El triunfo del cristianismo

Teodosio I, el forjador del Imperio cristiano

Teodosio el Grande fue el último soberano que gobernó a la vez la mitad occidental y la oriental del Imperio romano, en las que impuso el cristianismo; con él terminó la difícil coexistencia entre la nueva religión y el paganismo.

Teodosio entrega la corona de vencedor en el estadio de Constantinopla. Relieve.

Teodosio entrega la corona de vencedor en el estadio de Constantinopla. Relieve.

Teodosio entrega la corona de vencedor en el estadio de Constantinopla. Relieve. 

iStock

En el año 364, el nuevo cónsul de Roma declaró: "Quien introduce la coacción arrebata la libertad que Dios nos ha concedido. Que el alma de cada cual sea libre para elegir el camino que crea mejor para practicar su piedad". Temistio, el cónsul en cuestión, era un intelectual pagano y con esas palabras expresaba su esperanza en una convivencia pacífica entre los fieles a las creencias tradicionales de Roma, como él mismo, y los adeptos del cristianismo, la religión llegada de Próximo Oriente que no había dejado de ganar terreno, sobre todo desde el reinado de Constantino, a principios del siglo IV.

Esta paz entre los dioses era, no obstante, solo aparente. Algunos signos indicaban claramente que la balanza se había inclinado ya del lado del cristianismo. Las mejores inteligencias de la época –Dámaso de Roma, Ambrosio de Milán, Martín de Tours o, algo más tarde, Agustín de Hipona– se habían pasado al bando de los cristianos atraídas por la solidez de la fe, la novedad de su mensaje redentor y por la identificación de la Iglesia con la civilización clásica, lo que contrastaba con el creciente aislamiento del neoplatonismo, la principal corriente intelectual del paganismo.

la derrota del paganismo

El cristianismo mostró también gran vitalidad social y ejerció un fuerte atractivo entre las capas altas de la sociedad. La Iglesia participaba cada vez más en el gobierno de las ciudades y tenía estrecha vinculación con el poder imperial; los obispos, de alguna manera, estaban sustituyendo a los antiguos altos funcionarios.

Todo ello hizo que los emperadores comenzaran a tomar medidas que no solo favorecían a la Iglesia cristiana, como hizo Constantino, sino que estaban destinadas a sustituir a la antigua religión grecorromana como religión oficial del Imperio. Así, Graciano, emperador de Occidente (375-383), prohibió que los fondos públicos sufragaran los gastos de los cultos paganos. Se decretaba así la separación entre el Imperio y el paganismo. Ciertamente, la medida no significaba la muerte automática de aquellos dioses, puesto que los aristócratas paganos eran lo bastante ricos como para sufragar con sus propios bienes el culto a sus dioses, pero habían recibido un mensaje claro de la nueva orientación imperial.

Graciano, emperador de Occidente, prohibió que los fondos públicos sufragaran los gastos de los cultos paganos.

Disco de Teodosio. Réplica. Museo Nacional de Arte Romano, Mérida.

Disco de Teodosio. Réplica. Museo Nacional de Arte Romano, Mérida.

Disco de Teodosio. Réplica. Museo Nacional de Arte Romano, Mérida.

Ángel M. Felicísimo (CC BY 3.0)

Este mensaje se reforzó cuando se ordenó retirar el altar de la diosa de la Victoria de la curia senatorial. El altar había sido erigido por Augusto y durante el Imperio se realizaban sobre él los juramentos públicos. A los ojos de la aristocracia pagana, el emperador pretendía romper con las tradiciones que habían mantenido vivo y poderoso el Imperio. El acceso de Teodosio al trono de Oriente en 379 –tras la muerte de Valente en la batalla de Adrianópolis contra los godos– hizo que esa lucha entre paganos y cristianos entrara en su fase final.

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Emperador de Oriente 

Teodosio era un curtido general procedente de una familia de origen hispano. Era también un cristiano de sólidas convicciones nicenas, es decir, adepto del credo establecido en el concilio de Nicea del año 325. En él se preconizaba la unidad divina entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, algo que rechazaban algunas corrientes cristianas como los arrianos, seguidores del presbítero Arrio, que negaban que Jesucristo tuviera naturaleza divina.

