La Carlota de Fernando del Paso: la reivindicación de una figura eclipsada por la Historia

Artículos de investigación

La Carlota de Fernando del Paso: la reivindicación de una figura eclipsada por la Historia

Fernando del Paso’s Charlotte: the vindication of a figure overshadowed by History

Tania Libertad Rodríguez-Peña *
Universidad Autónoma del Estado de México, México

La Carlota de Fernando del Paso: la reivindicación de una figura eclipsada por la Historia

Contribuciones desde Coatepec, núm. 33, pp. 143-168, 2017

Universidad Autónoma del Estado de México

Recepción: 13/03/18

Aprobación: 09/09/2019

Publicación: 30/01/2020

Resumen: La figura de Carlota ha sido despreciada y eclipsada debido a su participación en lo que se conoce como la invasión extranjera y autoridad impuesta. Existen diversas obras literarias que han tenido por tema a la última emperatriz de México; entre ellas, Noticias del Imperio de Fernando del Paso. Sin embargo, en esta novela, Del Paso recrea a una Carlota poetizada y negada por la historia, lo que da cabida a la posible reivindicación de la figura de esta mujer que es recordada como loca. A través de la novela histórica contemporánea, la postura sobre la imprecisión de la historia y algunos elementos de la literatura comparada, se analiza a la Carlota histórica y la delpasiana. Este análisis permitirá observar el surgimiento de una nueva Carlota opuesta a la considerada como invasora, loca y débil.

Palabras clave: Noticias del Imperio, Carlota, Novela histórica contemporánea, Historia, Reivindicación.

Abstract: Charlotte’s figure has been despised and overshadowed in Mexican history due to her significance in our country: foreign invasion and imposed authority. There are different literary works which main topic has been the last Empress of Mexico. However, Fernando del Paso in News from the Empire creates his own Charlotte based on the essence of the true Belgian princess, this was possible thanks to his meticulous research for many years of the historical documents that exist of the Empress and by her. The author recreates Charlotte’s character with poetic ability and, as a result, we can see the Charlotte who has been denied by History, so there is a possible vindication of her figure that is only remembered as “the lunatic woman”. Through the contemporary historical novel and comparative literature an analysis between the historical Charlotte and the literary one who exist in News from the Empire is done, this allows seeing the rise of a new woman that ends with the one considered an invader, demented and weak one.

Keywords: News from the Empire.

Introducción

Para entender la finalidad del presente artículo, se debe considerar que la historia toma el lugar, en palabras de Robin W. Fiddian, de una “autoridad divina, la historia se convierte en la portavoz de los juicios definitivos” (2000: 117). Al analizar cómo se escribe la Historia,1 se cuestiona la autoridad totalizadora. Para William Perdomo (2014), no se considera como Historia a los acontecimientos pasados, sino a la interpretación de los hechos por parte de los historiadores. Bajo este principio, surge el cuestionamiento de la “veracidad histórica”.

En 1949, nace en Latinoamérica la novela histórica contemporánea, la cual pone en duda la legitimidad de los acontecimientos del pasado, pues ya no se presentan los personajes como hacedores de ella: héroes intachables que se encuentran más del lado celestial que del humano. Se rompe con lo romántico de la novela para mostrar ahora un género más realista:

La novela histórica contemporánea cuestiona la verdad, los héroes y los valores abanderados por la Historia oficial, al mismo tiempo que presenta una visión degradada e irrelevante de la Historia. Cuestiona, además, la capacidad del discurso de aprehender una realidad histórica y plasmarla fielmente en el texto, y problematiza no sólo el papel que desempeña el documento de la novela histórica sino también la relación entre la ficción y la Historia (Pons, 1996: 17).

Para María Cristina Pons, un elemento significativo de la Historia es la figura del héroe. Cada uno de ellos se ha convertido en la encarnación de la Historia misma y en un símbolo nacional. La Historia de México está llena de estas figuras –tales como Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez, entre otros– que son el epítome del patriotismo. Los héroes son admirados a pesar de no estar exentos de pecado2 y pasan a la eternidad histórica, al más alto peldaño. John Bruce-Novoa dice al respecto: “la historia, lejos de ser una ciencia objetiva, es una ficción propagandística” (1990: 423). Por otro lado, Carlos Monsiváis (citado en Igler, 2007) explica la exaltación de las figuras históricas o servidores del pueblo como un culto al heroísmo omnipresente que forma parte de la educación cívica (esto abarca el nombre de las calles, de las ciudades que llevan el nombre de los héroes y de las fiestas patrias que conmemoran a los históricos intachables e intocables).

Parte de la conformación de la Historia del territorio nacional involucra las intervenciones extranjeras. De estas, la más presente en la memoria histórica mexicana es la conquista y el poderío de la corona española durante trescientos años; sin embargo, existe otro periodo en la Historia México que involucra la presencia de extranjeros, en cuyas manos se encomendó el manejo político del país: el Segundo Imperio mexicano, en donde el archiduque Maximiliano de Habsburgo y la archiduquesa Carlota de Bélgica fueron los encargados de dirigir el país.

Considerados invasores por la Historia y la memoria colectiva, Maximiliano y Carlota son opacados por la figura intocable e inquebrantable de su contemporáneo el Benemérito de las Américas. En De Cuauhtémoc a Juárez y de Cortés a Maximiliano se menciona la intrusión del Imperio y se compara con el periodo de la conquista española: “Se trataba de una invasión extranjera, se trataba, por lo tanto, como en los viejos tiempo (aunque con otros métodos y pretextos), del saqueo de un país débil por un país fuerte” (Colmenares, Delgado, Gallo y González, 1988: 499). Este mismo texto refiere más de una vez a Juárez con el sustantivo don y cataloga como mito la supuesta ayuda de Estados Unidos a la República de Juárez. Conforme a su perspectiva, lo que intentan es “situar las cosas en su justa perspectiva” (1988: 497).

En libros de Historia que tratan el Segundo Imperio como Nueva historia general de México (2011), Historia de México i. El proceso de gestación de un pueblo (1993) y De Cuauhtémoc a Juárez y de Cortés a Maximiliano (1988), se escribe sobre Napoleón iii, Maximiliano y Juárez, pero se denigra a Carlota: la posicionan como la consorte del emperador austriaco, y se le identifica por su desenlace demente. Por ejemplo, En Nueva historia general de México, al comenzar el tema del Segundo Imperio, se omite la presencia de Carlota al llegar a México: “Maximiliano desembarcó en Veracruz el 29 de mayo de 1864” (Lira et al., 2011: 470), y se le menciona junto con la aniquilación del Imperio solamente para indicar que ha perdido la razón:

el fin del Imperio era inevitable. En vano la Emperatriz Carlota había viajado a Francia para reclamar a Napoleón iii el cumplimiento de la promesa de apoyo militar. Visitó a Pío ix cuando ya había perdido la razón y así, retirada en Europa, sobreviviría a Maximiliano sesenta años (murió en 1927) (2011: 474).

En Historia de México i. El proceso de gestación de un pueblo (1993), la emperatriz aparece en el subíndice “Fin del Segundo Imperio”, cuando parte rumbo a Europa en busca de ayuda para salvar el Imperio, todo esto en menos de un párrafo. Su poca mención concluye: “La entrevista con el Papa tampoco tuvo mucho éxito, y después de estas negativas, al ver perdida toda esperanza, la emperatriz enfermó seriamente. Jamás pudo regresar a México” (Delgado de Cantú, 1993: 432). Lo mismo sucede en De Cuauhtémoc a Juárez y de Cortés a Maximiliano (1988). Después de más de cien hojas dedicadas al Segundo Imperio, casi al final del capítulo, se alude a la princesa belga. Como único referente se menciona su enfermedad: “Conocidos son los acontecimientos que sucedieron a Carlota al tratar desesperadamente de obtener apoyo en Europa para el imperio; perdió la razón” (Colmenares, et al., 1988: 502).

En Napoleón iii y México (1973), en el capítulo “Imposición de la monarquía en América 1864”, se alude la participación de Carlota en la creación de la Constitución que regiría su reinado y en las reglas de los procesos administrativos. También se menciona la correspondencia que entabla con la Emperatriz de los Franceses;3 en ella habla sobre la situación social de México. Este último escrito de Alfred Jackson Hanna y Kathryn Abbey Hanna es la única fuente que menciona su papel de regente y que no se orienta únicamente hacia su desvarío mental.

