Pixie (2020), de Barnaby Thompson

Disparatada película gangsteril ambientada en Irlanda, con ínfulas de feminismo militante, la protagonista Pixie, hija de un mafioso, utiliza a los hombres a su antojo en su propio beneficio. Encadena situaciones límite alocadas, con violencia paródica a lo Tarantino, pero sin el talento de éste.

Pixie estaba a punto de huir con un tipo traicionando a su ex novio. Pero uno y otro terminan violentamente sus días, y se ven involucrados en los hechos dos pasmados, Fergus y Colin, que desean a Pixie, y en cuyas manos termina un alijo de droga con el que traficaban unos curas malvados. El trío inicia una peculiar asociación para convertir la droga en dinero, mientras son perseguidos por el país por un asesino profesional.

Barnaby Thompson orquesta una película desequilibrada, donde los dos jovencitos parecen casi adolescentes con las hormonas desatadas en su tremenda inmadurez, mientras que a ella se nos la quiere presentar como una listilla muy segura de sí misma, que sabe adaptarse y tener todo el tiempo el control. A veces parece un puro de ejercicio de estilo en sus elementos criminales, donde una sacristía y una iglesia se convierten en escenarios de matanzas y tiroteos, con uso de ralentí y curas y monjas disparando a todo tren. El tufillo anticlerical gratuito resulta cargante, la broma-coartada es que si han ocultado durante dos mil años en la Iglesia la pedofilia de los sacerdotes, por supuesto que pueden ser narcotraficantes y que cualquier cosa que uno pueda imaginar.

El reparto tiene rostros conocidos, Olivia Cooke es la reina de la función, y comparsas son su papá, Colm Meaney, y un cura muy pasado de rosca, el nada creíble Alec Baldwin.