David Hasselhoff iba dirigido a convertirse en el nuevo John Wayne. Postmoderno, claro. A lo Modern Talking. Con el pecho velludo en libertad enmarcado por los picos alzados de su chupa de cuero, las piernas convas como si acabara de cabalgar desierto de Montana pa’rriba y desierto de Montana pa’bajo, y una buena bota de cowboy labrada, también llamada de “chúpame la punta” en aquella época. Pero… No. Quizás porque John Wayne hubo uno (y gracias). Aunque él, a corpachón, a ojitos minúsculos pero profundamente azules y a justiciero, tampoco le iba a la zaga. Tampoco en su afición al bourbon y a la comida genuinamente americana –y con extra de grasas polisaturadas–. Pero, aún menos, a jamelgo. Porque el de Centauros del desierto tendría todos los caballos al oeste del Pecos a su disposición, pero, al final, el bueno de Wayne se montaba en uno y tiraba millas. Sin embargo, quien nos ocupa se subía de una sola tacada a ¿Dos millones de caballos? ¿A tres? ¿A siete? Eso dependía de la temporada. Y dependerá también en el futuro, ya que el propio actor aseguró hace unos meses que por fin se ha puesto en marcha un remake de El coche fantástico Y eso que él mismo ha contado también que unos productores trataron de retomarla sin él. Un poco más abajo explicamos qué hay de real y qué de deseo en estas intenciones.

La realidad es que David Hasselhoff se quedó en… bueno, en Michael Knight, el de El coche fantástico, porque ese buga sí que ha pasado a la posteridad. Seamos justos, David también, pero quizás no por aquello por lo que estuvo a punto de rechazar al segundo –y último– de los éxitos de su carrera, Los vigilantes de la playa. David no quería mostrar solo su físico en braga naútica –perdón, minishort– y deleitar a las generaciones con la tensión de sus músculos a la carrera o a la brazada. David Hasselhoff tenía un afán: convertirse en un gran actor de carácter, el nuevo héroe americano, en la encarnación del poder omnímodo (bueno, justo y libre) de los Estados Unidos, tal y como llegan desde el Hollywood más patriótico y paternalista.

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De hecho, este hombre de dos metros y cabello rizado, capaz de permanecer impertérrito ante cualquier adversidad temporal ya sea huracán, tsunami o terremoto geopolítico –cantó durante la caída del Muro de Berlín, ya hablaremos de eso– se ha convertido, he aquí la paradoja, en el símbolo de todo lo contrario. Del sueño americano cuando se torna en pesadilla, de la ruina, el desfase, las adicciones, ese lado tan atractivo como turbio de las estrellas que, en su caso, esos dos metros y su pelo se han tornado en una sombra casi patética de sí mismo. Aunque él tenga el humor, y quizás la inteligencia también, de reírse de esos titulares en los tabloides o sus análogos en las redes que rezan así: “David Hasselhofff por los suelos” o “David Hasselhofff, estaba tan borracho que no me acuerdo de nada. Ni de El coche fantástico”.

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David Hasselhoff//Getty Images

Hasselhofff cumple ahora 67 años y las últimas noticias que nos llegan sobre él son las de la ruina, los divorcios millonarios, las amantes veinteañeras, la dependencia del alcohol, los proyectos que no fructifican, las entradas y salidas hospitalarias e incluso las declaraciones autoparódicas –o eso es lo que queremos creer quienes lo seguidos adorando–. Y así, el que fuera uno de los grandes mitos de los 80, alguien tan reconocible de la infancia de millones de cuarentones de hoy como el pan con Nocilla de la merienda y el trinaranjus, ahora declara que de los 80 no se acuerda de nada (sic) y que para subsistir le quedaban en el banco (hablamos de 2017, en unas declaraciones en la TMX) 3.500 pavos para salvar el mes.

Que "Titiruriiiií, titiruriiiiiií...", como lo que cantábamos entre bocado y trago de la merienda. Que a Hasselhoff, pesar de sus contratos multitudinarios en los 80 y primeros años de los 90, a algún que otro musical de Broadway (hizo el papel de Richard Gere en Chicago en la avenida de los teatros de Nueva York con notable éxito e incontestable propiedad), le era incapaz afrontar la vida con 100.000 dólares de ingresos al mes porque los trabajos se espaciaban y su ex, Pamela Bach, sin embargo, no. Vamos, que ella le exigía 224.500 euros al año como compensación por sus 17 años de matrimonio y él se quedaba tiritando llegando a prestar su voz en videojuegos y a aparecer en producciones de una industria casi anecdótica como la española como por ejemplo en Fuga de cerebros, con Mario Casas de protagonista.