De lo anterior surge el objetivo del presente artículo, pues la Historia mexicana y algunos escritos biográficos que existen sobre los emperadores han visto a Carlota de Bélgica como una loca, una invasora y como la culpable4 del trágico final de Maximiliano. Este trabajo no pretende exaltar la figura perteneciente a la realeza extranjera que vino a ilustrar al pueblo mexicano ni tampoco de rescatar a la damisela en apuros, se trata de dar una postura distinta a la conocida que rompa la figura consumada por la Historia oficial. El artículo pretende mostrar la reivindicación de la última emperatriz de México expuesta en la obra Noticias del Imperio de Fernando del Paso, en la cual la literatura e Historia se unen para crear una figura que transgrede el paradigma histórico: una Carlota reinventada.

Este estudio se realiza por medio de la literatura comparada,5 ya que el análisis que se logra a través de ella permite ahondar más allá de lo literario por su interacción con otras áreas del conocimiento. Henry H. H. Remak establece dos ejes para la comparación: interartístico e interdiscursivo. El primer eje se refiere a la comparación entre la literatura y otras artes, mientras que en el segundo se efectúa una comparación con otras áreas del conocimiento. La presente investigación recurre al eje interdiscursivo, puesto que Noticias del Imperio parte de un hecho histórico, lo que admite la comparación entre los aspectos históricos que proporcionó la historiografía al autor y lo creativo que proporciona la literatura; en tanto que la comparatística ayuda a la apertura de los fenómenos literarios. Claudio Guillén explica: “Ninguna visión tiene total hegemonía sobre el terreno que contempla. Ninguna cultura es monolítica. Ninguno de nosotros es sólo una cosa” (2005: 23).

Dentro de la comparatística existe el método historiológico, el cual se utilizará para los fines del presente artículo. El método considera que no sólo se debe analizar la novela por su estructura literaria, sino que se necesita considerar el aspecto cultural e histórico, de lo contrario la novela queda inconclusa: “Las dos dimensiones conjuntas, la histórica y la cultural, significan la conjunción, en el campo literario, de lo uno y lo diverso” (Guillén, 2005: 372). Por consiguiente, se deben tomar en cuenta las analogías de contexto, dado que tienen por base “el trasfondo extraliterario común a los diversos miembros de la comparación. Naturalmente predominan ahí intereses políticos, sociológicos, histórico-culturales o también generales de visión del mundo” (Schmeling, 1984: 23).

Para realizar la comparación entre la Carlota delpasiana y la histórica, se utilizarán textos históricos que hablan de ella y textos escritos por ella. Los últimos corresponden a algunas cartas que escribió antes de su enlace matrimonial con Maximiliano. Para ello se indagó en los archivos reales de Bruselas, Bélgica, y en el archivo general de Trieste, Italia, ya que son cartas que, en comparación con las que escribió durante su estancia en México, son menos conocidas y no se encuentran en las publicaciones epistolares de la emperatriz.

La unión Literatura - Historia

Seymour Menton (1993) en Novela histórica de la América Latina, 1979-1992 dice que, si se ve en un sentido amplio a la literatura, toda novela es histórica puesto que se desarrolla en un ambiente social específico al que pertenecen sus personajes. Se toma como referencia un punto verídico determinado del pasado que se complementa con la ficción. De esta forma surge la novela histórica como género literario y, con ella, el debate de la delgada línea existente entre la Historia y la literatura.

Lo significativo radica en analizar el porqué de esta delgada línea. El historiador redacta bajo sus preceptos e inclinaciones personales los escritos con los que se construye la Historia, asimismo, su escritura se forma dependiendo de las necesidades temporales y sociales. Paul Veyne escribe: “La idea de Historia es un límite inasequible o más bien una idea trascendental; no se puede escribir esta Historia, las historiografías que presumen de totales engañan al lector y las filosofías de la historia son un nonsense supeditado a la ilusión dogmática” (citado en Toledo, 1997: 116). Al observar la Historia, desde esta perspectiva, se aprecia que el historiador, al igual que el autor, escribe para conseguir un efecto o diseño deseado (Toledo, 1997).

Lo anterior pone en tela de juicio la veracidad del pasado, principal característica de la nueva novela histórica, nombrada así por Seymour Menton, o novela histórica contemporánea, conforme a María Cristina Pons. Este último término es el que se utilizará a lo largo del trabajo. En lo que respecta a la novela histórica,6 esta incursiona en el ámbito literario durante el siglo xix con las veinte novelas sobre la Edad Media inglesa escritas por Walter Scott.7 La finalidad de la mayoría de las novelas históricas de este siglo fue crear una conciencia nacional sobre los hechos del pasado o la tan anhelada identidad social. En Latinoamérica, la novela histórica contemporánea surge en 1949 con El reino de este mundo de Alejo Carpentier. Así, con la incursión de este nuevo género de la novela histórica comienza un cuestionamiento del discurso hegemónico de la Historia:

Se busca retomar la historiografía para despojarla de su aspecto oficialista y ponerla bajo la mirada de la crítica y de la interpretación renovadora. Es una novela que, mediante una serie de recursos narrativos conscientes, pretende valorar el pasado desde la perspectiva del presente (Perdomo, 2014: 30).

Para lograr una recreación de una época, el autor necesita indagar en la historiografía. Al respecto Claudio Guillén dice: “el historiador y el poeta descubren las dos relaciones nuevas y sin embargo ‘reales’, puesto que sus elementos se hallan no más allá de la realidad sino dentro de ella. Todos sus componentes han ‘tenido lugar’ en el mundo, o tienen en este su origen” (2005: 350). En “El discurso literario y el discurso histórico en la novela histórica”, William Leonardo Perdomo (2014) examina la alianza entre la literatura y la Historia por medio de la perspectiva. Noé Jitrik (1995) relaciona esta primera con la ficción-invención y la define como “un particular conjunto de procedimientos determinados y precisos para resolver un problema de necesidad estética” (citado en Perdomo, 2014: 18); la segunda es considerada como “una reunión orgánica del pasado y se le atribuye, en este marco, determinada racionalidad” (Jitrik, 1995; citado en 2014: 19). Jitrik concluye diciendo que la novela histórica:

podría definirse como un acuerdo ‑quizás siempre violado‑ entre “verdad”, que está del lado de la historia y “mentira”, que está del lado de la ficción […] así, la verdad histórica construye la razón de ser de la novela histórica que, no se limitará a mostrar sino que intentará explicar (1995; citado en Perdomo, 2014: 19).

Gracias al puente que se crea entre la ficción y la realidad, el lector es testigo de lo irrepetible. Los espacios vacíos de la Historia se completan con la imaginación del autor y el conocimiento que tenga sobre los hechos del pasado. Guillén especifica: “El diálogo entre la historia desde la perspectiva del presente y la historia desde la perspectiva del pasado descubre una tercera dimensión, la de lo virtual, lo-que-hubiera-podido-suceder” (2005: 352).

Noticias del Imperio es una novela histórica contemporánea que desmitifica la Historia y “trabaja con un pasado documentado e inscrito en la memoria colectiva” (Pons, 1996: 70). Esta novela demandó para su escritura una investigación detallada en la historiografía durante más de diez años sobre el tema del Segundo Imperio mexicano. El mismo Fernando del Paso comenta que una vez terminada la investigación tardó un año más en escribir la primera hoja. La novela transporta al lector al periodo histórico de los últimos emperadores de la nación mexicana, cuyo escenario no se limita a México, sino que abarca los lugares geográficos que jugaron un papel importante para su acontecer y, por ende, los personajes que se vieron involucrados en este.

La novela está compuesta por veintitrés capítulos alternos: los capítulos nones están constituidos por el monólogo de Carlota titulados “Castillo de Bouchout 1927” y los pares desarrollan escenarios y situaciones que suceden antes y durante el Segundo Imperio. Fernando del Paso se inspira en la emperatriz para la creación de esta novela. Él lo declara en entrevista un año antes de publicar Noticias del Imperio:

Yo elegí a Carlota porque de los dos ella siempre fue el personaje más fuerte… (Cuando no estaba Maximiliano) Carlota se quedaba gobernando y cuando ella estaba como regente las cosas se hacían, las legislaciones se aprobaban, las medidas se tomaban, porque Carlota era una mujer de decisiones (conaculta, 2010).

