Zella Day, crítica de su disco Sunday In Heaven (2022)
Sunday In Heaven
Discos / Zella Day

Sunday In Heaven

5 / 10
Salomé Lagares — 02-11-2022
Empresa — Concord
Género — Pop

A pesar de madurar como artista en una industria que prioriza la cantidad sobre la calidad, Zella Day no tiene miedo de seguir sus propios ritmos y tomarse su tiempo. Una extensa concatenación de giras, un cambio de sello discográfico, una pandemia y una inclinación personal por hacer las cosas con calma han dilatado la espera entre su primer y segundo larga duración, pero Day parece considerar esos siete años —durante los cuales muchas otras bandas y cantantes hubieran podido publicar siete lanzamientos distintos— un intervalo perfectamente razonable entre proyectos. Y estaría en lo cierto, si ese lapso de tiempo sugiriera una gran transformación creativa, o si el producto final fuese remotamente bueno. Lamentablemente, “Sunday In Heaven”, su nuevo álbum, no se adhiere a ninguno de los anteriores pretextos.

Day ha rebajado la imitación de Lana-del-Rey-si-fuera-la-frontwoman-de-Imagine-Dragons-o-OneRepublic que dominaba “Kicker” (15), su debut de estudio, pero aún así, “Sunday In Heaven”, producido principalmente por Jay Joyce —colaborador habitual de Cage the Elephant—, sigue resultando un álbum anodino, musicalmente desigual y estéticamente confuso, en su mayoría plagado de clichés, escenas poco evocativas y fórmulas de radio pop anticuadas: la introductoria “Mushroom Punch” es una pista sobreproducida con una influencia psicodélica apenas perceptible y un pre-estribillo pueril (“And I run, run, run and I choo-choo-choo / ‘Fore somebody else is your somebody new”) que se vuelve rancio muy rápidamente. En “Bunny”, una balada de instrumentación reverberada que lleva el nombre de la musa ficticia de Day, su voz acapara toda la emoción de la canción y explora el duelo por su yo del pasado a través de una letra austera de reflexiones inconexas. En la lánguida “Girls”, casi puedes imaginar a Day moviendo las caderas en un desértico bar de carretera mientras dibuja un retrato de la arquetípica femme fatale de la Costa Oeste, pero la composición es cinematográfica de forma peyorativa: resalta una falta de autenticidad, no una atmósfera cuidada.

En otras partes del disco pueden llegar a discernirse destellos de potencial, pero a menudo quedan sometidos a un deseo impertinente de crear un sonido grandilocuente en lugar de conformarse con un ambiente más concentrado y sutil: “Almost Good” es, precisamente, casi buena, y la melancolía acústica de sus primeros cuarenta segundos te invita a imaginar una versión alternativa, simple, en la que el vigor del tema deriva de la voz de Day, no de artificios fatigantes. “I Don’t Know How To End” es su polo opuesto — unas refrescantes guitarras noise y dream pop se ven ensombrecidas por giros vocales exagerados. Algo similar ocurre en “Last Time”, que arranca como una íntima cavilación sobre la incansable capacidad de reinvención de Day y termina como cualquier otra canción del LP — sobrecargada, con armonías distorsionadas y un bombo puntuado amenazando con tomar el control.

A pesar de todo, la luz consigue brillar entre las grietas en alguna ocasión: Day cuestiona la fidelidad de su amante con un extraño y resplandeciente optimismo entre la percusión rítmica, las guitarras vibrantes y los sintetizadores difusos de “Am I Still Your Baby", y deja que su habitual intensidad se derrita ligeramente en el funk-pop arremolinado de “Golden”, escrita en honor a Roy Orbison y a la euforia discotequera, o de “Dance For Love", exultante e infalible tónico destilado de una desbordante infatuación. Aunque estas excepciones no son suficiente para salvar el disco o justificar su retraso, colocan una pequeña esperanza en el horizonte: si la música de Zella Day ha evolucionado de catastrófica a mediocre en siete años, quizá en otros siete presente un proyecto que realmente valga la pena escuchar.

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