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Porque eso han sido sus últimos 30 años. “Salí en Hop, me llamaron cuando estaba de juez en America’s Got Talent. En una versión con Val Kilmer de El coche fantástico. En Guardianes de la Galaxia, donde mi aparición fue estelar y callé algunas bocas… Los niños pequeños se me acercan y me dicen que me quieren. (...) He hecho tantos cameos que mi próxima película debería llamarse así: Cameo”. Sí, tiene gracia. Porque el papel que le dio la fama quizás le impidió demostrar que podía ser algo más. O porque se perdió entre barras de bar y de show girls o porque su talento –limitadito y siempre en entredicho– no daba para dos carreras: la musical y la interpretativa. O porque, quién sabe, se ganó enemigos de la manera más absurda y también más vanidosa.

Dicen las malas lenguas que David le bajó los humos a Leo DiCaprio, que ya se veía formando parte del elenco de Los vigilantes de la playa. Sí. Al mismísimo Leonardo que ya había rodado ¿Quién teme a Gilbert Grape?, y que se había presentado al casting para interpretar a Hobie Buchannon (su hijo en la ficción). Pero, a pesar de haber quedado como único seleccionado y contar con el padrinazgo de la productora, David pensó que aquel rubiales de ojos (grandes) y azules era demasiado mayor para hacer de su hijo, que eso le envejecía y que además, le hacía perder peso como galán en la serie. Por esa razón, Leonardo fue sustituido por Jeremy Jackson (who?) y por eso, según las mismas malas lenguas, David, que ni siquiera había entonado el clásico “o él o yo” porque era una estrella incontestable, nunca más volvió a trabajar. El todopoderoso Leonardo DiCaprio de Titanic se ocupó personalmente de que jamás lo hiciera. Venganza a la siciliana, vamos.

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David Hasselhoff en Los vigilantes de la playa

De hecho, su último proyecto, fallido, porque hasta ahora no parecía haber llegado a buen puerto si es que algún día tuvo botadura y sus declaraciones no fueron fruto de elucubraciones etílicas, fue la revisión crepuscular muy revival y muy siglo XXI de aquel primer trabajo con el que ha pasado a la posteridad: El coche fantástico. Y eso es noticia de lo que llevamos de año. “Estuve con Robert Rodriguez. Ha hecho Abierto hasta el amanecer y Machete. Le dije: "Tienes que hacer El coche fantástico, porque estaba pasando un maratón de capítulos, y me pidió un selfie. '¡No quiero un selfie! ¡Quiero hacer la película! ¡Quiero hacer la serie de televisión! ¡Quiero traerlo de vuelta y que sea oscuro! Michael Knight vuelve y está cabreado…’. Espero que suceda y que sea algo como Logan. Será oscuro. Hasselhoff como Michael Knight en 2017. El coche fantástico. La saga continúa”.

El proyecto no salió y, aunque ahora Hasselhoff vuelva a hablar de él, es probable que se quede en el tintero. Quizás por eso mismo, David Hasselfhoff se llevó el reloj a su boquita de rectitud germánica y metió una morcilla en una de sus frases más conocidas: "KITT, ya NO te necesito". El actor subastó todos sus recuerdos –materiales, de los otros ya sabemos que no le quedan– de aquel primer trabajo y, ya que se puso, también de los siguientes que lo lanzaron a la fama mundial y al culto de los amantes de la década de los 80, tales como la consola interior del vehículo que reproducía más de 4.000 sonidos, que se vendió por 36.300 euros, una Barbie y un Ken con su rostro, abdominales y pectorales y los ídem de Pamela Anderson que alcanzaron los 500 euros o un carrito de golf inspirado en KITT con el que el actor llevaba a sus hijos a pedir caramelos la noche de Halloween y que, suponemos, sigue en su poder.

Pero lo que se convirtió en la joya de la subasta en la Julien's Auctions fue su coche fantástico. Quizás pecó de ingrato porque deshacerse de aquel útil de trabajo significaba no agradecer a la vida –y al coche– todas las glorias que le granjeó en sus comienzos y que se habían alargado hasta el final, hasta el ocaso de su carrera. O quizás porque seguir teniéndolo en casa era como adorar aquello mismo que le había hecho daño, algo así como el don de la escritura de Capote, ése látigo que no había hecho más que flagelarlo.

