quizás, en medio de este confusionismo, podremos derivar alguna ayuda del estudio de la historia
del término, tal como indica su etimología.
En la mayoría, si no en todas las lenguas, la etimología de la
palabra que corresponde a «justo» apunta claramente a un origen vinculado con las ordenanzas legales. Iustum es una forma
de iussum, significando lo que ha sido ordenado. Dikaion se deriva directamente de diké y significa una petición de ley. Recht,
del cual se derivó righty reighteous, es sinónimo de ley. La justice, en francés, es el término establecido para los jueces.
No estoy cometiendo la falacia, que se le imputa con algunos visos de veracidad a Home Tooke5, de presuponer que
una palabra debe seguir significando lo que significó en sus
orígenes. La etimología constituye una pobre evidencia de lo
que comprende la idea ahora significada, aunque es la mejor
evidencia de cómo se originó. No puede haber duda de que la
idée mere, el elemento primitivo en la formación de la noción
de justicia, fue la conformidad con la ley. Constituía la idea
principal entre los hebreos hasta la aparición del cristianismo, como cabría esperar en el caso de un pueblo cuyas leyes
intentaban abarcar todas las cuestiones que precisasen de
preceptos y que creían que tales leyes constituían una emanación directa del Ser Supremo. Pero otras naciones, y en particular los griegos y los romanos, que sabían que las leyes procedían en su origen, y seguían procediendo, de los hombres,
5. Pseudónimo de John Home (1736-1812), escritor radical, amigo personal de Bentham.
114
EL UTILITARISMO
no temían admitir que tales hombres podían haber hecho leyes malas. Es decir, que podían hacer mediante ley las mismas
cosas, y por los mismos motivos que de ser hechas por individuos sin la sanción de la ley serían denominadas injustas. De
ahí que el sentimiento de injusticia se vinculase ahora no a todas las violaciones de la ley sino sólo a las violaciones de leyes
tales que deberían existir, incluyendo leyes que deberían existir pero no existen, y las propias leyes existentes cuando se les
supone contrarias a lo que debería ser la ley. De este modo, la
idea de ley y la idea de sus preceptos continuó siendo predominante en la noción de justicia, aun cuando las leyes realmente en uso dejaron de ser el criterio de aquélla.
Es cierto que la humanidad considera la idea de justicia y las
obligaciones de ella derivables aplicable a muchas cosas que ni
están, ni se desea que pudiesen estar, reguladas por la ley. Nadie
desea que las leyes interfieran en todos los detalles de la vida privada, aun cuando todo el mundo admite que en toda conducta
cotidiana una persona puede mostrarse, y de hecho se muestra,
justa o injusta. Pero, incluso aquí, la idea de quebrantar lo que
debería ser ley sigue apareciendo aunque modificada. Siempre
nos resultaría placentero y gratificaría nuestro sentimiento de lo
que es debido, el que los actos que consideramos injustos fuesen
castigados, aunque no siempre consideremos conveniente que
esto sea hecho por los tribunales. Sacrificamos este tipo de gratificación a causa de los perjuicios incidentales. Nos gustaría ver
que se exige la conducta justa y que se reprime la injusticia, incluso en los detalles más mínimos, si no nos asustara, con razón, dotar a los magistrados de tal ilimitado poder sobre los individuos. cセ。ョ、ッ@
¡>ensamos que una Rersona está obligada en
justicia a realizar algo, decirnos normalmente que debería ser
obligada. a hacerlo. Nos gratificaría comprobar que la obligación
era exigida por alguien que poseyese poder paraello. Si observamos· que su exígencia mediante ley resultaría iñconveniente
lamentamos tal imposibilidad, consideramos la impunidad en
que queda la injusticia como un mal y luchamos por paliarlo fo-
5. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
115
mentando una fuerte desaprobación del ofensor por nuestra
propia parte y por parte de la generalidad de la gente. De este
modo, la idea de una prohibición legal continúa siendo la idea
generatriz de la noción de justicia, aunque experimente diversas
transformaciones antes de que dicha noción, tal como se da en
un estado avanzado de la sociedad, resulte completa.
Lo anterior constituye, creo yo, una explicación auténtica,
hasta el punto al que hemos llegado, del origen y desarrollo
progresivo de la idea de justicia. Debemos observar, sin embargo, que todavía no contiene nada que distinga tal obligación de
la obligación moral en general. Porque la verdad es que la idea
de una sanción penal, que es la esencia de la ley, forma parte no
sólo de la concepción de la injusticia, sino de todo tipo de acción incorrecta N<:>_、・」ゥイョッセ@
セ@ nada_ que sea incorre_go moral- ·
mente a menos que queramos implicar que debería cast¡garse, セL@
de un modo u otro, una persona qüe obrase de tal modo, de
no ser meruante
pc:iririedio de fas críticas de sus conciu- ·'
dad.anos, y de no ser mediante las críticas a través de los reproch.es de su propia conciencia. Éste parece ser el auténtico punto
claveen la distinción entre la moralidad y la simple conveniencia. Es parte de la noción de deber en todas sus formas, el que
una persona pueda ser obligada justamente a cumplir con él.
El deber es algo que puede ser exigido a una persona, al igual
que se exige el pago de una deuda. A menos que consideremos que puede serle así exigido, no se lo asignamos como su
deber. Por razones prudenciales, o a causa de los intereses de
otras personas, puede ser aconsejable no exigir tal cumplimiento, pero está perfectamente claro que la persona afectada no tiene derecho a protestar. Por el contrario, existen otras cosas que
deseamos que la gente haga, por las cuales nos agradan, o por las
cuales las admiramos, y tal vez nos resultaran desagradables y
despreciables en el caso de no hacerlas, aun cuando admitamos
que no están obligadas a ello. No se trata de casos de obligación
moral. No las condenamos o, lo que es igual, no consideramos
que deban ser propiamente objeto de castigo. Tal vez aparecerá
a
la Tey,
"
EL UTILITARISMO
116
'i
S. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
117
!
al final de esta exposición cómo llegamos a elaborar estas ideas
de merecimiento o no merecimiento de castigo, pero yo creo que
no hay duda de que dicha distinción radica en el fondo de las nociones de correcto (right) e incorrecto (wrong), y que denominamos a una conducta incorrecta, o empleamos en su lugar algún
otro término de desagrado o disconformidad según consideremos que la persona debía, o no debía, ser castigada por ella.
Además, afumamos que sería correcto hacer algo determinado,
o meramente que sería deseable o elogiable, según deseemos o
no ver a la persona en cuestión obligada a realizarlo, y no solamente que se le persuada y se le exhorte a actuar de tal modo*.
Comoquiera que ésta no es sino la diferencia característica
que distingue, no a la justicia, sino a la moralidad en general de
los restantes ámbitos de lo conveniente y lo valioso, todavía habría que averiguar qué es lo que diferencia a la justicia de las restantes ramas de la moralidad. Como es sabido, los éticos dividen
los deberes morales en dos clases, comprendidos bajo las desafortunadas denominaciones de deberes de obligación perfecta e
imperfecta. Los últimos son aquellos en los que, aunque el acto
es obligatorio, se deja a nuestro arbitrio las ocasiones particulares en que ha de realizarse, como ocurre en los casos de la caridad y la beneficencia que estamos obligados, por supuesto, a poner en práctica, pero no con relación a personas determinadas,
ni en un momento definido. En セijᄀZゥコオ。ェ・@
más.predso de l9s Ji:セ@
lósofos del De. r.ec.ho, los. d. eber.es. d.e .obligación perfi.ecta.. son
aquellos deberes en virtud de los cuales se genera un derecho correlativo en alguna2ersona o pt;rso.!laS· Los deberes aセ@ oblización imperfecta S()n aql!ellas obligaciones アセァイ。ャ・ウ@
gue no (),rjgi1 nan tal derecho. Creo que se observará que tal distinción coinci-
1
,
<
"·"'
* Véase cómo esta cuestión es resaltada e ilustrada por el profesor Bain,
en un capítulo admirable titulado «The Ethical Emotions, or the Moral
Sense», del segundo de los dos tratados que componen su elaborado y
profundo trabajo sobre la mente. [Se refiere aquí Mili a The Emotions and
the Will, de 1859.]
de exactamente con la que existe entre la justicia y las demás
obligaciones morales. En nuestro examen de las diversas c_Q..ncepciones populares.de AセjQMウNゥ」Gエ←イュョッ@
parecía implicar,
geneñilñíente, Ta ャ、・。セNlゥイ⦅」ィqrウッヲA■@
:-ll!lª. yp$ri<;:la
por parte de uno o más individuos, ウ・ャQセェᄀᄉZゥエ@
a la.g_ue se ッイゥァョセ@
,
cUWOO [á ley confiere un derecho de propiedad U Otr() tipo le_gal.
.Ya bíeñ Iailijüsticia consista en privar a una persona de una ....Nセ@
posesión, o en no mantener la palabra que se le ha dado, o en
'fi
tratarle peor de lo que se merece, o peor que a otras personas
que no tienen más derecho a ello, en todos estos casos el supues- Nセ@
to implica dos cosas: que se causa un perjuicio y que existe una .,;
persona determinada que resulta perjudicada. También se pue- @セ
de cometer injusticia tratando a una persona mejor que a otras,
en cuyo caso el perjuicio se le ocasiona a sus competidores que ,
también son personas determinadas. A mi ュッ、⦅\Aセケ・イNゥj[ヲャᆰアM
セ@
racterística del 」。ウセ@
ZM・A⦅、セ」ィッNjャᆰrイ。エゥカ@
a
オLァセ@
2bligación moral- con,s,tjtuye ャ。Cセイ・ア」ゥNウー■ヲ@
entre
laJ!!§ticia y la generosidad o la penefi<;encia. La ェNオウエゥ」。セーャL⦅@
ca que sea no sólo 」ッイ・セ@
lw::er algo1 e_incor:rectq ¡:io ィ。」・イャッLセ@
slno que tal acción nos pueda ser exigida por alguna persona indivicb.ial por tratarse deiln 、セ・」ィ@
moral suyo. Nadie tiene derecho morara riuésfrá'generosidfld 0°beneficencia ya que no estamos obligados a practicar tales virtudes con relación a ningún
individuo determinado. Se verá con respecto a esto, cómo con
relación a toda definición correcta, los ejemplos que parecen
contradecirla son aquellos que la ratifican más plenamente, ya
que si, por ejemplo, un moralista intenta, como algunos han hecho, indicar que la humanidad en general, aun cuando no ningún individuo en particular, tiene derecho a todo el bien que
podamos causarle, inmediatamente, a tenor de esta tesis, incluirá la generosidad y la beneficencia dentro de la categoría de justicia. Se verá obligado a afumar que nuestros mayores esfuerzos
deben dedicarse a nuestros semejantes, asimilando esto a una
deuda para con ellos. O tendrá que mantener que es lo mínimo
que podemos hacer para compensar a la sociedad por lo que
0
118
EL UTILITARISMO
hace por nosotros, clasificando de este modo el acto como perteneciente a la gratitud, de tal suerte que ambos se reconozcan
como casos de justicia y no de beneficencia. Pues se da el caso de
que todo el que no mantenga la distinción que hemos trazado
entre justicia y moralidad, no conseguirá distinguirlas en absoluto, sino que reducirá toda la moralidad a la justicia.
