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Todo el teatro de Unamuno: “El pasado que vuelve”

Escribió Unamuno que “cada día renacemos enterrando al de la víspera”. “¡Cuántos hemos sido!”.

24 DE DICIEMBRE DE 2020 · 11:00

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Foto de Roman Kraft en Unsplash CC.

Hasta donde tengo leído, en ninguna obra teatral Unamuno utiliza a tantos personajes, saltando sobre los años. En algo me recuerda la novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad.

En El pasado que vuelve Unamuno pone en escena hasta 16 personajes: Matías Rodero. Doña María Landeta, su mujer. Víctor Rodero y Landeta, su hijo. Federico Rodero y López, su nieto. Víctor Rodero y Salcedo, su biznieto. Amalia López, mujer del primer Víctor Rodero. Alberto, amigo de éste. Don Joaquín Salcedo. Doña Gertrudis, su mujer. Carmen Salcedo, su hija, mujer de Federico. Marcela, la otra hija de don Joaquín. Joaquina, hija de Marcela. Un deudor. Un beneficiado. Un mendigo. Una criada.

En carta a Teixeira de Pascoaes el 10 de enero de 1900 Unamuno explica al poeta portugués el entramado de la obra. Le dice: 

“Trabajo en un tercer drama. En este tiene el protagonista 25 años en el primer acto, 50 en el segundo, y 70 en el tercero. Al llegar a sus 70 años se ve reproducido en un nieto de 25, y es poner a un hombre frente a un yo pasado, hacer que uno se entreviste consigo mismo tal como era hace 45 años. Porque cada día renacemos enterrando al de la víspera. ¡Cuántos hemos sido! Es el drama de cuatro generaciones. Un usurero tiene un hijo generoso y noble, que, horrorizado de su padre, huye de casa; este hijo tiene a su vez un hijo en quien se reproduce el abuelo y que le echa en cara su prodigalidad, con la que quiere borrar los crímenes del primero; a su vez, ese tercer hijo tiene un hijo, que es generoso y noble como su abuelo, y el viejo excita y azuza a su nieto contra su padre. Es el drama de cuatro generaciones alternantes”.

Por la carta que escribe a Pascoaes y otras a Francisco Antón, a Federico Oliver, a Luis Maldonado y a Domingo Dorestes se sabe que Unamuno trabajaba ya en El pasado que vuelve desde los primeros días de 1919. Al escritor canario Domingo Dorestes, a quien conoció en Las Palmas con motivo de la representación de La esfinge, le escribe en carta del 30 de marzo:

“He pasado esta Semana Santa en Madrid, en donde tuve que acudir para asuntos. Y de paso traté lo del teatro. Oliver y la Cobeña están entusiasmados con el último drama que les entregué, aquél en que transcurren 25 años de acto a acto. Quisiera hacerlo en Barcelona y Bilbao y luego en Madrid a principios de temporada, para que dure más”.

Como le ocurre con casi todas sus obras, a Unamuno no le salen las cuentas. No hay teatro para El pasado que vuelve. Con pocas esperanzas manda la obra a Fernando Díaz de Mendoza, actor, director, productor, esposo de María Guerrero. En distintas ocasiones Mendoza se ha negado a escenificar otras dos obras de Unamuno. Tampoco accede a representar El pasado que vuelve. Unamuno, dolido, pero siempre digno, le escribe el 15 de diciembre de 1911:

“Recibo su carta, mi estimado señor, y mis dos originales. Claro es que no discuto las razones que me da para no haberlas aceptado, pues cada cual entiende en su profesión. No puedo decir que soy ducho en teatro, pero me permito tener mis ideas respecto a él fundadas también en la experiencia, aunque no la de ustedes ni mucho menos. Y como a fuer de vizcaíno soy terco, algún día se pondrá en escena esos mis dos dramas y entonces sabré de fijo si la cultura media de nuestro público está tan por bajo de su comprensión”.

El pasado que vuelve se estrenó en el teatro Español de Madrid en 1923, meses antes del golpe de estado protagonizado por Primo de Rivera, el mismo que desterró a Unamuno a las Islas Canarias. Un año antes, en 1922, el drama fue representado en Salamanca, 12 años después de haber sido escrito.

