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jueves, abril 4

Marlene Clark, el cine de terror y el feminismo negro

Marlene Clark

Marlene Clark, un mito negro del cine de terror de los años 70 moría el pasado mes de mayo. Su película Ganja & Hess, es considerada una de las películas negras de terror más transgresoras del siglo XX. Esta obra única desafía las convenciones del género y ofrece una exploración profunda de temas tabú y la feminidad negra, más allá del lugar que se nos concede.

Marlene Clark fue una actriz adelantada a su tiempo. Es conocida sobre todo por su papel legendario como Ganja & Hess, Clark poseía todas las cualidades que se buscan en una estrella. Aportó una palpable sensación de presencia y atractivo a la pantalla, la capacidad de interpretar tanto sensual como vulnerable, seductora y depredadora, graciosa y elegante. Y aunque su filmografía muestra un rango innegable (incluye una temporada recurrente en Sanford and Son entre varias apariciones especiales en series como The Bill Cosby Show , The Mod Squad y The Richard Pryor Show), son sus papeles en películas de terror donde realmente brilla, y más específicamente, sus papeles como mujeres monstruosas. Sin embargo, el hecho de que estos personajes estén relativamente contenidos dentro del lapso más amplio de su carrera es indicativo de la violencia bien documentada asociada con la misoginia en la industria cinematográfica.

Como un arquetipo cuya presencia en la narración es anterior a la palabra escrita, las mujeres monstruosas se han deleitado atormentando a los fans del terror desde el inicio del género y mucho antes. Se ha escrito una letanía de libros sobre el tema (al que se le han dado muchos nombres), pero entre las críticas de cine feministas, tiende a haber una división sobre lo que Barbara Creed llama lo femenino monstruoso: el antiguo estereotipo de feminizar lo monstruoso. En estos textos, lo femenino monstruoso se interpreta con frecuencia de una de dos maneras: como evidencia de la agenda patriarcal o como resistencia a ella.

Sin embargo, estos binarios son demasiado ordenados. Los monstruos siempre son ambos/y algo más, y esto nunca es más claro que cuando introduces una lente racial en el tema. Los monstruos de Marlene Clark (Lena en Night of the Cobra Woman , Ganja en Ganja & Hess, Caroline en The Beast Must Die) desafían las formas en que la feminidad negra se patologiza culturalmente, específicamente con respecto a la deseabilidad y el apetito. En cada película, Clark interpreta lo que amenaza con comerte vivo , y eso es lo que queremos que nos haga en cada película.



Night of the Cobra Woman se encuentra fácilmente entre esas películas que muchos descartarían no solo como una mala película, una película comercial de serie B de principio a fin, sino como una «mala representación». En la película, Lena (Clark), una enfermera en Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial, es mordida por una cobra que la imbuye de poderes de vida eterna y belleza similares a los de un súcubo vampiro, alimentados con la fuerza vital de los hombres que ella seduce y devora. La condición de la feminidad negra en los medios de entretenimiento se asocia con frecuencia con la bestialidad hipersexualizada o sin género, el antagonista opuesto necesario para crear el pedestal de la feminidad blanca, y Night of the Cobra Woman definitivamente explota esas tensiones. No se puede negar el exotismo fetichista y antinegro del guión, o su uso de la alegoría bíblica para reinscribir el estereotipo de Madonna blanca/Jezabel negra, o su avivamiento de ansiedades contra el mestizaje, ninguno de los cuales dice nada sobre la actuación de Marlene Clark y la complejidad que aporta a un personaje escrito para no tener ninguna.

Lo que pasa con su sexualidad es que también exuda un tipo de aplomo y autocontrol que parece trascender las trampas del estereotipo. A pesar de los elementos problemáticos, es magnífico ver a Lena arrasar con una verdadera mezcla heterogénea de hombres depredadores y de mierda con los que no tiene ningún apego real. Los hombres de esta película son meras ofrendas; devocionales a una divinidad de la que ni siquiera son conscientes, y hay algo artísticamente cierto sobre lo monstruoso femenino en esa comprensión. Su sensualidad es una vulnerabilidad que transforma en herramienta, en arma. También es un desafío a la misoginia prescriptiva impulsada por la respetabilidad de la ideología cristiana y la cultura de la pureza en general.