Una vez que nos hemos dedicado a determinar los elementos distintivos que componen la idea de la justicia, estamos en
disposición de adentrarnos en la investigación relativa a si el
sentimiento que acompaña a dicha idea le es adjudicado por
alguna dotación especial de la naturaleza, o si podría haberse
desarrollado, de acuerdo con alguna ley conocida, a partir de
la propia idea en cuestión. En particular, podremos determinar si puede haberse originado a causa de consideraciones relativas a la conveniencia general.
Considero que tal sentimiento, por sí mismo, no se origina a
partir de nada que pudiese ser habitual o correctamente considerado como relativo a la conveniencia, aun cuando si bien el
sentimiento no se origina así, aquello que tiene de moral sí
cuenta con dicha procedencia. Hemos visto que los dos ingredientes esenciales en el sentimiento de justicia son el deseo de
castigar a la persona que ha hecho daño y el conocimiento o
creencia de que existe algún individuo particular, o algunos individuos, a quienes se les ha causado daño. Ahora bien, a mi
modo de ver, el deseo de castigar a alguien que ha hecho daño
a algún individuo es algo que se genera espontáneamente a
partir de dos sentimientos, ambos naturales en el más alto grado, y que son, o bien se asemejan a, los instintos: el impulso de
auto-defensa y el sentimiento de simpatía (sympathy)6.
6. La traducción de sympathy por 'simpatía' en castellano es tan sólo aproximada, por cuanto la palabra inglesa se encuentra mucho más cerca de
su significado etimológico. Lo mismo ha de entenderse respecto al verbo
correspondiente, sympathize, cuya versión española, 'simpatizar', no le
hace del todo justicia. En lo que sigue ha de tenerse en cuenta esta consideración.
S. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
119
Es natural lamentar, rechazar o vengar cualquier daño que
se haga o se intente hacer contra nosotros mismos o contra
aquellos con los que simpatizamos. No es necesario discutir
aquí el origen de este sentimiento. Ya se trate de un instinto, o
de un producto de la inteligencia, sabemos que es común a
toda naturaleza animal, ya que todo animal trata de hacer
daño a aquellos que han hecho daño, o que él cree que van a
hacérselo, a sí mismo o a sus crías. A este respecto, los seres
humanos sólo difieren de los demás animales en dos cuestiones. En primer lugar, en ser capaces de simpatizar no sólo con
su propia descendencia o, a semejanza de algunos de los animales más nobles, con algún animal superior que es bondadoso con ellos, sino con todos los humanos, e incluso con todos los seres sintientes. En segundo lugar, en poseer una inteligencia más desarrollada que amplía el ámbito del conjunto
de sus sentimientos, ya sean de consideración propia o de
simpatía. A causa de su superior inteligencia, aun no teniendo en cuenta su superior ámbito de simpatías, un ser humano
es capaz de captar una comunidad de intereses entre sí y la sociedad humana de la que forma parte, de tal modo que cualquier conducta que amenace la seguridad de la sociedad en
general es una amenaza para sí mismo y pone en marcha su
instinto (si es que se trata de un instinto) de auto-defensa. La
misma inteligencia superior, conjuntamente con su capacidad de simpatizar con los seres humanos en general, le permite vincularse a la idea colectiva de su tribu, su patria, o la
humanidad, de tal manera que cualquier acto perjudicial
para los miembros de aquellos colectivos despierta su instinto de simpatía y le impulsa a la defensa.
El sentimiento de justicia, en lo que se refiere a aquel de sus
elementos que consiste en el deseo de castigar, es así, tal como
yo lo considero, el sentimiento natural de resarcimiento o
venganza, que el intelecto y la simpatía hace extensible a todos los perjuicios, es decir, a todos los daños que se nos causan a nosotros a través de, o en unión de, la sociedad en su
120
EL UTILITARISMO
conjunto. Este sentimiento, en sí mismo, no tiene nada de
moral en él; lo que es moral es su exclusiva subordinación a
las simpatías sociales, de modo que les sirva y esté a su disposición. El sentimiento natural nos haría rechazar de modo indiscriminado cualquier cosa hecha por otro que nos resulte
desagradable; sin embargo, cuando este sentimiento se moraliza mediante la incorporación de un sentimiento social, sólo
actúa en el sentido que viene determinado por el bien general, de tal modo que las personas justas rechazan los daños
causados a la sociedad, aun cuando ellas no resulten en modo
alguno lesionadas, y no rechazan un daño que se les cause a
ellas personalmente, por penoso que sea, a menos que sea de
un tipo cuya represión interese tanto a la sociedad como a
ellas particularmente.
No es una objeción válida contra lo acabado de postular, el
afirmar que cuando sentimos herido nuestro sentimiento de
justicia no estamos considerando la sociedad en general, ni
ningún interés colectivo, sino sólo un caso individual. Por supuesto que es muy común, aunque no muy elogiable, el sentir
resentimiento simplemente porque se nos ha infligido dolor. Sin embargo, una persona cuyo resentimiento constituye
realmente un sentimiento moral, es decir, alguien que considera primeramente si un acto es condenable antes de permitirse
censurarlo, tal persona, aun cuando no se diga a sí misma de
modo expreso que está tomando partido por los intereses de la
sociedad, ciertamente sí siente que está defendiendo una regla
que es tanto para el beneficio de los demás como para el suyo
propio. Si no experimenta este sentimiento y, por el contrario,
considera el acto simplemente en lo que a él afecta individualmente, no es conscientemente justo. No se preocupa, en este
caso, de la justicia de sus acciones.
Incluso los moralistas anti-utilitaristas admiten lo que acabo de afirmar. Cuando Kant (como se indicó anteriormente)
propone como principio fundamental de la moral: «Obra de
tal suerte que la máxima de tu conducta pueda ser admitida
5. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
121
como ley por todos los seres racionales», virtualmente reconoce que el interés colectivo de la humanidad, o al menos de
la humanidad de modo indiscriminado, debe estar presente
en la mente del agente cuando decide conscientemente acerca
de la moralidad de una acción. De lo contrario, sus palabras
carecerían de significado, ya que el que una máxima, incluso
la más egoísta, no pueda ser adoptada, como cuestión de posibilidad fáctica, por todos los seres racionales -el que exista algún obstáculo insuperable en la naturaleza de las cosas
para su adopción- no puede mantenerse de forma plausible. Para que el principio kantiano tenga algún significado
habrá de entenderse en el sentido de que debemos modelar
nuestra conducta conforme a una norma que todos los seres
racionales pudiesen aceptar con beneficio para sus intereses
colectivos 7 •
Recapitulando lo expuesto: la idea de justicia supone dos
cosas: una regla de conducta y un sentimiento que sanciona
la regla. La primera puede suponerse que es común a toda la
humanidad y encaminada al bien de la misma. Lo segundo
(el sentimiento) se refiere al deseo de que los que infringen la
regla sufran castigo. Está implícita, además, la idea de alguna
persona determinada que resulta perjudicada por el incumplimiento de la regla, cuyos derechos (para utilizar la expresión adecuada al caso) resultan de este modo violados. A mi
7. Aquí Mili está retomando la crítica realizada a Kant al comienzo del
capítulo 1 de esta obra, tratando de dar contenido a un principio que en
su pura formulación formal avalaría, como muchos críticos de Kant han
puesto de relieve, las conductas más varias y menos recomendables éticamente. Podría decirse con relación a este pasaje que fue el propio Mili el
primero que puso de manifiesto las afinidades entre su pensamiento y
el de Kant, tradicionalmente considerados enfrentados, insistiendo en el
componente de imparcialidad común a ambos sistemas morales, y en la
necesidad de que esta imparcialidad tuviese como ámbito de aplicación
las necesidades humanas, so pena, en caso contrario, de convertirse en un
principio vacío.
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EL UTILITARISMO
modo de ver, el sentimiento de justicia es el deseo animal de
ahuyentar o vengar un daño o perjuicio hecho a uno mismo o
alguien con quien uno simpatiza, que se va agrandando de
modo que incluye a todas las personas, a causa de la capacidad humana de simpatía ampliada y la concepción humana
de auto-interés inteligente. De estos últimos elementos deriva
su moralidad dicho sentimiento; de los primeros deriva su
peculiar energía y la fuerza de su auto-afirmación.
He tratado siempre la idea de derecho como algo que reside
en la persona perjudicada y violada por el perjuicio, no como
un elemento separable en la composición de la idea y el sentimiento, sino como una de las formas en las que ambos elementos se encubren. Dichos elementos consisten en el daño
causado a alguna persona o algunas personas determinadas,
por una parte, una exigencia de castigo, por la otra. Si examinamos nuestro estado mental, creo que mostraremos que estas dos cosas incluyen todo cuanto significamos cuando hablamos de violación de un derecho. Cuando decimos que
algo constituye el derecho de una persona, queremos decir
que puede exigir, con razón, de la sociedad que le proteja para
su disfrute, ya bien mediante la ley o por medio de la educación y la opinión pública. Si una persona puede exigir con razón suficiente, en base a lo que sea, que la sociedad legarantice algo, decimos que tiene derecho a ello. Si deseamos demostrar que algo no le pertenece por derecho a una persona,
consideramos que queda demostrado tan pronto se admita
que la sociedad no tenía que tomar medidas para asegurárselo, sino que había que dejarle a merced del azar o de sus propios esfuerzos. Así pues, se dice que una persona tiene derecho a aquello que pueda ganar en competencia profesional
justa, dado que la sociedad no debiera permitir que nadie le
impidiese ganar de ese modo tanto como pueda. Sin embargo, tal persona no tiene derecho a trescientas libras al año,
aunque pueda ocurrir que las gane, ya que la sociedad no tiene por qué garantizar que gane dicha suma. Por el contrario,
S. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
123
si posee acciones por valor de diez mil libras, al tres por ciento, tiene derecho a obtener trescientas libras al año, ya que la
sociedad ha adquirido la obligación de suministrarle unos ingresos de esa cuantía.
