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Los secretos de 'La rendición de Breda' de Velázquez

Las lanzas

Las lanzas

Foto: Museo del Prado

El 5 de junio de 1625 la ciudad flamenca de Breda se rendía a los tercios españoles tras un implacable asedio de nueve meses. Fue una de las victorias más sonadas de una guerra larguísima, se prolongó durante 80 años, entre 1568 y 1648, que terminaría con la independencia de los Países Bajos de la Corona española.

Diez años más tarde, Velázquez recreó ese momento en La rendición de Breda o Las lanzas, convertida en una una de las pinturas más famosas del artista sevillano y del Museo del Prado. Más que una escena, Velázquez pone todo su talento al servicio de una narración perfectamente estudiada en la que todos los detalles están encaminados a resaltar el poderío militar y también la clemencia de la monarquía española, personificada en la actitud cordial del comandante de los tercios victoriosos, Ambrosio de Spínola, ante la rendición de su enemigo.

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La rendición

Foto: Museo del Prado

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La rendición

La escena principal se encuentra en el centro de la pintura, enmarcada por el resto de la composición. El maestre de campo (comandante supremo) de los tercios Ambrosio Spínola recibe las llaves de la ciudad rendida de manos de Justino de Nassau. Con un gesto caballeroso impide que el vencido se arrodille y se humille ante él. Velázquez enfatiza así el mensaje que quería dar la monarquía española, de poderío militar, pero también de magnanimidad.

Uns escena poco real

Foto: Museo del Prado

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Una escena poco real

La escena recreada por Velázquez dista mucho de la realidad. Para comenzar, el acto de rendición de Justino de Nassau se produjo en el interior de la tienda de Spínola, en el campamento de los tercios, y no al aire libre. De todas maneras, la costumbre era recrear estas escenas enfatizando la autoridad del vencedor, como hizo Jusepe Leonardo en La rendición de Juliers (1635), ocurrida en 1622, en la que aparecen los mismos protagonistas. Pero esta vez Spínola no baja de su caballo y Nassau le entrega las llaves arrodillado.

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Foto: Museo del Prado

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Rendición sin humillación

El Ambrosio de Spínola velazqueño, en cambio, es mucho más cordial. El pintor se basó para componer su escena en una obra de Calderón de la Barca aparecida por aquellas fechas, El sitio de Breda, en la que puso en boca de Spínola estas palabras: "Justino, yo las recibo [las llaves], y conozco que valiente sois, que el valor del vencido hace famoso al que vence".

Foto: Museo del Prado

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La autoridad del vencedor

Velázquez muestra la superioridad de Spínola de forma sutil. El comandante genovés porta una magnífica armadura negra cruzada por su banda de general y porta una espada y una vara de mando, que simbolizan el poder militar, dos elementos de los que Velázquez ha despojado a su antagonista.

La guerra queda lejos

Foto: Museo del Prado

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La guerra queda lejos

La ciudad de Breda era una auténtica fortaleza y su asedio se había cobrado miles de vidas en ambos bandos. Pero Velázquez está más interesado en la paz y la concordia del futuro bajo la monarquía española y no se recrea en la muerte y la destrucción. El humo y los últimos rescoldos de la lucha aparecen al fondo de la escena principal difuminados por la lejanía.

Foto: Museo del Prado

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¿Las lanzas?

En el bando español, a la derecha del espectador, aparecen las armas que han dado el sobrenombre de Las lanzas a esta pintura. Pero en realidad se trata de picas, una especie de lanza de asta muy larga característica de los llamados Tercios Viejos. Estas tropas, creadas por Carlos V, fueron el ejército más poderoso de Europa durante más de un siglo.

Foto: Museo del Prado

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Las armas de los vencidos

Si entre los tercios las picas son bien visibles y permanecen erguidas, en el bando derrotado, las armas son más bien escasas y están caídas, claro signo de derrota. Junto a tres picas aparace otro tipo de arma muy similar y que gozó de gran predicamiento en el centro y norte de Europa, la alabarda, cuya punta metálica contaba con una punta aguda por un extremo y en forma de hacha por el otro.

Foto: Museo del Prado

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Naturalidad

Aunque la escena no es real, Velázquez la dota de un gran realismo y naturalidad gracias a su talento como retratista. Los personajes que rodean a los protagonistas, anónimos soldados de ambos bandos, aparecen en actitudes diversas, algunos mirando al espectador, lo que refuerza la impresión de "instantánea" tomada in situ. 

Posible autorretrato

Foto: Museo del Prado

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Posible autorretrato

Aunque no hay una certeza absoluta, parece que no todos los personajes secundarios del cuadro serían modelos anónimos. Este joven soldado que aparece en el bando español podría ser un autorretrato del propio Velázquez con el que el pintor reivindicaría orgullosamente la autoría de esta pintura.

Foto: Museo del Prado

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La no firma

Pero la manera más orgullosa de reivindicar la autoría de la pintura se encuentra debajo de sete mismo personaje, a los pies del caballo. Un papel en blanco donde debería ir la firma del autor. Con este gesto Velázquez parecía decir que no hacía falta estampar su nombre porque sólo había una persona capaz de realizar una obra de esta magnitud, él mismo. Un recurso que el pintor utilizó en otros de sus cuadros.

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