Iglesias: hambre atrasada y sed de champán
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Iglesias: hambre atrasada y sed de champán

«El hambre atrasada pide dos frutos ajenos a las caducidades temporales: poder e influencia»

Iglesias: hambre atrasada y sed de champán

Pablo Iglesias Turrión | Ilustración de Alejandra Svriz

El hambre atrasada configura toda la novela moderna: Madame Bovary (Flaubert), La Regenta (Clarín), El amante de Lady Chatterley (Lawrence). Aquellos furores uterinos, pura hambre atrasada de cintura para abajo, fueron el haz y el envés de la sociedad burguesa, generalmente insatisfecha, bien cebada y adinerada. Belarra, decíamos ayer, quiere cerrar periódicos e Iglesias, fruto de su hambre atrasada, quiere abrirlos o escribir en ellos. La jugada salió mal con La última hora (panfleto destinado a la basura), también salió mal con Papá Roures (donde él pensaba cobrar mil o dos mil pavos por folios, tipo Luis María Anson o Raúl del Pozo, cuando el magnate cerraba la tienda con los muebles dentro). Pero ahora sale bien. 

El hambre atrasada pide dos frutos ajenos a las caducidades temporales: poder e influencia. Se lo dijo Pedro J. Ramírez, maestro del periodismo nativo y combativo, a Jenaro Castro en el programa Plano General (RTVE): «La influencia dura más tiempo que el poder». El poder es efímero (por eso Anson jamás quiso ser ministro) pero la influencia de un medio de comunicación, arraigado en el tiempo como las acacias en Madrid, dura toda la vida. «Cuando se es joven, se es joven para siempre», le dijo Picasso a Cela. Iglesias, ya sin poder y con taberna para beber gratis en Malasaña, solo quiere lo legítimo: la influencia de los buenos medios, sin aguantar tufos estudiantiles en las cátedras de la risa, ajeno a mohines y caras largas de los compañeros de la rifa. Belarra quiere cerrar periódicos y medios, decíamos, e Iglesias quiere entrar ya en RTVE. 

Corre la noticia por todas las esquinas volanderas, donde los ojos también pasan hambre (no solo el coño y el bolo). El pasado 25 de marzo, anunciaba RTVE el fichaje estrella de don Pablo Iglesias como flamante tertuliano de Mañaneros. Mucho tuvo que llorar para que desde arriba abrieran el grifo. La cosa, siempre disfrazada, era levantar a las huestes de su partido (Podemos) en disolución, despedida y mucho drama. Su periodismo digital por Youtube no concitaba ni a las vecinas. RTVE volvía a ser el camino real de la influencia, y todos los directivos sufrieron sus llamadas, algunos con el teléfono en manos libres, por la risa, y otros con voz de funeraria para evitar problemas. De pronto cierto visionario dentro del aparato general, bien de hambre pero con sed atrasada de champán y oro, como Pedro Luis de Gálvez, lo vio claro: si este tío viene aquí a hacer papilla a Yolanda Díaz, nos viene dabuti, ya lo creo. Así se abrieron todas las cerraduras. Así se levantaron todas las vallas electrificadas con concertinas en lo alto. Así se extendió la alfombra. 

No, no y no. La dirección de contenidos no quería perfiles extremos pero los que frotaban la lámpara veían un cierto reclamo electoral, hechizo electoral, una audiencia que era otra y podía seguirle. El pobre Jenaro Castro parece salido de un coro de Antonio Machín, y cuando se pone a cantar En un rincón del alma, creo que todos los geriátricos sintonizan con las manos libres de la cuña bajo la cama y un guiño diferente en cada jeto. Todos los despachos de RTVE sufrieron la presión, la piqueta, y el pimpampum, hasta que encontraron el programa donde destituir antes al director de contenidos (José Pablo López) y a la presidenta interina (Elena Sánchez). Los de la casa dicen que esto es bulo, porque las bajas ya estaban sobre el tapete mucho antes, pero coinciden en la sincronía de tiempos y aire acorralado por los pasillos veloces, lo que escama. RTVE, vía el consejero Roberto Lakidain, fue quien logró el regreso de quien mucho antes creció en La Sexta, con camisa arrugada blanca y corbata negra corta, mientras convocaba a millones de seguidores en la Puerta del Sol para tocar los bongos y ukelele, en su plan de asaltar los cielos para luego raparse.

El hambre atrasada de poder puede curarse con unos cacahuetes o miguelitos de Albacete, con un bocata de jamón o calamares por la Plaza Mayor, pero el hambre atrasada de influencia no pasa nunca. Cuando llamaba Gimferrer a mi casa, y yo no estaba, siempre le decía a mi musa con su voz de pito primordial: «Déjelo pasar, déjelo pasar». Lo que pasa es que hay cosas que no pasan, sí. La influencia no caduca, dura lo contado por Pedro J. Ramírez, es muy rentable por la proteína que lleva dentro y no engorda. El interés ahora de cargarse a Yolanda Díaz, por el micrófono abierto de Iglesias, tan mañanero, es una bacanal de esas donde vomitaban los griegos para volver a zampar y joder. También había que colocar en Mañaneros a dos colaboradores de Canal Red: Laura Arroyo y Manu Levín. Belarra pide ahora que se intervengan a los medios, pero mucho antes ya pidió Laura Arroyo que se interviniera el Poder Judicial, por lo que va con retraso, donde engarza con Pablo Iglesias. Lo peor para no salir de pobres –ellos lo saben bien- es comer siempre a las horas y madrugar todos los días (por ahí estás perdido).

El hambre atrasada obedece a los saltos: uno salta de la facultad a La Sexta, de La Sexta a la Puerta del Sol, de aquí al Congreso, luego al chalé con piscina en forma de riñón, finalmente a los medios pobres digitales y ahora, sí, por fin, al gran estreno en RTVE. Uno salta, y olvida papear, porque el estómago pesa y retrasa. Ya estamos en Mañaneros sin haber madrugado, tiene cojones la cosa. Para volver a esa novela del XIX que decíamos: el final inesperado debería ser la propia Belarra cerrando ese chiringuito por bulos y mucho empacho actual.

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