Tal como yo lo entiendo, pues, tener derecho es tener algo
cuya posesión ha de serme defendida por la sociedad. Si
quien presenta objeciones continúa preguntando por qué
debe ser así, no puedo ofrecerle otra razón que la utilidad general. Si dicha expresión no parece conllevar un sentimiento
suficiente de fuerza de obligación, ni dar cuenta de la energía
peculiar de tal sentimiento, se debe a que en la composición
de tal sentimiento figura no sólo un elemento racional, sino
también uno animal -la sed de venganza-. Tal ansia deriva su
intensidad, así como su justificación moral, del tipo de utilidad
extremadamente importante e impresionante a que se refiere,
ya que el interés que está involucrado es el de la seguridad, que
es experimentado por todo el mundo como el interés más vital8. Todos los demás bienes terrenos son necesarios para unos
pero no para otros, y se puede incluso prescindir alegremente,
en caso de necesidad, de muchos de ellos o sustituirlos por
otros. Sin embargo, ningún ser humano puede pasarse sin la
seguridad. De ella dependemos para lograr la inmunidad al
daño y la garantía del valor completo de la totalidad de los
bienes que no sean puramente momentáneos, ya que nada
más que la gratificación del presente podría tener valor alguno para nosotros si se nos pudiese privar, al momento siguiente, de todo lo que tenemos, por parte de cualquiera que
fuese en aquel instante más fuerte que nosotros. Ahora bien,
esta necesidad de máxima urgencia, después de la alimenta8. De esta forma el utilitarismo reconoce el interés primordial de la justicia y el respeto a los derechos, sin renunciar a su principio de la máxima
felicidad. Como se verá en lo que sigue, es a causa de que la máxima felicidad es impensable en ausencia de la justicia y el respeto a los derechos,
por lo que estas nociones adquieren un especial interés y despiertan un
peculiar sentimiento moral.
124
EL UTILITARISMO
ción física, no puede ser atendida a menos que la maquinaria
que la satisface se mantenga ininterrumpidamente activa. La
idea que tenemos, por consiguiente, de que podemos exigir a
nuestros semejantes que nos ayuden a asegurarnos el propio
subsuelo de nuestra existencia, genera sentimientos en torno
a ella de una intensidad tan superior a la que se da en cualquiera de los demás casos más frecuentes de utilidad, que la
diferencia de grado (como ocurre a menudo en psicología) se
convierte en una auténtica diferencia de calidad. Esta exigencia presupone aquel carácter de robustez, aquella aparente infinitud e inconmensurabilidad respecto a las demás consideraciones, que constituye la diferencia entre el sentimiento de
lo que es correcto e incorrecto, y lo que es simple conveniencia o inconveniencia. Los sentimientos afectados son tan
fuertes, y necesitamos tanto encontrar la adhesión de los demás (por estar todos interesados por igual en ello), que el
deber compulsivo (ought) o prudencial (should) deviene deber
moral (must), de suerte que la indispensabilidad reconocida
se convierte en una necesidad moral, análoga a la física, y con
frecuencia no inferior a aquélla en fuerza vinculante.
Si el análisis precedente, o algo muy semejante, no proporciona la explicación correcta de la noción de justicia -si la justicia es algo totalmente independiente de la utilidad y constituye un criterio per se, que la mente puede reconocer por simple introspección-, se hace difícil comprender por qué dicho
oráculo interior es tan ambiguo y por qué tal cantidad de cosas parecen justas o injustas según se les contemple desde uno
u otro ángulo.
Se nos dice continuamente que la utilidad es un criterio
indeterminado que cada persona distinta interpreta de un
modo distinto, y que no existe seguridad más que en los dictados inmutables, indiscutibles e inequívocos de la justicia,
que portan consigo las pruebas que sirven de evidencia y que
son independientes de las variaciones de opinión. De ahí habría que suponer que en cuestiones de justicia no se darían
S. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
125
controversias, es decir, que si tomamos la justicia por norma
su aplicación a un caso determinado sería tan poco dudosa
como en los casos de una demostración matemática. Lejos de
ser esto cierto, hay tantas diferencias de opinión, y tantas discusiones, acerca de lo que es justo como las hay acerca de lo
que es útil para la sociedad. No sólo distintas naciones y distintos individuos mantienen diferentes ideas acerca de la justicia, sino que en la mente de un mismo individuo la justicia
no es una norma, principio o máxima únicos, sino una multitud de ellos que no siempre coinciden en sus dictados,
para elegir entre los cuales tiene que guiarse una persona o
bien por algún criterio distinto o por las propias preferencias personales.
Hay personas, por ejemplo, que afirman que es injusto castigar a alguien como ejemplo para otros, manteniendo que el
castigo es justo solamente cuando pretende el bien de la propia persona que lo padece. Otras personas mantienen todo lo
contrario, afirmando que castigar a quienes tienen edad para
discernir sólo por su propio bien es señal de despotismo e injusticia, ya que si de lo que se trata solamente es del bien propio, nadie tiene derecho a controlar lo que cada uno juzga
como bien suyo. Por supuesto que se puede castigar justamente a tales individuos, a fin de impedir que dañen a otros,
consistiendo en esto el ejercicio del legítimo derecho a la
auto-defensa. Por su parte el señor Owen9 afirma que es injusto cualquier tipo de castigo, ya que el criminal no es res9. Se trata de Robert Owen (1771-1858), reformista británico y pionero
del movimiento cooperativo en Gran Bretaña y los Estados Unidos. En su
obra principal, A New ViewofSociety, or Essayon the Principie of the Formation of the Human Character, mantiene el punto de vista de que el carácter del ser humano depende por completo del ambiente que le rodea.
Idea que le llevaría a postular la necesidad del cambio pacífico mediante
la transformación de las costumbres. Bentham coincidía con Owen al respecto, y a su vez Owen participaba con Bentham de la creencia en la necesidad de apelar al principio de la máxima felicidad del mayor número.
126
EL UTILITARISMO
ponsable de su propio carácter; la educación y las circunstancias personales que le han rodeado le han convertido en un
criminal, pero él no es responsable de ello. Opiniones, todas
estas, que son extremadamente plausibles; en la medida en
que la cuestión se plantee con relación a la justicia, sin descender a los principios que subyacen a ésta y son la fuente de
su autoridad, no veo el modo en que puedan ser refutados estos argumentadores, ya que, en realidad, las tres teorías están
amparadas por reglas de justicia evidentemente ciertas. La
primera apela a la reconocida injusticia de elegir a un individuo para ser sacrificado sin su consentimiento, en beneficio
de otras personas 10 • La segunda se funda en la reconocida
justicia de la auto-defensa y la evidente injusticia de forzar a
una persona a aceptar la idea que otro tenga de lo que constituye su propio bien. Los que defienden la postura de Owen
invocan el principio evidente de que es injusto castigar a alguien por aquello que no puede evitar. Cada una de estas
posiciones lleva las de ganar en la medida en que no se vea
obligada a tomar en consideración más que las máximas de
justicia que ha seleccionado, pero tan pronto como las diversas máximas de unos y otros se enfrentan entre sí, cada
disputante parece tener tanto que alegar a su favor como los
demás. Ninguno de ellos puede desarrollar su propia noción de justicia sin tropezar con otra igualmente aceptable.
Son auténticas dificultades las que aquí se presentan. Siempre se les ha reconocido como existentes y se han ideado
muchos mecanismos para eludirlas más que superarlas.
Como salida a la última de ellas, los hombres idearon lo que
denominaron libre albedrío, imaginando que no se podría
justificar el castigar a un hombre cuya voluntad se encuentra en un estado totalmente desastroso, a menos que se su10. Curiosamente, ésta es la acusación más frecuente que suele hacérsele
al utilitarismo: sacrificar individuos por el bien colectivo. Parece palmario que no era ese el espíritu que animaba a Mili.
5. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
127
pusiese que había llegado a tal estado sin haber sido influido
por circunstancias previas.
Para eludir las restantes dificultades una de las invenciones
más socorridas ha sido la ficción de un contrato mediante el
cual, en una época desconocida, todos los miembros de la sociedad se comprometieron a obedecer las leyes y consintieron en
ser castigados si las desobedecían11 , por lo cual otorgaban a sus
legisladores el derecho, que se presupone no habrían podido adquirir de otro modo, a castigarlos, ya por su propio bien o por el
de la sociedad. Se pensó así que con esta feliz idea se soslayaba la
dificultad por completo y se legitimaba la imposición del castigo en virtud de otra máxima aceptada, volenti non fit iniuria, es
decir, que no es injusto lo que se hace con el consentimiento de
la persona que se supone va a sufrir daño con ello. No es preciso
que yo señale que, incluso si dicho consentimiento no fuese sino
una ficción, esta máxima no posee mayor autoridad que las
otras a las que pretende suplir. Por el contrario, es un ejemplo
ilustrativo del modo vago e irregular en el que se desarrollan los
supuestos principios de la justicia. Éste, en particular, se comenzó a utilizar, evidentemente, en auxilio de las duras exigencias
de los tribunales de justicia que a veces se ven obligados a conformarse con presupuestos muy poco demostrados, a causa de
los perjuicios mayores que se derivarían de cualquier intento,
por su parte, de actuar con más sutileza. Sin embargo, ni siquiera los tribunales de justicia son capaces de admitir de modo
consistente tal máxima, ya que permiten que los compromisos
voluntarios sean descartados cuando se da fraude o, en ocasiones, a causa de simple error o falta de información.
Por otra parte, en los casos en que se acepta la legitimidad
de la imposición del castigo, aparecen en escena multitud de
11. Una inteligente crítica a la ficción del contrato puede verse ya en la
obra de Hume A Treatise of Human Nature (1739), libro III, parte II, sección VIII, versión castellana de Félix Duque en Editora Nacional, Madrid,
1977, p. 786.
128
EL UTILITARISMO
concepciones de la justicia que difieren con relación a la determinación del tipo de castigo adecuado a los delincuentes.
Ninguna regla sobre el particular parece ser admitida con
tanta fuerza, conforme al sentimiento primitivo y espontáneo
de justicia, que la lex talionis, ojo por ojo, diente por diente.