María Carlota Amalia Augusta Victoria Clementina Leopoldina de Sajonia Coburgo y Orléans Borbón Dos Sicilias y de Habsburgo Lorena no fue directamente la regente oficial de México durante el periodo que vivió en este país, y aunque la Historia oficial prácticamente la desaparece, sí hubo acciones políticas8 puestas en marcha gracias a ella, pues su esposo, inclinado más por los momentos de ocio que por gobernar, tendía a orientar su atención en asuntos irrelevantes como la escritura del protocolo de la corte o el estudio de la vegetación de su nuevo territorio. En Noticias del Imperio, gracias a la extensa documentación para su creación, se observan estas cuestiones.9

Del Paso otorga voz a Carlota para que sea capaz de defenderse de la Historia, que la silencia y condena a través de la locura; además, Del Paso posibilita el cuestionamiento de la Historia y la posible reivindicación de la última emperatriz de México. Se habla de reivindicación debido a la escasa memoria que se tiene en nuestro país sobre la princesa belga, quien es vista solamente como la esposa del alguna vez mandatario del territorio nacional, Maximiliano. Esta misma conexión con él es la que la inmortaliza como la Loca.10 Susanne Igler escribe: “a los veintiséis años, Carlota fue prácticamente borrada del plano de la historia junto con las cenizas de su imperio perdido y su esposo fusilado” (2002: 113). Hoy, Carlota continúa siendo un suspiro en la Historia mexicana. Además de las fuentes antes citadas y ejemplificadas, otra evidencia se encuentra en el libro emitido por la Secretaría de Educación Pública para la impartición de la asignatura de Historia en quinto grado de primaria. En una extensión menor a una cuartilla se explica la imposición del Segundo Imperio. A Carlota se le menciona una sola vez y como la esposa de Maximiliano:

Dos años después de haberse iniciado la guerra contra la intervención francesa, el archiduque Maximiliano y su esposa, Carlota Amalia, princesa de Bélgica, llegaron al país para ocuparse del gobierno monárquico apoyado por los conservadores. Los liberales se negaron a reconocer esta autoridad; aun así, el Imperio logró imponerse en las zonas del país que dominaba el ejército francés (Reyes et al., 2017: 60).

Es posible el cuestionamiento de la Historia por la similitudes11 que existen para su escritura. Al igual que la literatura, en su proceso creativo imaginario no existe una Historia universal unánime, esta se escribe conforme a la mente y postura del historiador. Fernando del Paso apunta sobre la fusión de la literatura y la Historia:

¿Qué sucede –qué hacer– cuando no se quiere eludir la historia y sin embargo al mismo tiempo se desea alcanzar la poesía? Quizás la solución sea no plantearse una alternativa, como Borges, y no eludir la historia, como Usigli, sino tratar de conciliar todo lo verdadero que pueda tener la historia con lo exacto que pueda tener la invención (2012: 680).

Del Paso propone lo exacto de la invención en su ensayo “La novela que no olvide” (publicado en 1982) una verdad simbólica que supera la histórica. El autor al posicionar la literatura sobre los hechos del pasado considerados hegemónicos demuestra su postura hacia la Historia. Del Paso, en este mismo ensayo, describe una ignorancia que sólo puede esclarecerse con la depuración de “la versión oficial de la historia” (2002: 958). Se observa así una modernización de lo establecido históricamente. En Noticias del Imperio, el autor muestra su percepción del Segundo Imperio a través de la Historia y la cultura mexicana. En el apartado “El último de los mexicanos”, al igual que en su ensayo, Del Paso continúa con la crítica a la verdad histórica que es considerada, desde el canon, prácticamente sagrada y monológica: “a falta de una verdadera, imposible y, en última instancia, indeseable ‘Historia Universal’, existen muchas historias no sólo particulares sino cambiantes, según las perspectivas de tiempo y espacio desde las que son ‘escritas’” (2012: 675).

La Carlota de Fernando del Paso y la histórica

Carlota nace el 7 de junio de 1840. Es hija de Luisa María de Orléans y Leopoldo i, mejor conocido como el Rey de los Belgas. Leopoldo, quien para el nacimiento de la princesa oscilaba entre los cincuenta años, tenía una obvia predilección por su única hija y la más pequeña de sus tres descendientes. Carlota crece con una instrucción igual a la de sus dos hermanos mayores, es decir, entre conocimientos en política y estudios diplomáticos; geografía, literatura, música, historia, idiomas y demás áreas, en las cuales debía estar instruido su futuro monarca, algo no muy común durante la época para una mujer, incluso, perteneciente a la realeza.

Desde muy pequeña, la princesa Carlota comienza a mostrar un carácter decidido y una gran inteligencia. Su padre en cartas escritas a su madre, la reina María Elena, se refiere a su hija como “pequeño silfo de cuento de hadas” y la describe como “viva, petulante y parlanchina” (Igler, 2002: 9). Siempre se ha descrito a la emperatriz como una mujer de carácter fuerte y osada. Ello contrasta con las descripciones que hay sobre su infancia donde se le considera una niña dulce y sensible. Este cambio de personalidad se le adjudica al acontecimiento de la muerte de su madre, cuando Carlota tenía diez años. La condesa de Reinach habla de la princesa como “una adolescente reflexiva, seria, razonadora; encerrada en sí misma y de un espíritu a menudo amargo” (Igler, 2002: 12).

Fernando del Paso se inspira en la emperatriz debido a su carácter enérgico, y decide escribir la novela. Este distintivo de la princesa belga la definió a lo largo de su vida. En la obra de Conte Corti, Maximiliano y Carlota, se describe a Carlota con cualidades heredadas de su padre: “la inteligencia clara y la objetividad, así como una ilimitada ambición, vanidad personal y, en general, una inteligente concepción de la vida” (2004: 305). Del Paso pone en boca de la archiduquesa una de las acciones con mayor mención12 en los estudios realizados del Segundo Imperio o, mejor dicho, la atribución del desenlace fatal en el que la emperatriz demuestra el carácter descrito en la historiografía:

No abdicarás, te dije, no abdicarás es el onceno mandamiento que Dios escribió con fuego en el corazón de todos aquellos monarcas a quienes otorgó el derecho divino, irrenunciable, de gobernar a los pueblos, no abdicarás, te escribí, te lo dije mil veces cuando estabas en Orizaba y paseabas con Bilimek (2012: 12).

La mencionada ambición de poder de Carlota la persigue como la causante de la fatalidad de su marido; su cuñada Elizabeth, mejor conocida como Sissi, la apoda el Ángel de la Muerte de Maximiliano. El héroe de la Primera Guerra Mundial, Le Tigre Clemenceau, escribió en sus mocedades:

Compadecer al lobo es cometer un crimen contra las ovejas. El tipo aquél se proponía […] un crimen incalificable y aquellos a quienes quería matar le han dado muerte. De lo que mucho me felicito. Su mujer se ha vuelto loca: nada más justo: eso casi me convence de que hay una providencia. Fue la ambición de esta mujer la que empujó al idiota del marido. Ha habido que matar a muchos hombres para que la linda Carlota sea saludada con el nombre de Emperatriz; pero por lo visto aun (sic) quedaban vivos algunos. Mire usted: después de todo lamento que esté loca, porque así no puede comprender que su marido ha muerto por culpa de ella y que es un pueblo el que ha tomado legítima venganza (citado en Iturriaga, 1992: 95).

La Carlota delpasiana se defiende de las acusaciones históricas y humilla a Maximiliano: si el Imperio fracasó fue por la debilidad de su marido, no por ella. La Historia culpa a Carlota de haber sido insistente y ambiciosa13 con la aceptación del trono mexicano. Ahora ella tiene la palabra para adjudicar el fallo de la empresa mexicana al emperador por su ineptitud para gobernar:

dime Maximiliano, después de que gritaste Viva México y unos segundos antes de la descarga, y por tonto y por débil, por crédulo, por cándido, por confiado, por arrogante y holgazán, por temerario y por falso, por imbécil, dime, por qué no te condecoraste tú mismo con el gran collar de la Orden Suprema del Gran Pendejo? (Del Paso: 2012: 648).14

Maximiliano, en sus memorias, culpa a dos mujeres de su situación desastrosa: Carlota y su madre María Teresa. La Historia y el mismo emperador, minutos15 antes de morir, acusan a la princesa belga de ser la causante del final sangriento del archiduque. A pesar de que se hace mención del papel que también jugó su madre en la decisión del emperador de no huir de México, su esposa es quien carga con el peso de la culpa histórica. No obstante, Carlota, en Noticias del Imperio, señala la terrible acción de su suegra, la juzga desde la perspectiva materna:

ella dijo que soportaría mejor la pérdida de uno de sus hijos que someterse a la masa de estudiantes, así también ella fue culpable de que te asesinaran en Querétaro, ella que cuando tú le escribiste desde Orizaba diciéndole que querías abdicar y dejar México, ella la puta que se entregó a Napoleón Segundo para hacerlo tu padre, y te dijo que sí, claro, en Schönbrunn y en el Hofburgo y en toda Viena, en Austria y en Hungría te extrañaban mucho […] pero tienes que quedarte en México, te escribió, porque un Habsburgo jamás huye, nunca […] tienes que quedarte en México, aquí tu posición sería ridícula (116)

