Torres Gemelas: el maratón de vida y muerte - Grupo Milenio
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Torres Gemelas: el maratón de vida y muerte

11-S

Los dos grandes atentados contra el World Trade Center y la hazaña de un equilibrista que caminó por el aire entre las Torres Gemelas se mezclan con la anécdota de un reportero que en 2001 corrió el maratón de Nueva York.

I

El 11 de septiembre de 2001 fueron derrumbadas las Torres Gemelas del World Trade Center y 54 días después yo andaba corriendo por las calles de Nueva York sintiéndome el sucesor del Halcón García. Eso sucedió hace 20 años y parece que fue ayer: dos décadas convertidas en un parpadeo.

En aquel entonces me gustaba participar en carreras de diez kilómetros y se me hizo fácil proponer en MILENIO que me enviaran a la Gran Manzana para participar en el maratón y escribir una crónica. Me dieron el visto bueno a principios de 2001 y todo parecía indicar que mi relato trataría acerca de un trotador al que, de pronto, se le bota la canica y se lanza a recorrer 42.195 kilómetros en una ciudad cosmopolita.

En 2001 cualquier hijo de vecino podía inscribirse en esa carrera, siempre y cuando lo hiciera con la debida antelación; ese año participamos 24 mil corredores. Actualmente arrancan alrededor de 50 mil, aunque para conseguir un número ahora hay que demostrar que se corre el maratón en al menos 3:13 horas (las mujeres en 3:53); de lo contrario, se entra a un sorteo en el que unos 20 mil tienen éxito y 60 mil quedan fuera. Una locura.

Ya con boletos de avión y cuarto de hotel reservados, me puse a entrenar con más ganas para la edición 31 de esa competición. A finales de agosto participé en una carrera de 26 kilómetros (Tune Up, en Chapultepec) y me sentí digamos que bien. Eso me hizo pensar erróneamente que estaba listo para el maratón del 4 de noviembre.

El fatídico 11 de septiembre, cuando vi por televisión que las Torres Gemelas echaban humo, por algunos segundos pensé con egoísmo que mi plan se iba al carajo. Siguieron días de incertidumbre en Nueva York por amenazas de bomba y el envío de sobres postales que contenían ántrax. Finalmente, el entonces alcalde Rudolph Giuliani decidió que la carrera sí se efectuara como símbolo de que la ciudad estaba otra vez de pie.

El 2 de noviembre, al llegar al aeropuerto de La Guardia, me tocó lidiar con un altanero agente aduanal con acento italiano. Supongo que no le gustó mi barba y me dijo que debía responder algunas preguntas dentro de una pequeña oficina. Antes de entrar a ese apartado, una oficial de la aduana me preguntó amablemente en español el motivo de mi visita; le mostré mi inscripción al maratón y me dejó pasar.

La magnitud de la tragedia neoyorquina me cayó de golpe el 3 de noviembre con algo tan aparentemente simple como unos ositos de peluche; eran miles de ellos en altares improvisados cerca de la Zona Cero, representando a cada una de las víctimas mortales del atentado. También fotos de los caídos y cartas con dibujos realizados por niños, dirigidas a sus padres y otros familiares a quienes jamás volverían a ver. A lo lejos, escombros y fierros retorcidos. Un panorama que le sacaba lágrimas al más pintado.

A las nueve de la mañana del 4 de noviembre se lanzaron al aire 50 palomas blancas en Staten Island y Giuliani dio el banderazo de salida de la carrera en medio de un dispositivo de seguridad impresionante. Lo de banderazo es un decir, porque en realidad fue un disparo de salva de cañón que a mí me recordó que Estados Unidos estaba “en guerra contra el terrorismo”.

Sin querer queriendo, el destino me puso en una ciudad que estaba de luto pero con ganas de darle vuelta a la hoja, tal como lo constaté dos noches antes en el club de jazz Village Vanguard y viendo Cabaret en el teatro Studio 54, y luego al trotar por Brooklyn, Queens, Bronx y Manhattan.

Recuerdo alentadores gritos de la gente para quienes corríamos, leyendas por todos lados con tintes patrióticos y, sobre todo, una frase escrita en la playera de un participante: “En memoria de mi hermano Jim (11-09-01)”.

La primera mitad de la competencia la corrí en dos horas acompañado de unos mexicanos mejor preparados que yo, a quienes conocí en el avión. Luego me lesioné una rodilla y mi buen paso se convirtió en caminata solitaria a paso veloz y luego en un doloroso rengueo. Como Dios me dio a entender finalicé con un tiempo horroroso (6:01:41), que me metió de panzazo en la lista de resultados que publica al día siguiente The New York Times.

II

Estados Unidos siempre está “en guerra contra el terrorismo”, aunque a veces es difícil saber de qué lado masca la iguana. Ese país, a través de la CIA, había tenido tratos con Osama Bin Laden cuando el fundador de Al Qaeda se opuso en los ochenta a la invasión soviética en Afganistán.

En 2001, el atentado contra las Torres Gemelas se le atribuyó al propio Bin Laden y eso sirvió como excusa para que los gringos invadieran Afganistán, considerado entonces el escondite de ese millonario árabe.

En 2011, Barack Obama se adjudicó la captura de su casi tocayo Osama gracias a la operación Lanza de Neptuno, que no se llevó a cabo en Afganistán sino en Pakistán, así como su asesinato y, de remate, el acto de tirar el cadáver en el Mar Arábigo dizque para evitar que musulmanes radicales le crearan un santuario en tierra firme.