Aunque este principio de la ley judía y mahometana ha sido,
en general, abandonado en Europa como máxima práctica,
sospecho que existe en la mayoría de las mentes una secreta
inclinación a su favor, de tal modo que cuando, por casualidad, el que ha delinquido es castigado en la proporción que
tal máxima recomienda, el sentimiento de satisfacción general que se aprecia es prueba fehaciente de lo natural que es el
sentimiento que acepta esta compensación material. Para
muchos, la medida de la justicia en la imposición de la pena
viene determinada por la proporción entre el castigo y la
ofensa, queriendo significar que deba ser medida exactamente conforme a la culpabilidad moral del que ha delinquido
(sea cual sea el criterio que utilicen para determinar la culpabilidad moral), no guardando ninguna relación con la justicia, de acuerdo con esta postura, las consideraciones relativas
a qué proporción de castigo es necesario para disuadir al criminal. Por el contrario, hay otros para los que este tipo de
consideraciones son definitivas, manteniendo que no es justo, al menos en el caso de los hombres, infligir a sus semejantes, cualesquiera que sean sus crímenes, mayor sufrimiento
del que sea suficiente para evitar que reincidan y que los demás imiten su mala conducta.
Tomemos otro ejemplo de un tema al que ya nos hemos referido. En los casos de asociación industrial cooperativa, ¿es
justo o no que el talento y las habilidades den derecho a una
remuneración más elevada? Los que responden negativamente argumentan que quien hace todo lo que puede merece
tanto como el que más, y que no sería justo situarle en una
posición de inferioridad por algo que no es culpa suya, alegándose que las habilidades superiores conllevan ya ventajas
5. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
129
más que suficientes a causa de la admiración que provocan, la
influencia personal que ejercen y las fuentes internas de satisfacción que proporcionan, sin que haga falta añadir a esto
una participación superior en los bienes de la tierra. cッョヲイセ@
me a esta opinión, la sociedad estaría más bien obligada en
justicia a compensar a los menos favorecidos por esta inmerecida desigualdad en capacidades, en lugar de aumentarla.
En el polo contrario de la argumentación se alega que la
sociedad recibe más del trabajador más eficiente y que, dado
que sus servicios son de mayor utilidad, la sociedad debe recompensárselos mejor, añadiéndose que ha contribuido más
al resultado conjunto con su trabajo, por lo que no admitir su
derecho sería una especie de robo, ya que si recibiese lo mismo que los demás sólo se le podría exigir producir en la misma proporción, dedicando al trabajo menos tiempo y esfuerzo en compensación a su superior eficiencia. ¿Cómo decidír
ante estas apelaciones a principios de justicia contrapuestos?
La justicia en este caso presenta dos caras imposibles de armonizar, ya que los disputantes han elegido posiciones opuestas:
uno considera lo que es justo que reciba el individuo, el otro
lo que es justo que la comunidad entregue. Cada uno, desde
su propio punto de vista es irrefutable. Cualquier toma de posición a favor de uno u otro, con fundamento en la justicia,
tendrá que ser totalmente arbitraria. Sólo la utilidad social
puede decidir la preferencia 12•
Por lo demás, ¡cuántos y cuán irreconciliables son los criterios de justicia a los que se hace referencia al discutir la distribución de las cargas fiscales! Unos opinan que se debe pagar
12. セウエ・@
recurso a la utilidad social parecería, a simple vista, dirimir la
cuestió?" a favor de la tesis que mantiene que es justo que la sociedad pague me¡or a aquel que le presta mejores servicios. Sin embargo, la noción
de «utilidad social», y de la utilidad en general, como ya se ha comentado
・セ@ la Introducción, incluye otros bienes además de los puramente mateイセ。ャ・ウL@
por lo cual la respuesta a este dilema resulta mucho más problemática de lo que parece, dentro del marco del utilitarismo de Mili.
130
EL UTILITARISMO
5. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
al Estado en proporción numérica a los medios financieros.
Otros consideran que la justicia ordena lo que denominan
impuestos graduales, de forma que el porcentaje más elevado
corresponda a los que tienen más. Desde la perspectiva de la
justicia natural se presenta como muy defendible la posición
de que no se tomen en consideración los medios económicos
en absoluto y que todo el mundo pague la misma suma de dinero, siempre que sea posible, al igual que los que participan
en una comida o los miembros de una sociedad pagan todos
lo mismo por disfrutar de los mismos privilegios, aun cuando no todos puedan afrontar el gasto por igual. Puesto que
(podría alegarse) la protección de la ley y el gobierno es ofrecida a todos y requerida por todos por igual, no es injusto que
todos la paguen al mismo precio. Se reconoce como justo, y
no como injusto, que un comerciante cobre a todos los clientes el mismo precio por el mismo artículo, y no un precio que
varíe conforme a las capacidades de pago. Cuando esta doctrina se aplica a la distribución de los impuestos no encuentra
defensor alguno, ya que se enfrenta de un modo tan brusco
con los sentimientos humanitarios del hombre, a la vez que con
los de la conveniencia social. Con todo, el principio de justicia al que se apela es tan verdadero y tan vinculante como
aquellos a los que pueda recurrirse en contra de él. Por consiguiente, ejerce una influencia tácita en la línea de defensa utilizada en otros modos de determinar la distribución de los
impuestos. La gente se siente obligada a argumentar que el
Estado hace más por los ricos que por los pobres, a fin de que
se les exija más a aquéllos, aun cuando esto en realidad no sea
cierto, ya que los ricos serían mucho más capaces de protegerse, en ausencia de ley o gobierno, que los pobres y, por supuesto, en tal estado de cosas, probablemente conseguirían
convertir a los pobres en sus esclavos. Otros, por el contrario,
se apartan en tal medida de una idea semejante de la justicia
que llegan a mantener que todos deberían pagar un impuesto
igual por lo que a la protección de su persona se refiere (sien-
131
do dicha protección igualmente valiosa para todos) y un impuesto desigual con relación a la protección de sus propiedades, que son desiguales. Ante esta argumentación otros replican que todo lo que un hombre tiene es tan valioso para él
como todo lo que tiene otro para ese otro. Para superar estos
confusionismos no existe otro medio de esclarecimiento que
recurrir al utilitarismo.
¿Es, pues, la diferencia entre lo justo y lo conveniente una
distinción meramente imaginaria? ¿Ha estado la humanidad
・アオゥカッ」セ、。@
al c.onsiderar que la justicia es más sagrada que la
prudencia (polzcy) y que esta última sólo debe ser escuchada
después de que la primera haya sido satisfecha? En modo algu.no. La ・クーッウセ」ゥョ@
que hemos ofrecido de la naturaleza y
ongen del sentimiento pertinente reconoce una distinción
real. Y セッ@ hay nadie, entre los que manifiestan el más grande
desprec10 por las consecuencias de las acciones como elemento de su moralidad, que otorgue más importancia a esta
distinción que la que yo le otorgo. Mientras que yo discuto las
pretensiones de cualquier teoría que establezca un criterio
imaginario de justicia no fundado en la utilidad, considero, al
mismo tiempo, a la justicia que está fundada en la utilidad
como la parte más importante, e incomparablemente más sagrada y vinculante, de toda la moralidad. La justicia es el
nombre de ciertas clases de reglas morales que se refieren a
las condiciones esenciales del bienestar humano de forma
más directa y son, por consiguiente, más absolutamente obligatorias que ningún otro tipo de reglas que orienten nuestra
vida. De hecho, la idea que hemos averiguado que constituye
la esencia de la justicia, a saber, un derecho que posee un individuo, implica y testimonia esta obligación más vinculante.
Las reglas morales que prohiben que unos causen daño a
otros (entre las cuales nunca debemos olvidar incluir la interferencia perjudicial en las libertades mutuas) son más vitales
para el bienestar humano que ninguna otra máxima, por importante que sea, que sólo indique la mejor manera de sol-
132
EL UTILITARISMO
ventar alguna parcela de la problemática humana. Presentan
además la peculiaridad de constituir el elemento principal a
la hora de determinar la totalidad de los sentimientos sociales de la humanidad. Es mediante su observación, también,
como se mantiene la paz entre los seres humanos. Si lo habitual no fuera obedecerlas, y su desobediencia lo excepcional,
todos verían en todos un enemigo contra el cual deberían estar continuamente en guardia 13 • De no menor importancia
resulta la consideración de que éstos son los preceptos con relación a los cuales la humanidad siente mayor y más directa
urgencia de que sean implantados por los unos en los otros.
Mediante la mutua instrucción prudencial, o la exhortación,
los hombres no lograrían, o creen que no lograrían, nada.
Existe un interés innegable en que se inculquen unos a los
otros mutuamente el deber de la beneficencia positiva, pero
en un grado mucho menor. Es posible que una persona no
necesite jamás la ayuda de nadie, pero siempre precisará que
no le hagan daño. De este modo, las morales que protegen a
todos los individuos de los perjuicios causados por otros, ya
bien directamente o mediante la obstaculización de su libertad de buscar su propio bien, son a un tiempo las más estimadas y las que se tiene mayor interés en que gocen de publicidad y en que sean sancionadas de palabra y de hecho. El que
una persona observe este tipo de moral es lo que prueba y decide sus cualidades para convivir con sus semejantes, ya que
de ello depende el que sea o no una molestia para aquellos
con los que se relaciona. Por lo demás, son estas moralidades
las que determinan primordialmente las obligaciones derivadas de la justicia. Así, los casos más señalados de injusticia,
que producen la sensación de repugnancia característica de
13. Ésa sería, aproximadamente, la visión hobbesiana del hombre en estado natural, en ausencia del Leviathan. Por el contrario, dentro de los supuestos de Mili, el hombre es concebido como un ser naturalmente capaz
de ajustarse a los dictados de la justicia.
5. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
133
este sentimiento, son actos de agresión indebida, o el ejercicio indebido del poder sobre otro. Les siguen a continuación
los que se refieren a la privación indebida a alguien de algo
a lo que es acreedor, intligiéndosele en ambos casos un perjuicio positivo, ya bien en forma de sufrimiento directo, o de
la privación de algún bien, habiendo fundamento razonable,
ya de tipo físico o social, para contar con él.
