¿Del odio al amor… un solo paso? – Tyche Psicologia Clinica

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¿Del odio al amor… un solo paso?

¿Del odio al amor… un solo paso?

Hay mucho para decir sobre el odio, hay mucho para decir sobre el amor; innumerables textos, ensayos, relatos, poesías hablan de estos sentimientos que han concernido y conciernen en el transcurso de toda una vida, a los seres hablantes. 

Justamente porque hablamos, estos sentimientos suelen encarnarse en los discursos, que según las épocas, van tomando diversas formas, distintas lecturas.

Está inundado en el discurso común, afirmar que el odio es el reverso del amor, es decir, un gran amor puede dar la vuelta y caer la moneda del lado de la impronta del odio y viceversa.

Es lo que el psiquiatra y psicoanalista francés, Jacques Lacan nombró como “odioenamoramiento”; esta ambivalencia demuestra que ambos sentimientos van juntos, y que  que constituye las relaciones humanas. Aquel que ama, puede a veces odiar, y ese vaivén forma parte de toda relación amorosa.

Pero ésta no es la gran dificultad que nos atraviesa, porque son naturalmente los avatares del interjuego de estos sentimientos, que mientras sean dialectizables; es decir, no adquieren formas extremas, formas rígidas, serán los  intersticios de una buena diríamos, vida amorosa. 

No es otra cosa que las idas y venidas de como hacer con el partenaire, y por supuesto con uno mismo, en las paradojas del amor.

Ahora bien, hablemos de otra clase de odio en el amor, muy tocante a la época que habitamos. También muy candentes en los discursos de odio que cada vez  más escuchamos, sin ningún tipo de velo o cuidado, que como bien sabemos, no es exclusivo de nuestro siglo.

Tenemos un ejemplo solo por mencionar, no muy lejano, el del nazismo,  que no hace falta  hacer hincapié, aunque a veces lamentablemente diría que sí, sobre los estragos que ha causado, bajo la ferviente convicción de un odio al diferente. 

Lo peculiar  tal vez que hace a nuestra época, es que debido al avance de la tecnología, los medios de comunicación, las redes sociales, etc, aparecen nuevas modalidades, nuevas formas de hacerse ver y que evidentemente, despliegan un camino ilimitado cuya afección retumba en el mundo y colapsa las vías de entendimiento.

Pero volvamos a esta clase de odio en el amor, involucrado en algunas relaciones “ amorosas”. Es una clase de odio, que está constituido por el desconocimiento. La ignorancia de no poder pensar que es lo que  verdaderamente se ama. 

Mal asunto ese de no poder pensar; porque  esta incapacidad, esta dificultad, rechaza verdaderamente la posibilidad de dialectizar, que implicaría sin lugar a dudas, la buena confrontación de posiciones a veces muy diferentes; pero también nos habla de un sentimiento ilimitado, llamado goce que invade en forma de pasión sin freno, algo que toca al cuerpo y lo hace irrefrenable. No se soporta que el otro goce diferente.

Cuando es así, se trata de un falso amor, atiborrado de la pasión narcisista, en el sentido de una indiferenciación absoluta con el otro, cuya perturbación se presenta, cuando el mal llamado “semejante”, muestra algo de la diferencia, de lo distinto, de su singularidad; lo que viene a romper la magia de ser y hacer uno, porque se es, en tanto apéndice uno del otro, y porque no mencionar, denuncia lo parasitario de ese vínculo.

Hay que señalar, que una vez que deviene esto, no hay vuelta atrás. El odio queda instalado en  primer plano y es imposible revertirlo, a pesar que los designios del falso amor, griten lo contrario.

Si la magia se ha roto, opera la destrucción.  y si es así, el sujeto bajo ese sesgo, leerá todos los movimientos de la pareja, como susceptibles de convertirse en una amenaza.

Pero ocurre una cosa más, el odio del sujeto se iguala al odio al sujeto a destruir, porque sigue operando esa identificación narcisista donde uno encuentra en el otro, aquello más íntimo que odia de sí mismo y así la casuística demuestra, los interminables actos de suicidio sucedidos después de un ataque al partenaire.

Volvamos a los discursos de odio, porque algo de lo mencionado en ciertos vínculos amorosos opera aquí. 

Al final hermanarse demasiado con los otros, no conviene demasiado, porque cualquier distinción grande o pequeña, que brote de los pueblos, de las culturas, de los géneros, etc, podría constituirse en traición, cuando demasiada fraternidad, implique anular la diferencia.

Ya lo decía en el año 1972 el psicoanalista J. Lacan: “ Como de todas maneras no debo pintarles el porvenir color de rosa, sepan que lo que crece, que aún no hemos visto hasta sus últimas consecuencias, y que arraiga en el cuerpo, en la fraternidad del cuerpo, es el racismo”

Añadiría, el racismo en todas sus formas y vertientes.

 

Ruth Pinkasz (rdpinkasz@gmail.com)

Artículo publicado en el Diario Información. 

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