Pero así como Carlota fue la cruz de Maximiliano, conforme a la colectividad histórica,16 ahora el emperador se convierte en la suya. Él es el amor que no pudo ni puede tener: “que tú siempre fuiste y serás el amor de mi vida” (8); es quien la mata como resultado de un cariño poco sincero y poco correspondido: “Pero tu corazón y tu sangre, mi querido, mi adorado Max, estaban envenenados” (12); desde que murió su esposo ella se encuentra en la penumbra: “Lo que no saben ellas es que, si estoy ciega, es porque me quitaron tus ojos. Cuando me los quitaron, Maximiliano, me quitaron todo […] Me quitaron todo lo que yo veía a través de ellos, porque fue con tus ojos que aprendí a ver” (66). El príncipe austriaco es el único pensamiento que aparece en su mente. Él es su sufrimiento, su único interlocutor y, por siguiente, su mundo entero. México y Maximiliano son su tormento:

yo que con mi aliento escribí tu nombre en los jarrones de pórfido de la escalinata de Miramar, yo que en los cenotes sagrados de Yucatán donde sacrificaban a las princesas vírgenes contemplé tu rostro muerto, yo, Maximiliano que cada noche de cada año de los sesenta que he vivido en la soledad y el silencio te he adorado en secreto, yo que en las sábanas y en los pañuelos y en las cortinas y en los manteles me paso la vida, Maximiliano, me la he pasado bordando tus iniciales, Maximiliano (21).

No estuvo en duda el cariño y devoción que Carlota mostró por Maximiliano desde el momento en que lo conoció en Bruselas. Después de la muerte de su madre, la princesa belga encontró en su abuela una figura materna. Durante sus años en Bélgica, Carlota mantuvo una correspondencia con ella, si bien no diaria, al menos semanal. Ella fue su confidente y guía. En una de estas cartas, escrita el 21 de junio de 1856, cuenta a su abuela la posibilidad que le plantea su padre Leopoldo de tomar como esposo a Maximiliano o a Pedro, rey de Portugal; aunque al inicio de la carta Carlota intenta anteponer la obligación, el deber y la guía e iluminación del Espíritu la llevaron a preferir al austriaco, en palabras de una joven enamorada:

J ‘apprécie la noblesse de son espirit, je sais que il est chevalier qui rempli de (letra ilegible) et d’ inspiration et surtout ce qui est bien important et bien rare dans su position animé de véritables sentiments religieuse, en un mot i’est le prince le plus distingué de l’ Europe (De Bégica, 1856).

En cartas de Maximiliano a Carlota, durante el proceso de cortejo, él se muestra cariñoso y enamorado de ella; sin embrago, se duda de las honestas intensiones que él tenía hacia la princesa belga. El mismo Leopoldo aconseja17 a su hija elegir por marido al rey de Portugal. La habilidad de Maximiliano con las palabras, su romanticismo y el supuesto amor por su futura esposa están presentes durante toda su correspondencia previa al enlace nupcial: “Nella Vostra lettera Voi mi credete felice sotto il celo del sud, ma Vi sbagliate, non sono tutto felice, poiché il sole della mia vera felicità é a Laeken e di questo sole il mio cuore ha nostalgia, nonostante il freddo e l’inverno” (De Habsburgo, 1857).

Algunos historiadores atribuyen la separación amorosa de la pareja al viaje que hicieron a Brasil después de casarse, pero el camarista de Maximiliano, quien estuvo con el emperador desde que habitaba en Miramar, comentó a Blasio, secretario particular del mandatario, que “desde Miramar había visto de cerca á (sic) los soberanos, me refirió que allí todavía se les veía enamorados y siempre juntos; pero que después de un viaje a Viena, pasó algo que vino á (sic) echar para siempre por tierra aquella unión conyugal” (Iturriaga, 1992: 77). En la corte se sabía de la conducta inapropiada del emperador. En una memoria del mismo secretario se lee sobre esta cuestión; ahí se entrevé que Carlota tenía conocimiento de las infidelidades de su marido:

Excuso decir que en las conversaciones de sobremesa, ninguno de los comensales se atrevía á(sic) hacer la más mínima alusión á(sic) las habladurías que de boca en boca corrían respecto al Emperador. A nadie se le escapaba sin embargo, que miraba con ojos de deseo á(sic) tales ó(sic) cuales de las más hermosas de la corte y cuando se hablaba con toda discreción de asuntos galantes, la Emperatriz sonreía con cierta tristeza que todos observábamos (Iturriaga, 1992: 77).

El idilio de mayor mención en la Historia que involucra a Maximiliano es el que sostuvo con la india que habitaba en los Jardines de Borda, Concepción Sedano y Leguizamo, pero Blasio confirma que hubo más amoríos además de su romance en Cuernavaca. Las apariencias y el silencio de la Carlota histórica desaparecen en la Carlota delpasiana. Ella toma voz y recrimina a su marido y sus acciones; el recato ahora es inexistente y ella tiene libertad de expresarse sin tener que guardar la compostura que durante tantos años le fue exigida:

¿Quieres, dime, que todo el mundo sepa que si tú fuiste un tonto yo lo fui más que tú por haber creído alguna vez en ti, en tu amor, en la fidelidad que tanto me juraste, como si no hubiera sabido yo que cuando ibas a Viena a arreglar o que tu llamabas asuntos del virreinato, acababas en las camas de las coristas, y lo único, lo único que ahora me consuela es que ya no puedes engañarme, que ya no lo harás nunca, que ya no podrás hacerle el amor a tu condesita Von Linden […]? (113).

Al fin, la Carlota de Noticias del Imperio se puede despojar del decoro real. El silencio ya no es necesario en una octogenaria y demente mujer que vive recluida y ensimismada en los recuerdos. A pesar de la añoranza y el amor de la princesa belga por su marido, ella puede ajustar cuentas: le quita la vida como venganza de sus mentiras,18 sus infidelidades y se venga por haber muerto antes que ella:

Morir, claro, es más fácil que seguir vivo. Estar muerto y cubierto de gloria es mejor que estar viva y sepultada en el olvido. Por eso, nada más, y para echarte en cara todas tus mentiras, es que cada noche viajo hacia atrás en el tiempo, y, sola en la oscuridad de mi cuarto, te he visto una y otra vez, mil veces caer en el silencio bajo el fuego de una descarga silenciosa, y te he visto besar el polvo del cerro y abrir la boca sin decir nada (193).

A partir del deterioro de la salud de Carlota, sus familiares políticos y de sangre la mantuvieron oculta y enclaustrada en diferentes locaciones de las propiedades de ambas jerarquías; a su regreso del Vaticano (donde los episodios de demencia llegaron a su cúspide), el emperador Francisco José ordena su traslado a Miramar donde tuvo un trato más de rehén que de la viuda de su hermano Maximiliano. Después de una pelea,19 la emperatriz es trasladada al palacio de Laeken de la mano de María Enriqueta, esposa de su hermano, ahora Leopoldo ii y regente de Bélgica. Pasado un mes y medio de su estadía en Laeken, la carga demente es llevada al palacio de Tervueren, donde habita por más de diez años y, finalmente, después de un incendio que acaba con la mayor parte de la residencia, es transferida al castillo de Bouchout, donde vive cuarenta y ocho años más, hasta que la muerte, por fin, la alcanza.

Como consecuencia, el encierro, la oscuridad y soledad no pueden quedar sin mención en el monólogo de Carlota: “Conozco cada rincón de Bouchout. Conocí cada rincón de Miramar y de Terveuren, de Laeken. Y a veces pienso que mi vida no ha sido sino un largo peregrinar por casa y castillos, por cuartos y corredores” (186). Con el rencor que caracteriza a la emperatriz en Noticias del Imperio, añora a Maximiliano, pero, al mismo tiempo, desea su sufrimiento. La anáfora indica el deseo del encierro que ella experimentó para su esposo. Ella vivió toda su vida en reclusión, en cambio, Maximiliano lo estuvo solo unos días antes de su muerte. Carlota posee a su esposo a través de su sufrimiento:

No quiero verte en el Palacio de Cristal de Sydenham del brazo de la Reina Victoria. Quiero, nada más, verte y tenerte siempre en tu celda del Convento de las Teresitas. En tu celda y con tu catre y con tu bacinilla. Si para retroceder en el tiempo y encerrarte de nuevo en ella es necesario que saltes de tu caja de madera de pino de la que se te salían los pies, salta, Maximiliano, y corre para el fiacre, corre para el convento […] y es allí, en tu celda y en ninguna otra parte, ni antes ni después, donde te quiero tener para que nunca te me vuelvas a escapar: en tu celda y con tu crucifijo y tu largavista y tu espejo y tus cepillos y tus tijeras (195).