Los mismos motivos poderosos que obligan a observar
estas moralidades primordiales recomiendan el castigo de
aquellos que las violan. Dado que se despiertan contra estas
personas los impulsos de auto-defensa y defensa de los demás, así como los de venganza, la retribución, el mal por mal,
se conectan íntimamente con el sentimiento de justicia y se
incluyen universalmente en tal idea. El bien por bien forma
parte, asimismo, de los dictámenes de la justicia, si bien esto,
aun siendo su utilidad social evidente -y aun cuando conlleva consigo un sentimiento natural humano-, no presenta a
primera vista aquella clara conexión con el daño o el perjuicio que, dándose en los casos más elementales de justicia e injusticia, es la fuente de la intensidad característica de este tipo
de sentimiento. Sin embargo, dicha conexión, aunque menos
evidente, no es por ello menos real. Quien acepta beneficios y
se niega a devolverlos cuando éstos son requeridos, causa un
daño real al defraudar una de las más naturales y razonables
expectativas, expectativa a la que, por lo demás, debe haber
dado pie, al menos tácitamente, ya que, de lo contrario, pocas
veces se le habrían otorgado beneficios. El grado de importancia que tiene el defraudar esta expectativa, entre los daños
e injusticias padecidos por los hombres, se muestra en el hecho de que constituye la principal malicia de dos actos en
gran medida inmorales como lo son el defraudar al amigo o
el incumplir una promesa. Pocas cosas causan mayor dolor al
ser humano, y ninguna le hiere tanto, que el hecho de que
aquellos en los que habitualmente y firmemente confía le fallen cuando está en apuros. Pocas injurias son mayores que
5. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
134
135
EL UTILITARISMO
esta simple privación de bien. Ninguna provoca mayor resentimiento, ya bien en quien la sufre o en el espectador que
simpatiza con la víctima. De aquí se colige que el principio
de dar a cada uno lo que se merece, es decir, bien por bien así
como mal por mal, no sólo está incluido en la idea de justicia
tal como la hemos definido, sino que es objeto apropiado de
aquel intenso sentimiento que coloca, en la estima de los hombres, lo justo por encima de la simple conveniencia.
La mayoría de las máximas de justicia habituales en el
mundo, y a las que se apela comúnmente en las relaciones.humanas, son simplemente instrumentos para hacer efectivos
los principios de justicia de los que ahora hemos hablado. Así,
la máxima de que una persona es sólo responsable de lo que
ha hecho voluntariamente, o lo que habría podido evitar voluntariamente, la de que es injusto condenar a alguien antes
de escucharle, la de que el castigo debe ser proporcionado a la
ofensa, y otras semejantes, están encaminadas a evitar que el
principio de justicia de devolver mal por mal sea pervertido
al infligir daño sin justificación. La mayor parte de estas
máximas comunes entraron en uso a través de la actuación
de los tribunales de justicia, que se han visto llevados naturalmente a un escrutinio y una elaboración, más profundos
de lo que otros pudieran realizar, de las reglas que precisan
para poder cumplir con su doble misión: la de imponer castigos cuando son merecidos y la de reconocer los derechos
de cada cual.
La primera de las virtudes judiciales, la imparcialidad, es
una obligación de justicia, en parte por las razones acabadas
de mencionar, a saber la de ser una condición necesaria para
el cumplimiento de otras obligaciones de la justicia. Pero éste
no es el único origen del elevado rango, entre todas las obligaciones humanas, de las máximas de igualdad e imparcialidad que, tanto desde el punto de vista de la estimación popular como conforme al criterio de los más ilustrados, se incluyen entre los preceptos de la justicia. Desde un punto de vista,
pueden ser consideradas como corolarios de los principios ya
establecidos. Si es un deber dar a cada uno lo que se merece,
devolviendo bien por bien, así como castigando el mal con el
mal, se sigue, necesariamente, que debemos tratar igualmente bien (a no ser que un deber más elevado lo impida) a todos
los que nos han hecho a nosotros bien por igual, y que la sociedad debe tratar igualmente bien a todos los que le han hecho a ella bien por igual, es decir, a todos los que se han portado igualmente bien en todo. Éste es el criterio abstracto más
elevado de la justicia social y distributiva hacia el cual deberían tratar de converger, cuanto fuera posible, las instituciones y los esfuerzos de todos los ciudadanos virtuosos. Sin embargo, este gran deber moral se basa en un fundamento todavía más profundo, siendo una emanación directa del primer
principio de la moral, y no un mero corolario lógico de doctrinas secundarias o derivadasI 4 •
Tal principio está implicado en el propio significado de la
utilidad, o principio de la mayor felicidad, pues sería una
mera forma verbal vacía, sin significado racional, al menos
que la felicidad de una persona, siempre que sea de igual
grado (con las debidas matizaciones, según su especie),
cuente tanto como la de otra cualquiera. Cumplidas dichas
14. En estas líneas, las que anteceden y las que siguen, se encuentra el núcleo de la doctrina utilitarista, al que, por lo demás, no se le ha hecho la
:nínima justicia. Los desiderata de imparcialidad e igualdad, como Mili va
a afirmar, están implícitos en el propio principio de utilidad. La justicia
tiene un papel tan destacado dentro del utilitarismo, y su componente
primordial, la imparcialidad, como en cualquier ética deontológica o
:ieocontractualista pudiera tenerlo. La diferencia importante es que en
セQゥャ@
ni la imparcialidad, ni ningún otro elemento constitutivo de la justi¿ia es el criterio último en ética. La utilidad es la ratio última de la mora2dad, en virtud de la cual, precisamente, como Mili insiste, la justicia y
セ@
preceptos adquieren la más vital importancia. Por tanto, parece eviセエ・@
que contraponer, en términos generales, la ética utilitarista a las de=ominadas éticas de principios es un grueso error, a menos que se hagan
2s debidas matizaciones.
136
EL UTILITARISMO
condiciones la frase de Bentham «que todo el mundo cuente como uno, nadie como más de uno» debería escribirse
por debajo del principio de utilidad como comentario explicatorio*. El derecho igual de todos a la felicidad, en la estima-
*
Esta implicación, en el primer principio de la teoría utilitarista, de la total imparcialidad entre las personas es considerada por el señor Herbert
Spencer (en su Social Statics) como una prueba en contra de las pretensiones de que la utilidad sea una guía suficiente de lo correcto, puesto que
(afirma él) el principio de la utilidad presupone el principio previo de que
todo el mundo tenga el mismo derecho a la felicidad. Sería más acertado
describirlo como suponiendo que iguales sumas de felicidad son igualmente deseables, ya sean experimentadas por la misma o por distintas
personas. Esto, sin embargo, no es una presuposición, ni una premisa que
precise del apoyo del principio de la utilidad, sino del propio principio en
cuestión, ya que ¿qué es el principio de utilidad si no se da el caso de que
«felicidad» y «deseable» sean términos sinónimos? De haber algún principio previo implicado no puede ser otro que éste, a saber, que las verdades de las matemáticas son aplicables a la valoración de la felicidad, así
como todas las demás unidades de medición.
(El señor Herbert Spencer, en comunicación privada sobre el tema de
la nota precedente, critica el que se le considere como un oponente del utilitarismo y afirma que considera la felicidad como el fin último de la moralidad, si bien defiende que este fin sólo se logra parcialmente mediante generalizaciones empíricas a partir de los resultados observados de la
conducta, y que se obtiene en su totalidad solamente al deducir de las leyes de la vida y las condiciones de la existencia, qué tipos de acciones tienden necesariamente a producir la felicidad y qué tipos de ellas a producir
infelicidad. Con la excepción del uso del término «necesariamente» no
tengo nada que oponer a estas manifestaciones y (omitido este término)
no tengo noticias de que ningún defensor actual del utilitarismo mantenga posiciones contrarias. Ciertamente a Bentham, a quien se refiere el señor Spencer, en particular en su Social Statics, es al que menos se le pudiera acusar de falta de deseos de derivar el efecto de las acciones en la felicidad de las leyes de la naturaleza humana y las condiciones universales de
la vida humana. La acusación que comúnmente se le hace es la de fiarse
demasiado de tales deducciones y de negarse a depender de las generalizaciones a partir de experiencias concretas, lo cual el señor Spencer considera que es a lo que los utilitaristas se limitan. Mi opinión personal (y
por lo que yo recuerdo la del señor Spencer) es que en ética, como en todas las demás ramas de la investigación científica, se precisa de la conci-
S. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
137
ción del moralista y el legislador, implica un igual derecho a
todos los medios conducentes a la felicidad, excepto en la medida en que las inevitables condiciones de la vida humana y el
interés general, en el que está incluido el de todo individuo,
ponen límites a tal máxima, límites que deberían determinarse de modo estricto 15 • Como todas las demás máximas de justicia, ésta no es tampoco, en modo alguno, aplicable o mantenible universalmente. Por el contrario, como ya he indicado, se
subordina a la idea que todo el mundo tiene de la conveniencia social. Con todo, siempre que se considera en modo alguno aplicable, se mantiene que es un dictado de la justicia. Se
considera que todas las personas tienen derecho a igual tratamiento, excepto cuando alguna conveniencia social reconocida requiere lo contrario. De aquí que todas las desigualdades
sociales que han dejado de considerarse convenientes asuman el carácter no simplemente de no convenientes, sino de
injustas, y resulten a la gente tan tiránicas que se pregunten
cómo pudieron haber sido toleradas jamás, olvidando que tal
vez ellos mismos toleren otras desigualdades de acuerdo con
una noción igualmente errónea de la conveniencia. De corregirse tal error, resultaría que lo que aprueban les parecería tan
monstruoso, al menos, como aquello que han aprendido a
condenar. Toda la historia de las mejoras sociales ha consistido en una serie de transiciones mediante las cuales una cos-
liación de los resultados de estos procesos, corroborándose y verificándose mutuamente a fin de proporcionar a alguna proposición general el tipo
y grado de evidencia que constituye una prueba científica.)
15. Una frecuente acusación a la teoría de Mili ha sido la de subordinar
los intereses de los individuos, sus derechos inalienables, al interés del
Todo. Obsérvense, sin embargo, las cautelas que Mili toma al respecto. En
cualquier caso, lo único que Mili decide es lo que habría de hacerse en
caso de conflicto entre distintos individuos. El respeto por la libertad individual aparece debidamente resaltado en su obra On Liberty (1859)
(versión castellana: Sobre la libertad, a cargo de Pablo de Azcárate, Alianza Editorial, Madrid, 2001).