Porque David Hasselhofff llegó a cine como tantos y tantos otros actores. Su historia es la clásica del actor con planta magnifica y acento sureño que llega a Los Ángeles y se paga sus casting trabajando como camarero y pasando las noches esperando a que el amigo un amigo de un ayudante de producción de una Mayor lo descubra en una fiesta de debutantes y le presente a Spielberg o Michael Cimino. Corren los últimos años de los 70 y a punto de tirar la toalla, una mañana, sirviendo uno huevos con bacon, un responsable de casting se fija en él. Pronto aparecería por primera vez en televisión. Sería en Vacaciones en el Mar. Y todo fue rodado.

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David Hasselhoff //Getty Images


Solo tuvo que esperar unos meses a que llegara su gran oportunidad. A comienzos de 1982, los estudios Universal con el productor Glen A. Larson al frente, lo escogieron para protagonizar una serie al estilo de Lassie pero donde Lassie en vez de ser un perro de raza Collie era sustituido por un coche, perdón, de un Pontiac Firedird que, atención, hablaba. “Esa serie me permitió hacerme un nombre en la industria del entretenimiento y comenzar a ganar dinero, pues una vez que ingresas al mundo del dinero, eso es todo, nunca querrás estar sin él. Es genial. Es todo lo que pensé que sería. Es libertad. Pero es increíble que algunos todavía se acuerden de esa serie. En Europa me pasa a menudo que la gente se me queda mirando y me pregunta: ¿Usted es el de la serie, el que hablaba con su coche?”. Porque El coche fantástico fue un éxito sin precedentes. En todo el mundo. Una vez iba en un taxi y el taxista de repente me dice: “¡Eres mi mentor!”. Y él tipo era de Afganistán”.

Para todos aquellos chavales nacidos en algún punto del planeta durante los 70 con una televisión en los 80, si había que buscar su modelo de coche favorito, ese que se comprarían cuando cumplieran la mayoría de edad y fueran tipos triunfadores solo tenían que decidirse entre dos: el DeLorean de Regreso al Futuro y por supuesto, KITT, el coche fantástico. De hecho, que levante la mano quien no se subió al volante del Panda, el Simca o el Palas de su padre y no repitió aquello de “Así nació Michael Knight, un joven solitario embarcado en una cruzada para salvar la causa de los inocentes, los indefensos, los débiles, dentro de un mundo de criminales que operan al margen de la ley" y luego tarareaba el tema principal de la serie –compuesto Stu Phillips y Glen A. Larson–, repleto de sonidos electrónicos de sintetizador que te convertían en un piloto del futuro.

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El 26 de septiembre se 1982 se estrenaba en Estados Unidos –en España tuvimos que esperar hasta el 85– la primera entrega de la serie, cuando se cuentan los albores de esta cruzada contra el mal. Un expolicía, Michael Arthur Long se encuentra al borde de la muerte por la traición de un socio que, a diferencia de él, bordeada –pasándose– los límites de la ley. Pero milagrosamente, Michael logra salvarse. Gracias a sus cualidades como poli, a su pasado perdido y su alto, no, altísimo sentido de la justicia, el bien y el pundonor, el propietario de la Fundación para la Ley y el Orden, Wilton Knight, le da una segunda oportunidad, un nuevo rostro –como en Retorno a Eden–, una nueva vida y una misión. Rebautizado como Michael Knight, se le entrega un coche asombroso, KITT, lleno de dispositivos como inventados por Q, el de 007, ultrarrevolucionarios y megasorprendentes con el objetivo de acabar con el crimen y el mal y proteger a los inocentes.

Sin embargo, como ya preveía Brandon Tartikoff, director de programación de NBC, la historia comenzó a girar en otro eje, en otra biela, en la del fabuloso ejemplar de automoción que tenían entre manos. A fin de cuentas, la serie fue el resultado de una constatación: “Qué difícil era conseguir hombres que fueran guapos y a la vez buenos actores. KITT, en cambio, lo era”, dijo Tartikoff. KITT, tal y como publicó en su momento Popular Mechanics, era un Pontiac Firebird TransAm de motor delantero y tracción en el tren trasero, un coupé biplaza que tendría entonces un coste de 11.400.000 dólares, o lo que es lo mismo: 1.683.951.943 de las pesetas de la época. Bajo el capó se alojaba un motor Knight Industries Turbojet con postcombustión modificada, asociado a una transmisión de ocho relaciones con microprocesador, turbodrive y autopiloto. Era capaz de acelerar de 0 a 97 km/h en 0,2 segundos echando mano del powerboost, mientras que frenaba de 113 a 0 km/h en 4,27 metros. El consumo, además, era mínimo. Y entre las funciones que tenía este coche fantástico estaba el Turbo Boost para volar, pero también incorporaba conducción a dos ruedas Sky, función Eject con asientos eyectables, oscurecimiento de lunas, modo de control automático, modo de superpersecución con frenado autónomo, modo de vigilancia con alarma perimetral (respirad) Modo silencioso, analizador químico y de voz, rayos X, emisor de gases, aceite y pulsos electromagnéticos, lanzamisiles, localizador, gancho, proyector de voz, aleación molecular para la carrocería, ruedas de escalada con clavos y modo anfibio para las salidas off-road…. Ah, y hablaba.