Los monólogos están inspirados en los cincuenta años que la emperatriz vivió recluida en el castillo de Bouchot. Sus damas cuentan que hablaba con ella misma y con interlocutores imaginarios, en inglés, francés, español y alemán, al mismo tiempo. Antes de que decayera más su salud mental, escribió cartas, una tras otra, entre el 16 de febrero y el 15 de junio de 1869 dirigidas, por lo general, a Napoleón iii y Charles Loysel, un francés leal y de confianza, oficial del estado mayor y jefe del gabinete militar de Maximiliano que había servido a la emperatriz como fiel consejero durante su gobierno en México. Dichas cartas nunca se mandaron.

Carlota se autodenominaba: “pluma del mundo, porque todo lo que hago es escribir” (Igler, 2002: 134). La Carlota delpasiana retoma el pasatiempo de la histórica, y a través de una labor que se efectuaba en momentos de demencia, la princesa belga se une con su esposo. La pluma 20 se convierte en el símbolo de poder, sensibilidad y justicia. Maximiliano tiene en sus manos la batuta que dirige el pasado conforme a los deseos de ambos:

Para que con una pluma de quetzal del Penacho de Moctezuma firmes tus edictos imperiales y con una pluma de gallina le escribas a Sisi tu cuñada. Para que con una pluma de petirrojo le hagas un poema a mi boca, y con una pluma de ave de paraíso le escribas a Pio Nono. Para que con una pluma de cacatúa le escribas a tu madre Sofía, y con una pluma de cisne le hagas un poema a mi cuello… Para que firmes la declaración de guerra de México a Austria-Hungría con una pluma de águila, y con una pluma de gaviota escribas tu bitácora cuando viajes en la Novara por las Islas del Mar Egeo, y con una pluma de cuervo firmes la sentencia de muerte de Benito Juárez para que lo fusilen en la Plaza de San Pedro (127).

En Bouchot se llevaba un registro diario del comportamiento de la emperatriz. En estos se escribió que, ensimismada en sus pensamientos, la princesa se casó con Charles Loysel para después convertirse en él. Ya no era más Carlota de Bélgica, se hacía llamar Charles y era un jefe del ejército. Ella justifica este comportamiento demente diciendo algo muy lógico: “porque convertirse en hombre es como nacer por segunda vez… en breve, ser mujer equivale a no existir” (Igler, 2002: 133). Se puede observar que, a pesar de su trastorno mental, estaba consciente de su situación y deseaba ser alguien masculino para alcanzar su libertad y volver a tener una vida. Ella repetía que si hubiese sido hombre,21 hubiera podido salvar México. Tal vez tenía presente las palabras de su padre quien dijo varias veces que si Carlota hubiera nacido barón, Bélgica tendría un excelente rey.

En cartas redactadas por la emperatriz en su periodo de demencia se encuentran planes que comunicaba a Loysel para rescatar a Maximiliano y al Imperio. La anhelada masculinidad y su importancia se hace presente en la carta del 26 de marzo de 1869: “el porvenir del mundo no se puede cumplir sin mí, primero, y el emperador, mi esposo, en seguida. Él no puede, si nosotros no somos los herederos22a adoptivos de Napoleón iii. Si hubiera sido hombre en 1864, aquello se haría enseguida y nos hubiéramos ahorrado Querétaro” (Van Ypersele, 2010: 54).

La Carlota, en Noticias del Imperio, cumple con su deseo. Ella minimiza a Maximiliano y se otorga el poder que su esposo no pudo conservar. Esta autoridad va más allá de conservar el poderío en el territorio mexicano: la emperatriz regala al archiduque lo que él jamás ambicionó, pero que ella sí hubiera podido lograr:

Yo te voy a dar algo mucho más grande. Te voy a dar México. Te voy a dar América… Te voy regalar la Florida para que vayas a ella con Ponce de León a buscar la fuente de la eterna juventud… Te voy a dar la Patagonia, Maximiliano, para que veas pasar a Hernando Magallanes (705).

Carlota, a lo largo de los monólogos, hace alusión al olvido. Ese abandono por la Historia que siempre menciona a Maximiliano, y a ella la deja en la oscuridad de la locura, la encasilla como su esposa y la condena al destierro de la Historia mexicana, y aunque se hable del Segundo Imperio y de Maximiliano, la Historia no deja de tacharlo como un usurpador y traidor. Usigli escribe en el prólogo de su obra Corona de sombras: “que sólo México tiene derecho a matar a sus muertos y que sus muertos son siempre mexicanos” (1994, 80).

Tanto en correspondencia oficial y personal, Carlota y Maximiliano se llamaban a sí mismos mexicanos, pero en México jamás fueron reconocidos como miembros de esta patria. La emperatriz se autoconcede la aceptación del pueblo mexicano al despojarse de su fisionomía europea y de su ascendencia real; de esta manera ya no la verán más como la intrusa infame, porque se transforma en mexicana, en deidad (madre de todos los mexicanos) y soberana de todo el continente:

Me trajo un puñado de arena de la Isla de Sacrificios, unos guantes de piel de venado y un enorme barril de maderas preciosas rebosante de chocolate ardiente y espumoso, donde me voy a bañar todos los días de mi vida hasta que mi piel de princesa borbona, hasta que mi piel de loca octogenaria, hasta que mi piel blanca de encaje de Alenzón y de Bruselas, mi piel nevada como las magnolias de los Jardines de Miramar, hasta que mi piel, Maximiliano, mi piel quebrada por los siglos y las tempestades y los desmoronamientos de las dinastías, mi piel blanca de ángel de Memling y de novia de Béguinage se caiga a pedazos y una nueva piel oscura y perfumada, oscura como el cacao de Soconusco y perfumada como la vainilla de Papantla, me cubra entera, Maximiliano, desde mi frente oscura hasta la punta de mi pies descalzos y perfumados de india mexicana, de virgen morena, de Emperatriz de América (8).

Los intentos de los emperadores por parecer y ser mexicanos llegaron al punto de vestirse a la usanza de su nueva nación. En un hecho que parece algo irónico, Maximiliano fue el primer mandatario en dar el Grito de Independencia, el cual tuvo lugar en Hidalgo. Para esa ocasión, él vistió un traje de charro y Carlota uno de china poblana. El emperador escribe a su hermano sobre la adaptación a su nuevo país:

El único momento libre es desde las ocho hasta las nueve de la mañana, durante el cual, disfrutando de magnífico aire matinal, suelo salir a caballo con Carlota [en el bosque de Chapultepec], como todo el mundo aquí en la magnífica silla mexicana y en traje de montar mexicano, sombrerote de anchas alas, el ligero spencer, con los pantalones guarnecidos con pequeños botones de plata y el excelente y tan pintoresco sarape (en Iturriaga, 1992: 60).

Los paseos que narra a su hermano eran un espectáculo visual para quienes lo presenciaron: “Para corregir el mal efecto del sencillo traje de cuero que llevaba todos los días su augusto esposo, ella salía cotidianamente en un coche tirado por empenachadas mulas con collares de cascabeles, vestida ella misma a la mejicana (sic), toda con mantilla y envuelta en un sarape” (Iturriaga, 1992: 61). En Noticias del Imperio, Carlota se burla de la ingenuidad de su esposo que cree ilusoriamente que con unas prendas es suficiente para ser mexicano:

querido Max […] llovía sobre tu pecho condecorado con el Águila Azteca y que aleteaba como una inmensa mariposa de alas doradas, cuando a caballo y al galope y con un traje de charro y tu sombrero incrustado con arabescos de plata esterlina recorrías los llanos de Apam entre nubes de gloria y polvo” (8)

Los intentos exagerados de la pareja europea para ser aceptados como sus nuevos súbditos son en vano. Un contemporáneo de la corte mexicana escribe sobre las reacciones causadas por la interpretación mexicana de sus soberanos: “Maximiliano y Carlota pasearon por las calles de México á (sic) caballo, con el traje de los rancheros mexicanos ricos, hecho que á (sic) los republicanos hizo reír y á (sic) los monárquicos ponerse las manos en el rostro” (Iturriaga, 1992: 61). La Carlota delpasiana, ahora consciente,23 de lo que fue en realidad su Imperio, recrimina la inexistente empatía y la ingratitud del pueblo mexicano; no fueron suficientes sus leyes liberales, la creación de dependencias gubernamentales que ofrecían ayuda a los indígenas, tampoco lo fue el que se desprendieran de sus ropas europeas para convertirse, al menos, en apariencia, en mexicanos:

¿Te gustaría no haber nacido en Schönbrunn, sino en México? […] ¿Te gustaría, Maximiliano, que no te hubieran fusilado en México, haber sido el gobernante justo y liberal de un país grande y próspero donde la paz reinara para siempre, envejecer como patriarca de barba blanca y morir adorado por tus indios, por todos esos indios mexicanos a quienes también inventamos nosotros, y a los que nosotros mismos volvimos ingratos, pero tan ingratos, Max, que no hubo uno solo, uno solo, escúchame, Maximiliano, que cuando ya estabas caído, prisionero, dejado de la mano de Dios, condenado por Juárez, uno que te visitara en tu celda para llevarte una gallina, uno solo que se colgara al cuello un manojo de cactos y de rodillas fuera el templo de la Virgen de Guadalupe para pedirle que salvara tu vida y la del Imperio? (74).