5. SOBRE LAS CONEXIONES ENTRE JUSTICIA Y UTILIDAD
138
139
EL UTILITARISMO
tumbre o institución tras otra, de ser una supuesta necesidad
primaria de la existencia social ha llegado a alcanzar el rango
de una injusticia o tiranía generalmente repudiada. Así ha
ocurrido con la distinción entre esclavos y hombres libres,
nobles y siervos, patricios y plebeyos. Y lo mismo ocurrirá, y
en parte está ya ocurriendo, con las aristocracias de color,
raza ysexo 16 •
Parece desprenderse de lo que se ha dicho que la justicia es
el nombre de determinados requisitos morales que, considerados colectivamente, tienen un valor más alto en la escala de
la utilidad social y son, por consiguiente, de una obligatoriedad más perentoria que ningunos otros, aun cuando se den
casos particulares en los que algún otro deber social es tan
importante como para estar por encima de cualquiera de las
máximas generales de la justicia. De este modo, para salvar
una vida, no sólo puede ser permisible, sino que constituye
un deber, robar o tomar por la fuerza el alimento o los medicamentos necesarios, o secuestrar y obligar a intervenir al
único médico cualificado. En tales casos, puesto que no denominamos justicia a lo que no sea una virtud, normalmente
decimos no que la justicia deba ser suplantada por algún otro
principio moral, sino que aquello que es justo en los casos ordinarios es, en virtud de algún otro principio, injusto en el
caso en cuestión. Mediante esta útil adaptación de nuestros
términos, se logra mantener el carácter de incuestionabilidad
atribuido a la justicia, y nos vemos libres de la necesidad de
mantener que puede existir un tipo de injusticia encomiable.
Creo que las consideraciones que ahora se han ofrecido resuelven la única dificultad real de la teoría utilitarista de la
moral. Siempre ha resultado evidente que todos los casos de
16. Sin duda influido por la que había de ser con el tiempo su esposa, Harriet Taylor, Mili fue uno de los más destacados defensores de la causa femenina en su tiempo. Véase al respecto The Subjection ofWomen (1869),
publicado con posterioridad a la muerte de su esposa acaecida en 1858.
justicia constituyen también casos de conveniencia, radicando la diferencia en el peculiar sentimiento que acompaña a la
primera, en contraposición con la segunda. Si se ha explicado
de modo suficiente este sentimiento característico, y no existe necesidad de presuponer que posea ningún origen peculiar, si se trata simplemente del sentimiento natural de resentimiento moralizado al hacerse coexistente con las demandas
del bien social, y si dicho sentimiento no sólo existe, sino que
debe existir, en todos los tipos de clases a los que corresponde la idea de justicia, esta idea ya no se presenta como un obstáculo insuperable para la ética utilitarista. La justicia sigue
siendo el nombre adecuado para determinadas utilidades sociales que son mucho más importantes y, por consiguiente,
más absolutas e imperiosas que ningunas otras, en cuanto
clase (aunque no más que otras puedan serlo en casos particulares) y que, por tanto, deben ser, como de hecho lo son naturalmente, protegidas por un sentimiento no sólo de diferente grado, sino de diferente calidad, que lo distingue del
sentimiento más tibio que acompaña a la simple idea de promover el placer o la conveniencia humanos, tanto a causa de
la fuerza más concreta de sus mandatos como por el carácter
más severo de sus sanciones.
Un sistema de la lógica (1843)
Libro VI
Capítulo XII
Sobre la lógica de la práctica o del arte,
incluyendo la moralidad y la prudencia 1
l. En los capítulos anteriores nos hemos propuesto caracterizar el estado actual de aquellas ramas del conocimiento denominadas morales, que son ciencias en el único sentido propio
del término, es decir, investigaciones en el proceder de la naturaleza. Es habitual, sin embargo, incluir bajo la expresión «conocimiento moral» e incluso (aunque indebidamente) bajo el
de Ciencia Moral, un tipo de investigación cuyos resultados no
se expresan en el modo indicativo, sino en el imperativo o en
perífrasis equivalentes a tal modo; me refiero a lo que se denomina conocimiento de los deberes, ética práctica o moralidad.
Ahora bien, el modo imperativo es el modo característico
del arte, a diferencia del de la ciencia. Todo lo que se expresa
l. Al igual que en la edición inglesa de Mili: Utilitarianism a cargo de Samuel Gorovitz, incluimos en esta versión castellana, a modo de complemento a El utilitarismo, el capítulo final del tratado de Mill sobre Lógica,
por tratarse de un interesante precedente de la formulación del principio
utilitarista que desarrollaría dieciocho años más tarde. Agradezco al profesor Hare la sugerencia de incluir este capítulo de A System ofLogic en la
versión castellana de El utilitarismo, inclusión que enriquecerá, espero,
la presente edición, permitiendo al lector no sólo un mejor acercamiento
a la propia doctrina utilitarista, sino al método adecuado para su justificación y para toda justificación en ética.
143
144
UN SISTEMA DE LA LÓGICA
en reglas o preceptos, no en afirmaciones relativas a cuestiones fácticas, es arte. La ética o la moralidad es propiamente
una parte del arte correspondiente a la ciencia de la naturaleza humana y la sociedad*.
Por consiguiente, el método de la ética no puede ser otro
que el del Arte, o la Práctica, en general. La parte de tarea todavía no conclusa que nos proponemos en el libro final es la
de caracterizar el método general del Arte, en contraposición
al de la Ciencia.
2. En todas las ramas de actividad práctica, se dan casos en
los que los individuos han de conformar su práctica a una regla
establecida, mientras que hay otras en las cuales parte de su tarea consiste en encontrar o establecer la regla mediante la cual
han de gobernar su conducta. Lo primero ocurre, por ejemplo,
en el caso de un juez sujeto a un determinado código escrito. Al
juez no se le pide que determine qué actuación sería intrínsecamente la más aconsejable en el caso particular, sino sólo dentro
de qué norma legal se circunscribe, que determine qué ha sido
ordenado que se haga en un caso de tal índole y debe suponerse
que es de aplicación en el caso particular. El método debe consistir plena y exclusivamente en la argumentación racional o el
silogismo, consistiendo el proceso en lo que hemos demostrado
cuando examinábamos el silogismo, en qué consistía todo el rawnamiento, a saber, la interpretación de una fórmula.
A fin de que nuestra ejemplificación del caso contrario pueda tomarse de entre el mismo tipo de temas que el primero,
supongamos, como punto de contraste con la posición del
juez, la posición del legislador. Así como el juez tiene leyes que
le guían, así el legislador cuenta con reglas y máximas prudenciales. Sin embargo, sería un error manifiesto suponer que el
* Es casi superfluo observar que existe otro significado de la palabra
Arte, en el cual puede decirse que denota el ámbito o aspecto poético de
las cosas en general, en contraste con el científico. En el texto, la palabra se
utiliza en este sentido más antiguo, que confío no sea del todo obsoleto.
CAPITULO XII
145
legislador está sometido a dichas máximas del mismo modo
que el juez está sometido a las leyes, y que todo lo que tiene que hacer el primero es argumentar a partir de las máximas
para determinar lo que ha de hacerse en el caso particular,
como hace el juez a partir de las leyes. El legislador tiene que
tomar en consideración las razones o fundamentos de las máximas; el juez no tiene que hacer nada semejante con respecto
a las leyes, excepto en tanto en cuanto el tomar aquellos elementos en consideración pueda arrojar luz sobre las intenciones del legislador, cuando sus palabras no las hagan suficientemente patentes. Para el juez la ley, una vez que ha sido determinada positivamente, es el criterio final. Sin embargo, el
legislador, u otro ejecutante que se guíe por las normas en vez
de por sus razones, al modo de los anticuados tácticos alemanes que fueron vencidos por Napoleón, o aquel médico que
prefería que sus pacientes murieran conforme a las normas en
lugar de sanar en contra de ellas, es considerado, con razón,
como un simple pedante y un esclavo de sus propias fórmulas.
Ahora bien, los fundamentos de una máxima de prudencia, o de cualquier regla de arte, no pueden ser otros que los
teoremas de la ciencia correspondiente.
Habrá, pues, que determinar la relación en que se encuentran las reglas de arte respecto a las doctrinas de la ciencia. El
arte se propone a sí mismo un fin a perseguir, define tal fin y
se lo pasa a la ciencia. La ciencia lo recibe, lo considera como
un fenómeno o efecto a estudiar, y una vez que investiga sus
causas y condiciones lo devuelve al arte, juntamente con un
teorema que combina las circunstancias mediante las cuales
puede ser obtenido. El arte entonces examina esta combinación de circunstancias y, según se encuentre dentro de las posibilidades humanas o no, declara que el fin es o no es realizable. Por consiguiente, la única premisa que el Arte suministra
es la premisa mayor original, que mantiene que la consecución del fin determinado es deseable. La ciencia entonces suministra al Arte la proposición (obtenida mediante una serie
CAP!TUW XII
146
147
UN SISTEMA DE LA LÓGICA
de inducciones o deducciones) de que por medio de la realización de determinadas acciones se alcanzará tal fin. A partir
de estas premisas el Arte concluye que la realización de tales
acciones es deseable y, comprobando que también es posible,
convierte el teorema en una norma o precepto.
3. Merece especial atención el hecho de que el teorema o la
verdad especulativa no están listos para convertirse en un
precepto hasta que la totalidad, y no solamente una parte, de
la operación que pertenece a la ciencia no haya sido realizada.
Supongamos que sólo hemos llevado a cabo el proceso que corresponde a la ciencia hasta un punto determinado, descubriendo que una causa particular producirá el efecto deseado, pero
sin determinar todas las condiciones negativas también necesarias, es decir, todas las circunstancias que, de estar presentes,
impedirían su consecución. Si, en este estado imperfecto de la
teoría científica, intentamos configurar una regla de arte, realizamos tal operación prematuramente. Ocurrirá que siempre
que haga su aparición cualquier causa atacante que haya sido
pasada por alto en el teorema la norma quedará en entredicho; habiendo empleado los medios no conseguiremos el fin.
Ninguna argumentación hecha a partir de la regla, o acerca
de la misma, nos ayudará a solventar dicha dificultad. No hay
nada que hacer sino volver atrás y finalizar el proceso científico que debería haber precedido a la formación de la regla.
Debemos replantear la investigación para indagar respecto al
resto de las condiciones de las que el efecto depende. Sólo una
vez que hayamos determinado la totalidad de las mismas estaremos en condiciones de transformar la ley completa de los
efectos en un precepto, en el cual se prescriban como medios
aquellas circunstancias o combinaciones de circunstancias
que la ciencia señala como necesarias.
