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Implacables en el Amor

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Dicen que en mi país estamos socialmente desestructurados. Pero yo tengo la que para muchos es la impertinente desfachatez de tener las agallas de ir más allá y rasgar la costra que nos cubre a todos las ampollas de la piel, que ya hace tiempo empezó a estar putrefacta. Muchos, entonces, como hoy, tenían miedo de ser tildados de reaccionarios, y callaban.

Cierto. Unos callaban (y callan) por miedo, comodonería y hasta poltronería. Temían (y temen) ser señalados como aquello que ahora se viene a llamar “fascista”. ¡Solo porque no piensas como los que no te respetan a ti, eres proscrito! Como si la vida no nos creciera a todos con el debate abierto en respeto a las ideas que nos trascienden y que, ellas con nosotros y nosotros con ellas, todos nos crecemos. Así se pone fácilmente de manifiesto que los fascistas son ellos, pues se niegan de pleno a dejarte expresar tus ideas, y hasta se permiten insultarte o ignorarte de manera insultante.

Entendámonos. No se trata de que todos seamos clones que pensemos igualito, sino de que respetemos la naturaleza del ser humano, y que, usando nuestro intelecto con libre albedrío (cosa que no hacen los animales), lo utilicemos para calibrar los pros y los contras de una cuestión, a fin de encontrar caminos en que todos nos sentamos a gusto caminando cada uno a su manera y hasta festejando los cruces de caminos. ¡Qué apasionante es mirar las cosas diferente constatando otras maneras que nos retan a abrir los ojos, el corazón y la mente! Somos pobres pequeños seres vivos dependientes unos de otros.

Aquí tenemos, a medida que hablamos, en un mismo enjambre, cuatro puntos esenciales: la naturaleza, la conciencia, la libertad y la responsabilidad. Y todos juntos la arman, dando vida al enjambre. Calificaremos esa vida de justa o injusta según sea su dinámica de respeto al derecho que todos tenemos de compartir un mismo entorno natural (el enjambre y más allá de él).

El país (mi país) es de todos; y el mundo, también. Por eso no es de recibo cómo se escabullen algunos quejándose de mi país y del mundo que vivimos, arguyendo que no se sienten identificados con él y su devenir. Porque todos deberíamos procurar participar en mejorarlo, según nuestros dones particulares. ¿O es que quizás tenemos (por decir algo) el alma podrida? ¿Criticamos mucho y no hacemos nada para remediar el entuerto?

No queda ahí el embrollo, pues todo en el ser humano es esencial, pero no hay nada simplista. Porque observando la realidad (como incluso constata la historia), el entorno no lo vivimos solo de puertas a fuera, sino esencialmente en el alma, de manera que, según sea la vida que cada uno de nosotros viva internamente, será como la vivirá externamente. Ahí tenemos el problema… y ahí podemos encontrar la solución.

La historia lo demuestra. Cada uno de nosotros goza y sufre su propia esencia, que, tanto si cada uno de nosotros es valiente y capaz de reconocerla en su alma como si no, nos hace distintos de los otros seres humanos. Eso comporta la tragicomedia (relato trágico y cómico) de que somos capaces de entorpecer, demoler o ignorar las buenas obras de nuestros ancestros o bien llevarlas a plenitud, lo mismo que con las malas nos encaminamos a la muerte eterna, que empieza en esta que nos matamos.

¿No lo ves, hermano, mi hermana del alma? ¡Somos libres como para crear nuevas vidas! No obstante, la historia no es más que un repetir una y otra vez los mismos errores, y nos engañamos pensando que somos los mejores del ring. ¿Quién es capaz de asegurar que Adán y Eva eran más desdichados que nosotros, solo porque no podían (suponemos) ir a la luna o jugar a un videojuego de última generación?

Hemos llegado a quemar casi todo cuanto había de bueno y bello en nuestro planeta querido, que es así como hemos llamado a nuestro entorno externo; y lo hemos quemado no porque hayamos encendido el fuego con una cerilla o el chispear de dos piedras (que también), sino porque hemos dado rienda suelta a una libertad mal encendida (léase mal entendida), porque la chispa que ha provocado el incendio es interna: de ahí que la sociedad de mi país (y del mundo) esté desestructurada: porque lo está nuestra psique. Todos esos mequetrefes que van de líderes sin serlo (a un lado y otro de nuestro campo de visión), tienen el alma podrida, para la que, a falta de puntos de referencia, se centran en satisfacer su ego. Y ya sabemos todos por experiencia que el ego siempre pide más. Más de lo mismo y para uno mismo. Solo eso. ¡Y vaya pastel!

Por eso, llegados a este punto, los que aún persiguen “el sol que nace de lo alto” (Lc 1,78), deben saber mantener las distancias prudenciales del rebaño que camina hacia el abismo, como la piara de Gerasa (Mt 8,28-34). ¿Desestructurados? No es política, es psicología. No son los partidos, son los partidarios.

No es broma, no. Vamos descubriendo poco a poco con las neurociencias que todo lo provocamos de una u otra manera nosotros según pensamos y actuamos en consecuencia, y que en nuestro interior albergamos fuerzas que bien usadas hubieran podido cambiar (y aún pueden cambiarla) la historia. Es el poder creador que nos ha confiado gratuitamente y por Amor el Creador, habida cuenta de que lo que creamos nosotros no es el Big-Bang (léase origen de todo), sino que son solo combinaciones (por novedosas que sean) de los atributos que en el mundo ha puesto el Creador a nuestra disposición.

¿Es así como le pagamos tan preciado don al Todopoderoso Alfa & Omega? Si hubiéramos podido cambiar la historia tantas veces y no lo hicimos, ¿por qué no nos decidimos al fin a encender la chispa del amor en nuestra alma, y así prender el fuego que podrá, por fin, cambiar la historia y llevarnos al Padre? Es para pensarlo. Empieza ahora, no esperes más, que la historia del final del tiempo se acaba, y tendremos que rendir cuentas de nuestra acción e inacción. Llega la hora mesiánica, esa de la que tú y yo podemos facilitar el advenimiento. Estamos a tiempo, y es lo mismo de siempre: ¿por qué no nos damos la mano y prendemos la llama?

Twitter: @jordimariada

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