El olvido se convierte en un leitmotiv que indica el abandono que rodea a Carlota: el de Maximiliano, el de aquellos que los embarcaron en la odisea mexicana dejándolos a la deriva, el de su propia cordura, el de México y el de la propia Historia. La emperatriz octogenaria recuerda el abandono, incluso, de su propia familia y de aquel que pretendía su mano:

Y porque nadie, Maximiliano, ningún monarca de Europa, ni me hermano Leopoldo, ni Luis Primero de Portugal ni el Káiser Guillermo Primero de Alemania, ninguno, Maximiliano, fue capaz de ir a México a pedirle a Juárez que no te fusilara, a colmarle el orgullo al indio y henchirle la soberbia y ofuscarlo en su pequeñez y su mezquindad para salvarte la vida: todos te abandonaron (370).

La Carlota delpasiana se convierte en la Historia para salvarse del olvido. La sangre de los mexicanos es la tinta; su cuerpo es el papel. Ambos se fusionan para emerger como uno. Su cuerpo es el pliego en blanco que le da la oportunidad de reescribir el pasado a su antojo, y no hay mejor tinta que la sangre mexicana: de lo que careció para ser aceptada. La emperatriz se apropia de la mexicanidad y por medio de un acto barbárico, tener sangre ajena en las manos, plasma sus hechos y su versión del pasado para rescatarse a ella y a Maximiliano:

Me desnudé, Maximiliano, delante de Juárez, pero no para entregarme a él, sino para escribir, con mi piel y sobre mi piel y con la sangre de ellos y de México, nuestra historia. Humedecí, en la sangre, el dedo cordial y con él me dibujé una cruz en la frente. Con él me dibujé un círculo en el vientre. Con él y con la sangre de los mexicanos derramada en la Batalla de Santa Gertrudis, en la Batalla de Pinotepa y en la Batalla de San Lorenzo… con esa sangre Maximiliano, me tatué todo el cuerpo, y es allí, en mi piel, donde todo quedó escrito y no en las hojas, en las miles de hojas en blanco que arranqué de mis cuadernos… para de nuevo angustiarme porque no he podido contar tu historia, para alegrarme de nuevo porque, después de todo, me ha sido dada la oportunidad de comenzar, una vez más, desde el principio (643).

En el último “Castillo de Bouchout 1927”, Carlota culmina sus monólogos declarándose mexicana y madre, que fue uno de los estigmas24 de la Carlota histórica. Se posiciona a la par de las grandes figuras del pasado y de aquellos pertenecientes a castas de menor significancia. Con ello se observa que Carlota se deslinda de su ascendencia real para alcanzar su mayor objetivo: ser miembro de la raza azteca:

Diles, también, que soy mexicana porque sé muy bien dónde dejé mi corazón […] Yo soy Mamá Carlota, madre de todos los indios y todos los mestizos, madre de todos los blancos y los cambujos, los negros y los saltapatrases […] madre de Cuauhtémoc y La Malinche, del cura Hidalgo y Benito Juárez, de Sor Juana y de Emiliano Zapata. Porque soy tan mexicana, ya te lo dije, Maximiliano, como todos ellos (704).

Conclusiones

Claudio Guillén menciona que la literatura comparada formaespecialistas debido a la ardua investigación involucrada para efectuar un análisis comparatístico. Al recurrir a un estudio historiológico que implica contextos más allá de la propia literatura, se logran apreciar fenómenos que involucran la conformación de la memoria colectiva, en este caso, de la Historia oficial y la cultura mexicana. Además, la literatura comprada ayuda, en palabras de Nivelle (1984), a reflexionar la propia literatura.

Al realizar la comparación entre la Carlota histórica y la delpasiana se observa un núcleo en común: la literaria no escapa de las características de la emperatriz histórica. Sin embargo, la Carlota literaria complementa y rescata la figura de la establecida por el pasado. Ella se otorga lo que se le negó histórica y culturalmente para surgir como nueva. Se posibilita una re-comprensión de la última emperatriz de México, que es una de las finalidades de la novela histórica contemporánea.

Noticias del Imperio de Fernando del Paso presenta a una Carlota que por medio de la locura realiza una crítica a la Historia, lo que permite que ella se reunueve. En la novela, mediante lo poético, la locura (repulsión y aislamiento) se convierte en una verdad simbólica que cuestiona los hechos históricos absolutos. El otrora estigma de la locura se transforma en liberación y creación.

La Carlota de Fernando del Paso logra el perdón del olvido, y la posiciona como mujer emancipada de Maximiliano: ella ya no es más su sombra. La Carlota delpasiana da libertad a la última emperatriz de México, y muestra su fortaleza e inteligencia ocultas por la Historia. En “Castillo de Bouchout 1927”, capítulo final de la obra, la princesa aprovecha la última oportunidad y se convierte en mexicana, no es más la extranjera loca. Ella es México, y su verdad es la realidad:

Si te dicen que el México con el que sueño dejó de existir hace mucho tiempo, diles, Maximiliano, que eso no es cierto, porque México es el México que yo invento. Yo le di su frescura a las aguas del Lago de Chapala. Yo inventé la Plata de Sonora. Yo le di su transparencia a los cielos azules del Valle de Anáhuac. Y si te dicen, Maximiliano, si te dicen que México ya no es el mismo, diles que no es cierto, porque yo soy la misma de siempre, y México y yo somos la misma cosa (698).

En la novela, Carlota logra su reivindicación al crear para sí misma la inmortalidad histórica: se deslinda de la locura oficialista, de la culpa, del linaje real europeo, se nombra mexicana e, incluso, es la salvaguarda de su esposo. La emperatriz, cuyo final histórico se encontró lejos de México, ahora, por medio de Noticias del Imperio retorna al lugar donde pertenece. La novela finaliza con un monólogo en el que la princesa pronuncia sus últimas palabras: “Carlos Lindbergh está cruzando el Atlántico en un pájaro de acero para llevarme de regreso a México” (708). La Historia pierde su validez dentro de la novela y muestra el principio delpasiano sobre la verdad simbólica que remite a lo antes citado por Perdomo, Veyne y Bruce-Novoa: cuestionar la veracidad de los hechos históricos.

María Cristina Pons escribe en Memorias del olvido: La novela histórica de finales del siglo xxque la novela histórica contemporánea afecta la memoria histórica colectiva. Pues bien, la Carlota delpasiana cambia la perspectiva histórica que permite aceptarla como mexicana:

Darles el lugar que les correspondería en nuestro panteón, por otra parte, no implicaría la necesidad de justificar nada: ni las ambiciones desmesuradas ni todo lo que de imperialistas y arrogantes tuvieron las aventuras de nuestros últimos conquistadores europeos, de la misma manera que lo traidor a nuestros traidores, y lo dictador a nuestros dictadores, no les quita lo mexicano (682).

Carlota murió el 19 de enero de 1929 a los ochenta y siete años. Se dice que en su último momento de lucidez pronunció las siguientes palabras: “Recordadle al universo al hermoso extranjero de cabellos rubios. Dios quiera se nos recuerde con tristeza, pero sin odio” (Igler, 2002: 141). Con estas palabras, Carlota expresa la postura con la que se les consideró a ella y a su marido, la que condenó su Imperio al fracaso y se convirtió en la causa de su angustia: lo extranjero. Noticias del Imperio otorga a Carlota ese lugar añorado. Logra reivindicar su imagen ensombrecida por el paso del tiempo y el dedo acusador de la Historia.