Es cierto que, por razones de conveniencia, las reglas deben
formarse a partir de algo que no alcance a ser totalmente esta
teoría idealmente perfecta. En primer lugar, debido a que raras
veces la teoría puede resultar idealmente perfecta y, además,
porque si se incluyesen todas las セッョエゥァ・」。ウ@
_・ァ。エゥカセL@
ya
sean de aparición frecuente u ocas10nal, resultana demasiado
enojoso tenerlas que aprender y recordar, 、セ。ウ@
ョオ・ウエイセ@
capacidades ordinarias, en la mayoría de las ocas10nes de la VIda セ_イᆳ
mal. Las reglas de arte no intentan comprender más 」ッョ、ゥセᆳ
nes que las que han de tenerse en cuenta en. las circunstancias
normales, siendo, por consiguiente, siempre rmperfectas. En las
artes manuales, en las que las condiciones exigidas no son numerosas, y en donde aquellas que las reglas no esp;cifica;i _son
generalmente o bien evidentes al observador comun o イ。ーゥ、セ@
de aprender mediante la práctica, se puede actuar con segundad siguiendo las reglas por parte de las personas que no conode
cen más que dichas reglas. Pero en los asuntos más セューャ・ッウ@
la vida, y más todavía en los que conciernen a la VIda sonal _Y a
los Estados, no se puede fiar uno de las reglas solamente, smo
」ゥ・ョセ。ウ@
en que セ・@ funque habrá que retrotraerse a las ャ・ケセ@
dan. Saber cuáles son las contingencias practicas que exigen la
modificación de la regla, o que constituyen, por completo, excepciones a la misma, significa saber qué combinaciones decircunstancias obstaculizarían o impedirían totalmente las consecuencias de tales leyes, lo cual sólo puede conocerse mediante
referencia a los fundamentos teóricos de la regla.
」セョウゥ、・イ。£@
las
Un ejecutante prudente, por 」ッョウゥァオセエ・L@
reglas sólo como algo provisional. Habiendo sido pensadas
para los casos más numerosos, o para 。アオ・ャッセ@
que ウ・、セ@
con
más frecuencia, indican el modo en el que sera menos ー・ャゥセイッᆳ
so actuar cuando se carece de tiempo o de medios para analizar
las circunstancias reales del caso, o cuando no podamos fiarnos de nuestra capacidad para estimarlas. Sin embargo, ell?
no obsta para que -siempre que las circunstancias lo pen?itan- no hayamos de recorrer el proceso científico requerid?
para configurar una regla a partir de los datos del caso particular con el que nos encontremos. Al mismo tie_mpo, la regla
común puede muy bien servir como advertenci_a de que セ[ᆳ
mos encontrado nosotros y los demás un cierto tipo de accion
148
UN SISTEMA DE LA LÓGICA
que se adecua bien a los casos que se dan con más frecuencia,
de tal modo que de no ser apropiada para el caso en cuestión
se deberá, probablemente, a alguna circunstancia no habitual.
4. Resulta, por consiguiente, evidente el error de los que deducen el tipo de conducta apropiado a cada caso particular a
partir de supuestas máximas prácticas universales, olvidando
la necesidad de retrotraerse constantemente a los principios
de la ciencia especulativa, a fin de estar seguros de conseguir siquiera el fin específico que las reglas tienen a la vista. Todavía
mucho mayor debe ser el error de establecer tales principios inconmovibles no sólo como reglas universales para conseguir
un fin determinado, sino como reglas generales de conducta,
sin considerar la posibilidad no sólo de que alguna causa modificadora pueda impedir la consecución del fin determinado,
con los medios que la regla prescribe, sino que su propia consecución pueda entrar en conflicto con algún otro fin, que pudiera
darse el caso que fuera más deseable.
Éste es el error habitual que cometen muchos teóricos políticos a quienes definiría como miembros de la escuela geométrica, especialmente en Francia, en donde los razonamientos a
partir de las reglas prácticas constituyen la principal materia
prima de la oratoria periodística y política, debido a una mala
interpretación de las funciones de la deducción que ha hecho
caer en el descrédito, por parte de la estima de otros países, el espíritu de generalización tan honrosamente característico de la
mentalidad francesa. Los lugares comunes de la política en
Francia están constituidos por máximas amplias y ambiguas a
partir de las cuales, como premisas últimas, los hombres descienden a las aplicaciones particulares, lo cual consideran como
una actuación conforme con la lógica y la consistencia. Por
ejemplo, argumentan constantemente que deben adoptarse esta
y aquella medida, ya que son consecuencia del principio sobre el que se fundamenta la forma de gobierno, consecuencia
del principio de la legitimidad o del principio de la soberanía del
pueblo. A lo cual puede responderse que si éstos son realmente
CAPfTUW XII
149
principios prácticos, deben basarse en fundamentos especulativos. La soberanía del pueblo (por ejemplo) debe constituir un
fundamento correcto del gobierno debido a que un gobierno así
constituido produce determinados efectos benéficos. Sin embargo, en la medida en que ningún gobierno produce todos los
efectos benéficos posibles, sino que todos van acompañados de
mayores o menores imperfecciones y, dado que éstas no pueden
superarse con medios extraídos de las propias causas que las
producen, con frecuencia resultará una recomendación mucho
mayor de una disposición práctica particular el que no se siga
de lo que se denomina el principio general del gobierno, que el
que se siga. En un gobierno legitimado habría que partir, más
bien, de un presupuesto a favor de las instituciones de origen
popular, y en una democracia a favor de disposiciones que tiendan a frenar el ímpetu de la voluntad general. El tipo de argumentación que con tanta frecuencia se confunde en Francia con
filosofía política tiende a que dirijamos nuestros máximos esfuerzos a agravar, en vez de aliviar, las imperfecciones características, de cualquier tipo que sean, del sistema de instituciones
que prefiramos, o en el que se dé el caso que vivamos.
5. Por tanto, los fundamentos de toda regla de arte han de
buscarse en teoremas de la ciencia. Un arte, o lo que constituye
un arte, consta de reglas, conjuntamente con tantas proposiciones especulativas como sean precisas para la justificación de tales reglas. El arte completo de cualquier materia incluye una selección de tal porción de la ciencia como sea necesaria para
mostrar de qué condiciones dependen los efectos que el arte se
propone producir. Y el Arte, en general, consiste en las verdades de la ciencia, dispuestas del modo más conveniente para la
práctica, en lugar del orden más conveniente para la especulación. La ciencia agrupa y dispone las verdades de manera que
podamos captar de una sola ojeada todo lo que sea posible del
orden general del universo. El Arte, aunque debe presuponer
las mismas leyes generales, sólo las sigue en aquellas de sus
consecuencias particulares que han llevado a la formación de
150
UN SISTEMA DE LA LÓGICA
CAPÍTULO XII
reglas de conducta, y pone en conexión, extrayéndolas de partes de la ciencia de lo más distantes entre sí, las verdades que se
refieren a la producción de las condiciones diferentes y heterogéneas necesarias para producir los efectos que las exigencias
de la vida práctica requieren*.
Por consiguiente, puesto que la ciencia estudia los diversos
efectos que se siguen de cada causa, mientras que el arte vincula cada efecto a las múltiples y diversas causas que lo producen, se necesita un conjunto de verdades científicas intermedias, derivadas de las más elevadas generalidades de la
a servir como principios generales, o priciencia y 、・ウセゥョ。@
n_iero,s, de diversas artes. M. Comte considera la operación
científica de conformar dichos principios intermedios como
uno de los logros reservados a la filosofía del futuro. El único
ejemplo concreto que señala como realmente realizado, y que
puede mostrar como algo a ser imitado en cuestiones importantes, es la teoría general del arte de la Geometría DescriptiカセGL@ エセ@ como es concebida por M. Monge. Sin embargo, no es
difícil comprender cuál debe ser, en general, la naturaleza de
estos principios intermedios. Después de determinar la concepción más amplia posible del fin a perseguir, es decir, el
efecto que ha de producirse, y de determinar de la misma manera amplia el conjunto de condiciones de las que el efecto
depende, queda pendiente una revisión general de los recurセッウ@ de queセオ・@ ィ。セ@
echar mano para que se cumpla este conJunto de condic10nes. Cuando el resultado de dicha revisión
h.a sido セエゥ」オャ。、ッ@
en el menor número posible de proposiciones mas abarcadoras, dichas proposiciones expresarán la
イセャ。ゥ_ョ@
ァ・ョイセ@
・セエイ@
los medios disponibles y el fin, y constltwran セ。@ teona científica del arte en general, a partir de la
cual se siguen como corolarios sus métodos prácticos.
*
El profesor Brain y otros denominan a la selección de las verdades científicas hecha con vistas a un arte, una Ciencia práctica, y limitan el mismo
Arte a las reglas existentes.
151
6. Pero aunque los razonamientos que conectan el fin o
propósito de cada arte con los medios adecuados pertenecen
al dominio de la Ciencia, la definición del propio fin pertenece exclusivamente al Arte, y constituye su dominio particular.
Cada arte presenta un primer principio único, o una premisa
mayor general, no tomados de la ciencia, a saber, aquellos que
enuncian el objeto que se persigue y afirman que constituye un objeto deseable. El arte de la construcción presupone
que es deseable contar con edificaciones; la arquitectura (en
cuanto una de las Bellas Artes) presupone que dichas edificaciones hayan de ser hermosas e impresionantes. Las artes higiénicas y médicas presuponen, la una que la conservación de
la salud, la otra que la curación de las enfermedades, son fines
adecuados y deseables. Éstas no son proposiciones científicas. Las proposiciones científicas afirman cuestiones fácticas:
una existencia, una co-existencia, una sucesión o una semejanza. Las proposiciones de las que ahora hablamos no afirman la existencia de nada, sino que aconsejan o recomiendan
que algo sea. Constituyen una clase por sí mismas. Una proposición cuyo predicado se expresa mediante las palabras
debe (ought) o debería ser (should be) es genéricamente distinta de aquella que se expresa mediante es o será. Es cierto
que, en el sentido más amplio de la palabra, incluso tales proposiciones afirman algo como cuestión fáctica. El hecho afirmado por ellas es el de que la conducta recomendada produce en la mente del hablante el sentimiento de aprobación2 •
Esto, sin embargo, no llega al fondo de la cuestión, ya que la
aprobación del hablante no es razón suficiente para que los
demás deban también aprobar algo 3 • Ni tampoco constituye
2. Estimación que ofrece fuertes puntos de convergencia con la posición
de Hume, si bien tanto Hume como Mili maticen tal afirmación que, tomada literalmente, resultaría cuando menos desafortunada.
