HOMILÍA DOMINICAL

CORPUS CHRISTI (CICLO B)

Una de las fiestas más luminosas y más profundas de nuestra religión, es la fiesta que estamos celebrado, la fiesta del Corpus Christi, fiesta de luz, porque Cristo, Luz del mundo, vino a nosotros, se entregó por nosotros y se quedó con nosotros para acompañarnos en el camino de nuestra vida, durante esta peregrinación que realizamos en esta tierra. Vino a quedarse, y por amor y su decisión se encerró en un pedazo de Pan y en un sorbo de Vino, para fortalecer nuestros pasos y para ser compañero de camino.

Sin comida no se puede caminar, sin alimento no se puede crecer en el amor al Evangelio.

Jesús, en la última Cena, se hizo “pan”. Cuando hablamos de pan todos entendemos que es un alimento que nos sustenta y nos fortalece. Jesús quiso ser eso para nosotros: un alimento que nos hiciera más fuertes por dentro. ¿Cómo? Pues transmitiéndonos, cuando comulgamos, todos los valores que Él vivió y enseño a sus discípulos.

Comulgando de ese pan aprendemos a ser como fue Jesús: generosos con los demás, caritativos con los que menos tienen, creando lazos de comunión con las personas, sin importarnos las diferencias, respetando la dignidad y los derechos de cada uno, sirviendo a los demás, sin servirnos de ellos, haciendo las cosas gratuitamente, sin esperar nada a cambio, y sobre todo, amando al máximo, hasta entregarnos, hasta hacernos nosotros también “pan”, como Jesús.

Jesús también se hizo “vino”. Y el vino expresa fiesta, alegría… Brindamos en los grandes momentos de nuestra vida. El vino es religioso porque con él Jesús quiso expresar que la vida, la fiesta y la alegría son la mejor manera de expresar nuestra religión. Además, el pan y el vino saben mejor cuando se comparten y cuando se toman con compañía. Jesús quiso hacerse “pan” y “vino” para estar siempre cerca de nosotros, para que lo tuviéramos a mano, para que entendiéramos que Él es el alimento, la fuerza que necesitamos para “andar el camino” de la vida.

Jesús en la última cena dijo: “haced esto en memoria mía”.   “Esto” es lo que mandó Cristo a sus discípulos, cuando instituyó su eucaristía: que cada vez que se reunieran para celebrar la fracción del pan lo hicieran pensando en lo que Él había hecho e iba a ahora a consumar: entregar su cuerpo y derramar su sangre por amor a todos nosotros.

Nuestras eucaristías deben ser un memorial de la vida, pasión y gloriosa resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Un memorial que no sólo consiste en recordar, sino en celebrar, en unir nuestra vida a la vida de Cristo, en comulgar con Él, en unir nuestro destino a su destino. Sólo el que celebra la eucaristía estando dispuesto a entregar su vida por los demás, lo hace realmente en memoria de Cristo. Esto es lo que los cristianos debemos proclamar hoy, día del Corpus: que nosotros somos la memoria viva de Jesús.

Que cuando las demás personas nos miren y nos vean a los cristianos, vean en realidad a Cristo, se acuerden de Él, vean en nosotros la memoria de Él. Para eso, los cristianos debemos ser vistos hoy más como humildes continuadores de la caridad de Cristo, que como insignes portadores de su grandeza y poder. No se nos pide hoy a los cristianos, en esta celebración del día del Corpus, que exhibamos nuestra fuerza y poder, sino nuestra caridad y amor.

Debemos ser conscientes de que cada vez que participamos en la eucaristía, lo que estamos haciendo es hacer memoria de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Celebrando la presencia del Señor en medio de nosotros. Una presencia sacramental que se da, reparte y comparte con todos nosotros, en forma de Palabra, de pan y vino, porque nosotros somos sus amigos, para que nosotros a nuestra vez, nos demos, repartamos y compartamos nuestra palabra y nuestro pan.

Cada eucaristía es un Banquete en el que Dios mismo es a la vez el anfitrión y el alimento. Un banquete en el que los pobres y necesitados tienen preferencia, un banquete en el que los humildes son los primeros. Un Banquete que denuncia nuestros banquetes en los que excluimos a tantas personas por enemistad o por insolidaridad.

Hoy tendremos la procesión con el Santísimo.  Sacar el Cuerpo de Cristo a la calle indica una fe muy grande en Jesús, en que Él nos puede y nos quiere ayudar a vivir más felices.  Al igual que el pan se transforma, por la fuerza del Espíritu Santo, en el Cuerpo de Cristo, al sacarlo a la calle los cristianos, también con la fuerza del Espíritu, tenemos la tarea de transformar a ese Cristo en pan para los más necesitados.

Que Jesús Sacramentado bendiga nuestros hogares, nuestras familias, a los enfermos y a los más necesitados, a los que no tienen trabajo y lo buscan, a los que sufren por cualquier razón.