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Notas

1 Al igual que María Cristina Pons en Memorias del olvido. La novela histórica de fines del siglo xx, en este trabajo se hará referencia a la Historia (con mayúscula) no como la ciencia totalizadora, sino para evocar a los términos que abarquen el aspecto histórico (tiempo-espacio) y no permitir la confusión con el concepto narratológico de historia.
2 Si bien son reconocidos como máximas figuras dentro de los hechos históricos del país, la propia Historia oficial esconde o minimiza acciones que podrían quebrantar la imagen de los héroes nacionales; por ejemplo, poco se menciona la confesión o, incluso, traición que realiza Morelos cuando es capturado por el ejército español. El Siervo de la Nación rindió un informe detallado sobre los movimientos y armamento de las tropas mexicanas durante sus enjuiciamientos emitidos por los representantes de la corona española y del clero. Vicente Leñero retoma dichos juicios y confesiones para escribir El martirio de Morelos (1981), el cual fue censurado durante el gobierno de Miguel de la Madrid por exhibir al hombre detrás del héroe de la independencia. La figura del héroe no queda en el pasado, es un ente latente cuyo símbolo es explotado para idealizar y unificar: “El concepto de héroe va más allá, su imagen se ha utilizado con diversos propósitos; como símbolo unificador, como actor principal en la construcción de eventos gloriosos, como eje clave en los discursos nacionales” (Martell, 2011: 2).
3 Eugenia de Montijo, mencionada por Del Paso en Noticias del Imperio y por la Historia como la Emperatriz de los Franceses, provenía de cuna noble española. Debido a su origen, el pueblo de Francia no aceptaba su unión con el entonces presidente Luis Napoleón (quien se convertiría en Napoleón iii); una vez que él declara nuevamente la imposición de un imperio en el territorio francés, conforme a las costumbres monárquicas, Eugenia y Napoleón contraen nupcias en la catedral de Notre-Dame el 30 de enero de 1853. Como gesto de sumisión hacia su nuevo pueblo, Eugenia, al salir de la catedral, con la corona puesta, hace una reverencia a sus súbditos demostrando así su devoción; con este acto gana el afecto de Francia y es nombrada la Emperatriz de los Franceses.
4 Egon Caesar Conte Corti (2004), en Maximiliano y Carlota, atribuye la empresa mexicana, más allá de los motivos políticos y económicos de Francia, al interés y la insistencia de dos mujeres: Carlota y Eugenia. La mujer de Napoleón iii harta de las múltiples infidelidades de su esposo, enfoca toda su atención en México; ella consideraba que era parte de sus deberes recuperar el territorio perdido de la Nueva España. La propia Emperatriz propone a Napoleón que ofrezca a Maximiliano el trabajo de gobernante del territorio mexicano. Gracias a la insistencia de ambas para convencer a sus maridos, la travesía mexicana comienza a formarse. Al respecto, Alfonso Reyes dice: “Las infelices Eugenia y Carlota representan aquí ese elemento de arbitrariedad, entrometimiento y audacia que caracteriza a la ignorancia, y más cuando viste faldas. Pues, por larga injusticia histórica, y no porque el hombre valga más que la mujer, ésta casi siempre aparece en la historia y en la política sin otras armas que su espantosa inexperiencia” (citado en Iturriaga de la Fuente, 1992: 34). Fernando Del Paso alude a esta cuestión en el capítulo iv “Una cuestión de faldas, 1862-1863”.
5 “La literatura comparada no designa entonces una metodología específica, sino un modo de estudiar la literatura. En un intento por trascender las fronteras lingüísticas y culturales de una literatura nacional, el estudio comparativo de la literatura amplía el sistema de referencias con objeto de propiciar una mejor apreciación del fenómeno literario” (Pimentel-Anduiza, 1993: 93).
6 Anderson Imbert define la novela histórica como “la que cuenta una acción ocurrida en una época anterior a la del novelista” (citado en Menton, 1993: 33). El propio Seymour Menton escribe: “hay que reservar la categoría de novela histórica para aquellas novelas cuya acción se ubica total o por lo menos predominantemente en el pasado, es decir, un pasado no experimentado directamente por el autor” (1993: 32).
7 A pesar de que se le atribuye la invención de la novela histórica a Scott, existen otras posturas que sostienen los inicios de este género a finales del siglo xviii, cuando los autores investigaban en vestigios antiguos para realizar un trabajo literario apegado, lo más posible, a la realidad que se pretendía evocar: “Yet, we would do Scott too much honor by giving him the sole credit for the ‘invention’ of this literary form. The historical novel proper emerged toward the end of the eighteenth century, when novelists began to draw upon information collected by antiquarians concerning the manners, customs, clothes, and architecture of former ages in order to situate the adventures of predominantly fictional characters in concretely detailed, historical surroundings” (Wesseling, citado en Pons, 1996: 74)
8 Maximiliano confiaba en la capacidad de Carlota para gobernar. Desde antes de su salida de Trieste, Maximiliano decretó el 10 de abril de 1864 que en caso de que él muriera o existiera cualquier otra contingencia, ella quedaría como regente del Imperio. No había duda de la inteligencia y habilidad de la nueva emperatriz. Durante los viajes del emperador ella presidía los asuntos de Estado e incluso en el primer año del Imperio acudía a las reuniones de Consejo de Ministros. Durante la ausencia de Maximiliano, Carlota abolió los castigos corporales, limitó las horas de trabajo, garantizó el salario regular a los indios y tomó medidas para terminar con las deudas que, a causa de la necesidad, se vieron obligados a acumularlas: “Decretó especialmente que la cifra de los anticipos que podría consentir el propietario a sus criados sería de seis pesos y que los hijos de un peón quedarían descargados de las obligaciones pecuniarias de sus padres. Esas decisiones construían un verdadero progreso” (Iturriaga de la Fuente, 1992: 68).
9 La literatura comparada facilita encontrar estos puntos al realizar su acción entre la novela delpasiana y la propia historia, como menciona W. Dilthey: “la comparación señala, por otra parte, la individualidad de un fenómeno, no busca pues las “uniformidades existentes” para formular leyes generales, sino más bien “tiene por objeto las diferencias, las graduaciones, los parentescos, los tipos, la ordenación y la explicación de los mismos” (citado en Schmeling, 1984: 15).
10 Existen varias teorías sobre la locura de Carlota. Una de ellas cuenta sobre la visita de la emperatriz a un mercado. Buscaba una solución a su supuesta infertilidad. Se dice que la tendera era partidaria de Juárez; por ello, le da a beber toloache, lo que ocasionó el desequilibrio mental de la princesa. También se cuestiona su locura, debido a un supuesto embarazo de un hijo ilegítimo. La situación se solucionó con la actuación de la futura madre simulando trastorno mental para ocultarse y dar a luz. La explicación más popular, y más aceptada, es la que justifica su demencia debido a la presión y desesperación de salvar el Imperio mexicano y a su marido.
11 John Bruce-Novoa en su escrito “La historia apasionada” cuestiona la objetividad de los recursos con los que se hace la Historia: “Frente a esta crítica los historiadores buscan respaldarse en la prueba científica de la materia prima, que en el caso de la historia suele ser el documento. Con un testimonio ‘auténtico y contemporáneo’ de épocas pasadas pretenden reconstruir los hechos. Sin embargo, cuando estos documentos nos llegan en forma escrita, obviamente ya son textos; y en cuanto a los testimonios orales, después de Derrida, ¿quién puede pensar en ellos más que en forma de textos vocalizados? Ya ni pretextos son. Ciertos hechos y seres humanos seguramente habrán existido durante fechas verificables, pero al pasar al documento sufren una transformación que los descontextualiza –pasan del mundo material a la página impresa, del campo total de relaciones contemporáneas y personales propias al campo selectivamente parcial de la intertextualidad y las lecturas anacrónicas–, seguida por un proceso de recontextualización que se perpetúa indefinidamente en un diálogo de reinterpretaciones” (1990: 423-424).
12 Diversas investigaciones coinciden en la insistencia de Carlota para que su esposo aceptara el trono mexicano. El propio hermano de la princesa, Felipe, afirmó que “era su excesivo deseo de ser la soberana de no importa qué y no importa dónde el que la empujó al asunto mexicano” (Igler: 2007: 41). De igual forma, al verse en peligro el Imperio, Carlota escribe a Maximiliano antes de zarpar hacia Francia en busca de la ayuda de Napoleón iii. Enfatiza su negativa sobre la abdicación del emperador previendo el que su esposo sucumbiera a su carácter débil y titubeante que tanto lo caracterizaba.