Inicialmente, para el rodaje de El coche fantástico solo pudieron contar con cuatro coches: un coche que protagonizaría las escenas en las que apareciera David Hasselhoff; otro para las acrobacias y saltos, que siendo más ligero y contando con carrocería de fibra de vidrio, podrían lanzar por rampas para saltos espectaculares; un tercero que iría “sin conductor”, en el que se habrían instalado controles ocultos detrás del asiento trasero, con un sistema de volantes y pedales parecido al utilizado en coches de autoescuela, para que un conductor lo condujera dando la impresión visual de que el coche en realidad circulaba sin conductor; y un último para escenas con derrapes y donuts, o para arrancar de cuajo puertas y vallas.

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Pero claro, como estaréis imaginando, los chapistas en plantilla tenían un trabajo muy intenso por delante para asegurar que los cuatro KITT originales estuvieran siempre operativos. Resultaba esencial no siniestrar, por completo, ningún coche. Así que Universal Studios recibió entre diez y doce Pontiac Trans Am nuevos, con la condición de que fueran directos al desguace al terminar el rodaje de la serie. Lo curioso sería que, de una desgracia, los productores se encontrarían con una buena oportunidad para aumentar su flota de Coches Fantásticos. En la primavera de 1983 descarrilaba un tren que se dirigía a California, curiosamente, cargado de Pontiac Trans Am. Aunque ninguno de los coches sufriera daños, las leyes del estado impedirían a Pontiac vender esos vehículos, o al menos que esos automóviles tuvieran una salida en el mercado. De ahí, que Pontiac regalara estos coches al equipo de rodaje de Knight Rider, al precio simbólico de un dólar por cada uno de ellos. Y, claro, uno fue el que Hasselhofff quiso subastar dos décadas después porque, de aquellos 20 automóviles se estima que, con el paso del tiempo, sólo podrían existir cinco en el mundo y el precio podría ser mucho mayor que el de un solo dólar.

El éxito de El coche fantástico fue como se esperaban: abrumador. Tanto que si bien se pensó comercializar un modelo exacto al de la serie con las modificaciones para la televisión –como la lucecita roja del radiador–, luego se desestimó la idea porque los conductores podrían creer que todas aquellas prestaciones, desde la de ponerse de canto a volar o sumergirse bajo las aguas, eran ciertas. Sin embargo, tras cuatro temporadas, el 8 de agosto de 1986, se emitió el último capítulo de la serie y David Hasselhoff entraría en su primera gran debacle profesional y personal, un peregrinaje por el desierto que culminaría en 1989 con su segundo éxito, Los vigilantes de la playa, y su encontronazo con un hito histórico, quizás el más importante de la era reciente y que dicho a bote pronto parece difícil de encajar y digerir: David Hasselhoff fue el primer cantante americano en cantar en plena caída del muro de Berlín, pertrechado con su chupa luminiscente y la hebilla de su cinturón más grande que su cabeza.

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David Hasselhoff en el muro de Berlín//Getty Images

Resulta que con las dos últimas temporadas de El coche fantástico, el héroe americano creyó que podría ser una versión más comercial de Bruce Springsteen si combinaba ese espíritu genuinamente rocker y americano con el sonido crooner de Sinatra y un country de lánguido que, inexplicablemente, en Centroeuropa se hizo tremendamente popular. Por eso, tras el fin de la serie, David Hasselhoff, al entrar en una fuerte crisis profesional en Estados Unidos donde no conseguía que le ofrecieran ningún trabajo interesante y caía en el alcohol una y otra vez con sus consiguientes comas etílicos e ingresos hospitalarios, decidió hacer una gira por los países germánicos aprovechando también que se alquilaba por cenas con ricas aristócratas de edad provecta y acento teutón dado que su disco Night Rocker causaba furor. Especialmente, porque su single Looking for Freedom (“Buscando libertad”) se había convertido en un himno popular en las dos Alemanias.