3. Punto interesante que hoy en día ha servido para refutar las tesis más
fuertes de la concepción «emotivista» de la ética.
152
UN SISTEMA DE LA LÓGICA
una razón concluyente ni siquiera para el propio hablante.
Para los propósitos de la práctica, a todos se les debe exigir
que justifiquen su aprobación4 , para lo cual se precisa de premisas generales que determinen cuáles son los objetos adecuados de aprobación y cuál es el orden adecuado de preferencia entre dichos objetos.
Estas premisas generales, junto con las principales conclusiones que pueden deducirse a partir de ellas, forman (o más
bien debieran formar) un cuerpo doctrinal que constituye
propiamente el Arte de Vivir, en sus tres aspectos: Moralidad,
Prudencia o arte de actuar (policy) y Estética, es decir, lo correcto moralmente (the Right), lo conveniente (The Expedient)
y lo hermoso o noble, tanto en la conducta como en las obras
humanas. Arte este (que, en sus aspectos principales está,
desafortunadamente, todavía por crear) al que se subordinan
todas las demás artes, ya que sus principios son los que deben
determinar si el objetivo especial de cualquier arte es digno y
deseable y qué lugar ocupa dentro de la escala de objetos deseables. Todas las artes son, de este modo, el resultado conjunto de las leyes de la naturaleza, que la ciencia pone de relieve, y
los principios generales de lo que ha sido denominado Teleología o Doctrina de los Fines*, los cuales, a su vez, utilizando el
lenguaje de los metafísicos alemanes, podrían denominarse,
no sin propiedad, principios de la Razón Práctica.
Un observador científico o un especulador, simplemente
en cuanto tal, no es un consejero práctico. Su papel consiste
solamente en mostrar que determinadas consecuencias se si-
4. Posiciones que van desde la de Nowell-Smith, Hare, Toulmin, o la llamada «corriente de las buenas razones» avalan, en la actualidad, este agudo examen meta-ético acerca de la lógica de la argumentación ética realizado por Mili.
* La palabra Teleología también se utiliza, aunque de modo inconveniente e inapropiado, por algunos autores como denominación del intento de
explicar los fenómenos del universo a partir de causas finales.
CAPfTULO XII
153
guen de ciertas causas y que para conseguir ciertos fines unos
medios determinados son los más eficaces. El que los fines
como tales deban ser perseguidos y, de serlo, en qué casos y
en qué medida, no forma parte de las decisiones que su tarea
como cultivador de la ciencia le imponen, ni la ciencia, por sí
sola, le facultará jamás para tal decisión. En las ciencias puramente físicas no existe gran tentación de asumir esta tarea
adicional. Sin embargo, quienes estudian la naturaleza humana y la sociedad, invariablemente tienen tal pretensión. Siempre se proponen determinar no simplemente lo que es, sino lo
que debe ser. Para que pudieran hacerlo sería imprescindible
contar con una doctrina completa de la Teleología. Ninguna
teoría científica, por perfecta que sea, acerca del tema en discusión, considerado simplemente como parte del orden de la
naturaleza, puede, en modo alguno, servir como sustituto. En
este sentido las diversas artes subordinadas proporcionan
una analogía que puede desorientar. En ellas pocas veces existe necesidad alguna evidente de justificar el fin, puesto que,
en general, nadie niega su deseabilidad, de modo que sólo
hay que acudir a los principios de la Teleología cuando se trata de decidir el orden de preferencia entre aquel fin y otro distinto. Sin embargo, un estudioso de la Moral y la Política precisa de tales principios en todo momento. La exposición más
detallada y bien organizada de las leyes de sucesión y co-existencia entre los fenómenos mentales o sociales, o de sus relaciones entre sí como causas y efectos, no será de utilidad alguna respecto al arte de Vivir o el arte de la Convivencia (Society), si se deja que los fines a perseguir por tal arte vengan
determinados por las vagas sugerencias del intellectus sibi
permissus (que el intelecto se autopermite), o se den por descontado sin analizarlos o cuestionarlos.
7. Existe, pues, una Philosophia Prima peculiar al Arte, así
como existe otra que corresponde a la Ciencia. No sólo existen primeros principios del conocimiento, sino también primeros principios de la Conducta. Debe existir algún criterio
154
UN SISTEMA DE LA LÓGICA
CAPÍTULO XII
mediante _el cual 、・エイュゥセ。@
la bondad o maldad, absoluta y
comparativa, de fines u obJetos de deseo. Y sea cual sea tal criterio, no puede ser más que uno, ya que si existiesen varios
principios últimos de conducta, la misma conducta podría
ser aprobada por uno de tales principios y condenada por
otro, de modo que se precisaría de algún principio más general para decidir entre ellos.
Consecuentemente, los estudiosos de la filosofía Moral
han experimentado en su mayoría la necesidad no sólo de referir todas las normas de conducta, y todos los juicios de ala「Nセコ。@
,Y セッョ、・。L@
a principios, sino de referirlos a algún princ1p10 umco, a alguna norma o criterio con el que se exija que
todas las demás normas de conducta sean consistentes, y del
cual, mediante apelación a consecuencias últimas, pudieran
ser todas deducidas. Aquellos que han abandonado el presuーセ・ウエッ@
de tal criterio universal sólo han podido hacerlo supomendo que un sentido moral, o instinto, inherente a nuestra
naturaleza nos informa tanto respecto a qué principios de
conducta hemos de observar como también respecto a en qué
orden deberían estar subordinados entre sí.
La teoría de la fundamentación de la moral es un tema que
・ウエセ。@
fuera de lugar discutir extensamente en un trabajo de
este tipo, y que no podría ser tratado incidentalmente con ninútil. Me conformaré, por tanto, con afirmar que
gún ーイッセウゥエ@
la doctnna de los principios morales intuitivos, aun si fuese
verdadera, sólo sería aplicable a aquella parte del ámbito de la
conducta que se denomina propiamente moral. Quedaría por
establecer todavía algún principio o criterio general para el resエセ@ de la vida práctica y, de escogerse correctamente tal princip10, se comprobaría, según yo entiendo, que es igualmente adecuado como principio último de la Moralidad, así como para el
de la Prudencia, el arte de actuar (Policy), o el gusto.
sセ@ ゥョエ・セ。イ@
ェオウセゥヲ」@
en este lugar mi posición, ni siquiera
defimr el tipo de JUStificación de que es susceptible, simplemente declaro mi convicción de que el principio general con el
que deben conformarse todas las reglas de la práctica, y el criterio por el cual deben ser probadas, es el de que conduzcan a
la promoción de la felicidad de la humanidad, o más bien de todos los seres sintientes: en otras palabras, que la promoción de
la felicidad es el principio último de la Teleología*.
No pretendo afirmar que la promoción de la felicidad deba
ser, en sí misma, el fin de todas las acciones, ni siquiera de todas las reglas de acción. Es la justificación, y debe ser lo que
controle todos los fines, pero no es, en sí misma, el único fin.
Existen muchas acciones virtuosas, e incluso modos virtuosos de acción (aunque los casos son, creo, menos frecuentes
de los que se supone) por los cuales se sacrifica la felicidad en
un caso particular, produciéndose más dolor que placer. Sin
embargo, las conductas de las que puede afirmarse esto último con verdad sólo pueden ser justificadas si puede mostrarse que, en conjunto, se producirá más felicidad en el mundo si se cultivan los sentimientos que harán que la gente, en
casos determinados, desestime la felicidad. Admito por completo que esto es cierto: que el cultivo de una nobleza ideal de
la voluntad y la conducta debe ser un fin para los seres humanos individuales, para los cuales la búsqueda específica ya
bien de su propia felicidad o la de los demás (excepto en la
medida en que estén incluidas en aquella idea) debe abandonarse, en caso de conflicto. Sin embargo, mantengo que la
propia cuestión relativa a lo que constituye esa grandeza de
carácter ha de ser ella misma decidida mediante referencia a
la felicidad como criterio. El propio carácter debe ser, para el
individuo, un fin principal, simplemente porque la existencia
de esta nobleza ideal de carácter, o un acercamiento aproximado a la misma, en cualquier grado, contribuirá, más que
ninguna otra cosa, a la realización de una vida humana feliz,
* Una discusión expresa, así como la vindicación de este principio, puede verse en el pequeño volumen titulado El utilitarismo (1861 ).
r
155
156
UN SISTEMA DE LA LÓGICA
tanto en el sentido comparativamente modesto del placer y la
liberación del dolor, como en el sentido más elevado de convertir la vida no en lo que es ahora casi universalmente, pueril e insignificante, sino en algo que pueda ser apetecido por
seres humanos con facultades altamente desarrolladas.
8. Con estas observaciones debemos terminar esta visión
resumida de la aplicación de la lógica general de la investigación científica a las esferas moral y social de la ciencia. A pesar de la extremada generalidad de los principios del método
que he establecido (generalidad que, confío, no es en este caso
sinónimo de vaguedad), he abrigado la esperanza de que a alguno de aquellos a los que corresponderá la tarea de llevar las
ciencias más importantes a un estado más satisfactorio, estas
observaciones puedan serles de utilidad, tanto para evitar el
error como para esclarecer la verdadera concepción de los
medios con los que, en temas de un grado tan elevado de
complejidad, puede obtenerse la verdad. Si esta esperanza no
se ve defraudada, se habrá adelantado en alguna medida lo
que, probablemente, ha de constituir el gran logro intelectual de las dos o tres próximas generaciones de pensadores
europeos.
Índice
INTRODUCCIÓN, por Esperanza Guisán ·······················
7
EL UTILITARISMO
l. Observaciones generales .......................................... .
2 Qué es el utilitarismo .......... ·················· ···· ········ ····· ····
3: De la sanción última del principio de オエゥャセ、。@
:·······
4. De qué tipo de prueba es susceptible el pnnc1p10 de
utilidad ....................................................................... .
5. Sobre las conexiones entre justicia y utilidad ··········
41
48
81
94
105
UN SISTEMA DE LA LÓGICA. Libro VI
Capítulo XII. Sobre la lógica de la ーイ£」エセ。@
o del arte,
incluyendo la moralidad y la prudencia ······· ........... .
157
143