13 Carlota sabía lo que se pensaba de ella, pero la emperatriz no consideraba que tuviera ambición. Le escribe a su abuela: “Muchas personas me consideran ambiciosa, porque es el móvil más común, pero sé muy bien que no es lo mío. Tengo necesidad de actuar y amar, eso es todo” (Iturriaga, 1992: 137).
14 Todas las citas de Noticias del Imperio corresponden al Del Paso, 2012, por lo que, en lo sucesivo, solo se anotará el número de página, cuando se haga referencia a este texto.
15 Se dice que minutos antes de su muerte, Miramón expresaba a Maximiliano que de haberle hecho caso a su esposa no se encontraría en esa situación, a lo que el archiduque respondió: “No tenga pendiente, General, yo estoy aquí por haberle hecho caso a la mía” (Igler: 2002, 50).
16 Iturriaga recopila algunos testimonios sobre la culpa de Carlota empezando por la de Arrangoiz: “La resolución de Napoleón de retirar sus tropas, hizo tomar a Maximiliano la de abdicar y venir a Europa; mas la Emperatriz, no pudiendo conformarse con bajar de un trono para volver a ser archiduquesa de Austria, se opuso […] con la energía que caracterizaba a S.M.” (citado en 1992: 75). Albert Guérad también apunta a Carlota: “Cuando la causa estuvo totalmente perdida [por] la victoria del Norte, Napoleón iii le dio no una, sino muchas oportunidades a Maximiliano para retirarse honorablemente […] Sin embargo, hubiese sido lo suficientemente sensato y humano como para aceptar la humillación y abdicar de no ser por el orgullo enloquecido de Carlota” (citado en 1992: 76). Lo mismo sucede con los historiadores Hanna: “Es posible que Maximiliano hubiera encontrado valor moral suficiente para abdicar si no hubiese intervenido Carlota […] concentrando todo el peso de su personalidad, decididamente más fuerte” (citado en 1992: 75).
17 El rey de los belgas sabía las verdaderas intenciones de Maximiliano, él sólo veía a Carlota como una unión conveniente, pero ella, una joven romántica de 16 años, estaba convencida de que su destino era estar a su lado. Leopoldo escribe a su sobrina la Reina Victoria de Inglaterra después de la primera visita del príncipe austriaco que tuvo lugar del 31 de mayo al 6 de junio: “El Archiduque Maximiliano ha dado por terminada su visita sin dejar entrever los propósitos que algunos le atribuían con respecto a mi hija Carlota. Ni lo lamento ni me preocupa. Creo que ya me habría olvidado hasta de la existencia de este joven príncipe, a no ser porque veo en mi hija algo que me apena y me conmueve. Carlota es una joven impresionable y parece haberse enamorado del Habsburgo con novelesco frenesí. Conozco la fragilidad de los corazones adolescentes, y por grande que sean los méritos de Maximiliano, no los creo tantos como para haber despertado en mi hija un amor imperecedero. No obstante, me duele que ella sufra –yo sé que sufre o cree sufrir, que es igual– por alguien que no ha querido o no ha sido capaz de fijarse en ella” (Iturriaga, 1992: 24). También hay que recordar la suma de dinero que exige Maximiliano a Leopoldo como condición para que se efectúe el matrimonio.
18 La mentira es un leitmotiv en los monólogos de Carlota. Su vida está llena de traiciones. Por ello, al tacharla solo como intrusa y loca, la mentira de la Historia, los diversos engaños maritales de su marido, las artimañas de los mexicanos al ofrecerles el trono nacional, la falsedad y traición de Napoleón, su propia familia, sus amigos mexicanos y la propia Iglesia al no brindarles el apoyo para conservar el Imperio terminan en la penumbra.
19 Los Habsburgo tenían a Carlota encerrada en el Gartenhaus de Miramar con las ventanas cubiertas y una sola entrada para mayor control de la paciente. Francisco José no quería entregar a la ahora viuda a sus familiares. Como estrategia, él quería quedarse con las propiedades que habían pertenecido a Maximiliano y que ahora eran de Carlota. El barón Goffinet, coronel ayudante de campo del rey Belga y la reina María Enriqueta se trasladaron a Trieste para rescatar a la Princesa. La reina escribió: “De qué cerco bárbaro e impío ha sido necesario arrancar a esta pobre Carlota… Pienso que no existe en la historia el ejemplo de una joven tan abandonada como lo estaba la desdichada emperatriz” (citada en Igler: 2002: 117). Susanne Igler escribe: “No sólo fue necesario luchar contra la familia imperial, sino también contra los encargados de vigilar a Carlota en Miramar, particularmente contra el conde Carlos Bombelles, que temían perder un trabajo bien remunerado. Los belgas tuvieron que llevarse a la enferma casi a la fuerza” (2002: 118).
20 Los doce monólogos de Carlota están escritos con gran habilidad poética y cargados de simbología que enriquecen el diálogo, ejemplo de esto es la mención de la pluma en este fragmento. Las plumas significan un impulso hacia lo alto (se hace alusión a la superioridad divina de la pareja), pero a su vez se menciona a las aves que se encuentran en las escrituras antiguas de las diversas culturas a lo largo de América. Las aves representan el aire y el vuelo; se consideran intermediarias ya que son las portadoras de mensajes, con esto Carlota alude a su cultura adoptiva, y es a través de esta misma que dicta su voluntad de la mano de Maximiliano; con excepción del cisne que connota la belleza europea, las aves cumplen con la función de su carga significativa dentro de las culturas mesoamericanas y de algunas tribus de América del Norte. Es importante señalar que existen diversos elementos que constituyen al personaje literario de Carlota, tales como el olvido y la locura, por mencionar algunos; estos no forman parte del presente trabajo, sin embargo, en caso necesitar mayor información confrontar a Susan Igler (2007), “La mexicanización de un episodio histórico” en De la intrusa infame a la loca del castillo: Carlota de México en la literatura de su “patria adoptiva”.
21 Incluso, varios de sus contemporáneos aludían al carácter varonil de Carlota cuando de decisiones y política se trataba.
22 Son tres las personas a las que Carlota escribió, principalmente, cuando su mente estaba en tinieblas: Napoleón iii, el teniente coronel del ejército francés Charles Loysel y su amado Maximiliano. Charles Loysel tiene una primera etapa: como guía y estratega para recuperar al Imperio y salvar a Maximiliano, y en la segunda Carlota se convierte en Charles Loysel. Napoleón es visto al inicio como el regente de Francia, después se convierte en personaje Supremo (tal vez recordaba que Maximiliano y ella siempre estuvieron en su poderío) y en una última etapa, Carlota elige a Eugenia y a Napoleón iii como padres adoptivos; por este motivo ella se ve como heredera adoptiva del regente francés. Maximiliano es constante, siempre se dirige a él como su bien amado.
23 Iturriaga traduce una carta de Carlota a la Emperatriz Eugenia donde narra su llegada a México. En esta epístola escrita el 18 y 22 de junio de 1864 se observa la incredulidad de la joven esposa de Maximiliano: “Sobre un arco de triunfo cerca del lago de Chalco, se leía ‘Eterna gratitud a Napoleón Tercero’. A nuestra llegada a Guadalupe gritaban mucho: ‘Viva Maximiliano Primero’ […] La acogida que se nos hizo ese día fue tal, como no he visto jamás; era la efusión de la redención y como una especie de delirio que se había posesionado de varios millares de caballeros y de todas las damas de México […] Según todo lo que he visto, es factible una monarquía en este país y respondería a las necesidades unánimes de la población” (1992: 148-149).
24 Hay muchas suposiciones sobre la maternidad de la emperatriz. Se dice que era infértil, que Maximiliano no podía tener hijos debido a las enfermedades que había contraído en sus viajes a Sudamérica y causaban el rechazo de su esposa, incluso que ella tuvo un hijo ilegítimo con el coronel belga Alfred Van der Smissen por lo cual se fue de México y fingió su enfermedad mental para estar en reclusión durante el embarazo. Lo cierto es que a Carlota se le otorgó el apelativo mamá gracias a la canción de Riva Palacios que celebraba el fin del Segundo Imperio: “Adiós, mamá Carlota”.

Notas de autor

* Tania Libertad Rodríguez-Peña. Maestra en Humanidades: Estudios Literarios por la Facultad de Humanidades, Universidad Autónoma del Estado de México. Área del conocimiento: Estudios lingüísticos y literarios. Traducciones para la organización Raoni: planéte Amazone y para diversas publicaciones.

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