Tanto fue así que días antes de la caída física del muro, Hasselhoff fue invitado por la prensa alemana del Este a hacerle una entrevista en el Grand Hotel de Berlín. Y por una serie de vicisitudes se vio cantando sobre el muro el mismo día que éste comenzaba a ser demolido. “Mis visitas a Alemania Oriental fueron días en que me sentí como Elvis. Todos me conocían. A los alemanes orientales les preguntaba : “¿Me conocen por El coche fantástico, esa serie donde hablo con mi auto? “. Pero ellos pensaban que estaba loco y me decían:” ¿Qué? ¿Hablas con un automóvil?”. Ellos no pudieron ver El coche fantástico porque la serie sólo se emitió en Occidente, así que me decían: “No, no, usted es el hombre que canta sobre la libertad”. Fue número 1 ocho semanas seguidas y vendió un millón de discos. Quién iba a pensar que ese macarra de bolera iba a ser un cantante protesta que uniera Este y Oeste, capitalismo y comunismo.

Lo que vino después fue Los vigilantes de la playa y su fin. Nunca más se volvió a repetir. O por lo menos, por ahora y en lo creativo, porque en lo destructivo, Hasselhoff volvió a dar la vuelta al mundo con unas imágenes que jamás habría querido que salieran a la luz y que, paradójicamente, no sirvieron para lo que en un principio perseguían.

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David Hasselhoff en Los vigilantes de la playa

Fue en 2007 y aquel vídeo en el que Hasselhoff se arrastraba borracho por el suelo mientras masticaba, entre babas y botellas de ginebra, una hamburguesa que se desmadejaba entre las manos fue el summun de la destrucción humana made in XXI century. Las grabó una de sus hijas, Taylor Ann, quien decidió filmar a su padre en Las Vegas en plena recaída, para recordarle después lo terrible, desagradable y patético que podía llegar a ser cuando se emborrachaba y el ejemplo tan poco edificantes que les dejaba a ella y a sus hermanas. De hecho, en la grabación se le escuchaba pedirle que no siguiera bebiendo, porque si lo seguía haciendo, al día siguiente sería despedido del espectáculo de luces y color con que cerraba la sesión de tragaperras del Cesar's Palace.

"Soy un alcohólico en recuperación. Pese a haber atravesado por un penoso divorcio y haber estado lejos de mis hijas debido al trabajo, he conseguido superar mi adicción. Desgraciadamente, una tarde también tuve una recaída, pero eso también es parte de la recuperación", dijo entonces en un comunicado para parar lo inevitable, que aquella grabación dinamitara para siempre su imagen como una bomba de megatrones que se expandía por todas las televisiones del planeta.

Quizás por eso no fructificaron nunca los intentos de llevar otra vez al cine y la televisión a El coche fantástico. Hasta en cinco ocasiones. Cambiando incluso el color de KITT. Del negro al rojo… Y ni siquiera apostando por un remake protagonizado por el supuesto hijo de Michael Knight con un Shelby Mustang emulando el carácter flemático de su padre (sic) y un buga adaptado a la nanotecnología y con incluso armas de plasma. No renovó una segunda temporada.

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Quizás porque nunca se resolvió una incógnita. Y hoy, que lo tiempos son más proclives, Hasselhoff, que se supone que va a volver a casarse en un par de semanas, tampoco ha querido ahondar en esa tensión no resuelta entre coche y piloto que él mismo le puso apellido. “Fue la mala prensa la que mató a El coche fantástico. Nos asesinaron. También decían que el coche era la estrella y yo pensaba “¿qué más da lo que digan?”. Lo curioso es que yo nunca hice ninguna escena con el actor de KITT. Nos conocimos en una fiesta de Navidad. Se me presentó diciendo: “hola, soy KITT”. Y yo Michael, le dije. Y hala, así nos conocimos. Porque nunca hicimos una escena juntos. Nunca. Sus líneas las leía alguien durante el rodaje: “Michael, a tu derecha”. Una vez me preguntaron si tendría alguna escena sexual con mi coche. Y, bueno, KITT, el coche, era gay”. Pues, David, desde aquí, ánimo con ese tema que, como Antonio Tejado, hay veces en que un chico puede ser más moderno, no?