El forofismo barcelonista de Sergi Pàmies


En 2015, el escritor Sergi Pàmies publicó Confessions d'un culer defectuós (traducido por él mismo al castellano un año después como Confesiones de un culé defectuoso).

Me interesa empezar destacando tres de las citas que sirven de preámbulo a esta divertidísima y muy sutil reflexión sobre el ser barcelonista de Pàmies (que acaba por ser un breve pero excelente libro sobre fútbol).

El periodista y escritor brasileño Carlos Drummond de Andrade escribió (en un libro póstumo que recogía sus escritos sobre fútbol: Quando é dia de futebol):

 

“Bienaventurados los que no son cronistas deportivos, porque no tendrán que explicar lo inexplicable ni racionalizar la locura”.

 

Por su parte, el periodista español Enrique Ballester dejó escrito (en 2014) en su libro Infrafútbol:

 

“Soy el típico que se queja de la cantidad de libros de fútbol que se publican y luego escribe un libro de fútbol y se publica”.

 

Finalmente, el escritor y cineasta belga Jean-Philippe Toussaint escribía (un año después) en su ensayo Football una contundente frase (contundente y lapidaria), esta:

 

“El fútbol, mientras lo vemos, nos mantiene radicalmente a distancia de la muerte”.

 

Aparece pronto el antimadridismo que se supone propio de los seguidores del Barcelona (“para un culé, no ser antimadridista es una tara”). Explica Pàmies:

 

“Mi proceso de conversión al barcelonismo presentó, desde el primer día, un defecto importante. Para ser barcelonista de verdad, había que ser, además, antimadridista. Y no tardé en darme cuenta, malgré moi, de que yo no era antimadridista y de que debería arrastrar este defecto de fábrica hasta la muerte”.

 

Recoge el autor de Confesiones de un culé defectuoso (quien nos habla de “la rabia y el odio” que desde el principio ha detectado “en la educación sentimental barcelonista”) un texto del estudio que sobre las emociones de los espectadores de un partido de fútbol (la de quienes siguen incondicionalmente a uno de los dos equipos y la de quienes solamente lo disfrutan por su belleza equidistante) escribiera en 2000 el entrenador y periodista francés Jean-Claude Trotel en su libro Football je t’aime... moi non plus. Le football: l’art ou la guerre?. Un texto sobre la animadversión rival propia de los hinchas futboleros que merece la pena tener en cuenta:

 

“La identificación de los aficionados se construye a través no sólo del apoyo al propio equipo, sino también de la desvalorización de los adversarios. Ellos se convierten rápidamente en el enemigo común que forja la unidad del nosotros”.

 

Pàmies (sobrevenido seguidor del Barça, solamente al afinarse de chaval en la capital catalana), que enseguida se dio cuenta de que “los culés estaban mucho más unidos contra el Madrid que a favor del Barça”, nos dice saber que “para los culés, de nacimiento o de crianza, el antimadridismo no es una opción: forma parte de una estructura genética. Cuanto más tarde te haces barcelonista, más difícil resulta adquirir todas las características de esta condición”.

El caso es que su “inmersión barcelonista incluyó el descubrimiento de una realidad” que le hizo entender “las razones esenciales, históricas e incontrovertibles del antimadridismo”; y, dado que entiende “el fútbol más como una cuestión estética y una patología sentimental que como una pasión simbólica o representativa”, no consiguió “desarrollar sentimientos antimadridistas auténticos u homologables con los del entorno”.

Dejemos el antimadridismo, al fin y al cabo, como admite Pàmies, “la ventaja del fútbol es que, incluso en la llamada madurez, permite conservar fidelidades incondicionales que son como una especie de lujo extravagante que nos podemos permitir”. Y ese lujo extravagante es una fidelidad que merece la pena, creo yo también.

El enorme cariño que el autor (quien considera, como lo considero yo, que “es más fácil jugar siempre bien que ganar siempre”), siente por la figura mítica de Cruyff, por las maneras de Cruyff, por la sabiduría futbolística de Cruyff, ocupa muchas de las pocas páginas de que consta el libro. ¿Cariño he dicho? Es mucho más que cariño, es una admiración comprensible que casi roza la legítima adoración.

 

“Admirar a Cruyff era como admirar a John Lennon o la música de Bach, ni siquiera te planteabas la posibilidad de admirarlo por razones que tú habías descubierto o elegido, sino que eras un grano de arena en la inmensidad de una playa unánime de admiradores igualmente rendidos a la evidencia de las evidencias.

Dicho de otro modo: admirar a Cruyff era una obviedad, la consecuencia lógica de una mínima sensibilidad por la perfección”.

 

Es la “independencia de criterio casi insultante” de Cruyff, toda la polémica que siempre estuvo en condiciones de levantar a su paso, lo que, lejos de debilitarle, “lo perpetúa como el gran tótem vivo del barcelonismo y del fútbol”.

No cabe duda de que el jugador holandés (neerlandés decimos ahora) fue uno de los “renovadores del fútbol moderno”, capaz de inspirar elogios como el que el gran entrenador italiano Arrigo Sacchi lanzó sobre su figura: «Una coherencia absoluta con movimientos imprevisibles».

La afectación majestuosa de Pámies respecto del tótem mítico que sigue siendo Cruyff (sobre todo, pero no solamente, para los barcelonistas) le lleva a mantener que el grandioso jugador y destacado entrenador construyó (“a partir de una treintena de aforismos intercambiables, con estructura molecular de obviedad”) nada más y nada menos que “una cosmogonía futbolística más intuitiva que tecnificada. Un lenguaje propio que ha contribuido de manera tangible al bienestar de la especie. ¿Se puede demostrar esta exagerada y mitomaníaca afirmación? Cierre los ojos durante unos segundos e imagine qué habría sido del fútbol (y del mundo) sin Cruyff”. Inimaginable, y de serlo ya te digo yo también que el fútbol habría sido algo más aburrido y, de paso, el mundo algo menos meritorio y agradable.

Quien tantas veces fuera compañero de Cruyff, su paisano Ruud Krol, manejaba una aproximación a la palabra fútbol que está en la línea medular de cuanto tanto defendió aquél: «El fútbol no es un arte, pero jugar bien al fútbol sí lo es».

Pàmies concluye su fascinante exploración de la grandeza de Cruyff explicando que, como jugador, “Cruyff era extraordinariamente incómodo para los rivales (y en ocasiones para los propios compañeros); como entrenador, era un piedra contestataria en el zapato para los directivos; como entrevistado en una sala de prensa, era incómodo para los periodistas. ¿Para quién era cómodo? Para el público”. (Para el público madridista creo que no, o al menos no siempre.)

 

“Cruyff forma parte de un mundo —el fútbol, el Barça— que hemos elegido como complejo vitamínico suplementario”.

 

Y fin:

“Ya se sabe que la estética y la moral son un atajo, una pirueta argumental que permite ganar una batalla aparentemente perdida, pero nunca una guerra dialéctica”.

 

Efectivamente, tal y como le leo al autor de A las dos serán las tres, “no aplicamos al fútbol, y menos aún a nuestro equipo, la pulcritud moral que quizá exigimos en otros ámbitos de la vida”. No es posible “no darse cuenta de que el fútbol es tan flexible que, a fuerza de moverse por intereses, ha conseguido que realidades como Nike, Unicef y Qatar resulten compatibles”. Y ese es el pozo insondable al que muchos no queremos mirar. Todavía.

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