Lluís Companys o Miguel Núñez nunca pudieron plantearse tirar la toalla - Catalunya Plural
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Pedro Sánchez | FSA-PSOE

Lluís Companys o Miguel Núñez nunca pudieron plantearse tirar la toalla

Pedro Sánchez ha podido plantearse algo que ni Lluís Companys ni Miguel Núñez pudieron ni siquiera plantearse, y eso es una buena noticia. Ahora no hay otra salida que avanzar.

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¿Cómo hubieran sido las vidas personales de Lluís Companys o Miguel Núñez si hubieran dejado de luchar? El presidente Lluís Companys resistió toda la guerra sin desfallecer y, tras ser detenido por los nazis en Francia, fue asesinado en Montjuïc por la dictadura franquista. El líder del PSUC, Miguel Núñez, tras ser torturado en la comisaría de Via Laietana, fue condenado a muerte y pasó diecisiete años en prisión. Su compañera, Tomasa Cuevas, militante comunista como él, también fue encarcelada y torturada. Companys y Núñez nunca renunciaron a la lucha por mucho que afectara su vida personal y sus familias. He elegido dos ejemplos de dos ideologías diferentes, pero sus casos representan los de miles de personas que lucharon por la democracia.

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Afortunadamente, los tiempos han cambiado y las circunstancias no son ni de lejos tan dramáticas. Por eso hay que respetar la voluntad del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, de parar su actividad para meditar si dimitía. Los ataques a su pareja, Begoña Gómez (“su entorno” dice hipócritamente Núñez Feijóo), le llevaron a plantearse una decisión traumática. Mucha gente progresista ha celebrado su continuidad porque más allá de la suerte de una persona lo que estaba en juego, y aún lo está, es la continuidad del gobierno de coalición entre PSOE y Sumar y el mismo funcionamiento de la democracia. Pero este episodio debería hacer reflexionar a toda la sociedad, empezando por los mismos socialistas.

En el PSOE y en el PSC les ha faltado empatía con otros afectados por el Lawfare

El lawfare es desafortunadamente una práctica habitual que ha afectado a mucha gente de ideologías diferentes: Xavier Trias y otros militantes nacionalistas, Podemos, Mónica Oltra… mientras el PSOE respondía siempre con la cantinela de su respeto a las decisiones del poder judicial. Pero hay un caso en que los mismos socialistas propiciaron la guerra sucia: el ataque constante contra la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.

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El PSC, a pesar de compartir gobierno con ella, estuvieron detrás de denuncias injustas, ahora archivadas, alguna propiciada por el mismo entorno socialista: Pedro Acebillo, que fue arquitecto en jefe del Ayuntamiento en la época del alcalde Joan Clos, o Ángel Simón, presidente de AGBAR y ex alto cargo socialista en la Mancomunidad Metropolitana de Municipios de Barcelona. No tuvieron ningún escrúpulo en participar del juego sucio de denuncias y querellas de los lobbies de los poderosos. Y los independentistas, que ahora se quejan con razón del menosprecio que sufrieron del PSOE, no expresaron ninguna clase de solidaridad con Colau.

Tampoco mostraron el PSC y el PSOE empatía con los dirigentes independentistas encarcelados durante años: me consta el sufrimiento personal de sus parejas y sus hijos e hijas. Los indultos no llegaron hasta que la persistencia de Jaume Asens los impulsó y la amnistía no se ha tramitado hasta que la aritmética parlamentaria la ha hecho imprescindible. Y el dolor es extensible a casos como el de Carles Puigdemont, que estos días no puede asistir al entierro de su madre. Las discrepancias políticas no deberían hacer perder las relaciones personales. ¿Sería mucho pedir, ahora que Pedro Sánchez ha probado el sabor amargo de la injusticia, que se produjera un cierto reconocimiento del sufrimiento de otros políticos?

No hay más salida que avanzar

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Tal como escribió acertadamente el catedrático Javier Pérez Royo, hace pocos días en elDiario.es, el problema no son las denuncias de Manos Limpias o otros grupos fascistas, sino el poder judicial. La derecha y la extrema derecha saben que sus querellas, por muy sesgadas y falsas que sean, tienen un elevado porcentaje de posibilidades de ser admitidas por algún juez conservador: siempre juegan sobre seguro.

Durante mucho tiempo el PSOE ha mirado hacia otro lado: es significativo que el ministro y magistrado Grande-Marlaska haya confesado que la primera vez que ha criticado una decisión judicial ha sido cuando un juez ha admitido a trámite la denuncia contra Begoña Gómez. ¿Ha estado callado durante años porque no encontraba motivo para la crítica? ¿Ahora ha caído del caballo y ha descubierto lo que está pasando en el poder judicial porque afecta directamente al PSOE? Hoy, al contrario de lo que siempre ha defendido el ministro del Interior, toca avanzar en derechos y libertades. Es normal que la crisis y la posterior decisión de Sánchez mejoren las expectativas de voto del PSOE. Pero paradójicamente pienso que la continuidad del presidente y su gobierno favorece también a la larga a Sumar.

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En primer lugar, porque este “antes y después” que ahora se plantea no tiene otra salida que atender las demandas del grupo de Yolanda Díaz, paralizadas hasta ahora por el PSOE, tanto por lo que respecta a los avances en derechos sociales como por las exigencias que se derivan de la anunciada regeneración democrática: es necesario reformar a fondo el Poder Judicial y desbloquear la renovación del caducado Consejo General del Poder Judicial, es necesario fortalecer las libertades derogando leyes reaccionarias como la Ley Mordaza, es necesario aprobar definitivamente la ley de amnistía para abrir un nuevo ciclo en las relaciones entre Cataluña y España y poner punto final al sufrimiento de muchas familias, es necesario abordar decididamente la construcción real de un Estado plurinacional, y es necesario que todo el Gobierno, no solo el ministro de Cultura, se enfrente a la censura de PP y Vox a la lengua y la cultura catalanas y a la cultura en general.

No basta con resistir los embates de la derecha y la extrema derecha: hay que avanzar abandonando los miedos que han atenazado al PSOE hasta ahora. Y aquí es donde Sumar puede ejercer el papel decisivo que le corresponde. Y, en segundo lugar, con el alejamiento de unas hipotéticas elecciones adelantadas, Yolanda Díaz gana tiempo, el tiempo que necesita para impulsar un proyecto político, atractivo y complicado a la vez, que incluya a Sumar y a todas las izquierdas transformadoras que tienen por ámbito territorial su nación y que pueden conformar por primera vez un espacio nítidamente progresista y plurinacional.

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De este episodio también podemos aprender que hay que respetar las emociones y los sentimientos de las personas que hacen política, demasiado a menudo presentadas como actores maquiavélicos sin alma. De saber hacerlo puede depender que muchos y muchas jóvenes se atrevan a dar el paso a la política porque la derecha no lo haga por ellos.

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