La jauría no parará porque es la única forma que entienden de hacer política; sin embargo, sus argumentos distorsionados y falaces descubren que, en realidad, los ataques no son al hombre ni tan siquiera a las ideología contraria, sino a la propia democracia.

Pedro Sánchez podrá gustar más o menos como persona, como dirigente político o, simplemente, como presidente; pero las urnas y el sistema parlamentario español le han dado el sillón que ocupa. Y de eso va la democracia. Respetar el sistema democrático es absolutamente necesario y elemental para que nos sintamos seguros y partícipes.

Por otro lado, todo ser humano merece, a priori, respeto y no un constante acoso y ataque de lobos hambrientos, depredadores, imbéciles y otras puñetas; sí, de puñetas hablo. Pero dentro de esta jauría dan hasta pena los perros de paja, casados o no, con gafas o sin ellas, que son utilizados por el poder en la sombra para ser desechados después de su uso.

Estos días de reflexión presidencial, hemos oído ladridos y aullidos que criticaban la actitud del presidente y aseguraban que daba igual que dimitiera o se quedara; lo importante era hacerle daño como persona. Como apunta en su libro Perros de paja el filósofo británico John Gray sobre la naturaleza humana: las complejidades de la moralidad, el concepto de progreso y el intrincado valor de la verdad, no han sido todavía resueltos por completo, y abate en sus tesis esa egocéntrica creencia de que el ser humano es esencialmente distinto a otros animales; sobre todo, añado yo, la ineficaz, inoperante e inquietante derecha y ultraderecha española, o ciertos seudo-medios de comunicación o comunicadores, convenientemente pringados. Solo perros de paja al uso.

En mi opinión y como dice Sánchez, incluso el propio Feijóo, esto no será un punto y seguido, sino un punto y aparte. Y aunque sigan empecinados en lo mismo, a los demócratas nos tiene que servir de catalizador y de estímulo. Corregir, sí, por supuesto. Y seguir por la difícil senda de los logros sociales y del progreso, la vigilancia ante la corrupción –demasiado arraigada entre la clase política, y entre las puñetas–, y, por supuesto, acabar con las cloacas policiales y judiciales. Un arduo trabajo, que no hace fácil la decisión continuista de Sánchez, a quien le animo con aquel adagio de: Ladran, luego cabalgamos.