En 2021, Joe Biden anuncia la graciosa huida.

III

La seguridad del World Trade Center falló por vez primera el 6 de agosto de 1974, cuando el equilibrista francés Philippe Petit y varios “cómplices” introdujeron a la Torre Norte una caja de madera de 200 kilos de peso con 60 metros de cable de acero en su interior. Ya en la azotea, con un arco y una flecha lanzaron a la Torre Sur un hilo de pescar, luego pasaron una cuerda gruesa y finalmente el cable que con grandes dificultades colocaron durante casi toda la noche.

En el amanecer del 7 de agosto, Petit cruzó ocho veces por ahí ante el asombro de la gente que caminaba por la calle, 400 metros abajo. Luego de casi una hora de show, el funambulista fue detenido por la policía y rápidamente liberado por un juez que le ordenó ofrecer un espectáculo gratuito para niños en el Central Park.

Los pormenores de esa hazaña se relatan en el excelente documental Man on Wire, por el cual James Marsh obtuvo un Oscar en 2008. En 2015 Robert Zemeckis dirigió The Walk, una película palomera del mismo tema y buena manufactura, con Joseph Gordon-Levitt en el papel principal, que puede verse en Netflix con el título en español En la cuerda floja.

Philippe Petit, quien antes de ese “golpe” se había paseado por un cable entre las columnas de la catedral de Notre Dame, se voló la barda no en el Yankee Stadium sino en las Torres Gemelas de Nueva York, con un acto en el que transformó su astucia y temeridad en una obra de arte.

IV

El ataque a las Torres Gemelas está en la mente de todo el mundo porque fue transmitido en vivo y por la magnitud del acontecimiento. Sin embargo, es poco conocido que el 26 de febrero de 1993 el World Trade Center sufrió otro atentado de gran envergadura.

En uno de los estacionamientos del WTC fueron detonados 600 kilos de explosivos que provocaron un cráter de 45 metros de circunferencia. En esa ocasión fueron desalojadas 50 mil personas, hubo cientos de heridos y seis fallecimientos.

Aparentemente, el instigador de ese ataque fue Omar Abdel-Rahman, un líder islamista egipcio, ciego para más señas, quien fue juzgado y resultó absuelto por falta de pruebas. Sin embargo, cuatro de sus seguidores fueron declarados culpables y condenados a prisión.

Abdel-Rahman siguió predicando en una mezquita de Nueva Jersey, pero en 1993 volvió a los tribunales, acusado de planear otros atentados que no se materializaron; fue sentenciado a cadena perpetua. En 2017 murió en el área médica de una prisión en Carolina del Norte.

Por cierto, el imán ciego había tenido nexos con Bin Laden en la defensa de Afganistán contra la invasión soviética, y gracias a ese antecedente pudo radicar en Estados Unidos.

V

Un atentado como el de 1993 debió ser motivo de alarma para que a las autoridades de Estados Unidos les quedara claro que las Torres Gemelas eran la joya de la corona para grupos extremistas.

La idea de un auto-atentado en 2001 —con George W. Bush haciéndose guaje en una escuela primaria a esa misma hora— es muy atractiva, pero demasiado compleja para ser verdad. En cambio, que Bush y el establishment se hayan hecho de la vista gorda ante un plan externo suena un poco más lógico.

Si las Torres Gemelas de 110 pisos se vinieron abajo como castillos de naipes debido al peso de los aviones, ¿por qué se derrumbó también el edificio 7 del WTC, de 47 niveles, donde no se estrelló ninguna aeronave? ¿Y por qué algunos medios de comunicación anunciaron este último desplome minutos antes de que sucediera? ¿Acaso fueron tres demoliciones controladas? ¿Sólo una? ¿Ninguna?

Mi sobrina Mónica, quien es arquitecta y sí sabe de lo que habla, no comparte mi sospechosismo. Cree que, en el caso específico de las Torres Gemelas, se trató de un proceso de conducción de calor provocado por el fuego de los aviones, lo que ablandó las estructuras metálicas de los edificios hasta convertirlas en una especie de chicle. Ella supone que ni los mismos terroristas imaginaron que el derrumbe sería total: “les salió mejor de lo que esperaban”.

Lo que es un hecho incontrovertible es que los servicios de inteligencia y de defensa del país más poderoso del mundo son muy ineficientes. Gracias a eso fue posible que el primer avión se estrellara en la Torre Norte a las 8:46:37 horas, y el segundo en la Torre Sur a las 9:03:57, es decir… ¡17 minutos y 20 segundos después!

VI

Joe Biden quería utilizar el 20 aniversario de la caída de las Torres Gemelas como fecha límite para el fin de la evacuación de soldados estadunidenses de Afganistán, pero le ganaron las prisas y la cambió para el 31 de agosto. Luego salió con que no podía garantizar nada y el caos en el aeropuerto de Kabul se convirtió en una secuela del retiro estadunidense de Saigón, hoy Ciudad Ho Chi Minh.

Así acabó la primera invasión gringa del siglo XXI, esa que se echó a andar el 11 de septiembre de 2001 con el acto terrorista más famoso en la historia de la humanidad. Y sí, parece que fue ayer.

AQ

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