Dos años más tarde, Clark protagonizaría junto a Calvin Lockhart el papel de Caroline en The Beast Must Die. Clark y Lockhart interpretan a una pareja adinerada y poderosa (con un criado blanco) que invitan a una serie de personas que escalan socialmente a su propiedad durante un fin de semana. El giro es que Tom, su esposo (un cazador de caza mayor), sospecha que cada uno de sus invitados es un hombre lobo y ha planeado la visita para que coincida con la luna llena para poder descubrir a la bestia y matarla.

El estilo y la elegancia de Clark están a la vista en este papel, único en el género en el que los dos personajes negros también son de la clase más alta. Como personaje, Caroline es amada por su esposo pero está molesta y critica su obsesión por la caza. Que ella se infecte accidentalmente y Tom deba matarla se presenta como una tragedia en la película.



De nuevo, el personaje ilustra una feminidad en exceso: una mujer negra que quiere más de lo que le han concedido, por lo que se supone que debe callarse y agradecer. Robin R. Means Coleman describe dice de esta película que «muestra a las mujeres negras como deseables y dignas, pero también afectadas por una mancha que amenaza a sus hombres», una observación que también sirve para el personaje de Clark en Night of the Cobra Woman, y en Ganja & Hess, que utiliza el vampirismo como metáfora de la adicción.

La mancha a la que se refiere Coleman es la insatisfacción. Un apetito insatisfecho. Es una mancha porque las mujeres «buenas» «virtuosas» solo buscan saciar los deseos de los demás: los de su hombre, sus hijos, su comunidad. Sin embargo saciar sus propios deseos es algo monstruoso.

Hay una misoginia fácilmente visible en la perspectiva de que una mujer cae en desgracia cuando se revela como un ser con necesidades propias. Pero encontramos un verdadero regocijo en estos monstruos que son tan amenazantes para el patriarcado supremacista blanco, incluso siendo seres atormentados. Su ficción se acerca más a la verdad de la experiencia negra que la propia realidad que tratan de vendernos.

El papel icónico de Clark en Ganja & Hess también representa a una mujer negra cuya monstruosidad se define de manera similar por una falta de voluntad esencial hacia la abnegación. En una escena icónica y feminista negra, Ganja describe «un día muy decisivo» cuando era niña cuando abrazó conscientemente la «enfermedad» proyectada sobre ella, que ella entiende como la enfermedad proyectada a la feminidad negra y decidió por sí misma que ella era «valiosa».



Ganja está impulsada por una dedicación central a sí misma que contrasta directamente todas las construcciones de la feminidad negra consideradas aceptables por las relaciones de poder entrelazadas del patriarcado capitalista supremacista blanco. Porque busca nutrirse a sí misma antes que a los demás, encarna un desafío definitivo de la monstruosa femme noir; una dedicación que distingue la evolución de su personaje del de Hess.

Mientras que el personaje masculino de Hess está subsumido por la culpa y el horror de lo que se convierte y en lo que transforma a Ganja, ella, aunque no sin lucha, llega a abrazar con entusiasmo su nueva naturaleza y sus diversas delicias. Para ella, la monstruosidad es la condición de la liberación.

El personaje de Ganja aclara con total claridad la experiencia de la feminidad negra bajo las condiciones sociales materiales pasadas y presentes. Es un testimonio cinematográfico de la verdad de que aterrorizar al poder es reclamar el poder, pero que dicho reclamo engendrará una cierta desprotección.

En algunas de las entrevistas de Clark ella aludía a la falta general de publicidad de muchas de sus películas y los interminables cambios de nombre, recortes y reestrenos, y a un estándar persistente e irritante de seguridad comprometida en múltiples producciones. Su relato más inquietante se refiere a una escena cortada de Black Mamba de 1974 donde casi la violan frente a la cámara. También hablaba sobre las escenas de de desnudos no consentidos o la falta de profesionalismo en los platós con riego para su vida.

A pesar de su talento, belleza innegable y su resistencia a ser sometida, Clark luchó en una industria que no estaba no está preparada para las mujeres negras. Hoy quedan sus monstruos, complejos, contradictorios, hambrientos y empoderados. Su personaje de Ganja es una carta de amor a las mujeres negras.

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