El primer acto de El pasado que vuelve se abre con un largo diálogo entre el primer Víctor y su mujer, Amalia. Están en la calle. Víctor habla de una despedida que Amalia no acepta. Le dice:

—Ahora me llaman la patria y el deber. Voy a hacerme digno de ti.

Cree Amalia que es la oposición del padre la causa de su partida. Víctor insiste:

—Ya te he dicho que la patria, la causa de la libertad, exige este sacrificio mío.

Entra Alberto, amigo de Víctor. Dice a Amalia que estuvo enamorado de ella. Lamenta que Víctor fuera el elegido y él el rechazado. También habla de partida; acude para despedirse de Víctor. Dice a Amalia:

—Me voy a América. Voy a despedirme de Víctor. El a la revolución, yo al trabajo. Me voy, me expulsa la patria, me expulsa la vergüenza de lo que veo. Me expulsáis vosotros. Tú”.

En el interior de la casa se reúnen Víctor y la madre doña María. Ella cree que Víctor desprecia a su padre y por eso quiere dejar la casa. Aclara Víctor:

—Lo hago por conciencia. No puedo vivir así, bajo el peso de la conciencia pública y de la propia.

El primer acto termina con Víctor besando a Amalia y despidiéndose de ella. Ha decidido buscar otros horizontes. Dice a Amelia:

—¡Adiós, hogar! Haremos otro.

—¡Otro, sí! —Se resigna Amalia.

Cuando se inicia el segundo acto, con la puesta en escena de Federico y Amalia, su madre, Víctor tiene 45 años, tal como he escrito en otras letras. Es un desengañado y escéptico. Tiene un hijo, Federico, con mucha disposición al dinero y a la herencia del abuelo. En un momento de la conversación la madre le dice que tiene afán de riquezas. Federico responde:

—Afán de riquezas, no, madre, sino miedo a la pobreza. Todo lo que uno se proteja de ella es poco. No es sed de goce lo que a tantos nos arrastra al dinero, es terror a la indigencia; así como no es el deseo de alcanzar la gloria, sino el horror al infierno.

Federico se queja de que su padre diera dinero a un mendigo. Víctor le aclara:

—¿Sabes quien es ese? Ese es uno a cuyo padre arruinó tu abuelo, mi padre.

Cuando Federico dice a su padre que tiene que hablar con él de muchas cosas, hasta de sus ideas, Víctor clama: 

—¡Oh Dios mío, Dios mío!

Federico:

—¡Y dale con Dios!

Víctor:

—Con Dios, sí, con Dios. Tu abuelo me llamaba ateo. Y el ateo lo era él, eres tú; tú, que eres él mismo, eres tu abuelo.

Conflicto en el hogar. Federico dice que ya no puede vivir en aquella casa. Discute mucho con el padre. Este le echa. Federico, dueño de una gran fortuna, se hospeda en el Hotel Central. Desde allí escribe a sus padres una carta donde destaca la ternura de hijo. Les dice: “La casa que yo ponga será siempre vuestra y estará para vosotros pase lo que pase”.

Poco después contrae matrimonio con Carmen, hija de José Salcedo. Inexplicablemente, en la relación de personajes que intervienen en la obra don José figura como don Joaquín.

En el tercer acto Víctor tiene 65 años y se ve reproducido en el nieto, hijo de Federico. Le dice a Carmen, madre del niño:

—Tu hijo es mío, ¿sabes? ¡Es mío! Mío, mío, mío, es nieto mío, mío, más que hijo vuestro. Tengo quien herede mi alma.

En la tercera escena Amalia sale en defensa de su hijo. Le dice a Víctor que Federico es bueno, honrado, generoso. Entra en escena Víctor primero, quien dice a Víctor segundo en un largo párrafo cuajado de ideas unamunianas:

—Eres el que dejé hace 40 años en el camino de la vida. Siempre me atormentó este problema de que estemos muriendo cada día. Vivir es morir. El hombre que somos hoy entierra al que ayer fuimos, y el de mañana enterrará al que somos hoy.

Como en tantos dramas teatrales de Unamuno, también en este la muerte está presente minutos antes de que el telón baje por última vez. Víctor segundo grita a Víctor primero:

—¡Adiós, hijo! Soy yo, yo, yo, yo. ¡Morirás solo! ¡Aquí, en el hospicio, solo, solo, solo! ¡Y yo viviré, viviré, viviré!

Final del drama.

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