Teodosio, al hacerse cargo del imperio oriental se encontró con que las principales ciudades se hallaban en manos de obispos arrianos, por lo que decidió promulgar contra ellos un edicto el 28 de febrero de 380, en la ciudad de Tesalónica. El edicto de Tesalónica significó la proclamación del cristianismo niceno como única religión oficial del Imperio, como religión "católica", es decir, universal: "Ordenamos que quienes siguen esta ley reciban el nombre de cristianos católicos, mientras que de los restantes dementes e insensatos que juzgan oportuno sostener la infamia del dogma herético, sus reuniones no reciban el nombre de iglesias".

El edicto de Tesalónica significó la proclamación del cristianismo niceno como única religión oficial del Imperio.

Sólido de oro con la efigie de Teodosio I.

Sólido de oro con la efigie de Teodosio I.

Sólido de oro con la efigie de Teodosio I. 

Bridgeman

Durante los diez años que siguieron a la promulgación del edicto, la parte oriental del Imperio vivió sumida en la lucha entre arrianos y nicenos. Los nuevos obispos católicos, apoyados por el emperador, desplazaban a los arrianos; los fieles de una y otra tendencia se enfrentaban en las calles. Los templos arrianos eran asaltados y nuevamente consagrados, se prohibieron las celebraciones litúrgicas de los herejes, se persiguió a los cristianos que paganizaban... El emperador era el motor de aquel enfrentamiento que acabó con la victoria de la fe nicena.

El edicto de Tesalónica estaba dirigido contra los arrianos y otras "herejías" cristianas, pero la tensión religiosa que desencadenó afectó igualmente a los paganos. Éstos, que desde la época de Graciano habían perdido la protección del Estado romano, se convirtieron ahora en víctimas de la persecución desencadenada por los cristianos que querían proscribir toda forma de culto pagano y se lanzaron, incluso, a destruir sus templos. Desde hacía décadas, los obispos, tanto católicos como arrianos, pugnaban por eliminar estos centros de culto que ejercían en las zonas rurales una importante función de vertebración socioeconómica, política y cultural. Y en esta tarea, los obispos encontraron a unos aliados especialmente activos: los monjes rurales.

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La ira de los monjes

A lo largo del siglo IV se habían desarrollado mucho las comunidades monásticas, grupos de cristianos que llevaban a cabo prácticas ascéticas y que vivían alejados de las ciudades. Un ejemplo es el de Martín de Tours (316-397), en la Galia, antiguo soldado que se convirtió al cristianismo y pasó por todas las fases de la experiencia ascética, viviendo primero como ermitaño y más tarde en comunidad. Fue un incansable difusor de la vida monástica y alcanzó el obispado de la ciudad de Tours. Con sus monjes emprendía frecuentes viajes por las zonas rurales con la intención de convertir a los campesinos y destruir sus tradicionales lugares de culto. 

Sin embargo, fue en Oriente, sobre todo en Siria y Egipto, donde el movimiento monástico alcanzó mayor difusión. Y fue allí también donde los ataques de los monjes contra los templos paganos fueron más violentos, sobre todo durante el reinado de Teodosio, alentados por el edicto de Tesalónica. Libanio, un orador pagano, se atrevió a denunciar ante Teodosio los estragos que sufrían los monumentos clásicos y describió a los monjes sirios como "hombres de negras vestiduras que comen más que elefantes", quienes, armados con hierros, palos y piedras, se lanzaban contra templos paganos, sinagogas e iglesias heréticas incendiándolos y arrasándolos. Estos abusos dejaban a las poblaciones rurales indefensas y desorientadas, transformándolas, así, en objetivos más fáciles para la conversión.

Libanio, un orador pagano, se atrevió a denunciar ante Teodosio los estragos que sufrían los monumentos clásicos.

El emperador Teodosio I y san Ambrosio de Milán. Van Dyck. 1620. National Gallery, Londres.

El emperador Teodosio I y san Ambrosio de Milán. Van Dyck. 1620. National Gallery, Londres.

El emperador Teodosio I y san Ambrosio de Milán. Van Dyck. 1620. National Gallery, Londres.

PD

En su tarea "purificadora", los monjes contaron con cierta pasividad por parte de las autoridades civiles, que no veían con malos ojos estas campañas antipaganas; de hecho, a veces disfrutaron de su más abierta colaboración. Este fue el caso de Materno Cinegio, un convencido niceno –como su exaltada esposa Acantia–, nombrado por Teodosio prefecto del pretorio. El emperador lo envió a Egipto con la misión de prohibir el culto pagano, cerrar sus templos y poner fin a todos los sacrificios ancestrales. Camino de Egipto, en su ruta por Asia y Siria, Cinegio sembró el terror y la destrucción. Los templos de Edesa fueron incendiados. En Apamea, el obispo Marcelo destruyó el santuario de Zeus y, cuando las noticias sobre las intenciones del prefecto se difundieron, se levantó una ola de atentados contra los santuarios paganos de Oriente. Palmira ardió y el templo de Apolo en Dídima fue destruido. Cuando Cinegio llegó a Egipto, los templos de Alejandría fueron cerrados y la tensión aumentó en la capital del país.

Solo la repentina muerte de Cinegio, a su regreso de Egipto, permitió al emperador frenar la espiral de violencia. Teodosio, preocupado por los desórdenes tanto como por el ascendiente que la iglesia adquiría sobre el poder imperial, ordenó a los monjes que se retiraran a los desiertos en los que habían vivido como eremitas y les prohibió acercarse a las ciudades. 

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El emperador no cejó en su propósito de erradicar el paganismo. Se prohibieron de nuevo los sacrificios, las visitas a los templos paganos y la adoración de las imágenes. Y además se persiguió la adoración de lares, penates y genios, espíritus a los que se veneraba en la intimidad del hogar. Las nuevas medidas se aplicaron también en Egipto, de modo que quedaron prohibidos los sacrificios en favor de la fertilidad del país, ritos que hundían sus raíces en el más remoto pasado y que los griegos y los romanos adoptaron cuando accedieron al gobierno de Egipto. 

En ese clima de tensión religiosa, social y política no puede extrañar que cualquier incidente, por pequeño que fuera, pudiera provocar un estallido de violencia. Y eso fue lo que ocurrió. Los cristianos de Alejandría, una comunidad floreciente, se organizaron, bajo la dirección del patriarca Teófilo, para levantar una iglesia sobre un terreno cedido años atrás por el emperador. Cuando los trabajos avanzaron, los obreros hallaron los restos subterráneos de un antiguo templo de Mitra. Los cráneos y los restos de objetos litúrgicos que allí encontraron fueron expuestos en público y se convirtieron en objeto de burla por parte de los exaltados cristianos. Aquel abuso gratuito no fue soportado por los paganos. Los disturbios estallaron en la ciudad. Las dos comunidades se enfrentaban en las calles y hubo algunos muertos. Asustados, los paganos buscaron refugio en el templo de Serapis.

Las dos comunidades, paganos y cristianos, se enfrentaban en las calles de Alejandría y hubo algunos muertos.

Ataque al Serapeo de Alejandría. Litografía en color. 1910.

Ataque al Serapeo de Alejandría. Litografía en color. 1910.

Ataque al Serapeo de Alejandría. Litografía en color. 1910.

Bridgeman

Este santuario, construido por Diocleciano, era un gran complejo de edificios y tierras, construido al modo egipcio y capaz de proporcionar alojamiento y manutención a quienes allí acudieron. Los paganos que en él se refugiaron habían llevado como rehenes a algunos cristianos, a los que obligaron a ofrecer sacrificios a Serapis. Olimpio, un filósofo que se erigió en jefe de los perseguidos paganos, aceptó la mediación de las autoridades imperiales, que se comprometieron a garantizar que no habría represalias por parte de los cristianos siempre que los paganos renunciasen a la defensa de sus ídolos, considerados la raíz de la discordia. Cuando se procedió a la lectura pública del acuerdo por parte de las autoridades, los paganos huyeron de la ciudad en desbandada. 

Entre los cristianos reinaba la euforia por su triunfo, aunque no se atrevían a entrar en el templo. Les frenaba un rumor: un terremoto arrasaría la ciudad en caso de que la imagen de Serapis fuera destruida. Fue un soldado, cristiano, quien se atrevió, por fin, a golpearla. Inmediatamente se desató la furia y la antigua imagen que había sido traída de Bitinia en el siglo III a.C., cuando el nuevo culto se fundó, fue cortada y quemada. Moría con ella el símbolo del Egipto helenístico y romano, tanto como la antigua religión pagana. Solo se salvaron aquellos templos paganos que se convirtieron en iglesias.